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2021-10-20 15:41:22 +02:00
The Project Gutenberg EBook of El arbol de la ciencia, by P<>o Baroja
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Title: El arbol de la ciencia
Author: P<>o Baroja
Release Date: October 11, 2019 [EBook #60464]
Language: Spanish
Character set encoding: ISO-8859-1
*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL ARBOL DE LA CIENCIA ***
Produced by Carlos Col<6F>n, Roberto Marabini and the Online
Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This
book was produced from images made available by the
HathiTrust Digital Library.)
P<>O BAROJA
LA RAZA
EL <20>RBOL DE LA CIENCIA
NOVELA
[Illustration]
RAFAEL CARO RAGGIO: EDITOR
Calle de Ventura Rodr<64>guez, 18
1918
LA RAZA
EL <20>RBOL DE LA CIENCIA
_Copyright by Rafael Caro Raggio-1918._
_Es propiedad._
_Prohibida la reproducci<63>n._
Imp. Art<72>stica, S<>ez Hermanos, Tudescos, 34.-Tel<65>f. 5365
PRIMERA PARTE
La vida de un estudiante en Madrid.
I
ANDR<44>S HURTADO COMIENZA LA CARRERA
SER<EFBFBD>AN las diez de la ma<6D>ana de un d<>a de octubre. En el patio de la
Escuela de Arquitectura, grupos de estudiantes esperaban a que se
abriera la clase.
De la puerta de la calle de los Estudios que daba a este patio, iban
entrando muchachos j<>venes que, al encontrarse reunidos, se saludaban,
re<EFBFBD>an y hablaban.
Por una de estas anomal<61>as cl<63>sicas de Espa<70>a, aquellos estudiantes
que esperaban en el patio de la Escuela de Arquitectura, no eran
arquitectos del porvenir, sino futuros m<>dicos y farmac<61>uticos.
La clase de Qu<51>mica general del a<>o preparatorio de Medicina y Farmacia
se daba en esta <20>poca en una antigua capilla del Instituto de San
Isidro convertida en clase, y <20>sta ten<65>a su entrada por la Escuela de
Arquitectura.
La cantidad de estudiantes y la impaciencia que demostraban por entrar
en el aula se explicaba f<>cilmente por ser aqu<71>l, primer d<>a de curso y
del comienzo de la carrera.
Ese paso del bachillerato al estudio de facultad siempre da al
estudiante ciertas ilusiones, le hace creerse m<>s hombre, que su vida
ha de cambiar.
Andr<EFBFBD>s Hurtado, algo sorprendido de verse entre tanto compa<70>ero, miraba
atentamente arrimado a la pared la puerta de un <20>ngulo del patio por
donde ten<65>an que pasar.
Los chicos se agrupaban delante de aquella puerta como el p<>blico a la
entrada de un teatro.
Andr<EFBFBD>s segu<67>a apoyado en la pared, cuando sinti<74> que le agarraban del
brazo y le dec<65>an:
--<2D>Hola, chico!
Hurtado se volvi<76> y se encontr<74> con su compa<70>ero de Instituto Julio
Aracil.
Hab<EFBFBD>an sido condisc<73>pulos en San Isidro; pero Andr<64>s hac<61>a tiempo que
no ve<76>a a Julio. <20>ste hab<61>a estudiado el <20>ltimo a<>o del bachillerato,
seg<EFBFBD>n dijo, en provincias.
--<2D>Qu<51>, t<> tambi<62>n vienes aqu<71>?--le pregunt<6E> Aracil.
--Ya ves.
--<2D>Qu<51> estudias?
--Medicina.
--<2D>Hombre! Yo tambi<62>n. Estudiaremos juntos.
Aracil se encontraba en compa<70><61>a de un muchacho de m<>s edad que <20>l,
a juzgar por su aspecto, de barba rubia y ojos claros. Este muchacho
y Aracil, los dos correctos, hablaban con desd<73>n de los dem<65>s
estudiantes, en su mayor<6F>a palurdos provincianos, que manifestaban la
alegr<EFBFBD>a y la sorpresa de verse juntos con gritos y carcajadas.
Abrieron la clase, y los estudiantes, apresur<75>ndose y apret<65>ndose como
si fueran a ver un espect<63>culo entretenido, comenzaron a pasar.
--Habr<62> que ver c<>mo entran dentro de unos d<>as--dijo Aracil
burlonamente.
--Tendr<64>n la misma prisa para salir que ahora tienen para
entrar--repuso el otro.
Aracil, su amigo y Hurtado se sentaron juntos. La clase era la antigua
capilla del Instituto de San Isidro de cuando <20>ste pertenec<65>a a los
jesu<EFBFBD>tas. Ten<65>a el techo pintado con grandes figuras a estilo de
Jordaens; en los <20>ngulos de la escocia los cuatro evangelistas, y en el
centro una porci<63>n de figuras y escenas b<>blicas. Desde el suelo hasta
cerca del techo se levantaba una grader<65>a de madera muy empinada con
una escalera central, lo que daba a la clase el aspecto del gallinero
de un teatro.
Los estudiantes llenaron los bancos casi hasta arriba; no estaba a<>n el
catedr<EFBFBD>tico, y como hab<61>a mucha gente alborotadora entre los alumnos,
alguno comenz<6E> a dar golpecitos en el suelo con el bast<73>n; otros muchos
le imitaron, y se produjo una furiosa algarab<61>a.
De pronto se abri<72> una puertecilla del fondo de la tribuna, y apareci<63>
un se<73>or viejo, muy empaquetado, seguido de dos ayudantes j<>venes.
Aquella aparici<63>n teatral del profesor y de los ayudantes provoc<6F>
grandes murmullos; alguno de los alumnos m<>s atrevidos comenz<6E> a
aplaudir, y viendo que el viejo catedr<64>tico, no s<>lo no se incomodaba,
sino que saludaba como reconocido, aplaudieron a<>n m<>s.
--Esto es una ridiculez--dijo Hurtado.
--A <20>l no le debe parecer eso--replic<69> Aracil ri<72>ndose--; pero si es
tan majadero que le gusta que le aplaudan, le aplaudiremos.
El profesor era un pobre hombre presuntuoso, rid<69>culo. Hab<61>a estudiado
en Par<61>s y adquirido los gestos y las posturas amaneradas de un franc<6E>s
petulante.
El buen se<73>or comenz<6E> un discurso de salutaci<63>n a sus alumnos, muy
enf<EFBFBD>tico y altisonante, con algunos toques sentimentales: les habl<62> de
su maestro Liebig, de su amigo Pasteur, de su camarada Berthelot, de la
Ciencia, del microscopio...
Su melena blanca, su bigote engomado, su perilla puntiaguda, que le
temblaba al hablar, su voz hueca y solemne le daban el aspecto de
un padre severo de drama, y alguno de los estudiantes que encontr<74>
este parecido, recit<69> en voz alta y cavernosa los versos de Don Diego
Tenorio, cuando entra en la Hoster<65>a del Laurel en el drama de Zorrilla:
Que un hombre de mi linaje
descienda a tan ruin mansi<73>n.
Los que estaban al lado del recitador irrespetuoso se echaron a reir, y
los dem<65>s estudiantes miraron al grupo de los alborotadores.
--<2D>Qu<51> es eso? <20>Qu<51> pasa?--dijo el profesor poni<6E>ndose los lentes y
acerc<EFBFBD>ndose al barandado de la tribuna--. <20>Es que alguno ha perdido la
herradura por ah<61>? Yo suplico a los que est<73>n al lado de ese asno, que
rebuzna con tal perfecci<63>n que se alejen de <20>l, porque sus coces deben
ser mortales de necesidad.
Rieron los estudiantes con gran entusiasmo, el profesor di<64> por
terminada la clase retir<69>ndose haciendo un saludo ceremonioso y los
chicos aplaudieron a rabiar.
Sali<EFBFBD> Andr<64>s Hurtado con Aracil, y los dos, en compa<70><61>a del joven de la
barba rubia, que se llamaba Montaner, se encaminaron a la Universidad
Central, en donde daban la clase de Zoolog<6F>a y la de Bot<6F>nica.
En esta <20>ltima los estudiantes intentaron repetir el esc<73>ndalo de la
clase de Qu<51>mica; pero el profesor, un viejecillo seco y malhumorado,
les sali<6C> al encuentro, y les dijo que de <20>l no se re<72>a nadie, ni
nadie le aplaud<75>a como si fuera un histri<72>n.
De la Universidad, Montaner, Aracil y Hurtado marcharon hacia el centro.
Andr<EFBFBD>s experimentaba por Julio Aracil bastante antipat<61>a, aunque en
algunas cosas le reconoc<6F>a cierta superioridad; pero sinti<74> a<>n mayor
aversi<EFBFBD>n por Montaner.
Las primeras palabras entre Montaner y Hurtado fueron poco amables.
Montaner hablaba con una seguridad de todo algo ofensiva; se cre<72>a, sin
duda, un hombre de mundo. Hurtado le replic<69> varias veces bruscamente.
Los dos condisc<73>pulos se encontraron en esta primera conversaci<63>n
completamente en desacuerdo. Hurtado era republicano, Montaner defensor
de la familia real; Hurtado era enemigo de la burgues<65>a, Montaner
partidario de la clase rica y de la aristocracia.
--Dejad esas cosas--dijo varias veces Julio Aracil--; tan est<73>pido es
ser mon<6F>rquico como republicano; tan tonto defender a los pobres como
a los ricos. La cuesti<74>n ser<65>a tener dinero, un cochecito como <20>se--y
se<EFBFBD>alaba uno--y una mujer como aqu<71>lla.
La hostilidad entre Hurtado y Montaner todav<61>a se manifest<73> delante del
escaparate de una librer<65>a. Hurtado era partidario de los escritores
naturalistas, que a Montaner no le gustaban; Hurtado era entusiasta de
Espronceda, Montaner de Zorrilla; no se entend<6E>an en nada.
Llegaron a la Puerta del Sol y tomaron por la Carrera de San Jer<65>nimo.
--Bueno, yo me voy a casa--dijo Hurtado.
--<2D>D<EFBFBD>nde vives?--le pregunt<6E> Aracil.
--En la calle de Atocha.
--Pues los tres vivimos cerca.
Fueron juntos a la plaza de Ant<6E>n Mart<72>n y all<6C> se separaron con muy
poca afabilidad.
II
LOS ESTUDIANTES
EN esta <20>poca era todav<61>a Madrid una de las pocas ciudades que
conservaba esp<73>ritu rom<6F>ntico.
Todos los pueblos tienen, sin duda, una serie de f<>rmulas pr<70>cticas
para la vida, consecuencia de la raza, de la historia, del ambiente
f<EFBFBD>sico y moral. Tales f<>rmulas, tal especial manera de ver, constituye
un pragmatismo <20>til, simplificador, sintetizador.
El pragmatismo nacional cumple su misi<73>n mientras deja paso libre a
la realidad; pero si se cierra este paso, entonces la normalidad de
un pueblo se altera, la atm<74>sfera se enrarece, las ideas y los hechos
toman perspectivas falsas. En un ambiente de ficciones, residuo de un
pragmatismo viejo y sin renovaci<63>n viv<69>a el Madrid de hace a<>os.
Otras ciudades espa<70>olas se hab<61>an dado alguna cuenta de la necesidad
de transformarse y de cambiar; Madrid segu<67>a inm<6E>vil, sin curiosidad,
sin deseo de cambio.
El estudiante madrile<6C>o, sobre todo el venido de provincias, llegaba a
la corte con un esp<73>ritu donjuanesco, con la idea de divertirse, jugar,
perseguir a las mujeres, pensando, como dec<65>a el profesor de Qu<51>mica
con su solemnidad habitual, quemarse pronto en un ambiente demasiado
oxigenado.
Menos el sentido religioso, la mayor<6F>a no lo ten<65>an, ni les preocupaba
gran cosa la religi<67>n; los estudiantes de las postrimer<65>as del siglo
XIX ven<65>an a la corte con el esp<73>ritu de un estudiante del siglo XVII,
con la ilusi<73>n de imitar, dentro de lo posible, a Don Juan Tenorio y de
vivir
llevando a sangre y a fuego
amores y desaf<61>os.
El estudiante culto, aunque quisiera ver las cosas dentro de la
realidad e intentara adquirir una idea clara de su pa<70>s y del papel que
representaba en el mundo, no pod<6F>a. La acci<63>n de la cultura europea en
Espa<EFBFBD>a era realmente restringida, y localizada a cuestiones t<>cnicas,
los peri<72>dicos daban una idea incompleta de todo; la tendencia general
era hacer creer que lo grande de Espa<70>a pod<6F>a ser peque<75>o fuera de ella
y al contrario, por una especie de mala fe internacional.
Si en Francia o en Alemania no hablaban de las cosas de Espa<70>a, o
hablaban de ellas en broma, era porque nos odiaban; ten<65>amos aqu<71>
grandes hombres que produc<75>an la envidia de otros pa<70>ses: Castelar,
C<EFBFBD>novas, Echegaray... Espa<70>a entera, y Madrid sobre todo, viv<69>a en un
ambiente de optimismo absurdo. Todo lo espa<70>ol era lo mejor.
Esa tendencia natural a la mentira, a la ilusi<73>n del pa<70>s pobre que se
aisla, contribu<62>a al estancamiento, a la fosilificaci<63>n de las ideas.
Aquel ambiente de inmovilidad, de falsedad, se reflejaba en las
c<EFBFBD>tedras. Andr<64>s Hurtado pudo comprobarlo al comenzar a estudiar
Medicina. Los profesores del a<>o preparatorio eran viej<65>simos; hab<61>a
algunos que llevaban cerca de cincuenta a<>os explicando.
Sin duda no los jubilaban por sus influencias y por esa simpat<61>a y
respeto que ha habido siempre en Espa<70>a por lo in<69>til.
Sobre todo, aquella clase de Qu<51>mica de la antigua capilla del
Instituto de San Isidro era escandalosa. El viejo profesor recordaba
las conferencias del Instituto de Francia, de c<>lebres qu<71>micos, y
cre<EFBFBD>a, sin duda, que explicando la obtenci<63>n del nitr<74>geno y del cloro
estaba haciendo un descubrimiento, y le gustaba que le aplaudieran.
Satisfac<EFBFBD>a su pueril vanidad dejando los experimentos aparatosos para
la conclusi<73>n de la clase, con el fin de retirarse entre aplausos, como
un prestidigitador.
Los estudiantes le aplaud<75>an, riendo a carcajadas. A veces, en medio
de la clase, a alguno de los alumnos se le ocurr<72>a marcharse, se
levantaba y se iba. Al bajar por la escalera de la grader<65>a los pasos
del fugitivo produc<75>an gran estr<74>pito, y los dem<65>s muchachos sentados
llevaban el comp<6D>s golpeando con los pies y con los bastones.
En la clase se hablaba, se fumaba, se le<6C>an novelas, nadie segu<67>a la
explicaci<EFBFBD>n; alguno lleg<65> a presentarse con una corneta, y cuando el
profesor se dispon<6F>a a echar en un vaso de agua un trozo de potasio,
di<EFBFBD> dos toques de atenci<63>n; otro meti<74> un perro vagabundo, y fu<66> un
problema echarlo.
Hab<EFBFBD>a estudiantes descarados que llegaban a las mayores insolencias;
gritaban, rebuznaban, interrump<6D>an al profesor. Una de las gracias
de estos estudiantes era la de dar un nombre falso cuando se lo
preguntaban.
--Usted--dec<65>a el profesor se<73>al<61>ndole con el dedo, mientras le
temblaba la perilla por la c<>lera--, <20>c<EFBFBD>mo se llama usted?
--<2D>Qui<75>n? <20>Yo?
--S<>, se<73>or <20>usted, usted! <20>C<EFBFBD>mo se llama usted?--a<>ad<61>a el profesor,
mirando la lista.
--Salvador S<>nchez.
--Alias Frascuelo--dec<65>a alguno, entendido con <20>l.
--Me llamo Salvador S<>nchez; no s<> a qui<75>n le importar<61> que me llame
as<EFBFBD>, y si hay alguno que le importa, que lo diga--replicaba el
estudiante, mirando al sitio de donde hab<61>a salido la voz y haci<63>ndose
el incomodado.
--<2D>Vaya usted a paseo!--replicaba el otro.
--<2D>Eh! <20>Eh! <20>Fuera! <20>Al corral!--gritaban varias voces.
--Bueno, bueno. Est<73> bien. V<>yase usted--dec<65>a el profesor, temiendo
las consecuencias de estos altercados.
El muchacho se marchaba, y a los pocos d<>as volv<6C>a a repetir la gracia,
dando como suyo el nombre de alg<6C>n pol<6F>tico c<>lebre o de alg<6C>n torero.
Andr<EFBFBD>s Hurtado los primeros d<>as de clase no sal<61>a de su asombro.
Todo aquello era demasiado absurdo. <20>l hubiese querido encontrar una
disciplina fuerte y al mismo tiempo afectuosa, y se encontraba con
una clase grotesca en que los alumnos se burlaban del profesor. Su
preparaci<EFBFBD>n para la ciencia no pod<6F>a ser m<>s desdichada.
III
ANDR<44>S HURTADO Y SU FAMILIA
EN casi todos los momentos de su vida Andr<64>s experimentaba la sensaci<63>n
de sentirse solo y abandonado.
La muerte de su madre le hab<61>a dejado un gran vac<61>o en el alma y una
inclinaci<EFBFBD>n por la tristeza.
La familia de Andr<64>s, muy numerosa, se hallaba formada por el padre y
cinco hermanos. El padre, don Pedro Hurtado, era un se<73>or alto, flaco,
elegante, hombre guapo y calavera en su juventud.
De un ego<67>smo fren<65>tico, se considera el metacentro del mundo. Ten<65>a
una desigualdad de car<61>cter perturbadora, una mezcla de sentimientos
aristocr<EFBFBD>ticos y plebeyos insoportable. Su manera de ser se revelaba
de una manera ins<6E>lita e inesperada. Dirig<69>a la casa desp<73>ticamente,
con una mezcla de chinchorrer<65>a y de abandono, de despotismo y de
arbitrariedad, que a Andr<64>s le sacaba de quicio.
Varias veces, al oir a don Pedro quejarse del cuidado que le
proporcionaba el manejo de la casa, sus hijos le dijeron que lo dejara
en manos de Margarita. Margarita contaba ya veinte a<>os, y sab<61>a
atender a las necesidades familiares mejor que el padre; pero don Pedro
no quer<65>a.
A <20>ste le gustaba disponer del dinero, ten<65>a como norma gastar de
cuando en cuando veinte o treinta duros en caprichos suyos, aunque
supiera que en su casa se necesitaran para algo imprescindible.
Don Pedro ocupaba el cuarto mejor, usaba ropa interior fina, no pod<6F>a
utilizar pa<70>uelos de algod<6F>n, como todos los dem<65>s de la familia, sino
de hilo y de seda. Era socio de dos casinos, cultivaba amistades con
gente de posici<63>n y con algunos arist<73>cratas, y administraba la casa de
la calle de Atocha, donde viv<69>an.
Su mujer, Fermina Iturrioz, fu<66> una v<>ctima; pas<61> la existencia
creyendo que sufrir era el destino natural de la mujer. Despu<70>s de
muerta, don Pedro Hurtado hac<61>a el honor a la difunta de reconocer sus
grandes virtudes.
--No os parec<65>is a vuestra madre--dec<65>a a sus hijos--; aqu<71>lla fu<66> una
santa.
A Andr<64>s le molestaba que don Pedro hablara tanto de su madre, y a
veces le contest<73> violentamente, dici<63>ndole que dejara en paz a los
muertos.
De los hijos, el mayor y el peque<75>o, Alejandro y Luis, eran los
favoritos del padre.
Alejandro era un retrato degradado de don Pedro. M<>s in<69>til y ego<67>sta
a<EFBFBD>n, nunca quiso hacer nada, ni estudiar ni trabajar, y le hab<61>an
colocado en una oficina del Estado, adonde iba solamente a cobrar el
sueldo.
Alejandro daba espect<63>culos bochornosos en casa; volv<6C>a a las altas
horas de las tabernas, se emborrachaba y vomitaba y molestaba a todo el
mundo.
Al comenzar la carrera Andr<64>s, Margarita ten<65>a unos veinte a<>os. Era
una muchacha decidida, un poco seca, dominadora y ego<67>sta.
Pedro ven<65>a tras ella en edad y representaba la indiferencia
filos<EFBFBD>fica y la buena pasta. Estudiaba para abogado, y sal<61>a bien
por recomendaciones; pero no se cuidaba de la carrera para nada. Iba
al teatro, se vest<73>a con elegancia, ten<65>a todos los meses una novia
distinta. Dentro de sus medios gozaba de la vida alegremente.
El hermano peque<75>o, Luisito, de cuatro o cinco a<>os, ten<65>a poca salud.
La disposici<63>n espiritual de la familia era un tanto original. Don
Pedro prefer<65>a a Alejandro y a Luis; consideraba a Margarita como si
fuera una persona mayor; le era indiferente su hijo Pedro, y casi
odiaba a Andr<64>s, porque no se somet<65>a a su voluntad. Hubiera habido que
profundizar mucho para encontrar en <20>l alg<6C>n afecto paternal.
Alejandro sent<6E>a dentro de la casa las mismas simpat<61>as que el padre;
Margarita quer<65>a m<>s que a nadie a Pedro y a Luisito, estimaba a Andr<64>s
y respetaba a su padre. Pedro era un poco indiferente; experimentaba
alg<EFBFBD>n cari<72>o por Margarita y por Luisito y una gran admiraci<63>n por
Andr<EFBFBD>s. Respecto a este <20>ltimo, quer<65>a apasionadamente al hermano
peque<EFBFBD>o, ten<65>a afecto por Pedro y por Margarita, aunque con <20>sta re<72><65>a
constantemente, despreciaba a Alejandro y casi odiaba a su padre; no le
pod<EFBFBD>a soportar, le encontraba petulante, ego<67>sta, necio, pagado de s<>
mismo.
Entre padre e hijo exist<73>a una incompatibilidad absoluta, completa, no
pod<EFBFBD>an estar conformes en nada. Bastaba que uno afirmara una cosa para
que el otro tomara la posici<63>n contraria.
IV
EN EL AISLAMIENTO
LA madre de Andr<64>s, navarra fan<61>tica, hab<61>a llevado a los nueve o diez
a<EFBFBD>os a sus hijos a confesarse.
Andr<EFBFBD>s, de chico, sinti<74> mucho miedo, s<>lo con la idea de acercarse al
confesonario. Llevaba en la memoria el d<>a de la primera confesi<73>n,
como una cosa transcendental, la lista de todos sus pecados; pero
aquel d<>a, sin duda el cura ten<65>a prisa y le despach<63> sin dar gran
importancia a sus peque<75>as transgresiones morales.
Esta primera confesi<73>n fu<66> para <20>l un chorro de agua fr<66>a; su hermano
Pedro le dijo que <20>l se hab<61>a confesado ya varias veces, pero que nunca
se tomaba el trabajo de recordar sus pecados. A la segunda confesi<73>n,
Andr<EFBFBD>s fu<66> dispuesto a no decir al cura m<>s que cuatro cosas para salir
del paso. A la tercera o cuarta vez se comulgaba sin confesarse sin el
menor escr<63>pulo.
Despu<EFBFBD>s, cuando muri<72> su madre, en algunas ocasiones su padre y su
hermana le preguntaban si hab<61>a cumplido con Pascua, a lo cual <20>l
contestaba que s<> indiferentemente.
Los dos hermanos mayores, Alejandro y Pedro, hab<61>an estudiado en un
colegio mientras cursaban el bachillerato; pero al llegar el turno
a Andr<64>s, el padre dijo que era mucho gasto, y llevaron al chico al
Instituto de San Isidro y all<6C> estudi<64> un tanto abandonado. Aquel
abandono y el andar con los chicos de la calle despabil<69> a Andr<64>s.
Se sent<6E>a aislado de la familia, sin madre, muy solo, y la soledad
le hizo reconcentrado y triste. No le gustaba ir a los paseos donde
hubiera gente, como a su hermano Pedro; prefer<65>a meterse en su cuarto y
leer novelas.
Su imaginaci<63>n galopaba, lo consum<75>a todo de antemano. Har<61> esto y
luego esto--pensaba--. <20>Y despu<70>s? Y resolv<6C>a este despu<70>s y se le
presentaba otro y otro.
Cuando concluy<75> el bachillerato se decidi<64> a estudiar Medicina sin
consultar a nadie. Su padre se lo hab<61>a indicado muchas veces: Estudia
lo que quieras; eso es cosa tuya.
A pesar de dec<65>rselo y de recomend<6E>rselo el que su hijo siguiese sus
inclinaciones sin consult<6C>rselo a nadie, interiormente le indignaba.
Don Pedro estaba constantemente predispuesto contra aquel hijo, que
<EFBFBD>l consideraba d<>scolo y rebelde. Andr<64>s no ced<65>a en lo que estimaba
derecho suyo, y se plantaba contra su padre y su hermano mayor con una
terquedad violenta y agresiva.
Margarita ten<65>a que intervenir en estas trifulcas, que casi siempre
conclu<EFBFBD>an march<63>ndose Andr<64>s a su cuarto o a la calle.
Las discusiones comenzaban por la cosa m<>s insignificante; el
desacuerdo entre padre e hijo no necesitaba un motivo especial para
manifestarse, era absoluto y completo; cualquier punto que se tocara
bastaba para hacer brotar la hostilidad, no se cambiaba entre ellos una
palabra amable.
Generalmente el motivo de las discusiones era pol<6F>tico; don Pedro se
burlaba de los revolucionarios, a quien dirig<69>a todos sus desprecios e
invectivas, y Andr<64>s contestaba insultando a la burgues<65>a, a los curas
y al ej<65>rcito.
Don Pedro aseguraba que una persona decente no pod<6F>a ser m<>s que
conservador. En los partidos avanzados ten<65>a que haber necesariamente
gentuza, seg<65>n <20>l.
Para don Pedro, el hombre rico era el hombre por excelencia; tend<6E>a a
considerar la riqueza, no como una casualidad, sino como una virtud;
adem<EFBFBD>s supon<6F>a que con el dinero se pod<6F>a todo. Andr<64>s recordaba el
caso frecuente de muchachos imb<6D>ciles, hijos de familias ricas, y
demostraba que un hombre con un arca llena de oro y un par de millones
del Banco de Inglaterra, en una isla desierta, no podr<64>a hacer nada;
pero su padre no se dignaba atender estos argumentos.
Las discusiones de casa de Hurtado se reflejaban invertidas en el
piso de arriba entre un se<73>or catal<61>n y su hijo. En casa del catal<61>n,
el padre era el liberal y el hijo el conservador; ahora que el padre
era un liberal c<>ndido y que hablaba mal el castellano, y el hijo un
conservador muy burl<72>n y mal intencionado. Muchas veces se o<>a llegar
desde el patio una voz de trueno con acento catal<61>n, que dec<65>a:
--Si la Gloriosa no se hubiera quedado en su camino, ya se hubiera
visto lo que era Espa<70>a.
Y poco despu<70>s la voz del hijo, que gritaba burlonamente:
--<2D>La Gloriosa! <20>Valiente mamarrachada!
--<2D>Qu<51> est<73>pidas discusiones!--dec<65>a Margarita con un moh<6F>n de
desprecio, dirigi<67>ndose a su hermano Andr<64>s--. <20>Como si por lo que
vosotros habl<62>is se fueran a resolver las cosas!
A medida que Andr<64>s se hac<61>a hombre, la hostilidad entre <20>l y su padre
aumentaba. El hijo no le ped<65>a nunca dinero; quer<65>a considerar a don
Pedro como a un extra<72>o.
V
EL RINC<4E>N DE ANDR<44>S
LA casa donde viv<69>a la familia Hurtado era propiedad de un marqu<71>s, a
quien don Pedro hab<61>a conocido en el colegio.
Don Pedro la administraba, cobraba los alquileres y hablaba mucho y con
entusiasmo del marqu<71>s y de sus fincas, lo que a su hijo le parec<65>a de
una absoluta bajeza.
La familia de Hurtado estaba bien relacionada; don Pedro, a pesar de
sus arbitrariedades y de su despotismo casero, era amabil<69>simo con los
de fuera y sab<61>a sostener las amistades <20>tiles.
Hurtado conoc<6F>a a toda la vecindad y era muy complaciente con
ella. Guardaba a los vecinos muchas atenciones, menos a los de las
guardillas, a quienes odiaba.
En su teor<6F>a del dinero equivalente a m<>rito, llevada a la pr<70>ctica,
desheredado ten<65>a que ser sin<69>nimo de miserable.
Don Pedro, sin pensarlo, era un hombre a la antigua; la sospecha de
que un obrero pretendiese considerarse como una persona, o de que una
mujer quisiera ser independiente le ofend<6E>a como un insulto.
S<EFBFBD>lo perdonaba a la gente pobre su pobreza, si un<75>an a <20>sta la
desverg<EFBFBD>enza y la canaller<65>a. Para la gente baja, a quien se pod<6F>a
hablar de t<>, chulos, mozas de partido, jugadores, guardaba don Pedro
todas sus simpat<61>as.
En la casa, en uno de los cuartos del piso tercero, viv<69>an dos ex
bailarinas, protegidas por un viejo senador.
La familia de Hurtado las conoc<6F>a por las del Mo<4D>ete.
El origen del apodo proven<65>a de la ni<6E>a de la favorita del viejo
senador. A la ni<6E>a la peinaban con un mo<6D>o recogido en medio de la
cabeza muy peque<75>o. Luisito, al verla por primera vez, le llam<61> la
Chica del Mo<4D>ete, y luego el apodo del Mo<4D>ete pas<61> por extensi<73>n a
la madre y a la t<>a. Don Pedro hablaba con frecuencia de las dos ex
bailarinas y las elogiaba mucho; su hijo Alejandro celebraba las frases
de su padre como si fueran de un camarada suyo; Margarita se quedaba
seria al oir las alusiones a la vida licenciosa de las bailarinas,
y Andr<64>s volv<6C>a la cabeza desde<64>osamente, dando a entender que los
alardes c<>nicos de su padre le parec<65>an rid<69>culos y fuera de lugar.
<EFBFBD>nicamente a las horas de comer Andr<64>s se reun<75>a con su familia; en lo
restante del tiempo no se le ve<76>a.
Durante el bachillerato, Andr<64>s hab<61>a dormido en la misma habitaci<63>n
que su hermano Pedro; pero al comenzar la carrera pidi<64> a Margarita le
trasladaran a un cuarto bajo de techo, utilizado para guardar trastos
viejos.
Margarita al principio se opuso; pero luego accedi<64>, mand<6E> quitar los
armarios y ba<62>les, y all<6C> se instal<61> Andr<64>s.
La casa era grande, con esos pasillos y recovecos un poco misteriosos
de las construcciones antiguas.
Para llegar al nuevo cuarto de Andr<64>s hab<61>a que subir unas escaleras,
lo que le dejaba completamente independiente.
El cuartucho ten<65>a un aspecto de celda: Andr<64>s pidi<64> a Margarita le
cediera un armario y lo llen<65> de libros y papeles, colg<6C> en las paredes
los huesos del esqueleto que le di<64> su t<>o el doctor Iturrioz, y dej<65>
el cuarto con cierto aire de antro de mago o de nigrom<6F>ntico.
All<EFBFBD> se encontraba a su gusto, solo; dec<65>a que estudiaba mejor con
aquel silencio; pero muchas veces se pasaba el tiempo leyendo novelas o
mirando sencillamente por la ventana.
Esta ventana ca<63>a sobre la parte de atr<74>s de varias casas de las calles
de Santa Isabel y de la Esperancilla, y sobre unos patios y tejavanas.
Andr<EFBFBD>s hab<61>a dado nombres novelescos a lo que se ve<76>a desde all<6C>: la
casa misteriosa, la casa de la escalera, la torre de la cruz, el
puente del gato negro, el tejado del dep<65>sito de agua...
Los gatos de casa de Andr<64>s sal<61>an por la ventana y hac<61>an largas
excursiones por estas tejavanas y saledizos, robaban de las cocinas, y
un d<>a, uno de ellos se present<6E> con una perdiz en la boca.
Luisito sol<6F>a ir content<6E>simo al cuarto de su hermano, observaba las
maniobras de los gatos, miraba la calavera con curiosidad; le produc<75>a
todo un gran entusiasmo. Pedro, que siempre hab<61>a tenido por su hermano
cierta admiraci<63>n, iba tambi<62>n a verle a su cubil y a admirarle como a
un bicho raro.
Al final del primer a<>o de carrera, Andr<64>s empez<65> a tener mucho
miedo de salir mal en los ex<65>menes. Las asignaturas eran para marear
a cualquiera: los libros muy voluminosos; apenas hab<61>a tiempo de
enterarse bien; luego las clases, en distintos sitios, distantes los
unos de los otros, hac<61>an perder tiempo andando de aqu<71> para all<6C>, lo
que constitu<74>a motivos de distracci<63>n.
Adem<EFBFBD>s, y esto Andr<64>s no pod<6F>a achac<61>rselo a nadie m<>s que a s<> mismo,
muchas veces, con Aracil y con Montaner, iba, dejando la clase, a la
parada de Palacio o al Retiro, y despu<70>s, por la noche, en vez de
estudiar, se dedicaba a leer novelas.
Lleg<EFBFBD> mayo y Andr<64>s se puso a devorar los libros a ver si pod<6F>a
resarcirse del tiempo perdido. Sent<6E>a un gran temor de salir mal, m<>s
que nada por la rechifla del padre, que pod<6F>a decir: Para eso creo que
no necesitabas tanta soledad.
Con gran asombro suyo aprob<6F> cuatro asignaturas, y le suspendieron, sin
ning<EFBFBD>n asombro por su parte, en la <20>ltima, en el examen de Qu<51>mica. No
quiso confesar en casa el peque<75>o tropiezo e invent<6E> que no se hab<61>a
presentado.
--<2D>Valiente primo!--le dijo su hermano Alejandro.
Andr<EFBFBD>s decidi<64> estudiar con energ<72>a durante el verano. All<6C>, en su
celda, se encontrar<61>a muy bien, muy tranquilo y a gusto. Pronto se
olvid<EFBFBD> de sus prop<6F>sitos, y en vez de estudiar miraba por la ventana
con un anteojo la gente que sal<61>a en las casas de la vecindad.
Por la ma<6D>ana dos muchachitas aparec<65>an en unos balcones lejanos.
Cuando se levantaba Andr<64>s ya estaban ellas en el balc<6C>n. Se peinaban y
se pon<6F>an cintas en el pelo.
No se les ve<76>a bien la cara, porque el anteojo, adem<65>s de ser de poco
alcance, no era acrom<6F>tico y daba una gran irisaci<63>n a todos los
objetos.
Un chico que viv<69>a enfrente de estas muchachas sol<6F>a echarlas un rayo
de sol con un espejito. Ellas le re<72><65>an y amenazaban, hasta que,
cansadas, se sentaban a coser en el balc<6C>n.
En una guardilla pr<70>xima hab<61>a una vecina que, al levantarse, se
pintaba la cara. Sin duda no sospechaba que pudieran mirarle y
realizaba su operaci<63>n de un modo concienzudo. Deb<65>a de hacer una
verdadera obra de arte; parec<65>a un ebanista barnizando un mueble.
Andr<EFBFBD>s, a pesar de que le<6C>a y le<6C>a el libro, no se enteraba de nada. Al
comenzar a repasar vi<76> que, excepto las primeras lecciones de Qu<51>mica,
de todo lo dem<65>s apenas pod<6F>a contestar.
Pens<EFBFBD> en buscar alguna recomendaci<63>n; no quer<65>a decirle nada a su
padre, y fu<66> a casa de su t<>o Iturrioz a explicarle lo que le pasaba.
Iturrioz le pregunt<6E>:
--<2D>Sabes algo de Qu<51>mica?
--Muy poco.
--<2D>No has estudiado?
--S<>; pero se me olvida todo en seguida.
--Es que hay que saber estudiar. Salir bien en los ex<65>menes es una
cuesti<EFBFBD>n mnemot<6F>cnica, que consiste en aprender y repetir el m<>nimum
de datos hasta dominarlos...; pero, en fin, ya no es tiempo de eso, te
recomendar<EFBFBD>, vete con esta carta a casa del profesor.
Andr<EFBFBD>s, fu<66> a ver al catedr<64>tico, que le trat<61> como a un recluta.
El examen que hizo d<>as despu<70>s le asombr<62> por lo detestable; se
levant<EFBFBD> de la silla confuso, lleno de verg<72>enza. Esper<65> teniendo la
seguridad de que saldr<64>a mal; pero se encontr<74>, con gran sorpresa, que
le hab<61>an aprobado.
VI
LA SALA DE DISECCI<43>N
EL curso siguiente, de menos asignaturas, era algo m<>s f<>cil, no hab<61>a
tantas cosas que retener en la cabeza.
A pesar de esto, s<>lo la Anatom<6F>a bastaba para poner a prueba la
memoria mejor organizada.
Unos meses despu<70>s del principio de curso, en el tiempo fr<66>o, se
comenzaba la clase de disecci<63>n. Los cincuenta o sesenta alumnos se
repart<EFBFBD>an en diez o doce mesas y se agrupaban de cinco en cinco en cada
una.
Se reunieron en la misma mesa, Montaner, Aracil y Hurtado, y otros dos
a quien ellos consideraban como extra<72>os a su peque<75>o c<>rculo.
Sin saber por qu<71>, Hurtado y Montaner, que en el curso anterior se
sent<EFBFBD>an hostiles, se hicieron muy amigos en el siguiente.
Andr<EFBFBD>s le pidi<64> a su hermana Margarita que le cosiera una blusa para
la clase de disecci<63>n; una blusa negra con mangas de hule y vivos
amarillos.
Margarita se la hizo. Estas blusas no eran nada limpias, porque en las
mangas, sobre todo, se pegaban piltrafas de carne, que se secaban y no
se ve<76>an.
La mayor<6F>a de los estudiantes ansiaban llegar a la sala de disecci<63>n
y hundir el escalpelo en los cad<61>veres, como si les quedara un fondo
at<EFBFBD>vico de crueldad primitiva.
En todos ellos se produc<75>a un alarde de indiferencia y de jovialidad
al encontrarse frente a la muerte, como si fuera una cosa divertida y
alegre destripar y cortar en pedazos los cuerpos de los infelices que
llegaban all<6C>.
Dentro de la clase de disecci<63>n, los estudiantes gustaban de encontrar
grotesca la muerte; a un cad<61>ver le pon<6F>an un cucurucho en la boca o un
sombrero de papel.
Se contaba de un estudiante de segundo a<>o que hab<61>a embromado a un
amigo suyo, que sab<61>a era un poco aprensivo, de este modo: cogi<67> el
brazo de un muerto, se emboz<6F> en la capa y se acerc<72> a saludar a su
amigo.
--<2D>Hola, qu<71> tal?--le dijo sacando por debajo de la capa la mano del
cad<EFBFBD>ver--. Bien y t<>, contest<73> el otro. El amigo estrech<63> la mano, se
estremeci<EFBFBD> al notar su frialdad y qued<65> horrorizado al ver que por
debajo de la capa sal<61>a el brazo de un cad<61>ver.
De otro caso sucedido por entonces se habl<62> mucho entre los alumnos.
Uno de los m<>dicos del hospital, especialista en enfermedades
nerviosas, hab<61>a dado orden de que a un enfermo suyo, muerto en su
sala, se le hiciera la autopsia y se le extrajera el cerebro y se le
llevara a su casa.
El interno extrajo el cerebro y lo envi<76> con un mozo al domicilio
del m<>dico. La criada de la casa, al ver el paquete, crey<65> que eran
sesos de vaca, y los llev<65> a la cocina y los prepar<61> y los sirvi<76> a la
familia.
Se contaban muchas historias como <20>sta, fueran verdad o no, con
verdadera fruici<63>n. Exist<73>a entre los estudiantes de Medicina una
tendencia al esp<73>ritu de clase, consistente en un com<6F>n desd<73>n por la
muerte; en cierto entusiasmo por la brutalidad quir<69>rgica, y en un gran
desprecio por la sensibilidad.
Andr<EFBFBD>s Hurtado no manifestaba m<>s sensibilidad que los otros; no le
hac<EFBFBD>a tampoco ninguna mella ver abrir, cortar y descuartizar cad<61>veres.
Lo que s<> le molestaba, era el procedimiento de sacar los muertos del
carro en donde los tra<72>an del dep<65>sito del hospital. Los mozos cog<6F>an
estos cad<61>veres, uno por los brazos y otro por los pies, los aupaban y
los echaban al suelo.
Eran casi siempre cuerpos esquel<65>ticos, amarillos, como momias. Al
dar en la piedra, hac<61>an un ruido desagradable, extra<72>o, como de algo
sin elasticidad, que se derrama; luego, los mozos iban cogiendo los
muertos, uno a uno, por los pies y arrastr<74>ndolos por el suelo; y al
pasar unas escaleras que hab<61>a para bajar a un patio donde estaba
el dep<65>sito de la sala, las cabezas iban dando l<>gubremente en los
escalones de piedra. La impresi<73>n era terrible; aquello parec<65>a el
final de una batalla prehist<73>rica, o de un combate del circo romano, en
que los vencedores fueran arrastrando a los vencidos.
Hurtado imitaba a los h<>roes de las novelas le<6C>das por <20>l, y
reflexionaba acerca de la vida y de la muerte; pensaba que si las
madres de aquellos desgraciados que iban al _spoliarium_, hubiesen
vislumbrado el final miserable de sus hijos, hubieran deseado
seguramente parirlos muertos.
Otra cosa desagradable para Andr<64>s, era el ver despu<70>s de hechas las
disecciones, c<>mo met<65>an todos los pedazos sobrantes en unas calderas
cil<EFBFBD>ndricas pintadas de rojo, en donde aparec<65>a una mano entre un
h<EFBFBD>gado, y un trozo de masa encef<65>lica, y un ojo opaco y turbio en medio
del tejido pulmonar.
A pesar de la repugnancia que le inspiraban tales cosas, no le
preocupaban; la anatom<6F>a y la disecci<63>n le produc<75>an inter<65>s.
Esta curiosidad por sorprender la vida; este instinto de inquisici<63>n
tan humano, lo experimentaba <20>l como casi todos los alumnos.
Uno de los que lo sent<6E>an con m<>s fuerza, era un catal<61>n amigo de
Aracil, que a<>n estudiaba en el Instituto.
Jaime Mass<73>, as<61> se llamaba, ten<65>a la cabeza peque<75>a, el pelo
negro, muy fino, la tez de un color blanco amarillento, y la
mand<EFBFBD>bula prognata. Sin ser inteligente, sent<6E>a tal curiosidad por
el funcionamiento de los <20>rganos, que si pod<6F>a se llevaba a casa la
mano o el brazo de un muerto, para disecarlos a su gusto. Con las
piltrafas, seg<65>n dec<65>a, abonaba unos tiestos o los echaba al balc<6C>n de
un arist<73>crata de la vecindad a quien odiaba.
Mass<EFBFBD>, especial en todo, ten<65>a los estigmas de un degenerado. Era
muy supersticioso; andaba por en medio de las calles y nunca por las
aceras; dec<65>a, medio en broma, medio en serio, que al pasar iba dejando
como rastro, un hilo invisible que no deb<65>a romperse. As<41>, cuando iba a
un caf<61> o al teatro sal<61>a por la misma puerta por donde hab<61>a entrado
para ir recogiendo el misterioso hilo.
Otra cosa caracterizaba a Mass<73>; su wagnerismo entusiasta e
intransigente que contrastaba con la indiferencia musical de Aracil, de
Hurtado y de los dem<65>s.
Aracil hab<61>a formado a su alrededor una camarilla de amigos a quienes
dominaba y mortificaba, y entre <20>stos se contaba Mass<73>; le daba grandes
plantones, se burlaba de <20>l, lo ten<65>a como a un payaso.
Aracil demostraba casi siempre una crueldad desde<64>osa, sin brutalidad,
de un car<61>cter femenino.
Aracil, Montaner y Hurtado, como muchachos que viv<69>an en Madrid, se
reun<EFBFBD>an poco con los estudiantes provincianos; sent<6E>an por ellos un
gran desprecio; todas esas historias del casino del pueblo, de la novia
y de las calaveradas en el lugar<61>n de la Mancha o de Extremadura, les
parec<EFBFBD>an cosas plebeyas, buenas para gente de calidad inferior.
Esta misma tendencia aristocr<63>tica, m<>s grande sobre todo en Aracil
y en Montaner que en Andr<64>s, les hac<61>a huir de lo estruendoso, de lo
vulgar, de lo bajo; sent<6E>an repugnancia por aquellas chirlatas en donde
los estudiantes de provincia perd<72>an curso tras curso, est<73>pidamente
jugando al billar o al domin<69>.
A pesar de la influencia de sus amigos, que le induc<75>an a aceptar las
ideas y la vida de un se<73>orito madrile<6C>o de buena sociedad, Hurtado se
resist<EFBFBD>a.
Sujeto a la acci<63>n de la familia, de sus condisc<73>pulos y de los libros,
Andr<EFBFBD>s iba formando su esp<73>ritu con el aporte de conocimientos y datos
un poco heterog<6F>neos.
Su biblioteca aumentaba con desechos; varios libros ya antiguos de
Medicina y de Biolog<6F>a, le di<64> su t<>o Iturrioz; otros, en su mayor<6F>a
folletines y novelas, los encontr<74> en casa; algunos los fu<66> comprando
en las librer<65>as de lance. Una se<73>ora vieja, amiga de la familia, le
regal<EFBFBD> unas ilustraciones y la historia de la Revoluci<63>n francesa, de
Thiers. Este libro, que comenz<6E> treinta veces y treinta veces lo dej<65>
aburrido, lleg<65> a leerlo y a preocuparle. Despu<70>s de la historia de
Thiers, ley<65> los _Girondinos_, de Lamartine.
Con la l<>gica un poco rectil<69>nea del hombre joven, lleg<65> a creer que el
tipo m<>s grande de la Revoluci<63>n, era Saint Just. En muchos libros, en
las primeras p<>ginas en blanco, escribi<62> el nombre de su h<>roe, y lo
rode<EFBFBD> como a un sol de rayos.
Este entusiasmo absurdo lo mantuvo secreto; no quiso comunic<69>rselo a
sus amigos. Sus cari<72>os y sus odios revolucionarios, se los reservaba,
no sal<61>an fuera de su cuarto. De esta manera, Andr<64>s Hurtado se sent<6E>a
distinto cuando hablaba con sus condisc<73>pulos en los pasillos de San
Carlos y cuando so<73>aba en la soledad de su cuartucho.
Ten<EFBFBD>a Hurtado dos amigos a quienes ve<76>a de tarde en tarde. Con ellos
debat<EFBFBD>a las mismas cuestiones que con Aracil y Montaner, y pod<6F>a as<61>
apreciar y comparar sus puntos de vista.
De estos amigos, compa<70>eros de Instituto, el uno estudiaba para
ingeniero, y se llamaba Rafael Sa<53>udo; el otro era un chico enfermo,
Ferm<EFBFBD>n Ibarra.
A Sa<53>udo, Andr<64>s le ve<76>a los s<>bados por la noche en un caf<61> de la
calle Mayor, que se llamaba Caf<61> del Siglo.
A medida que pasaba el tiempo, ve<76>a Hurtado c<>mo diverg<72>a en gustos y
en ideas de su amigo Sa<53>udo, con quien antes, de chico, se encontraba
tan de acuerdo.
Sa<EFBFBD>udo y sus condisc<73>pulos no hablaban en el caf<61> m<>s que de m<>sica; de
las <20>peras del Real, y sobre todo, de Wagner. Para ellos, la ciencia,
la pol<6F>tica, la revoluci<63>n, Espa<70>a, nada ten<65>a importancia al lado
de la m<>sica de Wagner. Wagner era el Mes<65>as, Beethoven y Mozart los
precursores. Hab<61>a algunos beethovenianos que no quer<65>an aceptar a
Wagner, no ya como el Mes<65>as, ni aun siquiera como un continuador
digno de sus antecesores, y no hablaban m<>s que de la quinta y de la
novena, en <20>xtasis. A Hurtado, que no le preocupaba la m<>sica, estas
conversaciones le impacientaban.
Empez<EFBFBD> a creer que esa idea general y vulgar de que el gusto por la
m<EFBFBD>sica significa espiritualidad, era inexacta. Por lo menos en los
casos que <20>l ve<76>a, la espiritualidad no se confirmaba. Entre aquellos
estudiantes amigos de Sa<53>udo, muy filarm<72>nicos, hab<61>a muchos, casi
todos, mezquinos, mal intencionados, envidiosos.
Sin duda, pens<6E> Hurtado, que le gustaba explic<69>rselo todo, la vaguedad
de la m<>sica hace que los envidiosos y los canallas, al oir las
melod<EFBFBD>as de Mozart, o las armon<6F>as de Wagner, descansen con delicia
de la acritud interna que les produce sus malos sentimientos, como un
hiperclorh<EFBFBD>drico al ingerir una substancia neutra.
En aquel Caf<61> del Siglo, adonde iba Sa<53>udo, el p<>blico, en su mayor<6F>a,
era de estudiantes; hab<61>a tambi<62>n algunos grupos de familia, de esos
que se atornillan en una mesa, con gran desesperaci<63>n del mozo, y unas
cuantas muchachas de aire equ<71>voco.
Entre ellas llamaba la atenci<63>n una rubia muy guapa, acompa<70>ada de su
madre. La madre era una chatorrona gorda, con el colmillo retorcido,
y la mirada de jabal<61>. Se conoc<6F>a su historia; despu<70>s de vivir con
un sargento, el padre de la muchacha, se hab<61>a casado con un relojero
alem<EFBFBD>n, hasta que <20>ste, harto de la golfer<65>a de su mujer, la hab<61>a
echado de su casa a puntapi<70>s.
Sa<EFBFBD>udo y sus amigos se pasaban la noche del s<>bado hablando mal de
todo el mundo, y luego comentando con el pianista y el violinista del
caf<EFBFBD>, las bellezas de una sonata de Beethoven o de un minu<6E> de Mozart.
Hurtado comprendi<64> que aquel no era su centro y dej<65> de ir por all<6C>.
Varias noches, Andr<64>s entraba en alg<6C>n caf<61> cantante con su tablado
para las cantadoras y bailadoras. El baile flamenco le gustaba y el
canto tambi<62>n cuando era sencillo; pero aquellos especialistas de caf<61>,
hombres gordos que se sentaban en una silla con un palito y comenzaban
a dar jip<69>os y a poner la cara muy triste, le parec<65>an repugnantes.
La imaginaci<63>n de Andr<64>s le hac<61>a ver peligros imaginarios que por un
esfuerzo de voluntad intentaba desafiar y vencer.
Hab<EFBFBD>a algunos caf<61>s cantantes y casas de juego, muy cerrados, que
a Hurtado se le antojaban peligrosos; uno de ellos era el caf<61> del
Brillante, donde se formaban grupos de chulos, camareras y bailadoras;
el otro un garito de la calle de la Magdalena, con las ventanas ocultas
por cortinas verdes. Andr<64>s se dec<65>a: Nada, hay que entrar aqu<71>; y
entraba temblando de miedo.
Estos miedos variaban en <20>l. Durante alg<6C>n tiempo, tuvo como una mujer
extra<EFBFBD>a, a una buscona de la calle del Candil, con unos ojos negros
sombreados de obscuro, y una sonrisa que mostraba sus dientes blancos.
Al verla, Andr<64>s se estremec<65>a y se echaba a temblar. Un d<>a la
oy<EFBFBD> hablar con acento gallego, y sin saber por qu<71>, todo su terror
desapareci<EFBFBD>.
Muchos domingos por la tarde, Andr<64>s iba a casa de su condisc<73>pulo
Ferm<EFBFBD>n Ibarra. Ferm<72>n estaba enfermo con una artritis, y se pasaba la
vida leyendo libros de ciencia recreativa. Su madre le ten<65>a como a un
ni<EFBFBD>o y le compraba juguetes mec<65>nicos que a <20>l le divert<72>an.
Hurtado le contaba lo que hac<61>a, le hablaba de la clase de disecci<63>n,
de los caf<61>s cantantes, de la vida de Madrid de noche.
Ferm<EFBFBD>n, resignado, le o<>a con gran curiosidad. Cosa absurda; al salir
de casa del pobre enfermo, Andr<64>s ten<65>a una idea agradable de su vida.
<EFBFBD>Era un sentimiento malvado de contraste? <20>El sentirse sano y fuerte
cerca del impedido y del d<>bil?
Fuera de aquellos momentos, en los dem<65>s, el estudio, las discusiones,
la casa, los amigos, sus correr<65>as, todo esto, mezclado con sus
pensamientos, le daba una impresi<73>n de dolor, de amargura en el
esp<EFBFBD>ritu. La vida en general, y sobre todo la suya, le parec<65>a una cosa
fea, turbia, dolorosa e indominable.
VII
ARACIL Y MONTANER
ARACIL, Montaner y Hurtado concluyeron felizmente su primer curso de
Anatom<EFBFBD>a. Aracil se fu<66> a Galicia, en donde se hallaba empleado su
padre; Montaner a un pueblo de la Sierra y Andr<64>s se qued<65> sin amigos.
El verano le pareci<63> largo y pesado; por las ma<6D>anas iba con Margarita
y Luisito al Retiro, y all<6C> corr<72>an y jugaban los tres; luego la tarde
y la noche las pasaba en casa dedicado a leer novelas; una porci<63>n de
folletines publicados en los peri<72>dicos durante varios a<>os. Dumas
padre, Eugenio Su<53>, Montep<65>n, Gaboriau, Miss Braddon sirvieron de pasto
a su af<61>n de leer. Tal dosis de literatura, de cr<63>menes, de aventuras y
de misterios acab<61> por aburrirle.
Los primeros d<>as del curso le sorprendieron agradablemente. En estos
d<EFBFBD>as oto<74>ales duraba todav<61>a la feria de septiembre en el Prado,
delante del Jard<72>n Bot<6F>nico, y al mismo tiempo que las barracas con
juguetes, los t<>os vivos, los tiros al blanco, y los montones de
nueces, almendras y acerolas, hab<61>a puestos de libros en donde se
congregaban los bibli<6C>filos, a revolver y a hojear los viejos vol<6F>menes
llenos de polvo. Hurtado sol<6F>a pasar todo el tiempo que duraba la
feria, registrando los libracos entre el se<73>or grave, vestido de negro,
con anteojos, de aspecto doctoral, y alg<6C>n cura esquel<65>tico, de sotana
ra<EFBFBD>da.
Ten<EFBFBD>a Andr<64>s cierta ilusi<73>n por el nuevo curso, iba a estudiar
Fisiolog<EFBFBD>a y cre<72>a que el estudio de las funciones de la vida le
interesar<EFBFBD>a tanto o m<>s que una novela; pero se enga<67><61>, no fu<66> as<61>.
Primeramente el libro de texto era un libro est<73>pido, hecho con
recortes de obras francesas y escrito sin claridad y sin entusiasmo;
ley<EFBFBD>ndolo no se pod<6F>a formar una idea clara del mecanismo de la vida;
el hombre aparec<65>a, seg<65>n el autor, como un armario con una serie de
aparatos dentro, completamente separados los unos de los otros, como
los negociados de un ministerio.
Luego el catedr<64>tico era hombre sin ninguna afici<63>n a lo que explicaba,
un se<73>or senador, de esos latosos, que se pasaba las tardes en el
Senado discutiendo tonter<65>as y provocando el sue<75>o de los abuelos de la
Patria.
Era imposible que con aquel texto y aquel profesor llegara nadie a
sentir el deseo de penetrar en la ciencia de la vida. La Fisiolog<6F>a,
curs<EFBFBD>ndola as<61>, parec<65>a una cosa est<73>lida y deslavazada, sin problemas
de inter<65>s ni ning<6E>n atractivo.
Hurtado tuvo una verdadera decepci<63>n. Era indispensable tomar la
Fisiolog<EFBFBD>a como todo lo dem<65>s, sin entusiasmo, como uno de los
obst<EFBFBD>culos que salvar para concluir la carrera.
Esta idea, de una serie de obst<73>culos, era la idea de Aracil. <20>l
consideraba una locura el pensar que hab<61>an de encontrar un estudio
agradable.
Julio, en esto, y en casi todo, acertaba. Su gran sentido de la
realidad le enga<67>aba pocas veces.
Aquel curso, Hurtado intim<69> bastante con Julio Aracil. Julio era un a<>o
o a<>o y medio m<>s viejo que Hurtado y parec<65>a m<>s hombre. Era moreno,
de ojos brillantes y saltones, la cara de una expresi<73>n viva, la
palabra f<>cil, la inteligencia r<>pida.
Con estas condiciones cualquiera hubiese pensado que se hac<61>a
simp<EFBFBD>tico; pero no, le pasaba todo lo contrario; la mayor<6F>a de los
conocidos le profesaban poco afecto.
Julio viv<69>a con unas t<>as viejas; su padre, empleado en una capital de
provincia, era de una posici<63>n bastante modesta. Julio se mostraba muy
independiente, pod<6F>a haber buscado la protecci<63>n de su primo Enrique
Aracil, que por entonces acababa de obtener una plaza de m<>dico en el
hospital, por oposici<63>n, y que pod<6F>a ayudarle; pero Julio no quer<65>a
protecci<EFBFBD>n alguna; no iba ni a ver a su primo; pretend<6E>a deb<65>rselo
todo a s<> mismo. Dada su tendencia pr<70>ctica, era un poco parad<61>jica
esta resistencia suya a ser protegido.
Julio, muy h<>bil, no estudiaba casi nada, pero aprobaba siempre.
Buscaba amigos menos inteligentes que <20>l para explotarles; all<6C> donde
ve<EFBFBD>a una superioridad cualquiera, fuese en el orden que fuese, se
retiraba. Lleg<65> a confesar a Hurtado, que le molestaba pasear con gente
de m<>s estatura que <20>l.
Julio aprend<6E>a con gran facilidad todos los juegos. Sus padres,
haciendo un sacrificio, pod<6F>an pagarle los libros, las matr<74>culas y la
ropa. La t<>a de Julio sol<6F>a darle para que fuera alguna vez al teatro
un duro todos los meses, y Aracil se las arreglaba jugando a las cartas
con sus amigos, de tal manera, que despu<70>s de ir al caf<61> y al teatro y
comprar cigarrillos, al cabo del mes, no s<>lo le quedaba el duro de su
t<EFBFBD>a, sino que ten<65>a dos o tres m<>s.
Aracil era un poco petulante, se cuidaba el pelo, el bigote, las u<>as y
le gustaba ech<63>rselas de guapo. Su gran deseo en el fondo era dominar,
pero no pod<6F>a ejercer su dominaci<63>n en una zona extensa, ni trazarse un
plan, y toda su voluntad de poder y toda su habilidad se empleaba en
cosas peque<75>as. Hurtado le comparaba a esos insectos activos que van
dando vueltas a un camino circular con una decisi<73>n inquebrantable e
in<EFBFBD>til.
Una de las ideas gratas a Julio era pensar que hab<61>a muchos vicios y
depravaciones en Madrid.
La venalidad de los pol<6F>ticos, la fragilidad de las mujeres, todo lo
que significara claudicaci<63>n, le gustaba; que una c<>mica, por hacer un
papel importante, se entend<6E>a con un empresario viejo y repulsivo; que
una mujer, al parecer honrada, iba a una casa de citas, le encantaba.
Esa omnipotencia del dinero, antip<69>tica para un hombre de sentimientos
delicados, le parec<65>a a Aracil algo sublime, admirable, un holocausto
natural a la fuerza del oro.
Julio era un verdadero fenicio; proced<65>a de Mallorca y probablemente
hab<EFBFBD>a en <20>l sangre sem<65>tica. Por lo menos si la sangre faltaba, las
inclinaciones de la raza estaban <20>ntegras. So<53>aba con viajar por el
Oriente, y aseguraba siempre que, de tener dinero, los primeros pa<70>ses
que visitar<61>a ser<65>an Egipto y el Asia Menor.
El doctor Iturrioz, t<>o carnal de Andr<64>s Hurtado, sol<6F>a afirmar
probablemente de una manera arbitraria, que en Espa<70>a, desde un punto
de vista moral, hay dos tipos: el tipo ib<69>rico y el tipo semita. Al
tipo ib<69>rico asignaba el doctor las cualidades fuertes y guerreras
de la raza; al tipo semita las tendencias rapaces, de intriga y de
comercio.
Aracil era un ejemplar acabado del tipo semita. Sus ascendientes
debieron ser comerciantes de esclavos en alg<6C>n pueblo del
Mediterr<EFBFBD>neo. A Julio le molestaba todo lo que fuera violento y
exaltado: el patriotismo, la guerra, el entusiasmo pol<6F>tico o social;
le gustaba el fausto, la riqueza, las alhajas, y como no ten<65>a dinero
para comprarlas buenas, las llevaba falsas y casi le hac<61>a m<>s gracia
lo mixtificado que lo bueno.
Daba tanta importancia al dinero, sobre todo al dinero ganado, que el
comprobar lo dif<69>cil de conseguirlo le agradaba. Como era su dios,
su <20>dolo, de darse demasiado f<>cilmente, le hubiese parecido mal. Un
para<EFBFBD>so conseguido sin esfuerzo no entusiasma al creyente; la mitad por
lo menos del m<>rito de la gloria est<73> en su dificultad, y para Julio
la dificultad de conseguir el dinero constitu<74>a uno de sus mayores
encantos.
Otra de las condiciones de Aracil era acomodarse a las circunstancias,
para <20>l no hab<61>a cosas desagradables; de considerarlo necesario, lo
aceptaba todo.
Con su sentido previsor de hormiga, calculaba la cantidad de placeres
obtenibles por una cantidad de dinero. Esto constitu<74>a una de sus
mayores preocupaciones. Miraba los bienes de la tierra con ojos de
tasador jud<75>o. Si se convenc<6E>a de que una cosa de treinta c<>ntimos la
hab<EFBFBD>a comprado por veinte, sent<6E>a un verdadero disgusto.
Julio le<6C>a novelas francesas de escritores medio naturalistas, medio
galantes; estas relaciones de la vida de lujo y de vicio de Par<61>s le
encantaban.
De ser cierta la clasificaci<63>n de Iturrioz, Montaner tambi<62>n ten<65>a m<>s
del tipo semita que del ib<69>rico. Era enemigo de lo violento y de lo
exaltado, perezoso, tranquilo, comod<6F>n.
Blando de car<61>cter, daba al principio de tratarle cierta impresi<73>n
de acritud y energ<72>a, que no era m<>s que el reflejo del ambiente de
su familia, constitu<74>da por el padre y la madre y varias hermanas
solteronas, de car<61>cter duro y avinagrado.
Cuando Andr<64>s lleg<65> a conocer a fondo a Montaner, se hizo amigo suyo.
Concluyeron los tres compa<70>eros el curso. Aracil se march<63>, como sol<6F>a
hacerlo todos los veranos, al pueblo en donde estaba su familia, y
Montaner y Hurtado se quedaron en Madrid.
El verano fu<66> sofocante; por las noches, Montaner, despu<70>s de cenar,
iba a casa de Hurtado, y los dos amigos paseaban por la Castellana
y por el Prado, que por entonces tomaba el car<61>cter de un paseo
provinciano, aburrido, polvoriento y l<>nguido.
Al final del verano un amigo le di<64> a Montaner una entrada para los
Jardines del Buen Retiro. Fueron los dos todas las noches. O<>an cantar
<EFBFBD>peras antiguas, interrumpidas por los gritos de la gente que pasaba
dentro del vag<61>n de una monta<74>a rusa que cruzaba el jard<72>n; segu<67>an a
las chicas, y a la salida se sentaban a tomar horchata o lim<69>n en alg<6C>n
puesto del Prado.
Lo mismo Montaner que Andr<64>s hablaban casi siempre mal de Julio;
estaban de acuerdo en considerarle ego<67>sta, mezquino, s<>rdido, incapaz
de hacer nada por nadie. Sin embargo, cuando Aracil llegaba a Madrid,
los dos se reun<75>an siempre con <20>l.
VIII
UNA F<>RMULA DE LA VIDA
EL a<>o siguiente, el cuarto de carrera, hab<61>a para los alumnos, y sobre
todo para Andr<64>s Hurtado, un motivo de curiosidad: la clase de don Jos<6F>
de Letamendi.
Letamendi era de estos hombres universales que se ten<65>an en la Espa<70>a
de hace unos a<>os; hombres universales a quienes no se les conoc<6F>a ni
de nombre pasados los Pirineos. Un desconocimiento tal en Europa de
genios tan transcendentales, se explicaba por esa hip<69>tesis absurda,
que aunque no la defend<6E>a nadie claramente, era aceptada por todos, la
hip<EFBFBD>tesis del odio y la mala fe internacionales que hac<61>a que las cosas
grandes de Espa<70>a fueran peque<75>as en el extranjero y viceversa.
Letamendi era un se<73>or flaco, bajito, escu<63>lido, con melenas grises y
barba blanca. Ten<65>a cierto tipo de aguilucho: la nariz corva, los ojos
hundidos y brillantes. Se ve<76>a en <20>l un hombre que se hab<61>a hecho una
cabeza, como dicen los franceses. Vest<73>a siempre levita algo entallada,
y llevaba un sombrero de copa de alas planas, de esos sombreros
cl<EFBFBD>sicos de los melenudos profesores de la Sorbona.
En San Carlos corr<72>a como una verdad indiscutible que Letamendi era un
genio; uno de esos hombres <20>guilas que se adelantan a su tiempo; todo
el mundo le encontraba abstruso porque hablaba y escrib<69>a con gran
empaque un lenguaje medio filos<6F>fico, medio literario.
Andr<EFBFBD>s Hurtado, que se hallaba ansioso de encontrar algo que llegase al
fondo de los problemas de la vida, comenz<6E> a leer el libro de Letamendi
con entusiasmo. La aplicaci<63>n de las Matem<65>ticas a la Biolog<6F>a le
pareci<EFBFBD> admirable. Andr<64>s fu<66> pronto un convencido.
Como todo el que cree hallarse en posesi<73>n de una verdad tiene cierta
tendencia de proselitismo, una noche Andr<64>s fu<66> al caf<61> donde se
reun<EFBFBD>an Sa<53>udo y sus amigos a hablar de las doctrinas de Letamendi, a
explicarlas y a comentarlas.
Estaba como siempre Sa<53>udo con varios estudiantes de ingenieros.
Hurtado se reuni<6E> con ellos y aprovech<63> la primera ocasi<73>n para llevar
la conversaci<63>n al terreno que deseaba, y expuso la f<>rmula de la vida
de Letamendi e intent<6E> explicar los corolarios que de ella deduc<75>a el
autor.
Al decir Andr<64>s que la vida, seg<65>n Letamendi, es una funci<63>n
indeterminada entre la energ<72>a individual y el cosmos, y que esta
funci<EFBFBD>n no puede ser m<>s que suma, resta, multiplicaci<63>n y divisi<73>n,
y que no pudiendo ser suma, ni resta, ni divisi<73>n, tiene que ser
multiplicaci<EFBFBD>n, uno de los amigos de Sa<53>udo se ech<63> a reir.
--<2D>Por qu<71> se r<>e usted?--le pregunt<6E> Andr<64>s, sorprendido.
--Porque en todo eso que dice usted hay una porci<63>n de sofismas y de
falsedades. Primeramente hay muchas m<>s funciones matem<65>ticas que
sumar, restar, multiplicar y dividir.
--<2D>Cu<43>les?
--Elevar a potencia, extraer ra<72>ces... Despu<70>s, aunque no hubiera m<>s
que cuatro funciones matem<65>ticas primitivas, es absurdo pensar que en
el conflicto de estos dos elementos la energ<72>a de la vida y el cosmos,
uno de ellos, por lo menos, heterog<6F>neo y complicado, porque no haya
suma, ni resta, ni divisi<73>n, ha de haber multiplicaci<63>n. Adem<65>s, ser<65>a
necesario demostrar por qu<71> no puede haber suma, por qu<71> no puede haber
resta y por qu<71> no puede haber divisi<73>n. Despu<70>s habr<62>a que demostrar
por qu<71> no puede haber dos o tres funciones simult<6C>neas. No basta
decirlo.
--Pero eso lo da el razonamiento.
--No, no; perdone usted--replic<69> el estudiante--. Por ejemplo, entre
esa mujer y yo puede haber varias funciones matem<65>ticas: suma, si
hacemos los dos una misma cosa ayud<75>ndonos; resta, si ella quiere
una cosa y yo la contraria y vence uno de los dos contra el otro;
multiplicaci<EFBFBD>n, si tenemos un hijo, y divisi<73>n si yo la corto en
pedazos a ella o ella a m<>.
--Eso es una broma--dijo Andr<64>s.
--Claro que es una broma--replic<69> el estudiante--una broma por el
estilo de las de su profesor, pero que tiende a una verdad, y es que
entre la fuerza de la vida y el cosmos, hay un infinito de funciones
distintas; sumas, restas, multiplicaciones, de todo, y que adem<65>s
es muy posible que existan otras funciones que no tengan expresi<73>n
matem<EFBFBD>tica.
Andr<EFBFBD>s Hurtado, que hab<61>a ido al caf<61> creyendo que sus preposiciones
convencer<EFBFBD>an a los alumnos de ingenieros, se qued<65> un poco perplejo y
cariacontecido al comprobar su derrota.
Ley<EFBFBD> de nuevo el libro de Letamendi, sigui<75> oyendo sus explicaciones
y se convenci<63> de que todo aquello de la f<>rmula de la vida y sus
corolarios, que al principio le pareci<63> serio y profundo, no eran m<>s
que juegos de prestidigitaci<63>n, unas veces ingeniosos, otras veces
vulgares, pero siempre sin realidad alguna, ni metaf<61>sica, ni emp<6D>rica.
Todas estas f<>rmulas matem<65>ticas y su desarrollo no eran m<>s que
vulgaridades disfrazadas con un aparato cient<6E>fico, adornadas por
conceptos ret<65>ricos que la papanater<65>a de profesores y alumnos tomaba
como visiones de profeta.
Por dentro, aquel buen se<73>or de las melenas, con su mirada de <20>guila
y su diletantismo art<72>stico, cient<6E>fico y literario; pintor en sus
ratos de ocio, violinista y compositor y genio por los cuatro costados,
era un mixtificador audaz con ese fondo aparatoso y botarate de los
mediterr<EFBFBD>neos. Su <20>nico m<>rito real era tener condiciones de literato,
de hombre de talento verbal.
La palabrer<65>a de Letamendi produjo en Andr<64>s un deseo de asomarse al
mundo filos<6F>fico y con este objeto compr<70> en unas ediciones econ<6F>micas
los libros de Kant, de Fichte y de Schopenhauer.
Ley<EFBFBD> primero _La Ciencia del Conocimiento_, de Fichte, y no pudo
enterarse de nada. Sac<61> la impresi<73>n de que el mismo traductor no hab<61>a
comprendido lo que traduc<75>a; despu<70>s comenz<6E> la lectura de _Parerga y
Paralipomena_, y le pareci<63> un libro casi ameno, en parte c<>ndido, y
le divirti<74> m<>s de lo que supon<6F>a. Por <20>ltimo, intent<6E> descifrar _La
cr<EFBFBD>tica de la raz<61>n pura_. Ve<56>a que con un esfuerzo de atenci<63>n pod<6F>a
seguir el razonamiento del autor como quien sigue el desarrollo de un
teorema matem<65>tico; pero le pareci<63> demasiado esfuerzo para su cerebro
y dej<65> Kant para m<>s adelante, y sigui<75> leyendo a Schopenhauer, que
ten<EFBFBD>a para <20>l el atractivo de ser un consejero chusco y divertido.
Algunos pedantes le dec<65>an que Schopenhauer hab<61>a pasado de moda, como
si la labor de un hombre de inteligencia extraordinaria fuera como la
forma de un sombrero de copa.
Los condisc<73>pulos, a quien asombraban estos buceamientos de Andr<64>s
Hurtado, le dec<65>an:
--<2D>Pero no te basta con la filosof<6F>a de Letamendi?
--Si eso no es filosof<6F>a ni nada--replicaba Andr<64>s--. Letamendi
es un hombre sin una idea profunda; no tiene en la cabeza m<>s que
palabras y frases. Ahora, como vosotros no las comprend<6E>is, os parecen
extraordinarias.
El verano, durante las vacaciones, Andr<64>s ley<65> en la Biblioteca
Nacional algunos libros filos<6F>ficos nuevos de los profesores franceses
e italianos y le sorprendieron. La mayor<6F>a de estos libros no ten<65>an
m<EFBFBD>s que el t<>tulo sugestivo; lo dem<65>s era una eterna divagaci<63>n acerca
de m<>todos y clasificaciones.
A Hurtado no le importaba nada la cuesti<74>n de los m<>todos y de las
clasificaciones, ni saber si la Sociolog<6F>a era una ciencia o un
ciempi<EFBFBD>s inventado por los sabios; lo que quer<65>a encontrar era una
orientaci<EFBFBD>n, una verdad espiritual y pr<70>ctica al mismo tiempo.
Los bazares de ciencia de los Lombroso y los Ferri, de los Fouill<6C>e y
de los Janet, le produjeron una mala impresi<73>n.
Este esp<73>ritu latino y su claridad tan celebrada le pareci<63> una de
las cosas m<>s insulsas, m<>s banales y anodinas. Debajo de los t<>tulos
pomposos no hab<61>a m<>s que vulgaridad a todo pasto. Aquello era, con
relaci<EFBFBD>n a la filosof<6F>a, lo que son los espec<65>ficos de la cuarta plana
de los peri<72>dicos respecto a la medicina verdadera.
En cada autor franc<6E>s se le figuraba a Hurtado ver un se<73>or cyranesco,
tomando actitudes gallardas y hablando con voz nasal; en cambio todos
los italianos le parec<65>an bar<61>tonos de zarzuela.
Viendo que no le gustaban los libros modernos volvi<76> a emprender con
la obra de Kant, y ley<65> entera con grandes trabajos la _Cr<43>tica de la
raz<EFBFBD>n pura_.
Ya aprovechaba algo m<>s lo que le<6C>a y le quedaban las l<>neas generales
de los sistemas que iba desentra<72>ando.
IX
UN REZAGADO
AL principio de oto<74>o y comienzo del curso siguiente, Luisito, el
hermano menor, cay<61> enfermo con fiebres.
Andr<EFBFBD>s sent<6E>a por Luisito un cari<72>o exclusivo y hura<72>o. El chico le
preocupaba de una manera patol<6F>gica, le parec<65>a que los elementos todos
se conjuraban contra <20>l.
Visit<EFBFBD> al enfermito el doctor Aracil, el pariente de Julio, y a los
pocos d<>as indic<69> que se trataba de una fiebre tifoidea.
Andr<EFBFBD>s pas<61> momentos angustiosos; le<6C>a con desesperaci<63>n en los libros
de Patolog<6F>a la descripci<63>n y el tratamiento de la fiebre tifoidea y
hablaba con el m<>dico de los remedios que podr<64>an emplearse.
El doctor Aracil a todo dec<65>a que no.
--Es una enfermedad que no tiene tratamiento espec<65>fico--aseguraba--;
ba<EFBFBD>arle, alimentarle y esperar, nada m<>s.
Andr<EFBFBD>s era el encargado de preparar el ba<62>o y tomar la temperatura a
Luis.
El enfermo tuvo d<>as de fiebre muy alta. Por las ma<6D>anas, cuando bajaba
la calentura, preguntaba a cada momento por Margarita y Andr<64>s. <20>ste,
en el curso de la enfermedad, qued<65> asombrado de la resistencia y de la
energ<EFBFBD>a de su hermana; pasaba las noches sin dormir cuidando del ni<6E>o;
no se le ocurr<72>a jam<61>s, y si se le ocurr<72>a no le daba importancia, la
idea de que pudiera contagiarse.
Andr<EFBFBD>s desde entonces comenz<6E> a sentir una gran estimaci<63>n por
Margarita; el cari<72>o de Luisito los hab<61>a unido.
A los treinta o cuarenta d<>as la fiebre desapareci<63>, dejando al ni<6E>o
flaco, hecho un esqueleto.
Andr<EFBFBD>s adquiri<72> con este primer ensayo de m<>dico un gran escepticismo.
Empez<EFBFBD> a pensar si la medicina no servir<69>a para nada. Un buen puntal
para este escepticismo le proporcionaba las explicaciones del profesor
de Terap<61>utica, que consideraba in<69>tiles cuando no perjudiciales casi
todos los preparados de la farmacopea.
No era una manera de alentar los entusiasmos m<>dicos de los alumnos,
pero indudablemente el profesor lo cre<72>a as<61> y hac<61>a bien en decirlo.
Despu<EFBFBD>s de las fiebres Luisito qued<65> d<>bil y a cada paso daba a la
familia una sorpresa desagradable; un d<>a era un calentur<75>n, al otro
unas convulsiones. Andr<64>s muchas noches ten<65>a que ir a las dos o a las
tres de la ma<6D>ana en busca del m<>dico y despu<70>s salir a la botica.
En este curso, Andr<64>s se hizo amigo de un estudiante rezagado, ya
bastante viejo, a quien cada a<>o de carrera costaba por lo menos dos o
tres.
Un d<>a este estudiante le pregunt<6E> a Andr<64>s qu<71> le pasaba para estar
sombr<EFBFBD>o y triste. Andr<64>s le cont<6E> que ten<65>a al hermano enfermo, y el
otro intent<6E> tranquilizarle y consolarle. Hurtado le agradeci<63> la
simpat<EFBFBD>a y se hizo amigo del viejo estudiante.
Antonio Lamela, as<61> se llamaba el rezagado, era gallego, un tipo flaco,
nervioso, de cara escu<63>lida, nariz afilada, una zalea de pelos negros
en la barba ya con algunas canas, y la boca sin dientes, de hombre
d<EFBFBD>bil.
A Hurtado le llam<61> la atenci<63>n el aire de hombre misterioso de Lamela,
y a <20>ste le choc<6F> sin duda el aspecto reconcentrado de Andr<64>s. Los dos
ten<EFBFBD>an una vida interior distinta al resto de los estudiantes.
El secreto de Lamela era que estaba enamorado, pero enamorado de
verdad, de una mujer de la aristocracia, una mujer de t<>tulo, que
andaba en coche e iba a palco al Real.
Lamela le tom<6F> a Hurtado por confidente y le cont<6E> sus amores con toda
clase de detalles. Ella estaba enamorad<61>sima de <20>l, seg<65>n aseguraba el
estudiante; pero exist<73>an una porci<63>n de dificultades y de obst<73>culos
que imped<65>an la aproximaci<63>n del uno al otro.
A Andr<64>s le gustaba encontrarse con un tipo distinto a la generalidad.
En las novelas se daba como anomal<61>a un hombre joven sin un gran amor;
en la vida lo an<61>malo era encontrar un hombre enamorado de verdad. El
primero que conoci<63> Andr<64>s fu<66> Lamela; por eso le interesaba.
El viejo estudiante padec<65>a un romanticismo intenso, mitigado en
algunas cosas por una tendencia beocia de hombre pr<70>ctico: Lamela cre<72>a
en el amor y en Dios; pero esto no le imped<65>a emborracharse y andar de
cr<EFBFBD>pula con frecuencia. Seg<65>n <20>l, hab<61>a que dar al cuerpo necesidades
mezquinas y groseras y conservar el esp<73>ritu limpio.
Esta filosof<6F>a la condensaba, diciendo: Hay que dar al cuerpo lo que es
del cuerpo, y al alma lo que es del alma.
--Si todo eso del alma, es una pamplina--le dec<65>a Andr<64>s--. Son cosas
inventadas por los curas para sacar dinero.
--<2D>C<EFBFBD>llate, hombre, c<>llate! No disparates.
Lamela en el fondo era un rezagado en todo: en la carrera y en las
ideas. Discurr<72>a como un hombre de a principio del siglo. La concepci<63>n
mec<EFBFBD>nica actual del mundo econ<6F>mico y de la sociedad, para <20>l no
exist<EFBFBD>a. Tampoco exist<73>a cuesti<74>n social. Toda la cuesti<74>n social se
resolv<EFBFBD>a con la caridad y con que hubiese gentes de buen coraz<61>n.
--Eres un verdadero cat<61>lico--le dec<65>a Andr<64>s-; te has fabricado el m<>s
c<EFBFBD>modo de los mundos.
Cuando Lamela le mostr<74> un d<>a a su amada, Andr<64>s se qued<65> estupefacto.
Era una solterona fea, negra, con una nariz de cacat<61>a y m<>s a<>os que
un loro.
Adem<EFBFBD>s de su aire antip<69>tico, ni siquiera hac<61>a caso del estudiante
gallego, a quien miraba con desprecio, con un gesto desagradable y
avinagrado.
Al esp<73>ritu fantaseador de Lamela no llegaba nunca la realidad.
A pesar de su apariencia sonriente y humilde, ten<65>a un orgullo y una
confianza en s<> mismo extraordinaria; sent<6E>a la tranquilidad del que
cree conocer el fondo de las cosas y de las acciones humanas.
Delante de los dem<65>s compa<70>eros Lamela no hablaba de sus amores:
pero cuando le cog<6F>a a Hurtado por su cuenta, se desbordaba. Sus
confidencias no ten<65>an fin.
A todo le quer<65>a dar una significaci<63>n complicada y fuera de lo normal.
--Chico--dec<65>a sonriendo y agarrando del brazo a Andr<64>s--. Ayer la vi.
--<2D>Hombre!
--S<>--a<>ad<61>a con gran misterio--. Iba con la se<73>ora de compa<70><61>a; fu<66>
detr<EFBFBD>s de ella, entr<74> en su casa y poco despu<70>s sali<6C> un criado al
balc<EFBFBD>n. <20>Es raro, eh?
--<2D>Raro? <20>Por qu<71>?--preguntaba Andr<64>s.
--Es que luego el criado no cerr<72> el balc<6C>n.
Hurtado se le quedaba mirando pregunt<6E>ndose c<>mo funcionar<61>a el cerebro
de su amigo para encontrar extra<72>as las cosas m<>s naturales del mundo y
para creer en la belleza de aquella dama.
Algunas veces que iban por el Retiro charlando, Lamela se volv<6C>a y
dec<EFBFBD>a:
--<2D>Mira, c<>llate!
--Pues <20>qu<71> pasa?
--Que aquel que viene all<6C> es de esos enemigos m<>os que le hablan a
ella mal de m<>. Viene espi<70>ndome.
Andr<EFBFBD>s se quedaba asombrado. Cuando ya ten<65>a m<>s confianza con <20>l le
dec<EFBFBD>a:
--Mira, Lamela, yo como t<>, me presentar<61>a a la Sociedad de Psicolog<6F>a
de Par<61>s o de Londres.
--<2D>A qu<71>?
--Y dir<69>a: Est<73>dienme ustedes, porque creo que soy el hombre m<>s
extraordinario del mundo.
El gallego se re<72>a con su risa bonachona.
--Es que t<> eres un ni<6E>o--replicaba--; el d<>a que te enamores ver<65>s
c<EFBFBD>mo me das la raz<61>n a m<>.
Lamela viv<69>a en una casa de hu<68>spedes de la plaza de Lavapi<70>s;
ten<EFBFBD>a un cuarto peque<75>o, desarreglado, y como estudiaba, cuando
estudiaba, metido en la cama, sol<6F>a descoser los libros y los guardaba
desencuadernados en pliegos sueltos en el ba<62>l o extendidos sobre la
mesa.
Alguna que otra vez fu<66> Hurtado a verle a su casa.
La decoraci<63>n de su cuarto consist<73>a en una serie de botellas vac<61>as,
colocadas por todas partes. Lamela compraba el vino para <20>l y lo
guardada en sitios inveros<6F>miles, de miedo de que los dem<65>s hu<68>spedes
entrasen en el cuarto y se lo bebieran, lo que, por lo que contaba, era
frecuente. Lamela ten<65>a escondidas las botellas dentro de la chimenea,
en el ba<62>l, en la c<>moda.
De noche, seg<65>n le dijo a Andr<64>s, cuando se acostaba pon<6F>a una botella
de vino debajo de la cama, y si se despertaba cog<6F>a la botella y se
beb<EFBFBD>a la mitad de un trago. Estaba convencido de que no hab<61>a hipn<70>tico
como el vino, y que a su lado el sulfonal y el cloral eran verdaderas
filfas.
Lamela nunca discut<75>a las opiniones de los profesores, no le
interesaban gran cosa; para <20>l no pod<6F>a aceptarse m<>s clasificaci<63>n
entre ellos que la de los catedr<64>ticos de buena intenci<63>n, amigos de
aprobar y los de mala intenci<63>n, que suspend<6E>an s<>lo por ech<63>rselas de
sabios y darse tono.
En la mayor<6F>a de los casos Lamela divid<69>a a los hombres en dos grupos:
los unos, gente franca, honrada, de buen fondo, de buen coraz<61>n; los
otros, gente mezquina y vanidosa.
Para Lamela, Aracil y Montaner eran de esta <20>ltima clase, de los m<>s
mezquinos e insignificantes.
Verdad es que ninguno de los dos le tomaba en serio a Lamela.
Andr<EFBFBD>s contaba en su casa las extravagancias de su amigo. A Margarita
le interesaban mucho estos amores. Luisito, que ten<65>a la imaginaci<63>n
de un chico enfermizo, hab<61>a inventado, escuch<63>ndole a su hermano, un
cuento que se llamaba: <20>Los amores de un estudiante gallego con la
reina de las cacat<61>as.<2E>
X
PASO POR SAN JUAN DE DIOS
SIN gran brillantez, pero tambi<62>n sin grandes fracasos, Andr<64>s Hurtado
iba avanzando en su carrera.
Al comenzar el cuarto a<>o se le ocurri<72> a Julio Aracil asistir a unos
cursos de enfermedades ven<65>reas que daba un m<>dico en el hospital
de San Juan de Dios. Aracil invit<69> a Montaner y a Hurtado a que le
acompa<EFBFBD>aran; unos meses despu<70>s iba a haber ex<65>menes de alumnos
internos para ingreso en el Hospital General; pensaban presentarse los
tres, y no estaba mal el ver enfermos con frecuencia.
La visita en San Juan de Dios fu<66> un nuevo motivo de depresi<73>n y
melancol<EFBFBD>a para Hurtado. Pensaba que por una causa o por otra el mundo
le iba presentando su cara m<>s fea.
A los pocos d<>as de frecuentar el hospital, Andr<64>s se inclinaba a creer
que el pesimismo de Schopenhauer era una verdad casi matem<65>tica. El
mundo le parec<65>a una mezcla de manicomio y de hospital; ser inteligente
constitu<EFBFBD>a una desgracia, y s<>lo la felicidad pod<6F>a venir de la
inconsciencia y de la locura. Lamela, sin pensarlo, viviendo con sus
ilusiones, tomaba las proporciones de un sabio.
Aracil, Montaner y Hurtado visitaron una sala de mujeres de San Juan de
Dios.
Para un hombre excitado e inquieto como Andr<64>s, el espect<63>culo ten<65>a
que ser deprimente. Las enfermas eran de lo m<>s ca<63>do y miserable.
Ver tanta desdichada sin hogar, abandonada, en una sala negra, en un
estercolero humano; comprobar y evidenciar la podredumbre que envenena
la vida sexual, le hizo a Andr<64>s una angustiosa impresi<73>n.
El hospital aquel, ya derru<72>do por fortuna, era un edificio inmundo,
sucio, mal oliente; las ventanas de las salas daban a la calle de
Atocha y ten<65>an, adem<65>s de las rejas, unas alambreras para que las
mujeres reclu<6C>das no se asomaran y escandalizaran. De este modo no
entraba all<6C> el sol ni el aire.
El m<>dico de la sala, amigo de Julio, era un vejete rid<69>culo, con unas
largas patillas blancas. El hombre, aunque no sab<61>a gran cosa, quer<65>a
darse aire de catedr<64>tico, lo cual a nadie pod<6F>a parecer un crimen;
lo miserable, lo canallesco era que trataba con una crueldad in<69>til a
aquellas desdichadas acogidas all<6C> y las maltrataba de palabra y de
obra.
<EFBFBD>Por qu<71>? Era incomprensible. Aquel petulante idiota mandaba llevar
castigadas a las enfermas a las guardillas y tenerlas uno o dos d<>as
encerradas por delitos imaginarios. El hablar de una cama a otra
durante la visita, el quejarse en la cura, cualquier cosa, bastaba para
estos severos castigos. Otras veces mandaba ponerlas a pan y agua. Era
un macaco cruel este tipo, a quien hab<61>an dado una misi<73>n tan humana
como la de cuidar de pobres enfermas.
Hurtado no pod<6F>a soportar la bestialidad de aquel idiota de las
patillas blancas, Aracil se re<72>a de las indignaciones de su amigo.
Una vez Hurtado decidi<64> no volver m<>s por all<6C>. Hab<61>a una mujer que
guardaba constantemente en el regazo un gato blanco. Era una mujer que
debi<EFBFBD> haber sido muy bella, con ojos negros, grandes, sombreados, la
nariz algo corva y el tipo egipcio. El gato era, sin duda, lo <20>nico
que le quedaba de un pasado mejor. Al entrar el m<>dico, la enferma
sol<EFBFBD>a bajar disimuladamente al gato de la cama y dejarlo en el suelo;
el animal se quedaba escondido, asustado, al ver entrar al m<>dico con
sus alumnos; pero uno de los d<>as el m<>dico le vi<76> y comenz<6E> a darle
patadas.
--Coged a ese gato y matadlo--dijo el idiota de las patillas blancas al
practicante.
El practicante y una enfermera comenzaron a perseguir al animal por
toda la sala; la enferma miraba angustiada esta persecuci<63>n.
--Y a esta t<>a llevadla a la guardilla--a<>adi<64> el m<>dico.
La enferma segu<67>a la caza con la mirada, y cuando vi<76> que cog<6F>an a su
gato, dos l<>grimas gruesas corrieron por sus mejillas p<>lidas.
--<2D>Canalla! <20>Idiota!--exclam<61> Hurtado, acerc<72>ndose al m<>dico con el
pu<EFBFBD>o levantado.
--No seas est<73>pido--dijo Aracil--. Si no quieres venir aqu<71>, m<>rchate.
--S<>, me voy, no tengas cuidado, por no patearle las tripas a ese
idiota, miserable.
Desde aquel d<>a ya no quiso volver m<>s a San Juan de Dios.
La exaltaci<63>n humanitaria de Andr<64>s hubiera aumentado sin las
influencias que obraban en su esp<73>ritu. Una de ellas era la de Julio,
que se burlaba de todas las ideas exageradas, como dec<65>a <20>l; la otra,
la de Lamela, con su idealismo pr<70>ctico, y, por <20>ltimo, la lectura de
_Parerga y Paralipomena_ de Schopenhauer, que le induc<75>a a la no acci<63>n.
A pesar de estas tendencias enfrenadoras, durante muchos d<>as estuvo
Andr<EFBFBD>s impresionado por lo que dijeron varios obreros en un mitin de
anarquistas del Liceo R<>us. Uno de ellos, Ernesto <20>lvarez, un hombre
moreno, de ojos negros y barba entrecana, habl<62> en aquel mitin de una
manera elocuente y exaltada; habl<62> de los ni<6E>os abandonados, de los
mendigos, de las mujeres ca<63>das...
Andr<EFBFBD>s sinti<74> el atractivo de este sentimentalismo, quiz<69> algo morboso.
Cuando expon<6F>a sus ideas acerca de la injusticia social, Julio Aracil
le sal<61>a al encuentro con su buen sentido:
--Claro que hay cosas malas en la sociedad--dec<65>a Aracil--. <20>Pero qui<75>n
las va a arreglar? <20>Esos vividores que hablan en los m<>tines? Adem<65>s,
hay desdichas que son comunes a todos; esos alba<62>iles de los dramas
populares que se nos vienen a quejar de que sufren el fr<66>o del invierno
y el calor del verano, no son los <20>nicos; lo mismo nos pasa a los dem<65>s.
Las palabras de Aracil eran la gota de agua fr<66>a en las exaltaciones
humanitarias de Andr<64>s.
--Si quieres dedicarte a esas cosas--le dec<65>a--, hazte pol<6F>tico,
aprende a hablar.
--Pero si yo no me quiero dedicar a pol<6F>tico--replicaba Andr<64>s
indignado.
--Pues si no, no puedes hacer nada.
Claro que toda reforma en un sentido humanitario ten<65>a que ser
colectiva y realizarse por un procedimiento pol<6F>tico, y a Julio no le
era muy dif<69>cil convencer a su amigo de lo turbio de la pol<6F>tica.
Julio llevaba la duda a los romanticismos de Hurtado; no necesitaba
insistir mucho para convencerle de que la pol<6F>tica es un arte de
granjer<EFBFBD>a.
Realmente, la pol<6F>tica espa<70>ola nunca ha sido nada alto ni nada noble;
no era muy dif<69>cil convencer a un madrile<6C>o de que no deb<65>a tener
confianza en ella.
La inacci<63>n, la sospecha de la inanidad y de la impureza de todo
arrastraban a Hurtado cada vez m<>s a sentirse pesimista.
Se iba inclinando aun anarquismo espiritual, basado en la simpat<61>a y en
la piedad, sin soluci<63>n pr<70>ctica ninguna.
La l<>gica justiciera y revolucionaria de los Saint-Just ya no le
entusiasmaba, le parec<65>a una cosa artificial y fuera de la naturaleza.
Pensaba que en la vida ni hab<61>a ni pod<6F>a haber justicia. La vida era
una corriente tumultuosa e inconsciente donde los actores representaban
una tragedia que no comprend<6E>an, y los hombres, llegados a un estado
de intelectualidad, contemplaban la escena con una mirada compasiva y
piadosa.
Estos vaivenes en las ideas, esta falta de plan y de freno, le llevaban
a Andr<64>s al mayor desconcierto, a una sobrexcitaci<63>n cerebral continua
e in<69>til.
XI
DE ALUMNO INTERNO
A mediados de curso se celebraron ex<65>menes de alumnos internos para el
hospital general.
Aracil, Montaner y Hurtado decidieron presentarse. El examen consist<73>a
en unas preguntas hechas al capricho por los profesores acerca de
puntos de las asignaturas ya cursadas por los alumnos. Hurtado fu<66> a
ver a su t<>o Iturrioz para que le recomendara.
--Bueno, te recomendar<61>--le dijo el t<>o--; <20>tienes afici<63>n a la carrera?
--Muy poca.
--Y entonces, <20>para qu<71> quieres entrar en el hospital?
--<2D>Ya, qu<71> le voy a hacer! Ver<65> si voy adquiriendo la afici<63>n. Adem<65>s,
cobrar<EFBFBD> unos cuartos, que me convienen.
--Muy bien--contest<73> Iturrioz--. Contigo se sabe a qu<71> atenerse; eso me
gusta.
En el examen, Aracil y Hurtado salieron aprobados.
Primero ten<65>an que ser libretistas; su obligaci<63>n consist<73>a en ir por
la ma<6D>ana y apuntar las recetas que ordenaba el m<>dico; por la tarde,
recoger la botica, repartirla y hacer guardias. De libretistas, con
seis duros al mes, pasaban a internos de clase superior, con nueve,
y luego a ayudantes, con doce duros, lo que representaba la cantidad
respetable de dos pesetas al d<>a.
Andr<EFBFBD>s fu<66> llamado por un m<>dico amigo de su t<>o, que visitaba una de
las salas altas del tercer piso del hospital. La sala era de Medicina.
El m<>dico, hombre estudioso, hab<61>a llegado a dominar el diagn<67>stico
como pocos. Fuera de su profesi<73>n no le interesaba nada: pol<6F>tica,
literatura, arte, filosof<6F>a o astronom<6F>a, todo lo que no fuera
auscultar o percutir, analizar orinas o esputos, era letra muerta para
<EFBFBD>l.
Consideraba, y quiz<69> ten<65>a raz<61>n, que la verdadera moral del estudiante
de Medicina estribaba en ocuparse <20>nicamente de lo m<>dico, y fuera
de esto, divertirse. A Andr<64>s le preocupaban m<>s las ideas y los
sentimientos de los enfermos que los s<>ntomas de las enfermedades.
Pronto pudo ver el m<>dico de la sala la poca afici<63>n de Hurtado por la
carrera.
--Usted piensa en todo menos en lo que es Medicina--le dijo a Andr<64>s
con severidad.
El m<>dico de la sala estaba en lo cierto. El nuevo interno no llevaba
el camino de ser un cl<63>nico; le interesaban los aspectos psicol<6F>gicos
de las cosas; quer<65>a investigar qu<71> hac<61>an las hermanas de la Caridad,
si ten<65>an o no vocaci<63>n; sent<6E>a curiosidad por saber la organizaci<63>n
del hospital y averiguar por d<>nde se filtraba el dinero consignado por
la Diputaci<63>n.
La inmoralidad dominaba dentro del vetusto edificio. Desde los
administradores de la Diputaci<63>n provincial hasta una sociedad de
internos que vend<6E>a la quinina del hospital en las boticas de la calle
de Atocha, hab<61>a seguramente todas las formas de la filtraci<63>n. En las
guardias, los internos y los se<73>ores capellanes se dedicaban a jugar al
monte, y en el Arsenal funcionaba casi constantemente una timba en la
que la postura menor era una perra gorda.
Los m<>dicos, entre los que hab<61>a algunos muy chulos; los curas, que no
lo eran menos, y los internos se pasaban la noche tirando de la oreja a
Jorge.
Los se<73>ores capellanes se jugaban las pesta<74>as; uno de ellos era
un hombrecito bajito, c<>nico y rubio, que hab<61>a llegado a olvidar
sus estudios de cura y adquirido afici<63>n por la Medicina. Como la
carrera de m<>dico era demasiado larga para <20>l, se iba a examinar de
ministrante, y si pod<6F>a, pensaba abandonar definitivamente los h<>bitos.
El otro cura era un mozo brav<61>o, alto, fuerte, de facciones en<65>rgicas.
Hablaba de una manera terminante y desp<73>tica; sol<6F>a contar con gracejo
historias verdes, que provocaban b<>rbaros comentarios.
Si alguna persona devota le reprochaba la inconveniencia de sus
palabras, el cura cambiaba de voz y de gesto, y con una marcada
hipocres<EFBFBD>a, tomando un tonillo de falsa unci<63>n, que no cuadraba bien
con su cara morena y con la expresi<73>n de sus ojos negros y atrevidos,
afirmaba que la religi<67>n nada ten<65>a que ver con los vicios de sus
indignos sacerdotes.
Algunos internos que le conoc<6F>an desde hac<61>a alg<6C>n tiempo y le hablaban
de t<>, le llamaban Lagartijo, porque se parec<65>a algo a este c<>lebre
torero.
--Oye, t<>, Lagartijo--le dec<65>an.
--Qu<51> m<>s quisiera yo--replicaba el cura--que cambiar la estola por una
muleta, y en vez de ayudar a bien morir ponerme a matar toros.
Como perd<72>a en el juego con frecuencia, ten<65>a muchos apuros.
Una vez le dec<65>a a Andr<64>s, entre juramentos pintorescos:
--Yo no puedo vivir as<61>. No voy a tener m<>s remedio que lanzarme a la
calle a decir misa en todas partes y tragarme todos los d<>as catorce
hostias.
A Hurtado estos rasgos de cinismo no le agradaban.
Entre los practicantes hab<61>a algunos curios<6F>simos, verdaderas ratas
de hospital, que llevaban quince o veinte a<>os all<6C>, sin concluir la
carrera, y que visitaban clandestinamente en los barrios bajos m<>s que
muchos m<>dicos.
Andr<EFBFBD>s se hizo amigo de las hermanas de la Caridad de su sala y de
algunas otras.
Le hubiera gustado creer, a pesar de no ser religioso, por
romanticismo, que las hermanas de la Caridad eran angelicales; pero la
verdad, en el hospital no se las ve<76>a m<>s que cuidarse de cuestiones
administrativas y de llamar al confesor cuando un enfermo se pon<6F>a
grave.
Adem<EFBFBD>s, no eran criaturas idealistas, m<>sticas, que consideraran el
mundo como un valle de l<>grimas, sino muchachas sin recursos, algunas
viudas, que tomaban el cargo como un oficio, para ir viviendo.
Luego las buenas hermanas ten<65>an lo mejor del hospital acotado para
ellas...
Una vez un enfermero le di<64> a Andr<64>s un cuadernito encontrado entre
papeles viejos que hab<61>an sacado del pabell<6C>n de las hijas de la
Caridad.
Era el diario de una monja, una serie de notas muy breves, muy
lac<EFBFBD>nicas, con algunas impresiones acerca de la vida del hospital, que
abarcaban cinco o seis meses.
En la primera p<>gina ten<65>a un nombre: sor Mar<61>a de la Cruz, y al lado
una fecha. Andr<64>s ley<65> el diario y qued<65> sorprendido. Hab<61>a all<6C> una
narraci<EFBFBD>n tan sencilla, tan ingenua de la vida hospitalesca, contada
con tanta gracia, que le dej<65> emocionado.
Andr<EFBFBD>s quiso enterarse de qui<75>n era sor Mar<61>a, de si viv<69>a en el
hospital o d<>nde estaba.
No tard<72> en averiguar que hab<61>a muerto. Una monja, ya vieja, la hab<61>a
conocido. Le dijo a Andr<64>s que al poco tiempo de llegar al hospital,
la trasladaron a una sala de t<>ficos, y all<6C> adquiri<72> la enfermedad y
muri<EFBFBD>.
No se atrevi<76> Andr<64>s a preguntar c<>mo era, qu<71> cara ten<65>a, aunque
hubiese dado cualquier cosa por saberlo.
Andr<EFBFBD>s guard<72> el diario de la monja como una reliquia, y muchas veces
pens<EFBFBD> en c<>mo ser<65>a, y hasta lleg<65> a sentir por ella una verdadera
obsesi<EFBFBD>n.
Un tipo misterioso y extra<72>o del hospital, que llamaba mucho la
atenci<EFBFBD>n, y de quien se contaban varias historias, era el hermano Juan.
Este hombre, que no se sab<61>a de d<>nde hab<61>a venido, andaba vestido
con una blusa negra, alpargatas y un crucifijo colgado al cuello. El
hermano Juan cuidaba por gusto de los enfermos contagiosos. Era, al
parecer, un m<>stico, un hombre que viv<69>a en su centro natural, en medio
de la miseria y el dolor.
El hermano Juan era un hombre bajito, ten<65>a la barba negra, la mirada
brillante, los ademanes suaves, la voz mel<65>flua. Era un tipo sem<65>tico.
Viv<EFBFBD>a en un callej<65>n que separaba San Carlos del Hospital General. Este
callej<EFBFBD>n ten<65>a dos puentes encristalados que lo cruzaban, y debajo de
uno de ellos, del que estaba m<>s cerca de la calle de Atocha, hab<61>a
establecido su cuchitril el hermano Juan.
En este cuchitril se encerraba con un perrito que le hac<61>a compa<70><61>a.
A cualquier hora que fuesen a llamar al hermano, siempre hab<61>a luz en
su camaranch<63>n y siempre se le encontraba despierto.
Seg<EFBFBD>n algunos, se pasaba la vida leyendo libros verdes; seg<65>n otros,
rezaba; uno de los internos aseguraba haberle visto poniendo notas en
unos libros en franc<6E>s y en ingl<67>s acerca de psicopat<61>as sexuales.
Una noche en que Andr<64>s estaba de guardia uno de los internos dijo:
--Vamos a ver al hermano Juan, y a pedirle algo de comer y de beber.
Fueron todos al callej<65>n en donde el hermano ten<65>a su escondrijo.
Hab<EFBFBD>a luz, miraron por si se ve<76>a algo, pero no se encontraba rendija
por donde espiar lo que hac<61>a en el interior el misterioso enfermero.
Llamaron e inmediatamente apareci<63> el hermano con su blusa negra.
--Estamos de guardia, hermano Juan--dijo uno de los internos--; venimos
a ver si nos da usted algo para tomar un modesto piscolabis.
--<2D>Pobrecitos! <20>Pobrecitos!--exclam<61> <20>l--. Me encuentran ustedes muy
pobre. Pero ya ver<65>, ya ver<65> si tengo algo. Y el hombre desapareci<63>
tras de la puerta, la cerr<72> con mucho cuidado, y se present<6E> al poco
rato con un paquete de caf<61>, otro de az<61>car y otro de galletas.
Volvieron los estudiantes al cuarto de guardia, comieron las galletas,
tomaron el caf<61> y discutieron el caso del hermano.
No hab<61>a unanimidad; unos cre<72>an que era un hombre distinguido; otros
que era un antiguo criado; para algunos era un santo; para otros un
invertido sexual o algo por el estilo.
El hermano Juan era el tipo raro del hospital. Cuando recib<69>a dinero,
no se sab<61>a de d<>nde, convidaba a comer a los convalecientes y regalaba
las cosas que necesitaban los enfermos.
A pesar de su caridad y de sus buenas obras, este hermano Juan era para
Andr<EFBFBD>s repulsivo; le produc<75>a una impresi<73>n desagradable, una impresi<73>n
f<EFBFBD>sica, org<72>nica.
Hab<EFBFBD>a en <20>l algo anormal, indudablemente. <20>Es tan l<>gico, tan natural
en el hombre huir del dolor, de la enfermedad, de la tristeza! Y, sin
embargo, para <20>l, el sufrimiento, la pena, la suciedad, deb<65>an de ser
cosas atrayentes.
Andr<EFBFBD>s comprend<6E>a el otro extremo, que el hombre huyese del dolor
ajeno, como de una cosa horrible y repugnante, hasta llegar a la
indignidad, a la inhumanidad; comprend<6E>a que se evitara hasta la idea
de que hubiese sufrimiento alrededor de uno; pero ir a buscar lo
sucio, lo triste, deliberadamente, para convivir con ello, le parec<65>a
una monstruosidad.
As<EFBFBD> que cuando ve<76>a al hermano Juan, sent<6E>a esa impresi<73>n repelente, de
inhibici<EFBFBD>n, que se experimenta ante los monstruos.
SEGUNDA PARTE
Las Carnarias.
I
LAS MINGLANILLAS
JULIO Aracil hab<61>a intimado con Andr<64>s. La vida en com<6F>n de ambos en
San Carlos y en el hospital, iba unificando sus costumbres, aunque no
sus ideas ni sus afectos.
Con su dura filosof<6F>a del <20>xito, Julio comenzaba a sentir m<>s
estimaci<EFBFBD>n por Hurtado que por Montaner.
Andr<EFBFBD>s hab<61>a pasado a ser interno como <20>l; Montaner, no s<>lo no pudo
aprobar en estos ex<65>menes, sino que perdi<64> el curso, y abandon<6F>ndose
por completo, empez<65> a no ir a clase y a pasar el tiempo haciendo el
amor a una muchacha vecina suya.
Julio Aracil comenzaba a experimentar por su amigo un gran desprecio y
a desearle que todo le saliera mal.
Julio, con el peque<75>o sueldo del hospital, hac<61>a cosas extraordinarias,
maravillosas; lleg<65> hasta jugar a la Bolsa, a tener acciones de minas,
a comprar un t<>tulo de la Deuda.
Julio quer<65>a que Andr<64>s siguiera sus pasos de hombre de mundo.
--Te voy presentar en casa de las Minglanillas--le dijo un d<>a riendo.
--<2D>Qui<75>nes son las Minglanillas?--pregunt<6E> Hurtado.
--Unas chicas amigas m<>as.
--<2D>Se llaman as<61>?
--No; pero yo las llamo as<61>; porque, sobre todo la madre, parece un
personaje de Taboada.
--<2D>Y qu<71> son?
--Son unas chicas hijas de una viuda pensionista. Nin<69> y Lul<75>. Yo estoy
arreglado con Nin<69>, con la mayor; t<> te puedes entender con la chiquita.
--<2D>Pero arreglado hasta qu<71> punto est<73>s con ella?
--Pues hasta todos los puntos. Solemos ir los dos a un rinc<6E>n de la
calle de Cervantes, que yo conozco, y que te lo recomendar<61> cuando lo
necesites.
--<2D>Te vas a casar con ella despu<70>s?
--<2D>Quita de ah<61>, hombre! No ser<65>a mal imb<6D>cil.
--Pero has inutilizado a la muchacha.
--<2D>Yo! <20>Qu<51> estupidez!
--<2D>Pues no es tu querida?
--<2D>Y qui<75>n lo sabe? Adem<65>s, <20>a qui<75>n le importa?
--Sin embargo...
--<2D>Ca! Hay que dejarse de tonter<65>as y aprovecharse. Si t<> puedes hacer
lo mismo, ser<65>s un tonto si no lo haces.
A Hurtado no le parec<65>a bien este ego<67>smo; pero ten<65>a curiosidad por
conocer a la familia, y fu<66> una tarde con Julio a verla.
Viv<EFBFBD>a la viuda y las dos hijas en la calle del F<>car, en una casa
s<EFBFBD>rdida, de esas con patio de vecindad y galer<65>as llenas de puertas.
Hab<EFBFBD>a en casa de la viuda un ambiente de miseria bastante triste; la
madre y las hijas llevaban trajes ra<72>dos y remendados; los muebles eran
pobres, menos alguno que otro indicador de ciertos esplendores pasados;
las sillas estaban destripadas y en los agujeros de la estera se met<65>a
el pie al pasar.
La madre, do<64>a Leonarda, era mujer poco simp<6D>tica; ten<65>a la cara
amarillenta, de color de membrillo; la expresi<73>n dura, falsamente
amable; la nariz corva; unos cuantos lunares en la barba, y la sonrisa
forzada.
La buena se<73>ora manifestaba unas <20>nfulas aristocr<63>ticas grotescas, y
recordaba los tiempos en que su marido hab<61>a sido subsecretario e iba
la familia a veranear a San Juan de Luz. El que las chicas se llamaran
Nin<EFBFBD> y Lul<75> proced<65>a de la ni<6E>era que tuvieron por primera vez, una
francesa.
Estos recuerdos de la gloria pasada, que do<64>a Leonarda evocaba
accionando con el abanico cerrado como si fuera una batuta, le hac<61>an
poner los ojos en blanco y suspirar tristemente.
Al llegar a la casa con Aracil, Julio se puso a charlar con Nin<69>, y
Andr<EFBFBD>s sostuvo la conversaci<63>n con Lul<75> y con su madre.
Lul<EFBFBD> era una muchacha graciosa, pero no bonita; ten<65>a los ojos verdes,
obscuros, sombreados por ojeras negruzcas; unos ojos que a Andr<64>s le
parecieron muy humanos; la distancia de la nariz a la boca y de la boca
a la barba era en ella demasiado grande, lo que le daba cierto aspecto
simio: la frente peque<75>a, la boca, de labios finos, con una sonrisa
entre ir<69>nica y amarga; los dientes blancos, puntiagudos; la nariz un
poco respingona, y la cara p<>lida, de mal color.
Lul<EFBFBD> demostr<74> a Hurtado que ten<65>a gracia, picard<72>a e ingenio de sobra;
pero le faltaba el atractivo principal de una muchacha: la ingenuidad,
la frescura, la candidez. Era un producto marchito por el trabajo, por
la miseria y por la inteligencia. Sus diez y ocho a<>os no parec<65>an
juventud.
Su hermana Nin<69>, de facciones incorrectas, y sobre todo menos
espirituales, era m<>s mujer, ten<65>a deseo de agradar, hipocres<65>a,
disimulo. El esfuerzo constante hecho por Nin<69> para presentarse como
ingenua y c<>ndida, le daba un car<61>cter m<>s femenino, m<>s corriente
tambi<EFBFBD>n y vulgar.
Andr<EFBFBD>s qued<65> convencido de que la madre conoc<6F>a las verdaderas
relaciones de Julio y de su hija Nin<69>. Sin duda ella misma hab<61>a
dejado que la chica se comprometiera, pensando que luego Aracil no la
abandonar<EFBFBD>a.
A Hurtado no le gust<73> la casa; aprovecharse, como Julio, de la miseria
de la familia para hacer de Nin<69> su querida, con la idea de abandonarla
cuando le conviniera, le parec<65>a una mala acci<63>n.
Todav<EFBFBD>a si Andr<64>s no hubiera estado en el secreto de las intenciones
de Julio, hubiese ido a casa de do<64>a Leonarda sin molestia; pero
tener la seguridad de que un d<>a los amores de su amigo acabar<61>an con
una peque<75>a tragedia de lloros y de lamentos, en que do<64>a Leonarda
chillar<EFBFBD>a y a Nin<69> le dar<61>an soponcios, era una perspectiva que le
disgustaba.
II
UNA CACHUPINADA
ANTES de Carnaval, Julio Aracil le dijo a Hurtado:
--<2D>Sabes? Vamos a tener baile en casa de las Minglanillas.
--<2D>Hombre! <20>Cu<43>ndo va a ser eso?
--El domingo de Carnaval. El petr<74>leo para la luz y las pastas, el
alquiler del piano y el pianista, se pagar<61>n entre todos. De manera que
si t<> quieres ser de la cuadrilla, ya est<73>s apoquinando.
--Bueno. No hay inconveniente. <20>Cu<43>nto hay que pagar?
--Ya te lo dir<69> uno de estos d<>as.
--<2D>Qui<75>nes van a ir?
--Pues ir<69>n algunas muchachas de la vecindad, con sus novios; Casares,
ese periodista amigo m<>o; un sainetero, y otros. Estar<61> bien. Habr<62>
chicas guapas.
El domingo de Carnaval, despu<70>s de salir de guardia del hospital, fu<66>
Hurtado al baile. Eran ya las once de la noche. El sereno le abri<72> la
puerta. La casa de do<64>a Leonarda rebosaba gente; la hab<61>a hasta en la
escalera.
Al entrar Andr<64>s se encontr<74> a Julio en un grupo de j<>venes a quienes
no conoc<6F>a. Julio le present<6E> a un sainetero, un hombre est<73>pido y
f<EFBFBD>nebre, que a las primeras palabras, para demostrar sin duda su
profesi<EFBFBD>n, dijo unos cuantos chistes, a cual m<>s conocidos y vulgares.
Tambi<EFBFBD>n le present<6E> a Anto<74>ito Casares, empleado y periodista, hombre
de gran partido entre las mujeres.
Anto<EFBFBD>ito era un andaluz con una moral de chulo; se figuraba que dejar
pasar a una mujer sin sacarle algo era una gran torpeza. Para Casares
toda mujer le deb<65>a, s<>lo por el hecho de serlo, una contribuci<63>n, una
gabela.
Anto<EFBFBD>ito clasificaba a las mujeres en dos clases: unas las pobres, para
divertirse, y otra las ricas, para casarse con alguna de ellas por su
dinero, a ser posible.
Anto<EFBFBD>ito buscaba la mujer rica, con una constancia de anglo-saj<61>n. Como
ten<EFBFBD>a buen aspecto y vest<73>a bien, al principio las muchachas a quien se
dirig<EFBFBD>a le acog<6F>an como a un pretendiente aceptable. El audaz trataba
de ganar terreno; hablaba a las criadas, mandaba cartas, paseaba la
calle. A esto llamaba <20>l _trabajar_ a una mujer. La muchacha, mientras
consideraba al galanteador como un buen partido, no le rechazaba; pero
cuando se enteraba de que era un empleadillo humilde, un periodista,
desconocido y gorr<72>n, ya no le volv<6C>a a mirar a la cara.
Julio Aracil sent<6E>a un gran entusiasmo por Casares, a quien consideraba
como un compadre digno de <20>l. Los dos pensaban ayudarse mutuamente para
subir en la vida.
Cuando comenzaron a tocar el piano todos los muchachos se lanzaron en
busca de pareja.
--<2D>T<EFBFBD> sabes bailar?--le pregunt<6E> Aracil a Hurtado.
--Yo no.
--Pues mira, vete al lado de Lul<75>, que tampoco quiere bailar, y tr<74>tala
con consideraci<63>n.
--<2D>Por qu<71> me dices esto?
--Porque hace un momento--a<>adi<64> Julio con iron<6F>a--do<64>a Leonarda me ha
dicho: A mis hijas hay que tratarlas como si fueran v<>rgenes, Julito,
como si fueran v<>rgenes.
Y Julio Aracil sonri<72>, remedando a la madre de Nin<69>, con su sonrisa de
hombre mal intencionado y canalla.
Andr<EFBFBD>s fu<66> abri<72>ndose paso. Hab<61>a varios quinqu<71>s de petr<74>leo
iluminando la sala y el gabinete. En el comedorcito, la mesa ofrec<65>a
a los concurrentes bandejas con dulces y pastas y botellas de vino
blanco. Entre las muchachas que m<>s sensaci<63>n produc<75>an en el baile
hab<EFBFBD>a una rubia, muy guapa, muy vistosa. Esta rubia ten<65>a su historia.
Un se<73>or rico que la rondaba se la llev<65> a un hotel de la Prosperidad,
y d<>as despu<70>s la rubia se escap<61> del hotel, huyendo del raptor, que al
parecer era un s<>tiro.
Toda la familia de la muchacha ten<65>a cierto estigma de anormalidad. El
padre, un venerable anciano por su aspecto, hab<61>a tenido un proceso por
violar a una ni<6E>a, y un hermano de la rubia, despu<70>s de disparar dos
tiros a su mujer, intent<6E> suicidarse.
A esta rubia guapa, que se llamaba Estrella, la distingu<67>an casi todas
las vecinas con un odio furioso.
Al parecer, por lo que dijeron, exhib<69>a en el balc<6C>n, para que rabiaran
las muchachas de la vecindad, medias negras caladas, camisas de
seda llenas de lacitos y otra porci<63>n de prendas interiores lujosas
y espl<70>ndidas que no pod<6F>an proceder m<>s que de un comercio poco
honorable.
Do<EFBFBD>a Leonarda no quer<65>a que sus hijas se trataran con aquella muchacha;
seg<EFBFBD>n dec<65>a, ella no pod<6F>a sancionar amistades de cierto g<>nero.
La hermana de la Estrella, Elvira, de doce o trece a<>os, era muy
bonita, muy descocada, y segu<67>a, sin duda, las huellas de la mayor.
--<2D>Esta _peque_ de la vecindad es m<>s sinverg<72>enza!--dijo una vieja
detr<EFBFBD>s de Andr<64>s, se<73>alando a la Elvira.
La Estrella bailaba como hubiese podido hacerlo la diosa Venus, y al
moverse, sus caderas y su pecho abultado, se destacaban de una manera
un poco insultante.
Casares, al verla pasar, la dec<65>a:
--<2D>Vaya usted con Dios, guerrera!
Andr<EFBFBD>s avanz<6E> en el cuarto hasta sentarse cerca de Lul<75>.
--Muy tarde ha venido usted--le dijo ella.
--S<>, he estado de media guardia en el hospital.
--<2D>Qu<51>, no va usted a bailar?
--Yo no s<>.
--<2D>No?
--No. <20>Y usted?
--Yo no tengo ganas. Me mareo.
Casares se acerc<72> a Lul<75> a invitarle a bailar.
--Oiga usted, negra--la dijo.
--<2D>Qu<51> quiere usted, blanco?--le pregunt<6E> ella con descaro.
--<2D>No quiere usted darse unas vueltecitas conmigo?
--No, se<73>or.
--<2D>Y por qu<71>?
--Porque no me sale... de adentro--contest<73> ella de una manera achulada.
--Tiene usted mala sangre, negra--le dijo Casares.
--S<>, que usted la debe tener buena, blanco--replic<69> ella.
--<2D>Por qu<71> no ha querido usted bailar con <20>l?--le pregunt<6E> Andr<64>s.
--Porque es un boceras; un t<>o antip<69>tico, que cree que todas las
mujeres est<73>n enamoradas de <20>l. <20>Que se vaya a paseo!
Sigui<EFBFBD> el baile con animaci<63>n creciente y Andr<64>s permaneci<63> sin hablar
al lado de Lul<75>.
--Me hace usted mucha gracia--dijo ella de pronto, ri<72>ndose, con una
risa que le daba la expresi<73>n de una alima<6D>a.
--<2D>Por qu<71>?--pregunt<6E> Andr<64>s, enrojeciendo s<>bitamente.
--<2D>No le ha dicho a usted Julio que se entienda conmigo? <20>S<EFBFBD>, verdad?
--No, no me ha dicho nada.
--S<>, diga usted que s<>. Ahora, que usted es demasiado delicado para
confesarlo. A <20>l le parece eso muy natural. Se tiene una novia pobre,
una se<73>orita cursi como nosotras para entretenerse, y despu<70>s se busca
una mujer que tenga alg<6C>n dinero para casarse.
--No creo que esa sea su intenci<63>n.
--<2D>Que no? <20>Ya lo creo! <20>Usted se figura que no va a abandonar a Nin<69>?
En seguida que acabe la carrera. Yo le conozco mucho a Julio. Es un
ego<EFBFBD>sta y un canallita. Est<73> enga<67>ando a mi madre y a mi hermana... y
total, <20>para qu<71>?
--No s<> lo que har<61> Julio... yo s<> que no lo har<61>a.
--Usted no, porque usted es de otra manera... Adem<65>s, en usted no hay
caso, porque no se va a enamorar usted de m<>, ni aun para divertirse.
--<2D>Por qu<71> no?
--Porque no.
Ella comprend<6E>a que no gustara a los hombres.
A ella misma le gustaban m<>s las chicas, y no es que tuviera instintos
viciosos; pero la verdad era que no le hac<61>an impresi<73>n los hombres.
Sin duda, el velo que la naturaleza y el pudor han puesto sobre todos
los motivos de la vida sexual, se hab<61>a desgarrado demasiado pronto
para ella; sin duda supo lo que eran la mujer y el hombre en una <20>poca
en que su instinto nada le dec<65>a, y esto le hab<61>a producido una mezcla
de indiferencia y de repulsi<73>n por todas las cosas del amor.
Andr<EFBFBD>s pens<6E> que esta repulsi<73>n proven<65>a m<>s que nada de la miseria
org<EFBFBD>nica, de la falta de alimentaci<63>n y de aire.
Lul<EFBFBD> le confes<65> que estaba deseando morirse, de verdad, sin
romanticismo alguno; cre<72>a que nunca llegar<61>a a vivir bien.
La conversaci<63>n les hizo muy amigos a Andr<64>s y a Lul<75>.
A las doce y media hubo que terminar el baile. Era condici<63>n
indispensable, fijada por do<64>a Leonarda; las muchachas ten<65>an que
trabajar al d<>a siguiente, y por m<>s que todo el mundo pidi<64> que se
continuara, do<64>a Leonarda fu<66> inflexible, y para la una estaba ya
despejada la casa.
III
LAS MOSCAS
ANDR<EFBFBD>S sali<6C> a la calle con un grupo de hombres.
Hac<EFBFBD>a un fr<66>o intenso.
--<2D>Ad<41>nde ir<69>amos?--pregunt<6E> Julio.
--Vamos a casa de do<64>a Virginia--propuso Casares--. <20>Ustedes la
conocer<EFBFBD>n?
--Yo s<> la conozco--contest<73> Aracil.
Se acercaron a una casa pr<70>xima, de la misma calle, que hac<61>a esquina a
la de la Ver<65>nica. En un balc<6C>n del piso principal se le<6C>a este letrero
a la luz de un farol:
VIRGINIA GARC<52>A
COMADRONA CON T<>TULO DEL COLEGIO
DE SAN CARLOS
(_Sage femme._)
--No se ha debido acostar, porque hay luz--dijo Casares.
Julio llam<61> al sereno, que les abri<72> la puerta, y subieron todos al
piso principal. Sali<6C> a recibirles una criada vieja que les pas<61> a
un comedor en donde estaba la comadrona sentada a una mesa con dos
hombres. Ten<65>an delante una botella de vino y tres vasos.
Do<EFBFBD>a Virginia era una mujer alta, rubia, gorda, con una cara de
angelito de Rubens que llevara cuarenta y cinco a<>os revoloteando
por el mundo. Ten<65>a la tez iluminada y rojiza, como la piel de un
cochinillo asado y unos lunares en el ment<6E>n que le hac<61>an parecer una
mujer barbuda.
Andr<EFBFBD>s la conoc<6F>a de vista por haberla encontrado en San Carlos en la
cl<EFBFBD>nica de partos, ataviada con unos trajes claros y unos sombreros de
ni<EFBFBD>a bastante rid<69>culos.
De los dos hombres, uno era el amante de la comadrona. Do<44>a Virginia
le present<6E> como un italiano profesor de idiomas de un colegio. Este
se<EFBFBD>or, por lo que habl<62>, daba la impresi<73>n de esos personajes que han
viajado por el extranjero viviendo en hoteles de dos francos y que
luego ya no se pueden acostumbrar a la falta de _confort_ de Espa<70>a.
El otro, un tipo de aire siniestro, barba negra y anteojos, era nada
menos que el director de la revista _El Mas<61>n Ilustrado_.
Do<EFBFBD>a Virginia dijo a sus visitantes que aquel d<>a estaba de guardia,
cuidando a una parturiente. La comadrona ten<65>a una casa bastante grande
con unos gabinetes misteriosos que daban a la calle de la Ver<65>nica;
all<EFBFBD> instalaba a las muchachas, hijas de familia, a las cuales, un mal
paso dejaba en situaci<63>n comprometida.
Do<EFBFBD>a Virginia pretend<6E>a demostrar que era de una exquisita sensibilidad.
--<2D>Pobrecitas!--dec<65>a de sus hu<68>spedas--. <20>Qu<51> malos son ustedes los
hombres!
A Andr<64>s esta mujer le pareci<63> repulsiva.
En vista de que no pod<6F>an quedarse all<6C>, sali<6C> todo el grupo de hombres
a la calle. A los pocos pasos se encontraron con un muchacho, sobrino
de un prestamista de la calle de Atocha, acompa<70>ando a una chulapa con
la que pensaba ir al baile de la Zarzuela.
--<2D>Hola, Victorio!--le salud<75> Aracil.
--<2D>Hola, Julio!--contest<73> el otro--. <20>Qu<51> tal? <20>De d<>nde salen ustedes?
--De aqu<71>; de casa de do<64>a Virginia.
--<2D>Valiente t<>a! Es una explotadora de esas pobres muchachas que lleva
a su casa enga<67>adas.
<EFBFBD>Un prestamista llamando explotadora a una comadrona! Indudablemente,
el caso no era del todo vulgar.
El director de _El Mas<61>n Ilustrado_, que se reuni<6E> con Andr<64>s, le dijo
con aire grave que do<64>a Virginia era una mujer de cuidado; hab<61>a echado
al otro mundo dos maridos, con dos jicarazos; no le asustaba nada.
Hac<EFBFBD>a abortar, suprim<69>a chicos, secuestraba muchachas y las vend<6E>a.
Acostumbrada a hacer gimnasia, y a dar masaje, ten<65>a m<>s fuerzas que
un hombre, y para ella no era nada sujetar a una mujer como si fuera un
ni<EFBFBD>o.
En estos negocios de abortos y de tercer<65>as manifestaba una audacia
enorme. Como esas moscas sarc<72>fagas que van a los animales despedazados
y a las carnes muertas, as<61> aparec<65>a do<64>a Virginia con sus palabras
amables, all<6C> donde olfateaba la familia arruinada a quien arrastraban
al _spoliarium_.
El italiano, asegur<75> el director de _El Mas<61>n Ilustrado_, no era
profesor de idiomas ni mucho menos, sino un c<>mplice en los negocios
nefandos de do<64>a Virginia, y si sab<61>a franc<6E>s e ingl<67>s, era porque
hab<EFBFBD>a andado durante mucho tiempo de carterista, desvalijando a la
gente en los hoteles.
Fueron todos con Victorio hasta la Carrera de San Jer<65>nimo; all<6C>,
el sobrino del prestamista, les invit<69> a acompa<70>arle al baile de la
Zarzuela; pero Aracil y Casares supusieron que Victorio no les querr<72>a
pagar la entrada, y dijeron que no.
--Vamos a hacer una cosa--propuso el sainetero amigo de Casares.
--<2D>Qu<51>?--pregunt<6E> Julio.
--Vamos a casa de Villas<61>s. Pura habr<62> salido del teatro ahora.
Villas<EFBFBD>s, seg<65>n le dijeron a Andr<64>s, era un autor dram<61>tico que ten<65>a
dos hijas coristas. Este Villas<61>s viv<69>a en la Cuesta de Santo Domingo.
Se dirigieron a la Puerta del Sol; compraron pasteles en la calle del
Carmen esquina a la del Olivo; fueron despu<70>s a la Cuesta de Santo
Domingo, y se detuvieron delante de una casa grande.
--Aqu<71> no alborotemos--advirti<74> el sainetero, porque el sereno no nos
abrir<EFBFBD>a.
Abri<EFBFBD> el sereno, entraron en un espacioso portal, y Casares y su amigo,
Julio, Andr<64>s y el director de _El Mas<61>n Ilustrado_, comenzaron a subir
una ancha escalera hasta llegar a las guardillas, alumbr<62>ndose con
f<EFBFBD>sforos.
Llamaron en una puerta, apareci<63> una muchacha que les hizo pasar a un
estudio de pintor y poco despu<70>s se present<6E> un se<73>or de barba y pelo
entrecano, envuelto en un gab<61>n.
Este se<73>or Rafael Villas<61>s era un pobre diablo autor de comedias y de
dramas detestables en verso.
El poeta, como se llamaba <20>l, viv<69>a su vida en artista, en bohemio; era
en el fondo un completo majadero, que hab<61>a echado a perder a sus hijas
por un est<73>pido romanticismo.
Pura y Ernestina llevaban un camino desastroso; ninguna de las dos
ten<EFBFBD>a condici<63>n para la escena; pero el padre no cre<72>a m<>s que en el
arte, y las hab<61>a llevado al Conservatorio, luego metido en un teatro
de partiquinas y relacionado con periodistas y c<>micos.
Pura, la mayor, ten<65>a un hijo con un sainetero amigo de Casares, y
Ernestina estaba enredada con un revendedor.
El amante de Pura, adem<65>s de un acreditado imb<6D>cil, fabricante de
chistes est<73>pidos, como la mayor<6F>a de los del gremio, era un granuja,
dispuesto a llevarse todo lo que ve<76>a. Aquella noche estaba all<6C>. Era
un hombre alto, flaco, moreno, con el labio inferior colgante.
Los dos saineteros hicieron gala de su ingenio, sacando a relucir una
colecci<EFBFBD>n de chistes viejos y manidos. Ellos dos y los otros, Casares,
Aracil y el director de _El Mas<61>n Ilustrado_, tomaron la casa de
Villas<EFBFBD>s como terreno conquistado e hicieron una porci<63>n de horrores
con una mala intenci<63>n canallesca.
Se re<72>an de la chifladura del padre, que cre<72>a que todo aquello era la
vida art<72>stica. El pobre imb<6D>cil no notaba la mala voluntad que pon<6F>an
todos en sus bromas.
Las hijas, dos mujeres est<73>pidas y feas, comieron con avidez los
pasteles que hab<61>an llevado los visitantes, sin hacer caso de nada.
Uno de los saineteros hizo el le<6C>n, tir<69>ndose por el suelo y rugiendo,
y el padre ley<65> unas quintillas que se aplaudieron a rabiar.
Hurtado, cansado del ruido y de las gracias de los saineteros, fu<66> a la
cocina a beber un vaso de agua y se encontr<74> con Casares y el director
de _El Mas<61>n Ilustrado_. Este estaba empe<70>ado en ensuciarse en uno de
los pucheros de la cocina y echarlo luego en la tinaja del agua.
Le parec<65>a la suya una ocurrencia gracios<6F>sima.
--Pero usted es un imb<6D>cil--le dijo Andr<64>s bruscamente.
--<2D>C<EFBFBD>mo?
--Que es usted un imb<6D>cil, una mala bestia.
--<2D>Usted no me dice a m<> eso!--grit<69> el mas<61>n.
--<2D>No est<73> usted oyendo que se lo digo?
--En la calle no me repite usted eso.
--En la calle y en todas partes.
Casares tuvo que intervenir, y como sin duda quer<65>a marcharse,
aprovech<EFBFBD> la ocasi<73>n de acompa<70>ar a Hurtado diciendo que iba para
evitar cualquier conflicto. Pura baj<61> a abrirles la puerta, y el
periodista y Andr<64>s fueron juntos hasta la Puerta del Sol. Casares le
brind<EFBFBD> su protecci<63>n a Andr<64>s; sin duda, promet<65>a protecci<63>n y ayuda a
todo el mundo.
Hurtado se march<63> a casa mal impresionado. Do<44>a Virginia, explotando y
vendiendo mujeres; aquellos j<>venes, escarneciendo a una pobre gente
desdichada. La piedad no aparec<65>a por el mundo.
IV
LUL<55>
LA conversaci<63>n que tuvo en el baile con Lul<75>, di<64> a Hurtado el deseo
de intimar algo m<>s con la muchacha.
Realmente la chica era simp<6D>tica y graciosa. Ten<65>a los ojos
desnivelados, uno m<>s alto que otro, y al reir los entornaba hasta
convertirlos en dos rayitas, lo que le daba una gran expresi<73>n de
malicia; su sonrisa levantaba las comisuras de los labios para arriba,
y su cara tomaba un aire sat<61>rico y agudo.
No se mord<72>a la lengua para hablar. Dec<65>a habitualmente horrores. No
hab<EFBFBD>a en ella dique para su desenfreno espiritual, y cuando llegaba a
lo m<>s escabroso, una expresi<73>n de cinismo brillaba en sus ojos.
El primer d<>a que fu<66> Andr<64>s a ver a Lul<75> despu<70>s del baile, cont<6E> su
visita a casa de do<64>a Virginia.
--<2D>Estuvieron ustedes a ver a la comadrona?--pregunt<6E> Lul<75>.
--S<>
--Valiente t<>a cerda.
--Ni<4E>a--exclam<61> do<64>a Leonarda-, <20>qu<71> expresiones son esas?
--<2D>Pues qu<71> es, sino una alcahueta o algo peor?
--<2D>Jes<65>s! <20>Qu<51> palabras!
--A m<> me vino un d<>a--sigui<75> diciendo Lul<75>--pregunt<6E>ndome si quer<65>a ir
con ella a casa de un viejo. <20>Qu<51> t<>a guarra!
A Hurtado le asombraba la mordacidad de Lul<75>. No ten<65>a ese repertorio
vulgar de chistes o<>dos en el teatro; en ella todo era callejero,
popular.
Andr<EFBFBD>s comenz<6E> a ir con frecuencia a la casa, s<>lo para oir a Lul<75>.
Era, sin duda, una mujer inteligente, cerebral, como la mayor<6F>a de
las muchachas que viven trabajando en las grandes ciudades, con una
aspiraci<EFBFBD>n mayor por ver, por enterarse, por distinguirse, que por
sentir placeres sensuales.
A Hurtado le sorprend<6E>a; pero no le produc<75>a la m<>s ligera idea de
hacerle el amor. Hubiera sido imposible para <20>l pensar que pudiera
llegar a tener con Lul<75> m<>s que una cordial amistad.
Lul<EFBFBD> bordaba para un taller de la calle de Segovia, y sol<6F>a ganar hasta
tres pesetas al d<>a. Con esto, unido a la peque<75>a pensi<73>n de do<64>a
Leonarda, viv<69>a la familia; Nin<69> ganaba poco, porque, aunque trabajaba,
era torpe.
Cuando Andr<64>s iba por las tardes, se encontraba a Lul<75> con el bastidor
en las rodillas, unas veces cantando a voz en grito, otras muy
silenciosa.
Lul<EFBFBD> cog<6F>a r<>pidamente las canciones de la calle y las cantaba con una
picard<EFBFBD>a admirable. Sobre todo, esas tonadillas encanalladas, de letra
grotesca, eran las que m<>s le gustaban.
El tango aquel que empieza diciendo:
Un cocinero de C<>diz, muy afamado,
a las mujeres las compara con el guisado,
y esos otros en que las mujeres entran en quinta, o tienen que ser
marineras, el de la <20>Ni<4E>a qu<71>?, o el de las mujeres que montan en
bicicleta, en el que hay esa preocupaci<63>n graciosa, expresada as<61>:
Por eso hay ahora
mil discusiones,
por si han de llevar faldas
o pantalones.
Todas estas canciones populares las cantaba con much<63>sima gracia.
A veces le faltaba el humor y ten<65>a esos silencios llenos de
pensamientos de las chicas inquietas y neur<75>ticas. En aquellos
instantes sus ideas parec<65>an converger hacia adentro, y la fuerza de
la ideaci<63>n le impulsaba a callar. Si la llamaban de pronto, mientras
estaba ensimismada, se ruborizaba y se confund<6E>a.
--No s<> lo que anda maquinando cuando est<73> as<61>--dec<65>a su madre--; pero
no debe ser nada bueno.
Lul<EFBFBD> le cont<6E> a Andr<64>s que de chica hab<61>a pasado una larga temporada
sin querer hablar. En aquella <20>poca el hablar le produc<75>a una gran
tristeza, y desde entonces le quedaban estos arrechuchos.
Muchas veces Lul<75> dejaba el bastidor y se largaba a la calle a comprar
algo en la mercer<65>a pr<70>xima, y contestaba a las frases de los horteras
de la manera m<>s procaz y descarada.
Este poco apego a defender los intereses de la clase les parec<65>a a do<64>a
Leonarda y a Nin<69> una verdadera verg<72>enza.
--Ten en cuenta que tu padre fu<66> un personaje--dec<65>a do<64>a Leonarda con
<EFBFBD>nfasis.
--Y nosotras nos morimos de hambre--replicaba Lul<75>.
Cuando obscurec<65>a y las tres mujeres dejaban la labor, Lul<75> se met<65>a
en alg<6C>n rinc<6E>n, apoy<6F>ndose en varios sitios al mismo tiempo. As<41> como
encajonada, en un espacio estrecho, formado por dos sillas y la mesa
o por las sillas y el armario del comedor, se pon<6F>a a hablar con su
habitual cinismo, escandalizando a su madre y a su hermana. Todo lo que
fuera deforme en un sentido humano la regocijaba. Estaba acostumbrada
a no guardar respeto a nada ni a nadie. No pod<6F>a tener amigas de su
edad, porque le gustaba espantar a las mojigatas con barbaridades; en
cambio, era buena para los viejos y para los enfermos, comprend<6E>a sus
man<EFBFBD>as, sus ego<67>smos, y se re<72>a de ellos. Era tambi<62>n servicial; no
le molestaba andar con un chico sucio en brazos o cuidar de una vieja
enferma de la guardilla.
A veces, Andr<64>s la encontraba m<>s deprimida que de ordinario; entre
aquellos parapetos de sillas viejas sol<6F>a estar con la cabeza apoyada
en la mano, ri<72>ndose de la miseria del cuarto, mirando fijamente el
techo o alguno de los agujeros de la estera.
Otras veces se pon<6F>a a cantar la misma canci<63>n sin parar.
--Pero, muchacha, <20>c<EFBFBD>llate!--dec<65>a su madre--. Me tienes loca con ese
estribillo.
Y Lul<75> callaba; pero al poco tiempo volv<6C>a con la canci<63>n.
A veces iba por la casa un amigo del marido de do<64>a Leonarda, don
Prudencio Gonz<6E>lez.
Don Prudencio era un chulo grueso, de abdomen abultado. Gastaba levita
negra, chaleco blanco, del que colgaba la cadena del reloj llena de
dijes. Ten<65>a los ojos desde<64>osos, peque<75>os, el bigote corto y pintado y
la cara roja. Hablaba con acento andaluz y tomaba posturas acad<61>micas
en la conversaci<63>n.
El d<>a que iba don Prudencio, do<64>a Leonarda se multiplicaba.
--Usted, que ha conocido a mi marido--dec<65>a con voz lacrimosa--. Usted,
que nos ha visto en otra posici<63>n.
Y do<64>a Leonarda hablaba con l<>grimas en los ojos de los esplendores
pasados.
V
M<>S DE LUL<55>
ALGUNOS d<>as de fiesta, por la tarde, Andr<64>s acompa<70><61> a Lul<75> y a su
madre a dar un paseo por el Retiro o por el Jard<72>n Bot<6F>nico.
El Bot<6F>nico le gustaba m<>s a Lul<75> por ser m<>s popular y estar cerca
de su casa, y por aquel olor acre que daban los viejos mirtos de las
avenidas.
--Porque es usted, le dejo que acompa<70>e a Lul<75>--dec<65>a do<64>a Leonarda,
con cierto retint<6E>n.
--Bueno, bueno, mam<61>--replicaba Lul<75>--. Todo eso est<73> de m<>s.
En el Bot<6F>nico se sentaban en alg<6C>n banco, y charlaban. Lul<75> contaba
su vida y sus impresiones, sobre todo de la ni<6E>ez. Los recuerdos de la
infancia estaban muy grabados en su imaginaci<63>n.
--<2D>Me da una pena pensar en cuando era chica!--dec<65>a.
--<2D>Por qu<71>? <20>Viv<69>a usted bien?--le preguntaba Hurtado.
--No, no; pero me da mucha pena.
Contaba Lul<75> que de ni<6E>a la pegaban para que no comiera el yeso de
las paredes y los peri<72>dicos. En aquella <20>poca hab<61>a tenido jaquecas,
ataques de nervios; pero ya hac<61>a mucho tiempo que no padec<65>a ning<6E>n
trastorno. Eso s<>, era un poco desigual; tan pronto se sent<6E>a capaz de
estar derecha una barbaridad de tiempo, como se encontraba tan cansada,
que el menor esfuerzo la rend<6E>a.
Esta desigualdad org<72>nica se reflejaba en su manera de ser espiritual y
material. Lul<75> era muy arbitraria; pon<6F>a sus antipat<61>as y sus simpat<61>as
sin raz<61>n alguna.
No le gustaba comer con orden, ni quer<65>a alimentos calientes; s<>lo le
apetec<EFBFBD>an cosas fr<66>as, picantes, con vinagre, escabeche, naranjas...
--<2D>Ah!, si yo fuera de su familia, eso no se lo consentir<69>a a usted--le
dec<EFBFBD>a Andr<64>s.
--<2D>No?
--No.
--Pues diga usted que es mi primo.
--Usted r<>ase--contestaba Andr<64>s--; pero yo la meter<65>a en cintura.
--<2D>Ay, ay, ay, que me estoy mareando!--contestaba ella, cantando
descaradamente.
Andr<EFBFBD>s Hurtado trataba a pocas mujeres; si hubiese conocido m<>s y
podido comparar, hubiera llegado a sentir estimaci<63>n por Lul<75>.
En el fondo de su falta de ilusi<73>n y de moral, al menos de moral
corriente, ten<65>a esta muchacha una idea muy humana y muy noble de las
cosas. A ella no le parec<65>an mal el adulterio, ni los vicios, ni las
mayores enormidades; lo que le molestaba era la doblez, la hipocres<65>a,
la mala fe. Sent<6E>a un gran deseo de lealtad.
Dec<EFBFBD>a que si un hombre la pretend<6E>a, y ella viera que la quer<65>a de
verdad, se ir<69>a con <20>l, fuera rico o pobre, soltero o casado.
Tal afirmaci<63>n parec<65>a una monstruosidad, una indecencia a Nin<69> y a
do<EFBFBD>a Leonarda. Lul<75> no aceptaba derechos ni pr<70>cticas sociales.
--Cada cual debe hacer lo que quiera--dec<65>a.
El desenfado inicial de su vida le daba un valor para opinar muy grande.
--<2D>De veras se ir<69>a usted con un hombre?--le preguntaba Andr<64>s.
--Si me quer<65>a de verdad, <20>ya lo creo! Aunque me pegara despu<70>s.
--<2D>Sin casarse?
--Sin casarme, <20>por qu<71> no? Si viv<69>a dos o tres a<>os con ilusi<73>n y con
entusiasmo, pues eso no me lo quitaba nadie.
--<2D>Y luego?...
--Luego seguir<69>a trabajando como ahora, o me envenenar<61>a.
Esta tendencia al final tr<74>gico era muy frecuente en Lul<75>; sin duda
le atra<72>a la idea de acabar, y de acabar de una manera melodram<61>tica.
Dec<EFBFBD>a que no le gustar<61>a llegar a vieja.
En su franqueza extraordinaria, hablaba con cinismo. Un d<>a le dijo a
Andr<EFBFBD>s:
--Ya ve usted: hace unos a<>os estuve a punto de perder la honra, como
decimos las mujeres.
--<2D>Por qu<71>?--pregunt<6E> Andr<64>s, asombrado, al oir esta revelaci<63>n.
--Porque un bestia de la vecindad quiso forzarme. Yo ten<65>a doce a<>os.
Y gracias que llevaba pantalones y empec<65> a chillar; si no... estar<61>a
deshonrada--a<>adi<64> con voz campanuda.
--Parece que la idea no le espanta a usted mucho.
--Para una mujer que no es guapa, como yo, y que tiene que estar
siempre trabajando, como yo, la cosa no tiene gran importancia.
<EFBFBD>Qu<EFBFBD> hab<61>a de verdad en esta man<61>a de sinceridad y de an<61>lisis de
Lul<EFBFBD>?--se preguntaba Andr<64>s--. <20>Era espont<6E>nea, era sentida, o hab<61>a
algo de ostentaci<63>n para parecer original? Dif<69>cil era averiguarlo.
Algunos s<>bados por la noche, Julio y Andr<64>s convidaban a Lul<75>, a Nin<69>
y a su madre a ir a alg<6C>n teatro, y despu<70>s entraban en un caf<61>.
VI
MANOLO EL CHAFAND<4E>N
UNA amiga, con la cual sol<6F>a prestarse mutuos servicios Lul<75>, era una
vieja, planchadora de la vecindad, que se llamaba Venancia.
La se<73>ora Venancia tendr<64>a unos sesenta a<>os, y trabajaba
constantemente; invierno y verano estaba en su cuartucho, sin cesar de
planchar un momento. La se<73>ora Venancia viv<69>a con su hija y su yerno,
un chulapo a quien llamaban Manolo el Chafand<6E>n.
El tal Manolo, hombre de muchos oficios y de ninguno, no trabajaba m<>s
que rara vez, y viv<69>a a costa de la suegra.
Manolo ten<65>a tres o cuatro hijos, y el <20>ltimo era una ni<6E>a de pecho que
sol<EFBFBD>a estar con frecuencia metida en un cesto en el cuarto de la se<73>ora
Venancia, y a quien Lul<75> sol<6F>a pasear en brazos por la galer<65>a.
--<2D>Qu<51> va a ser esta ni<6E>a?--preguntaban algunos.
Y Lul<75> contestaba:
--Golfa, golfa--u otra palabra m<>s dura, y a<>ad<61>a: As<41> la llevar<61>n en
coche, como a la Estrella.
La hija de la se<73>ora Venancia era una vaca sin cencerro, holgazana,
borracha, que se pasaba la vida disputando con las comadres de la
vecindad. Como a Manolo, su hombre, no le gustaba trabajar, toda la
familia viv<69>a a costa de la se<73>ora Venancia, y el dinero del taller de
planchado no bastaba, naturalmente, para subvenir a las necesidades de
la casa.
Cuando la Venancia y el yerno disputaban, la mujer de Manolo siempre
sal<EFBFBD>a a la defensa del marido, como si este holgaz<61>n tuviera derecho a
vivir del trabajo de los dem<65>s.
Lul<EFBFBD>, que era justiciera, un d<>a, al ver que la hija atropellaba a la
madre, sali<6C> en defensa de la Venancia, y se insult<6C> con la mujer de
Manolo; la llam<61> t<>a zorra, borracha, perro y a<>adi<64> que su marido
era un cabronazo; la otra le dijo que ella y toda su familia eran
unas cursis muertas de hambre, y gracias a que se interpusieron otras
vecinas, no se tiraron de los pelos.
Aquellas palabras ocasionaron un conflicto, porque Manolo el
Chafand<EFBFBD>n, que era un chulo aburrido, de estos cobardes, decidi<64> pedir
explicaciones a Lul<75> de sus palabras.
Do<EFBFBD>a Leonarda y Nin<69>, al saber lo ocurrido, se escandalizaron. Do<44>a
Leonarda ech<63> una chiller<65>a a Lul<75> por mezclarse con aquella gente.
Do<EFBFBD>a Leonarda no ten<65>a sensibilidad m<>s que para las cosas que se
refer<EFBFBD>an a su respetabilidad social.
--Est<73>s empe<70>ada en ultrajarnos--dijo a Lul<75> medio llorando--. <20>Qu<51>
vamos a hacer, Dios m<>o, cuando venga ese hombre?
--Que venga--replic<69> Lul<75>--; yo le dir<69> que es un gandul y que m<>s le
val<EFBFBD>a trabajar y no vivir de su suegra.
--<2D>Pero a ti qu<71> te importa lo que hacen los dem<65>s? <20>Por qu<71> te mezclas
con esa gente?
Llegaron por la tarde Julio Aracil y Andr<64>s y do<64>a Leonarda les puso al
corriente de lo ocurrido.
--Qu<51> demonio; no les pasar<61> a ustedes nada--dijo Andr<64>s--; aqu<71>
estaremos nosotros.
Aracil, al saber lo que suced<65>a y la visita anunciada del Chafand<6E>n, se
hubiera marchado con gusto, porque no era amigo de trifulcas; pero por
no pasar por un cobarde, se qued<65>.
A media tarde llamaron a la puerta, y se oy<6F> decir:
--<2D>Se puede?
--Adelante--dijo Andr<64>s.
Se present<6E> Manolo el Chafand<6E>n, vestido de d<>a de fiesta, muy
elegante, muy empaquetado, con un sombrero ancho torero y una gran
cadena de reloj de plata. En su mejilla, un lunar negro y rizado
trazaba tantas vueltas como el muelle de un reloj de bolsillo. Do<44>a
Leonarda y Nin<69> temblaron al ver a Manolo. Andr<64>s y Julio le invitaron
a explicarse.
El Chafand<6E>n puso su garrota en el antebrazo izquierdo, y comenz<6E> una
retahila larga de reflexiones y consideraciones acerca de la honra y de
las palabras que se dicen imprudentemente.
Se ve<76>a que estaba sondeando a ver si se pod<6F>a atrever a ech<63>rselas de
valiente, porque aquellos se<73>oritos lo mismo pod<6F>an ser dos panolis que
dos puntos bragados que le hartasen de mojicones.
Lul<EFBFBD> escuchaba nerviosa, moviendo los brazos y las piernas, dispuesta a
saltar.
El Chafand<6E>n comenz<6E> a envalentonarse al ver que no le contestaban, y
subi<EFBFBD> el tono de la voz.
--Porque aqu<71> (y se<73>al<61> a Lul<75> con el garrote) le ha llamado a mi
se<EFBFBD>ora zorra, y mi se<73>ora no es una zorra; habr<62> otras m<>s zorras
que ella, y aqu<71> (y volvi<76> a se<73>alar a Lul<75>) ha dicho que yo soy un
cabronazo, y <20>maldita sea la!... que yo le como los h<>gados al que diga
eso.
Al terminar su frase, el Chafand<6E>n di<64> un golpe con el garrote en el
suelo.
Viendo que el Chafand<6E>n se desmandaba, Andr<64>s, un poco p<>lido, se
levant<EFBFBD> y le dijo:
--Bueno; si<73>ntese usted.
--Estoy bien as<61>--dijo el chulo.
--No, hombre. Si<53>ntese usted. Est<73> usted hablando desde hace mucho
tiempo, de pie, y se va usted a cansar.
Manolo el Chafand<6E>n se sent<6E>, algo escamado.
--Ahora, diga usted--sigui<75> diciendo Andr<64>s--qu<71> es lo que usted
quiere, en resumen.
--<2D>En resumen?
--S<>.
--Pues yo quiero una explicaci<63>n.
--Una explicaci<63>n, <20>de qu<71>?
--De las palabras que ha dicho aqu<71> (y volvi<76> a se<73>alar a Lul<75>) contra
mi se<73>ora y contra este servidor.
--Vamos, hombre, no sea usted imb<6D>cil.
--Yo no soy imb<6D>cil.
--<2D>Qu<51> quiere usted que diga esta se<73>orita? <20>Que su mujer no es una
zorra, ni una borracha, ni un perro, y que usted no es un cabronazo?
Bueno; Lul<75>, diga usted eso para que este buen hombre se vaya tranquilo.
--A m<> ning<6E>n pollo neque me toma el pelo--dijo el Chafand<6E>n,
levant<EFBFBD>ndose.
--Yo lo que voy a hacer--dijo Andr<64>s irritado--es darle un silletazo en
la cabeza y echarle a puntapi<70>s por las escaleras.
--<2D>Usted?
--S<>; yo.
Y Andr<64>s se acerc<72> al chulo con la silla en el aire. Do<44>a Leonarda y
sus hijas empezaron a gritar; el Chafand<6E>n se acerc<72> r<>pidamente a la
puerta y la abri<72>. Andr<64>s se fu<66> a <20>l; pero el Chafand<6E>n cerr<72> la
puerta y se escap<61> por la galer<65>a, soltando bravatas e insultos.
Andr<EFBFBD>s quer<65>a salir a calentarle las costillas para ense<73>arle a tratar
a las personas; pero entre las mujeres y Julio le convencieron de que
se quedara.
Durante toda la ri<72>a Lul<75> estaba vibrando, dispuesta a intervenir.
Cuando Andr<64>s se despidi<64>, le estrech<63> la mano entre las suyas con m<>s
fuerza que de ordinario.
VII
HISTORIA DE LA VENANCIA
LA escena bufa con Manolo el Chafand<6E>n hizo que en la casa de do<64>a
Leonarda se le considerara a Andr<64>s como a un h<>roe. Lul<75> le llev<65>
un d<>a al taller de la Venancia. La Venancia era una de estas viejas
secas, limpias, trabajadoras; se pasaba el d<>a sin descansar un momento.
Ten<EFBFBD>a una vida curiosa. De joven hab<61>a estado de doncella en varias
casas, hasta que muri<72> su <20>ltima se<73>ora y dej<65> de servir.
La idea del mundo de la Venancia era un poco caprichosa. Para ella el
rico, sobre todo el arist<73>crata, pertenec<65>a a una clase superior a la
humana.
Un arist<73>crata ten<65>a derecho a todo, al vicio, a la inmoralidad, al
ego<EFBFBD>smo; estaba como por encima de la moral corriente. Una pobre como
ella, voluble, ego<67>sta o ad<61>ltera le parec<65>a una cosa monstruosa; pero
esto mismo en una se<73>orona lo encontraba disculpable.
A Andr<64>s le asombraba una filosof<6F>a tan extra<72>a, por la cual el que
posee salud, fuerza, belleza y privilegios tiene m<>s derecho a otras
ventajas que el que no conoce m<>s que la enfermedad, la debilidad, lo
feo y lo sucio.
Aunque no se sabe la garant<6E>a cient<6E>fica que tenga, hay en el cielo
cat<EFBFBD>lico, seg<65>n la gente, un santo, San Pascual Bail<69>n, que baila
delante del Alt<6C>simo, y que dice siempre: M<>s, m<>s, m<>s. Si uno tiene
suerte, le da m<>s, m<>s, m<>s; si tiene desgracias le da tambi<62>n m<>s,
m<EFBFBD>s, m<>s. Esta filosof<6F>a bailonesca era la de la se<73>ora Venancia.
La se<73>ora Venancia, mientras planchaba, contaba historias de sus amos.
Andr<EFBFBD>s fu<66> a oirla con gusto.
La primera ama donde sirvi<76> la Venancia era una mujer caprichosa y
loca, de un humor endiablado; pegaba a los hijos, al marido, a los
criados y le gustaba enemistar a sus amigos.
Una de las maniobras que empleaba era hacer que uno se escondiera
detr<EFBFBD>s de una cortina al llegar otra persona, y a <20>sta le incitaba para
que hablase mal del que estaba escondido y le oyese.
La dama obligaba a su hija mayor a vestirse de una manera pobre y
rid<EFBFBD>cula, con el objeto de que nadie se fijara en ella. Lleg<65> en su
maldad hasta esconder unos cubiertos en el jard<72>n y acusar a un criado
de ladr<64>n y hacer que lo llevaran a la c<>rcel.
Una vez en esta casa, la Venancia velaba a uno de los hijos de la
se<EFBFBD>ora que se encontraba muy grave. El ni<6E>o estaba en la agon<6F>a, y a
eso de las diez de la noche muri<72>. La Venancia fu<66> llorando a avisar a
su se<73>ora lo que ocurr<72>a, y se la encontr<74> vestida para un baile. Le
di<EFBFBD> la triste noticia, y ella le dijo: Bueno, no digas nada ahora. La
se<EFBFBD>ora se fu<66> al baile, y cuando volvi<76> comenz<6E> a llorar, haci<63>ndose la
desesperada.
--<2D>Qu<51> loba!--dijo Lul<75> al oir la narraci<63>n.
De esta casa la se<73>ora Venancia hab<61>a pasado a otra de una duquesa muy
guapa, muy generosa, pero de un desenfreno terrible.
Aquella ten<65>a los amantes a pares--dijo la Venancia--. Muchas veces iba
a la iglesia de Jes<65>s con un h<>bito de estame<6D>a parda, y pasaba all<6C>
horas y horas rezando, y a la salida la esperaba su amante en coche y
se iba con <20>l.
--Un d<>a--cont<6E> la planchadora--estaba la duquesa con su querido en
la alcoba; yo dorm<72>a en un cuarto pr<70>ximo que ten<65>a una puerta de
comunicaci<EFBFBD>n. De pronto oigo un estr<74>pito de campanillazos y de golpes.
Aqu<EFBFBD> est<73> el marido--pens<6E>. Salt<6C> de la cama y entr<74> por la puerta
excusada en la habitaci<63>n de mi se<73>ora. El duque, a quien hab<61>a abierto
alg<EFBFBD>n criado, golpeaba furioso la puerta de la alcoba; la puerta no
ten<EFBFBD>a m<>s que un pestillo ligero, que hubiera cedido a la menor fuerza;
yo la atranqu<71> con el palo de una cortina. El amante, azorado, no
sab<EFBFBD>a qu<71> hacer; estaba en una facha muy rid<69>cula. Yo le llev<65> por la
puerta excusada, le d<> las ropas de mi marido y le ech<63> a la escalera.
Despu<EFBFBD>s me vest<73> de prisa y fu<66> a ver al duque, que bramaba furioso,
con una pistola en la mano, dando golpes en la puerta de la alcoba. La
se<EFBFBD>ora, al oir mi voz, comprendi<64> que la situaci<63>n estaba salvada y
abri<EFBFBD> la puerta. El duque mir<69> por todos los rincones, mientras ella le
contemplaba tan tranquila. Al d<>a siguiente, la se<73>ora me abraz<61> y me
bes<EFBFBD>, y me dijo que se arrepent<6E>a de todo coraz<61>n, que en adelante iba
a hacer una vida recatada; pero a los quince d<>as ya ten<65>a otro amante.
La Venancia conoc<6F>a toda la vida <20>ntima del mundo aristocr<63>tico de
su <20>poca; los sarpullidos de los brazos y el furor er<65>tico de Isabel
II; la impotencia de su marido; los vicios, las enfermedades, las
costumbres de los arist<73>cratas las sab<61>a por detalles vistos por sus
ojos.
A Lul<75> le interesaban estas historias.
Andr<EFBFBD>s afirmaba que toda aquella gente era una sucia morralla, indigna
de simpat<61>a y de piedad; pero la se<73>ora Venancia, con su extra<72>a
filosof<EFBFBD>a, no aceptaba esta opini<6E>n; por el contrario, dec<65>a que
todos eran muy buenos, muy caritativos, que hac<61>an grandes limosnas y
remediaban muchas miserias.
Algunas veces Andr<64>s trat<61> de convencer a la planchadora de que el
dinero de la gente rica proced<65>a del trabajo y del sudor de pobres
miserables que labraban el campo, en las dehesas y en los cortijos.
Andr<EFBFBD>s afirmaba que tal estado de injusticia pod<6F>a cambiar; pero esto
para la se<73>ora Venancia era una fantas<61>a.
--As<41> hemos encontrado el mundo y as<61> lo dejaremos--dec<65>a la vieja,
convencida de que su argumento no ten<65>a r<>plica.
VIII
OTROS TIPOS DE LA CASA
UNA de las cosas caracter<65>sticas de Lul<75> era que ten<65>a reconcentrada su
atenci<EFBFBD>n en la vecindad y en el barrio de tal modo, que lo ocurrido en
otros puntos de Madrid para ella no ofrec<65>a el menor inter<65>s. Mientras
trabajaba en su bastidor llevaba el alza y la baja de lo que pasaba
entre los vecinos.
La casa donde viv<69>an, aunque a primera vista no parec<65>a muy grande,
ten<EFBFBD>a mucho fondo y habitaban en ella gran n<>mero de familias. Sobre
todo, la poblaci<63>n de las guardillas era numerosa y pintoresca.
Pasaban por ella una porci<63>n de tipos extra<72>os del hampa y la
pobreter<EFBFBD>a madrile<6C>a. Una inquilina de las guardillas, que daba siempre
que hacer, era la t<>a Negra, una verdulera ya vieja. La pobre mujer se
emborrachaba y padec<65>a un delirio alcoh<6F>lico pol<6F>tico, que consist<73>a
en vitorear a la Rep<65>blica y en insultar a las autoridades, a los
ministros y a los ricos.
Los agentes de seguridad la ten<65>an por blasfema, y la llevaban de
cuando a la sombra a pasar una quincena; pero al salir volv<6C>a a las
andadas.
La t<>a Negra, cuando estaba cuerda y sin alcohol, quer<65>a que la dijeran
la se<73>ora Nieves, pues as<61> se llamaba.
Otra vieja rara de la vecindad era la se<73>ora Benjamina, a quien daban
el mote de Do<44>a Pitusa. Do<44>a Pitusa era una viejezuela peque<75>a, de
nariz corva, ojos muy vivos y boca de sumidero.
Sol<EFBFBD>a ir a pedir limosna a la iglesia de Jes<65>s y a la de Montserrat;
dec<EFBFBD>a a todas horas que hab<61>a tenido muchas desgracias de familia y
p<EFBFBD>rdidas de fortuna; quiz<69> pensaba que esto justificaba su afici<63>n al
aguardiente.
La se<73>ora Benjamina recorr<72>a medio Madrid pidiendo con distintos
pretextos, enviando cartas lacrimosas. Muchas veces, al anochecer,
se pon<6F>a en una bocacalle con el velo negro echado sobre la cara, y
sorprend<EFBFBD>a al transeunte con una narraci<63>n tr<74>gica, expresada en tonos
teatrales; dec<65>a que era viuda de un general; que acababa de mor<6F>rsele
un hijo de veinte a<>os, el <20>nico sost<73>n de su vida; que no ten<65>a para
amortajarle ni encender un cirio con que alumbrar su cad<61>ver.
El transeunte a veces se estremec<65>a, a veces replicaba que deb<65>a tener
muchos hijos de veinte a<>os, cuanto con tanta frecuencia se le mor<6F>a
uno.
El hijo verdadero de la Benjamina ten<65>a m<>s de veinte a<>os; se llamaba
el Chuleta, y estaba empleado en una funeraria. Era chato, muy delgado,
algo giboso, de aspecto enfermizo, con unos pelos azafranados en la
barba y ojos de besugo. Dec<65>an en la vecindad que <20>l inspiraba las
historias melodram<61>ticas de su madre. El Chuleta era un tipo f<>nebre;
deb<EFBFBD>a ser verdaderamente desagradable verle en la tienda en medio de
sus ata<74>des.
El Chuleta era muy vengativo y rencoroso, no se olvidaba de nada; a
Manolo el Chafand<6E>n le guardaba un odio insaciable.
El Chuleta ten<65>a muchos hijos, todos con el mismo aspecto de
abatimiento y de estupidez tr<74>gica del padre y todos tan mal
intencionados y tan rencorosos como <20>l.
Hab<EFBFBD>a tambi<62>n en las guardillas una casa de hu<68>spedes de una gallega
bizca, tan ancha de arriba como de abajo. Esta gallega, la Paca, ten<65>a
de pupilos, entre otros, un mozo de la clase de disecci<63>n de San
Carlos, tuerto, a quien conoc<6F>an Aracil y Hurtado; un enfermero del
Hospital General y un cesante, a quien llamaban don Cleto.
Don Cleto Meana era el fil<69>sofo de la casa, era un hombre bien educado
y culto, que hab<61>a ca<63>do en la miseria. Viv<69>a de algunas caridades que
le hac<61>an los amigos. Era un viejecito bajito y flaco, muy limpio, muy
arreglado, de barba gris recortada; llevaba el traje ra<72>do, pero sin
manchas, y el cuello de la camisa impecable. <20>l mismo se cortaba el
pelo, se lavaba la ropa, se pintaba las botas con tinta cuando ten<65>an
alguna hendidura blanca, y se cortaba los flecos de los pantalones.
La Venancia sol<6F>a plancharle los cuellos de balde. Don Cleto era un
estoico.
--Yo, con un panecillo al d<>a y unos cuantos cigarros vivo bien como un
pr<EFBFBD>ncipe--dec<65>a el pobre.
Don Cleto paseaba por el Retiro y Recoletos; se sentaba en los bancos,
entablaba conversaci<63>n con la gente; si no le ve<76>a nadie, cog<6F>a algunas
colillas y las guardaba, porque, como era un caballero, no le gustaba
que le sorprendieran en ciertos trabajos menesteres.
Don Cleto disfrutaba de los espect<63>culos de la calle; la llegada de un
pr<EFBFBD>ncipe extranjero, el entierro de un pol<6F>tico constitu<74>an para <20>l
grandes acontecimientos.
Lul<EFBFBD>, cuando le encontraba en la escalera, le dec<65>a:
--<2D>Ya se va usted, don Cleto?
--S<>; voy a dar una vueltecita.
--De pira <20>eh? Es usted un pirant<6E>n, don Cleto.
--Ja, ja, ja--re<72>a <20>l--. <20>Qu<51> chicas <20>stas! <20>Qu<51> cosas dicen!
Otro tipo de la casa muy conocido era el Maestr<74>n, un manchego muy
pedante y sabihondo, droguero, curandero y sanguijuelero. El Maestr<74>n
ten<EFBFBD>a un tenducho en la calle del F<>car, y all<6C> sol<6F>a estar con
frecuencia con la Silveria, su hija, una buena moza, muy guapa, a quien
Victorio, el sobrino del prestamista, iba poniendo los puntos. El
Maestr<EFBFBD>n, muy celoso en cuestiones de honor, estaba dispuesto, al menos
as<EFBFBD> lo dec<65>a <20>l, a pegarle una pu<70>alada al que intentara deshonrarle.
Toda esta gente de la casa pagaba su contribuci<63>n en dinero o en
especie al t<>o de Victorio, el prestamista de la calle de Atocha,
llamado don Mart<72>n, y a quien por mal nombre se le conoc<6F>a por el t<>o
Miserias.
El t<>o Miserias, el personaje m<>s importante del barrio, viv<69>a en una
casa suya de la calle de la Ver<65>nica, una casa peque<75>a, de un piso
solo, como de pueblo, con dos balcones llenos de tiestos y una reja en
el piso bajo.
El t<>o Miserias era un viejo encorvado, afeitado y ce<63>udo. Llevaba un
trapo cuadrado, negro, en un ojo, lo que hac<61>a su cara m<>s sombr<62>a.
Vest<EFBFBD>a siempre de luto; en invierno usaba zapatillas de orillo y una
capa larga, que le colgaba de los hombros como de un perchero.
Don Mart<72>n, el humano, como le llamaba Andr<64>s, sal<61>a muy temprano de
su casa y estaba en la trastienda de su establecimiento, siempre de
vigilancia. En los d<>as fr<66>os se pasaba la vida delante de un brasero,
respirando continuamente un aire cargado de <20>xido de carbono.
Al anochecer se retiraba a su casa, echaba una mirada a sus tiestos y
cerraba los balcones. Don Mart<72>n ten<65>a, adem<65>s de la tienda de la calle
de Atocha, otra de menos categor<6F>a en la del Tribulete. En esta <20>ltima
su negocio principal era tomar en empe<70>o s<>banas y colchones a la gente
pobre.
Don Mart<72>n no quer<65>a ver a nadie. Consideraba que la sociedad le deb<65>a
atenciones que le negaba. Un dependiente, un buen muchacho al parecer,
en quien ten<65>a colocada su confianza, le jug<75> una mala pasada. Un d<>a
el dependiente cogi<67> un hacha que ten<65>an en la casa de pr<70>stamos para
hacer astillas con que encender el brasero, y abalanz<6E>ndose sobre don
Mart<EFBFBD>n, empez<65> a golpes con <20>l, y por poco no le abre la cabeza.
Despu<EFBFBD>s el muchacho, dando por muerto a don Mart<72>n, cogi<67> los cuartos
del mostrador y se fu<66> a una casa de trato de la calle de San Jos<6F>, y
all<EFBFBD> le prendieron.
Don Mart<72>n qued<65> indignado cuando vi<76> que el Tribunal, aceptando una
serie de circunstancias atenuantes, no conden<65> al muchacho m<>s que a
unos meses de c<>rcel.
--Es un esc<73>ndalo--dec<65>a el usurero pensativo--. Aqu<71> no se protege a
las personas honradas. No hay benevolencia m<>s que para los criminales.
Don Mart<72>n era tremendo; no perdonaba a nadie; a un burrero de la
vecindad, porque no le pagaba unos r<>ditos, le embarg<72> las burras de
leche, y por m<>s que el burrero dec<65>a que si no le dejaba las burras
ser<EFBFBD>a m<>s dif<69>cil que le pagara, don Mart<72>n no accedi<64>. Hubiera sido
capaz de comerse las burras por aprovecharlas.
Victorio, el sobrino del prestamista, promet<65>a ser un gerifalte como el
t<EFBFBD>o, aunque de otra escuela. El tal Victorio era un Don Juan de casa
de pr<70>stamos. Muy elegante, muy chulo, con los bigotes retorcidos,
los dedos llenos de alhajas y la sonrisa de hombre satisfecho,
hac<EFBFBD>a estragos en los corazones femeninos. Este joven explotaba al
prestamista. El dinero que el t<>o Miserias hab<61>a arrancado a los
desdichados vecinos pasaba a Victorio, que se lo gastaba con rumbo.
A pesar de esto, no se perd<72>a, al rev<65>s, llevaba camino de enriquecerse
y de acrecentar su fortuna.
Victorio era due<75>o de una chirlata de la calle del Olivar, donde se
jugaba a juegos prohibidos, y de una taberna de la calle del Le<4C>n.
La taberna le daba a Victorio grandes ganancias, porque ten<65>a una
tertulia muy productiva. Varios puntos entendidos con la casa iniciaban
una partida de juego, y cuando hab<61>a dinero en la mesa, alguno gritaba:
--<2D>Se<53>ores, la Polic<69>a!
Y unas cuantas manos sol<6F>citas cog<6F>an las monedas, mientras que los
agentes de Polic<69>a conchabados entraban en el cuarto.
A pesar de su condici<63>n de explotador y de conquistador de muchachas,
la gente del barrio no le odiaba a Victorio. A todos les parec<65>a muy
natural y l<>gico lo que hac<61>a.
IX
LA CRUELDAD UNIVERSAL
TEN<EFBFBD>A Andr<64>s un gran deseo de comentar filos<6F>ficamente las vidas de
los vecinos de la casa de Lul<75>. A sus amigos no le interesaban estos
comentarios y filosof<6F>as, y decidi<64>, una ma<6D>ana de un d<>a de fiesta, ir
a ver a su t<>o Iturrioz.
Al principio de conocerle, Andr<64>s no le trat<61> a su t<>o hasta los
catorce o quince a<>os. Iturrioz le pareci<63> un hombre seco y ego<67>sta,
que lo tomaba todo con indiferencia; luego, sin saber a punto fijo
hasta d<>nde llegaba su ego<67>smo y su sequedad, encontr<74> que era una
de las pocas personas con quien se pod<6F>a conversar acerca de puntos
transcendentales.
Iturrioz viv<69>a en un quinto piso del barrio de Arg<72>elles, en una casa
con una hermosa azotea.
Le asist<73>a un criado, antiguo soldado de la <20>poca en que Iturrioz fu<66>
m<EFBFBD>dico militar.
Entre amo y criado hab<61>an arreglado la azotea, pintado las tejas con
alquitr<EFBFBD>n, sin duda para hacerlas impermeables y puesto unas grader<65>as
donde estaban escalonados las cajas de madera y los cubos llenos de
tierra donde ten<65>an sus plantas.
Aquella ma<6D>ana en que se present<6E> Andr<64>s en casa de Iturrioz, su t<>o se
estaba ba<62>ando y el criado le llev<65> a la azotea.
Se ve<76>a desde all<6C> el Guadarrama entre dos casas altas; hacia el Oeste,
el tejado del cuartel de la Monta<74>a ocultaba los cerros de la Casa
de Campo, y a un lado del cuartel se destacaba la torre de M<>stoles
y la carretera de Extremadura, con unos molinos de viento en sus
inmediaciones. M<>s al Sur brillaban, al sol de una ma<6D>ana de abril, las
manchas verdes de los cementerios de San Isidro y San Justo, las dos
torres de Getafe y la ermita del Cerrillo de los <20>ngeles.
Poco despu<70>s sal<61>a Iturrioz a la azotea.
--<2D>Qu<51>, te pasa algo?--le dijo a su sobrino al verle.
--Nada; ven<65>a a charlar un rato con usted.
--Muy bien, si<73>ntate; yo voy a regar mis tiestos.
Iturrioz abri<72> la fuente que ten<65>a en un <20>ngulo de la terraza, llen<65>
una cuba y comenz<6E> con un cacharro a echar agua en las plantas.
Andr<EFBFBD>s habl<62> de la gente de la vecindad de Lul<75>, de las escenas del
hospital, como casos extra<72>os, dignos de un comentario; de Manolo el
Chafand<EFBFBD>n, del t<>o Miserias, de don Cleto, de do<64>a Virginia...
--<2D>Qu<51> consecuencias puede sacarse de todas estas vidas?--pregunt<6E>
Andr<EFBFBD>s al final.
--Para m<> la consecuencia es f<>cil--contest<73> Iturrioz con el bote de
agua en la mano--. Que la vida es una lucha constante, una cacer<65>a
cruel en que nos vamos devorando los unos a los otros. Plantas,
microbios, animales.
--Si yo tambi<62>n he pensado en eso--repuso Andr<64>s--; pero voy
abandonando la idea. Primeramente el concepto de la lucha por la vida
llevada as<61> a los animales, a las plantas y hasta los minerales,
como se hace muchas veces, no es m<>s que un concepto antropom<6F>rfico,
despu<EFBFBD>s, <20>qu<71> lucha por la vida es la de ese hombre don Cleto, que se
abstiene de combatir, o la de ese hermano Juan, que da su dinero a los
enfermos?
--Te contestar<61> por partes--repuso Iturrioz dejando el bote para regar,
porque estas discusiones le apasionaban--. T<> me dices, este concepto
de lucha es un concepto antropom<6F>rfico. Claro, llamamos a todos los
conflictos lucha, porque es la idea humana que m<>s se aproxima a esa
relaci<EFBFBD>n que para nosotros produce un vencedor y un vencido. Si no
tuvi<EFBFBD>ramos este concepto en el fondo, no hablar<61>amos de lucha. La hiena
que monda los huesos de un cad<61>ver, la ara<72>a que sorbe una mosca, no
hace m<>s ni menos que el <20>rbol bondadoso llev<65>ndose de la tierra el
agua y las sales necesarias para su vida. El espectador indiferente,
como yo, ve a la hiena, a la ara<72>a y al <20>rbol, y se los explica. El
hombre justiciero le pega un tiro a la hiena, aplasta con la bota a la
ara<EFBFBD>a y se sienta a la sombra del <20>rbol, y cree que hace bien.
--Entonces <20>para usted no hay lucha, ni hay justicia?
--En un sentido absoluto, no; en un sentido relativo, s<>. Todo lo que
vive tiene un proceso para apoderarse primero del espacio, ocupar un
lugar, luego para crecer y multiplicarse; este proceso de la energ<72>a
de un vivo contra los obst<73>culos del medio, es lo que llamamos lucha.
Respecto de la justicia, yo creo que lo justo en el fondo es lo que nos
conviene. Sup<75>n, en el ejemplo de antes, que la hiena, en vez de ser
muerta por el hombre, mata al hombre, que el <20>rbol cae sobre <20>l y le
aplasta, que la ara<72>a le hace una picadura venenosa; pues nada de eso
nos parece justo, porque no nos conviene. A pesar de que en el fondo
no haya m<>s que esto, un inter<65>s utilitario <20>qui<75>n duda que la idea de
justicia y de equidad es una tendencia que existe en nosotros? <20>Pero
c<EFBFBD>mo la vamos a realizar?
--Eso es lo que yo me pregunto <20>c<EFBFBD>mo realizarla?
--<2D>Hay que indignarse porque una ara<72>a mate a una mosca?--sigui<75>
diciendo Iturrioz--. Bueno. Indign<67>monos. <20>Qu<51> vamos a hacer?
<EFBFBD>Matarla? Mat<61>mosla. Eso no impedir<69> que sigan las ara<72>as comi<6D>ndose
a las moscas. <20>Vamos a quitarle al hombre esos instintos fieros que
te repugnan? <20>Vamos a borrar esa sentencia del poeta latino: _Homo
hominis lupus_, el hombre es un lobo para el hombre? Est<73> bien. En
cuatro o cinco mil a<>os lo podremos conseguir. El hombre ha hecho
de un carn<72>voro como el chacal, un omn<6D>voro como el perro; pero se
necesitan muchos siglos para eso. No s<> si habr<62>s le<6C>do que Spallanzani
hab<EFBFBD>a acostumbrado a una paloma a comer carne y a un <20>guila a comer y
digerir el pan. Ah<41> tienes el caso de esos grandes ap<61>stoles religiosos
y laicos; son <20>guilas que se alimentan de pan en vez de alimentarse
de carnes palpitantes, son lobos vegetarianos. Ah<41> tienes el caso del
hermano Juan...
--Ese no creo que sea un <20>guila, ni un lobo.
--Ser<65> un mochuelo o una gardu<64>a; pero de instintos perturbados.
--S<>, es muy posible--repuso Andr<64>s--; pero creo que nos hemos desviado
de la cuesti<74>n; no veo la consecuencia.
--La consecuencia, a la que yo iba era <20>sta, que ante la vida no hay
m<EFBFBD>s que dos soluciones pr<70>cticas para el hombre sereno, o la abstenci<63>n
y la contemplaci<63>n indiferente de todo, o la acci<63>n limit<69>ndose a un
c<EFBFBD>rculo peque<75>o. Es decir, que se puede tener el quijotismo contra una
anomal<EFBFBD>a; pero tenerlo contra una regla general, es absurdo.
--De manera que, seg<65>n usted, el que quiera hacer algo tiene que
restringir su acci<63>n justiciera a un medio peque<75>o.
--Claro, a un medio peque<75>o; t<> puedes abarcar en tu contemplaci<63>n la
casa, el pueblo, el pa<70>s, la sociedad, el mundo, todo lo vivo y todo lo
muerto; pero si intentas realizar una acci<63>n, y una acci<63>n justiciera,
tendr<EFBFBD>s que restringirte hasta el punto de que todo te vendr<64> ancho,
quiz<EFBFBD> hasta la misma conciencia.
--Es lo que tiene de bueno la filosof<6F>a--dijo Andr<64>s con amargura; le
convence a uno de que lo mejor es no hacer nada.
Iturrioz di<64> unas cuantas vueltas por la azotea y luego dijo:
--Es la <20>nica objeci<63>n que me puedes hacer; pero no es m<>a la culpa.
--Ya lo s<>.
--Ir a un sentido de justicia universal--prosigui<75> Iturrioz--es
perderse; adaptando el principio de Fritz M<>ller de que la embriolog<6F>a
de un animal reproduce su genealog<6F>a, o como dice Haeckel, que la
ontogenia es una recapitulaci<63>n de la filogenia, se puede decir que la
psicolog<EFBFBD>a humana no es m<>s que una s<>ntesis de la psicolog<6F>a animal.
As<EFBFBD> se encuentran en el hombre todas las formas de la explotaci<63>n y
de la lucha: la del microbio, la del insecto, la de la fiera... Ese
usurero que t<> me has descrito, el t<>o Miserias, <20>qu<71> de avatares
no tiene en la zoolog<6F>a! Ah<41> est<73>n los acin<69>tidos chupadores que
absorben la substancia protoplasm<73>tica de otros infusorios; ah<61> est<73>n
todas las especies de aspergilos que viven sobre las substancias
en descomposici<63>n. Estas antipat<61>as de gente maleante <20>no est<73>n
admirablemente representadas en ese antagonismo irreductible del bacilo
de pus azul con la bacteridia carbuncosa?
--S<> es posible--murmur<75> Andr<64>s.
--Y entre los insectos <20>qu<71> de t<>os Miserias!, <20>qu<71> de Victorios!, <20>qu<71>
de Manolos los Chafandines, no hay! Ah<41> tienes el _ichneumon_, que mete
sus huevos en una lombriz y la inyecta una substancia que obra como el
cloroformo; el _sphex_, que coge las ara<72>as peque<75>as, las agarrota,
las sujeta y envuelve en la tela y las echa vivas en las celdas de
sus larvas para que las vayan devorando; ah<61> est<73>n las avispas, que
hacen lo mismo, arrojando al _spoliarium_ que sirve de despensa para
sus cr<63>as, los peque<75>os insectos, paralizados por un lancetazo que les
dan con el aguij<69>n en los anglios motores; ah<61> est<73> el _estafilino_
que se lanza a traici<63>n sobre otro individuo de su especie, le sujeta,
le hiere y le absorbe los jugos; ah<61> est<73> el _meloe_, que penetra
subrepticiamente en los panales de las abejas, se introduce en el
alv<EFBFBD>olo en donde la reina pone su larva, se atraca de miel y luego se
come a la larva; ah<61> est<73>...
--S<>, s<>, no siga usted m<>s; la vida es una cacer<65>a horrible.
--La Naturaleza es lo que tiene; cuando trata de reventar a uno, lo
revienta a conciencia. La justicia es una ilusi<73>n humana; en el fondo
todo es destruir, todo es crear. Cazar, guerrear, digerir, respirar,
son formas de creaci<63>n y de destrucci<63>n al mismo tiempo.
--Y entonces, <20>qu<71> hacer?--murmur<75> Andr<64>s--. <20>Ir a la inconsciencia?
<EFBFBD>Digerir, guerrear, cazar, con la serenidad de un salvaje?
--<2D>Crees t<> en la serenidad del salvaje?--pregunt<6E> Iturrioz--. <20>Qu<51>
ilusi<EFBFBD>n! Eso tambi<62>n es una invenci<63>n nuestra. El salvaje nunca ha ido
sereno.
--<2D>Es que no habr<62> plan ninguno para vivir con cierto decoro?--pregunt<6E>
Andr<EFBFBD>s.
--El que lo tiene es porque ha inventado uno para su uso. Yo hoy creo
que todo lo natural, que todo lo espont<6E>neo es malo; que s<>lo lo
artificial, lo creado por el hombre, es bueno. Si pudiera vivir<69>a en un
club de Londres, no ir<69>a nunca al campo, sino a un parque; beber<65>a agua
filtrada y respirar<61>a aire esterilizado...
Andr<EFBFBD>s ya no quiso atender a Iturrioz, que comenzaba a fantasear por
entretenimiento. Se levant<6E> y se apoy<6F> en el barandado de la azotea.
Sobre los tejados de la vecindad revoloteaban unas palomas; en un
canal<EFBFBD>n grande corr<72>an y jugueteaban unos gatos.
Separados por una tapia alta hab<61>a enfrente dos jardines: uno era de
un colegio de ni<6E>as, el otro de un convento de frailes.
El jard<72>n del convento se hallaba rodeado por <20>rboles frondosos; el del
colegio no ten<65>a m<>s que algunos macizos con hierbas y flores, y era
una cosa extra<72>a que daba cierta impresi<73>n de algo aleg<65>rico, ver al
mismo tiempo jugar a las ni<6E>as corriendo y gritando, y a los frailes
que pasaban silenciosos en filas de cinco o seis dando la vuelta al
patio.
--Vida es lo uno y vida es lo otro--dijo Iturrioz filos<6F>ficamente
comenzando a regar sus plantas.
Andr<EFBFBD>s se fu<66> a la calle.
--<2D>Qu<51> hacer? <20>Qu<51> direcci<63>n dar a la vida?--se preguntaba con
angustia. Y, la gente, las cosas, el sol, le parec<65>an sin realidad ante
el problema planteado en su cerebro.
TERCERA PARTE
Tristezas y dolores.
I
D<>A DE NAVIDAD
UN d<>a, ya en el <20>ltimo a<>o de la carrera, antes de las Navidades,
al volver Andr<64>s del hospital, le dijo Margarita que Luisito escup<75>a
sangre. Al oirlo Andr<64>s qued<65> fr<66>o como muerto. Fu<46> a ver al ni<6E>o,
apenas ten<65>a fiebre, no le dol<6F>a el costado, respiraba con facilidad;
s<EFBFBD>lo un ligero tinte de rosa coloreaba una mejilla, mientras la otra
estaba p<>lida.
No se trataba de una enfermedad aguda. La idea de que el ni<6E>o estuviera
tuberculoso le hizo temblar a Andr<64>s. Luisito, con la inconsciencia de
la infancia, se dejaba reconocer y sonre<72>a.
Andr<EFBFBD>s recogi<67> un pa<70>uelo manchado con sangre y lo llev<65> a que lo
analizasen al laboratorio. Pidi<64> al m<>dico de su sala que recomendara
el an<61>lisis.
Durante aquellos d<>as vivi<76> en una zozobra constante; el dictamen
del laboratorio fu<66> tranquilizador: no se hab<61>a podido encontrar el
bacilo de Koch en la sangre del pa<70>uelo; sin embargo, esto no le dej<65> a
Hurtado completamente satisfecho.
El m<>dico de la sala, a instancias de Andr<64>s, fu<66> a casa a reconocer
al enfermito. Encontr<74> a la percusi<73>n cierta opacidad en el v<>rtice
del pulm<6C>n derecho. Aquello pod<6F>a no ser nada; pero unido a la ligera
hemoptisis, indicaba con muchas probabilidades una tuberculosis
incipiente.
El profesor y Andr<64>s discutieron el tratamiento. Como el ni<6E>o era
linf<EFBFBD>tico, algo propenso a catarros, consideraron conveniente llevarlo
a un pa<70>s templado, a orillas del Mediterr<72>neo a ser posible; all<6C> le
podr<EFBFBD>an someter a una alimentaci<63>n intensa, darle ba<62>os de sol, hacerle
vivir al aire libre y dentro de la casa en una atm<74>sfera creosotada,
rodearle de toda clase de condiciones para que pudiera fortificarse y
salir de la infancia.
La familia no comprend<6E>a la gravedad, y Andr<64>s tuvo que insistir para
convencerles de que el estado del ni<6E>o era peligroso.
El padre, don Pedro, ten<65>a unos primos en Valencia, y estos primos,
solterones, pose<73>an varias casas en pueblos pr<70>ximos a la capital.
Se les escribi<62> y contestaron r<>pidamente; todas las casas suyas
estaban alquiladas menos una de un pueblecito inmediato a Valencia.
Andr<EFBFBD>s decidi<64> ir a verla.
Margarita le advirti<74> que no hab<61>a dinero en casa; no se hab<61>a cobrado
a<EFBFBD>n la paga de Navidad.
--Pedir<69> dinero en el hospital e ir<69> en tercera--dijo Andr<64>s.
--<2D>Con este fr<66>o! <20>Y el d<>a de Nochebuena!
--No importa.
--Bueno, vete a casa de los t<>os--le advirti<74> Margarita.
--No, <20>para qu<71>?--contest<73> <20>l--. Yo veo la casa del pueblo, y, si me
parece bien, os mando un telegrama diciendo: Contestadles que s<>.
--Pero eso es una groser<65>a. Si se enteran...
--<2D>Qu<51> se van a enterar! Adem<65>s, yo no quiero andar con ceremonias y
con tonter<65>as; bajo en Valencia, voy al pueblo, os mando el telegrama y
me vuelvo en seguida.
No hubo manera de convencerle. Despu<70>s de cenar tom<6F> un coche y se fu<66>
a la estaci<63>n. Entr<74> en un vag<61>n de tercera.
La noche de diciembre estaba fr<66>a, cruel. El vaho se congelaba en los
cristales de las ventanillas y el viento helado se met<65>a por entre las
rendijas de la portezuela.
Andr<EFBFBD>s se emboz<6F> en la capa hasta los ojos, se subi<62> el cuello y se
meti<EFBFBD> las manos en los bolsillos del pantal<61>n. Aquella idea de la
enfermedad de Luisito le turbaba.
La tuberculosis era una de esas enfermedades que le produc<75>a un terror
espantoso; constitu<74>a una obsesi<73>n para <20>l. Meses antes se hab<61>a
dicho que Roberto Koch hab<61>a inventado un remedio eficaz para la
tuberculosis: la tuberculina.
Un profesor de San Carlos fu<66> a Alemania y trajo la tuberculina.
Se hizo el ensayo con dos enfermos a quienes se les inyect<63> el nuevo
remedio. La reacci<63>n febril que les produjo hizo concebir al principio
algunas esperanzas; pero luego se vi<76> que no s<>lo no mejoraban, sino
que su muerte se aceleraba.
Si el chico estaba realmente tuberculoso, no hab<61>a salvaci<63>n.
Con aquellos pensamientos desagradables, marchaba Andr<64>s en el vag<61>n de
tercera, medio adormecido.
Al amanecer se despert<72>, con las manos y los pies helados.
El tren marchaba por la llanura castellana y el alba apuntaba en el
horizonte.
En el vag<61>n no iba m<>s que un aldeano fuerte, de aspecto en<65>rgico y
duro de manchego.
Este aldeano le dijo:
--Qu<51>, <20>tiene usted fr<66>o, buen amigo?
--S<>, un poco.
--Tome usted mi manta.
--<2D>Y usted?
--Yo no la necesito. Ustedes, los se<73>oritos, son muy delicados.
A pesar de las palabras rudas, Andr<64>s le agradeci<63> el obsequio en el
fondo del coraz<61>n.
Aclaraba el cielo, una franja roja bordeaba el campo.
Empezaba a cambiar el pa<70>saje, y el suelo, antes llano, mostraba
colinas y <20>rboles que iban pasando por delante de la ventanilla del
tren.
Pasada la Mancha, fr<66>a y yerma, comenz<6E> a templar el aire. Cerca de
J<EFBFBD>tiba sali<6C> el sol, un sol amarillo, que se derramaba por el campo
entibiando el ambiente.
La tierra presentaba ya un aspecto distinto.
Apareci<EFBFBD> Alcira con los naranjos llenos de fruta, con el r<>o J<>car
profundo, de lenta corriente. El sol iba elev<65>ndose en el cielo;
comenzaba a hacer calor; al pasar de la meseta castellana a la zona
mediterr<EFBFBD>nea la naturaleza y la gente eran otras.
En las estaciones los hombres y las mujeres, vestidos con trajes
claros, hablaban a gritos, gesticulaban, corr<72>an.
--Eh, t<>, _ch<63>_--se o<>a decir.
Ya se ve<76>an llanuras con arrozales y naranjos, barracas blancas con el
techado negro, alguna palmera que pasaba en la rapidez de la marcha
como tocando el cielo. Se vi<76> espejear la Albufera, unas estaciones
antes de llegar a Valencia, y poco despu<70>s Andr<64>s apareci<63> en el raso
de la plaza de San Francisco, delante de un solar grande.
Andr<EFBFBD>s se acerc<72> a un tartanero, le pregunt<6E> cu<63>nto le cobrar<61>a por
llevarle al pueblecito, y, despu<70>s de discusiones y de regateos,
quedaron de acuerdo en un duro por ir, esperar media hora y volver a la
estaci<EFBFBD>n.
Subi<EFBFBD> Andr<64>s y la tartana cruz<75> varias calles de Valencia y tom<6F> por
una carretera.
El carrito ten<65>a por detr<74>s una lona blanca y, al agitarse <20>sta por el
viento, se ve<76>a el camino lleno de claridad y de polvo; la luz cegaba.
En una media hora la tartana embocaba la primera calle del pueblo,
que aparec<65>a con su torre y su c<>pula brillante. A Andr<64>s le pareci<63>
la disposici<63>n de la aldea buena para lo que <20>l deseaba; el campo de
los alrededores, no era de huerta, sino de tierras de secano medio
monta<EFBFBD>osas.
A la entrada del pueblo, a mano izquierda, se ve<76>a un castillejo y
varios grupos de enormes girasoles.
Tom<EFBFBD> la tartana por la calle larga y ancha, continuaci<63>n de la
carretera, hasta detenerse cerca de una explanada levantada sobre el
nivel de la calle.
El carrito se detuvo frente a una casa baja encalada, con su puerta
azul muy grande y tres ventanas muy chicas. Baj<61> Andr<64>s; un cartel
pegado en la puerta indicaba que la llave la ten<65>an en la casa de al
lado.
Se asom<6F> al portal pr<70>ximo y una vieja, con la tez curtida y negra por
el sol, le di<64> la llave, un pedazo de hierro que parec<65>a un arma de
combate prehist<73>rica.
Abri<EFBFBD> Andr<64>s el postigo, que chirri<72> agriamente sobre sus goznes, y
entr<EFBFBD> en un espacioso vest<73>bulo con una puerta en arco que daba hacia
el jard<72>n.
La casa apenas ten<65>a fondo; por el arco del vest<73>bulo se sal<61>a a una
galer<EFBFBD>a ancha y hermosa con un emparrado y una verja de madera pintada
de verde. De la galer<65>a, extendida paralelamente a la carretera, se
bajaba por cuatro escalones al huerto, rodeado por un camino que
bordeaba sus tapias.
Este huerto, con varios <20>rboles frutales desnudos de hojas, se hallaba
cruzado por dos avenidas que formaban una plazoleta central y lo
divid<EFBFBD>an en cuatro parcelas iguales. Los hierbajos y jaramagos espesos
cubr<EFBFBD>an la tierra y borraban los caminos.
Enfrente del arco del vest<73>bulo hab<61>a un cenador formado por palos,
sobre el cual se sosten<65>an las ramas de un rosal silvestre, cuyo
follaje, adornado por florecitas blancas, era tan tupido que no dejaba
pasar la luz del sol.
A la entrada de aquella peque<75>a glorieta, sobre pedestales de ladrillo,
hab<EFBFBD>a dos estatuas de yeso, Flora y Pomona. Andr<64>s penetr<74> en el
cenador. En la pared del fondo se ve<76>a un cuadro de azulejos blancos
y azules con figuras que representaban a Santo Tom<6F>s de Villanueva
vestido de obispo, con su b<>culo en la mano y un negro y una negra
arrodillados junto a <20>l.
Luego Hurtado recorri<72> la casa; era lo que <20>l deseaba; hizo un plano
de las habitaciones y del jard<72>n y estuvo un momento descansando,
sentado en la escalera. Hac<61>a tanto tiempo que no hab<61>a visto <20>rboles,
vegetaci<EFBFBD>n, que aquel huertecito abandonado, lleno de hierbajos, le
pareci<EFBFBD> un para<72>so. Este d<>a de Navidad tan espl<70>ndido, tan luminoso,
le llen<65> de paz y de melancol<6F>a.
Del pueblo, del campo, de la atm<74>sfera transparente llegaba el
silencio, s<>lo interrumpido por el cacareo lejano de los gallos; los
moscones y las avispas brillaban al sol.
<EFBFBD>Con qu<71> gusto se hubiera tendido en la tierra a mirar horas y horas
aquel cielo tan azul, tan puro!
Unos momentos despu<70>s, una campana de son agudo comenz<6E> a tocar. Andr<64>s
entreg<EFBFBD> la llave en la casa pr<70>xima, despert<72> al tartanero medio
dormido en su tartana, y emprendi<64> la vuelta.
En la estaci<63>n de Valencia mand<6E> un telegrama a su familia, compr<70> algo
de comer y unas horas m<>s tarde volv<6C>a para Madrid, embozado en su
capa, rendido, en otro coche de tercera.
II
VIDA INFANTIL
AL llegar a Madrid, Andr<64>s le di<64> a su hermana Margarita instrucciones
de c<>mo deb<65>an instalarse en la casa. Unas semanas despu<70>s tomaron el
tren, don Pedro, Margarita y Luisito.
Andr<EFBFBD>s y sus otros dos hermanos se quedaron en Madrid.
Andr<EFBFBD>s ten<65>a que repasar las asignaturas de la licenciatura.
Para librarse de la obsesi<73>n de la enfermedad del ni<6E>o, se puso a
estudiar como nunca lo hab<61>a hecho.
Algunas veces iba a visitar a Lul<75> y le comunicaba sus temores.
--Si ese chico se pusiera bien--murmuraba.
--<2D>Le quiere usted mucho?--preguntaba Lul<75>.
--S<>, como si fuera mi hijo. Era yo ya grande cuando naci<63> <20>l, fig<69>rese
usted.
Por Junio, Andr<64>s se examin<69> del curso y de la licenciatura y sali<6C>
bien.
--<2D>Qu<51> va usted a hacer?--le dijo Lul<75>.
--No s<>; por ahora ver<65> si se pone bien esa criatura; despu<70>s ya
pensar<EFBFBD>.
El viaje fu<66> para Andr<64>s distinto, y m<>s agradable que en diciembre;
ten<EFBFBD>a dinero, y tom<6F> un billete de primera. En la estaci<63>n de Valencia
le esperaba el padre.
--<2D>Qu<51> tal el chico?--le pregunt<6E> Andr<64>s.
--Est<73> mejor.
Dieron al mozo el tal<61>n del equipaje, y tomaron una tartana, que les
llev<EFBFBD> r<>pidamente al pueblo.
Al ruido de la tartana salieron a la puerta Margarita, Luisito y una
criada vieja. El chico estaba bien; alguna que otra vez ten<65>a una
ligera fiebre, pero se ve<76>a que mejoraba. La que hab<61>a cambiado casi
por completo era Margarita; el aire y el sol le hab<61>an dado un aspecto
de salud que la embellec<65>a.
Andr<EFBFBD>s vi<76> el huerto, los perales, los albaricoqueros y los granados
llenos de hojas y de flores.
La primera noche Andr<64>s no pudo dormir bien en la casa por el olor a
ra<EFBFBD>z desprendido de la tierra.
Al d<>a siguiente Andr<64>s, ayudado por Luisito, comenz<6E> a arrancar y
a quemar todos los hierbajos del patio. Luego plantaron entre los
dos melones, calabazas, ajos, fuera o no fuera tiempo. De todas sus
plantaciones lo <20>nico que naci<63> fueron los ajos. Estos, unidos a los
geranios y a los dompedros, daban un poco de verdura; lo dem<65>s mor<6F>a
por el calor del sol y la falta de agua.
Andr<EFBFBD>s se pasaba horas y horas sacando cubos del pozo. Era imposible
tener un trozo de jard<72>n verde. En seguida de regar, la tierra se
secaba, y las plantas se doblaban tristemente sobre su tallo.
En cambio todo lo que estaba plantado anteriormente, las pasionarias,
las hiedras y las enredaderas, a pesar de la sequedad del suelo,
se extend<6E>an y daban hermosas flores; los racimos de la parra se
coloreaban, los granados se llenaban de flor roja y las naranjas iban
engordando en el arbusto.
Luisito llevaba una vida higi<67>nica, dorm<72>a con la ventana abierta,
en un cuarto que Andr<64>s, por las noches, regaba con creosota. Por la
ma<EFBFBD>ana, al levantarse de la cama, tomaba una ducha fr<66>a en el cenador
de Flora y Pomona.
Al principio no le gustaba, pero luego se acostumbr<62>.
Andr<EFBFBD>s hab<61>a colgado del techo del cenador una regadera enorme, y en el
asa at<61> una cuerda que pasaba por una polea y terminaba en una piedra
sostenida en un banco. Dejando caer la piedra, la regadera se inclinaba
y echaba una lluvia de agua fr<66>a.
Por la ma<6D>ana, Andr<64>s y Luis iban a un pinar pr<70>ximo al pueblo, y
estaban all<6C> muchas veces hasta el mediod<6F>a; despu<70>s del paseo com<6F>an y
se echaban a dormir.
Por la tarde ten<65>an tambi<62>n sus entretenimientos: perseguir a las
lagartijas y salamandras, subir al peral, regar las plantas. El tejado
estaba casi levantado por los panales de las avispas; decidieron
declarar la guerra a estos temibles enemigos y quitarles los panales.
Fu<EFBFBD> una serie de escaramuzas que emocionaron a Luisito y le dieron
motivo para muchas charlas y comparaciones.
Por la tarde, cuando ya se pon<6F>a el sol, Andr<64>s prosegu<67>a su lucha
contra la sequedad, sacando agua del pozo, que era muy profundo. En
medio de este calor sofocante, las abejas rezongaban, las avispas iban
a beber el agua del riego y las mariposas revoloteaban de flor en flor.
A veces aparec<65>an manchas de hormigas con alas en la tierra o costras
de pulgones en las plantas.
Luisito ten<65>a m<>s tendencia a leer y a hablar que a jugar
violentamente. Esta inteligencia precoz le daba que pensar a Andr<64>s. No
le dejaba que hojeara ning<6E>n libro, y le enviaba a que se reuniera con
los chicos de la calle.
Andr<EFBFBD>s, mientras tanto, sentado en el umbral de la puerta, con un libro
en la mano, ve<76>a pasar los carros por la calle cubierta de una espesa
capa de polvo. Los carreteros, tostados por el sol, con las caras
brillantes por el sudor, cantaban tendidos sobre pellejos de aceite o
de vino, y las mulas marchaban en fila medio dormidas.
Al anochecer pasaban unas muchachas, que trabajaban en una f<>brica, y
saludaban a Andr<64>s con un adi<64>s un poco seco, sin mirarle a la cara.
Entre estas chicas hab<61>a una que llamaban la Clavariesa, muy guapa, muy
perfilada; sol<6F>a ir con un pa<70>uelo de seda en la mano agit<69>ndolo en el
aire, y vest<73>a con colores un poco chillones, pero que hac<61>an muy bien
en aquel ambiente claro y luminoso.
Luisito, negro por el sol, hablando ya con el mismo acento valenciano
que los dem<65>s chicos, jugaba en la carretera.
No se hac<61>a completamente montaraz y salvaje como hubiera deseado
Andr<EFBFBD>s, pero estaba sano y fuerte. Hablaba mucho. Siempre andaba
contando cuentos, que demostraban su imaginaci<63>n excitada.
--<2D>De d<>nde saca este chico esas cosas que cuenta?--preguntaba Andr<64>s a
Margarita.
--No s<>; las inventa <20>l.
Luisito ten<65>a un gato viejo que le segu<67>a, y que dec<65>a que era un brujo.
El chico caricaturizaba a la gente que iba a la casa.
Una vieja de Borbot<6F>, un pueblo de al lado, era de las que mejor
imitaba. Esta vieja vend<6E>a huevos y verduras, y dec<65>a: _<>Ous, figues!_
Otro hombre reluciente y gordo, con un pa<70>uelo en la cabeza, que a cada
momento dec<65>a: _<>Sap?_, era tambi<62>n de los modelos de Luisito.
Entre los chicos de la calle hab<61>a algunos que le preocupaban mucho.
Uno de ellos era el Roch, el hijo del saludador, que viv<69>a en un barrio
de cuevas pr<70>ximo.
El Roch era un chiquillo audaz, peque<75>o, rubio, desmedrado, sin
dientes, con los ojos lega<67>osos. Contaba c<>mo su padre hac<61>a sus
misteriosas curas, lo mismo en las personas que en los caballos, y
hablaba de c<>mo hab<61>a averiguado su poder curativo.
El Roch sab<61>a muchos procedimientos y brujer<65>as para curar las
insolaciones y conjurar los males de ojo que hab<61>a o<>do en su casa.
El Roch ayudaba a vivir a la familia, andaba siempre correteando con
una cesta al brazo.
--Ves estos caracoles--le dec<65>a a Luisito--, pues con estos caracoles y
un poco de arroz comeremos todos en casa.
--<2D>D<EFBFBD>nde los has cogido?--le preguntaba Luisito.
--En un sitio que yo s<>--contestaba el Roch, que no quer<65>a comunicar
sus secretos.
Tambi<EFBFBD>n en las cuevas viv<69>an otros dos merodeadores, de unos catorce a
quince a<>os, amigos de Luisito: el Choriset y el Chitano.
El Choriset era un troglodita, con el esp<73>ritu de un hombre primitivo.
Su cabeza, su tipo, su expresi<73>n eran de un bereber.
Andr<EFBFBD>s sol<6F>a hacerle preguntas acerca de su vida y de sus ideas.
--Yo, por un real, matar<61>a a un hombre--sol<6F>a decir el Choriset,
mostrando sus dientes blancos y brillantes.
--Pero te coger<65>an y te llevar<61>an a presidio.
--<2D>Ca! Me meter<65>a en una cueva que hay cerca de la m<>a, y me estar<61>a
all<EFBFBD>.
--<2D>Y comer? <20>C<EFBFBD>mo ibas a comer?
--Saldr<64>a de noche a comprar pan.
--Pero con un real, no te bastar<61>a para muchos d<>as.
--Matar<61>a a otro hombre--replicaba el Choriset, riendo.
El Chitano no ten<65>a m<>s tendencia que el robo; siempre andaba
merodeando por ver si pod<6F>a llevarse algo.
Andr<EFBFBD>s, por m<>s que no ten<65>a inter<65>s en hacer all<6C> amistades, iba
conociendo a la gente.
La vida del pueblo era en muchas cosas absurda; las mujeres paseaban
separadas de los hombres, y esta separaci<63>n de sexos exist<73>a en casi
todo.
A Margarita le molestaba que su hermano estuviese constantemente en
casa, y le incitaba a que saliera. Algunas tardes, Andr<64>s sol<6F>a ir al
caf<EFBFBD> de la plaza, se enteraba de los conflictos que hab<61>a en el pueblo
entre la m<>sica del Casino republicano y la del Casino carlista, y el
Mercaer, un obrero republicano, le explicaba de una manera pintoresca
lo que hab<61>a sido la Revoluci<63>n francesa y los tormentos de la
Inquisici<EFBFBD>n.
III
LA CASA ANTIGUA
VARIAS veces don Pedro fu<66> y volvi<76> de Madrid al pueblo. Luisito
parec<EFBFBD>a que estaba bien, no ten<65>a tos ni fiebre; pero conservaba
aquella tendencia fantaseadora que le hac<61>a divagar y discurrir de una
manera impropia de su edad.
--Yo creo que no es cosa de que sig<69>is aqu<71>--dijo el padre.
--<2D>Por qu<71> no?--pregunt<6E> Andr<64>s.
--Margarita no puede vivir siempre metida en un rinc<6E>n. A ti no te
importar<EFBFBD>; pero a ella s<>.
--Que se vaya a Madrid por una temporada.
--<2D>Pero t<> crees que Luis no est<73> curado todav<61>a?
--No s<>; pero me parece mejor que siga aqu<71>.
--Bueno; veremos a ver qu<71> se hace.
Margarita explic<69> a su hermano que su padre dec<65>a que no ten<65>an medios
para sostener as<61> dos casas.
--No tiene medios para esto; pero s<> para gastar en el Casino--contest<73>
Andr<EFBFBD>s.
--Eso a ti no te importa--contest<73> Margarita enfadada.
--Bueno; lo que voy a hacer yo es ver si me dan una plaza de m<>dico de
pueblo y llevar al chico. Lo tendr<64> unos a<>os en el campo, y luego que
haga lo que quiera.
En esta incertidumbre, y sin saber si iban a quedarse o marcharse, se
present<EFBFBD> en la casa una se<73>ora de Valencia, prima tambi<62>n de don Pedro.
Esta se<73>ora era una de esas mujeres decididas y mandonas que les gusta
disponerlo todo. Do<44>a Julia decidi<64> que Margarita, Andr<64>s y Luisito
fueran a pasar una temporada a casa de los t<>os. Ellos los recibir<69>an
muy a gusto. Don Pedro encontr<74> la soluci<63>n muy pr<70>ctica.
--<2D>Qu<51> os parece?--pregunt<6E> a Margarita y a Andr<64>s.
--A m<>, lo que decid<69>is--contest<73> Margarita.
--A m<> no me parece una buena soluci<63>n--dijo Andr<64>s.
--<2D>Por qu<71>?
--Porque el chico no estar<61> bien.
--Hombre, el clima es igual--repuso el padre.
--S<>; pero no es lo mismo vivir en el interior de una ciudad,
entre calles estrechas, a estar en el campo. Adem<65>s, que esos
se<EFBFBD>ores parientes nuestros, como solterones, tendr<64>n una porci<63>n de
chinchorrer<EFBFBD>as y no les gustar<61>n los chicos.
--No; eso no. Es gente amable, y tienen una casa bastante grande para
que haya libertad.
--Bueno. Entonces probaremos.
Un d<>a fueron todos a ver a los parientes. A Andr<64>s, s<>lo tener que
ponerse la camisa planchada, le dej<65> de un humor endiablado.
Los parientes viv<69>an en un caser<65>n viejo de la parte antigua de la
ciudad. Era una casa grande, pintada de azul, con cuatro balcones, muy
separados unos de otros, y ventanas cuadradas encima.
El portal era espacioso y comunicaba con un patio enlosado como una
plazoleta que ten<65>a en medio un farol.
De este patio part<72>a la escalera exterior, ancha, de piedra blanca, que
entraba en el edificio al llegar al primer piso, pasando por un arco
rebajado.
Llam<EFBFBD> don Pedro, y una criada vestida de negro, les pas<61> a una sala
grande, triste y obscura.
Hab<EFBFBD>a en ella un reloj de pared alto, con la caja llena de
incrustaciones, muebles antiguos de estilo Imperio, varias cornucopias
y un plano de Valencia de a principios del siglo XVIII.
Poco despu<70>s sali<6C> don Juan, el primo del padre de Hurtado, un se<73>or de
cuarenta a cincuenta a<>os, que les salud<75> a todos muy amablemente y les
hizo pasar a otra sala, en donde un viejo, reclinado en ancha butaca,
le<EFBFBD>a un peri<72>dico.
La familia la compon<6F>an tres hermanos y una hermana, los tres solteros.
El mayor, don Vicente, estaba enfermo de gota y no sal<61>a apenas; el
segundo, don Juan, era hombre que quer<65>a pasar por joven, de aspecto
muy elegante y pulcro; la hermana, do<64>a Isabel, ten<65>a el color muy
blanco, el pelo muy negro y la voz lacrimosa.
Los tres parec<65>an conservados en una urna; deb<65>an estar siempre a la
sombra en aquellas salas de aspecto conventual.
Se trat<61> del asunto de que Margarita y sus hermanos pasaran all<6C> una
temporada, y los solterones aceptaron la idea con placer.
Don Juan, el menor, ense<73><65> la casa a Andr<64>s, que era extensa. Alrededor
del patio, una ancha galer<65>a encristalada le daba vuelta. Los cuartos
estaban pavimentados con azulejos relucientes y resbaladizos y ten<65>an
escalones para subir y bajar, salvando las diferencias de nivel. Hab<61>a
un sinn<6E>mero de puertas de diferente tama<6D>o. En la parte de atr<74>s de la
casa, a la altura del primer piso de la calle brotaba, en medio de un
huertecillo sombr<62>o, un alt<6C>simo naranjo.
Todas las habitaciones presentaban el mismo aspecto silencioso, algo
moruno, de luz velada.
El cuarto destinado para Andr<64>s y para Luisito era muy grande y daba
enfrente de los tejados azules de la torrecilla de una iglesia.
Unos d<>as despu<70>s de la visita, se instalaron Margarita, Andr<64>s y Luis
en la casa.
Andr<EFBFBD>s estaba dispuesto a ir a un partido. Le<4C>a en _El Siglo M<>dico_
las vacantes de m<>dicos rurales, se enteraba de qu<71> clase de pueblos
eran y escrib<69>a a los secretarios de los Ayuntamientos pidiendo
informes.
Margarita y Luisito se encontraban bien con sus t<>os; Andr<64>s, no;
no sent<6E>a ninguna simpat<61>a por estos solterones, defendidos por su
dinero y por su casa contra las inclemencias de la suerte; les hubiera
estropeado la vida con gusto. Era un instinto un poco canalla, pero lo
sent<EFBFBD>a as<61>.
Luisito, que se vi<76> mimado por sus t<>os, dej<65> pronto de hacer la vida
que recomendaba Andr<64>s; no quer<65>a ir a tomar el sol ni a jugar a la
calle; se iba poniendo m<>s exigente y melindroso.
La dictadura cient<6E>fica que Andr<64>s pretend<6E>a ejercer, no se reconoc<6F>a
en la casa.
Muchas veces le dijo a la criada vieja que barr<72>a el cuarto que dejara
abiertas las ventanas para que entrara el sol; pero la criada no le
obedec<EFBFBD>a.
--<2D>Por qu<71> cierra usted el cuarto?--le pregunt<6E> una vez.--Yo quiero que
est<EFBFBD> abierto. <20>Oye usted?
La criada apenas sab<61>a castellano, y despu<70>s de una charla confusa, le
contest<EFBFBD> que cerraba el cuarto para que no entrara el sol.
--Si es que yo quiero precisamente eso--la dijo Andr<64>s--. <20>Usted ha
o<EFBFBD>do hablar de los microbios?
--Yo, no, se<73>or.
--<2D>No ha o<>do usted decir que hay unos g<>rmenes... una especie de cosas
vivas que andan por el aire y que producen las enfermedades?
--<2D>Unas cosas vivas en el aire? Ser<65>n las moscas.
--S<>; son como las moscas, pero no son las moscas.
--No; pues no las he visto.
--No, si no se ven; pero existen. Esas cosas vivas est<73>n en el aire,
en el polvo, sobre los muebles... y esas cosas vivas, que son malas,
mueren con la luz... <20>Ha comprendido usted?
--S<>, s<>, se<73>or.
--Por eso hay que dejar las ventanas abiertas... para que entre el sol.
Efectivamente; al d<>a siguiente las ventanas estaban cerradas, y la
criada vieja contaba a las otras que el se<73>orito estaba loco, porque
dec<EFBFBD>a que hab<61>a unas moscas en el aire que no se ve<76>an y que las mataba
el sol.
IV
ABURRIMIENTO
Las gestiones para encontrar un pueblo adonde ir no dieron resultado
tan r<>pidamente como Andr<64>s deseaba, y en vista de esto, para matar el
tiempo, se decidi<64> a estudiar las asignaturas del doctorado. Despu<70>s se
marchar<EFBFBD>a a Madrid y luego a cualquier parte.
Luisito pasaba el invierno bien; al parecer estaba curado.
Andr<EFBFBD>s no quer<65>a salir a la calle; sent<6E>a una insociabilidad intensa.
Le parec<65>a una fatiga tener que conocer a nueva gente.
--Pero, hombre, <20>no vas a salir?--le preguntaba Margarita.
--Yo no. <20>Para qu<71>? No me interesa nada de cuanto pasa fuera.
Andar por las calles le fastidiaba, y el campo de los alrededores de
Valencia, a pesar de su fertilidad, no le gustaba.
Esta huerta, siempre verde, cortada por acequias de agua turbia, con
aquella vegetaci<63>n jugosa y obscura, no le daba ganas de recorrerla.
Prefer<EFBFBD>a estar en casa. All<6C> estudiaba e iba tomando datos acerca de un
punto de psicof<6F>sica que pensaba utilizar para la tesis del doctorado.
Debajo de su cuarto hab<61>a una terraza sombr<62>a, musgosa, con algunos
jarrones con chumberas y piteras donde no daba nunca el sol. All<6C> sol<6F>a
pasear Andr<64>s en las horas de calor. Enfrente hab<61>a otra terraza donde
andaba de un lado a otro un cura viejo, de la iglesia pr<70>xima, rezando.
Andr<EFBFBD>s y el cura se saludaban al verse muy amablemente.
Al anochecer, de esta terraza Andr<64>s iba a una azotea peque<75>a, muy
alta, constru<72>da sobre la linterna de la escalera.
All<EFBFBD> se sentaba hasta que se hac<61>a de noche. Luisito y Margarita iban a
pasear en tartana con sus t<>os.
Andr<EFBFBD>s contemplaba el pueblo, dormido bajo la luz del sol y los
crep<EFBFBD>sculos esplendorosos.
A lo lejos se ve<76>a el mar, una mancha alargada de un verde p<>lido,
separada en l<>nea recta y clara del cielo, de color algo lechoso en el
horizonte.
En aquel barrio antiguo las casas pr<70>ximas eran de gran tama<6D>o; sus
paredes se hallaban desconchadas, los tejados cubiertos de musgos
verdes y rojos, con matas en los aleros, de jaramagos amarillentos.
Se ve<76>an casas blancas, azules, rosadas, con sus terrados y azoteas;
en las cercas de los terrados se sosten<65>an barre<72>os con tierra, en
donde las chumberas y las pitas extend<6E>an sus r<>gidas y anchas paletas;
en alguna de aquellas azoteas se ve<76>an montones de calabazas surcadas y
ventrudas, y de otras redondas y lisas.
Los palomares se levantaban como grandes jaulones ennegrecidos. En el
terrado pr<70>ximo de una casa, sin duda, abandonada, se ve<76>an rollos de
esteras, montones de cuerdas de estropajo, cacharros rotos esparcidos
por el suelo; en otra azotea aparec<65>a un pavo real que andaba suelto
por el tejado, y daba unos gritos agudos y desagradables.
Por encima de las terrazas y tejados aparec<65>an las torres del pueblo:
el Miguelete, rechoncho y fuerte; el cimborrio de la catedral, a<>reo
y delicado, y luego aqu<71> y all<6C> una serie de torrecillas, casi todas
cubiertas con tejas azules y blancas que brillaban con centelleantes
reflejos.
Andr<EFBFBD>s contemplaba aquel pueblo, casi para <20>l desconocido, y hac<61>a
mil c<>balas caprichosas acerca de la vida de sus habitantes. Ve<56>a
abajo esta calle, esta rendija sinuosa, estrecha, entre dos filas de
caserones. El sol, que al mediod<6F>a la cortaba en una zona de sombra y
otra de luz, iba, a medida que avanzaba la tarde, escalando las casas
de una acera hasta brillar en los cristales de las guardillas y en los
luceros, y desaparecer.
En la primavera, las golondrinas y los vencejos trazaban c<>rculos
caprichosos en el aire, lanzando gritos agudos. Andr<64>s las segu<67>a con
la vista. Al anochecer se retiraban. Entonces pasaban algunos mochuelos
y gavilanes. Venus comenzaba a brillar con m<>s fuerza y aparec<65>a
J<EFBFBD>piter. En la calle, un farol de gas parpadeaba triste y so<73>oliento...
Andr<EFBFBD>s bajaba a cenar, y muchas veces por la noche volv<6C>a de nuevo a la
azotea a contemplar las estrellas.
Esta contemplaci<63>n nocturna le produc<75>a como un flujo de pensamientos
perturbadores. La imaginaci<63>n se lanzaba a la carrera a galopar por
los campos de fantas<61>a. Muchas veces el pensar en las fuerzas de la
naturaleza, en todos los g<>rmenes de la tierra, del aire y del agua,
desarroll<EFBFBD>ndose en medio de la noche, le produc<75>a el v<>rtigo.
V
DESDE LEJOS
AL acercarse mayo, Andr<64>s le dijo a su hermana que iba a Madrid a
examinarse del doctorado.
--<2D>Vas a volver?--le pregunt<6E> Margarita.
--No s<>; creo que no.
--Qu<51> antipat<61>a le has tomado a esta casa y al pueblo. No me lo explico.
--No me encuentro bien aqu<71>.
--Claro. <20>Haces lo posible por estar mal!
Andr<EFBFBD>s no quiso discutir y se fu<66> a Madrid; se examin<69> de las
asignaturas del doctorado, y ley<65> la tesis que hab<61>a escrito en
Valencia.
En Madrid se encontraba mal; su padre y <20>l segu<67>an tan hostiles como
antes. Alejandro se hab<61>a casado y llevaba a su mujer, una pobre
infeliz, a comer a su casa. Pedro hac<61>a vida de mundano.
Andr<EFBFBD>s, si hubiese tenido dinero, se hubiera marchado a viajar por
el mundo; pero no ten<65>a un cuarto. Un d<>a ley<65> en un peri<72>dico que
el m<>dico de un pueblo de la provincia de Burgos necesitaba un
sustituto por dos meses. Escribi<62>; le aceptaron. Dijo en su casa que
le hab<61>a invitado un compa<70>ero a pasar unas semanas en un pueblo. Tom<6F>
un billete de ida y vuelta y se fu<66>. El m<>dico, a quien ten<65>a que
sustituir, era un hombre rico, viudo, dedicado a la numism<73>tica. Sab<61>a
poco de Medicina, y no ten<65>a afici<63>n m<>s que por la historia y las
cuestiones de monedas.
--Aqu<71> no podr<64> usted lucirse con su ciencia m<>dica--le dijo a Andr<64>s,
burlonamente--. Aqu<71>, sobre todo en verano, no hay apenas enfermos,
algunos c<>licos, algunas enteritis, alg<6C>n caso, poco frecuente, de
fiebre tifoidea, nada.
El m<>dico pas<61> r<>pidamente de esta cuesti<74>n profesional, que no le
interesaba, a sus monedas, y ense<73><65> a Andr<64>s la colecci<63>n; la segunda
de la provincia. Al decir la segunda suspiraba, dando a entender lo
triste que era para <20>l hacer esta declaraci<63>n.
Andr<EFBFBD>s y el m<>dico se hicieron muy amigos. El numism<73>tico le dijo que
si quer<65>a vivir en su casa se la ofrec<65>a con mucho gusto, y Andr<64>s se
qued<EFBFBD> all<6C> en compa<70><61>a de una criada vieja.
El verano fu<66> para <20>l delicioso; el d<>a entero lo ten<65>a libre para
pasear y para leer; hab<61>a cerca del pueblo un monte sin <20>rboles, que
llamaban el Teso, formado por pedrizas, en cuyas junturas nac<61>an jaras,
romeros y cantuesos. Al anochecer era aquello una delicia de olor y de
frescura.
Andr<EFBFBD>s pudo comprobar que el pesimismo y el optimismo son resultados
org<EFBFBD>nicos como las buenas o las malas digestiones. En aquella aldea se
encontraba admirablemente, con una serenidad y una alegr<67>a desconocidas
para <20>l; sent<6E>a que el tiempo pasara demasiado pronto.
Llevaba mes y medio en este oasis, cuando un d<>a el cartero le entreg<65>
un sobre manoseado, con letra de su padre. Sin duda, hab<61>a andado la
carta de pueblo en pueblo hasta llegar a aqu<71>l. <20>Qu<51> vendr<64>a all<6C>
dentro?
Andr<EFBFBD>s abri<72> la carta, la ley<65> y qued<65> at<61>nito. Luisito acababa de
morir en Valencia. Margarita hab<61>a escrito dos cartas a su hermano,
dici<EFBFBD>ndole que fuera, porque el ni<6E>o preguntaba mucho por <20>l; pero como
don Pedro no sab<61>a el paradero de Andr<64>s, no pudo remit<69>rselas.
Andr<EFBFBD>s pens<6E> en marcharse inmediatamente; pero al leer de nuevo la
carta, ech<63> de ver que hac<61>a ya ocho d<>as que el ni<6E>o hab<61>a muerto y
estaba enterrado.
La noticia le produjo un gran estupor. El alejamiento, el haber dejado
a su marcha a Luisito sano y fuerte, le imped<65>a experimentar la pena
que hubiese sentido cerca del enfermo.
Aquella indiferencia suya, aquella falta de dolor, le parec<65>a algo
malo. El ni<6E>o hab<61>a muerto; <20>l no experimentaba ninguna desesperaci<63>n.
<EFBFBD>Para qu<71> provocar en s<> mismo un sufrimiento in<69>til? Este punto le
debati<EFBFBD> largas horas en la soledad.
Andr<EFBFBD>s escribi<62> a su padre y a Margarita. Cuando recibi<62> la carta
de su hermana, pudo seguir la marcha de la enfermedad de Luisito.
Hab<EFBFBD>a tenido una meningitis tuberculosa, con dos o tres d<>as de un
per<EFBFBD>odo prodr<64>mico, y luego una fiebre alta que hizo perder al ni<6E>o el
conocimiento; as<61> hab<61>a estado una semana gritando, delirando, hasta
morir en un sue<75>o.
En la carta de Margarita se trasluc<75>a que estaba destrozada por las
emociones.
Andr<EFBFBD>s recordaba haber visto en el hospital a un ni<6E>o, de seis a siete
a<EFBFBD>os, con meningitis; recordaba que en unos d<>as qued<65> tan delgado que
parec<EFBFBD>a transl<73>cido, con la cabeza enorme, la frente abultada, los
l<EFBFBD>bulos frontales como si la fiebre los desuniera, un ojo bizco, los
labios blancos, las sienes hundidas y la sonrisa de alucinado. Este
chiquillo gritaba como un p<>jaro, y su sudor ten<65>a un olor especial,
como a rat<61>n, del sudor del tuberculoso.
A pesar de que Andr<64>s pretend<6E>a representarse el aspecto de Luisito
enfermo, no se lo figuraba nunca atacado con la terrible enfermedad,
sino alegre y sonriente como le hab<61>a visto la <20>ltima vez el d<>a de la
marcha.
CUARTA PARTE
Inquisiciones.
I
PLAN FILOS<4F>FICO
AL pasar sus dos meses de sustituto, Andr<64>s volvi<76> a Madrid; ten<65>a
guardados sesenta duros, y como no sab<61>a qu<71> hacer con ellos, se los
envi<EFBFBD> a su hermana Margarita.
Andr<EFBFBD>s hac<61>a gestiones para conseguir un empleo, y mientras tanto iba a
la Biblioteca Nacional.
Estaba dispuesto a marcharse a cualquier pueblo si no encontraba nada
en Madrid.
Un d<>a se top<6F> en la sala de lectura con Ferm<72>n Ibarra, el condisc<73>pulo
enfermo, que ya estaba bien, aunque andaba cojeando y apoy<6F>ndose en un
grueso bast<73>n.
Ferm<EFBFBD>n se acerc<72> a saludar efusivamente a Hurtado.
Le dijo que estudiaba para ingeniero en Lieja, y sol<6F>a volver a Madrid
en las vacaciones.
Andr<EFBFBD>s siempre hab<61>a tenido a Ibarra como a un chico. Ferm<72>n le llev<65> a
su casa y le ense<73><65> sus inventos, porque era inventor; estaba haciendo
un tranv<6E>a el<65>ctrico de juguete y otra porci<63>n de artificios mec<65>nicos.
Ferm<EFBFBD>n le explic<69> su funcionamiento y le dijo que pensaba pedir
patentes por unas cuantas cosas, entre ellas una llanta con trozos de
acero para los neum<75>ticos de los autom<6F>viles.
A Andr<64>s le pareci<63> que su amigo desvariaba; pero no quiso quitarles
las ilusiones. Sin embargo, tiempo despu<70>s, al ver a los autom<6F>viles
con llantas de trozos de acero como las que hab<61>a ideado Ferm<72>n, pens<6E>
que <20>ste deb<65>a tener verdadera inteligencia de inventor.
* * * * *
Andr<EFBFBD>s, por las tardes, visitaba a su t<>o Iturrioz. Se lo encontraba
casi siempre en su azotea leyendo o mirando las maniobras de una abeja
solitaria o de una ara<72>a.
--Esta es la azotea de Epicuro--dec<65>a Andr<64>s riendo.
Muchas veces t<>o y sobrino discutieron largamente. Sobre todo, los
planes ulteriores de Andr<64>s fueron los m<>s debatidos.
Un d<>a la discusi<73>n fu<66> m<>s larga y m<>s completa:
--<2D>Qu<51> piensas hacer?--le pregunt<6E> Iturrioz.
--<2D>Yo! Probablemente tendr<64> que ir a un pueblo de m<>dico.
--Veo que no te hace gracia la perspectiva.
--No; la verdad. A m<> hay cosas de la carrera que me gustan; pero la
pr<EFBFBD>ctica no. Si pudiese entrar en un laboratorio de fisiolog<6F>a, creo
que trabajar<61>a con entusiasmo.
--<2D>En un laboratorio de fisiolog<6F>a! <20>Si los hubiera en Espa<70>a!
--Ah, claro, si los hubiera. Adem<65>s no tengo preparaci<63>n cient<6E>fica. Se
estudia de mala manera.
--En mi tiempo pasaba lo mismo--dijo Iturrioz--. Los profesores
no sirven m<>s que para el embrutecimiento met<65>dico de la juventud
estudiosa. Es natural. El espa<70>ol todav<61>a no sabe ense<73>ar; es demasiado
fan<EFBFBD>tico, demasiado vago y casi siempre demasiado farsante. Los
profesores no tienen m<>s finalidad que cobrar su sueldo y luego pescar
pensiones para pasar el verano.
--Adem<65>s falta disciplina.
--Y otras muchas cosas. Pero, bueno, t<> <20>qu<71> vas a hacer? <20>No te
entusiasma visitar?
--No.
--<2D>Y entonces qu<71> plan tienes?
--<2D>Plan personal? Ninguno
--Demonio. <20>Tan pobre est<73>s de proyectos?
--S<>, tengo uno; vivir con el m<>ximum de independencia. En Espa<70>a, en
general, no se paga el trabajo, sino la sumisi<73>n. Yo quisiera vivir del
trabajo, no del favor.
--Es dif<69>cil. <20>Y como plan filos<6F>fico? <20>Sigues en tus buceamientos?
--S<>. Yo busco una filosof<6F>a que sea primeramente una cosmogon<6F>a, una
hip<EFBFBD>tesis racional de la formaci<63>n del mundo; despu<70>s una explicaci<63>n
biol<EFBFBD>gica del origen de la vida y del hombre.
--Dudo mucho que la encuentres. T<> quieres una s<>ntesis que complete la
cosmolog<EFBFBD>a y la biolog<6F>a; una explicaci<63>n del Universo f<>sico y moral.
<EFBFBD>No es eso?
--S<>.
--<2D>Y en d<>nde has ido a buscar esa s<>ntesis?
--Pues en Kant, y en Schopenhauer sobre todo.
--Mal camino--repuso Iturrioz--; lee a los ingleses; la ciencia en
ellos va envuelta en sentido pr<70>ctico. No leas esos metaf<61>sicos
alemanes; su filosof<6F>a es como un alcohol que emborracha y no alimenta.
<EFBFBD>Conoces el Leviat<61>n de Hobbes? Yo te lo prestar<61> si quieres.
--No; <20>para qu<71>? Despu<70>s de leer a Kant y a Schopenhauer, esos
fil<EFBFBD>sofos franceses e ingleses dan la impresi<73>n de carros pesados que
marchan chirriando y levantando polvo.
--S<>, quiz<69>s sean menos <20>giles de pensamiento que los alemanes; pero,
en cambio, no te alejan de la vida.
--<2D>Y qu<71>?--replic<69> Andr<64>s--. Uno tiene la angustia, la desesperaci<63>n de
no saber qu<71> hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse
perdido, sin br<62>jula, sin luz adonde dirigirse. <20>Qu<51> se hace con la
vida? <20>Qu<51> direcci<63>n se le da? Si la vida fuera tan fuerte que le
arrastrara a uno, el pensar ser<65>a una maravilla, algo como para el
caminante detenerse y sentarse a la sombra de un <20>rbol, algo como
penetrar en un oasis de paz; pero la vida es est<73>pida, sin emociones,
sin accidentes, al menos aqu<71>, y creo que en todas partes y el
pensamiento se llena de terrores como compensaci<63>n a la esterilidad
emocional de la existencia.
--Est<73>s perdido--murmur<75> Iturrioz--. Ese intelectualismo no te puede
llevar a nada bueno.
--Me llevar<61> a saber, a conocer. <20>Hay placer m<>s glande que <20>ste? La
antigua filosof<6F>a nos daba la magn<67>fica fachada de un palacio; detr<74>s
de aquella magnificencia no hab<61>a salas espl<70>ndidas, ni lugares de
delicias, sino mazmorras obscuras. Ese es el m<>rito sobresaliente de
Kant; <20>l vi<76> que todas las maravillas descritas por los fil<69>sofos eran
fantas<EFBFBD>as, espejismos; vi<76> que las galer<65>as magn<67>ficas no llevaban a
ninguna parte.
--<2D>Vaya un m<>rito!--murmur<75> Iturrioz.
--Enorme. Kant prueba que son indemostrables los dos postulados m<>s
transcendentales de las religiones y de los sistemas filos<6F>ficos: Dios
y la libertad. Y lo terrible es que prueba que son indemostrables a
pesar suyo.
--<2D>Y qu<71>?
--<2D>Y qu<71>! Las consecuencias son terribles; ya el universo no tiene
comienzo en el tiempo ni l<>mite en el espacio; todo est<73> sometido al
encadenamiento de causas y efectos; ya no hay causa primera; la idea de
causa primera, como ha dicho Schopenhauer, es la idea de un trozo de
madera hecho de hierro.
--A m<> esto no me asombra.
--A m<> s<>. Me parece lo mismo que si vi<76>ramos un gigante que marchara
al parecer con un fin y alguien descubriera que no ten<65>a ojos. Despu<70>s
de Kant, el mundo es ciego; ya no puede haber ni libertad, ni justicia,
sino fuerzas que obran por un principio de causalidad en los dominios
del espacio y del tiempo. Y esto tan grave, no es todo; hay adem<65>s
otra cosa que se desprende por primera vez claramente de la filosof<6F>a
de Kant, y es que el mundo no tiene realidad; es que ese espacio y
ese tiempo y ese principio de causalidad no existen fuera de nosotros
tal como nosotros los vemos, que pueden ser distintos, que pueden no
existir.
--Bah. Eso es absurdo--murmur<75> Iturrioz--. Ingenioso si se quiere, pero
nada m<>s.
--No; no s<>lo es absurdo, sino que es pr<70>ctico. Antes para m<> era una
gran pena considerar el infinito del espacio; creer el mundo inacabable
me produc<75>a una gran impresi<73>n; pensar que al d<>a siguiente de mi
muerte el espacio y el tiempo seguir<69>an existiendo me entristec<65>a,
y eso que consideraba que mi vida no es una cosa envidiable; pero
cuando llegu<67> a comprender que la idea del espacio y del tiempo son
necesidades de nuestro esp<73>ritu, pero que no tienen realidad; cuando
me convenc<6E> por Kant que el espacio y el tiempo no significan nada;
por lo menos que la idea que tenemos de ellos puede no existir fuera
de nosotros, me tranquilic<69>. Para m<> es un consuelo pensar que as<61>
como nuestra retina produce los colores, nuestro cerebro produce
las ideas de tiempo, de espacio y de causalidad. Acabado nuestro
cerebro, se acab<61> el mundo. Ya no sigue el tiempo, ya no sigue el
espacio, ya no hay encadenamiento de causas. Se acab<61> la comedia, pero
definitivamente. Podemos suponer que un tiempo y un espacio sigan para
los dem<65>s. <20>Pero eso qu<71> importa si no es el nuestro que es el <20>nico
real?
--Bah. <20>Fantas<61>as! <20>Fantas<61>as!--dijo Iturrioz.
II
REALIDAD DE LAS COSAS
No, no, realidades--replic<69> Andr<64>s--. <20>Qu<51> duda cabe que el mundo
que conocemos es el resultado del reflejo de la parte de cosmos del
horizonte sensible en nuestro cerebro? Este reflejo unido, contrastado,
con las im<69>genes reflejadas en los cerebros de los dem<65>s hombres que
han vivido y que viven, es nuestro conocimiento del mundo, es nuestro
mundo. <20>Es as<61>, en realidad, fuera de nosotros? No lo sabemos, no lo
podemos saber jam<61>s.
--No veo claro. Todo eso me parece poes<65>a.
--No; poes<65>a no. Usted juzga por las sensaciones que le dan los
sentidos. <20>No es verdad?
--Cierto.
--Y esas sensaciones e im<69>genes las ha ido usted valorizando desde
ni<EFBFBD>o con las sensaciones e im<69>genes de los dem<65>s. Pero <20>tiene usted la
seguridad de que ese mundo exterior es tal como usted lo ve? <20>Tiene
usted la seguridad ni siquiera de que existe?
--S<>.
--La seguridad pr<70>ctica, claro; pero nada m<>s.
--Esa basta.
--No, no basta. Basta para un hombre sin deseo de saber; si no <20>para
qu<EFBFBD> se inventar<61>an teor<6F>as acerca del calor o acerca de la luz? Se
dir<EFBFBD>a: hay objetos calientes y fr<66>os, hay color verde o azul; no
necesitamos saber lo que son.
--No estar<61>a mal que procedi<64>ramos as<61>. Si no, la duda lo arrasa, lo
destruye todo.
--Claro que lo destruye todo.
--Las matem<65>ticas mismas quedan sin base.
--Claro. Las proposiciones matem<65>ticas y l<>gicas son <20>nicamente las
leyes de la inteligencia humana; pueden ser tambi<62>n las leyes de
la Naturaleza exterior a nosotros, pero no lo podemos afirmar. La
inteligencia lleva como necesidades inherentes a ella, las nociones de
causa, de espacio y de tiempo, como un cuerpo lleva tres dimensiones.
Estas nociones de causa, de espacio y de tiempo son inseparables de
la inteligencia, y cuando <20>sta afirma sus verdades y sus axiomas _a
priori_, no hace m<>s que se<73>alar su propio mecanismo.
--<2D>De manera que no hay verdad?
--S<>; el acuerdo de todas las inteligencias en una misma cosa, es lo
que llamamos verdad. Fuera de los axiomas l<>gicos y matem<65>ticos, en los
cuales no se puede suponer que no haya unanimidad, en lo dem<65>s todas
las verdades tienen como condici<63>n el ser un<75>nimes.
--<2D>Entonces son verdades porque son un<75>nimes?--pregunt<6E> Iturrioz.
--No, son un<75>nimes, porque son verdades.
--Me es igual.
--No, no. Si usted me dice: la gravedad es verdad porque es una idea
un<EFBFBD>nime, yo le dir<69> no; la gravedad es un<75>nime porque es verdad. Hay
alguna diferencia. Para m<>, dentro de lo relativo de todo, la gravedad
es una verdad absoluta.
--Para m<> no; puede ser una verdad relativa.
--No estoy conforme--dijo Andr<64>s--. Sabemos que nuestro conocimiento
es una relaci<63>n imperfecta entre las cosas exteriores y nuestro yo;
pero como esa relaci<63>n es constante, en su tanto de imperfecci<63>n, no le
quita ning<6E>n valor a la relaci<63>n entre una cosa y otra. Por ejemplo,
respecto al term<72>metro cent<6E>grado: usted me podr<64> decir que dividir en
cien grados la diferencia de temperatura que hay entre el agua helada
y el agua en ebullici<63>n es una arbitrariedad, cierto; pero si en esta
azotea hay veinte grados y en la cueva quince, esa relaci<63>n es una cosa
exacta.
--Bueno. Est<73> bien. Quiere decir que t<> aceptas la posibilidad de
la mentira inicial. D<>jame suponer la mentira en toda la escala de
conocimientos. Quiero suponer que la gravedad es una costumbre, que
ma<EFBFBD>ana un hecho cualquiera la desmentir<69>. <20>Qui<75>n me lo va impedir?
--Nadie; pero usted, de buena fe, no puede aceptar esa posibilidad. El
encadenamiento de causas y efectos es la ciencia. Si ese encadenamiento
no existiera, ya no habr<62>a asidero ninguno; todo podr<64>a ser verdad.
--Entonces vuestra ciencia se basa en la utilidad.
--No; se basa en la raz<61>n y en la experiencia.
--No, porque no pod<6F>is llevar la raz<61>n hasta las <20>ltimas consecuencias.
--Ya se sabe que no, que hay claros. La ciencia nos da la descripci<63>n
de una falange de este mamuth, que se llama universo; la filosof<6F>a nos
quiere dar la hip<69>tesis racional de c<>mo puede ser este mamuth. <20>Que
ni los datos emp<6D>ricos, ni los datos racionales son todos absolutos?
<EFBFBD>Qui<EFBFBD>n lo duda! La ciencia valora los datos de la observaci<63>n;
relaciona las diversas ciencias particulares, que son como islas
exploradas en el oc<6F>ano de lo desconocido, levanta puentes de paso
entre unas y otras, de manera que en su conjunto tengan cierta unidad.
Claro que estos puentes no pueden ser m<>s que hip<69>tesis, teor<6F>as,
aproximaciones a la verdad.
--Los puentes son hip<69>tesis y las islas lo son tambi<62>n.
--No, no estoy conforme. La ciencia es la <20>nica construcci<63>n fuerte de
la Humanidad. Contra ese bloque cient<6E>fico del determinismo, afirmado
ya por los griegos, <20>cu<63>ntas olas no han roto? Religiones, morales,
utop<EFBFBD>as; hoy todas esas peque<75>as supercher<65>as del pragmatismo y de las
ideas-fuerzas..., y, sin embargo, el bloque contin<69>a inconmovible, y la
ciencia, no s<>lo arrolla estos obst<73>culos, sino que los aprovecha para
perfeccionarse.
--S<>--contest<73> Iturrioz--; la ciencia arrolla esos obst<73>culos y arrolla
tambi<EFBFBD>n al hombre.
--Eso, en parte, es verdad--murmur<75> Andr<64>s paseando por la azotea.
III
EL <20>RBOL DE LA CIENCIA Y EL <20>RBOL DE LA VIDA
YA la ciencia para vosotros--dijo Iturrioz--no es una instituci<63>n con
un fin humano, ya es algo m<>s; la hab<61>is convertido en <20>dolo.
--Hay la esperanza de que la verdad, aun la que hoy es in<69>til, pueda
ser <20>til ma<6D>ana--replic<69> Andr<64>s.
--<2D>Bah! <20>Utop<6F>a! <20>T<EFBFBD> crees que vamos a aprovechar las verdades
astron<EFBFBD>micas alguna vez?
--<2D>Alguna vez? Las hemos aprovechado ya.
--<2D>En qu<71>?
--En el concepto del mundo.
--Est<73> bien; pero yo hablaba de un aprovechamiento pr<70>ctico, inmediato.
Yo, en el fondo, estoy convencido de que, la verdad en bloque, es
mala para la vida. Esa anomal<61>a de la naturaleza que se llama la vida
necesita estar basada en el capricho, quiz<69> en la mentira.
--En eso estoy conforme--dijo Andr<64>s--. La voluntad, el deseo de vivir
es tan fuerte en el animal como en el hombre. En el hombre es mayor
la comprensi<73>n. A m<>s comprender, corresponde menos desear. Esto es
l<EFBFBD>gico, y adem<65>s se comprueba en la realidad. La apetencia por conocer
se despierta en los individuos que aparecen al final de una evoluci<63>n,
cuando el instinto de vivir languidece. El hombre, cuya necesidad es
conocer, es como la mariposa que rompe la cris<69>lida para morir. El
individuo sano, vivo, fuerte, no ve las cosas como son; porque no
le conviene. Est<73> dentro de una alucinaci<63>n. Don Quijote, a quien
Cervantes quiso dar un sentido negativo, es un s<>mbolo de la afirmaci<63>n
de la vida. Don Quijote vive m<>s que todas las personas cuerdas que le
rodean, vive m<>s y con m<>s intensidad que los otros. El individuo o el
pueblo que quiere vivir se envuelve en nubes como los antiguos dioses
cuando se aparec<65>an a los mortales. El instinto vital necesita de la
ficci<EFBFBD>n para afirmarse. La ciencia entonces, el instinto de cr<63>tica,
el instinto de averiguaci<63>n, debe encontrar una verdad: la cantidad de
mentira que es necesaria para la vida. <20>Se r<>e usted?
--S<>, me r<>o, porque eso que t<> expones con palabras del d<>a, est<73>
dicho nada menos que en la Biblia.
--<2D>Bah!
--S<>, en el G<>nesis. T<> habr<62>s le<6C>do que en el centro del para<72>so hab<61>a
dos <20>rboles, el <20>rbol de la vida y el <20>rbol de la ciencia del bien y
del mal. El <20>rbol de la vida era inmenso, frondoso, y, seg<65>n algunos
santos padres, daba la inmortalidad. El <20>rbol de la ciencia no se dice
c<EFBFBD>mo era; probablemente ser<65>a mezquino y triste. <20>Y t<> sabes lo que le
dijo Dios a Ad<41>n?
--No recuerdo; la verdad.
--Pues al tenerle a Ad<41>n delante, le dijo: Puedes comer todos los
frutos del jard<72>n; pero cuidado con el fruto del <20>rbol de la ciencia
del bien y del mal, porque el d<>a que t<> comas su fruto morir<69>s de
muerte. Y Dios, seguramente, a<>adi<64>: Comed del <20>rbol de la vida, sed
bestias, sed cerdos, sed ego<67>stas, revolcaos por el suelo alegremente;
pero no com<6F>is del <20>rbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dar<61>
una tendencia a mejorar que os destruir<69>. <20>No es un consejo admirable?
--S<>, es un consejo digno de un accionista del Banco--repuso Andr<64>s.
--<2D>C<EFBFBD>mo se ve el sentido pr<70>ctico de esa granujer<65>a sem<65>tica!--dijo
Iturrioz--. <20>C<EFBFBD>mo olfatearon esos buenos jud<75>os, con sus narices
corvas, que el estado de conciencia pod<6F>a comprometer la vida!
--<2D>Claro, eran optimistas; griegos y semitas ten<65>an el instinto fuerte
de vivir, inventaban dioses para ellos, un para<72>so exclusivamente suyo.
Yo creo que en el fondo no comprend<6E>an nada de la naturaleza.
--No les conven<65>a.
--Seguramente no les conven<65>a. En cambio, los turanios y los arios del
Norte, intentaron ver la naturaleza tal como es.
--Y, <20>a pesar de eso, nadie les hizo caso y se dejaron domesticar por
los semitas del Sur?
--<2D>Ah, claro! El semitismo, con sus tres impostores, ha dominado al
mundo, ha tenido la oportunidad y la fuerza; en una <20>poca de guerras
di<EFBFBD> a los hombres un dios de las batallas, a las mujeres y a los
d<EFBFBD>biles un motivo de lamentos, de quejas y de sensibler<65>a. Hoy, despu<70>s
de siglos de dominaci<63>n sem<65>tica, el mundo vuelve a la cordura, y la
verdad aparece como una aurora p<>lida tras de los terrores de la noche.
--Yo no creo en esa cordura--dijo Iturrioz--ni creo en la ruina del
semitismo. El semitismo jud<75>o, cristiano o musulm<6C>n, seguir<69> siendo
el amo del mundo, tomar<61> avatares extraordinarios. <20>Hay nada m<>s
interesante que la Inquisici<63>n, de <20>ndole tan sem<65>tica, dedicada a
limpiar de jud<75>os y moros al mundo? <20>Hay caso m<>s curioso que el de
Torquemada, de origen jud<75>o?
--S<>, eso define el car<61>cter sem<65>tico, la confianza, el optimismo, el
oportunismo... Todo eso tiene que desaparecer. La mentalidad cient<6E>fica
de los hombres del Norte de Europa lo barrer<65>.
--Pero, <20>d<EFBFBD>nde est<73>n esos hombres? <20>D<EFBFBD>nde est<73>n esos precursores?
--En la ciencia, en la filosof<6F>a, en Kant sobre todo. Kant ha sido
el gran destructor de la mentira greco-sem<65>tica. El se encontr<74>
con esos dos <20>rboles b<>blicos de que usted hablaba antes y fu<66>
apartando las ramas del <20>rbol de la vida que ahogaban al <20>rbol de
la ciencia. Tras <20>l no queda, en el mundo de las ideas, m<>s que un
camino estrecho y penoso: la ciencia. Detr<74>s de <20>l, sin tener quiz<69>
su fuerza y su grandeza, viene otro destructor, otro oso del Norte,
Schopenhauer, que no quiso dejar en pie los subterfugios que el maestro
sostuvo amorosamente por falta de valor. Kant pide por misericordia
que esa gruesa rama del <20>rbol de la vida, que se llama libertad,
responsabilidad, derecho, descanse junto a las ramas del <20>rbol de la
ciencia para dar perspectivas a la mirada del hombre. Schopenhauer,
m<EFBFBD>s austero, m<>s probo en su pensamiento, aparta esa rama, y la vida
aparece como una cosa obscura y ciega, potente y jugosa sin justicia,
sin bondad, sin fin; una corriente llevada por una fuerza X, que <20>l
llama voluntad y que, de cuando en cuando, en medio de la materia
organizada, produce un fen<65>meno secundario, una fosforescencia
cerebral, un reflejo, que es la inteligencia. Ya se ve claro en estos
dos principios: vida y verdad, voluntad e inteligencia.
--Ya debe haber fil<69>sofos y bi<62>filos--dijo Iturrioz.
--<2D>Por qu<71> no? Fil<69>sofos y bi<62>filos. En estas circunstancias el
instinto vital, todo actividad y confianza, se siente herido y tiene
que reaccionar y reacciona. Los unos, la mayor<6F>a literatos, ponen su
optimismo en la vida, en la brutalidad de los instintos y cantan la
vida cruel, canalla, infame, la vida sin finalidad, sin objeto, sin
principios y sin moral, como una pantera en medio de una selva. Los
otros ponen el optimismo en la misma ciencia. Contra la tendencia
agn<EFBFBD>stica de un Du Boie-Reymond que afirm<72> que jam<61>s el entendimiento
del hombre llegar<61>a a conocer la mec<65>nica del universo, est<73>n las
tendencias de Berthelot, de Metchnikoff, de Ram<61>n y Cajal en Espa<70>a,
que supone que se puede llegar a averiguar el fin del hombre en la
Tierra. Hay, por <20>ltimo, los que quieren volver a las ideas viejas y a
los viejos mitos, porque son <20>tiles para la vida. Estos son profesores
de ret<65>rica, de esos que tienen la sublime misi<73>n de contarnos c<>mo
se estornudaba en el siglo XVIII despu<70>s de tomar rap<61>, los que nos
dicen que la ciencia fracasa, y que el materialismo, el determinismo,
el encadenamiento de causa a efecto es una cosa grosera, y que el
espiritualismo es algo sublime y refinado. <20>Qu<51> risa! <20>Qu<51> admirable
lugar com<6F>n para que los obispos y los generales cobren su sueldo y los
comerciantes puedan vender impunemente bacalao podrido! <20>Creer en el
<EFBFBD>dolo o en el fetiche es s<>mbolo de superioridad; creer en los <20>tomos
como Dem<65>crito o Epicuro, se<73>al de estupidez! Un _aissaua_ de Marruecos
que se rompe la cabeza con un hacha y traga cristales en honor de la
divinidad, o un buen mandingo con su taparabos, son seres refinados y
cultos; en cambio el hombre de ciencia que estudia la naturaleza es un
ser vulgar y grosero. <20>Qu<51> admirable paradoja para vestirse de galas
ret<EFBFBD>ricas y de sonidos nasales en la boca de un acad<61>mico franc<6E>s!
Hay que reirse cuando dicen que la ciencia fracasa. Tonter<65>a: lo que
fracasa es la mentira; la ciencia marcha adelante, arroll<6C>ndolo todo.
--S<>, estamos conformes, lo hemos dicho antes arroll<6C>ndolo todo. Desde
un punto de vista puramente cient<6E>fico, yo no puedo aceptar esa teor<6F>a
de la duplicidad de la funci<63>n vital: inteligencia a un lado, voluntad
a otro, no.
--Yo no digo inteligencia a un lado y voluntad a otro--replic<69>
Andr<EFBFBD>s--, sino predominio de la inteligencia o predominio de la
voluntad. Una lombriz tiene voluntad e inteligencia, voluntad de vivir
tanta como el hombre, resiste a la muerte como puede; el hombre tiene
tambi<EFBFBD>n voluntad e inteligencia, pero en otras proporciones.
--Lo que quiero decir es que no creo que la voluntad sea s<>lo una
m<EFBFBD>quina de desear y la inteligencia una m<>quina de reflejar.
--Lo que sea en s<>, no lo s<>; pero a nosotros nos parece esto
racionalmente. Si todo reflejo tuviera para nosotros un fin, podr<64>amos
sospechar que la inteligencia no es s<>lo un aparato reflector, una
luna indiferente para cuanto se coloca en su horizonte sensible;
pero la conciencia refleja lo que puede aprehender sin inter<65>s,
autom<EFBFBD>ticamente y produce im<69>genes. Estas im<69>genes, desprovistas de lo
contingente, dejan un s<>mbolo, un esquema, que debe ser la idea.
--No creo en esa indiferencia autom<6F>tica que t<> atribuyes a la
inteligencia. No somos un intelecto puro, ni una m<>quina de desear,
somos hombres que al mismo tiempo piensan, trabajan, desean,
ejecutan... Yo creo que hay ideas que son fuerzas.
--Yo, no. La fuerza est<73> en otra cosa. La misma idea que impulsa a un
anarquista rom<6F>ntico a escribir unos versos rid<69>culos y humanitarios,
es la que hace a un dinamitero poner una bomba. La misma ilusi<73>n
imperialista tiene Bonaparte, que Lebaudy, el emperador del Sahara. Lo
que les diferencia es algo org<72>nico.
--<2D>Qu<51> confusi<73>n! En qu<71> laberinto nos vamos metiendo--murmur<75> Iturrioz.
--Sintetice usted nuestra discusi<73>n y nuestros distintos puntos de
vista.
--En parte, estamos conformes. T<> quieres, partiendo de la relatividad
de todo, darle un valor absoluto a las relaciones entre las cosas.
--Claro, lo que dec<65>a antes; el metro en s<>, medida arbitraria; los
360 grados de un c<>rculo, medida tambi<62>n arbitraria; las relaciones
obtenidas con el metro o con el arco, exactas.
--No, <20>si estamos conformes! Ser<65>a imposible que no lo estuvi<76>ramos
en todo lo que se refiere a la matem<65>tica y a la l<>gica; pero cuando
nos vamos alejando de estos conocimientos simples y entramos en el
dominio de la vida, nos encontramos dentro de un laberinto, en medio
de la mayor confusi<73>n y desorden. En este baile de m<>scaras, en donde
bailan millones de figuras abigarradas, t<> me dices: Acerqu<71>monos a la
verdad. <20>D<EFBFBD>nde est<73> la verdad? <20>Qui<75>n es ese enmascarado que pasa por
delante de nosotros? <20>Qu<51> esconde debajo de su capa gris? <20>Es un rey o
un mendigo? <20>Es un joven admirablemente formado o un viejo enclenque y
lleno de <20>lceras? La verdad es una br<62>jula loca que no funciona en este
caos de cosas desconocidas.
--Cierto, fuera de la verdad matem<65>tica y de la verdad emp<6D>rica que se
va adquiriendo lentamente, la ciencia no dice mucho. Hay que tener la
probidad de reconocerlo..., y esperar.
--<2D>Y, mientras tanto, abstenerse de vivir, de afirmar? Mientras tanto
no vamos a saber si la Rep<65>blica es mejor que la Monarqu<71>a, si el
Protestantismo es mejor o peor que el Catolicismo, si la propiedad
individual es buena o mala; mientras la Ciencia no llegue hasta ah<61>,
silencio.
--<2D>Y qu<71> remedio queda para el hombre inteligente?
--Hombre, s<>. T<> reconoces que fuera del dominio de las matem<65>ticas y
de las ciencias emp<6D>ricas existe, hoy por hoy, un campo enorme adonde
todav<EFBFBD>a no llegan las indicaciones de la ciencia. <20>No es eso?
--S<>.
--<2D>Y por qu<71> en ese campo no tomar como norma la utilidad?
--Lo encuentro peligroso--dijo Andr<64>s--. Esta idea de la utilidad, que
al principio parece sencilla, inofensiva, puede llegar a legitimar las
mayores enormidades, a entronizar todos los prejuicios.
--Cierto, tambi<62>n, tomando como norma la verdad, se puede ir al
fanatismo m<>s b<>rbaro. La verdad puede ser un arma de combate.
--S<>, false<73>ndola, haciendo que no lo sea. No hay fanatismo en
matem<EFBFBD>ticas, ni en ciencias naturales. <20>Qui<75>n puede vanagloriarse de
defender la verdad en pol<6F>tica o en moral? El que as<61> se vanagloria,
es tan fan<61>tico como el que defiende cualquier otro sistema pol<6F>tico o
religioso. La ciencia no tiene nada que ver con eso; ni es cristiana,
ni es atea, ni revolucionaria, ni reaccionaria.
--Pero ese agnosticismo, para todas las cosas que no se conocen
cient<EFBFBD>ficamente, es absurdo porque es antibiol<6F>gico. Hay que vivir.
T<EFBFBD> sabes que los fisi<73>logos han demostrado que, en el uso de nuestros
sentidos, tendemos a percibir, no de la manera m<>s exacta, sino de la
manera m<>s econ<6F>mica, m<>s ventajosa, m<>s <20>til. <20>Qu<51> mejor norma de la
vida que su utilidad, su engrandecimiento?
--No, no; eso llevar<61>a a los mayores absurdos en la teor<6F>a y en la
pr<EFBFBD>ctica. Tendr<64>amos que ir aceptando ficciones l<>gicas: el libre
albedr<EFBFBD>o, la responsabilidad, el m<>rito; acabar<61>amos acept<70>ndolo todo,
las mayores extravagancias de las religiones.
--No, no aceptar<61>amos m<>s que lo <20>til.
--Pero para lo <20>til no hay comprobaci<63>n como para lo verdadero--replic<69>
Andr<EFBFBD>s--. La fe religiosa para un cat<61>lico, adem<65>s de ser verdad,
es <20>til; para un irreligioso puede ser falsa y <20>til, y para otro
irreligioso puede ser falsa e in<69>til.
--Bien, pero habr<62> un punto en que estemos todos de acuerdo, por
ejemplo, en la utilidad de la fe para una acci<63>n dada. La fe, dentro de
lo natural, es indudable que tiene una gran fuerza. Si yo me creo capaz
de dar un salto de un metro, lo dar<61>; si me creo capaz de dar un salto
de dos o tres metros, quiz<69> lo d<> tambi<62>n.
--Pero si se cree usted capaz de dar un salto de cincuenta metros, no
lo dar<61> usted por mucha fe que tenga.
--Claro que no; pero eso no importa para que la fe sirva en el radio
de acci<63>n de lo posible. Luego la fe es <20>til, biol<6F>gica; luego hay que
conservarla.
--No, no. Eso que usted llama fe no es m<>s que la conciencia de
nuestra fuerza. Esa existe siempre, se quiera o no se quiera. La otra
fe conviene destruirla, dejarla es un peligro; tras de esa puerta que
abre hacia lo arbitrario una filosof<6F>a basada en la utilidad, en la
comodidad o en la eficacia, entran todas las locuras humanas.
--En cambio, cerrando esa puerta y no dejando m<>s norma que la verdad,
la vida languidece, se hace p<>lida, an<61>mica, triste. Yo no s<> qui<75>n
dec<EFBFBD>a la legalidad nos mata; como <20>l podemos decir: La raz<61>n y la
ciencia nos apabullan. La sabidur<75>a del jud<75>o se comprende cada vez m<>s
que se insiste en este punto: a un lado el <20>rbol de la ciencia, al otro
el <20>rbol de la vida.
--Habr<62> que creer que el <20>rbol de la ciencia es como el cl<63>sico
manzanillo, que mata a quien se acoge a su sombra--dijo Andr<64>s
burlonamente.
--S<>, r<>ete.
--No, no me r<>o.
IV
DISOCIACI<43>N
NO s<>, no s<>--murmur<75> Iturrioz--. Creo que vuestro intelectualismo
no os llevar<61> a nada. <20>Comprender? <20>Explicarse las cosas? <20>Para qu<71>?
Se puede ser un gran artista; un gran poeta, se puede ser hasta un
matem<EFBFBD>tico y un cient<6E>fico y no comprender en el fondo nada. El
intelectualismo es est<73>ril. La misma Alemania, que ha tenido el cetro
del intelectualismo, hoy parece que lo repudia. En la Alemania actual
casi no hay fil<69>sofos, todo el mundo est<73> <20>vido de vida pr<70>ctica. El
intelectualismo, el criticismo, el anarquismo, van en baja.
--<2D>Y qu<71>? <20>Tantas veces han ido de baja y han vuelto a
renacer!--contest<73> Andr<64>s.
--<2D>Pero se puede esperar algo de esa destrucci<63>n sistem<65>tica y
vengativa?
--No es sistem<65>tica ni vengativa. Es destruir lo que no se afirme
de por s<>; es llevar el an<61>lisis a todo; es ir disociando las ideas
tradicionales para ver qu<71> nuevos aspectos toman; qu<71> componentes
tienen. Por la desintegraci<63>n electrol<6F>tica de los <20>tomos van
apareciendo estos iones y electrones mal conocidos. Usted sabe tambi<62>n
que algunos hist<73>logos han cre<72>do encontrar en el protoplasma de las
c<EFBFBD>lulas, granos que consideran como unidades org<72>nicas elementales, y
que han llamado bioblastos. <20>Por qu<71> lo que est<73>n haciendo en f<>sica en
este momento los Roentgen y los Becquerel, y en biolog<6F>a los Haeckel
y los Hertwig, no se ha de hacer en filosof<6F>a y en moral? Claro que
en las afirmaciones de la qu<71>mica y de la histolog<6F>a no est<73> basada
una pol<6F>tica, ni una moral, y si ma<6D>ana se encontrara el medio de
descomponer y de transmutar los cuerpos simples, no habr<62>a ning<6E>n papa
de la ciencia cl<63>sica que excomulgara a los investigadores.
--Contra tu disociaci<63>n en el terreno moral, no ser<65>a un papa el que
protestara, ser<65>a el instinto conservador de la sociedad.
--Ese instinto ha protestado siempre contra todo lo nuevo y seguir<69>
protestando; <20>eso qu<71> importa? La disociaci<63>n anal<61>tica ser<65> una obra
de saneamiento, una desinfecci<63>n de la vida.
--Una desinfecci<63>n que puede matar al enfermo.
--No, no hay cuidado. El instinto de conservaci<63>n del cuerpo social
es bastante fuerte para rechazar todo lo que no puede digerir. Por
muchos g<>rmenes que se siembren, la descomposici<63>n de la sociedad ser<65>
biol<EFBFBD>gica.
--<2D>Y para qu<71> descomponer la sociedad? <20>Es que se va a construir un
mundo nuevo mejor que el actual?
--S<>, yo creo que s<>.
--Yo lo dudo. Lo que hace a la sociedad malvada es el ego<67>smo del
hombre, y el ego<67>smo es un hecho natural, es una necesidad de la vida.
<EFBFBD>Es que supones que el hombre de hoy es menos ego<67>sta y cruel que el de
ayer? Pues te enga<67>as. <20>Si nos dejaran!; el cazador que persigue zorras
y conejos cazar<61>a hombres si pudiera. As<41> como se sujeta a los patos y
se les alimenta para que se les hipertrofie el h<>gado, tendr<64>amos a las
mujeres en adobo para que estuvieran m<>s suaves. Nosotros civilizados
hacemos jockeys como los antiguos monstruos, y si fuera posible les
quitar<EFBFBD>amos el cerebro a los cargadores para que tuvieran m<>s fuerza,
como antes la Santa Madre Iglesia quitaba los test<73>culos a los cantores
de la Capilla Sixtina para que cantasen mejor. <20>Es que t<> crees que el
ego<EFBFBD>smo va a desaparecer? Desaparecer<65>a la Humanidad. <20>Es que supones,
como algunos soci<63>logos ingleses y los anarquistas, que se identificar<61>
el amor de uno mismo con el amor de los dem<65>s?
--No; yo supongo que hay formas de agrupaci<63>n social unas mejores que
otras, y que se deben ir dejando las malas y tomando las buenas.
--Esto me parece muy vago. A una colectividad no se le mover<65> jam<61>s
dici<EFBFBD>ndole: Puede haber una forma social mejor. Es como si a una mujer
se le dijera: Si nos unimos, quiz<69>s vivamos de una manera soportable.
No, a la mujer y a la colectividad hay que prometerles el para<72>so;
esto demuestra la ineficacia de tu idea anal<61>tica y disociadora. Los
semitas inventaron un para<72>so materialista (en el mal sentido) en el
principio del hombre; el cristianismo, otra forma de semitismo, coloc<6F>
el para<72>so al final y fuera de la vida del hombre y los anarquistas,
que no son m<>s que unos neo-cristianos, es decir, neo-semitas, ponen su
para<EFBFBD>so en la vida y en la tierra. En todas partes y en todas <20>pocas
los conductores de hombres son prometedores de para<72>sos.
--S<>, quiz<69>; pero alguna vez tenemos que dejar de ser ni<6E>os, alguna vez
tenemos que mirar a nuestro alrededor con serenidad. <20>Cu<43>ntos terrores
no nos han quitado de encima el an<61>lisis! Ya no hay monstruos en el
seno de la noche, ya nadie nos acecha. Con nuestras fuerzas vamos
siendo due<75>os del mundo.
V
LA COMPA<50><41>A DEL HOMBRE
S<EFBFBD>, nos ha quitado terrores--exclam<61> Iturrioz--; pero nos ha quitado
tambi<EFBFBD>n vida. <20>S<EFBFBD>, es la claridad la que hace la vida actual
completamente vulgar! Suprimir los problemas es muy c<>modo; pero
luego no queda nada. Hoy, un chico lee una novela del a<>o 30, y las
desesperaciones de Larra y de Espronceda y se r<>e; tiene la evidencia
de que no hay misterios. La vida se ha hecho clara; el valor del dinero
aumenta; el burguesismo crece con la democracia. Ya es imposible
encontrar rincones po<70>ticos al final de un pasadizo tortuoso; ya no hay
sorpresas.
--Usted es un rom<6F>ntico.
--Y t<> tambi<62>n. Pero yo soy un rom<6F>ntico pr<70>ctico. Yo creo que hay
que afirmar el conjunto de mentiras y verdades que son de uno hasta
convertirlo en una cosa viva. Creo que hay que vivir con las locuras
que uno tenga, cuid<69>ndolas y hasta aprovech<63>ndose de ellas.
--Eso me parece lo mismo que si un diab<61>tico aprovechara el az<61>car de
su cuerpo para endulzar su taza de caf<61>.
--Caricaturizas mi idea, pero no importa.
--El otro d<>a le<6C> en un libro--a<>adi<64> Andr<64>s burlonamente--que un
viajero cuenta que en un remoto pa<70>s los naturales le aseguraron que
ellos no eran hombres, sino loros de cola roja. <20>Usted cree que hay que
afirmar las ideas hasta que uno se vea las plumas y la cola?
--S<>; creyendo en algo m<>s <20>til y grande que ser un loro, creo que
hay que afirmar con fuerza. Para llegar a dar a los hombres una regla
com<EFBFBD>n, una disciplina, una organizaci<63>n, se necesita una fe, una
ilusi<EFBFBD>n, algo que aunque sea una mentira salida de nosotros mismos
parezca una verdad llegada de fuera. Si yo me sintiera con energ<72>a,
<EFBFBD>sabes lo que har<61>a?
--<2D>Qu<51>?
--Una milicia como la que invent<6E> Loyola, con un car<61>cter puramente
humano. La Compa<70><61>a del Hombre.
--Aparece el vasco en usted.
--Quiz<69>.
--<2D>Y con qu<71> fin iba usted a fundar esa compa<70><61>a?
--Esta compa<70><61>a tendr<64>a la misi<73>n de ense<73>ar el valor, la serenidad, el
reposo; de arrancar toda tendencia a la humildad, a la renunciaci<63>n a
la tristeza, al enga<67>o, a la rapacidad, al sentimentalismo...
--La escuela de los hidalgos.
--Eso es, la escuela de los hidalgos.
--De los hidalgos ib<69>ricos, naturalmente. Nada de semitismo.
--Nada; un hidalgo limpio de semitismo; es decir, de esp<73>ritu
cristiano, me parecer<65>a un tipo completo.
--Cuando funde usted esa compa<70><61>a, acu<63>rdese usted de m<>. Escr<63>bame
usted al pueblo.
--<2D>Pero de veras te piensas marchar?
--S<>; si no encuentro nada aqu<71>, me voy a marchar.
--<2D>Pronto?
--S<>, muy pronto.
--Ya me tendr<64>s al corriente de tu experiencia. Te encuentro mal armado
para esa prueba.
--Usted no ha fundado todav<61>a su compa<70><61>a...
--Ah, ser<65>a util<69>sima. Ya lo creo.
Cansados de hablar, se callaron. Comenzaba a hacerse de noche.
Las golondrinas trazaban c<>rculos en el aire, chillando. Venus hab<61>a
salido en el Poniente, de color anaranjado, y poco despu<70>s brillaba
J<EFBFBD>piter con su luz azulada. En las casas comenzaban a iluminarse las
ventanas. Filas de faroles iban encendi<64>ndose, formando dos l<>neas
paralelas en la carretera de Extremadura. De las plantas de la azotea,
de los tiestos de s<>ndalo y de menta llegaban r<>fagas perfumadas...
QUINTA PARTE
La experiencia en el pueblo.
I
DE VIAJE
UNOS d<>as despu<70>s nombraban a Hurtado m<>dico titular de Alcolea del
Campo.
Era <20>ste un pueblo del centro de Espa<70>a, colocado en esa zona
intermedia donde acaba Castilla y comienza Andaluc<75>a. Era villa de
importancia, de ocho a diez mil habitantes; para llegar a ella hab<61>a
que tomar la l<>nea de C<>rdoba, detenerse en una estaci<63>n de la Mancha y
seguir a Alcolea en coche.
En seguida de recibir el nombramiento, Andr<64>s hizo su equipaje y se
dirigi<EFBFBD> a la estaci<63>n del Mediod<6F>a. La tarde era de verano, pesada,
sofocante, de aire seco y lleno de polvo.
A pesar de que el viaje lo hac<61>a de noche, Andr<64>s supuso que seria
demasiado molesto ir en tercera, y tom<6F> un billete de primera clase.
Entr<EFBFBD> en el and<6E>n, se acerc<72> a los vagones, y en uno que ten<65>a el
cartel de no fumadores, se dispuso a subir.
Un hombrecito vestido de negro, afeitado, con anteojos, le dijo con voz
melosa y acento americano:
--Oiga, se<73>or; este vag<61>n es para los no fumadores.
Andr<EFBFBD>s no hizo el menor caso de la advertencia, y se acomod<6F> en un
rinc<EFBFBD>n.
Al poco rato se present<6E> otro viajero, un joven alto, rubio, membrudo,
con las gu<67>as de los bigotes levantadas hasta los ojos.
El hombre bajito, vestido de negro, le hizo la misma advertencia de que
all<EFBFBD> no se fumaba.
--Lo veo aqu<71>--contest<73> el viajero algo molesto, y subi<62> al vag<61>n.
--Quedaron los tres en el interior del coche sin hablarse; Andr<64>s,
mirando vagamente por la ventanilla, y pensando en las sorpresas que le
reservar<EFBFBD>a el pueblo.
El tren ech<63> a andar.
El hombrecito negro sac<61> una especie de t<>nica amarillenta, se envolvi<76>
en ella, se puso un pa<70>uelo en la cabeza y se tendi<64> a dormir. El
mon<EFBFBD>tono golpeteo del tren acompa<70>aba el soliloquio interior de Andr<64>s;
se vieron a lo lejos varias veces las luces de Madrid en medio del
campo, pasaron tres o cuatro estaciones desiertas, y entr<74> el revisor.
Andr<EFBFBD>s sac<61> su billete, el joven alto hizo lo mismo, y el hombrecito,
despu<EFBFBD>s de quitarse su balandr<64>n, se registr<74> los bolsillos y mostr<74> un
billete y un papel.
El revisor advirti<74> al viajero que llevaba un billete de segunda.
El hombrecito de negro, sin m<>s ni m<>s, se encoleriz<69>, y dijo que
aquello era una groser<65>a; hab<61>a avisado en la estaci<63>n su deseo de
cambiar de clase; <20>l era un extranjero, una persona acomodada, con
mucha plata, s<>, se<73>or, que hab<61>a viajado por toda Europa, y toda
Am<EFBFBD>rica, y s<>lo en Espa<70>a, en un pa<70>s sin civilizaci<63>n, sin cultura, en
donde no se ten<65>a la menor atenci<63>n al extranjero, pod<6F>an suceder cosas
semejantes.
El hombrecito insisti<74> y acab<61> insultando a los espa<70>oles. Ya estaba
deseando dejar este pa<70>s, miserable y atrasado; afortunadamente, al d<>a
siguiente estar<61>a en Gibraltar, camino de Am<41>rica.
El revisor no contestaba. Andr<64>s miraba al hombrecito que gritaba
descompuesto, con aquel acento meloso y repulsivo, cuando el joven
rubio, irgui<75>ndose, le dijo con voz violenta:
--No le permito hablar as<61> de Espa<70>a. Si usted es extranjero y no
quiere vivir aqu<71>, v<>yase usted a su pa<70>s pronto, y sin hablar, porque
si no, se expone usted a que le echen por la ventanilla, y voy a ser
yo; ahora mismo.
--<2D>Pero, se<73>or!--exclam<61> el extranjero--. Es que quieren
atropellarme...
--No es verdad. El que atropella es usted. Para viajar se necesita
educaci<EFBFBD>n, y viajando con espa<70>oles no se habla mal de Espa<70>a.
--Si yo amo a Espa<70>a y el car<61>cter espa<70>ol--exclam<61> el hombrecito--.
Mi familia es toda espa<70>ola. <20>Para qu<71> he venido a Espa<70>a sino para
conocer a la madre patria?
--No quiero explicaciones--. No necesito oirlas--contest<73> el otro con
voz seca, y se tendi<64> en el div<69>n como para manifestar el poco aprecio
que sent<6E>a por su compa<70>ero de viaje.
Andr<EFBFBD>s qued<65> asombrado; realmente aquel joven hab<61>a estado bien.
El, con su intelectualismo, pens<6E> qu<71> clase de tipo ser<65>a el hombre
bajito, vestido de negro; el otro hab<61>a hecho una afirmaci<63>n rotunda
de su pa<70>s y de su raza. El hombrecito comenz<6E> a explicarse, hablando
solo. Hurtado se hizo el dormido.
Un poco despu<70>s de media noche llegaron a una estaci<63>n plagada de
gente; una compa<70><61>a de c<>micos transbordaba, dejando la l<>nea de
Valencia, de donde ven<65>an, para tomar la de Andaluc<75>a. Las actrices,
con un guardapolvo gris; los actores, con sombreros de paja y gorritas,
se acercaban todos como gente que no se apresura, que sabe viajar, que
consideran el mundo como suyo. Se acomodaron los c<>micos en el tren y
se oy<6F> gritar de vag<61>n a vag<61>n:
--Eh, Fern<72>ndez, <20>d<EFBFBD>nde est<73> la botella?--<2D>Molina, que la
caracter<EFBFBD>stica te llama!--<2D>A ver ese traspunte que se ha perdido!
Se tranquilizaron los c<>micos, y el tren sigui<75> su marcha.
Ya al amanecer, a la p<>lida claridad de la ma<6D>ana, se iban viendo
tierras de vi<76>a y olivos en hilera.
Estaba cerca la estaci<63>n donde ten<65>a que bajar Andr<64>s. Se prepar<61>, y
al detenerse el tren salt<6C> al and<6E>n, desierto. Avanz<6E> hacia la salida
y di<64> la vuelta a la estaci<63>n. En frente, hacia el pueblo, se ve<76>a
una calle ancha, con unas casas grandes, blancas y dos filas de luces
el<EFBFBD>ctricas mortecinas. La luna, en menguante, iluminaba el cielo. Se
sent<EFBFBD>a en el aire un olor como dulce a paja seca.
A un hombre que pas<61> hacia la estaci<63>n le dijo:
--<2D>A qu<71> hora sale el coche para Alcolea?
--A las cinco. Del extremo de esta misma calle suele salir.
Andr<EFBFBD>s avanz<6E> por la calle, pas<61> por delante de la garita de consumos,
iluminada, dej<65> la maleta en el suelo y se sent<6E> encima a esperar.
II
LLEGADA AL PUEBLO
YA era entrada la ma<6D>ana cuando la diligencia parti<74> para Alcolea. El
d<EFBFBD>a se preparaba a ser ardoroso. El cielo estaba azul, sin una nube;
el sol brillante; la carretera marchaba recta, cortando entre vi<76>edos
y alguno que otro olivar, de olivos viejos y encorvados. El paso de la
diligencia levantaba nubes de polvo.
En el coche no iba m<>s que una vieja vestida de negro, con un cesto al
brazo.
Andr<EFBFBD>s intent<6E> conversar con ella, pero la vieja era de pocas palabras
o no ten<65>a ganas de hablar en aquel momento.
En todo el camino el pa<70>saje no variaba; la carretera sub<75>a y bajaba
por suaves lomas entre id<69>nticos vi<76>edos. A las tres horas de marcha
apareci<EFBFBD> el pueblo en una hondonada. A Hurtado le pareci<63> grand<6E>simo.
El coche tom<6F> por una calle ancha de casas bajas, luego cruz<75> varias
encrucijadas y se detuvo en una plaza delante de un caser<65>n blanco, en
uno de cuyos balcones se le<6C>a: Fonda de la Palma.
--<2D>Usted parar<61> aqu<71>?--le pregunt<6E> el mozo.
--S<>, aqu<71>.
Andr<EFBFBD>s baj<61> y entr<74> en el portal. Por la cancela se ve<76>a un patio, a
estilo andaluz, con arcos y columnas de piedra. Se abri<72> la reja y el
due<EFBFBD>o sali<6C> a recibir al viajero. Andr<64>s le dijo que probablemente
estar<EFBFBD>a bastante tiempo, y que le diera un cuarto espacioso.
--Aqu<71> abajo le pondremos a usted--y le llev<65> a una habitaci<63>n bastante
grande, con una ventana a la calle.
Andr<EFBFBD>s se lav<61> y sali<6C> de nuevo al patio. A la una se com<6F>a. Se sent<6E>
en una de las mecedoras. Un canario en su jaula, colgada del techo,
comenz<EFBFBD> a gorjear de una manera estrepitosa.
La soledad, la frescura, el canto del canario hicieron a Andr<64>s cerrar
los ojos y dormir un rato.
Le despert<72> la voz del criado, que dec<65>a:
--Puede usted pasar a almorzar.
Entr<EFBFBD> en el comedor. Hab<61>a en la mesa tres viajantes de comercio. Uno
de ellos era un catal<61>n que representaba f<>bricas de Sabadell; el otro,
un riojano que vend<6E>a tartratos para los vinos, y el <20>ltimo, un andaluz
que viv<69>a en Madrid y corr<72>a aparatos el<65>ctricos.
El catal<61>n no era tan petulante como la generalidad de sus pa<70>sanos del
mismo oficio; el riojano no se las echaba de franco ni de bruto, y el
andaluz no pretend<6E>a ser gracioso.
Estos tres mirlos blancos del comisionismo eran muy anticlericales.
La comida le sorprendi<64> a Andr<64>s, porque no hab<61>a m<>s que caza y carne.
Esto, unido al vino muy alcoh<6F>lico, ten<65>a que producir una verdadera
incandescencia interior.
Despu<EFBFBD>s de comer, Andr<64>s y los tres viajantes fueron a tomar caf<61>
al casino. Hac<61>a en la calle un calor espantoso: el aire ven<65>a en
r<EFBFBD>fagas secas, como salidas de un horno. No se pod<6F>a mirar a derecha
y a izquierda; las casas, blancas como la nieve, rebozadas de cal,
reverberaban esta luz v<>vida y cruel hasta dejarle a uno ciego.
Entraron en el casino. Los viajantes pidieron caf<61> y jugaron al domin<69>.
Un enjambre de moscas revoloteaba en el aire. Terminada la partida
volvieron a la fonda a dormir la siesta.
Al salir a la calle, la misma bofetada de calor le sorprendi<64> a Andr<64>s;
en la fonda los viajantes se fueron a sus cuartos. Andr<64>s hizo lo
propio, y se tendi<64> en la cama aletargado. Por el resquicio de las
maderas entraba una claridad brillante como una l<>mina de oro; de las
vigas negras, con los espacios entre una y otra pintados de azul,
colgaban telas de ara<72>a plateadas. En el patio segu<67>a cantando el
canario con su gorjeo chill<6C>n, y a cada paso se o<>an campanadas lentas
y tristes...
El mozo de la fonda le hab<61>a advertido a Hurtado, que si ten<65>a que
hablar con alguno del pueblo no podr<64> verlo, por lo menos, hasta las
seis. Al dar esta hora, Andr<64>s sali<6C> de casa y se fu<66> a visitar al
secretario del Ayuntamiento y al otro m<>dico.
El secretario era un tipo un poco petulante, con el pelo negro rizado y
los ojos vivos. Se cre<72>a un hombre superior, colocado en un medio bajo.
El secretario brind<6E> en seguida su protecci<63>n a Andr<64>s.
--Si quiere usted--le dijo--iremos ahora mismo a ver a su compa<70>ero, el
doctor S<>nchez.
--Muy bien, vamos.
El doctor S<>nchez viv<69>a cerca, en una casa de aspecto pobre. Era un
hombre grueso, rubio, de ojos azules, inexpresivos, con una cara de
carnero, de aire poco inteligente.
El doctor S<>nchez llev<65> la conversaci<63>n a la cuesti<74>n de la ganancia, y
le dijo a Andr<64>s que no creyera que all<6C>, en Alcolea, se sacaba mucho.
Don Tom<6F>s, el m<>dico arist<73>crata del pueblo, se llevaba toda la
clientela rica. Don Tom<6F>s Solana era de all<6C>; ten<65>a una casa hermosa,
aparatos modernos, relaciones...
--Aqu<71> el titular no puede m<>s que mal vivir--dijo S<>nchez.
--<2D>Qu<51> le vamos a hacer!--murmur<75> Andr<64>s. Probaremos.
El secretario, el m<>dico y Andr<64>s salieron de la casa para dar una
vuelta.
Segu<EFBFBD>a aquel calor exasperante, aquel aire inflamado y seco. Pasaron
por la plaza, con su iglesia llena de a<>adidos y composturas, y sus
puestos de cosas de hierro y esparto. Siguieron por una calle ancha, de
caserones blancos, con su balc<6C>n central lleno de geranios, y su reja
afiligranada, con una cruz de Calatrava en lo alto.
De los portales se ve<76>a el zagu<67>n con un z<>calo azul y el suelo
empedrado de piedrecitas, formando dibujos. Algunas calles extraviadas,
con grandes paredones de color de tierra, puertas enormes y ventanas
peque<EFBFBD>as, parec<65>an de un pueblo moro. En uno de aquellos patios vi<76>
Andr<EFBFBD>s muchos hombres y mujeres, de luto, rezando.
--<2D>Qu<51> es esto?--pregunt<6E>.
--Aqu<71> le llaman un rezo--dijo el secretario; y explic<69> que era una
costumbre que se ten<65>a de ir a las casas donde hab<61>a muerto alguno a
rezar el rosario.
Salieron del pueblo por una carretera llena de polvo; las galeras de
cuatro ruedas volv<6C>an del campo cargadas con montones de gavillas.
--Me gustar<61>a ver el pueblo entero; no me formo idea de su tama<6D>o--dijo
Andr<EFBFBD>s.
--Pues subiremos aqu<71>, a este cerrillo--indic<69> el secretario.
--Yo les dejo a ustedes, porque tengo que hacer una visita--dijo el
m<EFBFBD>dico.
Se despidieron de <20>l, y el secretario y Andr<64>s comenzaron a subir un
cerro rojo, que ten<65>a en la cumbre una torre antigua, medio derru<72>da.
Hac<EFBFBD>a un calor horrible; todo el campo parec<65>a quemado, calcinado;
el cielo plomizo, con reflejos de cobre, iluminaba los polvorientos
vi<EFBFBD>edos, y el sol se pon<6F>a tras de un velo espeso de calina, a trav<61>s
del cual quedaba convertido en un disco blanquecino y sin brillo.
Desde lo alto del cerro se ve<76>a la llanura cerrada por lomas grises,
tostada por el sol; en el fondo, el pueblo inmenso se extend<6E>a con sus
paredes blancas, sus tejados de color de ceniza, y su torre dorada en
medio. Ni un boscaje, ni un <20>rbol, s<>lo vi<76>edos y vi<76>edos se divisaban
en toda la extensi<73>n abarcada por la vista; <20>nicamente dentro de las
tapias de algunos corrales una higuera extend<6E>a sus anchas y obscuras
hojas.
Con aquella luz del anochecer, el pueblo parec<65>a no tener realidad; se
hubiera cre<72>do que un soplo de viento lo iba a arrastrar y a deshacer
como nube de polvo sobre la tierra enardecida y seca.
En el aire hab<61>a un olor empireum<75>tico, dulce, agradable.
--Est<73>n quemando orujo en alguna alquitara--dijo el secretario.
Bajaron el secretario y Andr<64>s del cerrillo. El viento levantaba
r<EFBFBD>fagas de polvo en la carretera; las campanas comenzaban a tocar de
nuevo.
Andr<EFBFBD>s entr<74> en la fonda a cenar, y sali<6C> por la noche. Hab<61>a
refrescado; aquella impresi<73>n de irrealidad del pueblo se acentuaba. A
un lado y a otro de las calles, languidec<65>an las cansadas l<>mparas de
luz el<65>ctrica.
Sali<EFBFBD> la luna; la enorme ciudad, con sus fachadas blancas, dorm<72>a en el
silencio; en los balcones centrales encima del port<72>n, pintado de azul,
brillaban los geranios; las rejas, con sus cruces, daban una impresi<73>n
de romanticismo y de misterio, de tapadas y escapatorias de convento;
por encima de alguna tapia, brillante de blancura como un t<>mpano de
nieve, ca<63>a una guirnalda de hiedra negra, y todo este pueblo, grande,
desierto, silencioso, ba<62>ado por la suave claridad de la luna, parec<65>a
un inmenso sepulcro.
III
PRIMERAS DIFICULTADES
ANDR<EFBFBD>S Hurtado habl<62> largamente con el doctor S<>nchez, de las
obligaciones del cargo. Quedaron de acuerdo en dividir Alcolea en dos
secciones, separadas por la calle Ancha.
Un mes, Hurtado visitar<61>a la parte derecha, y al siguiente la
izquierda. As<41> conseguir<69>an no tener que recorrer los dos todo el
pueblo.
El doctor S<>nchez recab<61> como condici<63>n indispensable, el que si alguna
familia de la secci<63>n visitada por Andr<64>s quer<65>a que la visitara <20>l o
al contrario, se har<61>a seg<65>n los deseos del enfermo.
Hurtado acept<70>; ya sab<61>a que no hab<61>a de tener nadie predilecci<63>n por
llamarle a <20>l: pero no le importaba.
Comenz<EFBFBD> a hacer la visita. Generalmente el n<>mero de enfermos que le
correspond<EFBFBD>an no pasaba de seis o siete.
Andr<EFBFBD>s hac<61>a las visitas por la ma<6D>ana; despu<70>s, en general, por la
tarde no ten<65>a necesidad de salir de casa.
El primer verano lo pas<61> en la fonda; llevaba una vida so<73>olienta; o<>a
a los viajantes de comercio que en la mesa discurseaban y alguna que
otra vez iba al teatro, una barraca constru<72>da en un patio.
La visita, por lo general, le daba pocos quebraderos de cabeza; sin
saber por qu<71>, hab<61>a supuesto los primeros d<>as que tendr<64>a continuos
disgustos; cre<72>a que aquella gente manchega ser<65>a agresiva, violenta,
orgullosa; pero no, la mayor<6F>a eran sencillos, afables, sin petulancia.
En la fonda, al principio se encontraba bien; pero se cans<6E> pronto de
estar all<6C>. Las conversaciones de los viajantes le iban fastidiando; la
comida, siempre de carne y sazonada con especias picantes, le produc<75>a
digestiones pesadas.
--<2D>Pero no hay legumbres aqu<71>?--le pregunt<6E> al mozo un d<>a.
--S<>.
--Pues yo quisiera comer legumbres: jud<75>as, lentejas.
El mozo se qued<65> estupefacto, y a los pocos d<>as le dijo que no
pod<EFBFBD>a ser; hab<61>a que hacer una comida especial; los dem<65>s hu<68>spedes
no quer<65>an comer legumbres; el amo de la fonda supon<6F>a que era
una verdadera deshonra para su establecimiento poner un plato de
habichuelas o de lentejas.
El pescado no se pod<6F>a llevar en el rigor del verano, porque no ven<65>a
en buenas condiciones. El <20>nico pescado fresco eran las ranas, cosa un
poco c<>mica como alimento.
Otra de las dificultades era ba<62>arse: no hab<61>a modo. El agua en Alcolea
era un lujo y un lujo caro. La tra<72>an en carros desde una distancia de
cuatro leguas, y cada c<>ntaro val<61>a diez c<>ntimos. Los pozos estaban
muy profundos; sacar el agua suficiente de ellos para tomar un ba<62>o,
constitu<EFBFBD>a un gran trabajo; se necesitaba emplear una hora lo menos.
Con aquel r<>gimen de carne y con el calor, Andr<64>s estaba constantemente
excitado.
Por las noches iba a pasear solo por las calles desiertas. A primera
hora, en las puertas de las casas, algunos grupos de mujeres y chicos
sal<EFBFBD>an a respirar. Muchas veces, Andr<64>s se sentaba en la calle Ancha en
el escal<61>n de una puerta y miraba las dos filas de luces el<65>ctricas que
brillaban en la atm<74>sfera turbia. <20>Qu<51> tristeza! <20>Qu<51> malestar f<>sico
le produc<75>a aquel ambiente!
A principios de septiembre, Andr<64>s decidi<64> dejar la fonda. S<>nchez le
busc<EFBFBD> una casa. A S<>nchez no le conven<65>a que el m<>dico rival suyo se
hospedara en la mejor fonda del pueblo; all<6C> estaba en relaci<63>n con los
viajeros, en sitio muy c<>ntrico; pod<6F>a quitarle visitas. S<>nchez le
llev<EFBFBD> a Andr<64>s a una casa de las afueras, a un barrio que llamaban del
Marrubial.
Era una casa de labor, grande, antigua, blanca, con el front<6E>n pintado
de azul y una galer<65>a tapiada en el primer piso.
Ten<EFBFBD>a sobre el portal un ancho balc<6C>n y una reja labrada a una
callejuela.
El amo de la casa era del mismo pueblo que S<>nchez, y se llamaba Jos<6F>;
pero le dec<65>an en burla en todo el pueblo, Pepinito. Fueron Andr<64>s y
S<EFBFBD>nchez a ver la casa, y el ama les ense<73><65> un cuarto peque<75>o, estrecho,
muy adornado, con una alcoba en el fondo oculta por una cortina roja.
--Yo quisiera--dijo Andr<64>s--un cuarto en el piso bajo y a poder ser,
grande.
--En el piso bajo no tengo--dijo ella--m<>s que un cuarto grande, pero
sin arreglar.
--Si pudiera usted ense<73>arlo.
--Bueno.
La mujer abri<72> una sala antigua y sin muebles con una reja afiligranada
a la callejuela que se llamaba de los Carretones.
--<2D>Y este cuarto est<73> libre?
--S<>.
--Ah, pues aqu<71> me quedo--dijo Andr<64>s.
--Bueno, como usted quiera; se blanquear<61>, se barrer<65> y se traer<65> la
cama.
S<EFBFBD>nchez se fu<66> y Andr<64>s habl<62> con su nueva patrona.
--<2D>Usted no tendr<64> una tinaja inservible?--le pregunt<6E>.
--<2D>Para qu<71>?
--Para ba<62>arme.
--En el corralillo hay una.
--Vamos a verla.
La casa ten<65>a en la parte de atr<74>s una tapia de adobes cubierta con
bardales de ramas que limitaba varios patios y corrales adem<65>s del
establo, la tejavana para el carro, la sarmentera, el lagar, la bodega
y la almazara.
En un cuartucho que hab<61>a servido de tahona y que daba a un corralillo,
hab<EFBFBD>a una tinaja grande cortada por la mitad y hundida en el suelo.
--<2D>Esta tinaja me la podr<64> usted ceder a m<>?--pregunt<6E> Andr<64>s.
--S<>, se<73>or; <20>por qu<71> no?
--Ahora quisiera que me indicara usted alg<6C>n mozo que se encargara de
llenar todos los d<>as la tinaja; yo le pagar<61> lo que me diga.
--Bueno. El mozo de casa lo har<61>. <20>Y de comer? <20>Qu<51> quiere usted de
comer? <20>Lo que comemos en casa?
--S<>, lo mismo.
--<2D>No quiere usted alguna cosa m<>s? <20>Aves? <20>Fiambres?
--No, no. En tal caso, si a usted no le molesta, quisiera que en las
dos comidas pusiera un plato de legumbres.
Con estas advertencias, la nueva patrona crey<65> que su hu<68>sped, si no
estaba loco, no le faltaba mucho.
La vida en la casa le pareci<63> a Andr<64>s m<>s simp<6D>tica que en la fonda.
Por las tardes, despu<70>s de las horas de bochorno, se sentaba en el
patio a hablar con la gente de casa. La patrona era una mujer morena,
de tez blanca, de cara casi perfecta; ten<65>a un tipo de Dolorosa; ojos
negr<EFBFBD>simos y pelo brillante como el azabache.
El marido, Pepinito, era un hombre est<73>pido, con facha de degenerado,
cara juanetuda, las orejas muy separadas de la cabeza y el labio
colgante. Consuelo, la hija de doce o trece a<>os, no era tan
desagradable como su padre ni tan bonita como su madre.
Con un primer detalle adjudic<69> Andr<64>s sus simpat<61>as y antipat<61>as en la
casa.
Una tarde de domingo, la criada cogi<67> una cr<63>a de gorri<72>n en el tejado
y la baj<61> al patio.
--Mira, ll<6C>valo al pobrecito al corral--dijo el ama--, que se vaya.
--No puede volar--contest<73> la criada, y lo dej<65> en el suelo.
En esto entr<74> Pepinito, y al ver al gorri<72>n se acerc<72> a una puerta y
llam<EFBFBD> al gato. El gato, un gato negro con los ojos dorados, se asom<6F>
al patio. Pepinito entonces, asust<73> al p<>jaro con el pie, y al verlo
revolotear, el gato se abalanz<6E> sobre <20>l y le hizo arrancar un quejido.
Luego se escap<61> con los ojos brillantes y el gorri<72>n en la boca.
--No me gusta ver esto--dijo el ama.
Pepinito, el patr<74>n, se ech<63> a reir con un gesto de pedanter<65>a y
de superioridad del hombre que se encuentra por encima de todo
sentimentalismo.
IV
LA HOSTILIDAD M<>DICA
DON Juan S<>nchez hab<61>a llegado a Alcolea hac<61>a m<>s de treinta a<>os de
maestro cirujano; despu<70>s, pasando unos ex<65>menes, se lleg<65> a licenciar.
Durante bastantes a<>os estuvo, con relaci<63>n al m<>dico antiguo, en una
situaci<EFBFBD>n de inferioridad, y cuando el otro muri<72>, el hombre comenz<6E> a
crecerse y a pensar que ya que <20>l tuvo que sufrir las chinchorrer<65>as
del m<>dico anterior, era l<>gico que el que viniera sufriera las suyas.
Don Juan era un manchego ap<61>tico y triste, muy serio, muy grave, muy
aficionado a los toros. No perd<72>a ninguna de las corridas importantes
de la provincia, y llegaba a ir hasta las fiestas de los pueblos de la
Mancha baja y de Andaluc<75>a.
Esta afici<63>n bast<73> a Andr<64>s para considerarle como un bruto.
El primer rozamiento que tuvieron Hurtado y <20>l fu<66> por haber ido
S<EFBFBD>nchez a una corrida de Baeza.
Una noche llamaron a Andr<64>s del molino de la Estrella, un molino de
harina que se hallaba a un cuarto de hora del pueblo. Fueron a buscarle
en un cochecito. La hija del molinero estaba enferma; ten<65>a el vientre
hinchado, y esta hinchaz<61>n del vientre se hab<61>a complicado con una
retenci<EFBFBD>n de orina.
A la enferma la visitaba S<>nchez; pero aquel d<>a, al llamarle por la
ma<EFBFBD>ana temprano, dijeron en casa del m<>dico que no estaba; se hab<61>a ido
a los toros de Baeza. Don Tom<6F>s tampoco se encontraba en el pueblo.
El cochero fu<66> explicando a Andr<64>s lo ocurrido, mientras animaba al
caballo con la fusta. Hac<61>a una noche admirable; miles de estrellas
resplandec<EFBFBD>an soberbias, y de cuando en cuando pasaba alg<6C>n meteoro por
el cielo. En pocos momentos, y dando algunos barquinazos en los hoyos
de la carretera, llegaron al molino.
Al detenerse el coche, el molinero se asom<6F> a ver qui<75>n ven<65>a, y
exclam<EFBFBD>:
--<2D>C<EFBFBD>mo? <20>No estaba don Tom<6F>s?
--No.
--<2D>Y a qui<75>n traes aqu<71>?
--Al m<>dico nuevo.
El molinero, iracundo, comenz<6E> a insultar a los m<>dicos. Era hombre
rico y orgulloso, que se cre<72>a digno de todo.
--Me han llamado aqu<71> para ver a una enferma--dijo Andr<64>s fr<66>amente--.
<EFBFBD>Tengo que verla o no? Porque si no, me vuelvo.
--Ya, <20>qu<71> se va a hacer! Suba usted.
Andr<EFBFBD>s subi<62> una escalera hasta el piso principal, y entr<74> detr<74>s del
molinero en un cuarto en donde estaba una muchacha en la cama y su
madre cuid<69>ndola.
Andr<EFBFBD>s se acerc<72> a la cama. El molinero sigui<75> renegando.
--Bueno. C<>llese usted--le dijo Andr<64>s--, si quiere usted que reconozca
a la enferma.
El hombre se call<6C>. La muchacha era hidr<64>pica, ten<65>a v<>mitos, disnea
y ligeras convulsiones. Andr<64>s examin<69> a la enferma; su vientre
hinchado parec<65>a el de una rana; a la palpaci<63>n se notaba claramente la
fluctuaci<EFBFBD>n del l<>quido que llenaba el peritoneo.
--<2D>Qu<51>? <20>Qu<51> tiene?--pregunt<6E> la madre.
--Esto es una enfermedad del h<>gado, cr<63>nica, grave--contest<73> Andr<64>s,
retir<EFBFBD>ndose de la cama para que la muchacha no le oyera--; ahora la
hidropes<EFBFBD>a se ha complicado con la retenci<63>n de orina.
--<2D>Y qu<71> hay que hacer, Dios m<>o? <20>O no tiene cura?
--Si se pudiera esperar, ser<65>a mejor que viniera S<>nchez. <20>l debe
conocer la marcha de la enfermedad.
--<2D>Pero se puede esperar?--pregunt<6E> el padre con voz col<6F>rica.
Andr<EFBFBD>s volvi<76> a reconocer a la enferma; el pulso estaba muy d<>bil; la
insuficiencia respiratoria, probablemente resultado de la absorci<63>n de
la urea en la sangre, iba aumentando; las convulsiones se suced<65>an con
m<EFBFBD>s fuerza. Andr<64>s tom<6F> la temperatura. No llegaba a la normal.
--No se puede esperar--dijo Hurtado dirigi<67>ndose a la madre.
--<2D>Qu<51> hay que hacer?--exclam<61> el molinero--. Obre usted...
--Habr<62>a que hacer la punci<63>n abdominal--repuso Andr<64>s, siempre
hablando a la madre--. Si no quieren ustedes que la haga yo...
--S<>, s<>, usted.
--Bueno; entonces ir<69> a casa, coger<65> mi estuche, y volver<65>.
El mismo molinero se puso al pescante del coche. Se ve<76>a que la
frialdad desde<64>osa de Andr<64>s le irritaba. Fueron los dos durante
el camino sin hablarse. Al llegar a su casa, Andr<64>s baj<61>, cogi<67> su
estuche, un poco de algod<6F>n y una pastilla de sublimado. Volvieron al
molino.
Andr<EFBFBD>s anim<69> un poco a la enferma, jabon<6F> y friccion<6F> la piel en el
sitio de elecci<63>n, y hundi<64> el tr<74>car en el vientre abultado de la
muchacha. Al retirar el tr<74>car y dejar la c<>nula, manaba el agua,
verdosa, llena de serosidades, como de una fuente a un barre<72>o.
Despu<EFBFBD>s de vaciarse el l<>quido, Andr<64>s pudo sondar la vejiga, y la
enferma comenz<6E> a respirar f<>cilmente. La temperatura subi<62> en seguida
por encima de la normal. Los s<>ntomas de la uremia iban desapareciendo.
Andr<EFBFBD>s hizo que le dieran leche a la muchacha, que qued<65> tranquila.
En la casa hab<61>a un gran regocijo.
--No creo que esto haya acabado--dijo Andr<64>s a la madre--; se
reproducir<EFBFBD>, probablemente.
--<2D>Qu<51> cree usted que deb<65>amos hacer?--pregunt<6E> ella humildemente.
--Yo, como ustedes, ir<69>a a Madrid a consultar con un especialista.
Hurtado se despidi<64> de la madre y de la hija. El molinero mont<6E> en el
pescante del coche para llevar a Andr<64>s a Alcolea. La ma<6D>ana comenzaba
a sonreir en el cielo; el sol brillaba en los vi<76>edos y en los
olivares; las parejas de mulas iban a la labranza, y los campesinos,
de negro, montados en las ancas de los borricos, les segu<67>an. Grandes
bandadas de cuervos pasaban por el aire.
El molinero fu<66> sin hablar en todo el camino; en su alma luchaban el
orgullo y el agradecimiento; quiz<69> esperaba que Andr<64>s le dirigiera la
palabra; pero <20>ste no despeg<65> los labios. Al llegar a casa baj<61> del
coche, y murmur<75>:
--Buenos d<>as.
--<2D>Adi<64>s!
Y los dos hombres se despidieron como dos enemigos.
Al d<>a siguiente, S<>nchez se le acerc<72> a Andr<64>s, m<>s ap<61>tico y m<>s
triste que nunca.
--Usted quiere perjudicarme--le dijo.
--S<> por qu<71> dice usted eso--le contest<73> Andr<64>s--; pero yo no tengo la
culpa. He visitado a esa muchacha, porque vinieron a buscarme, y la
oper<EFBFBD>, porque no hab<61>a m<>s remedio, porque se estaba muriendo.
--S<>; pero tambi<62>n le dijo usted a la madre que fuera a ver a un
especialista de Madrid, y eso no va en benefici<63> de usted ni en
beneficio m<>o.
S<EFBFBD>nchez no comprend<6E>a que este consejo lo hubiera dado Andr<64>s por
probidad, y supon<6F>a que era por perjudicarle a <20>l. Tambi<62>n cre<72>a que
por su cargo ten<65>a un derecho a cobrar una especie de contribuci<63>n por
todas las enfermedades de Alcolea. Que el t<>o Fulano cog<6F>a un catarro
fuerte, pues eran seis visitas para <20>l; que padec<65>a un reumatismo, pues
pod<EFBFBD>an ser hasta veinte visitas.
El caso de la chica del molinero se coment<6E> mucho en todas partes e
hizo suponer que Andr<64>s era un m<>dico conocedor de procedimientos
modernos.
S<EFBFBD>nchez, al ver que la gente se inclinaba a creer en la ciencia del
nuevo m<>dico, emprendi<64> una campa<70>a contra <20>l. Dijo que era hombre
de libros, pero sin pr<70>ctica alguna, y que, adem<65>s, era un tipo
misterioso, del cual no se pod<6F>a uno fiar.
Al ver que S<>nchez le declaraba la guerra francamente, Andr<64>s se puso
en guardia. Era demasiado esc<73>ptico en cuestiones de medicina para
hacer imprudencias. Cuando hab<61>a que intervenir en casos quir<69>rgicos,
enviaba al enfermo a S<>nchez que, como hombre de conciencia bastante
el<EFBFBD>stica, no se alarmaba por dejarle a cualquiera ciego o manco.
Andr<EFBFBD>s casi siempre empleaba los medicamentos a peque<75>as dosis; muchas
veces no produc<75>an efecto; pero al menos no corr<72>a el peligro de una
torpeza. No dejaba de tener <20>xitos; pero <20>l se confesaba ingenuamente
a s<> mismo, que, a pesar de sus <20>xitos, no hac<61>a casi nunca un
diagn<EFBFBD>stico bien.
Claro que por prudencia no aseguraba los primeros d<>as nada; pero casi
siempre las enfermedades le daban sorpresas; una supuesta pleures<65>a,
aparec<EFBFBD>a como una lesi<73>n hep<65>tica; una tifoidea, se le transformaba en
una gripe real.
Cuando la enfermedad era clara, una viruela o una pulmon<6F>a, entonces la
conoc<EFBFBD>a <20>l y la conoc<6F>an las comadres de la vecindad, y cualquiera.
El no dec<65>a que los <20>xitos se deb<65>an a la casualidad; hubiera sido
absurdo; pero tampoco los luc<75>a como resultado de su ciencia. Hab<61>a
cosas grotescas en la pr<70>ctica diaria; un enfermo que tomaba un poco
de jarabe simple, y se encontraba curado de una enfermedad cr<63>nica del
est<EFBFBD>mago; otro, que con el mismo jarabe dec<65>a que se pon<6F>a a la muerte.
Andr<EFBFBD>s estaba convencido de que en la mayor<6F>a de los casos una
terap<EFBFBD>utica muy activa no pod<6F>a ser beneficiosa m<>s que en manos de
un buen cl<63>nico, y para ser un buen cl<63>nico era indispensable, adem<65>s
de facultades especiales, una gran pr<70>ctica. Convencido de esto, se
dedicaba al m<>todo expectante. Daba mucha agua con jarabe. Ya le hab<61>a
dicho confidencialmente al boticario:
--Usted cobre como si fuera quinina.
Este escepticismo en sus conocimientos y en su profesi<73>n le daba
prestigio.
A ciertos enfermos les recomendaba los preceptos higi<67>nicos, pero nadie
le hac<61>a caso.
Ten<EFBFBD>a un cliente, due<75>o de unas bodegas, un viejo artr<74>tico, que se
pasaba la vida leyendo folletines. Andr<64>s le aconsejaba que no comiera
carne y que anduviera.
--Pero si me muero de debilidad, doctor--dec<65>a <20>l--. No como m<>s que un
pedacito de carne, una copa de Jerez y una taza de caf<61>.
--Todo eso es mal<61>simo--dec<65>a Andr<64>s.
Este demagogo, que negaba la utilidad de comer carne, indignaba a la
gente acomodada... y a los carniceros.
Hay una frase de un escritor franc<6E>s que quiere ser tr<74>gica y es
enormemente c<>mica. Es as<61>: Desde hace treinta a<>os no se siente placer
en ser franc<6E>s. El vinatero artr<74>tico deb<65>a decir: Desde que ha venido
este m<>dico, no se siente placer en ser rico.
La mujer del secretario del Ayuntamiento, una mujer muy remilgada y
redicha, quer<65>a convencer a Hurtado de que deb<65>a casarse y quedarse
definitivamente en Alcolea.
--Ya veremos--contestaba Andr<64>s.
V
ALCOLEA DEL CAMPO
LAS costumbres de Alcolea eran espa<70>olas puras, es decir, de un absurdo
completo.
El pueblo no ten<65>a el menor sentido social; las familias se met<65>an en
sus casas, como los trogloditas en su cueva. No hab<61>a solidaridad;
nadie sab<61>a ni pod<6F>a utilizar la fuerza de la asociaci<63>n. Los hombres
iban al trabajo y a veces al casino. Las mujeres no sal<61>an m<>s que los
domingos a misa.
Por falta de instinto colectivo el pueblo se hab<61>a arruinado.
En la <20>poca del tratado de los vinos con Francia, todo el mundo, sin
consultarse los unos a los otros, comenz<6E> a cambiar el cultivo de sus
campos, dejando el trigo y los cereales, y poniendo vi<76>edos; pronto el
r<EFBFBD>o de vino de Alcolea se convirti<74> en r<>o de oro. En este momento de
prosperidad, el pueblo se agrand<6E>, se limpiaron las calles, se pusieron
aceras, se instal<61> la luz el<65>ctrica...; luego vino la terminaci<63>n del
tratado, y como nadie sent<6E>a la responsabilidad de representar el
pueblo, a nadie se le ocurri<72> decir: Cambiemos el cultivo; volvamos a
nuestra vida antigua; empleemos la riqueza producida por el vino en
transformar la tierra para las necesidades de hoy. Nada.
El pueblo acept<70> la ruina con resignaci<63>n.
--Antes <20>ramos ricos--se dijo cada alcoleano--. Ahora seremos pobres.
Es igual; viviremos peor; suprimiremos nuestras necesidades.
Aquel estoicismo acab<61> de hundir al pueblo.
Era natural que as<61> fuese; cada ciudadano de Alcolea se sent<6E>a tan
separado del vecino como de un extranjero. No ten<65>an una cultura com<6F>n
(no la ten<65>an de ninguna clase); no participaban de admiraciones
comunes: s<>lo el h<>bito, la rutina les un<75>a; en el fondo, todos eran
extra<EFBFBD>os a todos.
Muchas veces a Hurtado le parec<65>a Alcolea una ciudad en estado de
sitio. El sitiador era la moral, la moral cat<61>lica. All<6C> no hab<61>a nada
que no estuviera almacenado y recogido: las mujeres en sus casas, el
dinero en las carpetas, el vino en las tinajas.
Andr<EFBFBD>s se preguntaba: <20>Qu<51> hacen estas mujeres? <20>En qu<71> piensan? <20>C<EFBFBD>mo
pasan las horas de sus d<>as? Dif<69>cil era averiguarlo.
Con aquel r<>gimen de guardarlo todo, Alcolea gozaba de un orden
admirable; s<>lo un cementerio bien cuidado pod<6F>a sobrepasar tal
perfecci<EFBFBD>n.
Esta perfecci<63>n se consegu<67>a haciendo que el m<>s inepto fuera el que
gobernara. La ley de selecci<63>n en pueblos como aqu<71>l se cumpl<70>a al
rev<EFBFBD>s. El cedazo iba separando el grano de la paja, luego se recog<6F>a la
paja y se desperdiciaba el grano.
Alg<EFBFBD>n burl<72>n hubiera dicho que este aprovechamiento de la paja entre
espa<EFBFBD>oles no era raro. Por aquella selecci<63>n a la inversa, resultaba
que los m<>s aptos all<6C> eran precisamente los m<>s ineptos.
En Alcolea hab<61>a pocos robos y delitos de sangre: en cierta <20>poca los
hab<EFBFBD>a habido entre jugadores y matones; la gente pobre no se mov<6F>a,
viv<EFBFBD>a en una pasividad l<>nguida; en cambio los ricos se agitaban, y la
usura iba sorbiendo toda la vida de la ciudad.
El labrador, de humilde pasar, que durante mucho tiempo ten<65>a una casa
con cuatro o cinco parejas de mulas, de pronto aparec<65>a con diez, luego
con veinte; sus tierras se extend<6E>an cada vez m<>s, y <20>l se colocaba
entre los ricos.
La pol<6F>tica de Alcolea respond<6E>a perfectamente al estado de inercia
y de desconfianza del pueblo. Era una pol<6F>tica de caciquismo, una
lucha entre dos bandos contrarios, que se llamaban el de los Ratones
y el de los Mochuelos; los Ratones eran liberales, y los Mochuelos
conservadores.
En aquel momento dominaban los Mochuelos. El Mochuelo principal era
el alcalde, un hombre delgado, vestido de negro, muy clerical, cacique
de formas suaves, que suavemente iba llev<65>ndose todo lo que pod<6F>a del
Municipio.
El cacique liberal del partido de los Ratones era don Juan, un tipo
b<EFBFBD>rbaro y desp<73>tico, corpulento y forzudo, con unas manos de gigante,
hombre, que cuando entraba a mandar, trataba al pueblo en conquistador.
Este gran Rat<61>n no disimulaba como el Mochuelo; se quedaba con todo lo
que pod<6F>a, sin tomarse el trabajo de ocultar decorosamente sus robos.
Alcolea se hab<61>a acostumbrado a los Mochuelos y a los Ratones, y los
consideraba necesarios. Aquellos bandidos eran los sostenes de la
sociedad; se repart<72>an el bot<6F>n; ten<65>an unos para otros un _tab<61>_
especial, como el de los polinesios.
Andr<EFBFBD>s pod<6F>a estudiar en Alcolea todas aquellas manifestaciones del
<EFBFBD>rbol de la vida, y de la vida <20>spera manchega: la expansi<73>n del
ego<EFBFBD>smo; de la envidia, de la crueldad, del orgullo.
A veces pensaba que todo esto era necesario; pensaba tambi<62>n que se
pod<EFBFBD>a llegar, en la indiferencia intelectualista, hasta disfrutar
contemplando estas expansiones, formas violentas de la vida.
<EFBFBD>Por qu<71> incomodarse, si todo est<73> determinado, si es fatal, si no
puede ser de otra manera?, se preguntaba. <20>No era cient<6E>ficamente
un poco absurdo el furor que le entraba muchas veces al ver las
injusticias del pueblo? Por otro lado: <20>no estaba tambi<62>n determinado,
no era fatal el que su cerebro tuviera una irritaci<63>n que le hiciera
protestar contra aquel estado de cosas violentamente?
Andr<EFBFBD>s discut<75>a muchas veces con su patrona. Ella no pod<6F>a comprender
que Hurtado afirmase que era mayor delito robar a la comunidad, al
Ayuntamiento, al Estado, que robar a un particular. Ella dec<65>a que
no; que defraudar a la comunidad, no pod<6F>a ser tanto como robar a una
persona. En Alcolea casi todos los ricos defraudaban a la Hacienda, y
no se les ten<65>a por ladrones.
Andr<EFBFBD>s trataba de convencerla, de que el da<64>o hecho con el robo a la
comunidad, era m<>s grande que el producido contra el bolsillo de un
particular; pero la Dorotea no se convenc<6E>a.
--<2D>Qu<51> hermosa ser<65>a una revoluci<63>n--dec<65>a Andr<64>s a su patrona--,
no una revoluci<63>n de oradores y de miserables charlatanes, sino una
revoluci<EFBFBD>n de verdad! Mochuelos y Ratones, colgados de los faroles, ya
que aqu<71> no hay <20>rboles; y luego lo almacenado por la moral cat<61>lica,
sacarlo de sus rincones y echarlo a la calle: los hombres, las mujeres,
el dinero, el vino; todo a la calle.
Dorotea se re<72>a de estas ideas de su hu<68>sped, que le parec<65>an absurdas.
Como buen epic<69>reo, Andr<64>s no ten<65>a tendencia alguna por el apostolado.
Los del Centro republicano le hab<61>an dicho que diera conferencias
acerca de higiene; pero <20>l estaba convencido de que todo aquello era
in<EFBFBD>til, completamente est<73>ril.
<EFBFBD>Para qu<71>? Sab<61>a que ninguna de estas cosas hab<61>a de tener eficacia, y
prefer<EFBFBD>a no ocuparse de ellas.
Cuando le hablaban de pol<6F>tica, Andr<64>s dec<65>a a los j<>venes republicanos:
--No hagan ustedes un partido de protesta. <20>Para qu<71>? Lo menos malo que
puede ser es una colecci<63>n de ret<65>ricos y de charlatanes; lo m<>s malo
es que sea otra banda de Mochuelos o de Ratones.
--<2D>Pero, don Andr<64>s! Algo hay que hacer.
--<2D>Qu<51> van ustedes a hacer! <20>Es imposible! Lo <20>nico que pueden ustedes
hacer es marcharse de aqu<71>.
El tiempo en Alcolea le resultaba a Andr<64>s muy largo.
Por la ma<6D>ana hac<61>a su visita; despu<70>s volv<6C>a a casa y tomaba el ba<62>o.
Al atravesar el corralillo se encontraba con la patrona, que dirig<69>a
alguna labor de la casa; la criada sol<6F>a estar lavando la ropa en una
media tinaja, cortada en sentido longitudinal, que parec<65>a una canoa, y
la ni<6E>a correteaba de un lado a otro.
En este corralillo ten<65>an una sarmentera, donde se secaban las gavillas
de sarmientos, y montones de le<6C>a de cepas viejas.
Andr<EFBFBD>s abr<62>a la antigua tahona y se ba<62>aba. Despu<70>s iba a comer.
El oto<74>o todav<61>a parec<65>a verano; era costumbre dormir la siesta. Estas
horas de siesta se le hac<61>an a Hurtado pesadas, horribles.
En su cuarto echaba una estera en el suelo y se tend<6E>a sobre ella, a
obscuras. Por la rendija de las ventanas entraba una l<>mina de luz; en
el pueblo dominaba el m<>s completo silencio; todo estaba aletargado
bajo el calor del sol; algunos moscones rezongaban en los cristales; la
tarde bochornosa, era interminable.
Cuando pasaba la fuerza del d<>a, Andr<64>s sal<61>a al patio y se sentaba a
la sombra del emparrado a leer.
El ama, su madre y la criada cos<6F>an cerca del pozo; la ni<6E>a hac<61>a
encaje de bolillos con hilos y unos alfileres clavados sobre una
almohada; al anochecer regaban los tiestos de claveles, de geranios y
de albahacas.
Muchas veces ven<65>an vendedores y vendedoras ambulantes a ofrecer
frutas, hortalizas o caza.
--<2D>Ave Mar<61>a Pur<75>sima!--dec<65>an al entrar--. Dorotea ve<76>a lo que tra<72>an.
--<2D>Le gusta a usted esto, don Andr<64>s?--le preguntaba Dorotea a Hurtado.
--S<>, pero por m<> no se preocupe usted--contestaba <20>l.
Al anochecer volv<6C>a el patr<74>n. Estaba empleado en unas bodegas, y
conclu<EFBFBD>a a aquella hora el trabajo. Pepinito era un hombre petulante;
sin saber nada, ten<65>a la pedanter<65>a de un catedr<64>tico. Cuando explicaba
algo bajaba los p<>rpados, con un aire de suficiencia tal, que a Andr<64>s
le daban ganas de estrangularle.
Pepinito trataba muy mal a su mujer y a su hija; constantemente las
llamaba est<73>pidas, borricas, torpes; ten<65>a el convencimiento de que <20>l
era el <20>nico que hac<61>a bien las cosas.
--<2D>Que este bestia tenga una mujer tan guapa y tan simp<6D>tica, es
verdaderamente desagradable!--pensaba Andr<64>s.
Entre las man<61>as de Pepinito estaba la de pasar por tremendo. Le
gustaba contar historias de ri<72>as y de muertes. Cualquiera, al oirle,
hubiese cre<72>do que se estaban matando continuamente en Alcolea; contaba
un crimen ocurrido hac<61>a cinco a<>os en el pueblo, y le daba tales
variaciones y lo explicaba de tan distintas maneras, que el crimen se
desdoblaba y se multiplicaba.
Pepinito era del Tomelloso, y todo lo refer<65>a a su pueblo. El
Tomelloso, seg<65>n <20>l, era la ant<6E>tesis de Alcolea; Alcolea era lo
vulgar, el Tomelloso lo extraordinario; que se hablase de lo que se
hablase, Pepinito le dec<65>a a Andr<64>s:
--Deb<65>a usted ir al Tomelloso. All<6C> no hay ni un <20>rbol.
--Ni aqu<71> tampoco--le contestaba Andr<64>s, riendo.
--S<>. Aqu<71> algunos--replicaba Pepinito--. All<6C> todo el pueblo est<73>
agujereado por las cuevas para el vino, y no crea usted que son
modernas, no, sino antiguas. All<6C> ve usted tinajones grandes metidos en
el suelo. All<6C> todo el vino que se hace es natural; malo muchas veces,
porque no saben prepararlo, pero natural.
--<2D>Y aqu<71>?
--Aqu<71> ya emplean la qu<71>mica--dec<65>a Pepinito, para quien Alcolea era un
pueblo degenerado por la civilizaci<63>n--: tartratos, campeche, fuchsina,
demonios le echan <20>stos al vino.
Al final de septiembre, unos d<>as antes de la vendimia, la patrona le
dijo a Andr<64>s:
--<2D>Usted no ha visto nuestra bodega?
--No.
--Pues vamos ahora a arreglarla.
El mozo y la criada estaban sacando le<6C>a y sarmientos, metidos durante
todo el invierno en el lagar; y dos alba<62>iles iban picando las paredes.
Dorotea y su hija le ense<73>aron a Hurtado el lagar a la antigua, con su
viga para prensar, las chanclas de madera y de esparto que se ponen los
pisadores en los pies y los vendos para sujet<65>rselas.
Le mostraron las piletas donde va cayendo el mosto y lo recogen en
cubos, y la moderna bodega capaz para dos cosechas con barricas y conos
de madera.
--Ahora, si no tiene usted miedo, bajaremos a la cueva antigua--dijo
Dorotea.
--Miedo, <20>de qu<71>?
--<2D>Ah! Es una cueva donde hay duendes, seg<65>n dicen.
--Entonces hay que ir a saludarlos.
El mozo encendi<64> un candil y abri<72> una puerta que daba al corral.
Dorotea, la ni<6E>a y Andr<64>s le siguieron. Bajaron a la cueva por una
escalera desmoronada. El techo rezumaba humedad. Al final de la
escalera se abr<62>a una b<>veda que daba paso a una verdadera catacumba,
h<EFBFBD>meda, fr<66>a, largu<67>sima, tortuosa.
En el primer trozo de esta cueva hab<61>a una serie de tinajones
empotrados a medias en la pared; en el segundo, de techo m<>s bajo, se
ve<EFBFBD>an las tinajas de Colmenar, altas, enormes, en fila, y a su lado las
hechas en el Toboso, peque<75>as, llenas de mugre, que parec<65>an viejas
gordas y grotescas.
La luz del candil, al iluminar aquel antro, parec<65>a agrandar y achicar
alternativamente el vientre abultado de las vasijas.
Se explicaba que la fantas<61>a de la gente hubiese transformado en
duendes aquellas <20>nforas vinarias, de las cuales, las ventrudas y
abultadas tinajas tobose<73>as, parec<65>an enanos; y las altas y airosas
fabricadas en Colmenar ten<65>an aire de gigantes. Todav<61>a en el fondo se
abr<EFBFBD>a un anchur<75>n con doce grandes tinajones. Este hueco se llamaba la
Sala de los Ap<41>stoles.
El mozo asegur<75> que en aquella cueva se hab<61>an encontrado huesos
humanos, y mostr<74> en la pared la huella de una mano que <20>l supon<6F>a era
de sangre.
--Si a don Andr<64>s le gustara el vino--dijo Dorotea--, le dar<61>amos un
vaso de este a<>ejo que tenemos en la solera.
--No, no; gu<67>rdelo usted para las grandes fiestas.
D<EFBFBD>as despu<70>s comenz<6E> la vendimia. Andr<64>s se acerc<72> al lagar, y el ver
aquellos hombres sudando y agit<69>ndose en el rinc<6E>n bajo de techo, le
produjo una impresi<73>n desagradable. No cre<72>a que esta labor fuera tan
penosa.
Andr<EFBFBD>s record<72> a Iturrioz, cuando dec<65>a que s<>lo lo artificial es
bueno, y pens<6E> que ten<65>a raz<61>n. Las decantadas labores rurales, motivo
de inspiraci<63>n para los poetas, le parec<65>an est<73>pidas y bestiales.
<EFBFBD>Cu<EFBFBD>nto m<>s hermosa, aunque estuviera fuera de toda idea de belleza
tradicional, la funci<63>n de un motor el<65>ctrico, que no este trabajo
muscular, rudo, b<>rbaro y mal aprovechado!
VI
TIPOS DE CASINO
AL llegar el invierno, las noches largas y fr<66>as hicieron a Hurtado
buscar un refugio fuera de casa, donde distraerse y pasar el tiempo.
Comenz<EFBFBD> a ir al casino de Alcolea.
Este casino, <20>La Fraternidad<61>, era un vestigio del antiguo esplendor
del pueblo; ten<65>a salones inmensos, mal decorados, espejos de cuerpo
entero, varias mesas de billar y una peque<75>a biblioteca con algunos
libros.
Entre la generalidad de los tipos vulgares, obscuros, borrosos, que
iban al casino a leer los peri<72>dicos y hablar de pol<6F>tica, hab<61>a dos
personajes verdaderamente pintorescos.
Uno de ellos era el pianista; el otro, un tal don Blas Carre<72>o, hidalgo
acomodado de Alcolea.
Andr<EFBFBD>s lleg<65> a intimar bastante con los dos.
El pianista era un viejo flaco, afeitado, de cara estrecha, larga, y
anteojos de gruesos lentes. Vest<73>a de negro y accionaba al hablar de
una manera un tanto afeminada. Era al mismo tiempo organista de la
iglesia, lo que le daba cierto aspecto eclesi<73>stico.
El otro se<73>or, don Blas Carre<72>o, tambi<62>n era flaco; pero m<>s alto, de
nariz aguile<6C>a, pelo entrecano, tez cetrina y aspecto marcial.
Este buen hidalgo hab<61>a llegado a identificarse con la vida antigua
y a convencerse de que la gente discurr<72>a y obraba como los tipos de
las obras espa<70>olas cl<63>sicas, de tal manera, que hab<61>a ido poco a
poco arcaizando su lenguaje, y entre burlas y veras hablaba con el
alambicamiento de los personajes de Feliciano de Silva, que tanto
encantaba a Don Quijote.
El pianista imitaba a Carre<72>o y le ten<65>a como modelo. Al saludar a
Andr<EFBFBD>s, le dijo:
--Este mi se<73>or don Blas, querido y agareno amigo, ha tenido la
dignaci<EFBFBD>n de presentarme a su merced como un hijo predilecto de
Euterpe; pero no soy, aunque me pesa, y su merced lo habr<62> podido
comprobar con el array<61>n de su buen juicio, m<>s que un pobre, cuanto
humilde aficionado al trato de las Musas, que labora con estas sus
torpes manos en amenizar las veladas de los socios, en las frigid<69>simas
noches del helado invierno.
Don Blas escuchaba a su disc<73>pulo sonriendo. Andr<64>s, al oir a aquel
se<EFBFBD>or expresarse as<61>, crey<65> que se trataba de un loco; pero luego vi<76>
que no, que el pianista era una persona de buen sentido. <20>nicamente
ocurr<EFBFBD>a, que tanto don Blas como <20>l, hab<61>an tomado la costumbre de
hablar de esta manera enf<6E>tica y altisonante hasta familiarizarse con
ella. Ten<65>an frases hechas, que las empleaban a cada paso: el ascua de
la inteligencia, la flecha de la sabidur<75>a, el collar de perlas de las
observaciones juiciosas, el jard<72>n del buen decir...
Don Blas le invit<69> a Hurtado a ir a su casa y le mostr<74> su biblioteca
con varios armarios llenos de libros espa<70>oles y latinos. Don Blas la
puso a disposici<63>n del nuevo m<>dico.
--Si alguno de estos libros le interesa a usted, puede usted
llev<EFBFBD>rselo--le dijo Carre<72>o.
--Ya aprovechar<61> su ofrecimiento.
Don Blas era para Andr<64>s un caso digno de estudio. A pesar de su
inteligencia no notaba lo que pasaba a su alrededor; la crueldad de la
vida en Alcolea, la explotaci<63>n inicua de los miserables por los ricos,
la falta de instinto social, nada de esto para <20>l exist<73>a, y si exist<73>a
ten<EFBFBD>a un car<61>cter de cosa libresca, serv<72>a para decir:
--Dice Scaligero... o: Afirma Huarte en su _Examen de ingenios_...
Don Blas era un hombre extraordinario, sin nervios; para <20>l no hab<61>a
calor, ni fr<66>o, placer, ni dolor. Una vez, dos socios del casino le
gastaron una broma transcendental: le llevaron a cenar a una venta
y le dieron a prop<6F>sito unas migas detestables, que parec<65>an de
arena, dici<63>ndole que eran las verdaderas migas del pa<70>s, y don Blas
las encontr<74> tan excelentes y las elogi<67> de tal modo y con tales
hip<EFBFBD>rboles, que lleg<65> a convencer a sus amigos de su bondad. El manjar
m<EFBFBD>s insulso, si se lo daban diciendo que estaba hecho con una receta
antigua y que figuraba en _La Lozana Andaluza_, le parec<65>a maravilloso.
En su casa gozaba ofreciendo a sus amigos sus golosinas.
--Tome usted esos melindres, que me han tra<72>do expresamente de
Yepes...; esta agua no la beber<65> usted en todas partes, es de la fuente
del Maillo.
Don Blas viv<69>a en plena arbitrariedad; para <20>l hab<61>a gente que no
ten<EFBFBD>a derecho a nada; en cambio, otros lo merec<65>an todo. <20>Por qu<71>?
Probablemente porque s<>.
Dec<EFBFBD>a don Blas que odiaban a las mujeres, que le hab<61>an enga<67>ado
siempre; pero no era verdad; en el fondo, esta actitud suya serv<72>a para
citar trozos de Marcial, de Juvenal, de Quevedo...
A sus criados y labriegos, don Blas les llamaba galopines, bellacos,
follones, casi siempre sin motivo, s<>lo por el gusto de emplear estas
palabras quijotescas.
Otra cosa que le encantaba a don Blas era citar los pueblos con sus
nombres antiguos: Est<73>bamos una vez en Alc<6C>zar de San Juan, la antigua
Alce... En Baeza, la Biatra de Ptolomeo, nos encontramos un d<>a...
Andr<EFBFBD>s y don Blas se asombraban mutuamente. Andr<64>s se dec<65>a:
--<2D>Pensar que este hombre y otros muchos como <20>l viven en esta mentira,
envenenados con los restos de una literatura, y de una palabrer<65>a
amanerada es verdaderamente extraordinario!
En cambio, don Blas miraba a Andr<64>s sonriendo, y pensaba: <20>Qu<51> hombre
m<EFBFBD>s raro!
Varias veces discutieron acerca de religi<67>n, de pol<6F>tica, de la
doctrina evolucionista. Estas cosas del darwinisno, como dec<65>a <20>l, le
parec<EFBFBD>an a don Blas cosas inventadas para divertirse. Para <20>l los datos
comprobados no significaban nada. Cre<72>a en el fondo que se escrib<69>a
para demostrar ingenio, no para exponer ideas con claridad, y que la
investigaci<EFBFBD>n de un sabio se echaba abajo con una frase graciosa.
A pesar de su divergencia, don Blas no le era antip<69>tico a Hurtado.
El que s<> le era antip<69>tico e insoportable era un jovencito, hijo
de un usurero, que en Alcolea pasaba por un prodigio, y que iba con
frecuencia al casino. Este joven, abogado, hab<61>a le<6C>do algunas revistas
francesas reaccionarias, y se cre<72>a en el centro del mundo.
Dec<EFBFBD>a que <20>l contemplaba todo con una sonrisa ir<69>nica y piadosa. Cre<72>a
tambi<EFBFBD>n que se pod<6F>a hablar de filosof<6F>a empleando los lugares comunes
del casticismo espa<70>ol, y que Balmes era un gran fil<69>sofo.
Varias veces el joven, que contemplaba todo con una sonrisa ir<69>nica y
piadosa, invit<69> a Hurtado a discutir; pero Andr<64>s rehuy<75> la discusi<73>n
con aquel hombre que, a pesar de su barniz de cultura, le parec<65>a de
una imbecilidad fundamental.
Esta sentencia de Dem<65>crito, que hab<61>a le<6C>do en la Historia del
Materialismo de Lange, le parec<65>a a Andr<64>s muy exacta: El que ama la
contradicci<EFBFBD>n y la verbosidad, es incapaz de aprender nada que sea
serio.
VII
SEXUALIDAD Y PORNOGRAF<41>A
En el pueblo, la tienda de objetos de escritorio era al mismo tiempo
librer<EFBFBD>a y centro de suscripciones. Andr<64>s iba a ella a comprar papel y
algunos peri<72>dicos. Un d<>a le choc<6F> ver que el librero ten<65>a quince o
veinte tomos con una cubierta en donde aparec<65>a una mujer desnuda. Eran
de estas novelas a estilo franc<6E>s; novelas pornogr<67>ficas, torpes, con
cierto barniz psicol<6F>gico hechas para uso de militares, estudiantes y
gente de poca mentalidad.
--<2D>Es que eso se vende?--le pregunt<6E> Andr<64>s al librero.
--S<>; es lo <20>nico que se vende.
El fen<65>meno parec<65>a parad<61>jico y, sin embargo, era natural. Andr<64>s
hab<EFBFBD>a o<>do a su t<>o Iturrioz que en Inglaterra, en donde las costumbres
eran interiormente de una libertad extraordinaria, libros, aun los
menos sospechosos de libertinaje, estaban prohibidos, y las novelas que
las se<73>oritas francesas o espa<70>olas le<6C>an delante de sus madres, all<6C>
se consideraban nefandas.
En Alcolea suced<65>a lo contrario; la vida era de una moralidad terrible;
llevarse a una mujer sin casarse con ella, era m<>s dif<69>cil que raptar
a la Giralda de Sevilla a las doce del d<>a; pero, en cambio, se le<6C>an
libros pornogr<67>ficos de una pornograf<61>a grotesca por lo transcendental.
Todo esto era l<>gico. En Londres, al agrandarse la vida sexual por la
libertad de costumbres, se achicaba la pornograf<61>a; en Alcolea, al
achicarse la vida sexual, se agrandaba la pornograf<61>a.
--Qu<51> paradoja esta de la sexualidad--pensaba Andr<64>s al ir a su casa--.
En los pa<70>ses donde la vida es intensamente sexual no existen motivos
de lubricidad; en cambio en aquellos pueblos como Alcolea, en donde la
vida sexual era tan mezquina y tan pobre, las alusiones er<65>ticas a la
vida del sexo estaban en todo.
Y era natural, era en el fondo un fen<65>meno de compensaci<63>n.
VIII
EL DILEMA
POCO a poco, y sin saber c<>mo, se form<72> alrededor de Andr<64>s una
mala reputaci<63>n; se le consideraba hombre violento, orgulloso, mal
intencionado, que se atra<72>a la antipat<61>a de todos.
Era un demagogo, malo, da<64>ino, que odiaba a los ricos y no quer<65>a a los
pobres.
Andr<EFBFBD>s fu<66> notando la hostilidad de la gente del casino y dej<65> de
frecuentarlo.
Al principio se aburr<72>a.
Los d<>as iban sucedi<64>ndose a los d<>as y cada uno tra<72>a la misma
desesperanza, la seguridad de no saber qu<71> hacer, la seguridad de
sentir y de inspirar antipat<61>a, en el fondo sin motivo, por una mala
inteligencia.
Se hab<61>a decidido a cumplir sus deberes de m<>dico al pie de la letra.
Llegar a la abstenci<63>n pura, completa, en la peque<75>a vida social de
Alcolea, le parec<65>a la perfecci<63>n.
Andr<EFBFBD>s no era de estos hombres que consideran el leer como un suced<65>neo
de vivir; <20>l le<6C>a porque no pod<6F>a vivir. Para alternar con esta gente
del casino, est<73>pida y mal intencionada, prefer<65>a pasar el tiempo en su
cuarto, en aquel mausoleo blanqueado y silencioso.
<EFBFBD>Pero que con qu<71> gusto hubiera cerrado los libros si hubiera habido
algo importante que hacer; algo como pegarle fuego al pueblo o
reconstruirlo!
La inacci<63>n le irritaba.
De haber caza mayor, le hubiera gustado marcharse al campo; pero para
matar conejos, prefer<65>a quedarse en casa.
Sin saber qu<71> hacer, paseaba como un lobo por aquel cuarto. Muchas
veces intent<6E> dejar de leer estos libros de filosof<6F>a. Pens<6E> que quiz<69>
le irritaban. Quiso cambiar de lecturas. Don Blas le prest<73> una porci<63>n
de libros de historia. Andr<64>s se convenci<63> de que la historia es una
cosa vac<61>a. Crey<65>, como Schopenhauer, que el que lea con atenci<63>n _Los
Nueve Libros de Herodoto_, tiene todas las combinaciones posibles de
cr<EFBFBD>menes, destronamientos, hero<72>smos e injusticias, bondades y maldades
que puede suministrar la historia.
Intent<EFBFBD> tambi<62>n un estudio poco humano y trajo de Madrid y comenz<6E>
a leer un libro de astronom<6F>a, la Gu<47>a del Cielo, de Klein, pero le
faltaba la base de las matem<65>ticas y pens<6E> que no ten<65>a fuerza en el
cerebro para dominar esto. Lo <20>nico que aprendi<64> fu<66> el plano estelar.
Orientarse en ese infinito de puntos luminosos, en donde brillan como
dioses Arturus y Vega, Altair y Aldebar<61>n era para <20>l una voluptuosidad
algo triste; recorrer con el pensamiento esos cr<63>teres de la Luna y el
mar de la Serenidad; leer esas hip<69>tesis acerca de la V<>a L<>ctea y de
su movimiento alrededor de ese supuesto sol central que se llama Alci<63>n
y que est<73> en el grupo de las Pl<50>yades, le daba el v<>rtigo.
Se le ocurri<72> tambi<62>n escribir; pero no sab<61>a por d<>nde empezar, ni
manejaba suficientemente el mecanismo del lenguaje para expresarse con
claridad.
Todos los sistemas que discurr<72>a para encauzar su vida dejaban
precipitados insolubles, que demostraban el error inicial de sus
sistemas.
Comenzaba a sentir una irritaci<63>n profunda contra todo.
A los ocho o nueve meses de vivir as<61> excitado y aplanado al mismo
tiempo, empez<65> a padecer dolores articulares; adem<65>s el pelo se le ca<63>a
muy abundantemente.
--Es la castidad--se dijo.
Era l<>gico; era un neuro-artr<74>tico. De chico, su artritismo se
hab<EFBFBD>a manifestado por jaquecas y por tendencia hipocondr<64>aca. Su
estado artr<74>tico se exarcerbaba. Se iban acumulando en el organismo
las substancias de desecho y esto ten<65>a que engendrar productos de
oxidaci<EFBFBD>n incompleta, el <20>cido <20>rico sobre todo.
El diagn<67>stico lo consider<65> como exacto; el tratamiento era lo dif<69>cil.
Este dilema se presentaba ante <20>l. Si quer<65>a vivir con una mujer ten<65>a
que casarse, someterse. Es decir, dar por una cosa de la vida toda su
independencia espiritual, resignarse a cumplir obligaciones y deberes
sociales, a guardar consideraciones a un suegro, a una suegra, a un
cu<EFBFBD>ado; cosa que le horrorizaba.
Seguramente entre aquellas muchachas de Alcolea, que no sal<61>an m<>s que
los domingos a la iglesia, vestidas como papagayos, con un mal gusto
exorbitante, hab<61>a algunas, quiz<69> muchas, agradables, simp<6D>ticas. <20>Pero
qui<EFBFBD>n las conoc<6F>a? Era casi imposible hablar con ellas. Solamente el
marido podr<64>a llegar a saber su manera de ser y de sentir.
Andr<EFBFBD>s se hubiera casado con cualquiera, con una muchacha sencilla;
pero no sab<61>a d<>nde encontrarla. Las dos se<73>oritas que trataba un poco
eran la hija del m<>dico S<>nchez y la del secretario.
La hija de S<>nchez quer<65>a ir monja; la del secretario era de una
cursiler<EFBFBD>a verdaderamente venenosa; tocaba el piano muy mal, calcaba
las laminitas del _Blanco y Negro_ y luego las iluminaba, y ten<65>a unas
ideas rid<69>culas y falsas de todo.
De no casarse, Andr<64>s pod<6F>a transigir e ir con los perdidos del
pueblo a casa de la Fulana o de la Zutana, a estas dos calles en
donde las mujeres de vida airada viv<69>an como en los antiguos burdeles
medioevales; pero esta promiscuidad era ofensiva para su orgullo. <20>Qu<51>
m<EFBFBD>s triunfo para la burgues<65>a local y m<>s derrota para su personalidad
si se hubiesen contado sus devaneos? No; prefer<65>a estar enfermo.
Andr<EFBFBD>s decidi<64> limitar la alimentaci<63>n, tomar s<>lo vegetales y no
probar la carne, ni el vino, ni el caf<61>. Varias horas despu<70>s de comer
y de cenar beb<65>a grandes cantidades de agua. El odio contra el esp<73>ritu
del pueblo le sosten<65>a en su lucha secreta; era uno de esos odios
profundos, que llegan a dar serenidad al que lo siente, un desprecio
<EFBFBD>pico y altivo. Para <20>l no hab<61>a burlas, todas resbalaban por su coraza
de impasibilidad.
Algunas veces pensaba que esta actitud no era l<>gica. <20>Un hombre que
quer<EFBFBD>a ser de ciencia y se incomodaba porque las cosas no eran como
<EFBFBD>l hubiese deseado! Era absurdo. La tierra all<6C> era seca; no hab<61>a
<EFBFBD>rboles, el clima era duro, la gente ten<65>a que ser dura tambi<62>n.
La mujer del secretario del Ayuntamiento y presidenta de la Sociedad
del Perpetuo Socorro, le dijo un d<>a:
--Usted, Hurtado, quiere demostrar que se puede no tener religi<67>n y ser
m<EFBFBD>s bueno que los religiosos.
--<2D>M<EFBFBD>s bueno, se<73>ora?--replic<69> Andr<64>s--. Realmente, eso no es dif<69>cil.
Al cabo de un mes de nuevo r<>gimen, Hurtado estaba mejor; la comida
escasa y s<>lo vegetal, el ba<62>o, el ejercicio al aire libre le iban
haciendo un hombre sin nervios. Ahora se sent<6E>a como divinizado por
su ascetismo, libre; comenzaba a vislumbrar ese estado de _ataraxia_,
cantado por los epic<69>reos y los pirronianos.
Ya no experimentaba c<>lera por las cosas ni por las personas.
Le hubiera gustado comunicar a alguien sus impresiones y pens<6E> en
escribir a Iturrioz; pero luego crey<65> que su situaci<63>n espiritual era
m<EFBFBD>s fuerte siendo <20>l solo el <20>nico testigo de su victoria.
Ya comenzaba a no tener esp<73>ritu agresivo. Se levantaba muy temprano,
con la aurora, y paseaba por aquellos campos llanos, por los vi<76>edos,
hasta un olivar que <20>l llamaba el tr<74>gico por su aspecto. Aquellos
olivos viejos, centenarios, retorcidos, parec<65>an enfermos atacados
por el t<>tanos; entre ellos se levantaba una casa aislada y baja con
bardales de cambroneras, y en el v<>rtice de la colina hab<61>a un molino
de viento tan extraordinario, tan absurdo, con su cuerpo rechoncho y
sus brazos chirriantes, que a Andr<64>s le dejaba siempre sobrecogido.
Muchas veces sal<61>a de casa cuando a<>n era de noche y ve<76>a la estrella
del crep<65>sculo palpitar y disolverse como una perla en el horno de la
aurora llena de resplandores.
Por las noches, Andr<64>s se refugiaba en la cocina, cerca del fog<6F>n bajo.
Dorotea, la vieja y la ni<6E>a hac<61>an sus labores al amor de la lumbre y
Hurtado charlaba o miraba arder los sarmientos.
IX
LA MUJER DEL T<>O GARROTA
UNA noche de invierno, un chico fu<66> a llamar a Andr<64>s; una mujer hab<61>a
ca<EFBFBD>do a la calle y estaba muri<72>ndose.
Hurtado se emboz<6F> en la capa, y de prisa, acompa<70>ado del chico, lleg<65>
a una calle extraviada, cerca de una posada de arrieros que se llamaba
el Parador de la Cruz. Se encontr<74> con una mujer privada de sentido, y
asistida por unos cuantos vecinos que formaban un grupo alrededor de
ella.
Era la mujer de un prendero llamado el t<>o Garrota; ten<65>a la cabeza
ba<EFBFBD>ada en sangre y hab<61>a perdido el conocimiento.
Andr<EFBFBD>s hizo que llevaran a la mujer a la tienda y que trajeran una luz;
ten<EFBFBD>a la vieja una conmoci<63>n cerebral.
Hurtado le hizo una sangr<67>a en el brazo. Al principio la sangre
negra, coagulada, no sal<61>a de la vena abierta; luego comenz<6E> a brotar
despacio; despu<70>s m<>s regularmente, y la mujer respir<69> con relativa
facilidad.
En este momento lleg<65> el juez con el actuario y dos guardias, y fu<66>
interrogando, primero a los vecinos y despu<70>s a Hurtado.
--<2D>C<EFBFBD>mo se encuentra esta mujer?--le dijo.
--Muy mal.
--<2D>Se podr<64> interrogarla?
--Por ahora, no; veremos si recobra el conocimiento.
--Si lo recobra av<61>seme usted en seguida. Voy a ver el sitio por donde
se ha tirado y a interrogar al marido.
La tienda era una prender<65>a repleta de trastos viejos que hab<61>a por
todos los rincones y colgaban del techo; las paredes estaban atestadas
de fusiles y escopetas antiguas, sables y machetes.
Andr<EFBFBD>s estuvo atendiendo a la mujer hasta que <20>sta abri<72> los ojos y
pareci<EFBFBD> darse cuenta de lo que le pasaba.
--Llamadle al juez--dijo Andr<64>s a los vecinos.
El juez vino en seguida.
--Esto se complica--murmur<75>--; luego pregunt<6E> a Andr<64>s. <20>Qu<51>? <20>Entiende
algo?
--S<>, parece que s<>.
Efectivamente, la expresi<73>n de la mujer era de inteligencia.
--<2D>Se ha tirado usted, o la han tirado a usted desde la
ventana?--pregunt<6E> el juez.
--<2D>Eh!--dijo ella.
--<2D>Qui<75>n la ha tirado?
--<2D>Eh!
--<2D>Qui<75>n la ha tirado?
--Garro... Garro...--murmur<75> la vieja haciendo un esfuerzo.
El juez y el actuario y los guardias quedaron sorprendidos.
--Quiere decir Garrota--dijo uno.
--S<>, es una acusaci<63>n contra <20>l--dijo el juez--. <20>No le parece a
usted, doctor?
--Parece que s<>.
--<2D>Por qu<71> la ha tirado a usted?
--Garro... Garro...--volvi<76> a decir la vieja.
--No quiere decir m<>s sino que es su marido--afirm<72> un guardia.
--No, no es eso--repuso Andr<64>s--. La lesi<73>n la tiene en el lado
izquierdo.
--<2D>Y eso qu<71> importa?--pregunt<6E> el guardia.
--C<>llese usted--dijo el juez--. <20>Qu<51> supone usted, doctor?
--Supongo que esta mujer se encuentra en un estado de afasia. La lesi<73>n
la tiene en el lado izquierdo del cerebro; probablemente la tercera
circunvoluci<EFBFBD>n frontal, que se considera como centro del lenguaje,
estar<EFBFBD> lesionada. Esta mujer parece que entiende, pero no puede
articular m<>s que esa palabra. A ver, preg<65>ntele usted otra cosa.
--<2D>Est<73> usted mejor?--dijo el juez.
--<2D>Eh!
--<2D>Si est<73> usted ya mejor?
--Garro... Garro...--contest<73> ella.
--S<>; dice a todo lo mismo--afirm<72> el juez.
--Es un caso de afasia o de sordera verbal--a<>adi<64> Andr<64>s.
--Sin embargo..., hay muchas sospechas contra el marido--replic<69> el
actuario.
Hab<EFBFBD>an llamado al cura para sacramentar a la moribunda.
Le dejaron solo y Andr<64>s subi<62> con el juez. La prender<65>a del t<>o
Garrota ten<65>a una escalera de caracol para el primer piso.
Este constaba de un vest<73>bulo, la cocina, dos alcobas y el cuarto
desde donde se hab<61>a tirado la vieja. En medio de este cuarto hab<61>a un
brasero, una badila sucia y una serie de manchas de sangre que segu<67>an
hasta la ventana.
--La cosa tiene el aspecto de un crimen--dijo el juez.
--<2D>Cree usted?--pregunt<6E> Andr<64>s.
--No, no creo nada; hay que confesar que los indicios se presentan como
en una novela polic<69>aca para despistar a la opini<6E>n. Esta mujer que se
le pregunta qui<75>n la ha tirado, y dice el nombre de su marido; esta
badila llena de sangre; las manchas que llegan hasta la ventana, todo
hace sospechar lo que ya han comenzado a decir los vecinos.
--<2D>Qu<51> dicen?
--Le acusan al t<>o Garrota, al marido de esta mujer. Suponen que el
t<EFBFBD>o Garrota y su mujer ri<72>eron; que <20>l le di<64> con la badila en la
cabeza; que ella huy<75> a la ventana a pedir socorro, y que entonces <20>l,
agarr<EFBFBD>ndola de la cintura, la arroj<6F> a la calle.
--Puede ser.
--Y puede no ser.
Abonaba esta versi<73>n la mala fama del t<>o Garrota y su complicidad
manifiesta en las muertes de dos jugadores, el Ca<43>amero y el Pollo,
ocurridas hac<61>a unos diez a<>os cerca de Daimiel.
--Voy a guardar esta badila--dijo el juez.
--Por si acaso no deb<65>an tocarla--repuso Andr<64>s--; las huellas pueden
servirnos de mucho.
El juez meti<74> la badila en un armario, lo cerr<72> y llam<61> al actuario
para que lo lacrase. Se cerr<72> tambi<62>n el cuarto y se guard<72> la llave.
Al bajar a la prender<65>a Hurtado y el juez, la mujer del t<>o Garrota
hab<EFBFBD>a muerto.
El juez mand<6E> que trajeran a su presencia al marido. Los guardias le
hab<EFBFBD>an atado las manos.
El t<>o Garrota era un hombre ya viejo, corpulento, de mal aspecto,
tuerto, de cara torva, llena de manchas negras, producidas por una
perdigonada que le hab<61>an soltado hac<61>a a<>os en la cara.
En el interrogatorio se puso en claro que el t<>o Garrota era borracho,
y hablaba de matar a uno o de matar a otro con frecuencia.
El t<>o Garrota no neg<65> que daba malos tratos a su mujer; pero s<> que la
hubiese matado. Siempre conclu<6C>a diciendo:
--Se<53>or juez, yo no he matado a mi mujer. He dicho, es verdad, muchas
veces que la iba a matar; pero no la he matado.
El juez, despu<70>s del interrogatorio, envi<76> al t<>o Garrota incomunicado
a la c<>rcel.
--<2D>Qu<51> le parece a usted?--le pregunt<6E> el juez a Hurtado.
--Para m<> es una cosa clara; este hombre es inocente.
El juez, por la tarde, fu<66> a ver al t<>o Garrota a la c<>rcel, y dijo
que empezaba a creer que el prendero no hab<61>a matado a su mujer. La
opini<EFBFBD>n popular quer<65>a suponer que Garrota era un criminal. Por la
noche el doctor S<>nchez asegur<75> en el casino que era indudable que el
t<EFBFBD>o Garrota hab<61>a tirado por la ventana a su mujer, y que el juez y
Hurtado tend<6E>an a salvarle, Dios sabe por qu<71>; pero que en la autopsia
aparecer<EFBFBD>a la verdad.
Al saberlo Andr<64>s fu<66> a ver al juez y le pidi<64> nombrara a don Tom<6F>s
Solana, el otro m<>dico, como <20>rbitro para presenciar la autopsia, por
si acaso hab<61>a divergencia entre el dictamen de S<>nchez y el suyo.
La autopsia se verific<69> al d<>a siguiente por la tarde; se hizo una
fotograf<EFBFBD>a de las heridas de la cabeza producidas por la badila y se
se<EFBFBD>alaron unos cardenales que ten<65>a la mujer en el cuello.
Luego se procedi<64> a abrir las tres cavidades y se encontr<74> la fractura
craneana, que cog<6F>a parte del frontal y del parietal y que hab<61>a
ocasionado la muerte. En los pulmones y en el cerebro aparecieron
manchas de sangre, peque<75>as y redondas.
En la exposici<63>n de los datos de la autopsia estaban conformes los tres
m<EFBFBD>dicos; en su opini<6E>n, acerca de las causas de la muerte, diverg<72>an.
S<EFBFBD>nchez daba la versi<73>n popular. Seg<65>n <20>l, la interfecta, al
sentirse herida en la cabeza por los golpes de la badila, corri<72> a
la ventana a pedir socorro; all<6C> una mano poderosa la sujet<65> por el
cuello, produci<63>ndole una contusi<73>n y un principio de asfixia que se
evidenciaba en las manchas petequiales de los pulmones y del cerebro,
y despu<70>s, lanzada a la calle, hab<61>a sufrido la conmoci<63>n cerebral y
la fractura del cr<63>neo, que le produjo la muerte. La misma mujer, en
la agon<6F>a, hab<61>a repetido el nombre del marido indicando qui<75>n era su
matador.
Hurtado dec<65>a primeramente que las heridas de la cabeza eran tan
superficiales que no estaban hechas por un brazo fuerte, sino por
una mano d<>bil y convulsa; que los cardenales del cuello proced<65>an
de contusiones anteriores al d<>a de la muerte, y que, respecto a las
manchas de sangre en los pulmones y en el cerebro, no eran producidas
por un principio de asfixia, sino el alcoholismo inveterado de la
interfecta. Con estos datos, Hurtado aseguraba que la mujer, en un
estado alcoh<6F>lico, evidenciado por el aguardiente encontrado en su
est<EFBFBD>mago, y presa de man<61>a suicida, hab<61>a comenzado a herirse ella
misma con la badila en la cabeza, lo que explicaba la superficialidad
de las heridas, que apenas interesaban el cuero cabelludo, y despu<70>s,
en vista del resultado negativo para producirse la muerte, hab<61>a
abierto la ventana y se hab<61>a tirado de cabeza a la calle. Respecto a
las palabras pronunciadas por ella, estaba claramente demostrado que al
decirlas se encontraba en un estado af<61>sico.
Don Tom<6F>s, el m<>dico arist<73>crata, en su informe hac<61>a equilibrios, y en
conjunto no dec<65>a nada.
S<EFBFBD>nchez estaba en la actitud popular; todo el mundo cre<72>a culpable al
t<EFBFBD>o Garrota, y algunos llegaban a decir que, aunque no lo fuera, hab<61>a
que castigarlo, porque era un desalmado capaz de cualquier fechor<6F>a.
El asunto apasion<6F> al pueblo; se hicieron una porci<63>n de pruebas; se
estudiaron las huellas frescas de sangre de la badila, y se vi<76> no
coincid<EFBFBD>an con los dedos del prendero; se hizo que un empleado de la
c<EFBFBD>rcel, amigo suyo, le emborrachara y le sonsacara. El t<>o Garrota
confes<EFBFBD> su participaci<63>n en las muertes del Pollo y del Ca<43>amero; pero
afirm<EFBFBD> repetidas veces, entre furiosos juramentos, que no y que no. No
ten<EFBFBD>a nada que ver en la muerte de su mujer, y aunque le condenaran por
decir que no y le salvaran por decir que s<>, dir<69>a que no, porque esa
era la verdad.
El juez, despu<70>s de repetidos interrogatorios, comprendi<64> la inocencia
del prendero y lo dej<65> en libertad.
El pueblo se consider<65> defraudado. Por indicios, por instinto, la gente
adquiri<EFBFBD> la convicci<63>n de que el t<>o Garrota, aunque capaz de matar
a su mujer, no la hab<61>a matado; pero no quiso reconocer la probidad
de Andr<64>s y del juez. El peri<72>dico de la capital que defend<6E>a a los
Mochuelos, escribi<62> un art<72>culo con el t<>tulo <20><>Crimen o suicidio?<3F>,
en el que supon<6F>a que la mujer del t<>o Garrota se hab<61>a suicidado; en
cambio, otro peri<72>dico de la capital, defensor de los Ratones, asegur<75>
que se trataba de un crimen y que las influencias pol<6F>ticas hab<61>an
salvado al prendero.
--Habr<62> que ver lo que habr<62>n cobrado el m<>dico y el juez--dec<65>a la
gente.
A S<>nchez, en cambio, le elogiaban todos.
--Ese hombre iba con lealtad.
--Pero no era cierto lo que dec<65>a--replicaba alguno.
--S<>; pero <20>l iba con honradez.
Y no hab<61>a manera de convencer a la mayor<6F>a de otra cosa.
X
DESPEDIDA
ANDR<EFBFBD>S, que hasta entonces hab<61>a tenido simpat<61>a entre la gente pobre,
vi<EFBFBD> que la simpat<61>a se trocaba en hostilidad. En la primavera decidi<64>
marcharse y presentar la dimisi<73>n de su cargo.
Un d<>a de mayo fu<66> el fijado para la marcha; se despidi<64> de don Blas
Carre<EFBFBD>o y del juez y tuvo un violento altercado con S<>nchez, quien,
a pesar de ver que el enemigo se le iba, fu<66> bastante torpe para
recriminarle con acritud. Andr<64>s le contest<73> rudamente y dijo a su
compa<EFBFBD>ero unas cuantas verdades un poco explosivas.
Por la tarde, Andr<64>s prepar<61> su equipaje y luego sali<6C> a pasear. Hac<61>a
un d<>a tempestuoso con vagos rel<65>mpagos, que brillaban entre dos nubes.
Al anochecer comenz<6E> a llover y Andr<64>s volvi<76> a su casa.
Aquella tarde, Pepinito, su hija y la abuela, hab<61>an ido al Maillo, un
peque<EFBFBD>o balneario pr<70>ximo a Alcolea.
Andr<EFBFBD>s acab<61> de preparar su equipaje. A la hora de cenar entr<74> la
patrona en su cuarto.
--<2D>Se va usted de verdad ma<6D>ana, don Andr<64>s?
--S<>.
--Estamos solos; cuando usted quiera cenaremos.
--Voy a terminar en un momento.
--Me da pena verle a usted marchar. Ya le ten<65>amos a usted como de la
familia.
--<2D>Qu<51> se le va a hacer! Ya no me quieren en el pueblo.
--No lo dir<69> usted por nosotros.
--No, no lo digo por ustedes. Es decir, no lo digo por usted. Si siento
dejar el pueblo es, m<>s que nada, por usted.
--<2D>Bah! Don Andr<64>s.
--Cr<43>alo usted o no lo crea, tengo una gran opini<6E>n de usted. Me parece
usted una mujer muy buena, muy inteligente...
--<2D>Por Dios, don Andr<64>s, que me va usted a confundir!--dijo ella riendo.
--Conf<6E>ndase usted todo lo que quiera, Dorotea. Eso no quita para que
sea verdad. Lo malo que tiene usted...
--Vamos a ver lo malo...--replic<69> ella con seriedad fingida.
--Lo malo que tiene usted--sigui<75> diciendo Andr<64>s--es que est<73> usted
casada con un hombre que es un idiota, un imb<6D>cil petulante, que
le hace sufrir a usted, y a quien yo como usted le enga<67>ar<61>a con
cualquiera.
--<2D>Jes<65>s! <20>Dios m<>o! <20>Qu<51> cosas me est<73> usted diciendo!
--Son las verdades de la despedida... Realmente yo he sido un imb<6D>cil
en no haberle hecho a usted el amor.
--<2D>Ahora se acuerda usted de eso, don Andr<64>s?
--S<>, ahora me acuerdo. No crea usted que no lo he pensado otras veces;
pero me ha faltado decisi<73>n. Hoy estamos solos en toda la casa. <20>No?
--S<>, estamos solos. Adi<64>s, don Andr<64>s; me voy.
--No se vaya usted, tengo que hablarle.
Dorotea, sorprendida del tono de mando de Andr<64>s, se qued<65>.
--<2D>Qu<51> me quiere usted?--dijo.
--Qu<51>dese usted aqu<71> conmigo.
--Pero yo soy una mujer honrada, don Andr<64>s--replic<69> Dorotea con voz
ahogada.
--Ya lo s<>, una mujer honrada y buena, casada con un idiota. Estamos
solos, nadie habr<62>a de saber que usted hab<61>a sido m<>a. Esta noche para
usted y para m<> ser<65>a una noche excepcional, extra<72>a...
--S<> <20>y el remordimiento?
--<2D>Remordimiento?
Andr<EFBFBD>s, con lucidez, comprendi<64> que no deb<65>a discutir este punto.
--Hace un momento no cre<72>a que le iba a usted a decir esto. <20>Por qu<71> se
lo digo? No s<>. Mi coraz<61>n palpita ahora como un martillo de fragua.
Andr<EFBFBD>s se tuvo que apoyar en el hierro de la cama, p<>lido y tembloroso.
--<2D>Se pone usted malo?--murmur<75> Dorotea con voz ronca.
--No; no es nada.
Ella estaba tambi<62>n turbada, palpitante. Andr<64>s apag<61> la luz y se
acerc<EFBFBD> a ella.
Dorotea no resisti<74>. Andr<64>s estaba en aquel momento en plena
inconsciencia...
Al amanecer comenz<6E> a brillar la luz del d<>a por entre las rendijas de
las maderas. Dorotea se incorpor<6F>. Andr<64>s quiso retenerla entre sus
brazos.
--No, no--murmur<75> ella con espanto, y, levant<6E>ndose r<>pidamente, huy<75>
del cuarto.
Andr<EFBFBD>s se sent<6E> en la cama at<61>nito, asombrado de s<> mismo.
Se encontraba en un estado de irresoluci<63>n completa; sent<6E>a en la
espalda como si tuviera una plancha que le sujetara los nervios y ten<65>a
temor de tocar con los pies el suelo.
Sentado, abatido, estuvo con la frente apoyada en las manos, hasta que
oy<EFBFBD> el ruido del coche que ven<65>a a buscarle. Se levant<6E>, se visti<74> y
abri<EFBFBD> la puerta antes que llamaran por miedo al pensar en el ruido de
la aldaba; un mozo entr<74> en el cuarto y carg<72> con el ba<62>l y la maleta
y los llev<65> al coche. Andr<64>s se puso el gab<61>n y subi<62> a la diligencia,
que comenz<6E> a marchar por la carretera polvorienta.
--<2D>Qu<51> absurdo! <20>Qu<51> absurdo es todo esto!--exclam<61> luego--. Y
se refer<65>a a su vida y a esta <20>ltima noche tan inesperada, tan
aniquiladora.
En el tren su estado nervioso empeor<6F>. Se sent<6E>a desfallecido, mareado.
Al llegar a Aranjuez se decidi<64> a bajar del tren. Los tres d<>as que
pas<EFBFBD> aqu<71> tranquilizaron y calmaron sus nervios.
SEXTA PARTE
La experiencia en Madrid
I
COMENTARIO A LO PASADO
A los pocos d<>as de llegar a Madrid, Andr<64>s se encontr<74> con la sorpresa
desagradable de que se iba a declarar la guerra a los Estados Unidos.
Hab<EFBFBD>a alborotos, manifestaciones en las calles, m<>sica patri<72>tica a
todo pasto.
Andr<EFBFBD>s no hab<61>a seguido en los peri<72>dicos aquella cuesti<74>n de las
guerras coloniales; no sab<61>a a punto fijo de qu<71> se trataba. Su <20>nico
criterio era el de la criada vieja de la Dorotea que sol<6F>a cantar a voz
en grito mientras lavaba, esta canci<63>n:
Parece mentira que por unos mulatos
estemos pasando tan malitos ratos;
a Cuba se llevan la flor de la Espa<70>a
y aqu<71> no se queda m<>s que la morralla.
Todas las opiniones de Andr<64>s acerca de la guerra estaban condensadas
en este cantar de la vieja criada.
Al ver el cariz que tomaba el asunto y la intervenci<63>n de los Estados
Unidos, Andr<64>s qued<65> asombrado.
En todas partes no se hablaba m<>s que de la posibilidad del <20>xito o
del fracaso. El padre de Hurtado cre<72>a en la victoria espa<70>ola; pero
en una victoria sin esfuerzo; los yanquis, que eran todos vendedores
de tocino, al ver a los primeros soldados espa<70>oles, dejar<61>an las
armas y echar<61>an a correr. El hermano de Andr<64>s, Pedro, hac<61>a vida
de _sportman_ y no le preocupaba la guerra; a Alejandro le pasaba lo
mismo; Margarita segu<67>a en Valencia.
Andr<EFBFBD>s encontr<74> un empleo en una consulta de enfermedades del est<73>mago,
sustituyendo a un m<>dico que hab<61>a ido al extranjero por tres meses.
Por la tarde Andr<64>s iba a la consulta, estaba all<6C> hasta el anochecer,
luego marchaba a cenar a casa y por la noche sal<61>a en busca de noticias.
Los peri<72>dicos no dec<65>an m<>s que necedades y bravuconadas; los yanquis
no estaban preparados para la guerra; no ten<65>an ni uniformes para sus
soldados. En el pa<70>s de las m<>quinas de coser el hacer unos cuantos
uniformes era un conflicto enorme, seg<65>n se dec<65>a en Madrid.
Para colmo de ridiculez, hubo un mensaje de Castelar a los yanquis.
Cierto que no ten<65>a las proporciones bufo-grandilocuentes del
manifiesto de V<>ctor Hugo a los alemanes para que respetaran Par<61>s;
pero era bastante para que los espa<70>oles de buen sentido pudieran
sentir toda la vacuidad de sus grandes hombres.
Andr<EFBFBD>s sigui<75> los preparativos de la guerra con una emoci<63>n intensa.
Los peri<72>dicos tra<72>an c<>lculos completamente falsos. Andr<64>s lleg<65> a
creer que hab<61>a alguna raz<61>n para los optimismos.
D<EFBFBD>as antes de la derrota encontr<74> a Iturrioz en la calle.
--<2D>Qu<51> le parece a usted esto?--le pregunt<6E>.
--Estamos perdidos.
--<2D>Pero si dicen que estamos preparados?
--S<>, preparados para la derrota. S<>lo a ese chino, que los espa<70>oles
consideramos como el colmo de la candidez, se le pueden decir las cosas
que nos est<73>n diciendo los peri<72>dicos.
--Hombre, yo no veo eso.
--Pues no hay m<>s que tener ojos en la cara y comparar la fuerza de las
escuadras. T<>, f<>jate; nosotros tenemos en Santiago de Cuba seis barcos
viejos, malos y de poca velocidad; ellos tienen veintiuno, casi todos
nuevos, bien acorazados y de mayor velocidad. Los seis nuestros en
conjunto desplazan aproximadamente veintiocho mil toneladas; los seis
primeros suyos sesenta mil. Con dos de sus barcos pueden echar a pique
toda nuestra escuadra; con veintiuno no van a tener sitio d<>nde apuntar.
--<2D>De manera, que usted cree que vamos a la derrota?
--No a la derrota, a una cacer<65>a. Si alguno de nuestros barcos puede
salvarse, ser<65> una gran cosa.
Andr<EFBFBD>s pens<6E> que Iturrioz pod<6F>a enga<67>arse, pero pronto los
acontecimientos le dieron la raz<61>n. El desastre hab<61>a sido como dec<65>a
<EFBFBD>l: una cacer<65>a, una cosa rid<69>cula.
A Andr<64>s le indign<67> la indiferencia de la gente al saber la noticia.
Al menos <20>l hab<61>a cre<72>do que el espa<70>ol, inepto para la ciencia y para
la civilizaci<63>n, era un patriota exaltado y se encontraba que no;
despu<EFBFBD>s del desastre de las dos peque<75>as escuadras espa<70>olas en Cuba y
en Filipinas, todo el mundo iba al teatro y a los toros tan tranquilo;
aquellas manifestaciones y gritos hab<61>an sido espuma, humo de paja,
nada.
Cuando la impresi<73>n del desastre se le pas<61>, Andr<64>s fu<66> a casa de
Iturrioz; hubo discusi<73>n entre ellos.
--Dejemos todo eso, ya que afortunadamente hemos perdido las
colonias--dijo su t<>o--y hablemos de otra cosa. <20>Qu<51> tal te ha ido en
el pueblo?
--Bastante mal.
--<2D>Qu<51> te pas<61>? <20>Hiciste alguna barbaridad?
--No; tuve suerte. Como m<>dico he quedado bien. Ahora, personalmente,
he tenido poco <20>xito.
--Cuenta, veamos tu odisea en esa tierra de Don Quijote.
Andr<EFBFBD>s cont<6E> sus impresiones en Alcolea; Iturrioz le escuch<63>
atentamente.
--<2D>De manera que all<6C> no has perdido tu virulencia ni te has asimilado
el medio?
--Ninguna de las dos cosas. Yo era all<6C> una bacteridia colocada en un
caldo saturado de <20>cido f<>nico.
--Y esos manchegos <20>son buena gente?
--S<>, muy buena gente; pero con una moral imposible.
--Pero esa moral <20>no ser<65> la defensa de la raza que vive en una tierra
pobre y de pocos recursos?
--Es muy posible; pero si es as<61>, ellos no se dan cuenta de este motivo.
--<2D>Ah, claro! <20>En d<>nde un pueblo del campo ser<65> un conjunto de gente
con conciencia? <20>En Inglaterra, en Francia, en Alemania? En todas
partes, el hombre, en su estado natural, es un canalla, idiota y
ego<EFBFBD>sta. Si ah<61> en Alcolea es una buena persona, hay que decir que los
alcoleanos son gente superior.
--No digo que no. Los pueblos como Alcolea est<73>n perdidos, porque el
ego<EFBFBD>smo y el dinero no est<73> repartido equitativamente; no lo tienen m<>s
que unos cuantos ricos; en cambio, entre los pobres no hay sentido
individual. El d<>a que cada alcoleano se sienta a s<> mismo y diga: no
transijo, ese d<>a el pueblo marchar<61> hacia adelante.
--Claro; pero para ser ego<67>sta hay que saber; para protestar hay que
discurrir. Yo creo que la civilizaci<63>n le debe m<>s al ego<67>smo que a
todas las religiones y utop<6F>as filantr<74>picas. El ego<67>smo ha hecho el
sendero, el camino, la calle, el ferrocarril, el barco, todo.
--Estamos conformes. Por eso indigna ver a esa gente, que no tiene nada
que ganar con la maquinaria social que, a cambio de cogerle al hijo y
llevarlo a la guerra, no les da m<>s que miseria y hambre para la vejez,
y que a<>n as<61> la defienden.
--Eso tiene una gran importancia individual, pero no social. Todav<61>a
no ha habido una sociedad que haya intentado un sistema de justicia
distributiva, y, a pesar de eso, el mundo, no digamos que marcha, pero
al menos se arrastra y las mujeres siguen dispuestas a tener hijos.
--Es imb<6D>cil.
--Amigo, es que la naturaleza es muy sabia. No se contenta s<>lo con
dividir a los hombres en felices y en desdichados, en ricos y pobres,
sino que da al rico el esp<73>ritu de la riqueza, y al pobre el esp<73>ritu
de la miseria. T<> sabes c<>mo se hacen las abejas obreras; se encierra a
la larva en un alv<6C>olo peque<75>o y se le da una alimentaci<63>n deficiente.
La larva <20>sta se desarrolla de una manera incompleta; es una obrera,
una proletaria, que tiene el esp<73>ritu del trabajo y de la sumisi<73>n. As<41>
sucede entre los hombres, entre el obrero y el militar, entre el rico y
el pobre.
--Me indigna todo esto--exclam<61> Andr<64>s.
--Hace unos a<>os--sigui<75> diciendo Iturrioz--me encontraba yo en la isla
de Cuba en un ingenio donde estaban haciendo la zafra. Varios chinos y
negros llevaban la ca<63>a en manojos a una m<>quina con grandes cilindros
que la trituraba. Contempl<70>bamos el funcionamiento del aparato, cuando
de pronto vemos a uno de los chinos que lucha arrastrado. El capataz
blanco grita que paren la m<>quina. El maquinista no atiende a la orden
y el chino desaparece e inmediatamente sale convertido en una s<>bana de
sangre y de huesos machacados. Los blancos que presenci<63>bamos la escena
nos quedamos consternados; en cambio los chinos y los negros se re<72>an.
Ten<EFBFBD>an esp<73>ritu de esclavos.
--Es desagradable.
--S<>, como quieras; pero son los hechos y hay que aceptarlos y
acomodarse a ellos. Otra cosa es una simpleza. Intentar andar entre
los hombres, en ser superior, como t<> has querido hacer en Alcolea, es
absurdo.
--Yo no he intentado presentarme como ser superior--replic<69> Andr<64>s con
viveza--. Yo he ido en hombre independiente. A tanto trabajo, tanto
sueldo. Hago lo que me encargan, me pagan, y ya est<73>.
--Eso no es posible; cada hombre no es una estrella con su <20>rbita
independiente.
--Yo creo que el que quiere serlo lo es.
--Tendr<64> que sufrir las consecuencias.
--<2D>Ah, claro! Yo estoy dispuesto a sufrirlas. El que no tiene dinero
paga su libertad con su cuerpo; es una onza de carne que hay que dar,
que lo mismo le pueden sacar a uno del brazo que del coraz<61>n. El hombre
de verdad busca antes que nada su independencia; se necesita ser un
pobre diablo o tener alma de perro para encontrar mala la libertad.
<EFBFBD>Que no es posible? <20>Que el hombre no puede ser independiente como una
estrella de otra? A esto no se puede decir m<>s sino que es verdad,
desgraciadamente.
--Veo que vienes l<>rico del pueblo.
--Ser<65> la influencia de las migas.
--O del vino manchego.
--No; no lo he probado.
--<2D>Y quer<65>as que tuvieran simpat<61>a por ti y despreciabas el producto
mejor del pueblo? Bueno, <20>qu<71> piensas hacer?
--Ver si encuentro alg<6C>n sitio donde trabajar.
--<2D>En Madrid?
--S<>, en Madrid.
--<2D>Otra experiencia?
--Eso es, otra experiencia.
--Bueno, vamos ahora a la azotea.
II
LOS AMIGOS
A principio de oto<74>o, Andr<64>s qued<65> sin nada que hacer. Don Pedro se
hab<EFBFBD>a encargado de hablar a sus amigos influyentes, a ver si encontraba
alg<EFBFBD>n destino para su hijo.
Hurtado pasaba las ma<6D>anas en la Biblioteca Nacional, y por las tardes
y noches paseaba. Una noche, al cruzar por delante del teatro de Apolo,
se encontr<74> con Montaner.
--Chico, <20>cu<63>nto tiempo!--exclam<61> el antiguo condisc<73>pulo,
acerc<EFBFBD>ndosele.
--S<>, ya hace algunos a<>os que no nos hemos visto.
Subieron juntos la cuesta de la calle de Alcal<61>, y al llegar a la
esquina de la de Peligros, Montaner insisti<74> para que entraran en el
caf<EFBFBD> de Fornos.
--Bueno, vamos--dijo Andr<64>s.
Era s<>bado y hab<61>a gran entrada; las mesas estaban llenas; los
trasnochadores, de vuelta de los teatros, se preparaban a cenar, y
algunas busconas paseaban la mirada de sus ojos pintados por todo el
<EFBFBD>mbito de la sala.
Montaner tom<6F> <20>vidamente el chocolate que le trajeron, y despu<70>s le
pregunt<EFBFBD> a Andr<64>s:
--<2D>Y t<>, qu<71> haces?
--Ahora nada. He estado en un pueblo. <20>Y t<>? <20>Conclu<6C>ste la carrera?
--S<>, hace un a<>o. No pod<6F>a acabarla por aquella chica que era mi
novia. Me pasaba el d<>a entero hablando con ella; pero los padres de la
chica se la llevaron a Santander y la casaron all<6C>. Yo entonces fu<66> a
Salamanca, y he estado hasta concluir la carrera.
--<2D>De manera que te ha convenido que casaran a la novia?
--En parte, s<>. <20>Aunque para lo que me sirve el ser m<>dico!.
--<2D>No encuentras trabajo?
--Nada. He estado con Julio Aracil.
--<2D>Con Julio?
--S<>.
--<2D>De qu<71>?
--De ayudante.
--<2D>Ya necesita ayudantes Julio?
--S<>; ahora ha puesto una cl<63>nica. El a<>o pasado me prometi<74>
protegerme. Ten<65>a una plaza en el ferrocarril, y me dijo que cuando no
la necesitara me la ceder<65>a a m<>.
--<2D>Y no te la ha cedido?
--No; la verdad es que todo es poco para sostener su casa.
--<2D>Pues qu<71> hace? <20>Gasta mucho?
--S<>.
--Antes era muy ro<72>oso.
--Y sigue si<73>ndolo.
--<2D>No avanza?
--Como m<>dico poco, pero tiene recursos: el ferrocarril, unos conventos
que visita; es tambi<62>n accionista de <20>La Esperanza<7A>, una sociedad
de esas de m<>dico, botica y entierro, y tiene participaci<63>n en una
funeraria.
--<2D>De manera que se dedica a la explotaci<63>n de la caridad?
--S<>; ahora, adem<65>s, como te dec<65>a, tiene una cl<63>nica que ha puesto
con dinero del suegro. Yo he estado ayud<75>ndole; la verdad es que me
ha cogido de primo; durante m<>s de un mes he hecho de alba<62>il, de
carpintero, de mozo de cuerda y hasta de ni<6E>era; luego me he pasado en
la consulta asistiendo a pobres, y ahora que la cosa empieza a marchar,
me dice Julio que tiene que asociarse con un muchacho valenciano que
se llama Nebot, que le ha ofrecido dinero, y que cuando me necesite me
llamar<EFBFBD>.
--En resumen, que te ha echado.
--Lo que t<> dices.
--<2D>Y qu<71> vas a hacer?
--Voy a buscar un empleo cualquiera.
--<2D>De m<>dico?
--De m<>dico o de no m<>dico. Me es igual.
--<2D>No quieres ir a un pueblo?
--No, no; eso nunca. Yo no salgo de Madrid.
--Y los dem<65>s, <20>qu<71> han hecho?--pregunt<6E> Andr<64>s--. <20>D<EFBFBD>nde est<73> aquel
Lamela?
--En Galicia. Creo que no ejerce, pero vive bien. De Ca<43>izo no s<> si te
acordar<EFBFBD>s...
--No.
--Uno que perdi<64> curso en Anatom<6F>a.
--No, no me acuerdo.
--Si lo vieras, te acordar<61>as en seguida--repuso Montaner--. Pues este
Ca<EFBFBD>izo es un hombre feliz; tiene un peri<72>dico de carnicer<65>a. Creo que
es muy glot<6F>n, y el otro d<>a me dec<65>a: Chico, estoy muy contento; los
carniceros me regalan lomo, me regalan filetes... Mi mujer me trata
bien; me da langosta algunos domingos.
--<2D>Que animal!
--De Ortega si te acordar<61>s.
--<2D>Uno bajito, rubio?
--S<>.
--Me acuerdo.
--Ese estuvo de m<>dico militar en Cuba, y se acostumbr<62> a beber de una
manera terrible. Alguna vez le he visto y me ha dicho: Mi ideal es
llegar a la cirrosis alcoh<6F>lica y al generalato.
--De manera que nadie ha marchado bien de nuestros condisc<73>pulos.
--Nadie o casi nadie, quitando a Ca<43>izo con su peri<72>dico de carnicer<65>a
y con su mujer que los domingos le da langosta.
--Es triste todo eso. Siempre en este Madrid la misma interinidad, la
misma angustia hecha cr<63>nica, la misma vida sin vida, todo igual.
--S<>; esto es un pantano--murmur<75> Montaner.
--M<>s que un pantano es un campo de ceniza. Y Julio Aracil, <20>vive bien?
--Hombre, seg<65>n lo que se entienda por vivir bien.
--Su mujer, <20>c<EFBFBD>mo es?
--Es una muchacha vistosa, pero <20>l la est<73> prostituyendo.
--<2D>Por qu<71>?
--Porque la va dando un aire de _cocotte_. El hace que se ponga trajes
exagerados, la lleva a todas partes; yo creo que <20>l mismo la ha
aconsejado que se pinte. Y ahora prepara el golpe final. Va a llevar a
ese Nebot, que es un muchacho rico, a vivir a su casa y va a ampliar la
cl<EFBFBD>nica. Yo creo que lo que anda buscando es que Nebot se entienda con
su mujer.
--<2D>De veras?
--S<>. Ha mandado poner el cuarto de Nebot en el mejor sitio de la
casa, cerca de la alcoba de su mujer.
--Demonio. <20>Es que no la quiere?
--Julio no quiere a nadie; se cas<61> con ella por su dinero. El tiene una
querida que es una se<73>ora rica, ya vieja.
--<2D>De manera que en el fondo, marcha?
--<2D>Qu<51> s<> yo! Lo mismo puede hundirse que hacerse rico.
Era ya muy tarde y Montaner y Andr<64>s salieron del caf<61> y cada cual se
fu<EFBFBD> a su casa.
A los pocos d<>as Andr<64>s encontr<74> a Julio Aracil que entraba en un coche.
--<2D>Quieres dar una vuelta conmigo?--le dijo Julio--. Voy al final del
barrio de Salamanca, a hacer una visita.
--Bueno.
Entraron los dos en el coche.
--El otro d<>a vi a Montaner--le dijo Andr<64>s.
--<2D>Te hablar<61>a mal de m<>? Claro. Entre amigos es indispensable.
--S<>; parece que no est<73> muy contento de ti.
--No me choca. La gente tiene una idea est<73>pida de las cosas--dijo
Aracil con voz col<6F>rica--. No quisiera m<>s que tratar con ego<67>stas
absolutos, completos, no con gente sentimental que le dice a uno con
las l<>grimas en los ojos: Toma este pedazo de pan duro, al que no le
puedo hincar el diente, y a cambio conv<6E>dame a cenar todos los d<>as en
el mejor hotel.
Andr<EFBFBD>s se ech<63> a reir.
--La familia de mi mujer es tambi<62>n de las que tienen una idea imb<6D>cil
de la vida--sigui<75> diciendo Aracil--. Constantemente me est<73>n poniendo
obst<EFBFBD>culos.
--<2D>Por qu<71>?
--Nada. Ahora se les ocurre decir que el socio que tengo en la cl<63>nica,
le hace el amor a mi mujer y que no le debo tener en casa. Es rid<69>culo.
<EFBFBD>Es que voy a ser un Otelo? No; yo le dejo en libertad a mi mujer.
Concha no me ha de enga<67>ar. Yo tengo confianza en ella.
--Haces bien.
--No s<> qu<71> idea tiene de las cosas--sigui<75> diciendo Julio--estas
gentes chapadas a la antigua, como dicen ellos. Porque yo comprendo
un hombre como t<> que es un puritano. <20>Pero ellos! Que me presentara
yo ma<6D>ana y dijera: Estas visitas, que he hecho a Don Fulano o a Do<44>a
Zutana, no las he querido cobrar porque, la verdad, no he estado
acertado... <20>toda la familia me pondr<64>a de imb<6D>cil hasta las narices!
--<2D>Ah! No tiene duda.
--Y si es as<61>, <20>a qu<71> se vienen con esas moralidades rid<69>culas?
--<2D>Y qu<71> te pasa para necesitar socio? <20>Gastas mucho?
--Mucho; pero todo el gasto que llevo es indispensable. Es la vida de
hoy que lo exige. La mujer tiene que estar bien, ir a la moda, tener
trajes, joyas... Se necesita dinero, mucho dinero para la casa, para la
comida, para la modista, para el sastre, para el teatro, para el coche;
yo busco como puedo ese dinero.
--<2D>Y no te convendr<64>a limitarte un poco?--le pregunt<6E> Andr<64>s.
--<2D>Para qu<71>? <20>Para vivir cuando sea viejo? No, no; ahora mejor que
nunca. Ahora que es uno joven.
--Es una filosof<6F>a; no me parece mal, pero vas a inmoralizar tu casa.
--A m<> la moralidad no me preocupa--replic<69> Julio--. Aqu<71>, en
confianza, te dir<69> que una mujer honrada me parece uno de los productos
m<EFBFBD>s est<73>pidos y m<>s amargos de la vida.
--Tiene gracia.
--S<>, una mujer que no sea algo coqueta no me gusta. Me parece bien
que gaste, que se adorne, que se luzca. Un marqu<71>s, cliente m<>o, suele
decir: Una mujer elegante deb<65>a tener m<>s de un marido. Al oirle todo
el mundo se r<>e.
--<2D>Y por qu<71>?
--Porque su mujer, como marido no tiene m<>s que uno; pero, en cambio,
amantes tiene tres.
--<2D>A la vez?
--S<>, a la vez; es una se<73>ora muy liberal.
--Muy liberal y muy conservadora, si los amantes le ayudan a vivir.
--Tienes raz<61>n, se le puede llamar liberal-conservadora.
Llegaron a la casa del cliente.
--<2D>Ad<41>nde quieres ir t<>?--le pregunt<6E> Julio.
--A cualquier lado. No tengo nada que hacer.
--<2D>Quieres que te dejen en la Cibeles?
--Bueno.
--Vaya usted a la Cibeles y vuelva--le dijo Julio al cochero.
Se despidieron los dos antiguos condisc<73>pulos y Andr<64>s pens<6E> que por
mucho que subiera su compa<70>ero no era cosa de envidiarle.
III
FERM<52>N IBARRA
UNOS d<>as despu<70>s, Hurtado se encontr<74> en la calle con Ferm<72>n Ibarra.
Ferm<EFBFBD>n estaba desconocido; alto, fuerte, ya no necesitaba bast<73>n para
andar.
--Un d<>a de estos me voy--le dijo Ferm<72>n.
--<2D>Ad<41>nde?
--Por ahora, a B<>lgica; luego, ya ver<65>. No pienso estar aqu<71>;
probablemente no volver<65>.
--<2D>No?
--No. Aqu<71> no se puede hacer nada; tengo dos o tres patentes de cosas
pensadas por mi, que creo que est<73>n bien; en B<>lgica me las iban a
comprar; pero yo he querido hacer primero una prueba en Espa<70>a, y me
voy desalentado, descorazonado; aqu<71> no se puede hacer nada.
--Eso no me choca--dijo Andr<64>s--; aqu<71> no hay ambiente para lo que t<>
haces.
--<2D>Ah, claro!--repuso Ibarra--. Una invenci<63>n supone la recapitulaci<63>n,
la s<>ntesis de las fases de un descubrimiento; una invenci<63>n, es muchas
veces una consecuencia tan f<>cil de los hechos anteriores, que casi
se puede decir que se desprende ella sola sin esfuerzo. <20>D<EFBFBD>nde se va a
estudiar en Espa<70>a el proceso evolutivo de un descubrimiento? <20>Con qu<71>
medios? <20>En qu<71> talleres? <20>En qu<71> laboratorios?
--En ninguna parte.
--Pero, en fin, a m<> esto no me indigna--a<>adi<64> Ferm<72>n--, lo que me
indigna es la suspicacia, la mala intenci<63>n, la petulancia de esta
gente... Aqu<71> no hay m<>s que chulos y se<73>oritos juerguistas. El chulo
domina desde los Pirineos hasta C<>diz...; pol<6F>ticos, militares,
profesores, curas, todos son chulos con un yo hipertrofiado.
--S<>, es verdad.
--Cuando estoy fuera de Espa<70>a--sigui<75> diciendo Ibarra--quiero
convencerme de que nuestro pa<70>s no est<73> muerto para la civilizaci<63>n;
que aqu<71> se discurre y se piensa, pero cojo un peri<72>dico espa<70>ol y me
da asco; no habla m<>s que de pol<6F>ticos y de toreros. Es una verg<72>enza.
Ferm<EFBFBD>n Ibarra cont<6E> sus gestiones en Madrid, en Barcelona, en Bilbao.
Hab<EFBFBD>a millonario que le hab<61>a dicho que <20>l no pod<6F>a exponer dinero
sin base, que despu<70>s de hechas las pruebas con <20>xito, no tendr<64>a
inconveniente en dar dinero al cincuenta por ciento.
--El capital espa<70>ol est<73> en manos de la canalla m<>s abyecta--concluy<75>
diciendo Ferm<72>n.
Unos meses despu<70>s, Ibarra le escrib<69>a desde B<>lgica, diciendo que le
hab<EFBFBD>an hecho jefe de un taller y que sus empresas iban adelante.
IV
ENCUENTRO CON LUL<55>
UN amigo del padre de Hurtado, alto empleado en Gobernaci<63>n, hab<61>a
prometido encontrar un destino para Andr<64>s. Este se<73>or viv<69>a en la
calle de San Bernardo. Varias veces estuvo Andr<64>s en su casa, y siempre
le dec<65>a que no hab<61>a nada; un d<>a le dijo:
--Lo <20>nico que podemos darle a usted, es una plaza de m<>dico de higiene
que va a haber vacante. Diga usted si le conviene, y, si le conviene,
le tendremos en cuenta.
--Me conviene.
--Pues ya le avisar<61> a tiempo.
Este d<>a, al salir de casa del empleado, en la calle Ancha, esquina a
la del Pez, Andr<64>s Hurtado se encontr<74> a Lul<75>. Estaba igual que antes;
no hab<61>a variado nada.
Lul<EFBFBD> se turb<72> un poco al ver a Hurtado, cosa rara en ella. Andr<64>s la
contempl<EFBFBD> con gusto. Estaba con su mantillita, tan fina, tan esbelta,
tan graciosa. Ella le miraba, sonriendo un poco ruborizada.
--Tenemos mucho que hablar--le dijo Lul<75>--; yo me estar<61>a charlando con
gusto con usted, pero tengo que entregar un encargo. Mi madre y yo,
solemos ir los s<>bados al caf<61> de la Luna. <20>Quiere usted ir por all<6C>?
--S<>, ir<69>.
--Vaya usted ma<6D>ana, que es s<>bado. De nueve y media a diez. No falte
usted, <20>eh?
--No, no faltar<61>.
Se despidieron, y Andr<64>s, al d<>a siguiente por la noche, se present<6E>
en el caf<61> de la Luna. Estaban do<64>a Leonarda y Lul<75> en compa<70><61>a de un
se<EFBFBD>or de anteojos, joven. Andr<64>s salud<75> a la madre, que le recibi<62>
secamente, y se sent<6E> en una silla lejos de Lul<75>.
--Si<53>ntese usted aqu<71>--dijo ella, haci<63>ndole sitio en el div<69>n.
Se sent<6E> Andr<64>s cerca de la muchacha.
--Me alegro mucho que haya usted venido--dijo Lul<75>--; ten<65>a miedo de
que no quisiera usted venir.
--<2D>Por qu<71> no hab<61>a de venir?
--<2D>Como es usted tan as<61>!
--Lo que no comprendo es por qu<71> han elegido ustedes este caf<61>. <20>O es
que ya no viven all<6C> en la calle del F<>car?
--<2D>Ca, hombre! Ahora vivimos aqu<71> en la calle del Pez. <20>Sabe usted
qui<EFBFBD>n nos resolvi<76> la vida de plano?
--<2D>Qui<75>n?
--Julio.
--<2D>De veras?
--S<>.
--Ya ve usted, c<>mo no es tan mala persona, como usted dec<65>a.
--Oh, igual; lo mismo que yo cre<72>a o peor. Ya se lo contar<61> a usted. Y
usted <20>qu<71> ha hecho? <20>C<EFBFBD>mo ha vivido?
Andr<EFBFBD>s cont<6E> r<>pidamente su vida y sus luchas en Alcolea.
--<2D>Oh! <20>Qu<51> hombre m<>s imposible es usted!--exclam<61> Lul<75>--. <20>Qu<51> lobo!
El se<73>or de los anteojos, que estaba de conversaci<63>n con do<64>a Leonarda,
al ver que Lul<75> no dejaba un momento de hablar con Andr<64>s se levant<6E> y
se fu<66>.
--Lo que es si a usted le importa algo por Lul<75>, puede usted estar
satisfecho--dijo do<64>a Leonarda con tono desde<64>oso y agrio.
--<2D>Por qu<71> lo dice usted?--pregunt<6E> Andr<64>s.
--Porque <20>sta le tiene a usted un cari<72>o verdaderamente raro. Y la
verdad, no s<> por qu<71>.
--Yo tampoco s<> que a las personas se les tenga cari<72>o por
algo--replic<69> Lul<75> vivamente--; se las quiere o no se las quiere; nada
m<EFBFBD>s.
Do<EFBFBD>a Leonarda, con un moh<6F>n despectivo, cogi<67> el peri<72>dico de la noche
y se puso a leerlo. Lul<75> sigui<75> hablando con Andr<64>s.
--Pues ver<65> usted c<>mo nos resolvi<76> la vida Julio--dijo ella en voz
baja--. Yo ya le dec<65>a a usted que era un canalla que no se casar<61>a
con Nin<69>. Efectivamente; cuando concluy<75> la carrera comenz<6E> a huir
el bulto y a no aparecer por casa. Yo me enter<65>, y supe que estaba
haciendo el amor a una se<73>orita de buena posici<63>n. Llam<61> a Julio y
hablamos; me dijo claramente que no pensaba casarse con Nin<69>.
--<2D>As<41>, sin ambages?
--S<>; que no le conven<65>a; que ser<65>a para <20>l un engorro casarse con una
mujer pobre. Yo me qued<65> tranquila y le dije: Mira, yo quisiera que t<>
mismo fueras a ver a don Prudencio y le advirtieras eso. <20>Qu<51> quieres
que le advierta?--me pregunt<6E> <20>l--. Pues nada; que no te casas con Nin<69>
porque no tienes medios; en fin, por las razones que me has dado.
--Se quedar<61>a at<61>nito--exclam<61> Andr<64>s--, porque <20>l pensaba que el d<>a
que lo dijera iba a haber un cataclismo en la familia.
--Se qued<65> helado, en el mayor asombro--. Bueno, bueno--dijo--, ir<69> a
verle y se lo dir<69>. Yo le comuniqu<71> la noticia a mi madre, que pens<6E>
hacer algunas tonter<65>as, pero que no las hizo; luego se lo dije a
Nin<EFBFBD>, que llor<6F> y quiso tomar venganza. Cuando se tranquilizaron las
dos, le dije a Nin<69> que vendr<64>a don Prudencio y que yo sab<61>a que a don
Prudencio le gustaba ella y que la salvaci<63>n estaba en don Prudencio.
Efectivamente; unos d<>as despu<70>s vino don Prudencio en actitud
diplom<EFBFBD>tica; habl<62> de que si Julio no encontraba destino, de que si no
le conven<65>a ir a un pueblo... Nin<69> estuvo admirable. Desde entonces, yo
ya no creo en las mujeres.
--Esa declaraci<63>n tiene gracia--dijo Andr<64>s.
--Es verdad--replic<69> Lul<75>--, porque mire usted que los hombres son
mentirosos, pues las mujeres todav<61>a son m<>s. A los pocos d<>as, don
Prudencio se presenta en casa; habla a Nin<69> y a mam<61>, y boda. Y all<6C>
le hubiera usted visto a Julio unos d<>as despu<70>s en casa, que fu<66> a
devolver las cartas a Nin<69>, con la risa del conejo, cuando mam<61> le
dec<EFBFBD>a con la boca llena que don Prudencio ten<65>a tantos miles de duros y
una finca aqu<71> y otra all<6C>...
--Le estoy viendo a Julio con esa tristeza que le da pensar que los
dem<EFBFBD>s tienen dinero.
--S<>, estaba fren<65>tico. Despu<70>s del viaje de boda, don Prudencio me
pregunt<EFBFBD>--: T<> <20>qu<71> quieres? <20>Vivir con tu hermana y conmigo o con
tu madre? Yo le dije: Casarme no me he de casar; estar sin trabajar
tampoco me gusta; lo que preferir<69>a es tener una tiendecita de
confecciones de ropa blanca y seguir trabajando--. Pues nada, lo que
necesites d<>melo. Y puse la tienda.
--<2D>Y la tiene usted?
--S<>; aqu<71> en la calle del Pez. Al principio mi madre se opuso, por
esas tonter<65>as de que si mi padre hab<61>a sido esto o lo otro. Cada uno
vive como puede. <20>No es verdad?
--Claro. <20>Qu<51> cosa m<>s digna que vivir del trabajo!
Siguieron hablando Andr<64>s y Lul<75> largo rato. Ella hab<61>a localizado su
vida en la casa de la calle del F<>car, de tal manera, que s<>lo lo que
se relacionaba con aquel ambiente le interesaba. Pasaron revista a
todos los vecinos y vecinas de la casa.
--<2D>Se acuerda usted de aquel don Cleto, el viejecito?--le pregunt<6E> Lul<75>.
--S<>; <20>qu<71> hizo?
--Muri<72> el pobre...; me di<64> una pena.
--<2D>Y de qu<71> muri<72>?
--De hambre. Una noche entramos la Venancia y yo en su cuarto, y estaba
acabando, y <20>l dec<65>a con aquella vocecita que ten<65>a:--No, si no tengo
nada; no se molesten ustedes; un poco de debilidad nada m<>s--, y se
estaba muriendo.
A la una y media de la noche, do<64>a Leonarda y Lul<75> se levantaron, y
Andr<EFBFBD>s las acompa<70><61> hasta la calle del Pez.
--<2D>Vendr<64> usted por aqu<71>?--le dijo Lul<75>.
--S<>; <20>ya lo creo!
--Algunas veces suele venir Julio tambi<62>n.
--<2D>No le tiene usted odio?
--<2D>Odio? M<>s que odio siento por <20>l desprecio, pero me divierte, me
parece entretenido, como si viera un bicho malo metido debajo de una
copa de cristal.
V
M<>DICO DE HIGIENE
A los pocos d<>as de recibir el nombramiento de m<>dico de higiene y de
comenzar a desempe<70>ar el cargo, Andr<64>s comprendi<64> que no era para <20>l.
Su instinto antisocial se iba aumentando, se iba convirtiendo en odio
contra el rico, sin tener simpat<61>a por el pobre.
--<2D>Yo que siento este desprecio por la sociedad--se dec<65>a a s<> mismo--,
teniendo que reconocer y dar patentes a las prostitutas! <20>Yo que me
alegrar<EFBFBD>a que cada una de ellas llevara una toxina que envenenara a
doscientos hijos de familia!
Andr<EFBFBD>s se qued<65> en el destino, en parte por curiosidad, en parte
tambi<EFBFBD>n para que el que se lo hab<61>a dado no le considerara como un
fatuo.
El tener que vivir en este ambiente le hac<61>a da<64>o.
Ya no hab<61>a en su vida nada sonriente, nada amable; se encontraba como
un hombre desnudo que tuviera que andar atravesando zarzas. Los dos
polos de su alma eran un estado de amargura, de sequedad, de acritud, y
un sentimiento de depresi<73>n y de tristeza.
La irritaci<63>n le hac<61>a ser en sus palabras violento y brutal.
Muchas veces a alguna mujer que iba al Registro la dec<65>a:
--<2D>Est<73>s enferma?
--S<>.
--T<> qu<71> quieres, <20>ir al hospital o quedarte libre?
--Yo prefiero quedarme libre.
--Bueno. Haz lo que quieras; por m<> puedes envenenar medio mundo; me
tiene sin cuidado.
En ocasiones, al ver estas busconas que ven<65>an escoltadas por alg<6C>n
guardia, riendo, las increpaba.
--No ten<65>is odio siquiera. Tened odio; al menos vivir<69>is m<>s tranquilas.
Las mujeres le miraban con asombro. Odio, <20>por qu<71>?, se preguntar<61>a
alguna de ellas. Como dec<65>a Iturrioz: la naturaleza era muy sabia;
hac<EFBFBD>a el esclavo, y le daba el esp<73>ritu de la esclavitud; hac<61>a la
prostituta, y le daba el esp<73>ritu de la prostituci<63>n.
Este triste proletariado de la vida sexual ten<65>a su honor de cuerpo.
Quiz<EFBFBD> lo tienen tambi<62>n en la obscuridad de lo inconsciente las abejas
obreras y los pulgones, que sirven de vacas a las hormigas.
De la conversaci<63>n con aquellas mujeres sacaba Andr<64>s cosas extra<72>as.
Entre los due<75>os de las casas de lenocinio hab<61>a personas decentes: un
cura ten<65>a dos y las explotaba con una ciencia evang<6E>lica completa.
<EFBFBD>Qu<EFBFBD> labor m<>s cat<61>lica, m<>s conservadora pod<6F>a haber, que dirigir una
casa de prostituci<63>n!
Solamente teniendo al mismo tiempo una plaza de toros y una casa de
pr<EFBFBD>stamos pod<6F>a concebirse algo m<>s perfecto.
De aquellas mujeres, las libres iban al Registro, otras se somet<65>an al
reconocimiento en sus casas.
Andr<EFBFBD>s tuvo que ir varias veces a hacer estas visitas domiciliarias.
En alguna de aquellas casas de prostituci<63>n distinguidas encontraba
se<EFBFBD>oritos de la alta sociedad, y era un contraste interesante ver estas
mujeres de cara cansada, llena de polvos de arroz, pintadas, dando
muestras de una alegr<67>a ficticia, al lado de gomosos fuertes, de vida
higi<EFBFBD>nica, rojos, membrudos por el _sport_.
Espectador de la iniquidad social, Andr<64>s reflexionaba acerca de los
mecanismos que van produciendo esas lacras: el presidio, la miseria, la
prostituci<EFBFBD>n.
--La verdad es que si el pueblo lo comprendiese--pensaba Hurtado--, se
matar<EFBFBD>a por intentar una revoluci<63>n social, aunque <20>sta no sea m<>s que
una utop<6F>a, un sue<75>o.
Andr<EFBFBD>s cre<72>a ver en Madrid la evoluci<63>n progresiva de la gente rica que
iba hermose<73>ndose, fortific<69>ndose, convirti<74>ndose en casta; mientras el
pueblo evolucionaba a la inversa, debilit<69>ndose, degenerando cada vez
m<EFBFBD>s.
Estas dos evoluciones paralelas eran sin duda biol<6F>gicas: el pueblo no
llevaba camino de cortar los jarretes de la burgues<65>a, e incapaz de
luchar, iba cayendo en el surco.
Los s<>ntomas de la derrota se revelaban en todo. En Madrid, la talla
de los j<>venes pobres y mal alimentados que viv<69>an en tabucos, era
ostensiblemente m<>s peque<75>a que la de los muchachos ricos, de familias
acomodadas que habitaban en pisos exteriores.
La inteligencia, la fuerza f<>sica, eran tambi<62>n menores entre la
gente del pueblo que en la clase adinerada. La casta burguesa se iba
preparando para someter a la casta pobre y hacerla su esclava.
VI
LA TIENDA DE CONFECCIONES
CERCA de un mes tard<72> Hurtado en ir a ver a Lul<75>, y cuando fu<66> se
encontr<EFBFBD> un poco sorprendido al entrar en la tienda. Era una tienda
bastante grande, con el escaparate ancho y adornado con ropas de ni<6E>o,
gorritos rizados y camisas llenas de lazos.
--Al fin ha venido usted--le dijo Lul<75>.
--No he podido venir antes. Pero <20>toda esta tienda es de
usted?--pregunt<6E> Andr<64>s.
--S<>.
--Entonces es usted capitalista; es usted una burguesa infame.
Lul<EFBFBD> se ri<72> satisfecha; luego ense<73><65> a Andr<64>s la tienda, la trastienda
y la casa. Estaba todo muy bien arreglado y en orden. Lul<75> ten<65>a una
muchacha que despachaba y un chico para los recados. Andr<64>s estuvo
sentado un momento. Entraba bastante gente en la tienda.
--El otro d<>a vino Julio--dijo Lul<75>--y hablamos mal de usted.
--<2D>De veras?
--S<>; y me dijo una cosa, que usted hab<61>a dicho de m<>, que me incomod<6F>.
--<2D>Qu<51> le dijo a usted?
--Me dijo que usted hab<61>a dicho una vez, cuando era estudiante, que
casarse conmigo era lo mismo que casarse con un orangut<75>n. <20>Es verdad
que ha dicho usted de m<> eso? <20>Conteste usted?
--No lo recuerdo; pero es muy posible.
--<2D>Que lo haya dicho usted?
--S<>.
--<2D>Y qu<71> deb<65>a hacer yo con un hombre que paga as<61> la estimaci<63>n que yo
le tengo?
--No s<>.
--<2D>Si al menos, en vez de orangut<75>n, me hubiera usted llamado mona!
--Otra vez ser<65>. No tenga usted cuidado.
Dos d<>as despu<70>s, Hurtado volvi<76> a la tienda, y los s<>bados se reun<75>a
con Lul<75> y su madre en el caf<61> de la Luna. Pronto pudo comprobar que el
se<EFBFBD>or de los anteojos pretend<6E>a a Lul<75>. Era aquel se<73>or un farmac<61>utico
que ten<65>a la botica en la calle del Pez, hombre muy simp<6D>tico e
instru<EFBFBD>do. Andr<64>s y <20>l hablaron de Lul<75>.
--<2D>Qu<51> le parece a usted esta muchacha?--le pregunt<6E> el farmac<61>utico.
--<2D>Qui<75>n? <20>Lul<75>?
--S<>.
--Pues es una muchacha por la que yo tengo una gran estimaci<63>n--dijo
Andr<EFBFBD>s.
--Yo tambi<62>n.
--Ahora, que me parece que no es una mujer para casarse con ella.
--<2D>Por qu<71>?
--Es mi opini<6E>n; a m<> me parece una mujer cerebral, sin fuerza org<72>nica
y sin sensualidad, para quien todas las impresiones son puramente
intelectuales.
--<2D>Qu<51> s<> yo! No estoy conforme.
Aquella misma noche Andr<64>s pudo ver que Lul<75> trataba demasiado
desde<EFBFBD>osamente al farmac<61>utico.
Cuando se quedaron solos, Andr<64>s le dijo a Lul<75>:
--Trata usted muy mal al farmac<61>utico. Eso no me parece digno de una
mujer como usted, que tiene un fondo de justicia.
--<2D>Por qu<71>?
--Porque no. Porque un hombre se enamore de usted, <20>hay motivo para que
usted le desprecie? Eso es una bestialidad.
--Me da la gana de hacer bestialidades.
--Habr<62>a que desear que a usted le pasara lo mismo, para que supiera lo
que es estar desde<64>ada sin motivo.
--<2D>Y usted sabe si a m<> me pasa lo mismo?
--No; pero me figuro que no. Tengo demasiada mala idea de las mujeres
para creerlo.
--<2D>De las mujeres en general y de m<> en particular?
--De todas.
--<2D>Qu<51> mal humor se le va poniendo a usted, don Andr<64>s! Cuando sea
usted viejo no va a haber quien le aguante.
--Ya soy viejo. Es que me indignan esas necedades de las mujeres. <20>Qu<51>
le encuentra usted a ese hombre para desde<64>arle as<61>? Es un hombre
culto, amable, simp<6D>tico, gana para vivir...
--Bueno, bueno; pero a m<> me fastidia. Basta ya de esa canci<63>n.
VII
DE LOS FOCOS DE LA PESTE
ANDR<EFBFBD>S sol<6F>a sentarse cerca del mostrador. Lul<75> le ve<76>a sombr<62>o y
meditabundo.
--Vamos, hombre, <20>qu<71> le pasa a usted?--le dijo Lul<75> un d<>a que le vi<76>
m<EFBFBD>s hosco que de ordinario.
--Verdaderamente--murmur<75> Andr<64>s--el mundo es una cosa divertida:
hospitales, salas de operaciones, c<>rceles, casas de prostituci<63>n;
todo lo peligroso tiene su ant<6E>doto; al lado del amor la casa de
prostituci<EFBFBD>n; al lado de la libertad la c<>rcel. Cada instinto
subversivo, y lo natural es siempre subversivo, lleva al lado su
gendarme. No hay fuente limpia sin que los hombres metan all<6C> las patas
y la ensucien. Est<73> en su naturaleza.
--<2D>Qu<51> quiere usted decir con eso? <20>Qu<51> le ha pasado a usted?--pregunt<6E>
Lul<EFBFBD>.
--Nada; este empleo sucio que me han dado, me perturba. Hoy me han
escrito una carta las pupilas de una casa de la calle de la Paz, que me
preocupa. Firman _Unas desgraciadas_.
--<2D>Qu<51> dicen?
--Nada; que en esos burdeles hacen bestialidades. Estas _desgraciadas_
que me env<6E>an la carta me dicen horrores. La casa donde viven se
comunica con otra. Cuando hay una visita del m<>dico o de la autoridad,
a todas las mujeres no matriculadas las esconden en el piso tercero de
la otra casa.
--<2D>Para qu<71>?
--Para evitar que las reconozcan, para tenerlas fuera del alcance de la
autoridad que, aunque injusta y arbitraria, puede dar un disgusto a las
amas.
--<2D>Y esas mujeres vivir<69>n mal?
--Muy mal; duermen en cualquier rinc<6E>n amontonadas, no comen apenas;
les dan unas palizas brutales; y cuando envejecen y ven que ya no
tienen <20>xito, las cogen y las llevan a otro pueblo sigilosamente.
--<2D>Qu<51> vida! <20>Qu<51> horror!--murmur<75> Lul<75>.
--Luego todas estas amas de prost<73>bulo--sigui<75> diciendo Andr<64>s--,
tienen la tendencia de martirizar a las pupilas. Hay algunas que
llevan un vergajo, como un cabo de vara, para imponer el orden. Hoy he
visitado una casa de la calle de Barcelona, en donde el mat<61>n es un
hombre afeminado a quien llaman el Cotorrita, que ayuda a la celestina
al secuestro de las mujeres. Este invertido se viste de mujer, se pone
pendientes, porque tiene agujeros en las orejas, y va a la caza de
muchachas.
--Qu<51> tipo.
--Es una especie de halc<6C>n. Este eunuco, por lo que me han contado las
mujeres de la casa, es de una crueldad terrible con ellas, y las tiene
aterrorizadas--. Aqu<71>, me ha dicho el Cotorrita, no se da de baja a
ninguna mujer.--<2D>Por qu<71>?--le he preguntado yo.--Porque no--; y me ha
ense<EFBFBD>ado un billete de cinco duros. Yo he seguido interrogando a las
pupilas y he mandado al hospital a cuatro. Las cuatro estaban enfermas.
--<2D>Pero esas mujeres no tienen alguna defensa?
--Ninguna; ni nombre, ni estado civil, ni nada. Las llaman como
quieren; todas responden a nombres falsos; Blanca, Marina, Estrella,
<EFBFBD>frica... En cambio, las celestinas y los matones est<73>n protegidos por
la polic<69>a, formada por chulos y por criados de pol<6F>ticos.
--<2D>Vivir<69>n poco todas ellas?--dijo Lul<75>.
--Muy poco. Todas estas mujeres tienen una mortalidad terrible; cada
ama de esas casas de prostituci<63>n ha visto sucederse y sucederse
generaciones de mujeres; las enfermedades, la c<>rcel, el hospital, el
alcohol, va mermando esos ej<65>rcitos. Mientras la celestina se conserva
agarrada a la vida, todas esas carnes blancas, todos esos cerebros
d<EFBFBD>biles y sin tensi<73>n van cayendo al pudridero.
--<2D>Y c<>mo no se escapan al menos?
--Porque est<73>n cogidas por las deudas. El burdel es un pulpo que sujeta
con sus tent<6E>culos a estas mujeres bestias y desdichadas. Si se escapan
las denuncian como ladronas, y toda la canalla de curiales las condena.
Luego estas celestinas tienen recursos. Seg<65>n me han dicho en esa
casa de la calle de Barcelona, hab<61>a hace d<>as una muchacha reclamada
por sus padres desde Sevilla en el Juzgado, y mandaron a otra, algo
parecida f<>sicamente a ella, que dijo al juez que ella viv<69>a con un
hombre muy bien, y que no quer<65>a volver a su casa.
--<2D>Qu<51> gente!
--Todo eso es lo que queda de moro y de jud<75>o en el espa<70>ol; el
considerar a la mujer como una presa, la tendencia al enga<67>o, a la
mentira... Es la consecuencia de la impostura sem<65>tica; tenemos la
religi<EFBFBD>n sem<65>tica, tenemos sangre semita. De ese fermento malsano,
complicado con nuestra pobreza, nuestra ignorancia y nuestra vanidad,
vienen todos los males.
--<2D>Y esas mujeres son enga<67>adas de verdad por sus novios?--pregunt<6E>
Lul<EFBFBD>, a quien preocupaba m<>s el aspecto individual que el social.
--No; en general no. Son mujeres que no quieren trabajar; mejor
dicho, que no pueden trabajar. Todo se desarrolla en una perfecta
inconsciencia. Claro que nada de esto tiene el aire sentimental y
tr<EFBFBD>gico que se le supone. Es una cosa brutal, imb<6D>cil, puramente
econ<EFBFBD>mica, sin ning<6E>n aspecto novelesco. Lo <20>nico grande, fuerte,
terrible, es que a todas estas mujeres les queda una idea de la honra
como algo formidable suspendido sobre sus cabezas. Una mujer ligera
de otro pa<70>s, al pensar en su juventud seguramente, dir<69>: Entonces yo
era joven, bonita, sana. Aqu<71> dicen: Entonces no estaba deshonrada.
Somos una raza de fan<61>ticos, y el fanatismo de la honra es de los m<>s
fuertes. Hemos fabricado <20>dolos que ahora nos mortifican.
--<2D>Y eso no se pod<6F>a suprimir?--dijo Lul<75>.
--<2D>El qu<71>?
--El que haya esas casas.
--<2D>C<EFBFBD>mo se va a impedir! Preg<65>ntele usted al se<73>or obispo de Trebisonda
o al director de la Academia de Ciencias Morales y Pol<6F>ticas, o a la
presidenta de la trata de blancas, y le dir<69>n: Ah, es un mal necesario.
Hija m<>a, hay que tener humildad. No debemos tener el orgullo de creer
que sabemos m<>s que los antiguos... Mi t<>o Iturrioz, en el fondo, est<73>
en lo cierto cuando dice riendo que el que las ara<72>as se coman a las
moscas no indica m<>s que la perfecci<63>n de la naturaleza.
Lul<EFBFBD> miraba con pena a Andr<64>s cuando hablaba con tanta amargura.
--Deb<65>a usted dejar ese destino--le dec<65>a.
--S<>; al fin lo tendr<64> que dejar.
VIII
LA MUERTE DE VILLAS<41>S
CON pretexto de estar enfermo, Andr<64>s abandon<6F> el empleo, y por
influencia de Julio Aracil le hicieron m<>dico de La Esperanza, Sociedad
para la asistencia facultativa de gente pobre.
No ten<65>a en este nuevo cargo tantos motivos para sus indignaciones
<EFBFBD>ticas, pero, en cambio, la fatiga era terrible; hab<61>a que hacer
treinta y cuarenta visitas al d<>a en los barrios m<>s lejanos; subir
escaleras y escaleras, entrar en tugurios infames...
En verano sobre todo, Andr<64>s quedaba reventado. Aquella gente de las
casas de vecindad, miserable, sucia, exasperada por el calor, se
hallaba siempre dispuesta a la c<>lera. El padre o la madre que ve<76>a
que el ni<6E>o se le mor<6F>a, necesitaba descargar en alguien su dolor, y
lo descargaba en el m<>dico. Andr<64>s algunas veces o<>a con calma las
reconvenciones, pero otras veces se encolerizaba y les dec<65>a la verdad:
que eran unos miserables y unos cerdos; que no se levantar<61>an nunca de
su postraci<63>n por su incuria y su abandono.
Iturrioz ten<65>a raz<61>n: la naturaleza, no s<>lo hac<61>a el esclavo, sino que
le daba el esp<73>ritu de la esclavitud.
Andr<EFBFBD>s hab<61>a podido comprobar en Alcolea como en Madrid que, a medida
que el individuo sube, los medios que tiene de burlar las leyes comunes
se hacen mayores. Andr<64>s pudo evidenciar que la fuerza de la ley
disminuye proporcionalmente al aumento de medios del triunfador. La
ley es siempre m<>s dura con el d<>bil. Autom<6F>ticamente pesa sobre el
miserable. Es l<>gico que el miserable por instinto odie la ley.
Aquellos desdichados no comprend<6E>an todav<61>a que la solidaridad del
pobre pod<6F>a acabar con el rico, y no sab<61>an m<>s que lamentarse
est<EFBFBD>rilmente de su estado.
La c<>lera y la irritaci<63>n se hab<61>an hecho cr<63>nicas en Andr<64>s; el calor,
el andar al sol le produc<75>an una sed constante que le obligaba a beber
cerveza y cosas fr<66>as que le estragaban el est<73>mago.
Ideas absurdas de destrucci<63>n le pasaban por la cabeza. Los domingos,
sobre todo cuando cruzaba entre la gente a la vuelta de los toros,
pensaba en el placer que ser<65>a para <20>l poner en cada bocacalle una
media docena de ametralladoras, y no dejar uno de los que volv<6C>an de la
est<EFBFBD>pida y sangrienta fiesta.
Toda aquella sucia morralla de chulos eran los que vociferaban en los
caf<EFBFBD>s antes de la guerra, los que soltaron baladronadas y bravatas para
luego quedarse en sus casas tan tranquilos. La moral del espectador
de corrida de toros se hab<61>a revelado en ellos; la moral del cobarde
que exige valor en otro, en el soldado en el campo de batalla, en
el histri<72>n, o en el torero en el circo. A aquella turba de bestias
crueles y sanguinarias, est<73>pidas y petulantes, le hubiera impuesto
Hurtado el respeto al dolor ajeno por la fuerza.
El oasis de Andr<64>s era la tienda de Lul<75>. All<6C>, en la obscuridad y a la
fresca, se sentaba y hablaba.
Lul<EFBFBD> mientras tanto, cos<6F>a, y, si llegaba alguna compradora, despachaba.
Algunas noches Andr<64>s acompa<70><61> a Lul<75> y a su madre al paseo de Rosales.
Lul<EFBFBD> y Andr<64>s se sentaban juntos, y hablaban contemplando la hondonada
negra que se extend<6E>a ante ellos.
Lul<EFBFBD> miraba aquella l<>neas de luces interrumpidas de las carreteras
y de los arrabales, y fantaseaba suponiendo que hab<61>a un mar con sus
islas, y que se pod<6F>a andar en lancha por encima de estas sombras
confusas.
Despu<EFBFBD>s de charlar largo rato volv<6C>an en el tranv<6E>a, y en la glorieta
de San Bernardo se desped<65>an estrech<63>ndose la mano.
Quitando estas horas de paz y de tranquilidad, todas las dem<65>s eran
para Andr<64>s de disgusto y de molestia...
Un d<>a, al visitar una guardilla de barrios bajos, al pasar por el
corredor de una casa de vecindad, una mujer vieja, con un ni<6E>o en
brazos, se le acerc<72> y le dijo si quer<65>a pasar a ver un enfermo.
Andr<EFBFBD>s no se negaba nunca a esto, y entr<74> en el otro tabuco. Un hombre
demacrado, fam<61>lico, sentado en un camastro, cantaba y recitaba versos.
De cuando en cuando se levantaba en camisa, e iba de un lado a otro
tropezando con dos o tres cajones que hab<61>a en el suelo.
--<2D>Qu<51> tiene este hombre?--pregunt<6E> Andr<64>s a la mujer.
--Est<73> ciego y ahora parece que se ha vuelto loco.
--<2D>No tiene familia?
--Una hermana m<>a y yo; somos hijas suyas.
--Pues por este hombre no se puede hacer nada--dijo Andr<64>s--. Lo <20>nico
ser<EFBFBD>a llevarlo al hospital o a un manicomio. Ya mandar<61> una nota al
director del hospital. <20>C<EFBFBD>mo se llama el enfermo?
--Villas<61>s, Rafael Villas<61>s.
--<2D>Este es un se<73>or que hac<61>a dramas?
--S<>.
Andr<EFBFBD>s lo record<72> en aquel momento. Hab<61>a envejecido en diez o doce
a<EFBFBD>os de una manera asombrosa; pero a<>n la hija hab<61>a envejecido m<>s.
Ten<EFBFBD>a un aire de insensibilidad y de estupor, que s<>lo un aluvi<76>n de
miserias puede dar a una criatura humana.
Andr<EFBFBD>s se fu<66> de la casa pensativo.
--<2D>Pobre, hombre!--se dijo--. <20>Qu<51> desdichado! <20>Este pobre diablo,
empe<EFBFBD>ado en desafiar a la riqueza, es extraordinario! <20>Qu<51> caso de
hero<EFBFBD>smo m<>s c<>mico! Y quiz<69> si pudiera discurrir pensar<61>a que ha hecho
bien; que la situaci<63>n lamentable en que se encuentra es un timbre de
gloria de su bohemia. <20>Pobre imb<6D>cil!
Siete u ocho d<>as despu<70>s, al volver a visitar al ni<6E>o enfermo, que
hab<EFBFBD>a reca<63>do, le dijeron que el vecino de la guardilla, Villas<61>s,
hab<EFBFBD>a muerto.
Los inquilinos de los cuartuchos le contaron que el poeta loco,
como le llamaban en la casa, hab<61>a pasado tres d<>as con tres noches
vociferando, desafiando a sus enemigos literarios, riendo a carcajadas.
Andr<EFBFBD>s entr<74> a ver al muerto. Estaba tendido en el suelo, envuelto en
una s<>bana. La hija, indiferente, se manten<65>a acurrucada en un rinc<6E>n.
Unos cuantos desharrapados, entre ellos uno melenudo, rodeaban el
cad<EFBFBD>ver.
--<2D>Es usted el m<>dico?--le pregunt<6E> uno de ellos a Andr<64>s, con
impertinencia.
--S<>; soy m<>dico.
--Pues reconozca usted el cuerpo, porque creemos que Villas<61>s no est<73>
muerto. Esto es un caso de catalepsia.
--No digan ustedes necedades--dijo Andr<64>s.
Todos aquellos desharrapados que deb<65>an ser bohemios, amigos de
Villas<EFBFBD>s, hab<61>an hecho horrores con el cad<61>ver: le hab<61>an quemado los
dedos con f<>sforos para ver si ten<65>a sensibilidad. Ni aun despu<70>s de
muerto, al pobre diablo lo dejaban en paz.
Andr<EFBFBD>s, a pesar de que ten<65>a el convencimiento de que no hab<61>a tal
catalepsia, sac<61> el estetoscopio y auscult<6C> al cad<61>ver en la zona del
coraz<EFBFBD>n.
--Est<73> muerto--dijo.
En esto entr<74> un viejo de melena blanca y barba tambi<62>n blanca,
cojeando, apoyado en un bast<73>n. Ven<65>a borracho completamente. Se acerc<72>
al cad<61>ver de Villas<61>s, y con una voz melodram<61>tica grit<69>:
--<2D>Adi<64>s, Rafael! <20>T<EFBFBD> eras un poeta! <20>T<EFBFBD> eras un genio! <20>As<41> morir<69> yo
tambi<EFBFBD>n! <20>En la miseria!, porque soy un bohemio y no vender<65> nunca mi
conciencia. No.
Los desharrapados se miraban unos a otros como satisfechos del giro que
tomaba la escena.
Segu<EFBFBD>a desvariando el viejo de las melenas, cuando se present<6E> el mozo
del coche f<>nebre, con el sombrero de copa echado a un lado, el l<>tigo
en la mano derecha y la colilla en los labios.
--Bueno--dijo hablando en chulo, ense<73>ando los dientes negros--. <20>Se va
a bajar el cad<61>ver o no? Porque yo no puedo esperar aqu<71>; que hay que
llevar otros muertos al Este.
Uno de los desharrapados, que ten<65>a un cuello postizo, bastante sucio,
que le sal<61>a de la chaqueta, y unos lentes, acerc<72>ndose a Hurtado le
dijo con una afectaci<63>n rid<69>cula:
--Viendo estas cosas, dan ganas de ponerse una bomba de dinamita en el
velo del paladar.
La desesperaci<63>n de este bohemio le pareci<63> a Hurtado demasiado
alambicada para ser sincera, y dejando a toda esta turba de
desharrapados en la guardilla, sali<6C> de la casa.
IX
AMOR, TEOR<4F>A Y PR<50>CTICA
ANDR<EFBFBD>S divagaba, lo que era su gran placer, en la tienda de Lul<75>. Ella
le o<>a sonriente, haciendo de cuando en cuando alguna objeci<63>n. Le
llamaba siempre en burla don Andr<64>s.
--Tengo una peque<75>a teor<6F>a acerca del amor--le dijo un d<>a <20>l.
--Acerca del amor deb<65>a usted tener una teor<6F>a grande--repuso
burlonamente Lul<75>.
--Pues no la tengo. He encontrado que en el amor, como en la medicina
de hace ochenta a<>os, hay dos procedimientos: la alopat<61>a y la
homeopat<EFBFBD>a.
--Expl<70>quese usted claro, don Andr<64>s--replic<69> ella con severidad.
--Me explicar<61>. La alopat<61>a amorosa est<73> basada en la neutralizaci<63>n.
Los contrarios se curan con los contrarios. Por este principio, el
hombre peque<75>o busca mujer grande, el rubio, mujer morena, y el moreno,
rubia. Este procedimiento es el procedimiento de los t<>midos, que
desconf<EFBFBD>an de s<> mismos... El otro procedimiento...
--Vamos a ver el otro procedimiento.
--El otro procedimiento es el homeop<6F>tico. Los semejantes se curan con
los semejantes. Este es el sistema de los satisfechos de su f<>sico.
El moreno con la morena, el rubio con la rubia. De manera que, si mi
teor<EFBFBD>a es cierta, servir<69> para conocer a la gente.
--<2D>S<EFBFBD>?
--S<>; se ve un hombre gordo, moreno y chato, al lado de una mujer
gorda, morena y chata, pues es un hombre petulante y seguro de s<>
mismo; pero el hombre gordo, moreno y chato tiene una mujer flaca,
rubia y nariguda, es que no tiene confianza en su tipo ni en la forma
de su nariz.
--De manera que yo, que soy morena y algo chata...
--No; usted no es chata.
--<2D>Algo tampoco?
--No.
--Muchas gracias, don Andr<64>s. Pues bien; yo que soy morena, y creo que
algo chata, aunque usted diga que no, si fuera petulante, me gustar<61>a
ese mozo de la peluquer<65>a de la esquina, y si fuera completamente
humilde, me gustar<61>a el farmac<61>utico, que tiene unas buenas napias.
--Usted no es un caso normal.
--<2D>No?
--No.
--<2D>Pues qu<71> soy?
--Un caso de estudio.
--Yo ser<65> un caso de estudio; pero nadie me quiere estudiar.
--<2D>Quiere usted que la estudie yo, Lul<75>?
Ella contempl<70> durante un momento a Andr<64>s, con una mirada enigm<67>tica,
y luego se ech<63> a reir.
--Y usted, don Andr<64>s, que es un sabio, que ha encontrado esas teor<6F>as
sobre el amor, <20>qu<71> es eso del amor?
--<2D>El amor?
--S<>.
--Pues el amor, y le voy a parecer a usted un pedante, es la
confluencia del instinto fetichista y del instinto sexual.
--No comprendo.
--Ahora viene la explicaci<63>n. El instinto sexual empuja el hombre a la
mujer y la mujer al hombre, indistintamente; pero el hombre que tiene
un poder de fantasear, dice: esa mujer, y la mujer dice: ese hombre.
Aqu<EFBFBD> empieza el instinto fetichista; sobre el cuerpo de la persona
elegida porque s<>, se forja otro m<>s hermoso y se le adorna y se le
embellece, y se convence uno de que el <20>dolo forjado por la imaginaci<63>n
es la misma verdad. Un hombre que ama a una mujer la ve en su interior
deformada, y la mujer que quiere al hombre le pasa lo mismo, lo
deforma. A trav<61>s de una nube brillante y falsa, se ven los amantes el
uno al otro, y en la obscuridad r<>e el antiguo diablo, que no es m<>s
que la especie.
--<2D>La especie! <20>Y qu<71> tiene que ver ah<61> la especie?
--El instinto de la especie es la voluntad de tener hijos, de tener
descendencia. La principal idea de la mujer es el hijo. La mujer
instintivamente quiere primero el hijo; pero la naturaleza necesita
vestir este deseo con otra forma m<>s po<70>tica, m<>s sugestiva, y crea
esas mentiras, esos velos que constituyen el amor.
--<2D>De manera que el amor en el fondo es un enga<67>o?
--S<>; es un enga<67>o como la misma vida; por eso alguno ha dicho, con
raz<EFBFBD>n: una mujer es tan buena como otra y a veces m<>s; lo mismo se
puede decir del hombre: un hombre es tan bueno como otro y a veces m<>s.
--Eso ser<65> para la persona que no quiere.
--Claro, para el que no est<73> ilusionado, enga<67>ado... Por eso sucede que
los matrimonios de amor producen m<>s dolores y desilusiones que los de
conveniencia.
--<2D>De verdad cree usted eso?
--S<>.
--<2D>Y a usted qu<71> le parece que vale m<>s, enga<67>arse y sufrir o no
enga<EFBFBD>arse nunca?
--No s<>. Es dif<69>cil saberlo. Creo que no puede haber una regla general.
Estas conversaciones les entreten<65>an.
Una ma<6D>ana, Andr<64>s se encontr<74> en la tienda con un militar joven
hablando con Lul<75>. Durante varios d<>as lo sigui<75> viendo. No quiso
preguntar qui<75>n era, y s<>lo cuando lo dej<65> de ver se enter<65> de que era
primo de Lul<75>.
En este tiempo Andr<64>s empez<65> a creer que Lul<75> estaba displicente con
<EFBFBD>l. Quiz<69> pensaba en el militar.
Andr<EFBFBD>s quiso perder la costumbre de ir a la tienda de confecciones,
pero no pudo. Era el <20>nico sitio agradable donde se encontraba bien...
Un d<>a de oto<74>o, por la ma<6D>ana, fu<66> a pasear por la Moncloa. Sent<6E>a esa
melancol<EFBFBD>a, un poco rid<69>cula, del solter<65>n. Un vago sentimentalismo
anegaba su esp<73>ritu al contemplar el campo, el cielo puro y sin nubes,
el Guadarrama azul como una turquesa.
Pens<EFBFBD> en Lul<75>, y decidi<64> ir a verla. Era su <20>nica amiga. Volvi<76> hacia
Madrid, hasta la calle del Pez, y entr<74> en la tiendecita.
Estaba Lul<75> sola, limpiando con el plumero los armarios. Andr<64>s se
sent<EFBFBD> en su sitio.
--Est<73> usted muy bien hoy, muy guapa--dijo de pronto Andr<64>s.
--<2D>Qu<51> hierba ha pisado usted, don Andr<64>s, para estar tan amable?
--Verdad. Est<73> usted muy bien. Desde que est<73> usted aqu<71> se va usted
humanizando. Antes ten<65>a usted una expresi<73>n muy sat<61>rica, muy burlona,
pero ahora no; se le va poniendo a usted una cara m<>s dulce. Yo creo
que de tratar as<61> con las madres que vienen a comprar gorritos para sus
hijos se le va poniendo a usted una cara maternal.
--Y, ya ve usted, es triste hacer siempre gorritos para los hijos de
los dem<65>s.
--Qu<51> <20>querr<72>a usted m<>s que fueran para sus hijos?
--Si pudiera ser, <20>por qu<71> no? Pero yo no tendr<64> hijos nunca. <20>Qui<75>n me
va a querer a m<>?
--El farmac<61>utico del caf<61>, el teniente... puede usted ech<63>rselas de
modesta, y anda usted haciendo conquistas...
--<2D>Yo?
--Usted, s<>.
Lul<EFBFBD> sigui<75> limpiando los estantes con el plumero.
--<2D>Me tiene usted odio, Lul<75>?--dijo Hurtado.
--S<>; porque me dice tonter<65>as.
--Deme usted la mano.
--<2D>La mano?
--S<>.
--Ahora si<73>ntese usted a mi lado.
--<2D>A su lado de usted?
--S<>.
--Ahora m<>reme usted a los ojos. Lealmente.
--Ya le miro a los ojos. <20>Hay m<>s que hacer?
--<2D>Usted cree que no la quiero a usted, Lul<75>?
--S<>..., un poco..., ve usted que no soy una mala muchacha..., pero
nada m<>s.
--<2D>Y si hubiera algo m<>s? Si yo la quisiera a usted con cari<72>o, con
amor, <20>qu<71> me contestar<61>a usted?
--No; no es verdad. Usted no me quiere. No me diga usted eso.
--S<>, s<>; es verdad--y acercando la cabeza de Lul<75> a <20>l, la bes<65> en la
boca.
Lul<EFBFBD> enrojeci<63> violentamente, luego palideci<63> y se tap<61> la cara con las
manos.
--Lul<75>, Lul<75>--dijo Andr<64>s--. <20>Es que la he ofendido a usted?
Lul<EFBFBD> se levant<6E> y pase<73> un momento por la tienda, sonriendo.
--Ve usted, Andr<64>s; esa locura, ese enga<67>o que dice usted que es el
amor, lo he sentido yo por usted desde que le vi.
--<2D>De verdad?
--S<>, de verdad.
--<2D>Y yo ciego?
--S<>; ciego, completamente ciego.
Andr<EFBFBD>s tom<6F> la mano de Lul<75> entre las suyas y las llev<65> a sus labios.
Hablaron los dos largo rato, hasta que se oy<6F> la voz de do<64>a Leonarda.
--Me voy--dijo Andr<64>s, levant<6E>ndose.
--Adi<64>s--exclam<61> ella, estrech<63>ndose contra <20>l--. Y ya no me dejes m<>s,
Andr<EFBFBD>s. Donde t<> vayas, ll<6C>vame.
S<>PTIMA PARTE
La experiencia del hijo.
I
EL DERECHO A LA PROLE
UNOS d<>as m<>s tarde Andr<64>s se presentaba en casa de su t<>o.
Gradualmente llev<65> la conversaci<63>n a tratar de cuestiones
matrimoniales, y despu<70>s dijo:
--Tengo un caso de conciencia.
--<2D>Hombre!
--S<>. Fig<69>rese usted que un se<73>or a quien visito, todav<61>a joven, pero
hombre artr<74>tico, nervioso, tiene una novia, antigua amiga suya, d<>bil
y algo hist<73>rica. Y este se<73>or me pregunta: <20>Usted cree que me puedo
casar? Y yo no s<> qu<71> contestarle.
--Yo le dir<69>a que no--contest<73> Iturrioz--. Ahora, que <20>l hiciera
despu<EFBFBD>s lo que quisiera.
--Pero hay que darle una raz<61>n.
--<2D>Qu<51> m<>s raz<61>n! <20>l es casi un enfermo, ella tambi<62>n, <20>l vacila...
basta; que no se case.
--No, eso no basta.
--Para m<> s<>; yo pienso en el hijo; yo no creo, como Calder<65>n, que
el delito mayor del hombre sea el haber nacido. Esto me parece una
tonter<EFBFBD>a po<70>tica. El delito mayor del hombre es hacer nacer.
--<2D>Siempre? <20>Sin excepci<63>n?
--No. Para m<> el criterio es <20>ste: Se tienen hijos sanos a quienes se
les da un hogar, protecci<63>n, educaci<63>n, cuidados... podemos otorgar
la absoluci<63>n a los padres; se tienen hijos enfermos, tuberculosos,
sifil<EFBFBD>ticos, neurast<73>nicos, consideremos criminales a los padres.
--<2D>Pero eso se puede saber con anterioridad?
--S<>, yo creo que s<>.
--No lo veo tan f<>cil.
--F<>cil no es; pero s<>lo el peligro, s<>lo la posibilidad de engendrar
una prole enfermiza, deb<65>a bastar al hombre para no tenerla. El
perpetuar el dolor en el mundo me parece un crimen.
--<2D>Pero puede saber nadie c<>mo ser<65> su descendencia? Ah<41> tengo yo un
amigo enfermo, estropeado, que ha tenido hace poco una ni<6E>a sana,
fort<EFBFBD>sima.
--Eso es muy posible. Es frecuente que un hombre robusto tenga hijos
raqu<EFBFBD>ticos, y al contrario; pero no importa. La <20>nica garant<6E>a de la
prole es la robustez de los padres.
--Me choca en un anti-intelectualista como usted esa actitud tan de
intelectual--dijo Andr<64>s.
--A m<> tambi<62>n me choca en un intelectual como t<> esa actitud de hombre
de mundo. Yo te confieso, para m<> nada tan repugnante como esa bestia
prol<EFBFBD>fica, que entre vapores de alcohol va engendrando hijos que hay
que llevar al cementerio o que si no, van a engrosar los ej<65>rcitos
del presidio y de la prostituci<63>n. Yo tengo verdadero odio a esa
gente sin conciencia, que llena de carne enferma y podrida la tierra.
Recuerdo una criada de mi casa; se cas<61> con un idiota borracho, que no
pod<EFBFBD>a sostenerse a s<> mismo porque no sab<61>a trabajar. Ella y <20>l eran
c<EFBFBD>mplices de chiquillos enfermizos y tristes, que viv<69>an entre harapos,
y aquel idiota ven<65>a a pedirme dinero creyendo que era un m<>rito ser
padre de su abundante y repulsiva prole. La mujer, sin dientes, con el
vientre constantemente abultado, ten<65>a una indiferencia de animal para
los embarazos, los partos y las muertes de los ni<6E>os. <20>Se ha muerto
uno? Pues se hace otro--dec<65>a c<>nicamente. No, no debe ser l<>cito
engendrar seres que vivan en el dolor.
--Yo creo lo mismo.
--La fecundidad no puede ser un ideal social. No se necesita cantidad
sino calidad. Que los patriotas y los revolucionarios canten al bruto
prol<EFBFBD>fico, para m<> siempre ser<65> un animal odioso.
--Todo eso est<73> bien--murmur<75> Andr<64>s--; pero no resuelve mi problema.
<EFBFBD>Qu<EFBFBD> le digo yo a ese hombre?
--Yo le dir<69>a: C<>sese usted si quiere; pero no tenga usted hijos.
Esterilice usted su matrimonio.
--Es decir, que nuestra moral acaba por ser inmoral. Si Tolstoi le
oyera, le dir<69>a: Es usted un canalla de la facultad.
--<2D>Bah! Tolstoi es un ap<61>stol y los ap<61>stoles dicen las verdades suyas,
que, generalmente, son tonter<65>as para los dem<65>s. Yo a ese amigo tuyo
le hablar<61>a claramente; le dir<69>a: <20>Es usted un hombre ego<67>sta, un poco
cruel, fuerte, sano, resistente para el dolor propio e incomprensivo
para los padecimientos ajenos? <20>S<EFBFBD>? Pues c<>sese usted, tenga usted
hijos: ser<65> usted un buen padre de familia... Pero si es usted un
hombre impresionable, nervioso, que siente demasiado el dolor, entonces
no se case usted, y, si se casa, no tenga hijos.
Andr<EFBFBD>s sali<6C> de la azotea aturdido. Por la tarde escribi<62> a Iturrioz
una carta dici<63>ndole que el artr<74>tico que se casaba era <20>l.
II
LA VIDA NUEVA
A Hurtado no le preocupaban gran cosa las cuestiones de forma, y no
tuvo ning<6E>n inconveniente en casarse en la iglesia, como quer<65>a do<64>a
Leonarda. Antes de casarse llev<65> a Lul<75> a ver a su t<>o Iturrioz y
simpatizaron.
Ella le dijo a Iturrioz:
--A ver si encuentra usted para Andr<64>s alg<6C>n trabajo en que tenga que
salir poco de casa, porque haciendo visitas est<73> siempre de un humor
mal<EFBFBD>simo.
Iturrioz encontr<74> el trabajo, que consist<73>a en traducir art<72>culos y
libros para una revista m<>dica que publicaba al mismo tiempo obras
nuevas de especialidades.
--Ahora te dar<61>n dos o tres libros en franc<6E>s para traducir--le dijo
Iturrioz--; pero vete aprendiendo el ingl<67>s, porque dentro de unos
meses te encargar<61>n alguna traducci<63>n en este idioma y entonces, si
necesitas, te ayudar<61> yo.
--Muy bien. Se lo agradezco a usted mucho.
Andr<EFBFBD>s dej<65> su cargo en la Sociedad La Esperanza. Estaba dese<73>ndolo;
tom<EFBFBD> una casa en el barrio de Pozas, no muy lejos de la tienda de Lul<75>.
Andr<EFBFBD>s pidi<64> al casero que de los tres cuartos que daban a la calle le
hiciera uno, y que no le empapelara el local que quedase despu<70>s, sino
que lo pintara de un color cualquiera.
Este cuarto ser<65>a la alcoba, el despacho, el comedor para el
matrimonio. La vida en com<6F>n la har<61>an constantemente all<6C>.
--La gente hubiera puesto aqu<71> la sala y el gabinete y despu<70>s se
hubieran ido a dormir al sitio peor de la casa--dec<65>a Andr<64>s.
Lul<EFBFBD> miraba estas disposiciones higi<67>nicas como fantas<61>as, chifladuras;
ten<EFBFBD>a una palabra especial para designar las extravagancias de su
marido.
--<2D>Qu<51> hombre m<>s ide<64>tico!--dec<65>a.
Andr<EFBFBD>s pidi<64> prestado a Iturrioz alg<6C>n dinero para comprar muebles.
--<2D>Cu<43>nto necesitas?--le dijo el t<>o.
--Poco; quiero muebles que indiquen pobreza; no pienso recibir a nadie.
Al principio do<64>a Leonarda quiso ir a vivir con Lul<75> y con Andr<64>s; pero
<EFBFBD>ste se opuso.
--No, no--dijo Andr<64>s--; que vaya con tu hermana y con don Prudencio.
Estar<EFBFBD> mejor.
--<2D>Qu<51> hip<69>crita! Lo que sucede es que no la quieres a mam<61>.
--Ah, claro. Nuestra casa ha de tener una temperatura distinta a la
de la calle. La suegra ser<65>a una corriente de aire fr<66>o. Que no entre
nadie, ni de tu familia ni de la m<>a.
--<2D>Pobre mam<61>! <20>Qu<51> idea tienes de ella!--dec<65>a riendo Lul<75>.
--No; es que no tenemos el mismo concepto de las cosas; ella cree que
se debe vivir para fuera y yo no.
Lul<EFBFBD>, despu<70>s de vacilar un poco, se entendi<64> con su antigua amiga y
vecina la Venancia y la llev<65> a su casa. Era una vieja muy fiel, que
ten<EFBFBD>a cari<72>o a Andr<64>s y a Lul<75>.
--Si le preguntan por m<>--le dec<65>a Andr<64>s--diga usted siempre que no
estoy.
--Bueno, se<73>orito.
Andr<EFBFBD>s estaba dispuesto a cumplir bien en su nueva ocupaci<63>n de
traductor.
Aquel cuarto aireado, claro, donde entraba el sol, en donde ten<65>a sus
libros, sus papeles, le daba ganas de trabajar.
Ya no sent<6E>a la impresi<73>n de animal acosado, que hab<61>a sido en <20>l
habitual. Por la ma<6D>ana tomaba un ba<62>o y luego se pon<6F>a a traducir.
Lul<EFBFBD> volv<6C>a de la tienda y la Venancia les serv<72>a la comida.
--Coma usted con nosotros--le dec<65>a Andr<64>s.
--No, no.
Hubiera sido imposible convencer a la vieja de que se pod<6F>a sentar a la
mesa con sus amos.
Despu<EFBFBD>s de comer, Andr<64>s acompa<70>aba a Lul<75> a la tienda y luego volv<6C>a
a trabajar en su cuarto.
Varias veces le dijo a Lul<75> que ya ten<65>an bastante para vivir con lo
que ganaba <20>l, que pod<6F>an dejar la tienda; pero ella no quer<65>a.
--<2D>Qui<75>n sabe lo que puede ocurrir?--dec<65>a Lul<75>--; hay que ahorrar, hay
que estar prevenidos por si acaso.
De noche a<>n quer<65>a Lul<75> trabajar algo en la m<>quina; pero Andr<64>s no se
lo permit<69>a.
Andr<EFBFBD>s estaba cada vez m<>s encantado de su mujer, de su vida y de
su casa. Ahora le asombraba c<>mo no hab<61>a notado antes aquellas
condiciones de arreglo, de orden y de econom<6F>a de Lul<75>.
Cada vez trabajaba con m<>s gusto. Aquel cuarto grande le daba la
impresi<EFBFBD>n de no estar en una casa con vecinos y gente fastidiosa, sino
en el campo, en alg<6C>n sitio lejano.
Andr<EFBFBD>s hac<61>a sus trabajos con gran cuidado y calma. En la redacci<63>n de
la revista le hab<61>an prestado varios diccionarios cient<6E>ficos modernos
e Iturrioz le dej<65> dos o tres de idiomas, que le serv<72>an mucho.
Al cabo de alg<6C>n tiempo, no s<>lo ten<65>a que hacer traducciones, sino
estudios originales, casi siempre sobre datos y experiencias obtenidos
por investigadores extranjeros.
Muchas veces se acordaba de lo que dec<65>a Ferm<72>n Ibarra; de los
descubrimientos f<>ciles que se desprenden de los hechos anteriores
sin esfuerzo. <20>Por qu<71> no hab<61>a experimentadores en Espa<70>a, cuando la
experimentaci<EFBFBD>n para dar fruto no exig<69>a m<>s que dedicarse a ella?
Sin duda faltaban laboratorios, talleres para seguir el proceso
evolutivo de una rama de la ciencia; sobraba tambi<62>n un poco de sol,
un poco de ignorancia y bastante de la protecci<63>n del Santo Padre que,
generalmente, es muy <20>til para el alma, pero muy perjudicial para la
ciencia y para la industria.
Estas ideas, que hac<61>a tiempo le hubieran producido indignaci<63>n y
c<EFBFBD>lera, ya no le exasperaban.
Andr<EFBFBD>s se encontraba tan bien, que sent<6E>a temores. <20>Pod<6F>a durar esta
vida tranquila? <20>Habr<62>a llegado a fuerza de ensayos a una existencia,
no s<>lo soportable, sino agradable y sensata?
Su pesimismo le hac<61>a pensar que la calma no iba a ser duradera.
--Algo va a venir el mejor d<>a--pensaba--que va a descomponer este
bello equilibrio.
Muchas veces se le figuraba que en su vida hab<61>a una ventana abierta a
un abismo. Asom<6F>ndose a ella, el v<>rtigo y el horror se apoderaban de
su alma.
Por cualquier cosa, con cualquier motivo, tem<65>a que este abismo se
abriera de nuevo a sus pies.
Para Andr<64>s todos los allegados eran enemigos; realmente la suegra,
Nin<EFBFBD>, su marido, los vecinos, la portera, miraban el estado feliz del
matrimonio, como algo ofensivo para ellos.
--No hagas caso de lo que te digan--recomendaba Andr<64>s a su mujer--.
Un estado de tranquilidad como el nuestro es una injuria para toda
esa gente que vive en una perpetua tragedia de celos, de envidias, de
tonter<EFBFBD>as. Ten en cuenta que han de querer envenenarnos.
--Lo tendr<64> en cuenta--replicaba Lul<75>, que se burlaba de la grave
recomendaci<EFBFBD>n de su marido.
Nin<EFBFBD>, algunos domingos, por la tarde, invitaba a su hermana a ir al
teatro.
--<2D>Andr<64>s, no quiere venir?--preguntaba Nin<69>.
--No. Est<73> trabajando.
--Tu marido es un erizo.
--Bueno; dejadle.
Al volver Lul<75> por la noche contaba a su marido lo que hab<61>a visto.
Andr<EFBFBD>s hac<61>a alguna reflexi<78>n filos<6F>fica que a Lul<75> le parec<65>a muy
c<EFBFBD>mica, cenaban y despu<70>s de cenar paseaban los dos un momento.
El verano, sal<61>an casi todos los d<>as al anochecer. Al concluir
su trabajo, Andr<64>s iba a buscar a Lul<75> a la tienda, dejaban en el
mostrador a la muchacha y se marchaban a corretear por el Canalillo o
la Dehesa de Amaniel.
Otras noches entraban en los cinemat<61>grafos de Chamber<65>, y Andr<64>s o<>a
entretenido los comentarios de Lul<75>, que ten<65>an esa gracia madrile<6C>a
ingenua y despierta que no se parece en nada a las groser<65>as est<73>pidas
y amaneradas de los especialistas en madrile<6C>ismo.
Lul<EFBFBD> le produc<75>a a Andr<64>s grandes sorpresas; jam<61>s hubiera supuesto que
aquella muchacha, tan atrevida al parecer, fuera <20>ntimamente de una
timidez tan completa.
Lul<EFBFBD> ten<65>a una idea absurda de su marido, lo consideraba como un
portento.
Una noche que se les hizo tarde, al volver del Canalillo, se
encontraron en un callej<65>n sombr<62>o, que hay cerca del abandonado
cementerio de la Patriarcal, con dos hombres de mal aspecto. Estaba
ya obscuro; un farol medio ca<63>do, sujeto en la tapia del camposanto,
iluminaba el camino, negro por el polvo del carb<72>n y abierto entre dos
tapias. Uno de los hombres se les acerc<72> a pedirles limosna de una
manera un tanto sospechosa. Andr<64>s contest<73> que no ten<65>a un cuarto y
sac<EFBFBD> la llave de casa del bolsillo, que brill<6C> como si fuera el ca<63><61>n
de un rev<65>lver.
Los dos hombres no se atrevieron a atacarles, y Lul<75> y Andr<64>s pudieron
llegar a la calle de San Bernardo sin el menor tropiezo.
--<2D>Has tenido miedo, Lul<75>?--le pregunt<6E> Andr<64>s.
--S<>; pero no mucho. Como iba contigo...
--Qu<51> espejismo--pens<6E> <20>l--, mi mujer cree que soy un H<>rcules.
Todos los conocidos de Lul<75> y de Andr<64>s se maravillaban de la armon<6F>a
del matrimonio.
--Hemos llegado a querernos de verdad--dec<65>a Andr<64>s--, porque no
ten<EFBFBD>amos inter<65>s en mentir.
III
EN PAZ
PASARON muchos meses y la paz del matrimonio no se turb<72>.
Andr<EFBFBD>s estaba desconocido. El m<>todo de vida, el no tener que sufrir
el sol, ni subir escaleras, ni ver miserias, le daba una impresi<73>n de
tranquilidad, de paz.
Explic<EFBFBD>ndose como un fil<69>sofo, hubiera dicho que la sensaci<63>n de
conjunto de su cuerpo, la _cenesthesia_ era en aquel momento pasiva,
tranquila, dulce. Su bienestar f<>sico le preparaba para ese estado
de perfecci<63>n y de equilibrio intelectual, que los epic<69>reos y los
estoicos griegos llamaron _ataraxia_, el para<72>so del que no cree.
Aquel estado de serenidad le daba una gran lucidez y mucho m<>todo en
sus trabajos. Los estudios de s<>ntesis que hizo para la revista m<>dica
tuvieron gran <20>xito. El director le alent<6E> para que siguiera por
aquel camino. No quer<65>a ya que tradujera, sino que hiciera trabajos
originales para todos los n<>meros.
Andr<EFBFBD>s y Lul<75> no ten<65>an nunca la menor ri<72>a; se entend<6E>an muy bien.
S<EFBFBD>lo en cuestiones de higiene y alimentaci<63>n, ella no le hac<61>a mucho
caso a su marido.
--Mira, no comas tanta ensalada--le dec<65>a <20>l.
--<2D>Por qu<71>? Si me gusta.
--S<>; pero no te conviene ese <20>cido. Eres artr<74>tica como yo.
--<2D>Ah, tonter<65>as!
--No son tonter<65>as.
Andr<EFBFBD>s daba todo el dinero que ganaba a su mujer.
--A m<> no me compres nada--le dec<65>a.
--Pero necesitas...
--Yo no. Si quieres comprar, compra algo para la casa o para ti.
Lul<EFBFBD> segu<67>a con la tiendecita; iba y ven<65>a del obrador a su casa, unas
veces de mantilla, otras con un sombrero peque<75>o.
Desde que se hab<61>a casado estaba de mejor aspecto; como andaba m<>s
al aire libre ten<65>a un color sano. Adem<65>s, su aire sat<61>rico se hab<61>a
suavizado, y su expresi<73>n era m<>s dulce.
Varias veces desde el balc<6C>n vi<76> Hurtado que alg<6C>n pollo o alg<6C>n viejo
hab<EFBFBD>an venido hasta casa, siguiendo a su mujer.
--Mira, Lul<75> le dec<65>a--, ten cuidado; te siguen.
--<2D>S<EFBFBD>?
--S<>; la verdad es que te est<73>s poniendo muy guapa. Vas a hacerme
celoso.
--S<>, mucho. T<> ya sabes demasiado c<>mo yo te quiero--replicaba ella--.
Cuando estoy en la tienda, siempre estoy pensando: <20>Qu<51> har<61> aqu<71>l?
--Deja la tienda.
--No, no. <20>Y si tuvi<76>ramos un hijo? Hay que ahorrar.
<EFBFBD>El hijo! Andr<64>s no quer<65>a hablar, ni hacer la menor alusi<73>n a este
punto verdaderamente delicado; le produc<75>a una gran inquietud.
La religi<67>n y la moral vieja gravitan todav<61>a sobre uno--se dec<65>a--; no
puede uno echar fuera completamente el hombre supersticioso que lleva
en la sangre la idea del pecado.
Muchas veces, al pensar en el porvenir, le entraba un gran terror;
sent<EFBFBD>a que aquella ventana sobre el abismo pod<6F>a entreabrirse.
Con frecuencia, marido y mujer iban a visitar a Iturrioz, y <20>ste
tambi<EFBFBD>n a menudo pasaba un rato en el despacho de Andr<64>s.
Un a<>o, pr<70>ximamente, despu<70>s de casados, Lul<75> se puso algo enferma;
estaba distra<72>da, melanc<6E>lica, preocupada.
--<2D>Qu<51> le pasa? <20>Qu<51> tiene?--se preguntaba Andr<64>s con inquietud.
Pas<EFBFBD> aquella racha de tristeza, pero al poco tiempo volvi<76> de nuevo con
m<EFBFBD>s fuerza; los ojos de Lul<75> estaban velados, en su rostro se notaban
se<EFBFBD>ales de haber llorado.
Andr<EFBFBD>s, preocupado, hac<61>a esfuerzos para parecer distra<72>do; pero lleg<65>
un momento en que le fu<66> imposible fingir que no se daba cuenta del
estado de su mujer.
Una noche le pregunt<6E> lo que le ocurr<72>a, y ella, abraz<61>ndose a su
cuello, le hizo t<>midamente la confesi<73>n de lo que le pasaba.
Era lo que tem<65>a Andr<64>s. La tristeza de no tener el hijo, la sospecha
de que su marido no quer<65>a tenerlo, hac<61>a llorar a Lul<75> a l<>grima viva,
con el coraz<61>n hinchado por la pena.
<EFBFBD>Qu<EFBFBD> actitud tomar ante un dolor semejante? <20>C<EFBFBD>mo decir a aquella
mujer, que <20>l se consideraba como un producto envenenado y podrido, que
no deb<65>a tener descendencia?
Andr<EFBFBD>s intent<6E> consolarla, explicarse... Era imposible. Lul<75> lloraba,
le abrazaba, le besaba con la cara llena de l<>grimas.
--<2D>Sea lo que sea!--murmur<75> Andr<64>s.
Al levantarse Andr<64>s al d<>a siguiente, ya no ten<65>a la serenidad de
costumbre.
Dos meses m<>s tarde, Lul<75>, con la mirada brillante, le confes<65> a Andr<64>s
que deb<65>a estar embarazada.
El hecho no ten<65>a duda. Ya Andr<64>s viv<69>a en una angustia continua. La
ventana que en su vida se abr<62>a a aquel abismo que le produc<75>a el
v<EFBFBD>rtigo, estaba de nuevo de par en par.
El embarazo produjo en Lul<75> un cambio completo; de burlona y alegre, la
hizo triste y sentimental.
Andr<EFBFBD>s notaba que ya le quer<65>a de otra manera; ten<65>a por <20>l un cari<72>o
celoso e irritado; ya no era aquella simpat<61>a afectuosa y burlona tan
dulce; ahora era un amor animal. La naturaleza recobraba sus derechos.
Andr<EFBFBD>s, de ser un hombre lleno de talento y un poco _ide<64>tico_, hab<61>a
pasado a ser su hombre. Ya en esto, Andr<64>s ve<76>a el principio de la
tragedia. Ella quer<65>a que le acompa<70>ara, le diera el brazo, se sent<6E>a
celosa, supon<6F>a que miraba a las dem<65>s mujeres.
Cuando adelant<6E> el embarazo, Andr<64>s comprob<6F> que el histerismo de su
mujer se acentuaba.
Ella sab<61>a que estos des<65>rdenes nerviosos ten<65>an las mujeres
embarazadas, y no les daba importancia; pero <20>l temblaba.
La madre de Lul<75> comenz<6E> a frecuentar la casa, y como ten<65>a mala
voluntad para Andr<64>s, envenenaba todas las cuestiones.
Uno de los m<>dicos que colaboraba en la revista, un hombre joven, fu<66>
varias veces a ver a Lul<75>.
Seg<EFBFBD>n dec<65>a, se encontraba bien; sus manifestaciones hist<73>ricas no
ten<EFBFBD>an importancia, eran frecuentes en las embarazadas. El que se
encontraba cada vez peor era Andr<64>s.
Su cerebro estaba en una tensi<73>n demasiado grande, y las emociones que
cualquiera pod<6F>a sentir en la vida normal, a <20>l le desequilibraban.
--Ande usted, salga usted--le dec<65>a el m<>dico.
Pero fuera de casa ya no sab<61>a qu<71> hacer.
No pod<6F>a dormir, y despu<70>s de ensayar varios hipn<70>ticos, se decidi<64> a
tomar morfina. La angustia le mataba.
Los <20>nicos momentos agradables de su vida eran cuando se pon<6F>a a
trabajar. Estaba haciendo un estudio sint<6E>tico de las aminas, y
trabajaba con toda su fuerza para olvidarse de sus preocupaciones y
llegar a dar claridad a sus ideas.
IV
TEN<45>A ALGO DE PRECURSOR
CUANDO lleg<65> el embarazo a su t<>rmino, Lul<75> qued<65> con el vientre
excesivamente aumentado.
--A ver si tengo dos--dec<65>a ella riendo.
--No digas esas cosas--murmuraba Andr<64>s exasperado y entristecido.
Cuando Lul<75> crey<65> que el momento se acercaba, Hurtado fu<66> a llamar a un
m<EFBFBD>dico joven, amigo suyo y de Iturrioz, que se dedicaba a partos.
Lul<EFBFBD> estaba muy animada y muy valiente. El m<>dico le hab<61>a aconsejado
que anduviese, y a pesar de que los dolores le hac<61>an encogerse y
apoyarse en los muebles, no cesaba de andar por la habitaci<63>n.
Todo el d<>a lo pas<61> as<61>. El m<>dico dijo que los primeros partos eran
siempre dif<69>ciles; pero Andr<64>s comenzaba a sospechar que aquello no
ten<EFBFBD>a el aspecto de un parto normal.
Por la noche, las fuerzas de Lul<75> comenzaron a ceder. Andr<64>s la
contemplaba con l<>grimas en los ojos.
--Mi pobre Lul<75>, lo que est<73>s sufriendo--la dec<65>a.
--No me importa el dolor--contestaba ella. <20>Si el ni<6E>o viviera!
--Ya vivir<69>, <20>no tenga usted cuidado!--dec<65>a el m<>dico.
--No, no; me da el coraz<61>n que no.
La noche fu<66> terrible. Lul<75> estaba extenuada. Andr<64>s, sentado en una
silla, la contemplaba est<73>pidamente. Ella, a veces, se acercaba a <20>l.
--T<> tambi<62>n est<73>s sufriendo. <20>Pobre!--Y le acariciaba la frente y le
pasaba la mano por la cara.
Andr<EFBFBD>s, presa de una impaciencia mortal, consultaba al m<>dico a cada
momento; no pod<6F>a ser aquello un parto normal; deb<65>a de existir alguna
dificultad; la estrechez de la pelvis, algo.
--Si para la madrugada esto no marcha--dijo el m<>dico--veremos qu<71> se
hace.
De pronto, el m<>dico llam<61> a Hurtado.
--<2D>Qu<51> pasa?--pregunt<6E> <20>ste.
--Prepare usted los f<>rceps inmediatamente:
--<2D>Qu<51> ha ocurrido?
--La procidencia del cord<72>n umbilical. El cord<72>n est<73> comprimido.
Por muy r<>pidamente que el m<>dico introdujo las dos l<>minas del f<>rceps
e hizo la extracci<63>n, el ni<6E>o sali<6C> muerto.
Acababa de morir en aquel instante.
--<2D>Vive?--pregunt<6E> Lul<75> con ansiedad.
Al ver que no le respond<6E>an, comprendi<64> que estaba muerto, y cay<61>
desmayada. Recobr<62> pronto el sentido. No se hab<61>a verificado a<>n el
alumbramiento. La situaci<63>n de Lul<75> era grave; la matriz hab<61>a quedado
sin tonicidad y no arrojaba la placenta.
El m<>dico dej<65> a Lul<75> que descansara. La madre quiso ver el ni<6E>o
muerto. Andr<64>s, al tomar el cuerpecito sobre una s<>bana doblada, sinti<74>
una impresi<73>n de dolor agud<75>simo, y se le llenaron los ojos de l<>grimas.
Lul<EFBFBD> comenz<6E> a llorar amargamente.
--Bueno, bueno--dijo el m<>dico--, basta; ahora hay que tener energ<72>a.
Intent<EFBFBD> provocar la expulsi<73>n de la placenta, por la comprensi<73>n, pero
no lo pudo conseguir. Sin duda estaba adherida. Tuvo que extraerla con
la mano. Inmediatamente despu<70>s, di<64> a la parturiente una inyecci<63>n de
ergotina, pero no pudo evitar que Lul<75> tuviera una hemorragia abundante.
Lul<EFBFBD> qued<65> en un estado de debilidad grande; su organismo no
reaccionaba con la necesaria fuerza.
Durante dos d<>as estuvo en este estado de depresi<73>n. Ten<65>a la seguridad
de que se iba a morir.
--Si siento morirme--le dec<65>a a Andr<64>s--es por ti. <20>Qu<51> vas a hacer t<>,
pobrecito, sin m<>?--y le acariciaba la cara.
Otras veces era el ni<6E>o lo que la preocupaba y dec<65>a:
--Mi pobre hijo. Tan fuerte como era. <20>Por qu<71> se habr<62> muerto, Dios
m<EFBFBD>o?
Andr<EFBFBD>s la miraba con los ojos secos.
En la ma<6D>ana del tercer d<>a, Lul<75> muri<72>. Andr<64>s sali<6C> de la alcoba
extenuado. Estaban en la casa do<64>a Leonarda y Nin<69> con su marido. Ella
parec<EFBFBD>a ya una jamona; <20>l un chulo viejo lleno de alhajas. Andr<64>s entr<74>
en el cuartucho donde dorm<72>a, se puso una inyecci<63>n de morfina, y qued<65>
sumido en un sue<75>o profundo.
Se despert<72> a media noche y salt<6C> de la cama. Se acerc<72> al cad<61>ver de
Lul<EFBFBD>, estuvo contemplando a la muerta largo rato y la bes<65> en la frente
varias veces.
Hab<EFBFBD>a quedado blanca, como si fuera de m<>rmol, con un aspecto de
serenidad y de indiferencia, que a Andr<64>s le sorprendi<64>.
Estaba absorto en su contemplaci<63>n cuando oy<6F> que en el gabinete
hablaban. Reconoci<63> la voz de Iturrioz, y la del m<>dico; hab<61>a otra
voz, pero para <20>l era desconocida.
Hablaban los tres confidencialmente.
--Para m<>--dec<65>a la voz desconocida--esos reconocimientos continuos
que se hacen en los partos, son perjudiciales. Yo no conozco este
caso, pero <20>qui<75>n sabe? quiz<69> esta mujer, en el campo, sin asistencia
ninguna, se hubiera salvado. La naturaleza tiene recursos que nosotros
no conocemos.
--Yo no digo que no--contest<73> el m<>dico que hab<61>a asistido a Lul<75>--; es
muy posible.
--<2D>Es l<>stima!--exclam<61> Iturrioz--<2D>Este muchacho ahora, marchaba tan
bien!
Andr<EFBFBD>s, al oir lo que dec<65>an, sinti<74> que se le traspasaba el alma.
R<EFBFBD>pidamente, volvi<76> a su cuarto y se encerr<72> en <20>l.
* * * * *
Por la ma<6D>ana, a la hora del entierro, los que estaban en la casa,
comenzaron a preguntarse qu<71> hac<61>a Andr<64>s.
--No me choca nada que no se levante--dijo el m<>dico--porque toma
morfina.
--<2D>De veras?--pregunt<6E> Iturrioz.
--S<>.
--Vamos a despertarle entonces--dijo Iturrioz.
Entraron en el cuarto. Tendido en la cama, muy p<>lido, con los labios
blancos, estaba Andr<64>s.
--<2D>Est<73> muerto!--exclam<61> Iturrioz.
Sobre la mesilla de noche se ve<76>a una copa y un frasco de aconitina
cristalizada de Duquesnel.
Andr<EFBFBD>s se hab<61>a envenenado. Sin duda, la rapidez de la intoxicaci<63>n no
le produjo convulsiones ni v<>mitos.
La muerte hab<61>a sobrevenido por par<61>lisis inmediata del coraz<61>n.
--<2D>Ha muerto sin dolor--murmur<75> Iturrioz--. Este muchacho no ten<65>a
fuerza para vivir. Era un epic<69>reo, un arist<73>crata, aunque <20>l no lo
cre<EFBFBD>a.
--Pero hab<61>a en <20>l algo de precursor--murmur<75> el otro m<>dico.
FIN
<20>NDICE
PRIMERA PARTE
LA VIDA DE UN ESTUDIANTE EN MADRID
P<>gs.
I.--Andr<64>s Hurtado comienza la carrera 9
II.--Los estudiantes 16
III.--Andr<64>s Hurtado y su familia 21
IV.--El aislamiento 25
V.--El rinc<6E>n de Andr<64>s 29
VI.--La sala de disecci<63>n 35
VII.--Aracil y Montaner 46
VIII.--Una f<>rmula de la vida 54
IX.--Un rezagado 61
X.--Paso por San Juan de Dios 69
XI.--De alumno interno 75
SEGUNDA PARTE
LAS CARNARIAS
I.--Las Minglanillas 85
II.--Una cachupinada 90
III.--Las moscas 97
IV.--Lul<75> 104
V.--M<>s de Lul<75> 109
VI.--Manolo el Chafand<6E>n 113
VII.--Historia de la Venancia 119
VIII.--Otros tipos de la casa 124
IX.--La crueldad universal 132
TERCERA PARTE
TRISTEZAS Y DOLORES
I.--D<>a de Navidad 141
II.--Vida infantil 149
III.--La casa antigua 156
IV.--Aburrimiento 162
V.--Desde lejos 166
CUARTA PARTE
INQUISICIONES
I.--Plan filos<6F>fico 171
II.--Realidad de las cosas 178
III.--El <20>rbol de la ciencia y el <20>rbol de la vida 183
IV.--Disociaci<63>n 195
V.--La compa<70><61>a del hombre 199
QUINTA PARTE
LA EXPERIENCIA EN EL PUEBLO
I.--De viaje 203
II.--Llegada al pueblo 208
III.--Primeras dificultades 215
IV.--La hostilidad m<>dica 222
V.--Alcolea del Campo 231
VI.--Tipos de casino 242
VII.--Sexualidad y pornograf<61>a 248
VIII.--El dilema 250
IX.--La mujer del t<>o Garrota 257
X.--Despedida 266
SEXTA PARTE
LA EXPERIENCIA EN MADRID
I.--Comentario a lo pasado 271
II.--Los amigos 279
III.--Ferm<72>n Ibarra 288
IV.--Encuentro con Lul<75> 291
V.--M<>dico de higiene 297
VI.--La tienda de confecciones 301
VII.--De los focos de la peste 305
VIII.--La muerte de Villas<61>s 311
IX.--Amor, teor<6F>a y pr<70>ctica 318
S<>PTIMA PARTE
LA EXPERIENCIA DEL HIJO
I.--El derecho a la prole 325
II.--La vida nueva 329
III.--La paz 337
IV.--Ten<65>a algo de precursor 343
* * * * *
Notas del Transcriptor:
Se ha respetado la ortograf<61>a y la acentuaci<63>n del original.
Se han corregido los errores obvios de imprenta.
Se han eliminado las p<>ginas en blanco.
Las letras it<69>licas se denotan con el caracter de _subrayado_.
Las versalitas (letras may<61>sculas de tama<6D>o igual a las min<69>sculas) han
sido sustituidas por letras may<61>sculas de tama<6D>o normal.
End of the Project Gutenberg EBook of El arbol de la ciencia, by P<>o Baroja
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Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit
501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification
number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary
Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by
U.S. federal laws and your state's laws.
The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the
mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its
volunteers and employees are scattered throughout numerous
locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt
Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to
date contact information can be found at the Foundation's web site and
official page at www.gutenberg.org/contact
For additional contact information:
Dr. Gregory B. Newby
Chief Executive and Director
gbnewby@pglaf.org
Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg
Literary Archive Foundation
Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide
spread public support and donations to carry out its mission of
increasing the number of public domain and licensed works that can be
freely distributed in machine readable form accessible by the widest
array of equipment including outdated equipment. Many small donations
($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
status with the IRS.
The Foundation is committed to complying with the laws regulating
charities and charitable donations in all 50 states of the United
States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
with these requirements. We do not solicit donations in locations
where we have not received written confirmation of compliance. To SEND
DONATIONS or determine the status of compliance for any particular
state visit www.gutenberg.org/donate
While we cannot and do not solicit contributions from states where we
have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
against accepting unsolicited donations from donors in such states who
approach us with offers to donate.
International donations are gratefully accepted, but we cannot make
any statements concerning tax treatment of donations received from
outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.
Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation
methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
ways including checks, online payments and credit card donations. To
donate, please visit: www.gutenberg.org/donate
Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic works.
Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be
freely shared with anyone. For forty years, he produced and
distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of
volunteer support.
Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed
editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in
the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not
necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper
edition.
Most people start at our Web site which has the main PG search
facility: www.gutenberg.org
This Web site includes information about Project Gutenberg-tm,
including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.