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The Project Gutenberg EBook of El arbol de la ciencia, by Pío Baroja
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Title: El arbol de la ciencia
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Author: Pío Baroja
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Release Date: October 11, 2019 [EBook #60464]
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Language: Spanish
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Character set encoding: ISO-8859-1
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*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL ARBOL DE LA CIENCIA ***
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Produced by Carlos Colón, Roberto Marabini and the Online
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Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This
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book was produced from images made available by the
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HathiTrust Digital Library.)
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PÍO BAROJA
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LA RAZA
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EL ÁRBOL DE LA CIENCIA
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NOVELA
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[Illustration]
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RAFAEL CARO RAGGIO: EDITOR
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Calle de Ventura Rodríguez, 18
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1918
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LA RAZA
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EL ÁRBOL DE LA CIENCIA
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_Copyright by Rafael Caro Raggio-1918._
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_Es propiedad._
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_Prohibida la reproducción._
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Imp. Artística, Sáez Hermanos, Tudescos, 34.-Teléf. 5365
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PRIMERA PARTE
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La vida de un estudiante en Madrid.
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I
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ANDRÉS HURTADO COMIENZA LA CARRERA
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SERÍAN las diez de la mañana de un día de octubre. En el patio de la
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Escuela de Arquitectura, grupos de estudiantes esperaban a que se
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abriera la clase.
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De la puerta de la calle de los Estudios que daba a este patio, iban
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entrando muchachos jóvenes que, al encontrarse reunidos, se saludaban,
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reían y hablaban.
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Por una de estas anomalías clásicas de España, aquellos estudiantes
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que esperaban en el patio de la Escuela de Arquitectura, no eran
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arquitectos del porvenir, sino futuros médicos y farmacéuticos.
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|
La clase de Química general del año preparatorio de Medicina y Farmacia
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se daba en esta época en una antigua capilla del Instituto de San
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Isidro convertida en clase, y ésta tenía su entrada por la Escuela de
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Arquitectura.
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La cantidad de estudiantes y la impaciencia que demostraban por entrar
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en el aula se explicaba fácilmente por ser aquél, primer día de curso y
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del comienzo de la carrera.
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|
Ese paso del bachillerato al estudio de facultad siempre da al
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estudiante ciertas ilusiones, le hace creerse más hombre, que su vida
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ha de cambiar.
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Andrés Hurtado, algo sorprendido de verse entre tanto compañero, miraba
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atentamente arrimado a la pared la puerta de un ángulo del patio por
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donde tenían que pasar.
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Los chicos se agrupaban delante de aquella puerta como el público a la
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entrada de un teatro.
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Andrés seguía apoyado en la pared, cuando sintió que le agarraban del
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brazo y le decían:
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--¡Hola, chico!
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Hurtado se volvió y se encontró con su compañero de Instituto Julio
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Aracil.
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Habían sido condiscípulos en San Isidro; pero Andrés hacía tiempo que
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no veía a Julio. Éste había estudiado el último año del bachillerato,
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según dijo, en provincias.
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--¿Qué, tú también vienes aquí?--le preguntó Aracil.
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--Ya ves.
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--¿Qué estudias?
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--Medicina.
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--¡Hombre! Yo también. Estudiaremos juntos.
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Aracil se encontraba en compañía de un muchacho de más edad que él,
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|
a juzgar por su aspecto, de barba rubia y ojos claros. Este muchacho
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y Aracil, los dos correctos, hablaban con desdén de los demás
|
|
estudiantes, en su mayoría palurdos provincianos, que manifestaban la
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|
alegría y la sorpresa de verse juntos con gritos y carcajadas.
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|
Abrieron la clase, y los estudiantes, apresurándose y apretándose como
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si fueran a ver un espectáculo entretenido, comenzaron a pasar.
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--Habrá que ver cómo entran dentro de unos días--dijo Aracil
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burlonamente.
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--Tendrán la misma prisa para salir que ahora tienen para
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entrar--repuso el otro.
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Aracil, su amigo y Hurtado se sentaron juntos. La clase era la antigua
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capilla del Instituto de San Isidro de cuando éste pertenecía a los
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jesuítas. Tenía el techo pintado con grandes figuras a estilo de
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Jordaens; en los ángulos de la escocia los cuatro evangelistas, y en el
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centro una porción de figuras y escenas bíblicas. Desde el suelo hasta
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cerca del techo se levantaba una gradería de madera muy empinada con
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una escalera central, lo que daba a la clase el aspecto del gallinero
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de un teatro.
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|
Los estudiantes llenaron los bancos casi hasta arriba; no estaba aún el
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catedrático, y como había mucha gente alborotadora entre los alumnos,
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alguno comenzó a dar golpecitos en el suelo con el bastón; otros muchos
|
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le imitaron, y se produjo una furiosa algarabía.
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|
De pronto se abrió una puertecilla del fondo de la tribuna, y apareció
|
|
un señor viejo, muy empaquetado, seguido de dos ayudantes jóvenes.
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|
Aquella aparición teatral del profesor y de los ayudantes provocó
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grandes murmullos; alguno de los alumnos más atrevidos comenzó a
|
|
aplaudir, y viendo que el viejo catedrático, no sólo no se incomodaba,
|
|
sino que saludaba como reconocido, aplaudieron aún más.
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|
--Esto es una ridiculez--dijo Hurtado.
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|
--A él no le debe parecer eso--replicó Aracil riéndose--; pero si es
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tan majadero que le gusta que le aplaudan, le aplaudiremos.
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|
El profesor era un pobre hombre presuntuoso, ridículo. Había estudiado
|
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en París y adquirido los gestos y las posturas amaneradas de un francés
|
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petulante.
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|
El buen señor comenzó un discurso de salutación a sus alumnos, muy
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|
enfático y altisonante, con algunos toques sentimentales: les habló de
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|
su maestro Liebig, de su amigo Pasteur, de su camarada Berthelot, de la
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|
Ciencia, del microscopio...
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Su melena blanca, su bigote engomado, su perilla puntiaguda, que le
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temblaba al hablar, su voz hueca y solemne le daban el aspecto de
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un padre severo de drama, y alguno de los estudiantes que encontró
|
|
este parecido, recitó en voz alta y cavernosa los versos de Don Diego
|
|
Tenorio, cuando entra en la Hostería del Laurel en el drama de Zorrilla:
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|
Que un hombre de mi linaje
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descienda a tan ruin mansión.
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Los que estaban al lado del recitador irrespetuoso se echaron a reir, y
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|
los demás estudiantes miraron al grupo de los alborotadores.
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--¿Qué es eso? ¿Qué pasa?--dijo el profesor poniéndose los lentes y
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|
acercándose al barandado de la tribuna--. ¿Es que alguno ha perdido la
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herradura por ahí? Yo suplico a los que están al lado de ese asno, que
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rebuzna con tal perfección que se alejen de él, porque sus coces deben
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ser mortales de necesidad.
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Rieron los estudiantes con gran entusiasmo, el profesor dió por
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terminada la clase retirándose haciendo un saludo ceremonioso y los
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chicos aplaudieron a rabiar.
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Salió Andrés Hurtado con Aracil, y los dos, en compañía del joven de la
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barba rubia, que se llamaba Montaner, se encaminaron a la Universidad
|
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Central, en donde daban la clase de Zoología y la de Botánica.
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|
En esta última los estudiantes intentaron repetir el escándalo de la
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clase de Química; pero el profesor, un viejecillo seco y malhumorado,
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les salió al encuentro, y les dijo que de él no se reía nadie, ni
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|
nadie le aplaudía como si fuera un histrión.
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|
De la Universidad, Montaner, Aracil y Hurtado marcharon hacia el centro.
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|
Andrés experimentaba por Julio Aracil bastante antipatía, aunque en
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algunas cosas le reconocía cierta superioridad; pero sintió aún mayor
|
|
aversión por Montaner.
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|
Las primeras palabras entre Montaner y Hurtado fueron poco amables.
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|
Montaner hablaba con una seguridad de todo algo ofensiva; se creía, sin
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duda, un hombre de mundo. Hurtado le replicó varias veces bruscamente.
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|
Los dos condiscípulos se encontraron en esta primera conversación
|
|
completamente en desacuerdo. Hurtado era republicano, Montaner defensor
|
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de la familia real; Hurtado era enemigo de la burguesía, Montaner
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partidario de la clase rica y de la aristocracia.
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|
--Dejad esas cosas--dijo varias veces Julio Aracil--; tan estúpido es
|
|
ser monárquico como republicano; tan tonto defender a los pobres como
|
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a los ricos. La cuestión sería tener dinero, un cochecito como ése--y
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señalaba uno--y una mujer como aquélla.
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La hostilidad entre Hurtado y Montaner todavía se manifestó delante del
|
|
escaparate de una librería. Hurtado era partidario de los escritores
|
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naturalistas, que a Montaner no le gustaban; Hurtado era entusiasta de
|
|
Espronceda, Montaner de Zorrilla; no se entendían en nada.
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Llegaron a la Puerta del Sol y tomaron por la Carrera de San Jerónimo.
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--Bueno, yo me voy a casa--dijo Hurtado.
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--¿Dónde vives?--le preguntó Aracil.
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--En la calle de Atocha.
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|
--Pues los tres vivimos cerca.
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Fueron juntos a la plaza de Antón Martín y allí se separaron con muy
|
|
poca afabilidad.
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|
II
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|
LOS ESTUDIANTES
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EN esta época era todavía Madrid una de las pocas ciudades que
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conservaba espíritu romántico.
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Todos los pueblos tienen, sin duda, una serie de fórmulas prácticas
|
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para la vida, consecuencia de la raza, de la historia, del ambiente
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|
físico y moral. Tales fórmulas, tal especial manera de ver, constituye
|
|
un pragmatismo útil, simplificador, sintetizador.
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|
El pragmatismo nacional cumple su misión mientras deja paso libre a
|
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la realidad; pero si se cierra este paso, entonces la normalidad de
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un pueblo se altera, la atmósfera se enrarece, las ideas y los hechos
|
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toman perspectivas falsas. En un ambiente de ficciones, residuo de un
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|
pragmatismo viejo y sin renovación vivía el Madrid de hace años.
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|
Otras ciudades españolas se habían dado alguna cuenta de la necesidad
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de transformarse y de cambiar; Madrid seguía inmóvil, sin curiosidad,
|
|
sin deseo de cambio.
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El estudiante madrileño, sobre todo el venido de provincias, llegaba a
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|
la corte con un espíritu donjuanesco, con la idea de divertirse, jugar,
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|
perseguir a las mujeres, pensando, como decía el profesor de Química
|
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con su solemnidad habitual, quemarse pronto en un ambiente demasiado
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|
oxigenado.
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Menos el sentido religioso, la mayoría no lo tenían, ni les preocupaba
|
|
gran cosa la religión; los estudiantes de las postrimerías del siglo
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XIX venían a la corte con el espíritu de un estudiante del siglo XVII,
|
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con la ilusión de imitar, dentro de lo posible, a Don Juan Tenorio y de
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vivir
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llevando a sangre y a fuego
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amores y desafíos.
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El estudiante culto, aunque quisiera ver las cosas dentro de la
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realidad e intentara adquirir una idea clara de su país y del papel que
|
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representaba en el mundo, no podía. La acción de la cultura europea en
|
|
España era realmente restringida, y localizada a cuestiones técnicas,
|
|
los periódicos daban una idea incompleta de todo; la tendencia general
|
|
era hacer creer que lo grande de España podía ser pequeño fuera de ella
|
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y al contrario, por una especie de mala fe internacional.
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|
Si en Francia o en Alemania no hablaban de las cosas de España, o
|
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hablaban de ellas en broma, era porque nos odiaban; teníamos aquí
|
|
grandes hombres que producían la envidia de otros países: Castelar,
|
|
Cánovas, Echegaray... España entera, y Madrid sobre todo, vivía en un
|
|
ambiente de optimismo absurdo. Todo lo español era lo mejor.
|
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|
|
Esa tendencia natural a la mentira, a la ilusión del país pobre que se
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aisla, contribuía al estancamiento, a la fosilificación de las ideas.
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|
Aquel ambiente de inmovilidad, de falsedad, se reflejaba en las
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cátedras. Andrés Hurtado pudo comprobarlo al comenzar a estudiar
|
|
Medicina. Los profesores del año preparatorio eran viejísimos; había
|
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algunos que llevaban cerca de cincuenta años explicando.
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|
Sin duda no los jubilaban por sus influencias y por esa simpatía y
|
|
respeto que ha habido siempre en España por lo inútil.
|
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|
Sobre todo, aquella clase de Química de la antigua capilla del
|
|
Instituto de San Isidro era escandalosa. El viejo profesor recordaba
|
|
las conferencias del Instituto de Francia, de célebres químicos, y
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creía, sin duda, que explicando la obtención del nitrógeno y del cloro
|
|
estaba haciendo un descubrimiento, y le gustaba que le aplaudieran.
|
|
Satisfacía su pueril vanidad dejando los experimentos aparatosos para
|
|
la conclusión de la clase, con el fin de retirarse entre aplausos, como
|
|
un prestidigitador.
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Los estudiantes le aplaudían, riendo a carcajadas. A veces, en medio
|
|
de la clase, a alguno de los alumnos se le ocurría marcharse, se
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levantaba y se iba. Al bajar por la escalera de la gradería los pasos
|
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del fugitivo producían gran estrépito, y los demás muchachos sentados
|
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llevaban el compás golpeando con los pies y con los bastones.
|
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En la clase se hablaba, se fumaba, se leían novelas, nadie seguía la
|
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explicación; alguno llegó a presentarse con una corneta, y cuando el
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profesor se disponía a echar en un vaso de agua un trozo de potasio,
|
|
dió dos toques de atención; otro metió un perro vagabundo, y fué un
|
|
problema echarlo.
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Había estudiantes descarados que llegaban a las mayores insolencias;
|
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gritaban, rebuznaban, interrumpían al profesor. Una de las gracias
|
|
de estos estudiantes era la de dar un nombre falso cuando se lo
|
|
preguntaban.
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--Usted--decía el profesor señalándole con el dedo, mientras le
|
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temblaba la perilla por la cólera--, ¿cómo se llama usted?
|
|
|
|
--¿Quién? ¿Yo?
|
|
|
|
--Sí, señor ¡usted, usted! ¿Cómo se llama usted?--añadía el profesor,
|
|
mirando la lista.
|
|
|
|
--Salvador Sánchez.
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|
|
--Alias Frascuelo--decía alguno, entendido con él.
|
|
|
|
--Me llamo Salvador Sánchez; no sé a quién le importará que me llame
|
|
así, y si hay alguno que le importa, que lo diga--replicaba el
|
|
estudiante, mirando al sitio de donde había salido la voz y haciéndose
|
|
el incomodado.
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|
|
--¡Vaya usted a paseo!--replicaba el otro.
|
|
|
|
--¡Eh! ¡Eh! ¡Fuera! ¡Al corral!--gritaban varias voces.
|
|
|
|
--Bueno, bueno. Está bien. Váyase usted--decía el profesor, temiendo
|
|
las consecuencias de estos altercados.
|
|
|
|
El muchacho se marchaba, y a los pocos días volvía a repetir la gracia,
|
|
dando como suyo el nombre de algún político célebre o de algún torero.
|
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|
|
Andrés Hurtado los primeros días de clase no salía de su asombro.
|
|
Todo aquello era demasiado absurdo. Él hubiese querido encontrar una
|
|
disciplina fuerte y al mismo tiempo afectuosa, y se encontraba con
|
|
una clase grotesca en que los alumnos se burlaban del profesor. Su
|
|
preparación para la ciencia no podía ser más desdichada.
|
|
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|
|
|
III
|
|
|
|
ANDRÉS HURTADO Y SU FAMILIA
|
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|
|
|
EN casi todos los momentos de su vida Andrés experimentaba la sensación
|
|
de sentirse solo y abandonado.
|
|
|
|
La muerte de su madre le había dejado un gran vacío en el alma y una
|
|
inclinación por la tristeza.
|
|
|
|
La familia de Andrés, muy numerosa, se hallaba formada por el padre y
|
|
cinco hermanos. El padre, don Pedro Hurtado, era un señor alto, flaco,
|
|
elegante, hombre guapo y calavera en su juventud.
|
|
|
|
De un egoísmo frenético, se considera el metacentro del mundo. Tenía
|
|
una desigualdad de carácter perturbadora, una mezcla de sentimientos
|
|
aristocráticos y plebeyos insoportable. Su manera de ser se revelaba
|
|
de una manera insólita e inesperada. Dirigía la casa despóticamente,
|
|
con una mezcla de chinchorrería y de abandono, de despotismo y de
|
|
arbitrariedad, que a Andrés le sacaba de quicio.
|
|
|
|
Varias veces, al oir a don Pedro quejarse del cuidado que le
|
|
proporcionaba el manejo de la casa, sus hijos le dijeron que lo dejara
|
|
en manos de Margarita. Margarita contaba ya veinte años, y sabía
|
|
atender a las necesidades familiares mejor que el padre; pero don Pedro
|
|
no quería.
|
|
|
|
A éste le gustaba disponer del dinero, tenía como norma gastar de
|
|
cuando en cuando veinte o treinta duros en caprichos suyos, aunque
|
|
supiera que en su casa se necesitaran para algo imprescindible.
|
|
|
|
Don Pedro ocupaba el cuarto mejor, usaba ropa interior fina, no podía
|
|
utilizar pañuelos de algodón, como todos los demás de la familia, sino
|
|
de hilo y de seda. Era socio de dos casinos, cultivaba amistades con
|
|
gente de posición y con algunos aristócratas, y administraba la casa de
|
|
la calle de Atocha, donde vivían.
|
|
|
|
Su mujer, Fermina Iturrioz, fué una víctima; pasó la existencia
|
|
creyendo que sufrir era el destino natural de la mujer. Después de
|
|
muerta, don Pedro Hurtado hacía el honor a la difunta de reconocer sus
|
|
grandes virtudes.
|
|
|
|
--No os parecéis a vuestra madre--decía a sus hijos--; aquélla fué una
|
|
santa.
|
|
|
|
A Andrés le molestaba que don Pedro hablara tanto de su madre, y a
|
|
veces le contestó violentamente, diciéndole que dejara en paz a los
|
|
muertos.
|
|
|
|
De los hijos, el mayor y el pequeño, Alejandro y Luis, eran los
|
|
favoritos del padre.
|
|
|
|
Alejandro era un retrato degradado de don Pedro. Más inútil y egoísta
|
|
aún, nunca quiso hacer nada, ni estudiar ni trabajar, y le habían
|
|
colocado en una oficina del Estado, adonde iba solamente a cobrar el
|
|
sueldo.
|
|
|
|
Alejandro daba espectáculos bochornosos en casa; volvía a las altas
|
|
horas de las tabernas, se emborrachaba y vomitaba y molestaba a todo el
|
|
mundo.
|
|
|
|
Al comenzar la carrera Andrés, Margarita tenía unos veinte años. Era
|
|
una muchacha decidida, un poco seca, dominadora y egoísta.
|
|
|
|
Pedro venía tras ella en edad y representaba la indiferencia
|
|
filosófica y la buena pasta. Estudiaba para abogado, y salía bien
|
|
por recomendaciones; pero no se cuidaba de la carrera para nada. Iba
|
|
al teatro, se vestía con elegancia, tenía todos los meses una novia
|
|
distinta. Dentro de sus medios gozaba de la vida alegremente.
|
|
|
|
El hermano pequeño, Luisito, de cuatro o cinco años, tenía poca salud.
|
|
|
|
La disposición espiritual de la familia era un tanto original. Don
|
|
Pedro prefería a Alejandro y a Luis; consideraba a Margarita como si
|
|
fuera una persona mayor; le era indiferente su hijo Pedro, y casi
|
|
odiaba a Andrés, porque no se sometía a su voluntad. Hubiera habido que
|
|
profundizar mucho para encontrar en él algún afecto paternal.
|
|
|
|
Alejandro sentía dentro de la casa las mismas simpatías que el padre;
|
|
Margarita quería más que a nadie a Pedro y a Luisito, estimaba a Andrés
|
|
y respetaba a su padre. Pedro era un poco indiferente; experimentaba
|
|
algún cariño por Margarita y por Luisito y una gran admiración por
|
|
Andrés. Respecto a este último, quería apasionadamente al hermano
|
|
pequeño, tenía afecto por Pedro y por Margarita, aunque con ésta reñía
|
|
constantemente, despreciaba a Alejandro y casi odiaba a su padre; no le
|
|
podía soportar, le encontraba petulante, egoísta, necio, pagado de sí
|
|
mismo.
|
|
|
|
Entre padre e hijo existía una incompatibilidad absoluta, completa, no
|
|
podían estar conformes en nada. Bastaba que uno afirmara una cosa para
|
|
que el otro tomara la posición contraria.
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
IV
|
|
|
|
EN EL AISLAMIENTO
|
|
|
|
|
|
LA madre de Andrés, navarra fanática, había llevado a los nueve o diez
|
|
años a sus hijos a confesarse.
|
|
|
|
Andrés, de chico, sintió mucho miedo, sólo con la idea de acercarse al
|
|
confesonario. Llevaba en la memoria el día de la primera confesión,
|
|
como una cosa transcendental, la lista de todos sus pecados; pero
|
|
aquel día, sin duda el cura tenía prisa y le despachó sin dar gran
|
|
importancia a sus pequeñas transgresiones morales.
|
|
|
|
Esta primera confesión fué para él un chorro de agua fría; su hermano
|
|
Pedro le dijo que él se había confesado ya varias veces, pero que nunca
|
|
se tomaba el trabajo de recordar sus pecados. A la segunda confesión,
|
|
Andrés fué dispuesto a no decir al cura más que cuatro cosas para salir
|
|
del paso. A la tercera o cuarta vez se comulgaba sin confesarse sin el
|
|
menor escrúpulo.
|
|
|
|
Después, cuando murió su madre, en algunas ocasiones su padre y su
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hermana le preguntaban si había cumplido con Pascua, a lo cual él
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contestaba que sí indiferentemente.
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Los dos hermanos mayores, Alejandro y Pedro, habían estudiado en un
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colegio mientras cursaban el bachillerato; pero al llegar el turno
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a Andrés, el padre dijo que era mucho gasto, y llevaron al chico al
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Instituto de San Isidro y allí estudió un tanto abandonado. Aquel
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abandono y el andar con los chicos de la calle despabiló a Andrés.
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Se sentía aislado de la familia, sin madre, muy solo, y la soledad
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le hizo reconcentrado y triste. No le gustaba ir a los paseos donde
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hubiera gente, como a su hermano Pedro; prefería meterse en su cuarto y
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leer novelas.
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Su imaginación galopaba, lo consumía todo de antemano. Haré esto y
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luego esto--pensaba--. ¿Y después? Y resolvía este después y se le
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presentaba otro y otro.
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Cuando concluyó el bachillerato se decidió a estudiar Medicina sin
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consultar a nadie. Su padre se lo había indicado muchas veces: Estudia
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lo que quieras; eso es cosa tuya.
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A pesar de decírselo y de recomendárselo el que su hijo siguiese sus
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inclinaciones sin consultárselo a nadie, interiormente le indignaba.
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Don Pedro estaba constantemente predispuesto contra aquel hijo, que
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él consideraba díscolo y rebelde. Andrés no cedía en lo que estimaba
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derecho suyo, y se plantaba contra su padre y su hermano mayor con una
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terquedad violenta y agresiva.
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Margarita tenía que intervenir en estas trifulcas, que casi siempre
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concluían marchándose Andrés a su cuarto o a la calle.
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Las discusiones comenzaban por la cosa más insignificante; el
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desacuerdo entre padre e hijo no necesitaba un motivo especial para
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manifestarse, era absoluto y completo; cualquier punto que se tocara
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bastaba para hacer brotar la hostilidad, no se cambiaba entre ellos una
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palabra amable.
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Generalmente el motivo de las discusiones era político; don Pedro se
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burlaba de los revolucionarios, a quien dirigía todos sus desprecios e
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invectivas, y Andrés contestaba insultando a la burguesía, a los curas
|
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y al ejército.
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Don Pedro aseguraba que una persona decente no podía ser más que
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conservador. En los partidos avanzados tenía que haber necesariamente
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gentuza, según él.
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Para don Pedro, el hombre rico era el hombre por excelencia; tendía a
|
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considerar la riqueza, no como una casualidad, sino como una virtud;
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además suponía que con el dinero se podía todo. Andrés recordaba el
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caso frecuente de muchachos imbéciles, hijos de familias ricas, y
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demostraba que un hombre con un arca llena de oro y un par de millones
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del Banco de Inglaterra, en una isla desierta, no podría hacer nada;
|
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pero su padre no se dignaba atender estos argumentos.
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Las discusiones de casa de Hurtado se reflejaban invertidas en el
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piso de arriba entre un señor catalán y su hijo. En casa del catalán,
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el padre era el liberal y el hijo el conservador; ahora que el padre
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era un liberal cándido y que hablaba mal el castellano, y el hijo un
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conservador muy burlón y mal intencionado. Muchas veces se oía llegar
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desde el patio una voz de trueno con acento catalán, que decía:
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--Si la Gloriosa no se hubiera quedado en su camino, ya se hubiera
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visto lo que era España.
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Y poco después la voz del hijo, que gritaba burlonamente:
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--¡La Gloriosa! ¡Valiente mamarrachada!
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--¡Qué estúpidas discusiones!--decía Margarita con un mohín de
|
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desprecio, dirigiéndose a su hermano Andrés--. ¡Como si por lo que
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vosotros habléis se fueran a resolver las cosas!
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|
A medida que Andrés se hacía hombre, la hostilidad entre él y su padre
|
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aumentaba. El hijo no le pedía nunca dinero; quería considerar a don
|
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Pedro como a un extraño.
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|
V
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EL RINCÓN DE ANDRÉS
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LA casa donde vivía la familia Hurtado era propiedad de un marqués, a
|
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quien don Pedro había conocido en el colegio.
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Don Pedro la administraba, cobraba los alquileres y hablaba mucho y con
|
|
entusiasmo del marqués y de sus fincas, lo que a su hijo le parecía de
|
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una absoluta bajeza.
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|
La familia de Hurtado estaba bien relacionada; don Pedro, a pesar de
|
|
sus arbitrariedades y de su despotismo casero, era amabilísimo con los
|
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de fuera y sabía sostener las amistades útiles.
|
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Hurtado conocía a toda la vecindad y era muy complaciente con
|
|
ella. Guardaba a los vecinos muchas atenciones, menos a los de las
|
|
guardillas, a quienes odiaba.
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|
En su teoría del dinero equivalente a mérito, llevada a la práctica,
|
|
desheredado tenía que ser sinónimo de miserable.
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Don Pedro, sin pensarlo, era un hombre a la antigua; la sospecha de
|
|
que un obrero pretendiese considerarse como una persona, o de que una
|
|
mujer quisiera ser independiente le ofendía como un insulto.
|
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Sólo perdonaba a la gente pobre su pobreza, si unían a ésta la
|
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desvergüenza y la canallería. Para la gente baja, a quien se podía
|
|
hablar de tú, chulos, mozas de partido, jugadores, guardaba don Pedro
|
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todas sus simpatías.
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En la casa, en uno de los cuartos del piso tercero, vivían dos ex
|
|
bailarinas, protegidas por un viejo senador.
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|
|
La familia de Hurtado las conocía por las del Moñete.
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|
El origen del apodo provenía de la niña de la favorita del viejo
|
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senador. A la niña la peinaban con un moño recogido en medio de la
|
|
cabeza muy pequeño. Luisito, al verla por primera vez, le llamó la
|
|
Chica del Moñete, y luego el apodo del Moñete pasó por extensión a
|
|
la madre y a la tía. Don Pedro hablaba con frecuencia de las dos ex
|
|
bailarinas y las elogiaba mucho; su hijo Alejandro celebraba las frases
|
|
de su padre como si fueran de un camarada suyo; Margarita se quedaba
|
|
seria al oir las alusiones a la vida licenciosa de las bailarinas,
|
|
y Andrés volvía la cabeza desdeñosamente, dando a entender que los
|
|
alardes cínicos de su padre le parecían ridículos y fuera de lugar.
|
|
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|
Únicamente a las horas de comer Andrés se reunía con su familia; en lo
|
|
restante del tiempo no se le veía.
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|
Durante el bachillerato, Andrés había dormido en la misma habitación
|
|
que su hermano Pedro; pero al comenzar la carrera pidió a Margarita le
|
|
trasladaran a un cuarto bajo de techo, utilizado para guardar trastos
|
|
viejos.
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|
Margarita al principio se opuso; pero luego accedió, mandó quitar los
|
|
armarios y baúles, y allí se instaló Andrés.
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|
La casa era grande, con esos pasillos y recovecos un poco misteriosos
|
|
de las construcciones antiguas.
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|
Para llegar al nuevo cuarto de Andrés había que subir unas escaleras,
|
|
lo que le dejaba completamente independiente.
|
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|
El cuartucho tenía un aspecto de celda: Andrés pidió a Margarita le
|
|
cediera un armario y lo llenó de libros y papeles, colgó en las paredes
|
|
los huesos del esqueleto que le dió su tío el doctor Iturrioz, y dejó
|
|
el cuarto con cierto aire de antro de mago o de nigromántico.
|
|
|
|
Allá se encontraba a su gusto, solo; decía que estudiaba mejor con
|
|
aquel silencio; pero muchas veces se pasaba el tiempo leyendo novelas o
|
|
mirando sencillamente por la ventana.
|
|
|
|
Esta ventana caía sobre la parte de atrás de varias casas de las calles
|
|
de Santa Isabel y de la Esperancilla, y sobre unos patios y tejavanas.
|
|
|
|
Andrés había dado nombres novelescos a lo que se veía desde allí: la
|
|
casa misteriosa, la casa de la escalera, la torre de la cruz, el
|
|
puente del gato negro, el tejado del depósito de agua...
|
|
|
|
Los gatos de casa de Andrés salían por la ventana y hacían largas
|
|
excursiones por estas tejavanas y saledizos, robaban de las cocinas, y
|
|
un día, uno de ellos se presentó con una perdiz en la boca.
|
|
|
|
Luisito solía ir contentísimo al cuarto de su hermano, observaba las
|
|
maniobras de los gatos, miraba la calavera con curiosidad; le producía
|
|
todo un gran entusiasmo. Pedro, que siempre había tenido por su hermano
|
|
cierta admiración, iba también a verle a su cubil y a admirarle como a
|
|
un bicho raro.
|
|
|
|
Al final del primer año de carrera, Andrés empezó a tener mucho
|
|
miedo de salir mal en los exámenes. Las asignaturas eran para marear
|
|
a cualquiera: los libros muy voluminosos; apenas había tiempo de
|
|
enterarse bien; luego las clases, en distintos sitios, distantes los
|
|
unos de los otros, hacían perder tiempo andando de aquí para allá, lo
|
|
que constituía motivos de distracción.
|
|
|
|
Además, y esto Andrés no podía achacárselo a nadie más que a sí mismo,
|
|
muchas veces, con Aracil y con Montaner, iba, dejando la clase, a la
|
|
parada de Palacio o al Retiro, y después, por la noche, en vez de
|
|
estudiar, se dedicaba a leer novelas.
|
|
|
|
Llegó mayo y Andrés se puso a devorar los libros a ver si podía
|
|
resarcirse del tiempo perdido. Sentía un gran temor de salir mal, más
|
|
que nada por la rechifla del padre, que podía decir: Para eso creo que
|
|
no necesitabas tanta soledad.
|
|
|
|
Con gran asombro suyo aprobó cuatro asignaturas, y le suspendieron, sin
|
|
ningún asombro por su parte, en la última, en el examen de Química. No
|
|
quiso confesar en casa el pequeño tropiezo e inventó que no se había
|
|
presentado.
|
|
|
|
--¡Valiente primo!--le dijo su hermano Alejandro.
|
|
|
|
Andrés decidió estudiar con energía durante el verano. Allí, en su
|
|
celda, se encontraría muy bien, muy tranquilo y a gusto. Pronto se
|
|
olvidó de sus propósitos, y en vez de estudiar miraba por la ventana
|
|
con un anteojo la gente que salía en las casas de la vecindad.
|
|
|
|
Por la mañana dos muchachitas aparecían en unos balcones lejanos.
|
|
Cuando se levantaba Andrés ya estaban ellas en el balcón. Se peinaban y
|
|
se ponían cintas en el pelo.
|
|
|
|
No se les veía bien la cara, porque el anteojo, además de ser de poco
|
|
alcance, no era acromático y daba una gran irisación a todos los
|
|
objetos.
|
|
|
|
Un chico que vivía enfrente de estas muchachas solía echarlas un rayo
|
|
de sol con un espejito. Ellas le reñían y amenazaban, hasta que,
|
|
cansadas, se sentaban a coser en el balcón.
|
|
|
|
En una guardilla próxima había una vecina que, al levantarse, se
|
|
pintaba la cara. Sin duda no sospechaba que pudieran mirarle y
|
|
realizaba su operación de un modo concienzudo. Debía de hacer una
|
|
verdadera obra de arte; parecía un ebanista barnizando un mueble.
|
|
|
|
Andrés, a pesar de que leía y leía el libro, no se enteraba de nada. Al
|
|
comenzar a repasar vió que, excepto las primeras lecciones de Química,
|
|
de todo lo demás apenas podía contestar.
|
|
|
|
Pensó en buscar alguna recomendación; no quería decirle nada a su
|
|
padre, y fué a casa de su tío Iturrioz a explicarle lo que le pasaba.
|
|
Iturrioz le preguntó:
|
|
|
|
--¿Sabes algo de Química?
|
|
|
|
--Muy poco.
|
|
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|
--¿No has estudiado?
|
|
|
|
--Sí; pero se me olvida todo en seguida.
|
|
|
|
--Es que hay que saber estudiar. Salir bien en los exámenes es una
|
|
cuestión mnemotécnica, que consiste en aprender y repetir el mínimum
|
|
de datos hasta dominarlos...; pero, en fin, ya no es tiempo de eso, te
|
|
recomendaré, vete con esta carta a casa del profesor.
|
|
|
|
Andrés, fué a ver al catedrático, que le trató como a un recluta.
|
|
|
|
El examen que hizo días después le asombró por lo detestable; se
|
|
levantó de la silla confuso, lleno de vergüenza. Esperó teniendo la
|
|
seguridad de que saldría mal; pero se encontró, con gran sorpresa, que
|
|
le habían aprobado.
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
VI
|
|
|
|
LA SALA DE DISECCIÓN
|
|
|
|
|
|
EL curso siguiente, de menos asignaturas, era algo más fácil, no había
|
|
tantas cosas que retener en la cabeza.
|
|
|
|
A pesar de esto, sólo la Anatomía bastaba para poner a prueba la
|
|
memoria mejor organizada.
|
|
|
|
Unos meses después del principio de curso, en el tiempo frío, se
|
|
comenzaba la clase de disección. Los cincuenta o sesenta alumnos se
|
|
repartían en diez o doce mesas y se agrupaban de cinco en cinco en cada
|
|
una.
|
|
|
|
Se reunieron en la misma mesa, Montaner, Aracil y Hurtado, y otros dos
|
|
a quien ellos consideraban como extraños a su pequeño círculo.
|
|
|
|
Sin saber por qué, Hurtado y Montaner, que en el curso anterior se
|
|
sentían hostiles, se hicieron muy amigos en el siguiente.
|
|
|
|
Andrés le pidió a su hermana Margarita que le cosiera una blusa para
|
|
la clase de disección; una blusa negra con mangas de hule y vivos
|
|
amarillos.
|
|
|
|
Margarita se la hizo. Estas blusas no eran nada limpias, porque en las
|
|
mangas, sobre todo, se pegaban piltrafas de carne, que se secaban y no
|
|
se veían.
|
|
|
|
La mayoría de los estudiantes ansiaban llegar a la sala de disección
|
|
y hundir el escalpelo en los cadáveres, como si les quedara un fondo
|
|
atávico de crueldad primitiva.
|
|
|
|
En todos ellos se producía un alarde de indiferencia y de jovialidad
|
|
al encontrarse frente a la muerte, como si fuera una cosa divertida y
|
|
alegre destripar y cortar en pedazos los cuerpos de los infelices que
|
|
llegaban allá.
|
|
|
|
Dentro de la clase de disección, los estudiantes gustaban de encontrar
|
|
grotesca la muerte; a un cadáver le ponían un cucurucho en la boca o un
|
|
sombrero de papel.
|
|
|
|
Se contaba de un estudiante de segundo año que había embromado a un
|
|
amigo suyo, que sabía era un poco aprensivo, de este modo: cogió el
|
|
brazo de un muerto, se embozó en la capa y se acercó a saludar a su
|
|
amigo.
|
|
|
|
--¿Hola, qué tal?--le dijo sacando por debajo de la capa la mano del
|
|
cadáver--. Bien y tú, contestó el otro. El amigo estrechó la mano, se
|
|
estremeció al notar su frialdad y quedó horrorizado al ver que por
|
|
debajo de la capa salía el brazo de un cadáver.
|
|
|
|
De otro caso sucedido por entonces se habló mucho entre los alumnos.
|
|
Uno de los médicos del hospital, especialista en enfermedades
|
|
nerviosas, había dado orden de que a un enfermo suyo, muerto en su
|
|
sala, se le hiciera la autopsia y se le extrajera el cerebro y se le
|
|
llevara a su casa.
|
|
|
|
El interno extrajo el cerebro y lo envió con un mozo al domicilio
|
|
del médico. La criada de la casa, al ver el paquete, creyó que eran
|
|
sesos de vaca, y los llevó a la cocina y los preparó y los sirvió a la
|
|
familia.
|
|
|
|
Se contaban muchas historias como ésta, fueran verdad o no, con
|
|
verdadera fruición. Existía entre los estudiantes de Medicina una
|
|
tendencia al espíritu de clase, consistente en un común desdén por la
|
|
muerte; en cierto entusiasmo por la brutalidad quirúrgica, y en un gran
|
|
desprecio por la sensibilidad.
|
|
|
|
Andrés Hurtado no manifestaba más sensibilidad que los otros; no le
|
|
hacía tampoco ninguna mella ver abrir, cortar y descuartizar cadáveres.
|
|
|
|
Lo que sí le molestaba, era el procedimiento de sacar los muertos del
|
|
carro en donde los traían del depósito del hospital. Los mozos cogían
|
|
estos cadáveres, uno por los brazos y otro por los pies, los aupaban y
|
|
los echaban al suelo.
|
|
|
|
Eran casi siempre cuerpos esqueléticos, amarillos, como momias. Al
|
|
dar en la piedra, hacían un ruido desagradable, extraño, como de algo
|
|
sin elasticidad, que se derrama; luego, los mozos iban cogiendo los
|
|
muertos, uno a uno, por los pies y arrastrándolos por el suelo; y al
|
|
pasar unas escaleras que había para bajar a un patio donde estaba
|
|
el depósito de la sala, las cabezas iban dando lúgubremente en los
|
|
escalones de piedra. La impresión era terrible; aquello parecía el
|
|
final de una batalla prehistórica, o de un combate del circo romano, en
|
|
que los vencedores fueran arrastrando a los vencidos.
|
|
|
|
Hurtado imitaba a los héroes de las novelas leídas por él, y
|
|
reflexionaba acerca de la vida y de la muerte; pensaba que si las
|
|
madres de aquellos desgraciados que iban al _spoliarium_, hubiesen
|
|
vislumbrado el final miserable de sus hijos, hubieran deseado
|
|
seguramente parirlos muertos.
|
|
|
|
Otra cosa desagradable para Andrés, era el ver después de hechas las
|
|
disecciones, cómo metían todos los pedazos sobrantes en unas calderas
|
|
cilíndricas pintadas de rojo, en donde aparecía una mano entre un
|
|
hígado, y un trozo de masa encefálica, y un ojo opaco y turbio en medio
|
|
del tejido pulmonar.
|
|
|
|
A pesar de la repugnancia que le inspiraban tales cosas, no le
|
|
preocupaban; la anatomía y la disección le producían interés.
|
|
|
|
Esta curiosidad por sorprender la vida; este instinto de inquisición
|
|
tan humano, lo experimentaba él como casi todos los alumnos.
|
|
|
|
Uno de los que lo sentían con más fuerza, era un catalán amigo de
|
|
Aracil, que aún estudiaba en el Instituto.
|
|
|
|
Jaime Massó, así se llamaba, tenía la cabeza pequeña, el pelo
|
|
negro, muy fino, la tez de un color blanco amarillento, y la
|
|
mandíbula prognata. Sin ser inteligente, sentía tal curiosidad por
|
|
el funcionamiento de los órganos, que si podía se llevaba a casa la
|
|
mano o el brazo de un muerto, para disecarlos a su gusto. Con las
|
|
piltrafas, según decía, abonaba unos tiestos o los echaba al balcón de
|
|
un aristócrata de la vecindad a quien odiaba.
|
|
|
|
Massó, especial en todo, tenía los estigmas de un degenerado. Era
|
|
muy supersticioso; andaba por en medio de las calles y nunca por las
|
|
aceras; decía, medio en broma, medio en serio, que al pasar iba dejando
|
|
como rastro, un hilo invisible que no debía romperse. Así, cuando iba a
|
|
un café o al teatro salía por la misma puerta por donde había entrado
|
|
para ir recogiendo el misterioso hilo.
|
|
|
|
Otra cosa caracterizaba a Massó; su wagnerismo entusiasta e
|
|
intransigente que contrastaba con la indiferencia musical de Aracil, de
|
|
Hurtado y de los demás.
|
|
|
|
Aracil había formado a su alrededor una camarilla de amigos a quienes
|
|
dominaba y mortificaba, y entre éstos se contaba Massó; le daba grandes
|
|
plantones, se burlaba de él, lo tenía como a un payaso.
|
|
|
|
Aracil demostraba casi siempre una crueldad desdeñosa, sin brutalidad,
|
|
de un carácter femenino.
|
|
|
|
Aracil, Montaner y Hurtado, como muchachos que vivían en Madrid, se
|
|
reunían poco con los estudiantes provincianos; sentían por ellos un
|
|
gran desprecio; todas esas historias del casino del pueblo, de la novia
|
|
y de las calaveradas en el lugarón de la Mancha o de Extremadura, les
|
|
parecían cosas plebeyas, buenas para gente de calidad inferior.
|
|
|
|
Esta misma tendencia aristocrática, más grande sobre todo en Aracil
|
|
y en Montaner que en Andrés, les hacía huir de lo estruendoso, de lo
|
|
vulgar, de lo bajo; sentían repugnancia por aquellas chirlatas en donde
|
|
los estudiantes de provincia perdían curso tras curso, estúpidamente
|
|
jugando al billar o al dominó.
|
|
|
|
A pesar de la influencia de sus amigos, que le inducían a aceptar las
|
|
ideas y la vida de un señorito madrileño de buena sociedad, Hurtado se
|
|
resistía.
|
|
|
|
Sujeto a la acción de la familia, de sus condiscípulos y de los libros,
|
|
Andrés iba formando su espíritu con el aporte de conocimientos y datos
|
|
un poco heterogéneos.
|
|
|
|
Su biblioteca aumentaba con desechos; varios libros ya antiguos de
|
|
Medicina y de Biología, le dió su tío Iturrioz; otros, en su mayoría
|
|
folletines y novelas, los encontró en casa; algunos los fué comprando
|
|
en las librerías de lance. Una señora vieja, amiga de la familia, le
|
|
regaló unas ilustraciones y la historia de la Revolución francesa, de
|
|
Thiers. Este libro, que comenzó treinta veces y treinta veces lo dejó
|
|
aburrido, llegó a leerlo y a preocuparle. Después de la historia de
|
|
Thiers, leyó los _Girondinos_, de Lamartine.
|
|
|
|
Con la lógica un poco rectilínea del hombre joven, llegó a creer que el
|
|
tipo más grande de la Revolución, era Saint Just. En muchos libros, en
|
|
las primeras páginas en blanco, escribió el nombre de su héroe, y lo
|
|
rodeó como a un sol de rayos.
|
|
|
|
Este entusiasmo absurdo lo mantuvo secreto; no quiso comunicárselo a
|
|
sus amigos. Sus cariños y sus odios revolucionarios, se los reservaba,
|
|
no salían fuera de su cuarto. De esta manera, Andrés Hurtado se sentía
|
|
distinto cuando hablaba con sus condiscípulos en los pasillos de San
|
|
Carlos y cuando soñaba en la soledad de su cuartucho.
|
|
|
|
Tenía Hurtado dos amigos a quienes veía de tarde en tarde. Con ellos
|
|
debatía las mismas cuestiones que con Aracil y Montaner, y podía así
|
|
apreciar y comparar sus puntos de vista.
|
|
|
|
De estos amigos, compañeros de Instituto, el uno estudiaba para
|
|
ingeniero, y se llamaba Rafael Sañudo; el otro era un chico enfermo,
|
|
Fermín Ibarra.
|
|
|
|
A Sañudo, Andrés le veía los sábados por la noche en un café de la
|
|
calle Mayor, que se llamaba Café del Siglo.
|
|
|
|
A medida que pasaba el tiempo, veía Hurtado cómo divergía en gustos y
|
|
en ideas de su amigo Sañudo, con quien antes, de chico, se encontraba
|
|
tan de acuerdo.
|
|
|
|
Sañudo y sus condiscípulos no hablaban en el café más que de música; de
|
|
las óperas del Real, y sobre todo, de Wagner. Para ellos, la ciencia,
|
|
la política, la revolución, España, nada tenía importancia al lado
|
|
de la música de Wagner. Wagner era el Mesías, Beethoven y Mozart los
|
|
precursores. Había algunos beethovenianos que no querían aceptar a
|
|
Wagner, no ya como el Mesías, ni aun siquiera como un continuador
|
|
digno de sus antecesores, y no hablaban más que de la quinta y de la
|
|
novena, en éxtasis. A Hurtado, que no le preocupaba la música, estas
|
|
conversaciones le impacientaban.
|
|
|
|
Empezó a creer que esa idea general y vulgar de que el gusto por la
|
|
música significa espiritualidad, era inexacta. Por lo menos en los
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casos que él veía, la espiritualidad no se confirmaba. Entre aquellos
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estudiantes amigos de Sañudo, muy filarmónicos, había muchos, casi
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todos, mezquinos, mal intencionados, envidiosos.
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Sin duda, pensó Hurtado, que le gustaba explicárselo todo, la vaguedad
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de la música hace que los envidiosos y los canallas, al oir las
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melodías de Mozart, o las armonías de Wagner, descansen con delicia
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de la acritud interna que les produce sus malos sentimientos, como un
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hiperclorhídrico al ingerir una substancia neutra.
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En aquel Café del Siglo, adonde iba Sañudo, el público, en su mayoría,
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era de estudiantes; había también algunos grupos de familia, de esos
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que se atornillan en una mesa, con gran desesperación del mozo, y unas
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cuantas muchachas de aire equívoco.
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Entre ellas llamaba la atención una rubia muy guapa, acompañada de su
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madre. La madre era una chatorrona gorda, con el colmillo retorcido,
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y la mirada de jabalí. Se conocía su historia; después de vivir con
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un sargento, el padre de la muchacha, se había casado con un relojero
|
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alemán, hasta que éste, harto de la golfería de su mujer, la había
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echado de su casa a puntapiés.
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Sañudo y sus amigos se pasaban la noche del sábado hablando mal de
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todo el mundo, y luego comentando con el pianista y el violinista del
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café, las bellezas de una sonata de Beethoven o de un minué de Mozart.
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Hurtado comprendió que aquel no era su centro y dejó de ir por allí.
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Varias noches, Andrés entraba en algún café cantante con su tablado
|
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para las cantadoras y bailadoras. El baile flamenco le gustaba y el
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canto también cuando era sencillo; pero aquellos especialistas de café,
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hombres gordos que se sentaban en una silla con un palito y comenzaban
|
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a dar jipíos y a poner la cara muy triste, le parecían repugnantes.
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La imaginación de Andrés le hacía ver peligros imaginarios que por un
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esfuerzo de voluntad intentaba desafiar y vencer.
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Había algunos cafés cantantes y casas de juego, muy cerrados, que
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a Hurtado se le antojaban peligrosos; uno de ellos era el café del
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Brillante, donde se formaban grupos de chulos, camareras y bailadoras;
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el otro un garito de la calle de la Magdalena, con las ventanas ocultas
|
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por cortinas verdes. Andrés se decía: Nada, hay que entrar aquí; y
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entraba temblando de miedo.
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Estos miedos variaban en él. Durante algún tiempo, tuvo como una mujer
|
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extraña, a una buscona de la calle del Candil, con unos ojos negros
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sombreados de obscuro, y una sonrisa que mostraba sus dientes blancos.
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Al verla, Andrés se estremecía y se echaba a temblar. Un día la
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oyó hablar con acento gallego, y sin saber por qué, todo su terror
|
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desapareció.
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Muchos domingos por la tarde, Andrés iba a casa de su condiscípulo
|
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Fermín Ibarra. Fermín estaba enfermo con una artritis, y se pasaba la
|
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vida leyendo libros de ciencia recreativa. Su madre le tenía como a un
|
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niño y le compraba juguetes mecánicos que a él le divertían.
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Hurtado le contaba lo que hacía, le hablaba de la clase de disección,
|
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de los cafés cantantes, de la vida de Madrid de noche.
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Fermín, resignado, le oía con gran curiosidad. Cosa absurda; al salir
|
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de casa del pobre enfermo, Andrés tenía una idea agradable de su vida.
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¿Era un sentimiento malvado de contraste? ¿El sentirse sano y fuerte
|
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cerca del impedido y del débil?
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Fuera de aquellos momentos, en los demás, el estudio, las discusiones,
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la casa, los amigos, sus correrías, todo esto, mezclado con sus
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pensamientos, le daba una impresión de dolor, de amargura en el
|
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espíritu. La vida en general, y sobre todo la suya, le parecía una cosa
|
|
fea, turbia, dolorosa e indominable.
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|
VII
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ARACIL Y MONTANER
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ARACIL, Montaner y Hurtado concluyeron felizmente su primer curso de
|
|
Anatomía. Aracil se fué a Galicia, en donde se hallaba empleado su
|
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padre; Montaner a un pueblo de la Sierra y Andrés se quedó sin amigos.
|
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El verano le pareció largo y pesado; por las mañanas iba con Margarita
|
|
y Luisito al Retiro, y allí corrían y jugaban los tres; luego la tarde
|
|
y la noche las pasaba en casa dedicado a leer novelas; una porción de
|
|
folletines publicados en los periódicos durante varios años. Dumas
|
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padre, Eugenio Sué, Montepín, Gaboriau, Miss Braddon sirvieron de pasto
|
|
a su afán de leer. Tal dosis de literatura, de crímenes, de aventuras y
|
|
de misterios acabó por aburrirle.
|
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|
|
Los primeros días del curso le sorprendieron agradablemente. En estos
|
|
días otoñales duraba todavía la feria de septiembre en el Prado,
|
|
delante del Jardín Botánico, y al mismo tiempo que las barracas con
|
|
juguetes, los tíos vivos, los tiros al blanco, y los montones de
|
|
nueces, almendras y acerolas, había puestos de libros en donde se
|
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congregaban los bibliófilos, a revolver y a hojear los viejos volúmenes
|
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llenos de polvo. Hurtado solía pasar todo el tiempo que duraba la
|
|
feria, registrando los libracos entre el señor grave, vestido de negro,
|
|
con anteojos, de aspecto doctoral, y algún cura esquelético, de sotana
|
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raída.
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Tenía Andrés cierta ilusión por el nuevo curso, iba a estudiar
|
|
Fisiología y creía que el estudio de las funciones de la vida le
|
|
interesaría tanto o más que una novela; pero se engañó, no fué así.
|
|
Primeramente el libro de texto era un libro estúpido, hecho con
|
|
recortes de obras francesas y escrito sin claridad y sin entusiasmo;
|
|
leyéndolo no se podía formar una idea clara del mecanismo de la vida;
|
|
el hombre aparecía, según el autor, como un armario con una serie de
|
|
aparatos dentro, completamente separados los unos de los otros, como
|
|
los negociados de un ministerio.
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|
Luego el catedrático era hombre sin ninguna afición a lo que explicaba,
|
|
un señor senador, de esos latosos, que se pasaba las tardes en el
|
|
Senado discutiendo tonterías y provocando el sueño de los abuelos de la
|
|
Patria.
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|
Era imposible que con aquel texto y aquel profesor llegara nadie a
|
|
sentir el deseo de penetrar en la ciencia de la vida. La Fisiología,
|
|
cursándola así, parecía una cosa estólida y deslavazada, sin problemas
|
|
de interés ni ningún atractivo.
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|
Hurtado tuvo una verdadera decepción. Era indispensable tomar la
|
|
Fisiología como todo lo demás, sin entusiasmo, como uno de los
|
|
obstáculos que salvar para concluir la carrera.
|
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|
Esta idea, de una serie de obstáculos, era la idea de Aracil. Él
|
|
consideraba una locura el pensar que habían de encontrar un estudio
|
|
agradable.
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|
Julio, en esto, y en casi todo, acertaba. Su gran sentido de la
|
|
realidad le engañaba pocas veces.
|
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|
Aquel curso, Hurtado intimó bastante con Julio Aracil. Julio era un año
|
|
o año y medio más viejo que Hurtado y parecía más hombre. Era moreno,
|
|
de ojos brillantes y saltones, la cara de una expresión viva, la
|
|
palabra fácil, la inteligencia rápida.
|
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|
Con estas condiciones cualquiera hubiese pensado que se hacía
|
|
simpático; pero no, le pasaba todo lo contrario; la mayoría de los
|
|
conocidos le profesaban poco afecto.
|
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|
|
Julio vivía con unas tías viejas; su padre, empleado en una capital de
|
|
provincia, era de una posición bastante modesta. Julio se mostraba muy
|
|
independiente, podía haber buscado la protección de su primo Enrique
|
|
Aracil, que por entonces acababa de obtener una plaza de médico en el
|
|
hospital, por oposición, y que podía ayudarle; pero Julio no quería
|
|
protección alguna; no iba ni a ver a su primo; pretendía debérselo
|
|
todo a sí mismo. Dada su tendencia práctica, era un poco paradójica
|
|
esta resistencia suya a ser protegido.
|
|
|
|
Julio, muy hábil, no estudiaba casi nada, pero aprobaba siempre.
|
|
Buscaba amigos menos inteligentes que él para explotarles; allí donde
|
|
veía una superioridad cualquiera, fuese en el orden que fuese, se
|
|
retiraba. Llegó a confesar a Hurtado, que le molestaba pasear con gente
|
|
de más estatura que él.
|
|
|
|
Julio aprendía con gran facilidad todos los juegos. Sus padres,
|
|
haciendo un sacrificio, podían pagarle los libros, las matrículas y la
|
|
ropa. La tía de Julio solía darle para que fuera alguna vez al teatro
|
|
un duro todos los meses, y Aracil se las arreglaba jugando a las cartas
|
|
con sus amigos, de tal manera, que después de ir al café y al teatro y
|
|
comprar cigarrillos, al cabo del mes, no sólo le quedaba el duro de su
|
|
tía, sino que tenía dos o tres más.
|
|
|
|
Aracil era un poco petulante, se cuidaba el pelo, el bigote, las uñas y
|
|
le gustaba echárselas de guapo. Su gran deseo en el fondo era dominar,
|
|
pero no podía ejercer su dominación en una zona extensa, ni trazarse un
|
|
plan, y toda su voluntad de poder y toda su habilidad se empleaba en
|
|
cosas pequeñas. Hurtado le comparaba a esos insectos activos que van
|
|
dando vueltas a un camino circular con una decisión inquebrantable e
|
|
inútil.
|
|
|
|
Una de las ideas gratas a Julio era pensar que había muchos vicios y
|
|
depravaciones en Madrid.
|
|
|
|
La venalidad de los políticos, la fragilidad de las mujeres, todo lo
|
|
que significara claudicación, le gustaba; que una cómica, por hacer un
|
|
papel importante, se entendía con un empresario viejo y repulsivo; que
|
|
una mujer, al parecer honrada, iba a una casa de citas, le encantaba.
|
|
|
|
Esa omnipotencia del dinero, antipática para un hombre de sentimientos
|
|
delicados, le parecía a Aracil algo sublime, admirable, un holocausto
|
|
natural a la fuerza del oro.
|
|
|
|
Julio era un verdadero fenicio; procedía de Mallorca y probablemente
|
|
había en él sangre semítica. Por lo menos si la sangre faltaba, las
|
|
inclinaciones de la raza estaban íntegras. Soñaba con viajar por el
|
|
Oriente, y aseguraba siempre que, de tener dinero, los primeros países
|
|
que visitaría serían Egipto y el Asia Menor.
|
|
|
|
El doctor Iturrioz, tío carnal de Andrés Hurtado, solía afirmar
|
|
probablemente de una manera arbitraria, que en España, desde un punto
|
|
de vista moral, hay dos tipos: el tipo ibérico y el tipo semita. Al
|
|
tipo ibérico asignaba el doctor las cualidades fuertes y guerreras
|
|
de la raza; al tipo semita las tendencias rapaces, de intriga y de
|
|
comercio.
|
|
|
|
Aracil era un ejemplar acabado del tipo semita. Sus ascendientes
|
|
debieron ser comerciantes de esclavos en algún pueblo del
|
|
Mediterráneo. A Julio le molestaba todo lo que fuera violento y
|
|
exaltado: el patriotismo, la guerra, el entusiasmo político o social;
|
|
le gustaba el fausto, la riqueza, las alhajas, y como no tenía dinero
|
|
para comprarlas buenas, las llevaba falsas y casi le hacía más gracia
|
|
lo mixtificado que lo bueno.
|
|
|
|
Daba tanta importancia al dinero, sobre todo al dinero ganado, que el
|
|
comprobar lo difícil de conseguirlo le agradaba. Como era su dios,
|
|
su ídolo, de darse demasiado fácilmente, le hubiese parecido mal. Un
|
|
paraíso conseguido sin esfuerzo no entusiasma al creyente; la mitad por
|
|
lo menos del mérito de la gloria está en su dificultad, y para Julio
|
|
la dificultad de conseguir el dinero constituía uno de sus mayores
|
|
encantos.
|
|
|
|
Otra de las condiciones de Aracil era acomodarse a las circunstancias,
|
|
para él no había cosas desagradables; de considerarlo necesario, lo
|
|
aceptaba todo.
|
|
|
|
Con su sentido previsor de hormiga, calculaba la cantidad de placeres
|
|
obtenibles por una cantidad de dinero. Esto constituía una de sus
|
|
mayores preocupaciones. Miraba los bienes de la tierra con ojos de
|
|
tasador judío. Si se convencía de que una cosa de treinta céntimos la
|
|
había comprado por veinte, sentía un verdadero disgusto.
|
|
|
|
Julio leía novelas francesas de escritores medio naturalistas, medio
|
|
galantes; estas relaciones de la vida de lujo y de vicio de París le
|
|
encantaban.
|
|
|
|
De ser cierta la clasificación de Iturrioz, Montaner también tenía más
|
|
del tipo semita que del ibérico. Era enemigo de lo violento y de lo
|
|
exaltado, perezoso, tranquilo, comodón.
|
|
|
|
Blando de carácter, daba al principio de tratarle cierta impresión
|
|
de acritud y energía, que no era más que el reflejo del ambiente de
|
|
su familia, constituída por el padre y la madre y varias hermanas
|
|
solteronas, de carácter duro y avinagrado.
|
|
|
|
Cuando Andrés llegó a conocer a fondo a Montaner, se hizo amigo suyo.
|
|
|
|
Concluyeron los tres compañeros el curso. Aracil se marchó, como solía
|
|
hacerlo todos los veranos, al pueblo en donde estaba su familia, y
|
|
Montaner y Hurtado se quedaron en Madrid.
|
|
|
|
El verano fué sofocante; por las noches, Montaner, después de cenar,
|
|
iba a casa de Hurtado, y los dos amigos paseaban por la Castellana
|
|
y por el Prado, que por entonces tomaba el carácter de un paseo
|
|
provinciano, aburrido, polvoriento y lánguido.
|
|
|
|
Al final del verano un amigo le dió a Montaner una entrada para los
|
|
Jardines del Buen Retiro. Fueron los dos todas las noches. Oían cantar
|
|
óperas antiguas, interrumpidas por los gritos de la gente que pasaba
|
|
dentro del vagón de una montaña rusa que cruzaba el jardín; seguían a
|
|
las chicas, y a la salida se sentaban a tomar horchata o limón en algún
|
|
puesto del Prado.
|
|
|
|
Lo mismo Montaner que Andrés hablaban casi siempre mal de Julio;
|
|
estaban de acuerdo en considerarle egoísta, mezquino, sórdido, incapaz
|
|
de hacer nada por nadie. Sin embargo, cuando Aracil llegaba a Madrid,
|
|
los dos se reunían siempre con él.
|
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|
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|
|
VIII
|
|
|
|
UNA FÓRMULA DE LA VIDA
|
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|
EL año siguiente, el cuarto de carrera, había para los alumnos, y sobre
|
|
todo para Andrés Hurtado, un motivo de curiosidad: la clase de don José
|
|
de Letamendi.
|
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|
Letamendi era de estos hombres universales que se tenían en la España
|
|
de hace unos años; hombres universales a quienes no se les conocía ni
|
|
de nombre pasados los Pirineos. Un desconocimiento tal en Europa de
|
|
genios tan transcendentales, se explicaba por esa hipótesis absurda,
|
|
que aunque no la defendía nadie claramente, era aceptada por todos, la
|
|
hipótesis del odio y la mala fe internacionales que hacía que las cosas
|
|
grandes de España fueran pequeñas en el extranjero y viceversa.
|
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|
|
Letamendi era un señor flaco, bajito, escuálido, con melenas grises y
|
|
barba blanca. Tenía cierto tipo de aguilucho: la nariz corva, los ojos
|
|
hundidos y brillantes. Se veía en él un hombre que se había hecho una
|
|
cabeza, como dicen los franceses. Vestía siempre levita algo entallada,
|
|
y llevaba un sombrero de copa de alas planas, de esos sombreros
|
|
clásicos de los melenudos profesores de la Sorbona.
|
|
|
|
En San Carlos corría como una verdad indiscutible que Letamendi era un
|
|
genio; uno de esos hombres águilas que se adelantan a su tiempo; todo
|
|
el mundo le encontraba abstruso porque hablaba y escribía con gran
|
|
empaque un lenguaje medio filosófico, medio literario.
|
|
|
|
Andrés Hurtado, que se hallaba ansioso de encontrar algo que llegase al
|
|
fondo de los problemas de la vida, comenzó a leer el libro de Letamendi
|
|
con entusiasmo. La aplicación de las Matemáticas a la Biología le
|
|
pareció admirable. Andrés fué pronto un convencido.
|
|
|
|
Como todo el que cree hallarse en posesión de una verdad tiene cierta
|
|
tendencia de proselitismo, una noche Andrés fué al café donde se
|
|
reunían Sañudo y sus amigos a hablar de las doctrinas de Letamendi, a
|
|
explicarlas y a comentarlas.
|
|
|
|
Estaba como siempre Sañudo con varios estudiantes de ingenieros.
|
|
Hurtado se reunió con ellos y aprovechó la primera ocasión para llevar
|
|
la conversación al terreno que deseaba, y expuso la fórmula de la vida
|
|
de Letamendi e intentó explicar los corolarios que de ella deducía el
|
|
autor.
|
|
|
|
Al decir Andrés que la vida, según Letamendi, es una función
|
|
indeterminada entre la energía individual y el cosmos, y que esta
|
|
función no puede ser más que suma, resta, multiplicación y división,
|
|
y que no pudiendo ser suma, ni resta, ni división, tiene que ser
|
|
multiplicación, uno de los amigos de Sañudo se echó a reir.
|
|
|
|
--¿Por qué se ríe usted?--le preguntó Andrés, sorprendido.
|
|
|
|
--Porque en todo eso que dice usted hay una porción de sofismas y de
|
|
falsedades. Primeramente hay muchas más funciones matemáticas que
|
|
sumar, restar, multiplicar y dividir.
|
|
|
|
--¿Cuáles?
|
|
|
|
--Elevar a potencia, extraer raíces... Después, aunque no hubiera más
|
|
que cuatro funciones matemáticas primitivas, es absurdo pensar que en
|
|
el conflicto de estos dos elementos la energía de la vida y el cosmos,
|
|
uno de ellos, por lo menos, heterogéneo y complicado, porque no haya
|
|
suma, ni resta, ni división, ha de haber multiplicación. Además, sería
|
|
necesario demostrar por qué no puede haber suma, por qué no puede haber
|
|
resta y por qué no puede haber división. Después habría que demostrar
|
|
por qué no puede haber dos o tres funciones simultáneas. No basta
|
|
decirlo.
|
|
|
|
--Pero eso lo da el razonamiento.
|
|
|
|
--No, no; perdone usted--replicó el estudiante--. Por ejemplo, entre
|
|
esa mujer y yo puede haber varias funciones matemáticas: suma, si
|
|
hacemos los dos una misma cosa ayudándonos; resta, si ella quiere
|
|
una cosa y yo la contraria y vence uno de los dos contra el otro;
|
|
multiplicación, si tenemos un hijo, y división si yo la corto en
|
|
pedazos a ella o ella a mí.
|
|
|
|
--Eso es una broma--dijo Andrés.
|
|
|
|
--Claro que es una broma--replicó el estudiante--una broma por el
|
|
estilo de las de su profesor, pero que tiende a una verdad, y es que
|
|
entre la fuerza de la vida y el cosmos, hay un infinito de funciones
|
|
distintas; sumas, restas, multiplicaciones, de todo, y que además
|
|
es muy posible que existan otras funciones que no tengan expresión
|
|
matemática.
|
|
|
|
Andrés Hurtado, que había ido al café creyendo que sus preposiciones
|
|
convencerían a los alumnos de ingenieros, se quedó un poco perplejo y
|
|
cariacontecido al comprobar su derrota.
|
|
|
|
Leyó de nuevo el libro de Letamendi, siguió oyendo sus explicaciones
|
|
y se convenció de que todo aquello de la fórmula de la vida y sus
|
|
corolarios, que al principio le pareció serio y profundo, no eran más
|
|
que juegos de prestidigitación, unas veces ingeniosos, otras veces
|
|
vulgares, pero siempre sin realidad alguna, ni metafísica, ni empírica.
|
|
|
|
Todas estas fórmulas matemáticas y su desarrollo no eran más que
|
|
vulgaridades disfrazadas con un aparato científico, adornadas por
|
|
conceptos retóricos que la papanatería de profesores y alumnos tomaba
|
|
como visiones de profeta.
|
|
|
|
Por dentro, aquel buen señor de las melenas, con su mirada de águila
|
|
y su diletantismo artístico, científico y literario; pintor en sus
|
|
ratos de ocio, violinista y compositor y genio por los cuatro costados,
|
|
era un mixtificador audaz con ese fondo aparatoso y botarate de los
|
|
mediterráneos. Su único mérito real era tener condiciones de literato,
|
|
de hombre de talento verbal.
|
|
|
|
La palabrería de Letamendi produjo en Andrés un deseo de asomarse al
|
|
mundo filosófico y con este objeto compró en unas ediciones económicas
|
|
los libros de Kant, de Fichte y de Schopenhauer.
|
|
|
|
Leyó primero _La Ciencia del Conocimiento_, de Fichte, y no pudo
|
|
enterarse de nada. Sacó la impresión de que el mismo traductor no había
|
|
comprendido lo que traducía; después comenzó la lectura de _Parerga y
|
|
Paralipomena_, y le pareció un libro casi ameno, en parte cándido, y
|
|
le divirtió más de lo que suponía. Por último, intentó descifrar _La
|
|
crítica de la razón pura_. Veía que con un esfuerzo de atención podía
|
|
seguir el razonamiento del autor como quien sigue el desarrollo de un
|
|
teorema matemático; pero le pareció demasiado esfuerzo para su cerebro
|
|
y dejó Kant para más adelante, y siguió leyendo a Schopenhauer, que
|
|
tenía para él el atractivo de ser un consejero chusco y divertido.
|
|
|
|
Algunos pedantes le decían que Schopenhauer había pasado de moda, como
|
|
si la labor de un hombre de inteligencia extraordinaria fuera como la
|
|
forma de un sombrero de copa.
|
|
|
|
Los condiscípulos, a quien asombraban estos buceamientos de Andrés
|
|
Hurtado, le decían:
|
|
|
|
--¿Pero no te basta con la filosofía de Letamendi?
|
|
|
|
--Si eso no es filosofía ni nada--replicaba Andrés--. Letamendi
|
|
es un hombre sin una idea profunda; no tiene en la cabeza más que
|
|
palabras y frases. Ahora, como vosotros no las comprendéis, os parecen
|
|
extraordinarias.
|
|
|
|
El verano, durante las vacaciones, Andrés leyó en la Biblioteca
|
|
Nacional algunos libros filosóficos nuevos de los profesores franceses
|
|
e italianos y le sorprendieron. La mayoría de estos libros no tenían
|
|
más que el título sugestivo; lo demás era una eterna divagación acerca
|
|
de métodos y clasificaciones.
|
|
|
|
A Hurtado no le importaba nada la cuestión de los métodos y de las
|
|
clasificaciones, ni saber si la Sociología era una ciencia o un
|
|
ciempiés inventado por los sabios; lo que quería encontrar era una
|
|
orientación, una verdad espiritual y práctica al mismo tiempo.
|
|
|
|
Los bazares de ciencia de los Lombroso y los Ferri, de los Fouillée y
|
|
de los Janet, le produjeron una mala impresión.
|
|
|
|
Este espíritu latino y su claridad tan celebrada le pareció una de
|
|
las cosas más insulsas, más banales y anodinas. Debajo de los títulos
|
|
pomposos no había más que vulgaridad a todo pasto. Aquello era, con
|
|
relación a la filosofía, lo que son los específicos de la cuarta plana
|
|
de los periódicos respecto a la medicina verdadera.
|
|
|
|
En cada autor francés se le figuraba a Hurtado ver un señor cyranesco,
|
|
tomando actitudes gallardas y hablando con voz nasal; en cambio todos
|
|
los italianos le parecían barítonos de zarzuela.
|
|
|
|
Viendo que no le gustaban los libros modernos volvió a emprender con
|
|
la obra de Kant, y leyó entera con grandes trabajos la _Crítica de la
|
|
razón pura_.
|
|
|
|
Ya aprovechaba algo más lo que leía y le quedaban las líneas generales
|
|
de los sistemas que iba desentrañando.
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
IX
|
|
|
|
UN REZAGADO
|
|
|
|
|
|
AL principio de otoño y comienzo del curso siguiente, Luisito, el
|
|
hermano menor, cayó enfermo con fiebres.
|
|
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Andrés sentía por Luisito un cariño exclusivo y huraño. El chico le
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preocupaba de una manera patológica, le parecía que los elementos todos
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se conjuraban contra él.
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Visitó al enfermito el doctor Aracil, el pariente de Julio, y a los
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pocos días indicó que se trataba de una fiebre tifoidea.
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Andrés pasó momentos angustiosos; leía con desesperación en los libros
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de Patología la descripción y el tratamiento de la fiebre tifoidea y
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hablaba con el médico de los remedios que podrían emplearse.
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El doctor Aracil a todo decía que no.
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--Es una enfermedad que no tiene tratamiento específico--aseguraba--;
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bañarle, alimentarle y esperar, nada más.
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Andrés era el encargado de preparar el baño y tomar la temperatura a
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Luis.
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El enfermo tuvo días de fiebre muy alta. Por las mañanas, cuando bajaba
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la calentura, preguntaba a cada momento por Margarita y Andrés. Éste,
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en el curso de la enfermedad, quedó asombrado de la resistencia y de la
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energía de su hermana; pasaba las noches sin dormir cuidando del niño;
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no se le ocurría jamás, y si se le ocurría no le daba importancia, la
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idea de que pudiera contagiarse.
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Andrés desde entonces comenzó a sentir una gran estimación por
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Margarita; el cariño de Luisito los había unido.
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A los treinta o cuarenta días la fiebre desapareció, dejando al niño
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flaco, hecho un esqueleto.
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Andrés adquirió con este primer ensayo de médico un gran escepticismo.
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Empezó a pensar si la medicina no serviría para nada. Un buen puntal
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para este escepticismo le proporcionaba las explicaciones del profesor
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de Terapéutica, que consideraba inútiles cuando no perjudiciales casi
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todos los preparados de la farmacopea.
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No era una manera de alentar los entusiasmos médicos de los alumnos,
|
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pero indudablemente el profesor lo creía así y hacía bien en decirlo.
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Después de las fiebres Luisito quedó débil y a cada paso daba a la
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familia una sorpresa desagradable; un día era un calenturón, al otro
|
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unas convulsiones. Andrés muchas noches tenía que ir a las dos o a las
|
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tres de la mañana en busca del médico y después salir a la botica.
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En este curso, Andrés se hizo amigo de un estudiante rezagado, ya
|
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bastante viejo, a quien cada año de carrera costaba por lo menos dos o
|
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tres.
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Un día este estudiante le preguntó a Andrés qué le pasaba para estar
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sombrío y triste. Andrés le contó que tenía al hermano enfermo, y el
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otro intentó tranquilizarle y consolarle. Hurtado le agradeció la
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simpatía y se hizo amigo del viejo estudiante.
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Antonio Lamela, así se llamaba el rezagado, era gallego, un tipo flaco,
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nervioso, de cara escuálida, nariz afilada, una zalea de pelos negros
|
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en la barba ya con algunas canas, y la boca sin dientes, de hombre
|
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débil.
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A Hurtado le llamó la atención el aire de hombre misterioso de Lamela,
|
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y a éste le chocó sin duda el aspecto reconcentrado de Andrés. Los dos
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tenían una vida interior distinta al resto de los estudiantes.
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El secreto de Lamela era que estaba enamorado, pero enamorado de
|
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verdad, de una mujer de la aristocracia, una mujer de título, que
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andaba en coche e iba a palco al Real.
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Lamela le tomó a Hurtado por confidente y le contó sus amores con toda
|
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clase de detalles. Ella estaba enamoradísima de él, según aseguraba el
|
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estudiante; pero existían una porción de dificultades y de obstáculos
|
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que impedían la aproximación del uno al otro.
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A Andrés le gustaba encontrarse con un tipo distinto a la generalidad.
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En las novelas se daba como anomalía un hombre joven sin un gran amor;
|
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en la vida lo anómalo era encontrar un hombre enamorado de verdad. El
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primero que conoció Andrés fué Lamela; por eso le interesaba.
|
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El viejo estudiante padecía un romanticismo intenso, mitigado en
|
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algunas cosas por una tendencia beocia de hombre práctico: Lamela creía
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en el amor y en Dios; pero esto no le impedía emborracharse y andar de
|
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crápula con frecuencia. Según él, había que dar al cuerpo necesidades
|
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mezquinas y groseras y conservar el espíritu limpio.
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Esta filosofía la condensaba, diciendo: Hay que dar al cuerpo lo que es
|
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del cuerpo, y al alma lo que es del alma.
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--Si todo eso del alma, es una pamplina--le decía Andrés--. Son cosas
|
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inventadas por los curas para sacar dinero.
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--¡Cállate, hombre, cállate! No disparates.
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Lamela en el fondo era un rezagado en todo: en la carrera y en las
|
|
ideas. Discurría como un hombre de a principio del siglo. La concepción
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mecánica actual del mundo económico y de la sociedad, para él no
|
|
existía. Tampoco existía cuestión social. Toda la cuestión social se
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resolvía con la caridad y con que hubiese gentes de buen corazón.
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--Eres un verdadero católico--le decía Andrés-; te has fabricado el más
|
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cómodo de los mundos.
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Cuando Lamela le mostró un día a su amada, Andrés se quedó estupefacto.
|
|
Era una solterona fea, negra, con una nariz de cacatúa y más años que
|
|
un loro.
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|
Además de su aire antipático, ni siquiera hacía caso del estudiante
|
|
gallego, a quien miraba con desprecio, con un gesto desagradable y
|
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avinagrado.
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|
Al espíritu fantaseador de Lamela no llegaba nunca la realidad.
|
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A pesar de su apariencia sonriente y humilde, tenía un orgullo y una
|
|
confianza en sí mismo extraordinaria; sentía la tranquilidad del que
|
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cree conocer el fondo de las cosas y de las acciones humanas.
|
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|
Delante de los demás compañeros Lamela no hablaba de sus amores:
|
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pero cuando le cogía a Hurtado por su cuenta, se desbordaba. Sus
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confidencias no tenían fin.
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A todo le quería dar una significación complicada y fuera de lo normal.
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--Chico--decía sonriendo y agarrando del brazo a Andrés--. Ayer la vi.
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--¡Hombre!
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--Sí--añadía con gran misterio--. Iba con la señora de compañía; fuí
|
|
detrás de ella, entró en su casa y poco después salió un criado al
|
|
balcón. ¿Es raro, eh?
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--¿Raro? ¿Por qué?--preguntaba Andrés.
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--Es que luego el criado no cerró el balcón.
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|
Hurtado se le quedaba mirando preguntándose cómo funcionaría el cerebro
|
|
de su amigo para encontrar extrañas las cosas más naturales del mundo y
|
|
para creer en la belleza de aquella dama.
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Algunas veces que iban por el Retiro charlando, Lamela se volvía y
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decía:
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--¡Mira, cállate!
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|
--Pues ¿qué pasa?
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--Que aquel que viene allá es de esos enemigos míos que le hablan a
|
|
ella mal de mí. Viene espiándome.
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Andrés se quedaba asombrado. Cuando ya tenía más confianza con él le
|
|
decía:
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--Mira, Lamela, yo como tú, me presentaría a la Sociedad de Psicología
|
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de París o de Londres.
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--¿A qué?
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--Y diría: Estúdienme ustedes, porque creo que soy el hombre más
|
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extraordinario del mundo.
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El gallego se reía con su risa bonachona.
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--Es que tú eres un niño--replicaba--; el día que te enamores verás
|
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cómo me das la razón a mí.
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|
Lamela vivía en una casa de huéspedes de la plaza de Lavapiés;
|
|
tenía un cuarto pequeño, desarreglado, y como estudiaba, cuando
|
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estudiaba, metido en la cama, solía descoser los libros y los guardaba
|
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desencuadernados en pliegos sueltos en el baúl o extendidos sobre la
|
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mesa.
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|
Alguna que otra vez fué Hurtado a verle a su casa.
|
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|
|
La decoración de su cuarto consistía en una serie de botellas vacías,
|
|
colocadas por todas partes. Lamela compraba el vino para él y lo
|
|
guardada en sitios inverosímiles, de miedo de que los demás huéspedes
|
|
entrasen en el cuarto y se lo bebieran, lo que, por lo que contaba, era
|
|
frecuente. Lamela tenía escondidas las botellas dentro de la chimenea,
|
|
en el baúl, en la cómoda.
|
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|
De noche, según le dijo a Andrés, cuando se acostaba ponía una botella
|
|
de vino debajo de la cama, y si se despertaba cogía la botella y se
|
|
bebía la mitad de un trago. Estaba convencido de que no había hipnótico
|
|
como el vino, y que a su lado el sulfonal y el cloral eran verdaderas
|
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filfas.
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|
Lamela nunca discutía las opiniones de los profesores, no le
|
|
interesaban gran cosa; para él no podía aceptarse más clasificación
|
|
entre ellos que la de los catedráticos de buena intención, amigos de
|
|
aprobar y los de mala intención, que suspendían sólo por echárselas de
|
|
sabios y darse tono.
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En la mayoría de los casos Lamela dividía a los hombres en dos grupos:
|
|
los unos, gente franca, honrada, de buen fondo, de buen corazón; los
|
|
otros, gente mezquina y vanidosa.
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|
Para Lamela, Aracil y Montaner eran de esta última clase, de los más
|
|
mezquinos e insignificantes.
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|
Verdad es que ninguno de los dos le tomaba en serio a Lamela.
|
|
|
|
Andrés contaba en su casa las extravagancias de su amigo. A Margarita
|
|
le interesaban mucho estos amores. Luisito, que tenía la imaginación
|
|
de un chico enfermizo, había inventado, escuchándole a su hermano, un
|
|
cuento que se llamaba: «Los amores de un estudiante gallego con la
|
|
reina de las cacatúas.»
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|
|
X
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|
PASO POR SAN JUAN DE DIOS
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|
SIN gran brillantez, pero también sin grandes fracasos, Andrés Hurtado
|
|
iba avanzando en su carrera.
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|
Al comenzar el cuarto año se le ocurrió a Julio Aracil asistir a unos
|
|
cursos de enfermedades venéreas que daba un médico en el hospital
|
|
de San Juan de Dios. Aracil invitó a Montaner y a Hurtado a que le
|
|
acompañaran; unos meses después iba a haber exámenes de alumnos
|
|
internos para ingreso en el Hospital General; pensaban presentarse los
|
|
tres, y no estaba mal el ver enfermos con frecuencia.
|
|
|
|
La visita en San Juan de Dios fué un nuevo motivo de depresión y
|
|
melancolía para Hurtado. Pensaba que por una causa o por otra el mundo
|
|
le iba presentando su cara más fea.
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|
|
|
A los pocos días de frecuentar el hospital, Andrés se inclinaba a creer
|
|
que el pesimismo de Schopenhauer era una verdad casi matemática. El
|
|
mundo le parecía una mezcla de manicomio y de hospital; ser inteligente
|
|
constituía una desgracia, y sólo la felicidad podía venir de la
|
|
inconsciencia y de la locura. Lamela, sin pensarlo, viviendo con sus
|
|
ilusiones, tomaba las proporciones de un sabio.
|
|
|
|
Aracil, Montaner y Hurtado visitaron una sala de mujeres de San Juan de
|
|
Dios.
|
|
|
|
Para un hombre excitado e inquieto como Andrés, el espectáculo tenía
|
|
que ser deprimente. Las enfermas eran de lo más caído y miserable.
|
|
Ver tanta desdichada sin hogar, abandonada, en una sala negra, en un
|
|
estercolero humano; comprobar y evidenciar la podredumbre que envenena
|
|
la vida sexual, le hizo a Andrés una angustiosa impresión.
|
|
|
|
El hospital aquel, ya derruído por fortuna, era un edificio inmundo,
|
|
sucio, mal oliente; las ventanas de las salas daban a la calle de
|
|
Atocha y tenían, además de las rejas, unas alambreras para que las
|
|
mujeres recluídas no se asomaran y escandalizaran. De este modo no
|
|
entraba allí el sol ni el aire.
|
|
|
|
El médico de la sala, amigo de Julio, era un vejete ridículo, con unas
|
|
largas patillas blancas. El hombre, aunque no sabía gran cosa, quería
|
|
darse aire de catedrático, lo cual a nadie podía parecer un crimen;
|
|
lo miserable, lo canallesco era que trataba con una crueldad inútil a
|
|
aquellas desdichadas acogidas allí y las maltrataba de palabra y de
|
|
obra.
|
|
|
|
¿Por qué? Era incomprensible. Aquel petulante idiota mandaba llevar
|
|
castigadas a las enfermas a las guardillas y tenerlas uno o dos días
|
|
encerradas por delitos imaginarios. El hablar de una cama a otra
|
|
durante la visita, el quejarse en la cura, cualquier cosa, bastaba para
|
|
estos severos castigos. Otras veces mandaba ponerlas a pan y agua. Era
|
|
un macaco cruel este tipo, a quien habían dado una misión tan humana
|
|
como la de cuidar de pobres enfermas.
|
|
|
|
Hurtado no podía soportar la bestialidad de aquel idiota de las
|
|
patillas blancas, Aracil se reía de las indignaciones de su amigo.
|
|
|
|
Una vez Hurtado decidió no volver más por allá. Había una mujer que
|
|
guardaba constantemente en el regazo un gato blanco. Era una mujer que
|
|
debió haber sido muy bella, con ojos negros, grandes, sombreados, la
|
|
nariz algo corva y el tipo egipcio. El gato era, sin duda, lo único
|
|
que le quedaba de un pasado mejor. Al entrar el médico, la enferma
|
|
solía bajar disimuladamente al gato de la cama y dejarlo en el suelo;
|
|
el animal se quedaba escondido, asustado, al ver entrar al médico con
|
|
sus alumnos; pero uno de los días el médico le vió y comenzó a darle
|
|
patadas.
|
|
|
|
--Coged a ese gato y matadlo--dijo el idiota de las patillas blancas al
|
|
practicante.
|
|
|
|
El practicante y una enfermera comenzaron a perseguir al animal por
|
|
toda la sala; la enferma miraba angustiada esta persecución.
|
|
|
|
--Y a esta tía llevadla a la guardilla--añadió el médico.
|
|
|
|
La enferma seguía la caza con la mirada, y cuando vió que cogían a su
|
|
gato, dos lágrimas gruesas corrieron por sus mejillas pálidas.
|
|
|
|
--¡Canalla! ¡Idiota!--exclamó Hurtado, acercándose al médico con el
|
|
puño levantado.
|
|
|
|
--No seas estúpido--dijo Aracil--. Si no quieres venir aquí, márchate.
|
|
|
|
--Sí, me voy, no tengas cuidado, por no patearle las tripas a ese
|
|
idiota, miserable.
|
|
|
|
Desde aquel día ya no quiso volver más a San Juan de Dios.
|
|
|
|
La exaltación humanitaria de Andrés hubiera aumentado sin las
|
|
influencias que obraban en su espíritu. Una de ellas era la de Julio,
|
|
que se burlaba de todas las ideas exageradas, como decía él; la otra,
|
|
la de Lamela, con su idealismo práctico, y, por último, la lectura de
|
|
_Parerga y Paralipomena_ de Schopenhauer, que le inducía a la no acción.
|
|
|
|
A pesar de estas tendencias enfrenadoras, durante muchos días estuvo
|
|
Andrés impresionado por lo que dijeron varios obreros en un mitin de
|
|
anarquistas del Liceo Ríus. Uno de ellos, Ernesto Álvarez, un hombre
|
|
moreno, de ojos negros y barba entrecana, habló en aquel mitin de una
|
|
manera elocuente y exaltada; habló de los niños abandonados, de los
|
|
mendigos, de las mujeres caídas...
|
|
|
|
Andrés sintió el atractivo de este sentimentalismo, quizá algo morboso.
|
|
Cuando exponía sus ideas acerca de la injusticia social, Julio Aracil
|
|
le salía al encuentro con su buen sentido:
|
|
|
|
--Claro que hay cosas malas en la sociedad--decía Aracil--. ¿Pero quién
|
|
las va a arreglar? ¿Esos vividores que hablan en los mítines? Además,
|
|
hay desdichas que son comunes a todos; esos albañiles de los dramas
|
|
populares que se nos vienen a quejar de que sufren el frío del invierno
|
|
y el calor del verano, no son los únicos; lo mismo nos pasa a los demás.
|
|
|
|
Las palabras de Aracil eran la gota de agua fría en las exaltaciones
|
|
humanitarias de Andrés.
|
|
|
|
--Si quieres dedicarte a esas cosas--le decía--, hazte político,
|
|
aprende a hablar.
|
|
|
|
--Pero si yo no me quiero dedicar a político--replicaba Andrés
|
|
indignado.
|
|
|
|
--Pues si no, no puedes hacer nada.
|
|
|
|
Claro que toda reforma en un sentido humanitario tenía que ser
|
|
colectiva y realizarse por un procedimiento político, y a Julio no le
|
|
era muy difícil convencer a su amigo de lo turbio de la política.
|
|
|
|
Julio llevaba la duda a los romanticismos de Hurtado; no necesitaba
|
|
insistir mucho para convencerle de que la política es un arte de
|
|
granjería.
|
|
|
|
Realmente, la política española nunca ha sido nada alto ni nada noble;
|
|
no era muy difícil convencer a un madrileño de que no debía tener
|
|
confianza en ella.
|
|
|
|
La inacción, la sospecha de la inanidad y de la impureza de todo
|
|
arrastraban a Hurtado cada vez más a sentirse pesimista.
|
|
|
|
Se iba inclinando aun anarquismo espiritual, basado en la simpatía y en
|
|
la piedad, sin solución práctica ninguna.
|
|
|
|
La lógica justiciera y revolucionaria de los Saint-Just ya no le
|
|
entusiasmaba, le parecía una cosa artificial y fuera de la naturaleza.
|
|
Pensaba que en la vida ni había ni podía haber justicia. La vida era
|
|
una corriente tumultuosa e inconsciente donde los actores representaban
|
|
una tragedia que no comprendían, y los hombres, llegados a un estado
|
|
de intelectualidad, contemplaban la escena con una mirada compasiva y
|
|
piadosa.
|
|
|
|
Estos vaivenes en las ideas, esta falta de plan y de freno, le llevaban
|
|
a Andrés al mayor desconcierto, a una sobrexcitación cerebral continua
|
|
e inútil.
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
XI
|
|
|
|
DE ALUMNO INTERNO
|
|
|
|
|
|
A mediados de curso se celebraron exámenes de alumnos internos para el
|
|
hospital general.
|
|
|
|
Aracil, Montaner y Hurtado decidieron presentarse. El examen consistía
|
|
en unas preguntas hechas al capricho por los profesores acerca de
|
|
puntos de las asignaturas ya cursadas por los alumnos. Hurtado fué a
|
|
ver a su tío Iturrioz para que le recomendara.
|
|
|
|
--Bueno, te recomendaré--le dijo el tío--; ¿tienes afición a la carrera?
|
|
|
|
--Muy poca.
|
|
|
|
--Y entonces, ¿para qué quieres entrar en el hospital?
|
|
|
|
--¡Ya, qué le voy a hacer! Veré si voy adquiriendo la afición. Además,
|
|
cobraré unos cuartos, que me convienen.
|
|
|
|
--Muy bien--contestó Iturrioz--. Contigo se sabe a qué atenerse; eso me
|
|
gusta.
|
|
|
|
En el examen, Aracil y Hurtado salieron aprobados.
|
|
|
|
Primero tenían que ser libretistas; su obligación consistía en ir por
|
|
la mañana y apuntar las recetas que ordenaba el médico; por la tarde,
|
|
recoger la botica, repartirla y hacer guardias. De libretistas, con
|
|
seis duros al mes, pasaban a internos de clase superior, con nueve,
|
|
y luego a ayudantes, con doce duros, lo que representaba la cantidad
|
|
respetable de dos pesetas al día.
|
|
|
|
Andrés fué llamado por un médico amigo de su tío, que visitaba una de
|
|
las salas altas del tercer piso del hospital. La sala era de Medicina.
|
|
|
|
El médico, hombre estudioso, había llegado a dominar el diagnóstico
|
|
como pocos. Fuera de su profesión no le interesaba nada: política,
|
|
literatura, arte, filosofía o astronomía, todo lo que no fuera
|
|
auscultar o percutir, analizar orinas o esputos, era letra muerta para
|
|
él.
|
|
|
|
Consideraba, y quizá tenía razón, que la verdadera moral del estudiante
|
|
de Medicina estribaba en ocuparse únicamente de lo médico, y fuera
|
|
de esto, divertirse. A Andrés le preocupaban más las ideas y los
|
|
sentimientos de los enfermos que los síntomas de las enfermedades.
|
|
|
|
Pronto pudo ver el médico de la sala la poca afición de Hurtado por la
|
|
carrera.
|
|
|
|
--Usted piensa en todo menos en lo que es Medicina--le dijo a Andrés
|
|
con severidad.
|
|
|
|
El médico de la sala estaba en lo cierto. El nuevo interno no llevaba
|
|
el camino de ser un clínico; le interesaban los aspectos psicológicos
|
|
de las cosas; quería investigar qué hacían las hermanas de la Caridad,
|
|
si tenían o no vocación; sentía curiosidad por saber la organización
|
|
del hospital y averiguar por dónde se filtraba el dinero consignado por
|
|
la Diputación.
|
|
|
|
La inmoralidad dominaba dentro del vetusto edificio. Desde los
|
|
administradores de la Diputación provincial hasta una sociedad de
|
|
internos que vendía la quinina del hospital en las boticas de la calle
|
|
de Atocha, había seguramente todas las formas de la filtración. En las
|
|
guardias, los internos y los señores capellanes se dedicaban a jugar al
|
|
monte, y en el Arsenal funcionaba casi constantemente una timba en la
|
|
que la postura menor era una perra gorda.
|
|
|
|
Los médicos, entre los que había algunos muy chulos; los curas, que no
|
|
lo eran menos, y los internos se pasaban la noche tirando de la oreja a
|
|
Jorge.
|
|
|
|
Los señores capellanes se jugaban las pestañas; uno de ellos era
|
|
un hombrecito bajito, cínico y rubio, que había llegado a olvidar
|
|
sus estudios de cura y adquirido afición por la Medicina. Como la
|
|
carrera de médico era demasiado larga para él, se iba a examinar de
|
|
ministrante, y si podía, pensaba abandonar definitivamente los hábitos.
|
|
|
|
El otro cura era un mozo bravío, alto, fuerte, de facciones enérgicas.
|
|
Hablaba de una manera terminante y despótica; solía contar con gracejo
|
|
historias verdes, que provocaban bárbaros comentarios.
|
|
|
|
Si alguna persona devota le reprochaba la inconveniencia de sus
|
|
palabras, el cura cambiaba de voz y de gesto, y con una marcada
|
|
hipocresía, tomando un tonillo de falsa unción, que no cuadraba bien
|
|
con su cara morena y con la expresión de sus ojos negros y atrevidos,
|
|
afirmaba que la religión nada tenía que ver con los vicios de sus
|
|
indignos sacerdotes.
|
|
|
|
Algunos internos que le conocían desde hacía algún tiempo y le hablaban
|
|
de tú, le llamaban Lagartijo, porque se parecía algo a este célebre
|
|
torero.
|
|
|
|
--Oye, tú, Lagartijo--le decían.
|
|
|
|
--Qué más quisiera yo--replicaba el cura--que cambiar la estola por una
|
|
muleta, y en vez de ayudar a bien morir ponerme a matar toros.
|
|
|
|
Como perdía en el juego con frecuencia, tenía muchos apuros.
|
|
|
|
Una vez le decía a Andrés, entre juramentos pintorescos:
|
|
|
|
--Yo no puedo vivir así. No voy a tener más remedio que lanzarme a la
|
|
calle a decir misa en todas partes y tragarme todos los días catorce
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hostias.
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A Hurtado estos rasgos de cinismo no le agradaban.
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Entre los practicantes había algunos curiosísimos, verdaderas ratas
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de hospital, que llevaban quince o veinte años allí, sin concluir la
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carrera, y que visitaban clandestinamente en los barrios bajos más que
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muchos médicos.
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Andrés se hizo amigo de las hermanas de la Caridad de su sala y de
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algunas otras.
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Le hubiera gustado creer, a pesar de no ser religioso, por
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romanticismo, que las hermanas de la Caridad eran angelicales; pero la
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verdad, en el hospital no se las veía más que cuidarse de cuestiones
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administrativas y de llamar al confesor cuando un enfermo se ponía
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grave.
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Además, no eran criaturas idealistas, místicas, que consideraran el
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mundo como un valle de lágrimas, sino muchachas sin recursos, algunas
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viudas, que tomaban el cargo como un oficio, para ir viviendo.
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Luego las buenas hermanas tenían lo mejor del hospital acotado para
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ellas...
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Una vez un enfermero le dió a Andrés un cuadernito encontrado entre
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papeles viejos que habían sacado del pabellón de las hijas de la
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Caridad.
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Era el diario de una monja, una serie de notas muy breves, muy
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lacónicas, con algunas impresiones acerca de la vida del hospital, que
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abarcaban cinco o seis meses.
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En la primera página tenía un nombre: sor María de la Cruz, y al lado
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una fecha. Andrés leyó el diario y quedó sorprendido. Había allí una
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narración tan sencilla, tan ingenua de la vida hospitalesca, contada
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con tanta gracia, que le dejó emocionado.
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Andrés quiso enterarse de quién era sor María, de si vivía en el
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hospital o dónde estaba.
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No tardó en averiguar que había muerto. Una monja, ya vieja, la había
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conocido. Le dijo a Andrés que al poco tiempo de llegar al hospital,
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la trasladaron a una sala de tíficos, y allí adquirió la enfermedad y
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murió.
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No se atrevió Andrés a preguntar cómo era, qué cara tenía, aunque
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hubiese dado cualquier cosa por saberlo.
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Andrés guardó el diario de la monja como una reliquia, y muchas veces
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pensó en cómo sería, y hasta llegó a sentir por ella una verdadera
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obsesión.
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Un tipo misterioso y extraño del hospital, que llamaba mucho la
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atención, y de quien se contaban varias historias, era el hermano Juan.
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Este hombre, que no se sabía de dónde había venido, andaba vestido
|
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con una blusa negra, alpargatas y un crucifijo colgado al cuello. El
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hermano Juan cuidaba por gusto de los enfermos contagiosos. Era, al
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parecer, un místico, un hombre que vivía en su centro natural, en medio
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de la miseria y el dolor.
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El hermano Juan era un hombre bajito, tenía la barba negra, la mirada
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brillante, los ademanes suaves, la voz melíflua. Era un tipo semítico.
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Vivía en un callejón que separaba San Carlos del Hospital General. Este
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callejón tenía dos puentes encristalados que lo cruzaban, y debajo de
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uno de ellos, del que estaba más cerca de la calle de Atocha, había
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establecido su cuchitril el hermano Juan.
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En este cuchitril se encerraba con un perrito que le hacía compañía.
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A cualquier hora que fuesen a llamar al hermano, siempre había luz en
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su camaranchón y siempre se le encontraba despierto.
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Según algunos, se pasaba la vida leyendo libros verdes; según otros,
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rezaba; uno de los internos aseguraba haberle visto poniendo notas en
|
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unos libros en francés y en inglés acerca de psicopatías sexuales.
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Una noche en que Andrés estaba de guardia uno de los internos dijo:
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--Vamos a ver al hermano Juan, y a pedirle algo de comer y de beber.
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Fueron todos al callejón en donde el hermano tenía su escondrijo.
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Había luz, miraron por si se veía algo, pero no se encontraba rendija
|
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por donde espiar lo que hacía en el interior el misterioso enfermero.
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Llamaron e inmediatamente apareció el hermano con su blusa negra.
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--Estamos de guardia, hermano Juan--dijo uno de los internos--; venimos
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a ver si nos da usted algo para tomar un modesto piscolabis.
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--¡Pobrecitos! ¡Pobrecitos!--exclamó él--. Me encuentran ustedes muy
|
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pobre. Pero ya veré, ya veré si tengo algo. Y el hombre desapareció
|
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tras de la puerta, la cerró con mucho cuidado, y se presentó al poco
|
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rato con un paquete de café, otro de azúcar y otro de galletas.
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Volvieron los estudiantes al cuarto de guardia, comieron las galletas,
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tomaron el café y discutieron el caso del hermano.
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No había unanimidad; unos creían que era un hombre distinguido; otros
|
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que era un antiguo criado; para algunos era un santo; para otros un
|
|
invertido sexual o algo por el estilo.
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El hermano Juan era el tipo raro del hospital. Cuando recibía dinero,
|
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no se sabía de dónde, convidaba a comer a los convalecientes y regalaba
|
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las cosas que necesitaban los enfermos.
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|
A pesar de su caridad y de sus buenas obras, este hermano Juan era para
|
|
Andrés repulsivo; le producía una impresión desagradable, una impresión
|
|
física, orgánica.
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Había en él algo anormal, indudablemente. ¡Es tan lógico, tan natural
|
|
en el hombre huir del dolor, de la enfermedad, de la tristeza! Y, sin
|
|
embargo, para él, el sufrimiento, la pena, la suciedad, debían de ser
|
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cosas atrayentes.
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|
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|
Andrés comprendía el otro extremo, que el hombre huyese del dolor
|
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ajeno, como de una cosa horrible y repugnante, hasta llegar a la
|
|
indignidad, a la inhumanidad; comprendía que se evitara hasta la idea
|
|
de que hubiese sufrimiento alrededor de uno; pero ir a buscar lo
|
|
sucio, lo triste, deliberadamente, para convivir con ello, le parecía
|
|
una monstruosidad.
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|
Así que cuando veía al hermano Juan, sentía esa impresión repelente, de
|
|
inhibición, que se experimenta ante los monstruos.
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|
SEGUNDA PARTE
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Las Carnarias.
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|
I
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|
LAS MINGLANILLAS
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JULIO Aracil había intimado con Andrés. La vida en común de ambos en
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|
San Carlos y en el hospital, iba unificando sus costumbres, aunque no
|
|
sus ideas ni sus afectos.
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|
Con su dura filosofía del éxito, Julio comenzaba a sentir más
|
|
estimación por Hurtado que por Montaner.
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|
Andrés había pasado a ser interno como él; Montaner, no sólo no pudo
|
|
aprobar en estos exámenes, sino que perdió el curso, y abandonándose
|
|
por completo, empezó a no ir a clase y a pasar el tiempo haciendo el
|
|
amor a una muchacha vecina suya.
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|
|
|
Julio Aracil comenzaba a experimentar por su amigo un gran desprecio y
|
|
a desearle que todo le saliera mal.
|
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|
|
Julio, con el pequeño sueldo del hospital, hacía cosas extraordinarias,
|
|
maravillosas; llegó hasta jugar a la Bolsa, a tener acciones de minas,
|
|
a comprar un título de la Deuda.
|
|
|
|
Julio quería que Andrés siguiera sus pasos de hombre de mundo.
|
|
|
|
--Te voy presentar en casa de las Minglanillas--le dijo un día riendo.
|
|
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|
--¿Quiénes son las Minglanillas?--preguntó Hurtado.
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|
--Unas chicas amigas mías.
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--¿Se llaman así?
|
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|
--No; pero yo las llamo así; porque, sobre todo la madre, parece un
|
|
personaje de Taboada.
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--¿Y qué son?
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|
--Son unas chicas hijas de una viuda pensionista. Niní y Lulú. Yo estoy
|
|
arreglado con Niní, con la mayor; tú te puedes entender con la chiquita.
|
|
|
|
--¿Pero arreglado hasta qué punto estás con ella?
|
|
|
|
--Pues hasta todos los puntos. Solemos ir los dos a un rincón de la
|
|
calle de Cervantes, que yo conozco, y que te lo recomendaré cuando lo
|
|
necesites.
|
|
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|
--¿Te vas a casar con ella después?
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|
--¡Quita de ahí, hombre! No sería mal imbécil.
|
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|
--Pero has inutilizado a la muchacha.
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--¡Yo! ¡Qué estupidez!
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|
--¿Pues no es tu querida?
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|
--¿Y quién lo sabe? Además, ¿a quién le importa?
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--Sin embargo...
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|
--¡Ca! Hay que dejarse de tonterías y aprovecharse. Si tú puedes hacer
|
|
lo mismo, serás un tonto si no lo haces.
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|
|
A Hurtado no le parecía bien este egoísmo; pero tenía curiosidad por
|
|
conocer a la familia, y fué una tarde con Julio a verla.
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|
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|
Vivía la viuda y las dos hijas en la calle del Fúcar, en una casa
|
|
sórdida, de esas con patio de vecindad y galerías llenas de puertas.
|
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Había en casa de la viuda un ambiente de miseria bastante triste; la
|
|
madre y las hijas llevaban trajes raídos y remendados; los muebles eran
|
|
pobres, menos alguno que otro indicador de ciertos esplendores pasados;
|
|
las sillas estaban destripadas y en los agujeros de la estera se metía
|
|
el pie al pasar.
|
|
|
|
La madre, doña Leonarda, era mujer poco simpática; tenía la cara
|
|
amarillenta, de color de membrillo; la expresión dura, falsamente
|
|
amable; la nariz corva; unos cuantos lunares en la barba, y la sonrisa
|
|
forzada.
|
|
|
|
La buena señora manifestaba unas ínfulas aristocráticas grotescas, y
|
|
recordaba los tiempos en que su marido había sido subsecretario e iba
|
|
la familia a veranear a San Juan de Luz. El que las chicas se llamaran
|
|
Niní y Lulú procedía de la niñera que tuvieron por primera vez, una
|
|
francesa.
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|
|
Estos recuerdos de la gloria pasada, que doña Leonarda evocaba
|
|
accionando con el abanico cerrado como si fuera una batuta, le hacían
|
|
poner los ojos en blanco y suspirar tristemente.
|
|
|
|
Al llegar a la casa con Aracil, Julio se puso a charlar con Niní, y
|
|
Andrés sostuvo la conversación con Lulú y con su madre.
|
|
|
|
Lulú era una muchacha graciosa, pero no bonita; tenía los ojos verdes,
|
|
obscuros, sombreados por ojeras negruzcas; unos ojos que a Andrés le
|
|
parecieron muy humanos; la distancia de la nariz a la boca y de la boca
|
|
a la barba era en ella demasiado grande, lo que le daba cierto aspecto
|
|
simio: la frente pequeña, la boca, de labios finos, con una sonrisa
|
|
entre irónica y amarga; los dientes blancos, puntiagudos; la nariz un
|
|
poco respingona, y la cara pálida, de mal color.
|
|
|
|
Lulú demostró a Hurtado que tenía gracia, picardía e ingenio de sobra;
|
|
pero le faltaba el atractivo principal de una muchacha: la ingenuidad,
|
|
la frescura, la candidez. Era un producto marchito por el trabajo, por
|
|
la miseria y por la inteligencia. Sus diez y ocho años no parecían
|
|
juventud.
|
|
|
|
Su hermana Niní, de facciones incorrectas, y sobre todo menos
|
|
espirituales, era más mujer, tenía deseo de agradar, hipocresía,
|
|
disimulo. El esfuerzo constante hecho por Niní para presentarse como
|
|
ingenua y cándida, le daba un carácter más femenino, más corriente
|
|
también y vulgar.
|
|
|
|
Andrés quedó convencido de que la madre conocía las verdaderas
|
|
relaciones de Julio y de su hija Niní. Sin duda ella misma había
|
|
dejado que la chica se comprometiera, pensando que luego Aracil no la
|
|
abandonaría.
|
|
|
|
A Hurtado no le gustó la casa; aprovecharse, como Julio, de la miseria
|
|
de la familia para hacer de Niní su querida, con la idea de abandonarla
|
|
cuando le conviniera, le parecía una mala acción.
|
|
|
|
Todavía si Andrés no hubiera estado en el secreto de las intenciones
|
|
de Julio, hubiese ido a casa de doña Leonarda sin molestia; pero
|
|
tener la seguridad de que un día los amores de su amigo acabarían con
|
|
una pequeña tragedia de lloros y de lamentos, en que doña Leonarda
|
|
chillaría y a Niní le darían soponcios, era una perspectiva que le
|
|
disgustaba.
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|
|
II
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|
|
|
UNA CACHUPINADA
|
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|
ANTES de Carnaval, Julio Aracil le dijo a Hurtado:
|
|
|
|
--¿Sabes? Vamos a tener baile en casa de las Minglanillas.
|
|
|
|
--¡Hombre! ¿Cuándo va a ser eso?
|
|
|
|
--El domingo de Carnaval. El petróleo para la luz y las pastas, el
|
|
alquiler del piano y el pianista, se pagarán entre todos. De manera que
|
|
si tú quieres ser de la cuadrilla, ya estás apoquinando.
|
|
|
|
--Bueno. No hay inconveniente. ¿Cuánto hay que pagar?
|
|
|
|
--Ya te lo diré uno de estos días.
|
|
|
|
--¿Quiénes van a ir?
|
|
|
|
--Pues irán algunas muchachas de la vecindad, con sus novios; Casares,
|
|
ese periodista amigo mío; un sainetero, y otros. Estará bien. Habrá
|
|
chicas guapas.
|
|
|
|
El domingo de Carnaval, después de salir de guardia del hospital, fué
|
|
Hurtado al baile. Eran ya las once de la noche. El sereno le abrió la
|
|
puerta. La casa de doña Leonarda rebosaba gente; la había hasta en la
|
|
escalera.
|
|
|
|
Al entrar Andrés se encontró a Julio en un grupo de jóvenes a quienes
|
|
no conocía. Julio le presentó a un sainetero, un hombre estúpido y
|
|
fúnebre, que a las primeras palabras, para demostrar sin duda su
|
|
profesión, dijo unos cuantos chistes, a cual más conocidos y vulgares.
|
|
También le presentó a Antoñito Casares, empleado y periodista, hombre
|
|
de gran partido entre las mujeres.
|
|
|
|
Antoñito era un andaluz con una moral de chulo; se figuraba que dejar
|
|
pasar a una mujer sin sacarle algo era una gran torpeza. Para Casares
|
|
toda mujer le debía, sólo por el hecho de serlo, una contribución, una
|
|
gabela.
|
|
|
|
Antoñito clasificaba a las mujeres en dos clases: unas las pobres, para
|
|
divertirse, y otra las ricas, para casarse con alguna de ellas por su
|
|
dinero, a ser posible.
|
|
|
|
Antoñito buscaba la mujer rica, con una constancia de anglo-sajón. Como
|
|
tenía buen aspecto y vestía bien, al principio las muchachas a quien se
|
|
dirigía le acogían como a un pretendiente aceptable. El audaz trataba
|
|
de ganar terreno; hablaba a las criadas, mandaba cartas, paseaba la
|
|
calle. A esto llamaba él _trabajar_ a una mujer. La muchacha, mientras
|
|
consideraba al galanteador como un buen partido, no le rechazaba; pero
|
|
cuando se enteraba de que era un empleadillo humilde, un periodista,
|
|
desconocido y gorrón, ya no le volvía a mirar a la cara.
|
|
|
|
Julio Aracil sentía un gran entusiasmo por Casares, a quien consideraba
|
|
como un compadre digno de él. Los dos pensaban ayudarse mutuamente para
|
|
subir en la vida.
|
|
|
|
Cuando comenzaron a tocar el piano todos los muchachos se lanzaron en
|
|
busca de pareja.
|
|
|
|
--¿Tú sabes bailar?--le preguntó Aracil a Hurtado.
|
|
|
|
--Yo no.
|
|
|
|
--Pues mira, vete al lado de Lulú, que tampoco quiere bailar, y trátala
|
|
con consideración.
|
|
|
|
--¿Por qué me dices esto?
|
|
|
|
--Porque hace un momento--añadió Julio con ironía--doña Leonarda me ha
|
|
dicho: A mis hijas hay que tratarlas como si fueran vírgenes, Julito,
|
|
como si fueran vírgenes.
|
|
|
|
Y Julio Aracil sonrió, remedando a la madre de Niní, con su sonrisa de
|
|
hombre mal intencionado y canalla.
|
|
|
|
Andrés fué abriéndose paso. Había varios quinqués de petróleo
|
|
iluminando la sala y el gabinete. En el comedorcito, la mesa ofrecía
|
|
a los concurrentes bandejas con dulces y pastas y botellas de vino
|
|
blanco. Entre las muchachas que más sensación producían en el baile
|
|
había una rubia, muy guapa, muy vistosa. Esta rubia tenía su historia.
|
|
Un señor rico que la rondaba se la llevó a un hotel de la Prosperidad,
|
|
y días después la rubia se escapó del hotel, huyendo del raptor, que al
|
|
parecer era un sátiro.
|
|
|
|
Toda la familia de la muchacha tenía cierto estigma de anormalidad. El
|
|
padre, un venerable anciano por su aspecto, había tenido un proceso por
|
|
violar a una niña, y un hermano de la rubia, después de disparar dos
|
|
tiros a su mujer, intentó suicidarse.
|
|
|
|
A esta rubia guapa, que se llamaba Estrella, la distinguían casi todas
|
|
las vecinas con un odio furioso.
|
|
|
|
Al parecer, por lo que dijeron, exhibía en el balcón, para que rabiaran
|
|
las muchachas de la vecindad, medias negras caladas, camisas de
|
|
seda llenas de lacitos y otra porción de prendas interiores lujosas
|
|
y espléndidas que no podían proceder más que de un comercio poco
|
|
honorable.
|
|
|
|
Doña Leonarda no quería que sus hijas se trataran con aquella muchacha;
|
|
según decía, ella no podía sancionar amistades de cierto género.
|
|
|
|
La hermana de la Estrella, Elvira, de doce o trece años, era muy
|
|
bonita, muy descocada, y seguía, sin duda, las huellas de la mayor.
|
|
|
|
--¡Esta _peque_ de la vecindad es más sinvergüenza!--dijo una vieja
|
|
detrás de Andrés, señalando a la Elvira.
|
|
|
|
La Estrella bailaba como hubiese podido hacerlo la diosa Venus, y al
|
|
moverse, sus caderas y su pecho abultado, se destacaban de una manera
|
|
un poco insultante.
|
|
|
|
Casares, al verla pasar, la decía:
|
|
|
|
--¡Vaya usted con Dios, guerrera!
|
|
|
|
Andrés avanzó en el cuarto hasta sentarse cerca de Lulú.
|
|
|
|
--Muy tarde ha venido usted--le dijo ella.
|
|
|
|
--Sí, he estado de media guardia en el hospital.
|
|
|
|
--¿Qué, no va usted a bailar?
|
|
|
|
--Yo no sé.
|
|
|
|
--¿No?
|
|
|
|
--No. ¿Y usted?
|
|
|
|
--Yo no tengo ganas. Me mareo.
|
|
|
|
Casares se acercó a Lulú a invitarle a bailar.
|
|
|
|
--Oiga usted, negra--la dijo.
|
|
|
|
--¿Qué quiere usted, blanco?--le preguntó ella con descaro.
|
|
|
|
--¿No quiere usted darse unas vueltecitas conmigo?
|
|
|
|
--No, señor.
|
|
|
|
--¿Y por qué?
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|
|
|
--Porque no me sale... de adentro--contestó ella de una manera achulada.
|
|
|
|
--Tiene usted mala sangre, negra--le dijo Casares.
|
|
|
|
--Sí, que usted la debe tener buena, blanco--replicó ella.
|
|
|
|
--¿Por qué no ha querido usted bailar con él?--le preguntó Andrés.
|
|
|
|
--Porque es un boceras; un tío antipático, que cree que todas las
|
|
mujeres están enamoradas de él. ¡Que se vaya a paseo!
|
|
|
|
Siguió el baile con animación creciente y Andrés permaneció sin hablar
|
|
al lado de Lulú.
|
|
|
|
--Me hace usted mucha gracia--dijo ella de pronto, riéndose, con una
|
|
risa que le daba la expresión de una alimaña.
|
|
|
|
--¿Por qué?--preguntó Andrés, enrojeciendo súbitamente.
|
|
|
|
--¿No le ha dicho a usted Julio que se entienda conmigo? ¿Sí, verdad?
|
|
|
|
--No, no me ha dicho nada.
|
|
|
|
--Sí, diga usted que sí. Ahora, que usted es demasiado delicado para
|
|
confesarlo. A él le parece eso muy natural. Se tiene una novia pobre,
|
|
una señorita cursi como nosotras para entretenerse, y después se busca
|
|
una mujer que tenga algún dinero para casarse.
|
|
|
|
--No creo que esa sea su intención.
|
|
|
|
--¿Que no? ¡Ya lo creo! ¿Usted se figura que no va a abandonar a Niní?
|
|
En seguida que acabe la carrera. Yo le conozco mucho a Julio. Es un
|
|
egoísta y un canallita. Está engañando a mi madre y a mi hermana... y
|
|
total, ¿para qué?
|
|
|
|
--No sé lo que hará Julio... yo sé que no lo haría.
|
|
|
|
--Usted no, porque usted es de otra manera... Además, en usted no hay
|
|
caso, porque no se va a enamorar usted de mí, ni aun para divertirse.
|
|
|
|
--¿Por qué no?
|
|
|
|
--Porque no.
|
|
|
|
Ella comprendía que no gustara a los hombres.
|
|
|
|
A ella misma le gustaban más las chicas, y no es que tuviera instintos
|
|
viciosos; pero la verdad era que no le hacían impresión los hombres.
|
|
|
|
Sin duda, el velo que la naturaleza y el pudor han puesto sobre todos
|
|
los motivos de la vida sexual, se había desgarrado demasiado pronto
|
|
para ella; sin duda supo lo que eran la mujer y el hombre en una época
|
|
en que su instinto nada le decía, y esto le había producido una mezcla
|
|
de indiferencia y de repulsión por todas las cosas del amor.
|
|
|
|
Andrés pensó que esta repulsión provenía más que nada de la miseria
|
|
orgánica, de la falta de alimentación y de aire.
|
|
|
|
Lulú le confesó que estaba deseando morirse, de verdad, sin
|
|
romanticismo alguno; creía que nunca llegaría a vivir bien.
|
|
|
|
La conversación les hizo muy amigos a Andrés y a Lulú.
|
|
|
|
A las doce y media hubo que terminar el baile. Era condición
|
|
indispensable, fijada por doña Leonarda; las muchachas tenían que
|
|
trabajar al día siguiente, y por más que todo el mundo pidió que se
|
|
continuara, doña Leonarda fué inflexible, y para la una estaba ya
|
|
despejada la casa.
|
|
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|
|
|
|
|
|
|
III
|
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|
|
LAS MOSCAS
|
|
|
|
|
|
ANDRÉS salió a la calle con un grupo de hombres.
|
|
|
|
Hacía un frío intenso.
|
|
|
|
--¿Adónde iríamos?--preguntó Julio.
|
|
|
|
--Vamos a casa de doña Virginia--propuso Casares--. ¿Ustedes la
|
|
conocerán?
|
|
|
|
--Yo sí la conozco--contestó Aracil.
|
|
|
|
Se acercaron a una casa próxima, de la misma calle, que hacía esquina a
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la de la Verónica. En un balcón del piso principal se leía este letrero
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a la luz de un farol:
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VIRGINIA GARCÍA
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COMADRONA CON TÍTULO DEL COLEGIO
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DE SAN CARLOS
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(_Sage femme._)
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--No se ha debido acostar, porque hay luz--dijo Casares.
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Julio llamó al sereno, que les abrió la puerta, y subieron todos al
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piso principal. Salió a recibirles una criada vieja que les pasó a
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un comedor en donde estaba la comadrona sentada a una mesa con dos
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hombres. Tenían delante una botella de vino y tres vasos.
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Doña Virginia era una mujer alta, rubia, gorda, con una cara de
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angelito de Rubens que llevara cuarenta y cinco años revoloteando
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por el mundo. Tenía la tez iluminada y rojiza, como la piel de un
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cochinillo asado y unos lunares en el mentón que le hacían parecer una
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mujer barbuda.
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Andrés la conocía de vista por haberla encontrado en San Carlos en la
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clínica de partos, ataviada con unos trajes claros y unos sombreros de
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niña bastante ridículos.
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De los dos hombres, uno era el amante de la comadrona. Doña Virginia
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le presentó como un italiano profesor de idiomas de un colegio. Este
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señor, por lo que habló, daba la impresión de esos personajes que han
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viajado por el extranjero viviendo en hoteles de dos francos y que
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luego ya no se pueden acostumbrar a la falta de _confort_ de España.
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El otro, un tipo de aire siniestro, barba negra y anteojos, era nada
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menos que el director de la revista _El Masón Ilustrado_.
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Doña Virginia dijo a sus visitantes que aquel día estaba de guardia,
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cuidando a una parturiente. La comadrona tenía una casa bastante grande
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con unos gabinetes misteriosos que daban a la calle de la Verónica;
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allí instalaba a las muchachas, hijas de familia, a las cuales, un mal
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paso dejaba en situación comprometida.
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Doña Virginia pretendía demostrar que era de una exquisita sensibilidad.
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--¡Pobrecitas!--decía de sus huéspedas--. ¡Qué malos son ustedes los
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hombres!
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A Andrés esta mujer le pareció repulsiva.
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En vista de que no podían quedarse allí, salió todo el grupo de hombres
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a la calle. A los pocos pasos se encontraron con un muchacho, sobrino
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de un prestamista de la calle de Atocha, acompañando a una chulapa con
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la que pensaba ir al baile de la Zarzuela.
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--¡Hola, Victorio!--le saludó Aracil.
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--¡Hola, Julio!--contestó el otro--. ¿Qué tal? ¿De dónde salen ustedes?
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--De aquí; de casa de doña Virginia.
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--¡Valiente tía! Es una explotadora de esas pobres muchachas que lleva
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a su casa engañadas.
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¡Un prestamista llamando explotadora a una comadrona! Indudablemente,
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el caso no era del todo vulgar.
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El director de _El Masón Ilustrado_, que se reunió con Andrés, le dijo
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con aire grave que doña Virginia era una mujer de cuidado; había echado
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al otro mundo dos maridos, con dos jicarazos; no le asustaba nada.
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Hacía abortar, suprimía chicos, secuestraba muchachas y las vendía.
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Acostumbrada a hacer gimnasia, y a dar masaje, tenía más fuerzas que
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un hombre, y para ella no era nada sujetar a una mujer como si fuera un
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niño.
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En estos negocios de abortos y de tercerías manifestaba una audacia
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enorme. Como esas moscas sarcófagas que van a los animales despedazados
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y a las carnes muertas, así aparecía doña Virginia con sus palabras
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amables, allí donde olfateaba la familia arruinada a quien arrastraban
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al _spoliarium_.
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El italiano, aseguró el director de _El Masón Ilustrado_, no era
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profesor de idiomas ni mucho menos, sino un cómplice en los negocios
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nefandos de doña Virginia, y si sabía francés e inglés, era porque
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había andado durante mucho tiempo de carterista, desvalijando a la
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gente en los hoteles.
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Fueron todos con Victorio hasta la Carrera de San Jerónimo; allí,
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el sobrino del prestamista, les invitó a acompañarle al baile de la
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Zarzuela; pero Aracil y Casares supusieron que Victorio no les querría
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pagar la entrada, y dijeron que no.
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--Vamos a hacer una cosa--propuso el sainetero amigo de Casares.
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--¿Qué?--preguntó Julio.
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--Vamos a casa de Villasús. Pura habrá salido del teatro ahora.
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Villasús, según le dijeron a Andrés, era un autor dramático que tenía
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dos hijas coristas. Este Villasús vivía en la Cuesta de Santo Domingo.
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Se dirigieron a la Puerta del Sol; compraron pasteles en la calle del
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Carmen esquina a la del Olivo; fueron después a la Cuesta de Santo
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Domingo, y se detuvieron delante de una casa grande.
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--Aquí no alborotemos--advirtió el sainetero, porque el sereno no nos
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abriría.
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Abrió el sereno, entraron en un espacioso portal, y Casares y su amigo,
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Julio, Andrés y el director de _El Masón Ilustrado_, comenzaron a subir
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una ancha escalera hasta llegar a las guardillas, alumbrándose con
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fósforos.
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Llamaron en una puerta, apareció una muchacha que les hizo pasar a un
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estudio de pintor y poco después se presentó un señor de barba y pelo
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entrecano, envuelto en un gabán.
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Este señor Rafael Villasús era un pobre diablo autor de comedias y de
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dramas detestables en verso.
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El poeta, como se llamaba él, vivía su vida en artista, en bohemio; era
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en el fondo un completo majadero, que había echado a perder a sus hijas
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por un estúpido romanticismo.
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Pura y Ernestina llevaban un camino desastroso; ninguna de las dos
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tenía condición para la escena; pero el padre no creía más que en el
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arte, y las había llevado al Conservatorio, luego metido en un teatro
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de partiquinas y relacionado con periodistas y cómicos.
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Pura, la mayor, tenía un hijo con un sainetero amigo de Casares, y
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Ernestina estaba enredada con un revendedor.
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El amante de Pura, además de un acreditado imbécil, fabricante de
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chistes estúpidos, como la mayoría de los del gremio, era un granuja,
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dispuesto a llevarse todo lo que veía. Aquella noche estaba allí. Era
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un hombre alto, flaco, moreno, con el labio inferior colgante.
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Los dos saineteros hicieron gala de su ingenio, sacando a relucir una
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colección de chistes viejos y manidos. Ellos dos y los otros, Casares,
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Aracil y el director de _El Masón Ilustrado_, tomaron la casa de
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Villasús como terreno conquistado e hicieron una porción de horrores
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con una mala intención canallesca.
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Se reían de la chifladura del padre, que creía que todo aquello era la
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vida artística. El pobre imbécil no notaba la mala voluntad que ponían
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todos en sus bromas.
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Las hijas, dos mujeres estúpidas y feas, comieron con avidez los
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pasteles que habían llevado los visitantes, sin hacer caso de nada.
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Uno de los saineteros hizo el león, tirándose por el suelo y rugiendo,
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y el padre leyó unas quintillas que se aplaudieron a rabiar.
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Hurtado, cansado del ruido y de las gracias de los saineteros, fué a la
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cocina a beber un vaso de agua y se encontró con Casares y el director
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de _El Masón Ilustrado_. Este estaba empeñado en ensuciarse en uno de
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los pucheros de la cocina y echarlo luego en la tinaja del agua.
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Le parecía la suya una ocurrencia graciosísima.
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--Pero usted es un imbécil--le dijo Andrés bruscamente.
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--¿Cómo?
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--Que es usted un imbécil, una mala bestia.
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--¡Usted no me dice a mí eso!--gritó el masón.
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--¿No está usted oyendo que se lo digo?
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--En la calle no me repite usted eso.
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--En la calle y en todas partes.
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Casares tuvo que intervenir, y como sin duda quería marcharse,
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aprovechó la ocasión de acompañar a Hurtado diciendo que iba para
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evitar cualquier conflicto. Pura bajó a abrirles la puerta, y el
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periodista y Andrés fueron juntos hasta la Puerta del Sol. Casares le
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brindó su protección a Andrés; sin duda, prometía protección y ayuda a
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todo el mundo.
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Hurtado se marchó a casa mal impresionado. Doña Virginia, explotando y
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vendiendo mujeres; aquellos jóvenes, escarneciendo a una pobre gente
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desdichada. La piedad no aparecía por el mundo.
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IV
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LULÚ
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LA conversación que tuvo en el baile con Lulú, dió a Hurtado el deseo
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de intimar algo más con la muchacha.
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Realmente la chica era simpática y graciosa. Tenía los ojos
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desnivelados, uno más alto que otro, y al reir los entornaba hasta
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convertirlos en dos rayitas, lo que le daba una gran expresión de
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malicia; su sonrisa levantaba las comisuras de los labios para arriba,
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y su cara tomaba un aire satírico y agudo.
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No se mordía la lengua para hablar. Decía habitualmente horrores. No
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había en ella dique para su desenfreno espiritual, y cuando llegaba a
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lo más escabroso, una expresión de cinismo brillaba en sus ojos.
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El primer día que fué Andrés a ver a Lulú después del baile, contó su
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visita a casa de doña Virginia.
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--¿Estuvieron ustedes a ver a la comadrona?--preguntó Lulú.
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--Sí
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--Valiente tía cerda.
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--Niña--exclamó doña Leonarda-, ¿qué expresiones son esas?
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--¿Pues qué es, sino una alcahueta o algo peor?
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--¡Jesús! ¡Qué palabras!
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--A mí me vino un día--siguió diciendo Lulú--preguntándome si quería ir
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con ella a casa de un viejo. ¡Qué tía guarra!
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A Hurtado le asombraba la mordacidad de Lulú. No tenía ese repertorio
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vulgar de chistes oídos en el teatro; en ella todo era callejero,
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popular.
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Andrés comenzó a ir con frecuencia a la casa, sólo para oir a Lulú.
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Era, sin duda, una mujer inteligente, cerebral, como la mayoría de
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las muchachas que viven trabajando en las grandes ciudades, con una
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aspiración mayor por ver, por enterarse, por distinguirse, que por
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sentir placeres sensuales.
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A Hurtado le sorprendía; pero no le producía la más ligera idea de
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hacerle el amor. Hubiera sido imposible para él pensar que pudiera
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llegar a tener con Lulú más que una cordial amistad.
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Lulú bordaba para un taller de la calle de Segovia, y solía ganar hasta
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tres pesetas al día. Con esto, unido a la pequeña pensión de doña
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Leonarda, vivía la familia; Niní ganaba poco, porque, aunque trabajaba,
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era torpe.
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Cuando Andrés iba por las tardes, se encontraba a Lulú con el bastidor
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en las rodillas, unas veces cantando a voz en grito, otras muy
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silenciosa.
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Lulú cogía rápidamente las canciones de la calle y las cantaba con una
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picardía admirable. Sobre todo, esas tonadillas encanalladas, de letra
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grotesca, eran las que más le gustaban.
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El tango aquel que empieza diciendo:
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Un cocinero de Cádiz, muy afamado,
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a las mujeres las compara con el guisado,
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y esos otros en que las mujeres entran en quinta, o tienen que ser
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marineras, el de la ¿Niña qué?, o el de las mujeres que montan en
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bicicleta, en el que hay esa preocupación graciosa, expresada así:
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Por eso hay ahora
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mil discusiones,
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por si han de llevar faldas
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o pantalones.
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Todas estas canciones populares las cantaba con muchísima gracia.
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A veces le faltaba el humor y tenía esos silencios llenos de
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pensamientos de las chicas inquietas y neuróticas. En aquellos
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instantes sus ideas parecían converger hacia adentro, y la fuerza de
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la ideación le impulsaba a callar. Si la llamaban de pronto, mientras
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estaba ensimismada, se ruborizaba y se confundía.
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--No sé lo que anda maquinando cuando está así--decía su madre--; pero
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no debe ser nada bueno.
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Lulú le contó a Andrés que de chica había pasado una larga temporada
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sin querer hablar. En aquella época el hablar le producía una gran
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tristeza, y desde entonces le quedaban estos arrechuchos.
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Muchas veces Lulú dejaba el bastidor y se largaba a la calle a comprar
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algo en la mercería próxima, y contestaba a las frases de los horteras
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de la manera más procaz y descarada.
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Este poco apego a defender los intereses de la clase les parecía a doña
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Leonarda y a Niní una verdadera vergüenza.
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--Ten en cuenta que tu padre fué un personaje--decía doña Leonarda con
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énfasis.
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--Y nosotras nos morimos de hambre--replicaba Lulú.
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Cuando obscurecía y las tres mujeres dejaban la labor, Lulú se metía
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en algún rincón, apoyándose en varios sitios al mismo tiempo. Así como
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encajonada, en un espacio estrecho, formado por dos sillas y la mesa
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o por las sillas y el armario del comedor, se ponía a hablar con su
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habitual cinismo, escandalizando a su madre y a su hermana. Todo lo que
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fuera deforme en un sentido humano la regocijaba. Estaba acostumbrada
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a no guardar respeto a nada ni a nadie. No podía tener amigas de su
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edad, porque le gustaba espantar a las mojigatas con barbaridades; en
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cambio, era buena para los viejos y para los enfermos, comprendía sus
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manías, sus egoísmos, y se reía de ellos. Era también servicial; no
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le molestaba andar con un chico sucio en brazos o cuidar de una vieja
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enferma de la guardilla.
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A veces, Andrés la encontraba más deprimida que de ordinario; entre
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aquellos parapetos de sillas viejas solía estar con la cabeza apoyada
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en la mano, riéndose de la miseria del cuarto, mirando fijamente el
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techo o alguno de los agujeros de la estera.
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Otras veces se ponía a cantar la misma canción sin parar.
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--Pero, muchacha, ¡cállate!--decía su madre--. Me tienes loca con ese
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estribillo.
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Y Lulú callaba; pero al poco tiempo volvía con la canción.
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A veces iba por la casa un amigo del marido de doña Leonarda, don
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Prudencio González.
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Don Prudencio era un chulo grueso, de abdomen abultado. Gastaba levita
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negra, chaleco blanco, del que colgaba la cadena del reloj llena de
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dijes. Tenía los ojos desdeñosos, pequeños, el bigote corto y pintado y
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la cara roja. Hablaba con acento andaluz y tomaba posturas académicas
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en la conversación.
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El día que iba don Prudencio, doña Leonarda se multiplicaba.
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--Usted, que ha conocido a mi marido--decía con voz lacrimosa--. Usted,
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que nos ha visto en otra posición.
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Y doña Leonarda hablaba con lágrimas en los ojos de los esplendores
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pasados.
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V
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MÁS DE LULÚ
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ALGUNOS días de fiesta, por la tarde, Andrés acompañó a Lulú y a su
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madre a dar un paseo por el Retiro o por el Jardín Botánico.
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El Botánico le gustaba más a Lulú por ser más popular y estar cerca
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de su casa, y por aquel olor acre que daban los viejos mirtos de las
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avenidas.
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--Porque es usted, le dejo que acompañe a Lulú--decía doña Leonarda,
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con cierto retintín.
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--Bueno, bueno, mamá--replicaba Lulú--. Todo eso está de más.
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En el Botánico se sentaban en algún banco, y charlaban. Lulú contaba
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su vida y sus impresiones, sobre todo de la niñez. Los recuerdos de la
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infancia estaban muy grabados en su imaginación.
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--¡Me da una pena pensar en cuando era chica!--decía.
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--¿Por qué? ¿Vivía usted bien?--le preguntaba Hurtado.
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|
--No, no; pero me da mucha pena.
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|
Contaba Lulú que de niña la pegaban para que no comiera el yeso de
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las paredes y los periódicos. En aquella época había tenido jaquecas,
|
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ataques de nervios; pero ya hacía mucho tiempo que no padecía ningún
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trastorno. Eso sí, era un poco desigual; tan pronto se sentía capaz de
|
|
estar derecha una barbaridad de tiempo, como se encontraba tan cansada,
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|
que el menor esfuerzo la rendía.
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|
Esta desigualdad orgánica se reflejaba en su manera de ser espiritual y
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material. Lulú era muy arbitraria; ponía sus antipatías y sus simpatías
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|
sin razón alguna.
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No le gustaba comer con orden, ni quería alimentos calientes; sólo le
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apetecían cosas frías, picantes, con vinagre, escabeche, naranjas...
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--¡Ah!, si yo fuera de su familia, eso no se lo consentiría a usted--le
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decía Andrés.
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|
--¿No?
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|
--No.
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--Pues diga usted que es mi primo.
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--Usted ríase--contestaba Andrés--; pero yo la metería en cintura.
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--¡Ay, ay, ay, que me estoy mareando!--contestaba ella, cantando
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|
descaradamente.
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|
Andrés Hurtado trataba a pocas mujeres; si hubiese conocido más y
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|
podido comparar, hubiera llegado a sentir estimación por Lulú.
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|
En el fondo de su falta de ilusión y de moral, al menos de moral
|
|
corriente, tenía esta muchacha una idea muy humana y muy noble de las
|
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cosas. A ella no le parecían mal el adulterio, ni los vicios, ni las
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mayores enormidades; lo que le molestaba era la doblez, la hipocresía,
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la mala fe. Sentía un gran deseo de lealtad.
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Decía que si un hombre la pretendía, y ella viera que la quería de
|
|
verdad, se iría con él, fuera rico o pobre, soltero o casado.
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|
Tal afirmación parecía una monstruosidad, una indecencia a Niní y a
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doña Leonarda. Lulú no aceptaba derechos ni prácticas sociales.
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--Cada cual debe hacer lo que quiera--decía.
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|
El desenfado inicial de su vida le daba un valor para opinar muy grande.
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--¿De veras se iría usted con un hombre?--le preguntaba Andrés.
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--Si me quería de verdad, ¡ya lo creo! Aunque me pegara después.
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--¿Sin casarse?
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--Sin casarme, ¿por qué no? Si vivía dos o tres años con ilusión y con
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entusiasmo, pues eso no me lo quitaba nadie.
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--¿Y luego?...
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--Luego seguiría trabajando como ahora, o me envenenaría.
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|
Esta tendencia al final trágico era muy frecuente en Lulú; sin duda
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le atraía la idea de acabar, y de acabar de una manera melodramática.
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Decía que no le gustaría llegar a vieja.
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En su franqueza extraordinaria, hablaba con cinismo. Un día le dijo a
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Andrés:
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--Ya ve usted: hace unos años estuve a punto de perder la honra, como
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decimos las mujeres.
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--¿Por qué?--preguntó Andrés, asombrado, al oir esta revelación.
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--Porque un bestia de la vecindad quiso forzarme. Yo tenía doce años.
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Y gracias que llevaba pantalones y empecé a chillar; si no... estaría
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deshonrada--añadió con voz campanuda.
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--Parece que la idea no le espanta a usted mucho.
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--Para una mujer que no es guapa, como yo, y que tiene que estar
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siempre trabajando, como yo, la cosa no tiene gran importancia.
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¿Qué había de verdad en esta manía de sinceridad y de análisis de
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Lulú?--se preguntaba Andrés--. ¿Era espontánea, era sentida, o había
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algo de ostentación para parecer original? Difícil era averiguarlo.
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Algunos sábados por la noche, Julio y Andrés convidaban a Lulú, a Niní
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y a su madre a ir a algún teatro, y después entraban en un café.
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|
VI
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MANOLO EL CHAFANDÍN
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UNA amiga, con la cual solía prestarse mutuos servicios Lulú, era una
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vieja, planchadora de la vecindad, que se llamaba Venancia.
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La señora Venancia tendría unos sesenta años, y trabajaba
|
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constantemente; invierno y verano estaba en su cuartucho, sin cesar de
|
|
planchar un momento. La señora Venancia vivía con su hija y su yerno,
|
|
un chulapo a quien llamaban Manolo el Chafandín.
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El tal Manolo, hombre de muchos oficios y de ninguno, no trabajaba más
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que rara vez, y vivía a costa de la suegra.
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Manolo tenía tres o cuatro hijos, y el último era una niña de pecho que
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solía estar con frecuencia metida en un cesto en el cuarto de la señora
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Venancia, y a quien Lulú solía pasear en brazos por la galería.
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--¿Qué va a ser esta niña?--preguntaban algunos.
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Y Lulú contestaba:
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--Golfa, golfa--u otra palabra más dura, y añadía: Así la llevarán en
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coche, como a la Estrella.
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|
La hija de la señora Venancia era una vaca sin cencerro, holgazana,
|
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borracha, que se pasaba la vida disputando con las comadres de la
|
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vecindad. Como a Manolo, su hombre, no le gustaba trabajar, toda la
|
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familia vivía a costa de la señora Venancia, y el dinero del taller de
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planchado no bastaba, naturalmente, para subvenir a las necesidades de
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|
la casa.
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Cuando la Venancia y el yerno disputaban, la mujer de Manolo siempre
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salía a la defensa del marido, como si este holgazán tuviera derecho a
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vivir del trabajo de los demás.
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Lulú, que era justiciera, un día, al ver que la hija atropellaba a la
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madre, salió en defensa de la Venancia, y se insultó con la mujer de
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Manolo; la llamó tía zorra, borracha, perro y añadió que su marido
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era un cabronazo; la otra le dijo que ella y toda su familia eran
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unas cursis muertas de hambre, y gracias a que se interpusieron otras
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vecinas, no se tiraron de los pelos.
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Aquellas palabras ocasionaron un conflicto, porque Manolo el
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Chafandín, que era un chulo aburrido, de estos cobardes, decidió pedir
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explicaciones a Lulú de sus palabras.
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Doña Leonarda y Niní, al saber lo ocurrido, se escandalizaron. Doña
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Leonarda echó una chillería a Lulú por mezclarse con aquella gente.
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Doña Leonarda no tenía sensibilidad más que para las cosas que se
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referían a su respetabilidad social.
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--Estás empeñada en ultrajarnos--dijo a Lulú medio llorando--. ¿Qué
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vamos a hacer, Dios mío, cuando venga ese hombre?
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--Que venga--replicó Lulú--; yo le diré que es un gandul y que más le
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valía trabajar y no vivir de su suegra.
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--¿Pero a ti qué te importa lo que hacen los demás? ¿Por qué te mezclas
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con esa gente?
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Llegaron por la tarde Julio Aracil y Andrés y doña Leonarda les puso al
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corriente de lo ocurrido.
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--Qué demonio; no les pasará a ustedes nada--dijo Andrés--; aquí
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estaremos nosotros.
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Aracil, al saber lo que sucedía y la visita anunciada del Chafandín, se
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hubiera marchado con gusto, porque no era amigo de trifulcas; pero por
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no pasar por un cobarde, se quedó.
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A media tarde llamaron a la puerta, y se oyó decir:
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--¿Se puede?
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--Adelante--dijo Andrés.
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Se presentó Manolo el Chafandín, vestido de día de fiesta, muy
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elegante, muy empaquetado, con un sombrero ancho torero y una gran
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cadena de reloj de plata. En su mejilla, un lunar negro y rizado
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trazaba tantas vueltas como el muelle de un reloj de bolsillo. Doña
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Leonarda y Niní temblaron al ver a Manolo. Andrés y Julio le invitaron
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a explicarse.
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El Chafandín puso su garrota en el antebrazo izquierdo, y comenzó una
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retahila larga de reflexiones y consideraciones acerca de la honra y de
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las palabras que se dicen imprudentemente.
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Se veía que estaba sondeando a ver si se podía atrever a echárselas de
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valiente, porque aquellos señoritos lo mismo podían ser dos panolis que
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dos puntos bragados que le hartasen de mojicones.
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Lulú escuchaba nerviosa, moviendo los brazos y las piernas, dispuesta a
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saltar.
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El Chafandín comenzó a envalentonarse al ver que no le contestaban, y
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subió el tono de la voz.
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--Porque aquí (y señaló a Lulú con el garrote) le ha llamado a mi
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señora zorra, y mi señora no es una zorra; habrá otras más zorras
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que ella, y aquí (y volvió a señalar a Lulú) ha dicho que yo soy un
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cabronazo, y ¡maldita sea la!... que yo le como los hígados al que diga
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eso.
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Al terminar su frase, el Chafandín dió un golpe con el garrote en el
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suelo.
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Viendo que el Chafandín se desmandaba, Andrés, un poco pálido, se
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levantó y le dijo:
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--Bueno; siéntese usted.
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--Estoy bien así--dijo el chulo.
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--No, hombre. Siéntese usted. Está usted hablando desde hace mucho
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tiempo, de pie, y se va usted a cansar.
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Manolo el Chafandín se sentó, algo escamado.
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--Ahora, diga usted--siguió diciendo Andrés--qué es lo que usted
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quiere, en resumen.
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--¿En resumen?
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--Sí.
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--Pues yo quiero una explicación.
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--Una explicación, ¿de qué?
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--De las palabras que ha dicho aquí (y volvió a señalar a Lulú) contra
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mi señora y contra este servidor.
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--Vamos, hombre, no sea usted imbécil.
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--Yo no soy imbécil.
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--¿Qué quiere usted que diga esta señorita? ¿Que su mujer no es una
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zorra, ni una borracha, ni un perro, y que usted no es un cabronazo?
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Bueno; Lulú, diga usted eso para que este buen hombre se vaya tranquilo.
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--A mí ningún pollo neque me toma el pelo--dijo el Chafandín,
|
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levantándose.
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--Yo lo que voy a hacer--dijo Andrés irritado--es darle un silletazo en
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la cabeza y echarle a puntapiés por las escaleras.
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--¿Usted?
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--Sí; yo.
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Y Andrés se acercó al chulo con la silla en el aire. Doña Leonarda y
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sus hijas empezaron a gritar; el Chafandín se acercó rápidamente a la
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puerta y la abrió. Andrés se fué a él; pero el Chafandín cerró la
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puerta y se escapó por la galería, soltando bravatas e insultos.
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Andrés quería salir a calentarle las costillas para enseñarle a tratar
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a las personas; pero entre las mujeres y Julio le convencieron de que
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se quedara.
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Durante toda la riña Lulú estaba vibrando, dispuesta a intervenir.
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Cuando Andrés se despidió, le estrechó la mano entre las suyas con más
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fuerza que de ordinario.
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|
VII
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|
HISTORIA DE LA VENANCIA
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LA escena bufa con Manolo el Chafandín hizo que en la casa de doña
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Leonarda se le considerara a Andrés como a un héroe. Lulú le llevó
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un día al taller de la Venancia. La Venancia era una de estas viejas
|
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secas, limpias, trabajadoras; se pasaba el día sin descansar un momento.
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Tenía una vida curiosa. De joven había estado de doncella en varias
|
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casas, hasta que murió su última señora y dejó de servir.
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La idea del mundo de la Venancia era un poco caprichosa. Para ella el
|
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rico, sobre todo el aristócrata, pertenecía a una clase superior a la
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|
humana.
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Un aristócrata tenía derecho a todo, al vicio, a la inmoralidad, al
|
|
egoísmo; estaba como por encima de la moral corriente. Una pobre como
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|
ella, voluble, egoísta o adúltera le parecía una cosa monstruosa; pero
|
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esto mismo en una señorona lo encontraba disculpable.
|
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A Andrés le asombraba una filosofía tan extraña, por la cual el que
|
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posee salud, fuerza, belleza y privilegios tiene más derecho a otras
|
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ventajas que el que no conoce más que la enfermedad, la debilidad, lo
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feo y lo sucio.
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|
Aunque no se sabe la garantía científica que tenga, hay en el cielo
|
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católico, según la gente, un santo, San Pascual Bailón, que baila
|
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delante del Altísimo, y que dice siempre: Más, más, más. Si uno tiene
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suerte, le da más, más, más; si tiene desgracias le da también más,
|
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más, más. Esta filosofía bailonesca era la de la señora Venancia.
|
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|
La señora Venancia, mientras planchaba, contaba historias de sus amos.
|
|
Andrés fué a oirla con gusto.
|
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|
La primera ama donde sirvió la Venancia era una mujer caprichosa y
|
|
loca, de un humor endiablado; pegaba a los hijos, al marido, a los
|
|
criados y le gustaba enemistar a sus amigos.
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|
Una de las maniobras que empleaba era hacer que uno se escondiera
|
|
detrás de una cortina al llegar otra persona, y a ésta le incitaba para
|
|
que hablase mal del que estaba escondido y le oyese.
|
|
|
|
La dama obligaba a su hija mayor a vestirse de una manera pobre y
|
|
ridícula, con el objeto de que nadie se fijara en ella. Llegó en su
|
|
maldad hasta esconder unos cubiertos en el jardín y acusar a un criado
|
|
de ladrón y hacer que lo llevaran a la cárcel.
|
|
|
|
Una vez en esta casa, la Venancia velaba a uno de los hijos de la
|
|
señora que se encontraba muy grave. El niño estaba en la agonía, y a
|
|
eso de las diez de la noche murió. La Venancia fué llorando a avisar a
|
|
su señora lo que ocurría, y se la encontró vestida para un baile. Le
|
|
dió la triste noticia, y ella le dijo: Bueno, no digas nada ahora. La
|
|
señora se fué al baile, y cuando volvió comenzó a llorar, haciéndose la
|
|
desesperada.
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|
|
|
--¡Qué loba!--dijo Lulú al oir la narración.
|
|
|
|
De esta casa la señora Venancia había pasado a otra de una duquesa muy
|
|
guapa, muy generosa, pero de un desenfreno terrible.
|
|
|
|
Aquella tenía los amantes a pares--dijo la Venancia--. Muchas veces iba
|
|
a la iglesia de Jesús con un hábito de estameña parda, y pasaba allí
|
|
horas y horas rezando, y a la salida la esperaba su amante en coche y
|
|
se iba con él.
|
|
|
|
--Un día--contó la planchadora--estaba la duquesa con su querido en
|
|
la alcoba; yo dormía en un cuarto próximo que tenía una puerta de
|
|
comunicación. De pronto oigo un estrépito de campanillazos y de golpes.
|
|
Aquí está el marido--pensé. Salté de la cama y entré por la puerta
|
|
excusada en la habitación de mi señora. El duque, a quien había abierto
|
|
algún criado, golpeaba furioso la puerta de la alcoba; la puerta no
|
|
tenía más que un pestillo ligero, que hubiera cedido a la menor fuerza;
|
|
yo la atranqué con el palo de una cortina. El amante, azorado, no
|
|
sabía qué hacer; estaba en una facha muy ridícula. Yo le llevé por la
|
|
puerta excusada, le dí las ropas de mi marido y le eché a la escalera.
|
|
Después me vestí de prisa y fuí a ver al duque, que bramaba furioso,
|
|
con una pistola en la mano, dando golpes en la puerta de la alcoba. La
|
|
señora, al oir mi voz, comprendió que la situación estaba salvada y
|
|
abrió la puerta. El duque miró por todos los rincones, mientras ella le
|
|
contemplaba tan tranquila. Al día siguiente, la señora me abrazó y me
|
|
besó, y me dijo que se arrepentía de todo corazón, que en adelante iba
|
|
a hacer una vida recatada; pero a los quince días ya tenía otro amante.
|
|
|
|
La Venancia conocía toda la vida íntima del mundo aristocrático de
|
|
su época; los sarpullidos de los brazos y el furor erótico de Isabel
|
|
II; la impotencia de su marido; los vicios, las enfermedades, las
|
|
costumbres de los aristócratas las sabía por detalles vistos por sus
|
|
ojos.
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|
|
A Lulú le interesaban estas historias.
|
|
|
|
Andrés afirmaba que toda aquella gente era una sucia morralla, indigna
|
|
de simpatía y de piedad; pero la señora Venancia, con su extraña
|
|
filosofía, no aceptaba esta opinión; por el contrario, decía que
|
|
todos eran muy buenos, muy caritativos, que hacían grandes limosnas y
|
|
remediaban muchas miserias.
|
|
|
|
Algunas veces Andrés trató de convencer a la planchadora de que el
|
|
dinero de la gente rica procedía del trabajo y del sudor de pobres
|
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miserables que labraban el campo, en las dehesas y en los cortijos.
|
|
Andrés afirmaba que tal estado de injusticia podía cambiar; pero esto
|
|
para la señora Venancia era una fantasía.
|
|
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|
--Así hemos encontrado el mundo y así lo dejaremos--decía la vieja,
|
|
convencida de que su argumento no tenía réplica.
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|
VIII
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|
OTROS TIPOS DE LA CASA
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UNA de las cosas características de Lulú era que tenía reconcentrada su
|
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atención en la vecindad y en el barrio de tal modo, que lo ocurrido en
|
|
otros puntos de Madrid para ella no ofrecía el menor interés. Mientras
|
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trabajaba en su bastidor llevaba el alza y la baja de lo que pasaba
|
|
entre los vecinos.
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|
La casa donde vivían, aunque a primera vista no parecía muy grande,
|
|
tenía mucho fondo y habitaban en ella gran número de familias. Sobre
|
|
todo, la población de las guardillas era numerosa y pintoresca.
|
|
|
|
Pasaban por ella una porción de tipos extraños del hampa y la
|
|
pobretería madrileña. Una inquilina de las guardillas, que daba siempre
|
|
que hacer, era la tía Negra, una verdulera ya vieja. La pobre mujer se
|
|
emborrachaba y padecía un delirio alcohólico político, que consistía
|
|
en vitorear a la República y en insultar a las autoridades, a los
|
|
ministros y a los ricos.
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|
|
|
Los agentes de seguridad la tenían por blasfema, y la llevaban de
|
|
cuando a la sombra a pasar una quincena; pero al salir volvía a las
|
|
andadas.
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|
|
La tía Negra, cuando estaba cuerda y sin alcohol, quería que la dijeran
|
|
la señora Nieves, pues así se llamaba.
|
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|
|
Otra vieja rara de la vecindad era la señora Benjamina, a quien daban
|
|
el mote de Doña Pitusa. Doña Pitusa era una viejezuela pequeña, de
|
|
nariz corva, ojos muy vivos y boca de sumidero.
|
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|
Solía ir a pedir limosna a la iglesia de Jesús y a la de Montserrat;
|
|
decía a todas horas que había tenido muchas desgracias de familia y
|
|
pérdidas de fortuna; quizá pensaba que esto justificaba su afición al
|
|
aguardiente.
|
|
|
|
La señora Benjamina recorría medio Madrid pidiendo con distintos
|
|
pretextos, enviando cartas lacrimosas. Muchas veces, al anochecer,
|
|
se ponía en una bocacalle con el velo negro echado sobre la cara, y
|
|
sorprendía al transeunte con una narración trágica, expresada en tonos
|
|
teatrales; decía que era viuda de un general; que acababa de morírsele
|
|
un hijo de veinte años, el único sostén de su vida; que no tenía para
|
|
amortajarle ni encender un cirio con que alumbrar su cadáver.
|
|
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|
El transeunte a veces se estremecía, a veces replicaba que debía tener
|
|
muchos hijos de veinte años, cuanto con tanta frecuencia se le moría
|
|
uno.
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|
El hijo verdadero de la Benjamina tenía más de veinte años; se llamaba
|
|
el Chuleta, y estaba empleado en una funeraria. Era chato, muy delgado,
|
|
algo giboso, de aspecto enfermizo, con unos pelos azafranados en la
|
|
barba y ojos de besugo. Decían en la vecindad que él inspiraba las
|
|
historias melodramáticas de su madre. El Chuleta era un tipo fúnebre;
|
|
debía ser verdaderamente desagradable verle en la tienda en medio de
|
|
sus ataúdes.
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|
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|
El Chuleta era muy vengativo y rencoroso, no se olvidaba de nada; a
|
|
Manolo el Chafandín le guardaba un odio insaciable.
|
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|
|
El Chuleta tenía muchos hijos, todos con el mismo aspecto de
|
|
abatimiento y de estupidez trágica del padre y todos tan mal
|
|
intencionados y tan rencorosos como él.
|
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|
|
Había también en las guardillas una casa de huéspedes de una gallega
|
|
bizca, tan ancha de arriba como de abajo. Esta gallega, la Paca, tenía
|
|
de pupilos, entre otros, un mozo de la clase de disección de San
|
|
Carlos, tuerto, a quien conocían Aracil y Hurtado; un enfermero del
|
|
Hospital General y un cesante, a quien llamaban don Cleto.
|
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|
|
Don Cleto Meana era el filósofo de la casa, era un hombre bien educado
|
|
y culto, que había caído en la miseria. Vivía de algunas caridades que
|
|
le hacían los amigos. Era un viejecito bajito y flaco, muy limpio, muy
|
|
arreglado, de barba gris recortada; llevaba el traje raído, pero sin
|
|
manchas, y el cuello de la camisa impecable. Él mismo se cortaba el
|
|
pelo, se lavaba la ropa, se pintaba las botas con tinta cuando tenían
|
|
alguna hendidura blanca, y se cortaba los flecos de los pantalones.
|
|
La Venancia solía plancharle los cuellos de balde. Don Cleto era un
|
|
estoico.
|
|
|
|
--Yo, con un panecillo al día y unos cuantos cigarros vivo bien como un
|
|
príncipe--decía el pobre.
|
|
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|
Don Cleto paseaba por el Retiro y Recoletos; se sentaba en los bancos,
|
|
entablaba conversación con la gente; si no le veía nadie, cogía algunas
|
|
colillas y las guardaba, porque, como era un caballero, no le gustaba
|
|
que le sorprendieran en ciertos trabajos menesteres.
|
|
|
|
Don Cleto disfrutaba de los espectáculos de la calle; la llegada de un
|
|
príncipe extranjero, el entierro de un político constituían para él
|
|
grandes acontecimientos.
|
|
|
|
Lulú, cuando le encontraba en la escalera, le decía:
|
|
|
|
--¿Ya se va usted, don Cleto?
|
|
|
|
--Sí; voy a dar una vueltecita.
|
|
|
|
--De pira ¿eh? Es usted un pirantón, don Cleto.
|
|
|
|
--Ja, ja, ja--reía él--. ¡Qué chicas éstas! ¡Qué cosas dicen!
|
|
|
|
Otro tipo de la casa muy conocido era el Maestrín, un manchego muy
|
|
pedante y sabihondo, droguero, curandero y sanguijuelero. El Maestrín
|
|
tenía un tenducho en la calle del Fúcar, y allí solía estar con
|
|
frecuencia con la Silveria, su hija, una buena moza, muy guapa, a quien
|
|
Victorio, el sobrino del prestamista, iba poniendo los puntos. El
|
|
Maestrín, muy celoso en cuestiones de honor, estaba dispuesto, al menos
|
|
así lo decía él, a pegarle una puñalada al que intentara deshonrarle.
|
|
|
|
Toda esta gente de la casa pagaba su contribución en dinero o en
|
|
especie al tío de Victorio, el prestamista de la calle de Atocha,
|
|
llamado don Martín, y a quien por mal nombre se le conocía por el tío
|
|
Miserias.
|
|
|
|
El tío Miserias, el personaje más importante del barrio, vivía en una
|
|
casa suya de la calle de la Verónica, una casa pequeña, de un piso
|
|
solo, como de pueblo, con dos balcones llenos de tiestos y una reja en
|
|
el piso bajo.
|
|
|
|
El tío Miserias era un viejo encorvado, afeitado y ceñudo. Llevaba un
|
|
trapo cuadrado, negro, en un ojo, lo que hacía su cara más sombría.
|
|
Vestía siempre de luto; en invierno usaba zapatillas de orillo y una
|
|
capa larga, que le colgaba de los hombros como de un perchero.
|
|
|
|
Don Martín, el humano, como le llamaba Andrés, salía muy temprano de
|
|
su casa y estaba en la trastienda de su establecimiento, siempre de
|
|
vigilancia. En los días fríos se pasaba la vida delante de un brasero,
|
|
respirando continuamente un aire cargado de óxido de carbono.
|
|
|
|
Al anochecer se retiraba a su casa, echaba una mirada a sus tiestos y
|
|
cerraba los balcones. Don Martín tenía, además de la tienda de la calle
|
|
de Atocha, otra de menos categoría en la del Tribulete. En esta última
|
|
su negocio principal era tomar en empeño sábanas y colchones a la gente
|
|
pobre.
|
|
|
|
Don Martín no quería ver a nadie. Consideraba que la sociedad le debía
|
|
atenciones que le negaba. Un dependiente, un buen muchacho al parecer,
|
|
en quien tenía colocada su confianza, le jugó una mala pasada. Un día
|
|
el dependiente cogió un hacha que tenían en la casa de préstamos para
|
|
hacer astillas con que encender el brasero, y abalanzándose sobre don
|
|
Martín, empezó a golpes con él, y por poco no le abre la cabeza.
|
|
|
|
Después el muchacho, dando por muerto a don Martín, cogió los cuartos
|
|
del mostrador y se fué a una casa de trato de la calle de San José, y
|
|
allí le prendieron.
|
|
|
|
Don Martín quedó indignado cuando vió que el Tribunal, aceptando una
|
|
serie de circunstancias atenuantes, no condenó al muchacho más que a
|
|
unos meses de cárcel.
|
|
|
|
--Es un escándalo--decía el usurero pensativo--. Aquí no se protege a
|
|
las personas honradas. No hay benevolencia más que para los criminales.
|
|
|
|
Don Martín era tremendo; no perdonaba a nadie; a un burrero de la
|
|
vecindad, porque no le pagaba unos réditos, le embargó las burras de
|
|
leche, y por más que el burrero decía que si no le dejaba las burras
|
|
sería más difícil que le pagara, don Martín no accedió. Hubiera sido
|
|
capaz de comerse las burras por aprovecharlas.
|
|
|
|
Victorio, el sobrino del prestamista, prometía ser un gerifalte como el
|
|
tío, aunque de otra escuela. El tal Victorio era un Don Juan de casa
|
|
de préstamos. Muy elegante, muy chulo, con los bigotes retorcidos,
|
|
los dedos llenos de alhajas y la sonrisa de hombre satisfecho,
|
|
hacía estragos en los corazones femeninos. Este joven explotaba al
|
|
prestamista. El dinero que el tío Miserias había arrancado a los
|
|
desdichados vecinos pasaba a Victorio, que se lo gastaba con rumbo.
|
|
|
|
A pesar de esto, no se perdía, al revés, llevaba camino de enriquecerse
|
|
y de acrecentar su fortuna.
|
|
|
|
Victorio era dueño de una chirlata de la calle del Olivar, donde se
|
|
jugaba a juegos prohibidos, y de una taberna de la calle del León.
|
|
|
|
La taberna le daba a Victorio grandes ganancias, porque tenía una
|
|
tertulia muy productiva. Varios puntos entendidos con la casa iniciaban
|
|
una partida de juego, y cuando había dinero en la mesa, alguno gritaba:
|
|
|
|
--¡Señores, la Policía!
|
|
|
|
Y unas cuantas manos solícitas cogían las monedas, mientras que los
|
|
agentes de Policía conchabados entraban en el cuarto.
|
|
|
|
A pesar de su condición de explotador y de conquistador de muchachas,
|
|
la gente del barrio no le odiaba a Victorio. A todos les parecía muy
|
|
natural y lógico lo que hacía.
|
|
|
|
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|
|
|
|
|
IX
|
|
|
|
LA CRUELDAD UNIVERSAL
|
|
|
|
|
|
TENÍA Andrés un gran deseo de comentar filosóficamente las vidas de
|
|
los vecinos de la casa de Lulú. A sus amigos no le interesaban estos
|
|
comentarios y filosofías, y decidió, una mañana de un día de fiesta, ir
|
|
a ver a su tío Iturrioz.
|
|
|
|
Al principio de conocerle, Andrés no le trató a su tío hasta los
|
|
catorce o quince años. Iturrioz le pareció un hombre seco y egoísta,
|
|
que lo tomaba todo con indiferencia; luego, sin saber a punto fijo
|
|
hasta dónde llegaba su egoísmo y su sequedad, encontró que era una
|
|
de las pocas personas con quien se podía conversar acerca de puntos
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transcendentales.
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Iturrioz vivía en un quinto piso del barrio de Argüelles, en una casa
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con una hermosa azotea.
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Le asistía un criado, antiguo soldado de la época en que Iturrioz fué
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médico militar.
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Entre amo y criado habían arreglado la azotea, pintado las tejas con
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alquitrán, sin duda para hacerlas impermeables y puesto unas graderías
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donde estaban escalonados las cajas de madera y los cubos llenos de
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tierra donde tenían sus plantas.
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Aquella mañana en que se presentó Andrés en casa de Iturrioz, su tío se
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estaba bañando y el criado le llevó a la azotea.
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Se veía desde allí el Guadarrama entre dos casas altas; hacia el Oeste,
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el tejado del cuartel de la Montaña ocultaba los cerros de la Casa
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de Campo, y a un lado del cuartel se destacaba la torre de Móstoles
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y la carretera de Extremadura, con unos molinos de viento en sus
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inmediaciones. Más al Sur brillaban, al sol de una mañana de abril, las
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manchas verdes de los cementerios de San Isidro y San Justo, las dos
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torres de Getafe y la ermita del Cerrillo de los Ángeles.
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Poco después salía Iturrioz a la azotea.
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--¿Qué, te pasa algo?--le dijo a su sobrino al verle.
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--Nada; venía a charlar un rato con usted.
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--Muy bien, siéntate; yo voy a regar mis tiestos.
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Iturrioz abrió la fuente que tenía en un ángulo de la terraza, llenó
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una cuba y comenzó con un cacharro a echar agua en las plantas.
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Andrés habló de la gente de la vecindad de Lulú, de las escenas del
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hospital, como casos extraños, dignos de un comentario; de Manolo el
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Chafandín, del tío Miserias, de don Cleto, de doña Virginia...
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--¿Qué consecuencias puede sacarse de todas estas vidas?--preguntó
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Andrés al final.
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--Para mí la consecuencia es fácil--contestó Iturrioz con el bote de
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agua en la mano--. Que la vida es una lucha constante, una cacería
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cruel en que nos vamos devorando los unos a los otros. Plantas,
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microbios, animales.
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--Si yo también he pensado en eso--repuso Andrés--; pero voy
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abandonando la idea. Primeramente el concepto de la lucha por la vida
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llevada así a los animales, a las plantas y hasta los minerales,
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como se hace muchas veces, no es más que un concepto antropomórfico,
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después, ¿qué lucha por la vida es la de ese hombre don Cleto, que se
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abstiene de combatir, o la de ese hermano Juan, que da su dinero a los
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enfermos?
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--Te contestaré por partes--repuso Iturrioz dejando el bote para regar,
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porque estas discusiones le apasionaban--. Tú me dices, este concepto
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de lucha es un concepto antropomórfico. Claro, llamamos a todos los
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conflictos lucha, porque es la idea humana que más se aproxima a esa
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relación que para nosotros produce un vencedor y un vencido. Si no
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tuviéramos este concepto en el fondo, no hablaríamos de lucha. La hiena
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que monda los huesos de un cadáver, la araña que sorbe una mosca, no
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hace más ni menos que el árbol bondadoso llevándose de la tierra el
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agua y las sales necesarias para su vida. El espectador indiferente,
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como yo, ve a la hiena, a la araña y al árbol, y se los explica. El
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hombre justiciero le pega un tiro a la hiena, aplasta con la bota a la
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araña y se sienta a la sombra del árbol, y cree que hace bien.
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--Entonces ¿para usted no hay lucha, ni hay justicia?
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--En un sentido absoluto, no; en un sentido relativo, sí. Todo lo que
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vive tiene un proceso para apoderarse primero del espacio, ocupar un
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lugar, luego para crecer y multiplicarse; este proceso de la energía
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de un vivo contra los obstáculos del medio, es lo que llamamos lucha.
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Respecto de la justicia, yo creo que lo justo en el fondo es lo que nos
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conviene. Supón, en el ejemplo de antes, que la hiena, en vez de ser
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muerta por el hombre, mata al hombre, que el árbol cae sobre él y le
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aplasta, que la araña le hace una picadura venenosa; pues nada de eso
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nos parece justo, porque no nos conviene. A pesar de que en el fondo
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no haya más que esto, un interés utilitario ¿quién duda que la idea de
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justicia y de equidad es una tendencia que existe en nosotros? ¿Pero
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cómo la vamos a realizar?
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--Eso es lo que yo me pregunto ¿cómo realizarla?
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--¿Hay que indignarse porque una araña mate a una mosca?--siguió
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diciendo Iturrioz--. Bueno. Indignémonos. ¿Qué vamos a hacer?
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¿Matarla? Matémosla. Eso no impedirá que sigan las arañas comiéndose
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a las moscas. ¿Vamos a quitarle al hombre esos instintos fieros que
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te repugnan? ¿Vamos a borrar esa sentencia del poeta latino: _Homo
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hominis lupus_, el hombre es un lobo para el hombre? Está bien. En
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cuatro o cinco mil años lo podremos conseguir. El hombre ha hecho
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de un carnívoro como el chacal, un omnívoro como el perro; pero se
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necesitan muchos siglos para eso. No sé si habrás leído que Spallanzani
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había acostumbrado a una paloma a comer carne y a un águila a comer y
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digerir el pan. Ahí tienes el caso de esos grandes apóstoles religiosos
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y laicos; son águilas que se alimentan de pan en vez de alimentarse
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de carnes palpitantes, son lobos vegetarianos. Ahí tienes el caso del
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hermano Juan...
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--Ese no creo que sea un águila, ni un lobo.
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--Será un mochuelo o una garduña; pero de instintos perturbados.
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--Sí, es muy posible--repuso Andrés--; pero creo que nos hemos desviado
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de la cuestión; no veo la consecuencia.
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--La consecuencia, a la que yo iba era ésta, que ante la vida no hay
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más que dos soluciones prácticas para el hombre sereno, o la abstención
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y la contemplación indiferente de todo, o la acción limitándose a un
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círculo pequeño. Es decir, que se puede tener el quijotismo contra una
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anomalía; pero tenerlo contra una regla general, es absurdo.
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--De manera que, según usted, el que quiera hacer algo tiene que
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restringir su acción justiciera a un medio pequeño.
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--Claro, a un medio pequeño; tú puedes abarcar en tu contemplación la
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casa, el pueblo, el país, la sociedad, el mundo, todo lo vivo y todo lo
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muerto; pero si intentas realizar una acción, y una acción justiciera,
|
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tendrás que restringirte hasta el punto de que todo te vendrá ancho,
|
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quizá hasta la misma conciencia.
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--Es lo que tiene de bueno la filosofía--dijo Andrés con amargura; le
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convence a uno de que lo mejor es no hacer nada.
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Iturrioz dió unas cuantas vueltas por la azotea y luego dijo:
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--Es la única objeción que me puedes hacer; pero no es mía la culpa.
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--Ya lo sé.
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--Ir a un sentido de justicia universal--prosiguió Iturrioz--es
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perderse; adaptando el principio de Fritz Müller de que la embriología
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de un animal reproduce su genealogía, o como dice Haeckel, que la
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ontogenia es una recapitulación de la filogenia, se puede decir que la
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psicología humana no es más que una síntesis de la psicología animal.
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Así se encuentran en el hombre todas las formas de la explotación y
|
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de la lucha: la del microbio, la del insecto, la de la fiera... Ese
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usurero que tú me has descrito, el tío Miserias, ¡qué de avatares
|
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no tiene en la zoología! Ahí están los acinétidos chupadores que
|
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absorben la substancia protoplasmática de otros infusorios; ahí están
|
|
todas las especies de aspergilos que viven sobre las substancias
|
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en descomposición. Estas antipatías de gente maleante ¿no están
|
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admirablemente representadas en ese antagonismo irreductible del bacilo
|
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de pus azul con la bacteridia carbuncosa?
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--Sí es posible--murmuró Andrés.
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--Y entre los insectos ¡qué de tíos Miserias!, ¡qué de Victorios!, ¡qué
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de Manolos los Chafandines, no hay! Ahí tienes el _ichneumon_, que mete
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sus huevos en una lombriz y la inyecta una substancia que obra como el
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cloroformo; el _sphex_, que coge las arañas pequeñas, las agarrota,
|
|
las sujeta y envuelve en la tela y las echa vivas en las celdas de
|
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sus larvas para que las vayan devorando; ahí están las avispas, que
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hacen lo mismo, arrojando al _spoliarium_ que sirve de despensa para
|
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sus crías, los pequeños insectos, paralizados por un lancetazo que les
|
|
dan con el aguijón en los anglios motores; ahí está el _estafilino_
|
|
que se lanza a traición sobre otro individuo de su especie, le sujeta,
|
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le hiere y le absorbe los jugos; ahí está el _meloe_, que penetra
|
|
subrepticiamente en los panales de las abejas, se introduce en el
|
|
alvéolo en donde la reina pone su larva, se atraca de miel y luego se
|
|
come a la larva; ahí está...
|
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--Sí, sí, no siga usted más; la vida es una cacería horrible.
|
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--La Naturaleza es lo que tiene; cuando trata de reventar a uno, lo
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revienta a conciencia. La justicia es una ilusión humana; en el fondo
|
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todo es destruir, todo es crear. Cazar, guerrear, digerir, respirar,
|
|
son formas de creación y de destrucción al mismo tiempo.
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--Y entonces, ¿qué hacer?--murmuró Andrés--. ¿Ir a la inconsciencia?
|
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¿Digerir, guerrear, cazar, con la serenidad de un salvaje?
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--¿Crees tú en la serenidad del salvaje?--preguntó Iturrioz--. ¡Qué
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ilusión! Eso también es una invención nuestra. El salvaje nunca ha ido
|
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sereno.
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--¿Es que no habrá plan ninguno para vivir con cierto decoro?--preguntó
|
|
Andrés.
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--El que lo tiene es porque ha inventado uno para su uso. Yo hoy creo
|
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que todo lo natural, que todo lo espontáneo es malo; que sólo lo
|
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artificial, lo creado por el hombre, es bueno. Si pudiera viviría en un
|
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club de Londres, no iría nunca al campo, sino a un parque; bebería agua
|
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filtrada y respiraría aire esterilizado...
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Andrés ya no quiso atender a Iturrioz, que comenzaba a fantasear por
|
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entretenimiento. Se levantó y se apoyó en el barandado de la azotea.
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Sobre los tejados de la vecindad revoloteaban unas palomas; en un
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canalón grande corrían y jugueteaban unos gatos.
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Separados por una tapia alta había enfrente dos jardines: uno era de
|
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un colegio de niñas, el otro de un convento de frailes.
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El jardín del convento se hallaba rodeado por árboles frondosos; el del
|
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colegio no tenía más que algunos macizos con hierbas y flores, y era
|
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una cosa extraña que daba cierta impresión de algo alegórico, ver al
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mismo tiempo jugar a las niñas corriendo y gritando, y a los frailes
|
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que pasaban silenciosos en filas de cinco o seis dando la vuelta al
|
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patio.
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--Vida es lo uno y vida es lo otro--dijo Iturrioz filosóficamente
|
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comenzando a regar sus plantas.
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Andrés se fué a la calle.
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--¿Qué hacer? ¿Qué dirección dar a la vida?--se preguntaba con
|
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angustia. Y, la gente, las cosas, el sol, le parecían sin realidad ante
|
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el problema planteado en su cerebro.
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|
TERCERA PARTE
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Tristezas y dolores.
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|
I
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DÍA DE NAVIDAD
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UN día, ya en el último año de la carrera, antes de las Navidades,
|
|
al volver Andrés del hospital, le dijo Margarita que Luisito escupía
|
|
sangre. Al oirlo Andrés quedó frío como muerto. Fué a ver al niño,
|
|
apenas tenía fiebre, no le dolía el costado, respiraba con facilidad;
|
|
sólo un ligero tinte de rosa coloreaba una mejilla, mientras la otra
|
|
estaba pálida.
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No se trataba de una enfermedad aguda. La idea de que el niño estuviera
|
|
tuberculoso le hizo temblar a Andrés. Luisito, con la inconsciencia de
|
|
la infancia, se dejaba reconocer y sonreía.
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Andrés recogió un pañuelo manchado con sangre y lo llevó a que lo
|
|
analizasen al laboratorio. Pidió al médico de su sala que recomendara
|
|
el análisis.
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Durante aquellos días vivió en una zozobra constante; el dictamen
|
|
del laboratorio fué tranquilizador: no se había podido encontrar el
|
|
bacilo de Koch en la sangre del pañuelo; sin embargo, esto no le dejó a
|
|
Hurtado completamente satisfecho.
|
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|
El médico de la sala, a instancias de Andrés, fué a casa a reconocer
|
|
al enfermito. Encontró a la percusión cierta opacidad en el vértice
|
|
del pulmón derecho. Aquello podía no ser nada; pero unido a la ligera
|
|
hemoptisis, indicaba con muchas probabilidades una tuberculosis
|
|
incipiente.
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El profesor y Andrés discutieron el tratamiento. Como el niño era
|
|
linfático, algo propenso a catarros, consideraron conveniente llevarlo
|
|
a un país templado, a orillas del Mediterráneo a ser posible; allí le
|
|
podrían someter a una alimentación intensa, darle baños de sol, hacerle
|
|
vivir al aire libre y dentro de la casa en una atmósfera creosotada,
|
|
rodearle de toda clase de condiciones para que pudiera fortificarse y
|
|
salir de la infancia.
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|
La familia no comprendía la gravedad, y Andrés tuvo que insistir para
|
|
convencerles de que el estado del niño era peligroso.
|
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El padre, don Pedro, tenía unos primos en Valencia, y estos primos,
|
|
solterones, poseían varias casas en pueblos próximos a la capital.
|
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Se les escribió y contestaron rápidamente; todas las casas suyas
|
|
estaban alquiladas menos una de un pueblecito inmediato a Valencia.
|
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Andrés decidió ir a verla.
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|
Margarita le advirtió que no había dinero en casa; no se había cobrado
|
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aún la paga de Navidad.
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--Pediré dinero en el hospital e iré en tercera--dijo Andrés.
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--¡Con este frío! ¡Y el día de Nochebuena!
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--No importa.
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--Bueno, vete a casa de los tíos--le advirtió Margarita.
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--No, ¿para qué?--contestó él--. Yo veo la casa del pueblo, y, si me
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|
parece bien, os mando un telegrama diciendo: Contestadles que sí.
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--Pero eso es una grosería. Si se enteran...
|
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--¡Qué se van a enterar! Además, yo no quiero andar con ceremonias y
|
|
con tonterías; bajo en Valencia, voy al pueblo, os mando el telegrama y
|
|
me vuelvo en seguida.
|
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|
|
No hubo manera de convencerle. Después de cenar tomó un coche y se fué
|
|
a la estación. Entró en un vagón de tercera.
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|
La noche de diciembre estaba fría, cruel. El vaho se congelaba en los
|
|
cristales de las ventanillas y el viento helado se metía por entre las
|
|
rendijas de la portezuela.
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Andrés se embozó en la capa hasta los ojos, se subió el cuello y se
|
|
metió las manos en los bolsillos del pantalón. Aquella idea de la
|
|
enfermedad de Luisito le turbaba.
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|
La tuberculosis era una de esas enfermedades que le producía un terror
|
|
espantoso; constituía una obsesión para él. Meses antes se había
|
|
dicho que Roberto Koch había inventado un remedio eficaz para la
|
|
tuberculosis: la tuberculina.
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Un profesor de San Carlos fué a Alemania y trajo la tuberculina.
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|
Se hizo el ensayo con dos enfermos a quienes se les inyectó el nuevo
|
|
remedio. La reacción febril que les produjo hizo concebir al principio
|
|
algunas esperanzas; pero luego se vió que no sólo no mejoraban, sino
|
|
que su muerte se aceleraba.
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|
Si el chico estaba realmente tuberculoso, no había salvación.
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|
|
|
Con aquellos pensamientos desagradables, marchaba Andrés en el vagón de
|
|
tercera, medio adormecido.
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|
Al amanecer se despertó, con las manos y los pies helados.
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|
El tren marchaba por la llanura castellana y el alba apuntaba en el
|
|
horizonte.
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|
En el vagón no iba más que un aldeano fuerte, de aspecto enérgico y
|
|
duro de manchego.
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|
Este aldeano le dijo:
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|
--Qué, ¿tiene usted frío, buen amigo?
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|
--Sí, un poco.
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|
--Tome usted mi manta.
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|
--¿Y usted?
|
|
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--Yo no la necesito. Ustedes, los señoritos, son muy delicados.
|
|
|
|
A pesar de las palabras rudas, Andrés le agradeció el obsequio en el
|
|
fondo del corazón.
|
|
|
|
Aclaraba el cielo, una franja roja bordeaba el campo.
|
|
|
|
Empezaba a cambiar el paísaje, y el suelo, antes llano, mostraba
|
|
colinas y árboles que iban pasando por delante de la ventanilla del
|
|
tren.
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|
|
|
Pasada la Mancha, fría y yerma, comenzó a templar el aire. Cerca de
|
|
Játiba salió el sol, un sol amarillo, que se derramaba por el campo
|
|
entibiando el ambiente.
|
|
|
|
La tierra presentaba ya un aspecto distinto.
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|
|
Apareció Alcira con los naranjos llenos de fruta, con el río Júcar
|
|
profundo, de lenta corriente. El sol iba elevándose en el cielo;
|
|
comenzaba a hacer calor; al pasar de la meseta castellana a la zona
|
|
mediterránea la naturaleza y la gente eran otras.
|
|
|
|
En las estaciones los hombres y las mujeres, vestidos con trajes
|
|
claros, hablaban a gritos, gesticulaban, corrían.
|
|
|
|
--Eh, tú, _ché_--se oía decir.
|
|
|
|
Ya se veían llanuras con arrozales y naranjos, barracas blancas con el
|
|
techado negro, alguna palmera que pasaba en la rapidez de la marcha
|
|
como tocando el cielo. Se vió espejear la Albufera, unas estaciones
|
|
antes de llegar a Valencia, y poco después Andrés apareció en el raso
|
|
de la plaza de San Francisco, delante de un solar grande.
|
|
|
|
Andrés se acercó a un tartanero, le preguntó cuánto le cobraría por
|
|
llevarle al pueblecito, y, después de discusiones y de regateos,
|
|
quedaron de acuerdo en un duro por ir, esperar media hora y volver a la
|
|
estación.
|
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|
|
Subió Andrés y la tartana cruzó varias calles de Valencia y tomó por
|
|
una carretera.
|
|
|
|
El carrito tenía por detrás una lona blanca y, al agitarse ésta por el
|
|
viento, se veía el camino lleno de claridad y de polvo; la luz cegaba.
|
|
|
|
En una media hora la tartana embocaba la primera calle del pueblo,
|
|
que aparecía con su torre y su cúpula brillante. A Andrés le pareció
|
|
la disposición de la aldea buena para lo que él deseaba; el campo de
|
|
los alrededores, no era de huerta, sino de tierras de secano medio
|
|
montañosas.
|
|
|
|
A la entrada del pueblo, a mano izquierda, se veía un castillejo y
|
|
varios grupos de enormes girasoles.
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|
|
|
Tomó la tartana por la calle larga y ancha, continuación de la
|
|
carretera, hasta detenerse cerca de una explanada levantada sobre el
|
|
nivel de la calle.
|
|
|
|
El carrito se detuvo frente a una casa baja encalada, con su puerta
|
|
azul muy grande y tres ventanas muy chicas. Bajó Andrés; un cartel
|
|
pegado en la puerta indicaba que la llave la tenían en la casa de al
|
|
lado.
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|
|
Se asomó al portal próximo y una vieja, con la tez curtida y negra por
|
|
el sol, le dió la llave, un pedazo de hierro que parecía un arma de
|
|
combate prehistórica.
|
|
|
|
Abrió Andrés el postigo, que chirrió agriamente sobre sus goznes, y
|
|
entró en un espacioso vestíbulo con una puerta en arco que daba hacia
|
|
el jardín.
|
|
|
|
La casa apenas tenía fondo; por el arco del vestíbulo se salía a una
|
|
galería ancha y hermosa con un emparrado y una verja de madera pintada
|
|
de verde. De la galería, extendida paralelamente a la carretera, se
|
|
bajaba por cuatro escalones al huerto, rodeado por un camino que
|
|
bordeaba sus tapias.
|
|
|
|
Este huerto, con varios árboles frutales desnudos de hojas, se hallaba
|
|
cruzado por dos avenidas que formaban una plazoleta central y lo
|
|
dividían en cuatro parcelas iguales. Los hierbajos y jaramagos espesos
|
|
cubrían la tierra y borraban los caminos.
|
|
|
|
Enfrente del arco del vestíbulo había un cenador formado por palos,
|
|
sobre el cual se sostenían las ramas de un rosal silvestre, cuyo
|
|
follaje, adornado por florecitas blancas, era tan tupido que no dejaba
|
|
pasar la luz del sol.
|
|
|
|
A la entrada de aquella pequeña glorieta, sobre pedestales de ladrillo,
|
|
había dos estatuas de yeso, Flora y Pomona. Andrés penetró en el
|
|
cenador. En la pared del fondo se veía un cuadro de azulejos blancos
|
|
y azules con figuras que representaban a Santo Tomás de Villanueva
|
|
vestido de obispo, con su báculo en la mano y un negro y una negra
|
|
arrodillados junto a él.
|
|
|
|
Luego Hurtado recorrió la casa; era lo que él deseaba; hizo un plano
|
|
de las habitaciones y del jardín y estuvo un momento descansando,
|
|
sentado en la escalera. Hacía tanto tiempo que no había visto árboles,
|
|
vegetación, que aquel huertecito abandonado, lleno de hierbajos, le
|
|
pareció un paraíso. Este día de Navidad tan espléndido, tan luminoso,
|
|
le llenó de paz y de melancolía.
|
|
|
|
Del pueblo, del campo, de la atmósfera transparente llegaba el
|
|
silencio, sólo interrumpido por el cacareo lejano de los gallos; los
|
|
moscones y las avispas brillaban al sol.
|
|
|
|
¡Con qué gusto se hubiera tendido en la tierra a mirar horas y horas
|
|
aquel cielo tan azul, tan puro!
|
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|
Unos momentos después, una campana de son agudo comenzó a tocar. Andrés
|
|
entregó la llave en la casa próxima, despertó al tartanero medio
|
|
dormido en su tartana, y emprendió la vuelta.
|
|
|
|
En la estación de Valencia mandó un telegrama a su familia, compró algo
|
|
de comer y unas horas más tarde volvía para Madrid, embozado en su
|
|
capa, rendido, en otro coche de tercera.
|
|
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|
|
II
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|
VIDA INFANTIL
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AL llegar a Madrid, Andrés le dió a su hermana Margarita instrucciones
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de cómo debían instalarse en la casa. Unas semanas después tomaron el
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tren, don Pedro, Margarita y Luisito.
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Andrés y sus otros dos hermanos se quedaron en Madrid.
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Andrés tenía que repasar las asignaturas de la licenciatura.
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Para librarse de la obsesión de la enfermedad del niño, se puso a
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estudiar como nunca lo había hecho.
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Algunas veces iba a visitar a Lulú y le comunicaba sus temores.
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--Si ese chico se pusiera bien--murmuraba.
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--¿Le quiere usted mucho?--preguntaba Lulú.
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--Sí, como si fuera mi hijo. Era yo ya grande cuando nació él, figúrese
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usted.
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Por Junio, Andrés se examinó del curso y de la licenciatura y salió
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bien.
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--¿Qué va usted a hacer?--le dijo Lulú.
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--No sé; por ahora veré si se pone bien esa criatura; después ya
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pensaré.
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El viaje fué para Andrés distinto, y más agradable que en diciembre;
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tenía dinero, y tomó un billete de primera. En la estación de Valencia
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le esperaba el padre.
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--¿Qué tal el chico?--le preguntó Andrés.
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--Está mejor.
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Dieron al mozo el talón del equipaje, y tomaron una tartana, que les
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llevó rápidamente al pueblo.
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Al ruido de la tartana salieron a la puerta Margarita, Luisito y una
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criada vieja. El chico estaba bien; alguna que otra vez tenía una
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ligera fiebre, pero se veía que mejoraba. La que había cambiado casi
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por completo era Margarita; el aire y el sol le habían dado un aspecto
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de salud que la embellecía.
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Andrés vió el huerto, los perales, los albaricoqueros y los granados
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llenos de hojas y de flores.
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La primera noche Andrés no pudo dormir bien en la casa por el olor a
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raíz desprendido de la tierra.
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Al día siguiente Andrés, ayudado por Luisito, comenzó a arrancar y
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a quemar todos los hierbajos del patio. Luego plantaron entre los
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dos melones, calabazas, ajos, fuera o no fuera tiempo. De todas sus
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plantaciones lo único que nació fueron los ajos. Estos, unidos a los
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geranios y a los dompedros, daban un poco de verdura; lo demás moría
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por el calor del sol y la falta de agua.
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Andrés se pasaba horas y horas sacando cubos del pozo. Era imposible
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tener un trozo de jardín verde. En seguida de regar, la tierra se
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secaba, y las plantas se doblaban tristemente sobre su tallo.
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En cambio todo lo que estaba plantado anteriormente, las pasionarias,
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las hiedras y las enredaderas, a pesar de la sequedad del suelo,
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se extendían y daban hermosas flores; los racimos de la parra se
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coloreaban, los granados se llenaban de flor roja y las naranjas iban
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engordando en el arbusto.
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Luisito llevaba una vida higiénica, dormía con la ventana abierta,
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en un cuarto que Andrés, por las noches, regaba con creosota. Por la
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mañana, al levantarse de la cama, tomaba una ducha fría en el cenador
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de Flora y Pomona.
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Al principio no le gustaba, pero luego se acostumbró.
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Andrés había colgado del techo del cenador una regadera enorme, y en el
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asa ató una cuerda que pasaba por una polea y terminaba en una piedra
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sostenida en un banco. Dejando caer la piedra, la regadera se inclinaba
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y echaba una lluvia de agua fría.
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Por la mañana, Andrés y Luis iban a un pinar próximo al pueblo, y
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estaban allí muchas veces hasta el mediodía; después del paseo comían y
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se echaban a dormir.
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Por la tarde tenían también sus entretenimientos: perseguir a las
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lagartijas y salamandras, subir al peral, regar las plantas. El tejado
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estaba casi levantado por los panales de las avispas; decidieron
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declarar la guerra a estos temibles enemigos y quitarles los panales.
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Fué una serie de escaramuzas que emocionaron a Luisito y le dieron
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motivo para muchas charlas y comparaciones.
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Por la tarde, cuando ya se ponía el sol, Andrés proseguía su lucha
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contra la sequedad, sacando agua del pozo, que era muy profundo. En
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medio de este calor sofocante, las abejas rezongaban, las avispas iban
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a beber el agua del riego y las mariposas revoloteaban de flor en flor.
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A veces aparecían manchas de hormigas con alas en la tierra o costras
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de pulgones en las plantas.
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Luisito tenía más tendencia a leer y a hablar que a jugar
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violentamente. Esta inteligencia precoz le daba que pensar a Andrés. No
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le dejaba que hojeara ningún libro, y le enviaba a que se reuniera con
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los chicos de la calle.
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Andrés, mientras tanto, sentado en el umbral de la puerta, con un libro
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en la mano, veía pasar los carros por la calle cubierta de una espesa
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capa de polvo. Los carreteros, tostados por el sol, con las caras
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brillantes por el sudor, cantaban tendidos sobre pellejos de aceite o
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de vino, y las mulas marchaban en fila medio dormidas.
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Al anochecer pasaban unas muchachas, que trabajaban en una fábrica, y
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saludaban a Andrés con un adiós un poco seco, sin mirarle a la cara.
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Entre estas chicas había una que llamaban la Clavariesa, muy guapa, muy
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perfilada; solía ir con un pañuelo de seda en la mano agitándolo en el
|
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aire, y vestía con colores un poco chillones, pero que hacían muy bien
|
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en aquel ambiente claro y luminoso.
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Luisito, negro por el sol, hablando ya con el mismo acento valenciano
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que los demás chicos, jugaba en la carretera.
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No se hacía completamente montaraz y salvaje como hubiera deseado
|
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Andrés, pero estaba sano y fuerte. Hablaba mucho. Siempre andaba
|
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contando cuentos, que demostraban su imaginación excitada.
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--¿De dónde saca este chico esas cosas que cuenta?--preguntaba Andrés a
|
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Margarita.
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--No sé; las inventa él.
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Luisito tenía un gato viejo que le seguía, y que decía que era un brujo.
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El chico caricaturizaba a la gente que iba a la casa.
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Una vieja de Borbotó, un pueblo de al lado, era de las que mejor
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imitaba. Esta vieja vendía huevos y verduras, y decía: _¡Ous, figues!_
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Otro hombre reluciente y gordo, con un pañuelo en la cabeza, que a cada
|
|
momento decía: _¿Sap?_, era también de los modelos de Luisito.
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Entre los chicos de la calle había algunos que le preocupaban mucho.
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Uno de ellos era el Roch, el hijo del saludador, que vivía en un barrio
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de cuevas próximo.
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El Roch era un chiquillo audaz, pequeño, rubio, desmedrado, sin
|
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dientes, con los ojos legañosos. Contaba cómo su padre hacía sus
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misteriosas curas, lo mismo en las personas que en los caballos, y
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hablaba de cómo había averiguado su poder curativo.
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El Roch sabía muchos procedimientos y brujerías para curar las
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insolaciones y conjurar los males de ojo que había oído en su casa.
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El Roch ayudaba a vivir a la familia, andaba siempre correteando con
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una cesta al brazo.
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--Ves estos caracoles--le decía a Luisito--, pues con estos caracoles y
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un poco de arroz comeremos todos en casa.
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--¿Dónde los has cogido?--le preguntaba Luisito.
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--En un sitio que yo sé--contestaba el Roch, que no quería comunicar
|
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sus secretos.
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También en las cuevas vivían otros dos merodeadores, de unos catorce a
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|
quince años, amigos de Luisito: el Choriset y el Chitano.
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El Choriset era un troglodita, con el espíritu de un hombre primitivo.
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|
Su cabeza, su tipo, su expresión eran de un bereber.
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|
Andrés solía hacerle preguntas acerca de su vida y de sus ideas.
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--Yo, por un real, mataría a un hombre--solía decir el Choriset,
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mostrando sus dientes blancos y brillantes.
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--Pero te cogerían y te llevarían a presidio.
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--¡Ca! Me metería en una cueva que hay cerca de la mía, y me estaría
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allá.
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--¿Y comer? ¿Cómo ibas a comer?
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--Saldría de noche a comprar pan.
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--Pero con un real, no te bastaría para muchos días.
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--Mataría a otro hombre--replicaba el Choriset, riendo.
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El Chitano no tenía más tendencia que el robo; siempre andaba
|
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merodeando por ver si podía llevarse algo.
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Andrés, por más que no tenía interés en hacer allí amistades, iba
|
|
conociendo a la gente.
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La vida del pueblo era en muchas cosas absurda; las mujeres paseaban
|
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separadas de los hombres, y esta separación de sexos existía en casi
|
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todo.
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A Margarita le molestaba que su hermano estuviese constantemente en
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casa, y le incitaba a que saliera. Algunas tardes, Andrés solía ir al
|
|
café de la plaza, se enteraba de los conflictos que había en el pueblo
|
|
entre la música del Casino republicano y la del Casino carlista, y el
|
|
Mercaer, un obrero republicano, le explicaba de una manera pintoresca
|
|
lo que había sido la Revolución francesa y los tormentos de la
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|
Inquisición.
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|
III
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|
LA CASA ANTIGUA
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VARIAS veces don Pedro fué y volvió de Madrid al pueblo. Luisito
|
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parecía que estaba bien, no tenía tos ni fiebre; pero conservaba
|
|
aquella tendencia fantaseadora que le hacía divagar y discurrir de una
|
|
manera impropia de su edad.
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|
--Yo creo que no es cosa de que sigáis aquí--dijo el padre.
|
|
|
|
--¿Por qué no?--preguntó Andrés.
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|
--Margarita no puede vivir siempre metida en un rincón. A ti no te
|
|
importará; pero a ella sí.
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|
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|
--Que se vaya a Madrid por una temporada.
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|
|
--¿Pero tú crees que Luis no está curado todavía?
|
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|
--No sé; pero me parece mejor que siga aquí.
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|
--Bueno; veremos a ver qué se hace.
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|
|
|
Margarita explicó a su hermano que su padre decía que no tenían medios
|
|
para sostener así dos casas.
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|
--No tiene medios para esto; pero sí para gastar en el Casino--contestó
|
|
Andrés.
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--Eso a ti no te importa--contestó Margarita enfadada.
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|
--Bueno; lo que voy a hacer yo es ver si me dan una plaza de médico de
|
|
pueblo y llevar al chico. Lo tendré unos años en el campo, y luego que
|
|
haga lo que quiera.
|
|
|
|
En esta incertidumbre, y sin saber si iban a quedarse o marcharse, se
|
|
presentó en la casa una señora de Valencia, prima también de don Pedro.
|
|
Esta señora era una de esas mujeres decididas y mandonas que les gusta
|
|
disponerlo todo. Doña Julia decidió que Margarita, Andrés y Luisito
|
|
fueran a pasar una temporada a casa de los tíos. Ellos los recibirían
|
|
muy a gusto. Don Pedro encontró la solución muy práctica.
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|
--¿Qué os parece?--preguntó a Margarita y a Andrés.
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|
--A mí, lo que decidáis--contestó Margarita.
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|
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|
--A mí no me parece una buena solución--dijo Andrés.
|
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|
--¿Por qué?
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--Porque el chico no estará bien.
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|
--Hombre, el clima es igual--repuso el padre.
|
|
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|
--Sí; pero no es lo mismo vivir en el interior de una ciudad,
|
|
entre calles estrechas, a estar en el campo. Además, que esos
|
|
señores parientes nuestros, como solterones, tendrán una porción de
|
|
chinchorrerías y no les gustarán los chicos.
|
|
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|
--No; eso no. Es gente amable, y tienen una casa bastante grande para
|
|
que haya libertad.
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|
--Bueno. Entonces probaremos.
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|
Un día fueron todos a ver a los parientes. A Andrés, sólo tener que
|
|
ponerse la camisa planchada, le dejó de un humor endiablado.
|
|
|
|
Los parientes vivían en un caserón viejo de la parte antigua de la
|
|
ciudad. Era una casa grande, pintada de azul, con cuatro balcones, muy
|
|
separados unos de otros, y ventanas cuadradas encima.
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|
|
|
El portal era espacioso y comunicaba con un patio enlosado como una
|
|
plazoleta que tenía en medio un farol.
|
|
|
|
De este patio partía la escalera exterior, ancha, de piedra blanca, que
|
|
entraba en el edificio al llegar al primer piso, pasando por un arco
|
|
rebajado.
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|
Llamó don Pedro, y una criada vestida de negro, les pasó a una sala
|
|
grande, triste y obscura.
|
|
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|
Había en ella un reloj de pared alto, con la caja llena de
|
|
incrustaciones, muebles antiguos de estilo Imperio, varias cornucopias
|
|
y un plano de Valencia de a principios del siglo XVIII.
|
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|
|
Poco después salió don Juan, el primo del padre de Hurtado, un señor de
|
|
cuarenta a cincuenta años, que les saludó a todos muy amablemente y les
|
|
hizo pasar a otra sala, en donde un viejo, reclinado en ancha butaca,
|
|
leía un periódico.
|
|
|
|
La familia la componían tres hermanos y una hermana, los tres solteros.
|
|
El mayor, don Vicente, estaba enfermo de gota y no salía apenas; el
|
|
segundo, don Juan, era hombre que quería pasar por joven, de aspecto
|
|
muy elegante y pulcro; la hermana, doña Isabel, tenía el color muy
|
|
blanco, el pelo muy negro y la voz lacrimosa.
|
|
|
|
Los tres parecían conservados en una urna; debían estar siempre a la
|
|
sombra en aquellas salas de aspecto conventual.
|
|
|
|
Se trató del asunto de que Margarita y sus hermanos pasaran allí una
|
|
temporada, y los solterones aceptaron la idea con placer.
|
|
|
|
Don Juan, el menor, enseñó la casa a Andrés, que era extensa. Alrededor
|
|
del patio, una ancha galería encristalada le daba vuelta. Los cuartos
|
|
estaban pavimentados con azulejos relucientes y resbaladizos y tenían
|
|
escalones para subir y bajar, salvando las diferencias de nivel. Había
|
|
un sinnúmero de puertas de diferente tamaño. En la parte de atrás de la
|
|
casa, a la altura del primer piso de la calle brotaba, en medio de un
|
|
huertecillo sombrío, un altísimo naranjo.
|
|
|
|
Todas las habitaciones presentaban el mismo aspecto silencioso, algo
|
|
moruno, de luz velada.
|
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|
El cuarto destinado para Andrés y para Luisito era muy grande y daba
|
|
enfrente de los tejados azules de la torrecilla de una iglesia.
|
|
|
|
Unos días después de la visita, se instalaron Margarita, Andrés y Luis
|
|
en la casa.
|
|
|
|
Andrés estaba dispuesto a ir a un partido. Leía en _El Siglo Médico_
|
|
las vacantes de médicos rurales, se enteraba de qué clase de pueblos
|
|
eran y escribía a los secretarios de los Ayuntamientos pidiendo
|
|
informes.
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|
|
|
Margarita y Luisito se encontraban bien con sus tíos; Andrés, no;
|
|
no sentía ninguna simpatía por estos solterones, defendidos por su
|
|
dinero y por su casa contra las inclemencias de la suerte; les hubiera
|
|
estropeado la vida con gusto. Era un instinto un poco canalla, pero lo
|
|
sentía así.
|
|
|
|
Luisito, que se vió mimado por sus tíos, dejó pronto de hacer la vida
|
|
que recomendaba Andrés; no quería ir a tomar el sol ni a jugar a la
|
|
calle; se iba poniendo más exigente y melindroso.
|
|
|
|
La dictadura científica que Andrés pretendía ejercer, no se reconocía
|
|
en la casa.
|
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|
|
Muchas veces le dijo a la criada vieja que barría el cuarto que dejara
|
|
abiertas las ventanas para que entrara el sol; pero la criada no le
|
|
obedecía.
|
|
|
|
--¿Por qué cierra usted el cuarto?--le preguntó una vez.--Yo quiero que
|
|
esté abierto. ¿Oye usted?
|
|
|
|
La criada apenas sabía castellano, y después de una charla confusa, le
|
|
contestó que cerraba el cuarto para que no entrara el sol.
|
|
|
|
--Si es que yo quiero precisamente eso--la dijo Andrés--. ¿Usted ha
|
|
oído hablar de los microbios?
|
|
|
|
--Yo, no, señor.
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|
|
|
--¿No ha oído usted decir que hay unos gérmenes... una especie de cosas
|
|
vivas que andan por el aire y que producen las enfermedades?
|
|
|
|
--¿Unas cosas vivas en el aire? Serán las moscas.
|
|
|
|
--Sí; son como las moscas, pero no son las moscas.
|
|
|
|
--No; pues no las he visto.
|
|
|
|
--No, si no se ven; pero existen. Esas cosas vivas están en el aire,
|
|
en el polvo, sobre los muebles... y esas cosas vivas, que son malas,
|
|
mueren con la luz... ¿Ha comprendido usted?
|
|
|
|
--Sí, sí, señor.
|
|
|
|
--Por eso hay que dejar las ventanas abiertas... para que entre el sol.
|
|
|
|
Efectivamente; al día siguiente las ventanas estaban cerradas, y la
|
|
criada vieja contaba a las otras que el señorito estaba loco, porque
|
|
decía que había unas moscas en el aire que no se veían y que las mataba
|
|
el sol.
|
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|
|
|
IV
|
|
|
|
ABURRIMIENTO
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|
Las gestiones para encontrar un pueblo adonde ir no dieron resultado
|
|
tan rápidamente como Andrés deseaba, y en vista de esto, para matar el
|
|
tiempo, se decidió a estudiar las asignaturas del doctorado. Después se
|
|
marcharía a Madrid y luego a cualquier parte.
|
|
|
|
Luisito pasaba el invierno bien; al parecer estaba curado.
|
|
|
|
Andrés no quería salir a la calle; sentía una insociabilidad intensa.
|
|
Le parecía una fatiga tener que conocer a nueva gente.
|
|
|
|
--Pero, hombre, ¿no vas a salir?--le preguntaba Margarita.
|
|
|
|
--Yo no. ¿Para qué? No me interesa nada de cuanto pasa fuera.
|
|
|
|
Andar por las calles le fastidiaba, y el campo de los alrededores de
|
|
Valencia, a pesar de su fertilidad, no le gustaba.
|
|
|
|
Esta huerta, siempre verde, cortada por acequias de agua turbia, con
|
|
aquella vegetación jugosa y obscura, no le daba ganas de recorrerla.
|
|
|
|
Prefería estar en casa. Allí estudiaba e iba tomando datos acerca de un
|
|
punto de psicofísica que pensaba utilizar para la tesis del doctorado.
|
|
|
|
Debajo de su cuarto había una terraza sombría, musgosa, con algunos
|
|
jarrones con chumberas y piteras donde no daba nunca el sol. Allí solía
|
|
pasear Andrés en las horas de calor. Enfrente había otra terraza donde
|
|
andaba de un lado a otro un cura viejo, de la iglesia próxima, rezando.
|
|
Andrés y el cura se saludaban al verse muy amablemente.
|
|
|
|
Al anochecer, de esta terraza Andrés iba a una azotea pequeña, muy
|
|
alta, construída sobre la linterna de la escalera.
|
|
|
|
Allá se sentaba hasta que se hacía de noche. Luisito y Margarita iban a
|
|
pasear en tartana con sus tíos.
|
|
|
|
Andrés contemplaba el pueblo, dormido bajo la luz del sol y los
|
|
crepúsculos esplendorosos.
|
|
|
|
A lo lejos se veía el mar, una mancha alargada de un verde pálido,
|
|
separada en línea recta y clara del cielo, de color algo lechoso en el
|
|
horizonte.
|
|
|
|
En aquel barrio antiguo las casas próximas eran de gran tamaño; sus
|
|
paredes se hallaban desconchadas, los tejados cubiertos de musgos
|
|
verdes y rojos, con matas en los aleros, de jaramagos amarillentos.
|
|
|
|
Se veían casas blancas, azules, rosadas, con sus terrados y azoteas;
|
|
en las cercas de los terrados se sostenían barreños con tierra, en
|
|
donde las chumberas y las pitas extendían sus rígidas y anchas paletas;
|
|
en alguna de aquellas azoteas se veían montones de calabazas surcadas y
|
|
ventrudas, y de otras redondas y lisas.
|
|
|
|
Los palomares se levantaban como grandes jaulones ennegrecidos. En el
|
|
terrado próximo de una casa, sin duda, abandonada, se veían rollos de
|
|
esteras, montones de cuerdas de estropajo, cacharros rotos esparcidos
|
|
por el suelo; en otra azotea aparecía un pavo real que andaba suelto
|
|
por el tejado, y daba unos gritos agudos y desagradables.
|
|
|
|
Por encima de las terrazas y tejados aparecían las torres del pueblo:
|
|
el Miguelete, rechoncho y fuerte; el cimborrio de la catedral, aéreo
|
|
y delicado, y luego aquí y allá una serie de torrecillas, casi todas
|
|
cubiertas con tejas azules y blancas que brillaban con centelleantes
|
|
reflejos.
|
|
|
|
Andrés contemplaba aquel pueblo, casi para él desconocido, y hacía
|
|
mil cábalas caprichosas acerca de la vida de sus habitantes. Veía
|
|
abajo esta calle, esta rendija sinuosa, estrecha, entre dos filas de
|
|
caserones. El sol, que al mediodía la cortaba en una zona de sombra y
|
|
otra de luz, iba, a medida que avanzaba la tarde, escalando las casas
|
|
de una acera hasta brillar en los cristales de las guardillas y en los
|
|
luceros, y desaparecer.
|
|
|
|
En la primavera, las golondrinas y los vencejos trazaban círculos
|
|
caprichosos en el aire, lanzando gritos agudos. Andrés las seguía con
|
|
la vista. Al anochecer se retiraban. Entonces pasaban algunos mochuelos
|
|
y gavilanes. Venus comenzaba a brillar con más fuerza y aparecía
|
|
Júpiter. En la calle, un farol de gas parpadeaba triste y soñoliento...
|
|
|
|
Andrés bajaba a cenar, y muchas veces por la noche volvía de nuevo a la
|
|
azotea a contemplar las estrellas.
|
|
|
|
Esta contemplación nocturna le producía como un flujo de pensamientos
|
|
perturbadores. La imaginación se lanzaba a la carrera a galopar por
|
|
los campos de fantasía. Muchas veces el pensar en las fuerzas de la
|
|
naturaleza, en todos los gérmenes de la tierra, del aire y del agua,
|
|
desarrollándose en medio de la noche, le producía el vértigo.
|
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|
|
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|
|
|
V
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|
DESDE LEJOS
|
|
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|
AL acercarse mayo, Andrés le dijo a su hermana que iba a Madrid a
|
|
examinarse del doctorado.
|
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--¿Vas a volver?--le preguntó Margarita.
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--No sé; creo que no.
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--Qué antipatía le has tomado a esta casa y al pueblo. No me lo explico.
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--No me encuentro bien aquí.
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--Claro. ¡Haces lo posible por estar mal!
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Andrés no quiso discutir y se fué a Madrid; se examinó de las
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asignaturas del doctorado, y leyó la tesis que había escrito en
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Valencia.
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En Madrid se encontraba mal; su padre y él seguían tan hostiles como
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antes. Alejandro se había casado y llevaba a su mujer, una pobre
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infeliz, a comer a su casa. Pedro hacía vida de mundano.
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Andrés, si hubiese tenido dinero, se hubiera marchado a viajar por
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el mundo; pero no tenía un cuarto. Un día leyó en un periódico que
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el médico de un pueblo de la provincia de Burgos necesitaba un
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sustituto por dos meses. Escribió; le aceptaron. Dijo en su casa que
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le había invitado un compañero a pasar unas semanas en un pueblo. Tomó
|
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un billete de ida y vuelta y se fué. El médico, a quien tenía que
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sustituir, era un hombre rico, viudo, dedicado a la numismática. Sabía
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poco de Medicina, y no tenía afición más que por la historia y las
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cuestiones de monedas.
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--Aquí no podrá usted lucirse con su ciencia médica--le dijo a Andrés,
|
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burlonamente--. Aquí, sobre todo en verano, no hay apenas enfermos,
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algunos cólicos, algunas enteritis, algún caso, poco frecuente, de
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fiebre tifoidea, nada.
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El médico pasó rápidamente de esta cuestión profesional, que no le
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interesaba, a sus monedas, y enseñó a Andrés la colección; la segunda
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de la provincia. Al decir la segunda suspiraba, dando a entender lo
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triste que era para él hacer esta declaración.
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Andrés y el médico se hicieron muy amigos. El numismático le dijo que
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si quería vivir en su casa se la ofrecía con mucho gusto, y Andrés se
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quedó allí en compañía de una criada vieja.
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El verano fué para él delicioso; el día entero lo tenía libre para
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pasear y para leer; había cerca del pueblo un monte sin árboles, que
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llamaban el Teso, formado por pedrizas, en cuyas junturas nacían jaras,
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romeros y cantuesos. Al anochecer era aquello una delicia de olor y de
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frescura.
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Andrés pudo comprobar que el pesimismo y el optimismo son resultados
|
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orgánicos como las buenas o las malas digestiones. En aquella aldea se
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encontraba admirablemente, con una serenidad y una alegría desconocidas
|
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para él; sentía que el tiempo pasara demasiado pronto.
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Llevaba mes y medio en este oasis, cuando un día el cartero le entregó
|
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un sobre manoseado, con letra de su padre. Sin duda, había andado la
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carta de pueblo en pueblo hasta llegar a aquél. ¿Qué vendría allí
|
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dentro?
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Andrés abrió la carta, la leyó y quedó atónito. Luisito acababa de
|
|
morir en Valencia. Margarita había escrito dos cartas a su hermano,
|
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diciéndole que fuera, porque el niño preguntaba mucho por él; pero como
|
|
don Pedro no sabía el paradero de Andrés, no pudo remitírselas.
|
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Andrés pensó en marcharse inmediatamente; pero al leer de nuevo la
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carta, echó de ver que hacía ya ocho días que el niño había muerto y
|
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estaba enterrado.
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La noticia le produjo un gran estupor. El alejamiento, el haber dejado
|
|
a su marcha a Luisito sano y fuerte, le impedía experimentar la pena
|
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que hubiese sentido cerca del enfermo.
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Aquella indiferencia suya, aquella falta de dolor, le parecía algo
|
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malo. El niño había muerto; él no experimentaba ninguna desesperación.
|
|
¿Para qué provocar en sí mismo un sufrimiento inútil? Este punto le
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|
debatió largas horas en la soledad.
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|
Andrés escribió a su padre y a Margarita. Cuando recibió la carta
|
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de su hermana, pudo seguir la marcha de la enfermedad de Luisito.
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Había tenido una meningitis tuberculosa, con dos o tres días de un
|
|
período prodrómico, y luego una fiebre alta que hizo perder al niño el
|
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conocimiento; así había estado una semana gritando, delirando, hasta
|
|
morir en un sueño.
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En la carta de Margarita se traslucía que estaba destrozada por las
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emociones.
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Andrés recordaba haber visto en el hospital a un niño, de seis a siete
|
|
años, con meningitis; recordaba que en unos días quedó tan delgado que
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parecía translúcido, con la cabeza enorme, la frente abultada, los
|
|
lóbulos frontales como si la fiebre los desuniera, un ojo bizco, los
|
|
labios blancos, las sienes hundidas y la sonrisa de alucinado. Este
|
|
chiquillo gritaba como un pájaro, y su sudor tenía un olor especial,
|
|
como a ratón, del sudor del tuberculoso.
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|
A pesar de que Andrés pretendía representarse el aspecto de Luisito
|
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enfermo, no se lo figuraba nunca atacado con la terrible enfermedad,
|
|
sino alegre y sonriente como le había visto la última vez el día de la
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marcha.
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|
CUARTA PARTE
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Inquisiciones.
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|
I
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PLAN FILOSÓFICO
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AL pasar sus dos meses de sustituto, Andrés volvió a Madrid; tenía
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guardados sesenta duros, y como no sabía qué hacer con ellos, se los
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envió a su hermana Margarita.
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|
Andrés hacía gestiones para conseguir un empleo, y mientras tanto iba a
|
|
la Biblioteca Nacional.
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|
Estaba dispuesto a marcharse a cualquier pueblo si no encontraba nada
|
|
en Madrid.
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|
Un día se topó en la sala de lectura con Fermín Ibarra, el condiscípulo
|
|
enfermo, que ya estaba bien, aunque andaba cojeando y apoyándose en un
|
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grueso bastón.
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Fermín se acercó a saludar efusivamente a Hurtado.
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|
Le dijo que estudiaba para ingeniero en Lieja, y solía volver a Madrid
|
|
en las vacaciones.
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|
|
Andrés siempre había tenido a Ibarra como a un chico. Fermín le llevó a
|
|
su casa y le enseñó sus inventos, porque era inventor; estaba haciendo
|
|
un tranvía eléctrico de juguete y otra porción de artificios mecánicos.
|
|
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|
Fermín le explicó su funcionamiento y le dijo que pensaba pedir
|
|
patentes por unas cuantas cosas, entre ellas una llanta con trozos de
|
|
acero para los neumáticos de los automóviles.
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|
A Andrés le pareció que su amigo desvariaba; pero no quiso quitarles
|
|
las ilusiones. Sin embargo, tiempo después, al ver a los automóviles
|
|
con llantas de trozos de acero como las que había ideado Fermín, pensó
|
|
que éste debía tener verdadera inteligencia de inventor.
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* * * * *
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|
Andrés, por las tardes, visitaba a su tío Iturrioz. Se lo encontraba
|
|
casi siempre en su azotea leyendo o mirando las maniobras de una abeja
|
|
solitaria o de una araña.
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--Esta es la azotea de Epicuro--decía Andrés riendo.
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|
Muchas veces tío y sobrino discutieron largamente. Sobre todo, los
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|
planes ulteriores de Andrés fueron los más debatidos.
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|
Un día la discusión fué más larga y más completa:
|
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--¿Qué piensas hacer?--le preguntó Iturrioz.
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--¡Yo! Probablemente tendré que ir a un pueblo de médico.
|
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|
--Veo que no te hace gracia la perspectiva.
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--No; la verdad. A mí hay cosas de la carrera que me gustan; pero la
|
|
práctica no. Si pudiese entrar en un laboratorio de fisiología, creo
|
|
que trabajaría con entusiasmo.
|
|
|
|
--¡En un laboratorio de fisiología! ¡Si los hubiera en España!
|
|
|
|
--Ah, claro, si los hubiera. Además no tengo preparación científica. Se
|
|
estudia de mala manera.
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|
|
--En mi tiempo pasaba lo mismo--dijo Iturrioz--. Los profesores
|
|
no sirven más que para el embrutecimiento metódico de la juventud
|
|
estudiosa. Es natural. El español todavía no sabe enseñar; es demasiado
|
|
fanático, demasiado vago y casi siempre demasiado farsante. Los
|
|
profesores no tienen más finalidad que cobrar su sueldo y luego pescar
|
|
pensiones para pasar el verano.
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|
--Además falta disciplina.
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|
--Y otras muchas cosas. Pero, bueno, tú ¿qué vas a hacer? ¿No te
|
|
entusiasma visitar?
|
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|
|
--No.
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--¿Y entonces qué plan tienes?
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--¿Plan personal? Ninguno
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--Demonio. ¿Tan pobre estás de proyectos?
|
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|
--Sí, tengo uno; vivir con el máximum de independencia. En España, en
|
|
general, no se paga el trabajo, sino la sumisión. Yo quisiera vivir del
|
|
trabajo, no del favor.
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|
|
|
--Es difícil. ¿Y como plan filosófico? ¿Sigues en tus buceamientos?
|
|
|
|
--Sí. Yo busco una filosofía que sea primeramente una cosmogonía, una
|
|
hipótesis racional de la formación del mundo; después una explicación
|
|
biológica del origen de la vida y del hombre.
|
|
|
|
--Dudo mucho que la encuentres. Tú quieres una síntesis que complete la
|
|
cosmología y la biología; una explicación del Universo físico y moral.
|
|
¿No es eso?
|
|
|
|
--Sí.
|
|
|
|
--¿Y en dónde has ido a buscar esa síntesis?
|
|
|
|
--Pues en Kant, y en Schopenhauer sobre todo.
|
|
|
|
--Mal camino--repuso Iturrioz--; lee a los ingleses; la ciencia en
|
|
ellos va envuelta en sentido práctico. No leas esos metafísicos
|
|
alemanes; su filosofía es como un alcohol que emborracha y no alimenta.
|
|
¿Conoces el Leviatán de Hobbes? Yo te lo prestaré si quieres.
|
|
|
|
--No; ¿para qué? Después de leer a Kant y a Schopenhauer, esos
|
|
filósofos franceses e ingleses dan la impresión de carros pesados que
|
|
marchan chirriando y levantando polvo.
|
|
|
|
--Sí, quizás sean menos ágiles de pensamiento que los alemanes; pero,
|
|
en cambio, no te alejan de la vida.
|
|
|
|
--¿Y qué?--replicó Andrés--. Uno tiene la angustia, la desesperación de
|
|
no saber qué hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse
|
|
perdido, sin brújula, sin luz adonde dirigirse. ¿Qué se hace con la
|
|
vida? ¿Qué dirección se le da? Si la vida fuera tan fuerte que le
|
|
arrastrara a uno, el pensar sería una maravilla, algo como para el
|
|
caminante detenerse y sentarse a la sombra de un árbol, algo como
|
|
penetrar en un oasis de paz; pero la vida es estúpida, sin emociones,
|
|
sin accidentes, al menos aquí, y creo que en todas partes y el
|
|
pensamiento se llena de terrores como compensación a la esterilidad
|
|
emocional de la existencia.
|
|
|
|
--Estás perdido--murmuró Iturrioz--. Ese intelectualismo no te puede
|
|
llevar a nada bueno.
|
|
|
|
--Me llevará a saber, a conocer. ¿Hay placer más glande que éste? La
|
|
antigua filosofía nos daba la magnífica fachada de un palacio; detrás
|
|
de aquella magnificencia no había salas espléndidas, ni lugares de
|
|
delicias, sino mazmorras obscuras. Ese es el mérito sobresaliente de
|
|
Kant; él vió que todas las maravillas descritas por los filósofos eran
|
|
fantasías, espejismos; vió que las galerías magníficas no llevaban a
|
|
ninguna parte.
|
|
|
|
--¡Vaya un mérito!--murmuró Iturrioz.
|
|
|
|
--Enorme. Kant prueba que son indemostrables los dos postulados más
|
|
transcendentales de las religiones y de los sistemas filosóficos: Dios
|
|
y la libertad. Y lo terrible es que prueba que son indemostrables a
|
|
pesar suyo.
|
|
|
|
--¿Y qué?
|
|
|
|
--¡Y qué! Las consecuencias son terribles; ya el universo no tiene
|
|
comienzo en el tiempo ni límite en el espacio; todo está sometido al
|
|
encadenamiento de causas y efectos; ya no hay causa primera; la idea de
|
|
causa primera, como ha dicho Schopenhauer, es la idea de un trozo de
|
|
madera hecho de hierro.
|
|
|
|
--A mí esto no me asombra.
|
|
|
|
--A mí sí. Me parece lo mismo que si viéramos un gigante que marchara
|
|
al parecer con un fin y alguien descubriera que no tenía ojos. Después
|
|
de Kant, el mundo es ciego; ya no puede haber ni libertad, ni justicia,
|
|
sino fuerzas que obran por un principio de causalidad en los dominios
|
|
del espacio y del tiempo. Y esto tan grave, no es todo; hay además
|
|
otra cosa que se desprende por primera vez claramente de la filosofía
|
|
de Kant, y es que el mundo no tiene realidad; es que ese espacio y
|
|
ese tiempo y ese principio de causalidad no existen fuera de nosotros
|
|
tal como nosotros los vemos, que pueden ser distintos, que pueden no
|
|
existir.
|
|
|
|
--Bah. Eso es absurdo--murmuró Iturrioz--. Ingenioso si se quiere, pero
|
|
nada más.
|
|
|
|
--No; no sólo es absurdo, sino que es práctico. Antes para mí era una
|
|
gran pena considerar el infinito del espacio; creer el mundo inacabable
|
|
me producía una gran impresión; pensar que al día siguiente de mi
|
|
muerte el espacio y el tiempo seguirían existiendo me entristecía,
|
|
y eso que consideraba que mi vida no es una cosa envidiable; pero
|
|
cuando llegué a comprender que la idea del espacio y del tiempo son
|
|
necesidades de nuestro espíritu, pero que no tienen realidad; cuando
|
|
me convencí por Kant que el espacio y el tiempo no significan nada;
|
|
por lo menos que la idea que tenemos de ellos puede no existir fuera
|
|
de nosotros, me tranquilicé. Para mí es un consuelo pensar que así
|
|
como nuestra retina produce los colores, nuestro cerebro produce
|
|
las ideas de tiempo, de espacio y de causalidad. Acabado nuestro
|
|
cerebro, se acabó el mundo. Ya no sigue el tiempo, ya no sigue el
|
|
espacio, ya no hay encadenamiento de causas. Se acabó la comedia, pero
|
|
definitivamente. Podemos suponer que un tiempo y un espacio sigan para
|
|
los demás. ¿Pero eso qué importa si no es el nuestro que es el único
|
|
real?
|
|
|
|
--Bah. ¡Fantasías! ¡Fantasías!--dijo Iturrioz.
|
|
|
|
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|
|
|
|
II
|
|
|
|
REALIDAD DE LAS COSAS
|
|
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|
|
No, no, realidades--replicó Andrés--. ¿Qué duda cabe que el mundo
|
|
que conocemos es el resultado del reflejo de la parte de cosmos del
|
|
horizonte sensible en nuestro cerebro? Este reflejo unido, contrastado,
|
|
con las imágenes reflejadas en los cerebros de los demás hombres que
|
|
han vivido y que viven, es nuestro conocimiento del mundo, es nuestro
|
|
mundo. ¿Es así, en realidad, fuera de nosotros? No lo sabemos, no lo
|
|
podemos saber jamás.
|
|
|
|
--No veo claro. Todo eso me parece poesía.
|
|
|
|
--No; poesía no. Usted juzga por las sensaciones que le dan los
|
|
sentidos. ¿No es verdad?
|
|
|
|
--Cierto.
|
|
|
|
--Y esas sensaciones e imágenes las ha ido usted valorizando desde
|
|
niño con las sensaciones e imágenes de los demás. Pero ¿tiene usted la
|
|
seguridad de que ese mundo exterior es tal como usted lo ve? ¿Tiene
|
|
usted la seguridad ni siquiera de que existe?
|
|
|
|
--Sí.
|
|
|
|
--La seguridad práctica, claro; pero nada más.
|
|
|
|
--Esa basta.
|
|
|
|
--No, no basta. Basta para un hombre sin deseo de saber; si no ¿para
|
|
qué se inventarían teorías acerca del calor o acerca de la luz? Se
|
|
diría: hay objetos calientes y fríos, hay color verde o azul; no
|
|
necesitamos saber lo que son.
|
|
|
|
--No estaría mal que procediéramos así. Si no, la duda lo arrasa, lo
|
|
destruye todo.
|
|
|
|
--Claro que lo destruye todo.
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|
|
|
--Las matemáticas mismas quedan sin base.
|
|
|
|
--Claro. Las proposiciones matemáticas y lógicas son únicamente las
|
|
leyes de la inteligencia humana; pueden ser también las leyes de
|
|
la Naturaleza exterior a nosotros, pero no lo podemos afirmar. La
|
|
inteligencia lleva como necesidades inherentes a ella, las nociones de
|
|
causa, de espacio y de tiempo, como un cuerpo lleva tres dimensiones.
|
|
Estas nociones de causa, de espacio y de tiempo son inseparables de
|
|
la inteligencia, y cuando ésta afirma sus verdades y sus axiomas _a
|
|
priori_, no hace más que señalar su propio mecanismo.
|
|
|
|
--¿De manera que no hay verdad?
|
|
|
|
--Sí; el acuerdo de todas las inteligencias en una misma cosa, es lo
|
|
que llamamos verdad. Fuera de los axiomas lógicos y matemáticos, en los
|
|
cuales no se puede suponer que no haya unanimidad, en lo demás todas
|
|
las verdades tienen como condición el ser unánimes.
|
|
|
|
--¿Entonces son verdades porque son unánimes?--preguntó Iturrioz.
|
|
|
|
--No, son unánimes, porque son verdades.
|
|
|
|
--Me es igual.
|
|
|
|
--No, no. Si usted me dice: la gravedad es verdad porque es una idea
|
|
unánime, yo le diré no; la gravedad es unánime porque es verdad. Hay
|
|
alguna diferencia. Para mí, dentro de lo relativo de todo, la gravedad
|
|
es una verdad absoluta.
|
|
|
|
--Para mí no; puede ser una verdad relativa.
|
|
|
|
--No estoy conforme--dijo Andrés--. Sabemos que nuestro conocimiento
|
|
es una relación imperfecta entre las cosas exteriores y nuestro yo;
|
|
pero como esa relación es constante, en su tanto de imperfección, no le
|
|
quita ningún valor a la relación entre una cosa y otra. Por ejemplo,
|
|
respecto al termómetro centígrado: usted me podrá decir que dividir en
|
|
cien grados la diferencia de temperatura que hay entre el agua helada
|
|
y el agua en ebullición es una arbitrariedad, cierto; pero si en esta
|
|
azotea hay veinte grados y en la cueva quince, esa relación es una cosa
|
|
exacta.
|
|
|
|
--Bueno. Está bien. Quiere decir que tú aceptas la posibilidad de
|
|
la mentira inicial. Déjame suponer la mentira en toda la escala de
|
|
conocimientos. Quiero suponer que la gravedad es una costumbre, que
|
|
mañana un hecho cualquiera la desmentirá. ¿Quién me lo va impedir?
|
|
|
|
--Nadie; pero usted, de buena fe, no puede aceptar esa posibilidad. El
|
|
encadenamiento de causas y efectos es la ciencia. Si ese encadenamiento
|
|
no existiera, ya no habría asidero ninguno; todo podría ser verdad.
|
|
|
|
--Entonces vuestra ciencia se basa en la utilidad.
|
|
|
|
--No; se basa en la razón y en la experiencia.
|
|
|
|
--No, porque no podéis llevar la razón hasta las últimas consecuencias.
|
|
|
|
--Ya se sabe que no, que hay claros. La ciencia nos da la descripción
|
|
de una falange de este mamuth, que se llama universo; la filosofía nos
|
|
quiere dar la hipótesis racional de cómo puede ser este mamuth. ¿Que
|
|
ni los datos empíricos, ni los datos racionales son todos absolutos?
|
|
¡Quién lo duda! La ciencia valora los datos de la observación;
|
|
relaciona las diversas ciencias particulares, que son como islas
|
|
exploradas en el océano de lo desconocido, levanta puentes de paso
|
|
entre unas y otras, de manera que en su conjunto tengan cierta unidad.
|
|
Claro que estos puentes no pueden ser más que hipótesis, teorías,
|
|
aproximaciones a la verdad.
|
|
|
|
--Los puentes son hipótesis y las islas lo son también.
|
|
|
|
--No, no estoy conforme. La ciencia es la única construcción fuerte de
|
|
la Humanidad. Contra ese bloque científico del determinismo, afirmado
|
|
ya por los griegos, ¿cuántas olas no han roto? Religiones, morales,
|
|
utopías; hoy todas esas pequeñas supercherías del pragmatismo y de las
|
|
ideas-fuerzas..., y, sin embargo, el bloque continúa inconmovible, y la
|
|
ciencia, no sólo arrolla estos obstáculos, sino que los aprovecha para
|
|
perfeccionarse.
|
|
|
|
--Sí--contestó Iturrioz--; la ciencia arrolla esos obstáculos y arrolla
|
|
también al hombre.
|
|
|
|
--Eso, en parte, es verdad--murmuró Andrés paseando por la azotea.
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
III
|
|
|
|
EL ÁRBOL DE LA CIENCIA Y EL ÁRBOL DE LA VIDA
|
|
|
|
|
|
YA la ciencia para vosotros--dijo Iturrioz--no es una institución con
|
|
un fin humano, ya es algo más; la habéis convertido en ídolo.
|
|
|
|
--Hay la esperanza de que la verdad, aun la que hoy es inútil, pueda
|
|
ser útil mañana--replicó Andrés.
|
|
|
|
--¡Bah! ¡Utopía! ¿Tú crees que vamos a aprovechar las verdades
|
|
astronómicas alguna vez?
|
|
|
|
--¿Alguna vez? Las hemos aprovechado ya.
|
|
|
|
--¿En qué?
|
|
|
|
--En el concepto del mundo.
|
|
|
|
--Está bien; pero yo hablaba de un aprovechamiento práctico, inmediato.
|
|
Yo, en el fondo, estoy convencido de que, la verdad en bloque, es
|
|
mala para la vida. Esa anomalía de la naturaleza que se llama la vida
|
|
necesita estar basada en el capricho, quizá en la mentira.
|
|
|
|
--En eso estoy conforme--dijo Andrés--. La voluntad, el deseo de vivir
|
|
es tan fuerte en el animal como en el hombre. En el hombre es mayor
|
|
la comprensión. A más comprender, corresponde menos desear. Esto es
|
|
lógico, y además se comprueba en la realidad. La apetencia por conocer
|
|
se despierta en los individuos que aparecen al final de una evolución,
|
|
cuando el instinto de vivir languidece. El hombre, cuya necesidad es
|
|
conocer, es como la mariposa que rompe la crisálida para morir. El
|
|
individuo sano, vivo, fuerte, no ve las cosas como son; porque no
|
|
le conviene. Está dentro de una alucinación. Don Quijote, a quien
|
|
Cervantes quiso dar un sentido negativo, es un símbolo de la afirmación
|
|
de la vida. Don Quijote vive más que todas las personas cuerdas que le
|
|
rodean, vive más y con más intensidad que los otros. El individuo o el
|
|
pueblo que quiere vivir se envuelve en nubes como los antiguos dioses
|
|
cuando se aparecían a los mortales. El instinto vital necesita de la
|
|
ficción para afirmarse. La ciencia entonces, el instinto de crítica,
|
|
el instinto de averiguación, debe encontrar una verdad: la cantidad de
|
|
mentira que es necesaria para la vida. ¿Se ríe usted?
|
|
|
|
--Sí, me río, porque eso que tú expones con palabras del día, está
|
|
dicho nada menos que en la Biblia.
|
|
|
|
--¡Bah!
|
|
|
|
--Sí, en el Génesis. Tú habrás leído que en el centro del paraíso había
|
|
dos árboles, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y
|
|
del mal. El árbol de la vida era inmenso, frondoso, y, según algunos
|
|
santos padres, daba la inmortalidad. El árbol de la ciencia no se dice
|
|
cómo era; probablemente sería mezquino y triste. ¿Y tú sabes lo que le
|
|
dijo Dios a Adán?
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--No recuerdo; la verdad.
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--Pues al tenerle a Adán delante, le dijo: Puedes comer todos los
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frutos del jardín; pero cuidado con el fruto del árbol de la ciencia
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del bien y del mal, porque el día que tú comas su fruto morirás de
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muerte. Y Dios, seguramente, añadió: Comed del árbol de la vida, sed
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bestias, sed cerdos, sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente;
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pero no comáis del árbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dará
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una tendencia a mejorar que os destruirá. ¿No es un consejo admirable?
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--Sí, es un consejo digno de un accionista del Banco--repuso Andrés.
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--¡Cómo se ve el sentido práctico de esa granujería semítica!--dijo
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Iturrioz--. ¡Cómo olfatearon esos buenos judíos, con sus narices
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corvas, que el estado de conciencia podía comprometer la vida!
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--¡Claro, eran optimistas; griegos y semitas tenían el instinto fuerte
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de vivir, inventaban dioses para ellos, un paraíso exclusivamente suyo.
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Yo creo que en el fondo no comprendían nada de la naturaleza.
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--No les convenía.
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--Seguramente no les convenía. En cambio, los turanios y los arios del
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Norte, intentaron ver la naturaleza tal como es.
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--Y, ¿a pesar de eso, nadie les hizo caso y se dejaron domesticar por
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los semitas del Sur?
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--¡Ah, claro! El semitismo, con sus tres impostores, ha dominado al
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mundo, ha tenido la oportunidad y la fuerza; en una época de guerras
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dió a los hombres un dios de las batallas, a las mujeres y a los
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débiles un motivo de lamentos, de quejas y de sensiblería. Hoy, después
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de siglos de dominación semítica, el mundo vuelve a la cordura, y la
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verdad aparece como una aurora pálida tras de los terrores de la noche.
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--Yo no creo en esa cordura--dijo Iturrioz--ni creo en la ruina del
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semitismo. El semitismo judío, cristiano o musulmán, seguirá siendo
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el amo del mundo, tomará avatares extraordinarios. ¿Hay nada más
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interesante que la Inquisición, de índole tan semítica, dedicada a
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limpiar de judíos y moros al mundo? ¿Hay caso más curioso que el de
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Torquemada, de origen judío?
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--Sí, eso define el carácter semítico, la confianza, el optimismo, el
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oportunismo... Todo eso tiene que desaparecer. La mentalidad científica
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de los hombres del Norte de Europa lo barrerá.
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--Pero, ¿dónde están esos hombres? ¿Dónde están esos precursores?
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--En la ciencia, en la filosofía, en Kant sobre todo. Kant ha sido
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el gran destructor de la mentira greco-semítica. El se encontró
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con esos dos árboles bíblicos de que usted hablaba antes y fué
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apartando las ramas del árbol de la vida que ahogaban al árbol de
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la ciencia. Tras él no queda, en el mundo de las ideas, más que un
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camino estrecho y penoso: la ciencia. Detrás de él, sin tener quizá
|
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su fuerza y su grandeza, viene otro destructor, otro oso del Norte,
|
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Schopenhauer, que no quiso dejar en pie los subterfugios que el maestro
|
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sostuvo amorosamente por falta de valor. Kant pide por misericordia
|
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que esa gruesa rama del árbol de la vida, que se llama libertad,
|
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responsabilidad, derecho, descanse junto a las ramas del árbol de la
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|
ciencia para dar perspectivas a la mirada del hombre. Schopenhauer,
|
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más austero, más probo en su pensamiento, aparta esa rama, y la vida
|
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aparece como una cosa obscura y ciega, potente y jugosa sin justicia,
|
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sin bondad, sin fin; una corriente llevada por una fuerza X, que él
|
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llama voluntad y que, de cuando en cuando, en medio de la materia
|
|
organizada, produce un fenómeno secundario, una fosforescencia
|
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cerebral, un reflejo, que es la inteligencia. Ya se ve claro en estos
|
|
dos principios: vida y verdad, voluntad e inteligencia.
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--Ya debe haber filósofos y biófilos--dijo Iturrioz.
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--¿Por qué no? Filósofos y biófilos. En estas circunstancias el
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|
instinto vital, todo actividad y confianza, se siente herido y tiene
|
|
que reaccionar y reacciona. Los unos, la mayoría literatos, ponen su
|
|
optimismo en la vida, en la brutalidad de los instintos y cantan la
|
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vida cruel, canalla, infame, la vida sin finalidad, sin objeto, sin
|
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principios y sin moral, como una pantera en medio de una selva. Los
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otros ponen el optimismo en la misma ciencia. Contra la tendencia
|
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agnóstica de un Du Boie-Reymond que afirmó que jamás el entendimiento
|
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del hombre llegaría a conocer la mecánica del universo, están las
|
|
tendencias de Berthelot, de Metchnikoff, de Ramón y Cajal en España,
|
|
que supone que se puede llegar a averiguar el fin del hombre en la
|
|
Tierra. Hay, por último, los que quieren volver a las ideas viejas y a
|
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los viejos mitos, porque son útiles para la vida. Estos son profesores
|
|
de retórica, de esos que tienen la sublime misión de contarnos cómo
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|
se estornudaba en el siglo XVIII después de tomar rapé, los que nos
|
|
dicen que la ciencia fracasa, y que el materialismo, el determinismo,
|
|
el encadenamiento de causa a efecto es una cosa grosera, y que el
|
|
espiritualismo es algo sublime y refinado. ¡Qué risa! ¡Qué admirable
|
|
lugar común para que los obispos y los generales cobren su sueldo y los
|
|
comerciantes puedan vender impunemente bacalao podrido! ¡Creer en el
|
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ídolo o en el fetiche es símbolo de superioridad; creer en los átomos
|
|
como Demócrito o Epicuro, señal de estupidez! Un _aissaua_ de Marruecos
|
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que se rompe la cabeza con un hacha y traga cristales en honor de la
|
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divinidad, o un buen mandingo con su taparabos, son seres refinados y
|
|
cultos; en cambio el hombre de ciencia que estudia la naturaleza es un
|
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ser vulgar y grosero. ¡Qué admirable paradoja para vestirse de galas
|
|
retóricas y de sonidos nasales en la boca de un académico francés!
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|
Hay que reirse cuando dicen que la ciencia fracasa. Tontería: lo que
|
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fracasa es la mentira; la ciencia marcha adelante, arrollándolo todo.
|
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|
|
--Sí, estamos conformes, lo hemos dicho antes arrollándolo todo. Desde
|
|
un punto de vista puramente científico, yo no puedo aceptar esa teoría
|
|
de la duplicidad de la función vital: inteligencia a un lado, voluntad
|
|
a otro, no.
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--Yo no digo inteligencia a un lado y voluntad a otro--replicó
|
|
Andrés--, sino predominio de la inteligencia o predominio de la
|
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voluntad. Una lombriz tiene voluntad e inteligencia, voluntad de vivir
|
|
tanta como el hombre, resiste a la muerte como puede; el hombre tiene
|
|
también voluntad e inteligencia, pero en otras proporciones.
|
|
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|
--Lo que quiero decir es que no creo que la voluntad sea sólo una
|
|
máquina de desear y la inteligencia una máquina de reflejar.
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|
|
|
--Lo que sea en sí, no lo sé; pero a nosotros nos parece esto
|
|
racionalmente. Si todo reflejo tuviera para nosotros un fin, podríamos
|
|
sospechar que la inteligencia no es sólo un aparato reflector, una
|
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luna indiferente para cuanto se coloca en su horizonte sensible;
|
|
pero la conciencia refleja lo que puede aprehender sin interés,
|
|
automáticamente y produce imágenes. Estas imágenes, desprovistas de lo
|
|
contingente, dejan un símbolo, un esquema, que debe ser la idea.
|
|
|
|
--No creo en esa indiferencia automática que tú atribuyes a la
|
|
inteligencia. No somos un intelecto puro, ni una máquina de desear,
|
|
somos hombres que al mismo tiempo piensan, trabajan, desean,
|
|
ejecutan... Yo creo que hay ideas que son fuerzas.
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|
|
|
--Yo, no. La fuerza está en otra cosa. La misma idea que impulsa a un
|
|
anarquista romántico a escribir unos versos ridículos y humanitarios,
|
|
es la que hace a un dinamitero poner una bomba. La misma ilusión
|
|
imperialista tiene Bonaparte, que Lebaudy, el emperador del Sahara. Lo
|
|
que les diferencia es algo orgánico.
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|
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|
--¡Qué confusión! En qué laberinto nos vamos metiendo--murmuró Iturrioz.
|
|
|
|
--Sintetice usted nuestra discusión y nuestros distintos puntos de
|
|
vista.
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|
--En parte, estamos conformes. Tú quieres, partiendo de la relatividad
|
|
de todo, darle un valor absoluto a las relaciones entre las cosas.
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|
|
--Claro, lo que decía antes; el metro en sí, medida arbitraria; los
|
|
360 grados de un círculo, medida también arbitraria; las relaciones
|
|
obtenidas con el metro o con el arco, exactas.
|
|
|
|
--No, ¡si estamos conformes! Sería imposible que no lo estuviéramos
|
|
en todo lo que se refiere a la matemática y a la lógica; pero cuando
|
|
nos vamos alejando de estos conocimientos simples y entramos en el
|
|
dominio de la vida, nos encontramos dentro de un laberinto, en medio
|
|
de la mayor confusión y desorden. En este baile de máscaras, en donde
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|
bailan millones de figuras abigarradas, tú me dices: Acerquémonos a la
|
|
verdad. ¿Dónde está la verdad? ¿Quién es ese enmascarado que pasa por
|
|
delante de nosotros? ¿Qué esconde debajo de su capa gris? ¿Es un rey o
|
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un mendigo? ¿Es un joven admirablemente formado o un viejo enclenque y
|
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lleno de úlceras? La verdad es una brújula loca que no funciona en este
|
|
caos de cosas desconocidas.
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|
|
--Cierto, fuera de la verdad matemática y de la verdad empírica que se
|
|
va adquiriendo lentamente, la ciencia no dice mucho. Hay que tener la
|
|
probidad de reconocerlo..., y esperar.
|
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|
|
--¿Y, mientras tanto, abstenerse de vivir, de afirmar? Mientras tanto
|
|
no vamos a saber si la República es mejor que la Monarquía, si el
|
|
Protestantismo es mejor o peor que el Catolicismo, si la propiedad
|
|
individual es buena o mala; mientras la Ciencia no llegue hasta ahí,
|
|
silencio.
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|
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--¿Y qué remedio queda para el hombre inteligente?
|
|
|
|
--Hombre, sí. Tú reconoces que fuera del dominio de las matemáticas y
|
|
de las ciencias empíricas existe, hoy por hoy, un campo enorme adonde
|
|
todavía no llegan las indicaciones de la ciencia. ¿No es eso?
|
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|
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--Sí.
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|
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|
--¿Y por qué en ese campo no tomar como norma la utilidad?
|
|
|
|
--Lo encuentro peligroso--dijo Andrés--. Esta idea de la utilidad, que
|
|
al principio parece sencilla, inofensiva, puede llegar a legitimar las
|
|
mayores enormidades, a entronizar todos los prejuicios.
|
|
|
|
--Cierto, también, tomando como norma la verdad, se puede ir al
|
|
fanatismo más bárbaro. La verdad puede ser un arma de combate.
|
|
|
|
--Sí, falseándola, haciendo que no lo sea. No hay fanatismo en
|
|
matemáticas, ni en ciencias naturales. ¿Quién puede vanagloriarse de
|
|
defender la verdad en política o en moral? El que así se vanagloria,
|
|
es tan fanático como el que defiende cualquier otro sistema político o
|
|
religioso. La ciencia no tiene nada que ver con eso; ni es cristiana,
|
|
ni es atea, ni revolucionaria, ni reaccionaria.
|
|
|
|
--Pero ese agnosticismo, para todas las cosas que no se conocen
|
|
científicamente, es absurdo porque es antibiológico. Hay que vivir.
|
|
Tú sabes que los fisiólogos han demostrado que, en el uso de nuestros
|
|
sentidos, tendemos a percibir, no de la manera más exacta, sino de la
|
|
manera más económica, más ventajosa, más útil. ¿Qué mejor norma de la
|
|
vida que su utilidad, su engrandecimiento?
|
|
|
|
--No, no; eso llevaría a los mayores absurdos en la teoría y en la
|
|
práctica. Tendríamos que ir aceptando ficciones lógicas: el libre
|
|
albedrío, la responsabilidad, el mérito; acabaríamos aceptándolo todo,
|
|
las mayores extravagancias de las religiones.
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|
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|
--No, no aceptaríamos más que lo útil.
|
|
|
|
--Pero para lo útil no hay comprobación como para lo verdadero--replicó
|
|
Andrés--. La fe religiosa para un católico, además de ser verdad,
|
|
es útil; para un irreligioso puede ser falsa y útil, y para otro
|
|
irreligioso puede ser falsa e inútil.
|
|
|
|
--Bien, pero habrá un punto en que estemos todos de acuerdo, por
|
|
ejemplo, en la utilidad de la fe para una acción dada. La fe, dentro de
|
|
lo natural, es indudable que tiene una gran fuerza. Si yo me creo capaz
|
|
de dar un salto de un metro, lo daré; si me creo capaz de dar un salto
|
|
de dos o tres metros, quizá lo dé también.
|
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|
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--Pero si se cree usted capaz de dar un salto de cincuenta metros, no
|
|
lo dará usted por mucha fe que tenga.
|
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|
--Claro que no; pero eso no importa para que la fe sirva en el radio
|
|
de acción de lo posible. Luego la fe es útil, biológica; luego hay que
|
|
conservarla.
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|
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--No, no. Eso que usted llama fe no es más que la conciencia de
|
|
nuestra fuerza. Esa existe siempre, se quiera o no se quiera. La otra
|
|
fe conviene destruirla, dejarla es un peligro; tras de esa puerta que
|
|
abre hacia lo arbitrario una filosofía basada en la utilidad, en la
|
|
comodidad o en la eficacia, entran todas las locuras humanas.
|
|
|
|
--En cambio, cerrando esa puerta y no dejando más norma que la verdad,
|
|
la vida languidece, se hace pálida, anémica, triste. Yo no sé quién
|
|
decía la legalidad nos mata; como él podemos decir: La razón y la
|
|
ciencia nos apabullan. La sabiduría del judío se comprende cada vez más
|
|
que se insiste en este punto: a un lado el árbol de la ciencia, al otro
|
|
el árbol de la vida.
|
|
|
|
--Habrá que creer que el árbol de la ciencia es como el clásico
|
|
manzanillo, que mata a quien se acoge a su sombra--dijo Andrés
|
|
burlonamente.
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|
--Sí, ríete.
|
|
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|
--No, no me río.
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|
|
|
|
IV
|
|
|
|
DISOCIACIÓN
|
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NO sé, no sé--murmuró Iturrioz--. Creo que vuestro intelectualismo
|
|
no os llevará a nada. ¿Comprender? ¿Explicarse las cosas? ¿Para qué?
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|
Se puede ser un gran artista; un gran poeta, se puede ser hasta un
|
|
matemático y un científico y no comprender en el fondo nada. El
|
|
intelectualismo es estéril. La misma Alemania, que ha tenido el cetro
|
|
del intelectualismo, hoy parece que lo repudia. En la Alemania actual
|
|
casi no hay filósofos, todo el mundo está ávido de vida práctica. El
|
|
intelectualismo, el criticismo, el anarquismo, van en baja.
|
|
|
|
--¿Y qué? ¡Tantas veces han ido de baja y han vuelto a
|
|
renacer!--contestó Andrés.
|
|
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|
--¿Pero se puede esperar algo de esa destrucción sistemática y
|
|
vengativa?
|
|
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|
--No es sistemática ni vengativa. Es destruir lo que no se afirme
|
|
de por sí; es llevar el análisis a todo; es ir disociando las ideas
|
|
tradicionales para ver qué nuevos aspectos toman; qué componentes
|
|
tienen. Por la desintegración electrolítica de los átomos van
|
|
apareciendo estos iones y electrones mal conocidos. Usted sabe también
|
|
que algunos histólogos han creído encontrar en el protoplasma de las
|
|
células, granos que consideran como unidades orgánicas elementales, y
|
|
que han llamado bioblastos. ¿Por qué lo que están haciendo en física en
|
|
este momento los Roentgen y los Becquerel, y en biología los Haeckel
|
|
y los Hertwig, no se ha de hacer en filosofía y en moral? Claro que
|
|
en las afirmaciones de la química y de la histología no está basada
|
|
una política, ni una moral, y si mañana se encontrara el medio de
|
|
descomponer y de transmutar los cuerpos simples, no habría ningún papa
|
|
de la ciencia clásica que excomulgara a los investigadores.
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--Contra tu disociación en el terreno moral, no sería un papa el que
|
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protestara, sería el instinto conservador de la sociedad.
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--Ese instinto ha protestado siempre contra todo lo nuevo y seguirá
|
|
protestando; ¿eso qué importa? La disociación analítica será una obra
|
|
de saneamiento, una desinfección de la vida.
|
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|
--Una desinfección que puede matar al enfermo.
|
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--No, no hay cuidado. El instinto de conservación del cuerpo social
|
|
es bastante fuerte para rechazar todo lo que no puede digerir. Por
|
|
muchos gérmenes que se siembren, la descomposición de la sociedad será
|
|
biológica.
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--¿Y para qué descomponer la sociedad? ¿Es que se va a construir un
|
|
mundo nuevo mejor que el actual?
|
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--Sí, yo creo que sí.
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--Yo lo dudo. Lo que hace a la sociedad malvada es el egoísmo del
|
|
hombre, y el egoísmo es un hecho natural, es una necesidad de la vida.
|
|
¿Es que supones que el hombre de hoy es menos egoísta y cruel que el de
|
|
ayer? Pues te engañas. ¡Si nos dejaran!; el cazador que persigue zorras
|
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y conejos cazaría hombres si pudiera. Así como se sujeta a los patos y
|
|
se les alimenta para que se les hipertrofie el hígado, tendríamos a las
|
|
mujeres en adobo para que estuvieran más suaves. Nosotros civilizados
|
|
hacemos jockeys como los antiguos monstruos, y si fuera posible les
|
|
quitaríamos el cerebro a los cargadores para que tuvieran más fuerza,
|
|
como antes la Santa Madre Iglesia quitaba los testículos a los cantores
|
|
de la Capilla Sixtina para que cantasen mejor. ¿Es que tú crees que el
|
|
egoísmo va a desaparecer? Desaparecería la Humanidad. ¿Es que supones,
|
|
como algunos sociólogos ingleses y los anarquistas, que se identificará
|
|
el amor de uno mismo con el amor de los demás?
|
|
|
|
--No; yo supongo que hay formas de agrupación social unas mejores que
|
|
otras, y que se deben ir dejando las malas y tomando las buenas.
|
|
|
|
--Esto me parece muy vago. A una colectividad no se le moverá jamás
|
|
diciéndole: Puede haber una forma social mejor. Es como si a una mujer
|
|
se le dijera: Si nos unimos, quizás vivamos de una manera soportable.
|
|
No, a la mujer y a la colectividad hay que prometerles el paraíso;
|
|
esto demuestra la ineficacia de tu idea analítica y disociadora. Los
|
|
semitas inventaron un paraíso materialista (en el mal sentido) en el
|
|
principio del hombre; el cristianismo, otra forma de semitismo, colocó
|
|
el paraíso al final y fuera de la vida del hombre y los anarquistas,
|
|
que no son más que unos neo-cristianos, es decir, neo-semitas, ponen su
|
|
paraíso en la vida y en la tierra. En todas partes y en todas épocas
|
|
los conductores de hombres son prometedores de paraísos.
|
|
|
|
--Sí, quizá; pero alguna vez tenemos que dejar de ser niños, alguna vez
|
|
tenemos que mirar a nuestro alrededor con serenidad. ¡Cuántos terrores
|
|
no nos han quitado de encima el análisis! Ya no hay monstruos en el
|
|
seno de la noche, ya nadie nos acecha. Con nuestras fuerzas vamos
|
|
siendo dueños del mundo.
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|
V
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|
LA COMPAÑÍA DEL HOMBRE
|
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SÍ, nos ha quitado terrores--exclamó Iturrioz--; pero nos ha quitado
|
|
también vida. ¡Sí, es la claridad la que hace la vida actual
|
|
completamente vulgar! Suprimir los problemas es muy cómodo; pero
|
|
luego no queda nada. Hoy, un chico lee una novela del año 30, y las
|
|
desesperaciones de Larra y de Espronceda y se ríe; tiene la evidencia
|
|
de que no hay misterios. La vida se ha hecho clara; el valor del dinero
|
|
aumenta; el burguesismo crece con la democracia. Ya es imposible
|
|
encontrar rincones poéticos al final de un pasadizo tortuoso; ya no hay
|
|
sorpresas.
|
|
|
|
--Usted es un romántico.
|
|
|
|
--Y tú también. Pero yo soy un romántico práctico. Yo creo que hay
|
|
que afirmar el conjunto de mentiras y verdades que son de uno hasta
|
|
convertirlo en una cosa viva. Creo que hay que vivir con las locuras
|
|
que uno tenga, cuidándolas y hasta aprovechándose de ellas.
|
|
|
|
--Eso me parece lo mismo que si un diabético aprovechara el azúcar de
|
|
su cuerpo para endulzar su taza de café.
|
|
|
|
--Caricaturizas mi idea, pero no importa.
|
|
|
|
--El otro día leí en un libro--añadió Andrés burlonamente--que un
|
|
viajero cuenta que en un remoto país los naturales le aseguraron que
|
|
ellos no eran hombres, sino loros de cola roja. ¿Usted cree que hay que
|
|
afirmar las ideas hasta que uno se vea las plumas y la cola?
|
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|
|
--Sí; creyendo en algo más útil y grande que ser un loro, creo que
|
|
hay que afirmar con fuerza. Para llegar a dar a los hombres una regla
|
|
común, una disciplina, una organización, se necesita una fe, una
|
|
ilusión, algo que aunque sea una mentira salida de nosotros mismos
|
|
parezca una verdad llegada de fuera. Si yo me sintiera con energía,
|
|
¿sabes lo que haría?
|
|
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|
--¿Qué?
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|
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--Una milicia como la que inventó Loyola, con un carácter puramente
|
|
humano. La Compañía del Hombre.
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|
|
|
--Aparece el vasco en usted.
|
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|
|
--Quizá.
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|
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|
--¿Y con qué fin iba usted a fundar esa compañía?
|
|
|
|
|
|
--Esta compañía tendría la misión de enseñar el valor, la serenidad, el
|
|
reposo; de arrancar toda tendencia a la humildad, a la renunciación a
|
|
la tristeza, al engaño, a la rapacidad, al sentimentalismo...
|
|
|
|
--La escuela de los hidalgos.
|
|
|
|
--Eso es, la escuela de los hidalgos.
|
|
|
|
--De los hidalgos ibéricos, naturalmente. Nada de semitismo.
|
|
|
|
--Nada; un hidalgo limpio de semitismo; es decir, de espíritu
|
|
cristiano, me parecería un tipo completo.
|
|
|
|
--Cuando funde usted esa compañía, acuérdese usted de mí. Escríbame
|
|
usted al pueblo.
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|
|
--¿Pero de veras te piensas marchar?
|
|
|
|
--Sí; si no encuentro nada aquí, me voy a marchar.
|
|
|
|
--¿Pronto?
|
|
|
|
--Sí, muy pronto.
|
|
|
|
--Ya me tendrás al corriente de tu experiencia. Te encuentro mal armado
|
|
para esa prueba.
|
|
|
|
--Usted no ha fundado todavía su compañía...
|
|
|
|
--Ah, sería utilísima. Ya lo creo.
|
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|
|
Cansados de hablar, se callaron. Comenzaba a hacerse de noche.
|
|
|
|
Las golondrinas trazaban círculos en el aire, chillando. Venus había
|
|
salido en el Poniente, de color anaranjado, y poco después brillaba
|
|
Júpiter con su luz azulada. En las casas comenzaban a iluminarse las
|
|
ventanas. Filas de faroles iban encendiéndose, formando dos líneas
|
|
paralelas en la carretera de Extremadura. De las plantas de la azotea,
|
|
de los tiestos de sándalo y de menta llegaban ráfagas perfumadas...
|
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|
QUINTA PARTE
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|
La experiencia en el pueblo.
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|
I
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DE VIAJE
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UNOS días después nombraban a Hurtado médico titular de Alcolea del
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Campo.
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Era éste un pueblo del centro de España, colocado en esa zona
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intermedia donde acaba Castilla y comienza Andalucía. Era villa de
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importancia, de ocho a diez mil habitantes; para llegar a ella había
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que tomar la línea de Córdoba, detenerse en una estación de la Mancha y
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seguir a Alcolea en coche.
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En seguida de recibir el nombramiento, Andrés hizo su equipaje y se
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dirigió a la estación del Mediodía. La tarde era de verano, pesada,
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sofocante, de aire seco y lleno de polvo.
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A pesar de que el viaje lo hacía de noche, Andrés supuso que seria
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demasiado molesto ir en tercera, y tomó un billete de primera clase.
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Entró en el andén, se acercó a los vagones, y en uno que tenía el
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cartel de no fumadores, se dispuso a subir.
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Un hombrecito vestido de negro, afeitado, con anteojos, le dijo con voz
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melosa y acento americano:
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--Oiga, señor; este vagón es para los no fumadores.
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Andrés no hizo el menor caso de la advertencia, y se acomodó en un
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rincón.
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Al poco rato se presentó otro viajero, un joven alto, rubio, membrudo,
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con las guías de los bigotes levantadas hasta los ojos.
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El hombre bajito, vestido de negro, le hizo la misma advertencia de que
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allí no se fumaba.
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--Lo veo aquí--contestó el viajero algo molesto, y subió al vagón.
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--Quedaron los tres en el interior del coche sin hablarse; Andrés,
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mirando vagamente por la ventanilla, y pensando en las sorpresas que le
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reservaría el pueblo.
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El tren echó a andar.
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El hombrecito negro sacó una especie de túnica amarillenta, se envolvió
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en ella, se puso un pañuelo en la cabeza y se tendió a dormir. El
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monótono golpeteo del tren acompañaba el soliloquio interior de Andrés;
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se vieron a lo lejos varias veces las luces de Madrid en medio del
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campo, pasaron tres o cuatro estaciones desiertas, y entró el revisor.
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Andrés sacó su billete, el joven alto hizo lo mismo, y el hombrecito,
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después de quitarse su balandrán, se registró los bolsillos y mostró un
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billete y un papel.
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El revisor advirtió al viajero que llevaba un billete de segunda.
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El hombrecito de negro, sin más ni más, se encolerizó, y dijo que
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aquello era una grosería; había avisado en la estación su deseo de
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cambiar de clase; él era un extranjero, una persona acomodada, con
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mucha plata, sí, señor, que había viajado por toda Europa, y toda
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América, y sólo en España, en un país sin civilización, sin cultura, en
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donde no se tenía la menor atención al extranjero, podían suceder cosas
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semejantes.
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El hombrecito insistió y acabó insultando a los españoles. Ya estaba
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deseando dejar este país, miserable y atrasado; afortunadamente, al día
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siguiente estaría en Gibraltar, camino de América.
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El revisor no contestaba. Andrés miraba al hombrecito que gritaba
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descompuesto, con aquel acento meloso y repulsivo, cuando el joven
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rubio, irguiéndose, le dijo con voz violenta:
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--No le permito hablar así de España. Si usted es extranjero y no
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quiere vivir aquí, váyase usted a su país pronto, y sin hablar, porque
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si no, se expone usted a que le echen por la ventanilla, y voy a ser
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yo; ahora mismo.
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--¡Pero, señor!--exclamó el extranjero--. Es que quieren
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atropellarme...
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--No es verdad. El que atropella es usted. Para viajar se necesita
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educación, y viajando con españoles no se habla mal de España.
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--Si yo amo a España y el carácter español--exclamó el hombrecito--.
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Mi familia es toda española. ¿Para qué he venido a España sino para
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conocer a la madre patria?
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--No quiero explicaciones--. No necesito oirlas--contestó el otro con
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voz seca, y se tendió en el diván como para manifestar el poco aprecio
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que sentía por su compañero de viaje.
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Andrés quedó asombrado; realmente aquel joven había estado bien.
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El, con su intelectualismo, pensó qué clase de tipo sería el hombre
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bajito, vestido de negro; el otro había hecho una afirmación rotunda
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de su país y de su raza. El hombrecito comenzó a explicarse, hablando
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solo. Hurtado se hizo el dormido.
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Un poco después de media noche llegaron a una estación plagada de
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gente; una compañía de cómicos transbordaba, dejando la línea de
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Valencia, de donde venían, para tomar la de Andalucía. Las actrices,
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con un guardapolvo gris; los actores, con sombreros de paja y gorritas,
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se acercaban todos como gente que no se apresura, que sabe viajar, que
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consideran el mundo como suyo. Se acomodaron los cómicos en el tren y
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se oyó gritar de vagón a vagón:
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--Eh, Fernández, ¿dónde está la botella?--¡Molina, que la
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característica te llama!--¡A ver ese traspunte que se ha perdido!
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Se tranquilizaron los cómicos, y el tren siguió su marcha.
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Ya al amanecer, a la pálida claridad de la mañana, se iban viendo
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tierras de viña y olivos en hilera.
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Estaba cerca la estación donde tenía que bajar Andrés. Se preparó, y
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al detenerse el tren saltó al andén, desierto. Avanzó hacia la salida
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y dió la vuelta a la estación. En frente, hacia el pueblo, se veía
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una calle ancha, con unas casas grandes, blancas y dos filas de luces
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eléctricas mortecinas. La luna, en menguante, iluminaba el cielo. Se
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sentía en el aire un olor como dulce a paja seca.
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A un hombre que pasó hacia la estación le dijo:
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--¿A qué hora sale el coche para Alcolea?
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--A las cinco. Del extremo de esta misma calle suele salir.
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Andrés avanzó por la calle, pasó por delante de la garita de consumos,
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iluminada, dejó la maleta en el suelo y se sentó encima a esperar.
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II
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LLEGADA AL PUEBLO
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YA era entrada la mañana cuando la diligencia partió para Alcolea. El
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día se preparaba a ser ardoroso. El cielo estaba azul, sin una nube;
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el sol brillante; la carretera marchaba recta, cortando entre viñedos
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y alguno que otro olivar, de olivos viejos y encorvados. El paso de la
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diligencia levantaba nubes de polvo.
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En el coche no iba más que una vieja vestida de negro, con un cesto al
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brazo.
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Andrés intentó conversar con ella, pero la vieja era de pocas palabras
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o no tenía ganas de hablar en aquel momento.
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En todo el camino el paísaje no variaba; la carretera subía y bajaba
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por suaves lomas entre idénticos viñedos. A las tres horas de marcha
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apareció el pueblo en una hondonada. A Hurtado le pareció grandísimo.
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El coche tomó por una calle ancha de casas bajas, luego cruzó varias
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encrucijadas y se detuvo en una plaza delante de un caserón blanco, en
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uno de cuyos balcones se leía: Fonda de la Palma.
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--¿Usted parará aquí?--le preguntó el mozo.
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--Sí, aquí.
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Andrés bajó y entró en el portal. Por la cancela se veía un patio, a
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estilo andaluz, con arcos y columnas de piedra. Se abrió la reja y el
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dueño salió a recibir al viajero. Andrés le dijo que probablemente
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estaría bastante tiempo, y que le diera un cuarto espacioso.
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--Aquí abajo le pondremos a usted--y le llevó a una habitación bastante
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grande, con una ventana a la calle.
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Andrés se lavó y salió de nuevo al patio. A la una se comía. Se sentó
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en una de las mecedoras. Un canario en su jaula, colgada del techo,
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comenzó a gorjear de una manera estrepitosa.
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La soledad, la frescura, el canto del canario hicieron a Andrés cerrar
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los ojos y dormir un rato.
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Le despertó la voz del criado, que decía:
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--Puede usted pasar a almorzar.
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Entró en el comedor. Había en la mesa tres viajantes de comercio. Uno
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de ellos era un catalán que representaba fábricas de Sabadell; el otro,
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un riojano que vendía tartratos para los vinos, y el último, un andaluz
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que vivía en Madrid y corría aparatos eléctricos.
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El catalán no era tan petulante como la generalidad de sus paísanos del
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mismo oficio; el riojano no se las echaba de franco ni de bruto, y el
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andaluz no pretendía ser gracioso.
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Estos tres mirlos blancos del comisionismo eran muy anticlericales.
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La comida le sorprendió a Andrés, porque no había más que caza y carne.
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Esto, unido al vino muy alcohólico, tenía que producir una verdadera
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incandescencia interior.
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Después de comer, Andrés y los tres viajantes fueron a tomar café
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al casino. Hacía en la calle un calor espantoso: el aire venía en
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ráfagas secas, como salidas de un horno. No se podía mirar a derecha
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y a izquierda; las casas, blancas como la nieve, rebozadas de cal,
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reverberaban esta luz vívida y cruel hasta dejarle a uno ciego.
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Entraron en el casino. Los viajantes pidieron café y jugaron al dominó.
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Un enjambre de moscas revoloteaba en el aire. Terminada la partida
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volvieron a la fonda a dormir la siesta.
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Al salir a la calle, la misma bofetada de calor le sorprendió a Andrés;
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en la fonda los viajantes se fueron a sus cuartos. Andrés hizo lo
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propio, y se tendió en la cama aletargado. Por el resquicio de las
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maderas entraba una claridad brillante como una lámina de oro; de las
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vigas negras, con los espacios entre una y otra pintados de azul,
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colgaban telas de araña plateadas. En el patio seguía cantando el
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canario con su gorjeo chillón, y a cada paso se oían campanadas lentas
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y tristes...
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El mozo de la fonda le había advertido a Hurtado, que si tenía que
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hablar con alguno del pueblo no podrá verlo, por lo menos, hasta las
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seis. Al dar esta hora, Andrés salió de casa y se fué a visitar al
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secretario del Ayuntamiento y al otro médico.
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El secretario era un tipo un poco petulante, con el pelo negro rizado y
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los ojos vivos. Se creía un hombre superior, colocado en un medio bajo.
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El secretario brindó en seguida su protección a Andrés.
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--Si quiere usted--le dijo--iremos ahora mismo a ver a su compañero, el
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doctor Sánchez.
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--Muy bien, vamos.
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El doctor Sánchez vivía cerca, en una casa de aspecto pobre. Era un
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hombre grueso, rubio, de ojos azules, inexpresivos, con una cara de
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carnero, de aire poco inteligente.
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El doctor Sánchez llevó la conversación a la cuestión de la ganancia, y
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le dijo a Andrés que no creyera que allí, en Alcolea, se sacaba mucho.
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Don Tomás, el médico aristócrata del pueblo, se llevaba toda la
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clientela rica. Don Tomás Solana era de allí; tenía una casa hermosa,
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aparatos modernos, relaciones...
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--Aquí el titular no puede más que mal vivir--dijo Sánchez.
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--¡Qué le vamos a hacer!--murmuró Andrés. Probaremos.
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El secretario, el médico y Andrés salieron de la casa para dar una
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vuelta.
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Seguía aquel calor exasperante, aquel aire inflamado y seco. Pasaron
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por la plaza, con su iglesia llena de añadidos y composturas, y sus
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puestos de cosas de hierro y esparto. Siguieron por una calle ancha, de
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caserones blancos, con su balcón central lleno de geranios, y su reja
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afiligranada, con una cruz de Calatrava en lo alto.
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De los portales se veía el zaguán con un zócalo azul y el suelo
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empedrado de piedrecitas, formando dibujos. Algunas calles extraviadas,
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con grandes paredones de color de tierra, puertas enormes y ventanas
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pequeñas, parecían de un pueblo moro. En uno de aquellos patios vió
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Andrés muchos hombres y mujeres, de luto, rezando.
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--¿Qué es esto?--preguntó.
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--Aquí le llaman un rezo--dijo el secretario; y explicó que era una
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costumbre que se tenía de ir a las casas donde había muerto alguno a
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rezar el rosario.
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Salieron del pueblo por una carretera llena de polvo; las galeras de
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cuatro ruedas volvían del campo cargadas con montones de gavillas.
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--Me gustaría ver el pueblo entero; no me formo idea de su tamaño--dijo
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Andrés.
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--Pues subiremos aquí, a este cerrillo--indicó el secretario.
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--Yo les dejo a ustedes, porque tengo que hacer una visita--dijo el
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médico.
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Se despidieron de él, y el secretario y Andrés comenzaron a subir un
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cerro rojo, que tenía en la cumbre una torre antigua, medio derruída.
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Hacía un calor horrible; todo el campo parecía quemado, calcinado;
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el cielo plomizo, con reflejos de cobre, iluminaba los polvorientos
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viñedos, y el sol se ponía tras de un velo espeso de calina, a través
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del cual quedaba convertido en un disco blanquecino y sin brillo.
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Desde lo alto del cerro se veía la llanura cerrada por lomas grises,
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tostada por el sol; en el fondo, el pueblo inmenso se extendía con sus
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paredes blancas, sus tejados de color de ceniza, y su torre dorada en
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medio. Ni un boscaje, ni un árbol, sólo viñedos y viñedos se divisaban
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en toda la extensión abarcada por la vista; únicamente dentro de las
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tapias de algunos corrales una higuera extendía sus anchas y obscuras
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hojas.
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Con aquella luz del anochecer, el pueblo parecía no tener realidad; se
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hubiera creído que un soplo de viento lo iba a arrastrar y a deshacer
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como nube de polvo sobre la tierra enardecida y seca.
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En el aire había un olor empireumático, dulce, agradable.
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--Están quemando orujo en alguna alquitara--dijo el secretario.
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Bajaron el secretario y Andrés del cerrillo. El viento levantaba
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ráfagas de polvo en la carretera; las campanas comenzaban a tocar de
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nuevo.
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Andrés entró en la fonda a cenar, y salió por la noche. Había
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refrescado; aquella impresión de irrealidad del pueblo se acentuaba. A
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un lado y a otro de las calles, languidecían las cansadas lámparas de
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luz eléctrica.
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Salió la luna; la enorme ciudad, con sus fachadas blancas, dormía en el
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silencio; en los balcones centrales encima del portón, pintado de azul,
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brillaban los geranios; las rejas, con sus cruces, daban una impresión
|
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de romanticismo y de misterio, de tapadas y escapatorias de convento;
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por encima de alguna tapia, brillante de blancura como un témpano de
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nieve, caía una guirnalda de hiedra negra, y todo este pueblo, grande,
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desierto, silencioso, bañado por la suave claridad de la luna, parecía
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un inmenso sepulcro.
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III
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PRIMERAS DIFICULTADES
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ANDRÉS Hurtado habló largamente con el doctor Sánchez, de las
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obligaciones del cargo. Quedaron de acuerdo en dividir Alcolea en dos
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secciones, separadas por la calle Ancha.
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Un mes, Hurtado visitaría la parte derecha, y al siguiente la
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izquierda. Así conseguirían no tener que recorrer los dos todo el
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pueblo.
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El doctor Sánchez recabó como condición indispensable, el que si alguna
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familia de la sección visitada por Andrés quería que la visitara él o
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al contrario, se haría según los deseos del enfermo.
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Hurtado aceptó; ya sabía que no había de tener nadie predilección por
|
|
llamarle a él: pero no le importaba.
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Comenzó a hacer la visita. Generalmente el número de enfermos que le
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|
correspondían no pasaba de seis o siete.
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Andrés hacía las visitas por la mañana; después, en general, por la
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|
tarde no tenía necesidad de salir de casa.
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|
El primer verano lo pasó en la fonda; llevaba una vida soñolienta; oía
|
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a los viajantes de comercio que en la mesa discurseaban y alguna que
|
|
otra vez iba al teatro, una barraca construída en un patio.
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La visita, por lo general, le daba pocos quebraderos de cabeza; sin
|
|
saber por qué, había supuesto los primeros días que tendría continuos
|
|
disgustos; creía que aquella gente manchega sería agresiva, violenta,
|
|
orgullosa; pero no, la mayoría eran sencillos, afables, sin petulancia.
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|
En la fonda, al principio se encontraba bien; pero se cansó pronto de
|
|
estar allí. Las conversaciones de los viajantes le iban fastidiando; la
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|
comida, siempre de carne y sazonada con especias picantes, le producía
|
|
digestiones pesadas.
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--¿Pero no hay legumbres aquí?--le preguntó al mozo un día.
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|
--Sí.
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--Pues yo quisiera comer legumbres: judías, lentejas.
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|
El mozo se quedó estupefacto, y a los pocos días le dijo que no
|
|
podía ser; había que hacer una comida especial; los demás huéspedes
|
|
no querían comer legumbres; el amo de la fonda suponía que era
|
|
una verdadera deshonra para su establecimiento poner un plato de
|
|
habichuelas o de lentejas.
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|
El pescado no se podía llevar en el rigor del verano, porque no venía
|
|
en buenas condiciones. El único pescado fresco eran las ranas, cosa un
|
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poco cómica como alimento.
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Otra de las dificultades era bañarse: no había modo. El agua en Alcolea
|
|
era un lujo y un lujo caro. La traían en carros desde una distancia de
|
|
cuatro leguas, y cada cántaro valía diez céntimos. Los pozos estaban
|
|
muy profundos; sacar el agua suficiente de ellos para tomar un baño,
|
|
constituía un gran trabajo; se necesitaba emplear una hora lo menos.
|
|
Con aquel régimen de carne y con el calor, Andrés estaba constantemente
|
|
excitado.
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|
Por las noches iba a pasear solo por las calles desiertas. A primera
|
|
hora, en las puertas de las casas, algunos grupos de mujeres y chicos
|
|
salían a respirar. Muchas veces, Andrés se sentaba en la calle Ancha en
|
|
el escalón de una puerta y miraba las dos filas de luces eléctricas que
|
|
brillaban en la atmósfera turbia. ¡Qué tristeza! ¡Qué malestar físico
|
|
le producía aquel ambiente!
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|
A principios de septiembre, Andrés decidió dejar la fonda. Sánchez le
|
|
buscó una casa. A Sánchez no le convenía que el médico rival suyo se
|
|
hospedara en la mejor fonda del pueblo; allí estaba en relación con los
|
|
viajeros, en sitio muy céntrico; podía quitarle visitas. Sánchez le
|
|
llevó a Andrés a una casa de las afueras, a un barrio que llamaban del
|
|
Marrubial.
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Era una casa de labor, grande, antigua, blanca, con el frontón pintado
|
|
de azul y una galería tapiada en el primer piso.
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|
Tenía sobre el portal un ancho balcón y una reja labrada a una
|
|
callejuela.
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|
|
El amo de la casa era del mismo pueblo que Sánchez, y se llamaba José;
|
|
pero le decían en burla en todo el pueblo, Pepinito. Fueron Andrés y
|
|
Sánchez a ver la casa, y el ama les enseñó un cuarto pequeño, estrecho,
|
|
muy adornado, con una alcoba en el fondo oculta por una cortina roja.
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|
--Yo quisiera--dijo Andrés--un cuarto en el piso bajo y a poder ser,
|
|
grande.
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--En el piso bajo no tengo--dijo ella--más que un cuarto grande, pero
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|
sin arreglar.
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|
--Si pudiera usted enseñarlo.
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--Bueno.
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La mujer abrió una sala antigua y sin muebles con una reja afiligranada
|
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a la callejuela que se llamaba de los Carretones.
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--¿Y este cuarto está libre?
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|
--Sí.
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--Ah, pues aquí me quedo--dijo Andrés.
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--Bueno, como usted quiera; se blanqueará, se barrerá y se traerá la
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|
cama.
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Sánchez se fué y Andrés habló con su nueva patrona.
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--¿Usted no tendrá una tinaja inservible?--le preguntó.
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--¿Para qué?
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--Para bañarme.
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--En el corralillo hay una.
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--Vamos a verla.
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La casa tenía en la parte de atrás una tapia de adobes cubierta con
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bardales de ramas que limitaba varios patios y corrales además del
|
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establo, la tejavana para el carro, la sarmentera, el lagar, la bodega
|
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y la almazara.
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En un cuartucho que había servido de tahona y que daba a un corralillo,
|
|
había una tinaja grande cortada por la mitad y hundida en el suelo.
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--¿Esta tinaja me la podrá usted ceder a mí?--preguntó Andrés.
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--Sí, señor; ¿por qué no?
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--Ahora quisiera que me indicara usted algún mozo que se encargara de
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llenar todos los días la tinaja; yo le pagaré lo que me diga.
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--Bueno. El mozo de casa lo hará. ¿Y de comer? ¿Qué quiere usted de
|
|
comer? ¿Lo que comemos en casa?
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--Sí, lo mismo.
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--¿No quiere usted alguna cosa más? ¿Aves? ¿Fiambres?
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--No, no. En tal caso, si a usted no le molesta, quisiera que en las
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dos comidas pusiera un plato de legumbres.
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Con estas advertencias, la nueva patrona creyó que su huésped, si no
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estaba loco, no le faltaba mucho.
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La vida en la casa le pareció a Andrés más simpática que en la fonda.
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Por las tardes, después de las horas de bochorno, se sentaba en el
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patio a hablar con la gente de casa. La patrona era una mujer morena,
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de tez blanca, de cara casi perfecta; tenía un tipo de Dolorosa; ojos
|
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negrísimos y pelo brillante como el azabache.
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El marido, Pepinito, era un hombre estúpido, con facha de degenerado,
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cara juanetuda, las orejas muy separadas de la cabeza y el labio
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colgante. Consuelo, la hija de doce o trece años, no era tan
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desagradable como su padre ni tan bonita como su madre.
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Con un primer detalle adjudicó Andrés sus simpatías y antipatías en la
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casa.
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Una tarde de domingo, la criada cogió una cría de gorrión en el tejado
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y la bajó al patio.
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--Mira, llévalo al pobrecito al corral--dijo el ama--, que se vaya.
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--No puede volar--contestó la criada, y lo dejó en el suelo.
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En esto entró Pepinito, y al ver al gorrión se acercó a una puerta y
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llamó al gato. El gato, un gato negro con los ojos dorados, se asomó
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al patio. Pepinito entonces, asustó al pájaro con el pie, y al verlo
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revolotear, el gato se abalanzó sobre él y le hizo arrancar un quejido.
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Luego se escapó con los ojos brillantes y el gorrión en la boca.
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--No me gusta ver esto--dijo el ama.
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Pepinito, el patrón, se echó a reir con un gesto de pedantería y
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de superioridad del hombre que se encuentra por encima de todo
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sentimentalismo.
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|
IV
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LA HOSTILIDAD MÉDICA
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DON Juan Sánchez había llegado a Alcolea hacía más de treinta años de
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maestro cirujano; después, pasando unos exámenes, se llegó a licenciar.
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Durante bastantes años estuvo, con relación al médico antiguo, en una
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situación de inferioridad, y cuando el otro murió, el hombre comenzó a
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crecerse y a pensar que ya que él tuvo que sufrir las chinchorrerías
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del médico anterior, era lógico que el que viniera sufriera las suyas.
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Don Juan era un manchego apático y triste, muy serio, muy grave, muy
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aficionado a los toros. No perdía ninguna de las corridas importantes
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de la provincia, y llegaba a ir hasta las fiestas de los pueblos de la
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Mancha baja y de Andalucía.
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Esta afición bastó a Andrés para considerarle como un bruto.
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El primer rozamiento que tuvieron Hurtado y él fué por haber ido
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Sánchez a una corrida de Baeza.
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Una noche llamaron a Andrés del molino de la Estrella, un molino de
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harina que se hallaba a un cuarto de hora del pueblo. Fueron a buscarle
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en un cochecito. La hija del molinero estaba enferma; tenía el vientre
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hinchado, y esta hinchazón del vientre se había complicado con una
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retención de orina.
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A la enferma la visitaba Sánchez; pero aquel día, al llamarle por la
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mañana temprano, dijeron en casa del médico que no estaba; se había ido
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a los toros de Baeza. Don Tomás tampoco se encontraba en el pueblo.
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El cochero fué explicando a Andrés lo ocurrido, mientras animaba al
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caballo con la fusta. Hacía una noche admirable; miles de estrellas
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resplandecían soberbias, y de cuando en cuando pasaba algún meteoro por
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el cielo. En pocos momentos, y dando algunos barquinazos en los hoyos
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de la carretera, llegaron al molino.
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Al detenerse el coche, el molinero se asomó a ver quién venía, y
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exclamó:
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--¿Cómo? ¿No estaba don Tomás?
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--No.
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--¿Y a quién traes aquí?
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--Al médico nuevo.
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El molinero, iracundo, comenzó a insultar a los médicos. Era hombre
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rico y orgulloso, que se creía digno de todo.
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--Me han llamado aquí para ver a una enferma--dijo Andrés fríamente--.
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¿Tengo que verla o no? Porque si no, me vuelvo.
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--Ya, ¡qué se va a hacer! Suba usted.
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Andrés subió una escalera hasta el piso principal, y entró detrás del
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molinero en un cuarto en donde estaba una muchacha en la cama y su
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madre cuidándola.
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Andrés se acercó a la cama. El molinero siguió renegando.
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--Bueno. Cállese usted--le dijo Andrés--, si quiere usted que reconozca
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a la enferma.
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El hombre se calló. La muchacha era hidrópica, tenía vómitos, disnea
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y ligeras convulsiones. Andrés examinó a la enferma; su vientre
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hinchado parecía el de una rana; a la palpación se notaba claramente la
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fluctuación del líquido que llenaba el peritoneo.
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--¿Qué? ¿Qué tiene?--preguntó la madre.
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--Esto es una enfermedad del hígado, crónica, grave--contestó Andrés,
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retirándose de la cama para que la muchacha no le oyera--; ahora la
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hidropesía se ha complicado con la retención de orina.
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--¿Y qué hay que hacer, Dios mío? ¿O no tiene cura?
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--Si se pudiera esperar, sería mejor que viniera Sánchez. Él debe
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conocer la marcha de la enfermedad.
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--¿Pero se puede esperar?--preguntó el padre con voz colérica.
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Andrés volvió a reconocer a la enferma; el pulso estaba muy débil; la
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insuficiencia respiratoria, probablemente resultado de la absorción de
|
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la urea en la sangre, iba aumentando; las convulsiones se sucedían con
|
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más fuerza. Andrés tomó la temperatura. No llegaba a la normal.
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--No se puede esperar--dijo Hurtado dirigiéndose a la madre.
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--¿Qué hay que hacer?--exclamó el molinero--. Obre usted...
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--Habría que hacer la punción abdominal--repuso Andrés, siempre
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hablando a la madre--. Si no quieren ustedes que la haga yo...
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--Sí, sí, usted.
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--Bueno; entonces iré a casa, cogeré mi estuche, y volveré.
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El mismo molinero se puso al pescante del coche. Se veía que la
|
|
frialdad desdeñosa de Andrés le irritaba. Fueron los dos durante
|
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el camino sin hablarse. Al llegar a su casa, Andrés bajó, cogió su
|
|
estuche, un poco de algodón y una pastilla de sublimado. Volvieron al
|
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molino.
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Andrés animó un poco a la enferma, jabonó y friccionó la piel en el
|
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sitio de elección, y hundió el trócar en el vientre abultado de la
|
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muchacha. Al retirar el trócar y dejar la cánula, manaba el agua,
|
|
verdosa, llena de serosidades, como de una fuente a un barreño.
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|
Después de vaciarse el líquido, Andrés pudo sondar la vejiga, y la
|
|
enferma comenzó a respirar fácilmente. La temperatura subió en seguida
|
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por encima de la normal. Los síntomas de la uremia iban desapareciendo.
|
|
Andrés hizo que le dieran leche a la muchacha, que quedó tranquila.
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En la casa había un gran regocijo.
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|
--No creo que esto haya acabado--dijo Andrés a la madre--; se
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|
reproducirá, probablemente.
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--¿Qué cree usted que debíamos hacer?--preguntó ella humildemente.
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--Yo, como ustedes, iría a Madrid a consultar con un especialista.
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Hurtado se despidió de la madre y de la hija. El molinero montó en el
|
|
pescante del coche para llevar a Andrés a Alcolea. La mañana comenzaba
|
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a sonreir en el cielo; el sol brillaba en los viñedos y en los
|
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olivares; las parejas de mulas iban a la labranza, y los campesinos,
|
|
de negro, montados en las ancas de los borricos, les seguían. Grandes
|
|
bandadas de cuervos pasaban por el aire.
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|
El molinero fué sin hablar en todo el camino; en su alma luchaban el
|
|
orgullo y el agradecimiento; quizá esperaba que Andrés le dirigiera la
|
|
palabra; pero éste no despegó los labios. Al llegar a casa bajó del
|
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coche, y murmuró:
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--Buenos días.
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|
--¡Adiós!
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|
Y los dos hombres se despidieron como dos enemigos.
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|
|
Al día siguiente, Sánchez se le acercó a Andrés, más apático y más
|
|
triste que nunca.
|
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|
|
--Usted quiere perjudicarme--le dijo.
|
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|
--Sé por qué dice usted eso--le contestó Andrés--; pero yo no tengo la
|
|
culpa. He visitado a esa muchacha, porque vinieron a buscarme, y la
|
|
operé, porque no había más remedio, porque se estaba muriendo.
|
|
|
|
--Sí; pero también le dijo usted a la madre que fuera a ver a un
|
|
especialista de Madrid, y eso no va en benefició de usted ni en
|
|
beneficio mío.
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|
|
Sánchez no comprendía que este consejo lo hubiera dado Andrés por
|
|
probidad, y suponía que era por perjudicarle a él. También creía que
|
|
por su cargo tenía un derecho a cobrar una especie de contribución por
|
|
todas las enfermedades de Alcolea. Que el tío Fulano cogía un catarro
|
|
fuerte, pues eran seis visitas para él; que padecía un reumatismo, pues
|
|
podían ser hasta veinte visitas.
|
|
|
|
El caso de la chica del molinero se comentó mucho en todas partes e
|
|
hizo suponer que Andrés era un médico conocedor de procedimientos
|
|
modernos.
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|
|
|
Sánchez, al ver que la gente se inclinaba a creer en la ciencia del
|
|
nuevo médico, emprendió una campaña contra él. Dijo que era hombre
|
|
de libros, pero sin práctica alguna, y que, además, era un tipo
|
|
misterioso, del cual no se podía uno fiar.
|
|
|
|
Al ver que Sánchez le declaraba la guerra francamente, Andrés se puso
|
|
en guardia. Era demasiado escéptico en cuestiones de medicina para
|
|
hacer imprudencias. Cuando había que intervenir en casos quirúrgicos,
|
|
enviaba al enfermo a Sánchez que, como hombre de conciencia bastante
|
|
elástica, no se alarmaba por dejarle a cualquiera ciego o manco.
|
|
|
|
Andrés casi siempre empleaba los medicamentos a pequeñas dosis; muchas
|
|
veces no producían efecto; pero al menos no corría el peligro de una
|
|
torpeza. No dejaba de tener éxitos; pero él se confesaba ingenuamente
|
|
a sí mismo, que, a pesar de sus éxitos, no hacía casi nunca un
|
|
diagnóstico bien.
|
|
|
|
Claro que por prudencia no aseguraba los primeros días nada; pero casi
|
|
siempre las enfermedades le daban sorpresas; una supuesta pleuresía,
|
|
aparecía como una lesión hepática; una tifoidea, se le transformaba en
|
|
una gripe real.
|
|
|
|
Cuando la enfermedad era clara, una viruela o una pulmonía, entonces la
|
|
conocía él y la conocían las comadres de la vecindad, y cualquiera.
|
|
|
|
El no decía que los éxitos se debían a la casualidad; hubiera sido
|
|
absurdo; pero tampoco los lucía como resultado de su ciencia. Había
|
|
cosas grotescas en la práctica diaria; un enfermo que tomaba un poco
|
|
de jarabe simple, y se encontraba curado de una enfermedad crónica del
|
|
estómago; otro, que con el mismo jarabe decía que se ponía a la muerte.
|
|
|
|
Andrés estaba convencido de que en la mayoría de los casos una
|
|
terapéutica muy activa no podía ser beneficiosa más que en manos de
|
|
un buen clínico, y para ser un buen clínico era indispensable, además
|
|
de facultades especiales, una gran práctica. Convencido de esto, se
|
|
dedicaba al método expectante. Daba mucha agua con jarabe. Ya le había
|
|
dicho confidencialmente al boticario:
|
|
|
|
--Usted cobre como si fuera quinina.
|
|
|
|
Este escepticismo en sus conocimientos y en su profesión le daba
|
|
prestigio.
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|
|
A ciertos enfermos les recomendaba los preceptos higiénicos, pero nadie
|
|
le hacía caso.
|
|
|
|
Tenía un cliente, dueño de unas bodegas, un viejo artrítico, que se
|
|
pasaba la vida leyendo folletines. Andrés le aconsejaba que no comiera
|
|
carne y que anduviera.
|
|
|
|
--Pero si me muero de debilidad, doctor--decía él--. No como más que un
|
|
pedacito de carne, una copa de Jerez y una taza de café.
|
|
|
|
--Todo eso es malísimo--decía Andrés.
|
|
|
|
Este demagogo, que negaba la utilidad de comer carne, indignaba a la
|
|
gente acomodada... y a los carniceros.
|
|
|
|
Hay una frase de un escritor francés que quiere ser trágica y es
|
|
enormemente cómica. Es así: Desde hace treinta años no se siente placer
|
|
en ser francés. El vinatero artrítico debía decir: Desde que ha venido
|
|
este médico, no se siente placer en ser rico.
|
|
|
|
La mujer del secretario del Ayuntamiento, una mujer muy remilgada y
|
|
redicha, quería convencer a Hurtado de que debía casarse y quedarse
|
|
definitivamente en Alcolea.
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--Ya veremos--contestaba Andrés.
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|
V
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|
ALCOLEA DEL CAMPO
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LAS costumbres de Alcolea eran españolas puras, es decir, de un absurdo
|
|
completo.
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|
El pueblo no tenía el menor sentido social; las familias se metían en
|
|
sus casas, como los trogloditas en su cueva. No había solidaridad;
|
|
nadie sabía ni podía utilizar la fuerza de la asociación. Los hombres
|
|
iban al trabajo y a veces al casino. Las mujeres no salían más que los
|
|
domingos a misa.
|
|
|
|
Por falta de instinto colectivo el pueblo se había arruinado.
|
|
|
|
En la época del tratado de los vinos con Francia, todo el mundo, sin
|
|
consultarse los unos a los otros, comenzó a cambiar el cultivo de sus
|
|
campos, dejando el trigo y los cereales, y poniendo viñedos; pronto el
|
|
río de vino de Alcolea se convirtió en río de oro. En este momento de
|
|
prosperidad, el pueblo se agrandó, se limpiaron las calles, se pusieron
|
|
aceras, se instaló la luz eléctrica...; luego vino la terminación del
|
|
tratado, y como nadie sentía la responsabilidad de representar el
|
|
pueblo, a nadie se le ocurrió decir: Cambiemos el cultivo; volvamos a
|
|
nuestra vida antigua; empleemos la riqueza producida por el vino en
|
|
transformar la tierra para las necesidades de hoy. Nada.
|
|
|
|
El pueblo aceptó la ruina con resignación.
|
|
|
|
--Antes éramos ricos--se dijo cada alcoleano--. Ahora seremos pobres.
|
|
Es igual; viviremos peor; suprimiremos nuestras necesidades.
|
|
|
|
Aquel estoicismo acabó de hundir al pueblo.
|
|
|
|
Era natural que así fuese; cada ciudadano de Alcolea se sentía tan
|
|
separado del vecino como de un extranjero. No tenían una cultura común
|
|
(no la tenían de ninguna clase); no participaban de admiraciones
|
|
comunes: sólo el hábito, la rutina les unía; en el fondo, todos eran
|
|
extraños a todos.
|
|
|
|
Muchas veces a Hurtado le parecía Alcolea una ciudad en estado de
|
|
sitio. El sitiador era la moral, la moral católica. Allí no había nada
|
|
que no estuviera almacenado y recogido: las mujeres en sus casas, el
|
|
dinero en las carpetas, el vino en las tinajas.
|
|
|
|
Andrés se preguntaba: ¿Qué hacen estas mujeres? ¿En qué piensan? ¿Cómo
|
|
pasan las horas de sus días? Difícil era averiguarlo.
|
|
|
|
Con aquel régimen de guardarlo todo, Alcolea gozaba de un orden
|
|
admirable; sólo un cementerio bien cuidado podía sobrepasar tal
|
|
perfección.
|
|
|
|
Esta perfección se conseguía haciendo que el más inepto fuera el que
|
|
gobernara. La ley de selección en pueblos como aquél se cumplía al
|
|
revés. El cedazo iba separando el grano de la paja, luego se recogía la
|
|
paja y se desperdiciaba el grano.
|
|
|
|
Algún burlón hubiera dicho que este aprovechamiento de la paja entre
|
|
españoles no era raro. Por aquella selección a la inversa, resultaba
|
|
que los más aptos allí eran precisamente los más ineptos.
|
|
|
|
En Alcolea había pocos robos y delitos de sangre: en cierta época los
|
|
había habido entre jugadores y matones; la gente pobre no se movía,
|
|
vivía en una pasividad lánguida; en cambio los ricos se agitaban, y la
|
|
usura iba sorbiendo toda la vida de la ciudad.
|
|
|
|
El labrador, de humilde pasar, que durante mucho tiempo tenía una casa
|
|
con cuatro o cinco parejas de mulas, de pronto aparecía con diez, luego
|
|
con veinte; sus tierras se extendían cada vez más, y él se colocaba
|
|
entre los ricos.
|
|
|
|
La política de Alcolea respondía perfectamente al estado de inercia
|
|
y de desconfianza del pueblo. Era una política de caciquismo, una
|
|
lucha entre dos bandos contrarios, que se llamaban el de los Ratones
|
|
y el de los Mochuelos; los Ratones eran liberales, y los Mochuelos
|
|
conservadores.
|
|
|
|
En aquel momento dominaban los Mochuelos. El Mochuelo principal era
|
|
el alcalde, un hombre delgado, vestido de negro, muy clerical, cacique
|
|
de formas suaves, que suavemente iba llevándose todo lo que podía del
|
|
Municipio.
|
|
|
|
El cacique liberal del partido de los Ratones era don Juan, un tipo
|
|
bárbaro y despótico, corpulento y forzudo, con unas manos de gigante,
|
|
hombre, que cuando entraba a mandar, trataba al pueblo en conquistador.
|
|
Este gran Ratón no disimulaba como el Mochuelo; se quedaba con todo lo
|
|
que podía, sin tomarse el trabajo de ocultar decorosamente sus robos.
|
|
|
|
Alcolea se había acostumbrado a los Mochuelos y a los Ratones, y los
|
|
consideraba necesarios. Aquellos bandidos eran los sostenes de la
|
|
sociedad; se repartían el botín; tenían unos para otros un _tabú_
|
|
especial, como el de los polinesios.
|
|
|
|
Andrés podía estudiar en Alcolea todas aquellas manifestaciones del
|
|
árbol de la vida, y de la vida áspera manchega: la expansión del
|
|
egoísmo; de la envidia, de la crueldad, del orgullo.
|
|
|
|
A veces pensaba que todo esto era necesario; pensaba también que se
|
|
podía llegar, en la indiferencia intelectualista, hasta disfrutar
|
|
contemplando estas expansiones, formas violentas de la vida.
|
|
|
|
¿Por qué incomodarse, si todo está determinado, si es fatal, si no
|
|
puede ser de otra manera?, se preguntaba. ¿No era científicamente
|
|
un poco absurdo el furor que le entraba muchas veces al ver las
|
|
injusticias del pueblo? Por otro lado: ¿no estaba también determinado,
|
|
no era fatal el que su cerebro tuviera una irritación que le hiciera
|
|
protestar contra aquel estado de cosas violentamente?
|
|
|
|
Andrés discutía muchas veces con su patrona. Ella no podía comprender
|
|
que Hurtado afirmase que era mayor delito robar a la comunidad, al
|
|
Ayuntamiento, al Estado, que robar a un particular. Ella decía que
|
|
no; que defraudar a la comunidad, no podía ser tanto como robar a una
|
|
persona. En Alcolea casi todos los ricos defraudaban a la Hacienda, y
|
|
no se les tenía por ladrones.
|
|
|
|
Andrés trataba de convencerla, de que el daño hecho con el robo a la
|
|
comunidad, era más grande que el producido contra el bolsillo de un
|
|
particular; pero la Dorotea no se convencía.
|
|
|
|
--¡Qué hermosa sería una revolución--decía Andrés a su patrona--,
|
|
no una revolución de oradores y de miserables charlatanes, sino una
|
|
revolución de verdad! Mochuelos y Ratones, colgados de los faroles, ya
|
|
que aquí no hay árboles; y luego lo almacenado por la moral católica,
|
|
sacarlo de sus rincones y echarlo a la calle: los hombres, las mujeres,
|
|
el dinero, el vino; todo a la calle.
|
|
|
|
Dorotea se reía de estas ideas de su huésped, que le parecían absurdas.
|
|
|
|
Como buen epicúreo, Andrés no tenía tendencia alguna por el apostolado.
|
|
|
|
Los del Centro republicano le habían dicho que diera conferencias
|
|
acerca de higiene; pero él estaba convencido de que todo aquello era
|
|
inútil, completamente estéril.
|
|
|
|
¿Para qué? Sabía que ninguna de estas cosas había de tener eficacia, y
|
|
prefería no ocuparse de ellas.
|
|
|
|
Cuando le hablaban de política, Andrés decía a los jóvenes republicanos:
|
|
|
|
--No hagan ustedes un partido de protesta. ¿Para qué? Lo menos malo que
|
|
puede ser es una colección de retóricos y de charlatanes; lo más malo
|
|
es que sea otra banda de Mochuelos o de Ratones.
|
|
|
|
--¡Pero, don Andrés! Algo hay que hacer.
|
|
|
|
--¡Qué van ustedes a hacer! ¡Es imposible! Lo único que pueden ustedes
|
|
hacer es marcharse de aquí.
|
|
|
|
El tiempo en Alcolea le resultaba a Andrés muy largo.
|
|
|
|
Por la mañana hacía su visita; después volvía a casa y tomaba el baño.
|
|
|
|
Al atravesar el corralillo se encontraba con la patrona, que dirigía
|
|
alguna labor de la casa; la criada solía estar lavando la ropa en una
|
|
media tinaja, cortada en sentido longitudinal, que parecía una canoa, y
|
|
la niña correteaba de un lado a otro.
|
|
|
|
En este corralillo tenían una sarmentera, donde se secaban las gavillas
|
|
de sarmientos, y montones de leña de cepas viejas.
|
|
|
|
Andrés abría la antigua tahona y se bañaba. Después iba a comer.
|
|
|
|
El otoño todavía parecía verano; era costumbre dormir la siesta. Estas
|
|
horas de siesta se le hacían a Hurtado pesadas, horribles.
|
|
|
|
En su cuarto echaba una estera en el suelo y se tendía sobre ella, a
|
|
obscuras. Por la rendija de las ventanas entraba una lámina de luz; en
|
|
el pueblo dominaba el más completo silencio; todo estaba aletargado
|
|
bajo el calor del sol; algunos moscones rezongaban en los cristales; la
|
|
tarde bochornosa, era interminable.
|
|
|
|
Cuando pasaba la fuerza del día, Andrés salía al patio y se sentaba a
|
|
la sombra del emparrado a leer.
|
|
|
|
El ama, su madre y la criada cosían cerca del pozo; la niña hacía
|
|
encaje de bolillos con hilos y unos alfileres clavados sobre una
|
|
almohada; al anochecer regaban los tiestos de claveles, de geranios y
|
|
de albahacas.
|
|
|
|
Muchas veces venían vendedores y vendedoras ambulantes a ofrecer
|
|
frutas, hortalizas o caza.
|
|
|
|
--¡Ave María Purísima!--decían al entrar--. Dorotea veía lo que traían.
|
|
|
|
--¿Le gusta a usted esto, don Andrés?--le preguntaba Dorotea a Hurtado.
|
|
|
|
--Sí, pero por mí no se preocupe usted--contestaba él.
|
|
|
|
Al anochecer volvía el patrón. Estaba empleado en unas bodegas, y
|
|
concluía a aquella hora el trabajo. Pepinito era un hombre petulante;
|
|
sin saber nada, tenía la pedantería de un catedrático. Cuando explicaba
|
|
algo bajaba los párpados, con un aire de suficiencia tal, que a Andrés
|
|
le daban ganas de estrangularle.
|
|
|
|
Pepinito trataba muy mal a su mujer y a su hija; constantemente las
|
|
llamaba estúpidas, borricas, torpes; tenía el convencimiento de que él
|
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era el único que hacía bien las cosas.
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--¡Que este bestia tenga una mujer tan guapa y tan simpática, es
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verdaderamente desagradable!--pensaba Andrés.
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Entre las manías de Pepinito estaba la de pasar por tremendo. Le
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gustaba contar historias de riñas y de muertes. Cualquiera, al oirle,
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hubiese creído que se estaban matando continuamente en Alcolea; contaba
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un crimen ocurrido hacía cinco años en el pueblo, y le daba tales
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variaciones y lo explicaba de tan distintas maneras, que el crimen se
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desdoblaba y se multiplicaba.
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Pepinito era del Tomelloso, y todo lo refería a su pueblo. El
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Tomelloso, según él, era la antítesis de Alcolea; Alcolea era lo
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vulgar, el Tomelloso lo extraordinario; que se hablase de lo que se
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hablase, Pepinito le decía a Andrés:
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--Debía usted ir al Tomelloso. Allí no hay ni un árbol.
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--Ni aquí tampoco--le contestaba Andrés, riendo.
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--Sí. Aquí algunos--replicaba Pepinito--. Allí todo el pueblo está
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agujereado por las cuevas para el vino, y no crea usted que son
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modernas, no, sino antiguas. Allí ve usted tinajones grandes metidos en
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el suelo. Allí todo el vino que se hace es natural; malo muchas veces,
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porque no saben prepararlo, pero natural.
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--¿Y aquí?
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--Aquí ya emplean la química--decía Pepinito, para quien Alcolea era un
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pueblo degenerado por la civilización--: tartratos, campeche, fuchsina,
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demonios le echan éstos al vino.
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Al final de septiembre, unos días antes de la vendimia, la patrona le
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dijo a Andrés:
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--¿Usted no ha visto nuestra bodega?
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--No.
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--Pues vamos ahora a arreglarla.
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El mozo y la criada estaban sacando leña y sarmientos, metidos durante
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todo el invierno en el lagar; y dos albañiles iban picando las paredes.
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Dorotea y su hija le enseñaron a Hurtado el lagar a la antigua, con su
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viga para prensar, las chanclas de madera y de esparto que se ponen los
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pisadores en los pies y los vendos para sujetárselas.
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Le mostraron las piletas donde va cayendo el mosto y lo recogen en
|
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cubos, y la moderna bodega capaz para dos cosechas con barricas y conos
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de madera.
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--Ahora, si no tiene usted miedo, bajaremos a la cueva antigua--dijo
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Dorotea.
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--Miedo, ¿de qué?
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--¡Ah! Es una cueva donde hay duendes, según dicen.
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--Entonces hay que ir a saludarlos.
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El mozo encendió un candil y abrió una puerta que daba al corral.
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Dorotea, la niña y Andrés le siguieron. Bajaron a la cueva por una
|
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escalera desmoronada. El techo rezumaba humedad. Al final de la
|
|
escalera se abría una bóveda que daba paso a una verdadera catacumba,
|
|
húmeda, fría, larguísima, tortuosa.
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|
En el primer trozo de esta cueva había una serie de tinajones
|
|
empotrados a medias en la pared; en el segundo, de techo más bajo, se
|
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veían las tinajas de Colmenar, altas, enormes, en fila, y a su lado las
|
|
hechas en el Toboso, pequeñas, llenas de mugre, que parecían viejas
|
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gordas y grotescas.
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La luz del candil, al iluminar aquel antro, parecía agrandar y achicar
|
|
alternativamente el vientre abultado de las vasijas.
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Se explicaba que la fantasía de la gente hubiese transformado en
|
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duendes aquellas ánforas vinarias, de las cuales, las ventrudas y
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abultadas tinajas toboseñas, parecían enanos; y las altas y airosas
|
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fabricadas en Colmenar tenían aire de gigantes. Todavía en el fondo se
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abría un anchurón con doce grandes tinajones. Este hueco se llamaba la
|
|
Sala de los Apóstoles.
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|
El mozo aseguró que en aquella cueva se habían encontrado huesos
|
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humanos, y mostró en la pared la huella de una mano que él suponía era
|
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de sangre.
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--Si a don Andrés le gustara el vino--dijo Dorotea--, le daríamos un
|
|
vaso de este añejo que tenemos en la solera.
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--No, no; guárdelo usted para las grandes fiestas.
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|
Días después comenzó la vendimia. Andrés se acercó al lagar, y el ver
|
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aquellos hombres sudando y agitándose en el rincón bajo de techo, le
|
|
produjo una impresión desagradable. No creía que esta labor fuera tan
|
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penosa.
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|
Andrés recordó a Iturrioz, cuando decía que sólo lo artificial es
|
|
bueno, y pensó que tenía razón. Las decantadas labores rurales, motivo
|
|
de inspiración para los poetas, le parecían estúpidas y bestiales.
|
|
¡Cuánto más hermosa, aunque estuviera fuera de toda idea de belleza
|
|
tradicional, la función de un motor eléctrico, que no este trabajo
|
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muscular, rudo, bárbaro y mal aprovechado!
|
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|
VI
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|
TIPOS DE CASINO
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AL llegar el invierno, las noches largas y frías hicieron a Hurtado
|
|
buscar un refugio fuera de casa, donde distraerse y pasar el tiempo.
|
|
Comenzó a ir al casino de Alcolea.
|
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|
|
Este casino, «La Fraternidad», era un vestigio del antiguo esplendor
|
|
del pueblo; tenía salones inmensos, mal decorados, espejos de cuerpo
|
|
entero, varias mesas de billar y una pequeña biblioteca con algunos
|
|
libros.
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Entre la generalidad de los tipos vulgares, obscuros, borrosos, que
|
|
iban al casino a leer los periódicos y hablar de política, había dos
|
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personajes verdaderamente pintorescos.
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|
|
|
Uno de ellos era el pianista; el otro, un tal don Blas Carreño, hidalgo
|
|
acomodado de Alcolea.
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|
Andrés llegó a intimar bastante con los dos.
|
|
|
|
El pianista era un viejo flaco, afeitado, de cara estrecha, larga, y
|
|
anteojos de gruesos lentes. Vestía de negro y accionaba al hablar de
|
|
una manera un tanto afeminada. Era al mismo tiempo organista de la
|
|
iglesia, lo que le daba cierto aspecto eclesiástico.
|
|
|
|
El otro señor, don Blas Carreño, también era flaco; pero más alto, de
|
|
nariz aguileña, pelo entrecano, tez cetrina y aspecto marcial.
|
|
|
|
Este buen hidalgo había llegado a identificarse con la vida antigua
|
|
y a convencerse de que la gente discurría y obraba como los tipos de
|
|
las obras españolas clásicas, de tal manera, que había ido poco a
|
|
poco arcaizando su lenguaje, y entre burlas y veras hablaba con el
|
|
alambicamiento de los personajes de Feliciano de Silva, que tanto
|
|
encantaba a Don Quijote.
|
|
|
|
El pianista imitaba a Carreño y le tenía como modelo. Al saludar a
|
|
Andrés, le dijo:
|
|
|
|
--Este mi señor don Blas, querido y agareno amigo, ha tenido la
|
|
dignación de presentarme a su merced como un hijo predilecto de
|
|
Euterpe; pero no soy, aunque me pesa, y su merced lo habrá podido
|
|
comprobar con el arrayán de su buen juicio, más que un pobre, cuanto
|
|
humilde aficionado al trato de las Musas, que labora con estas sus
|
|
torpes manos en amenizar las veladas de los socios, en las frigidísimas
|
|
noches del helado invierno.
|
|
|
|
Don Blas escuchaba a su discípulo sonriendo. Andrés, al oir a aquel
|
|
señor expresarse así, creyó que se trataba de un loco; pero luego vió
|
|
que no, que el pianista era una persona de buen sentido. Únicamente
|
|
ocurría, que tanto don Blas como él, habían tomado la costumbre de
|
|
hablar de esta manera enfática y altisonante hasta familiarizarse con
|
|
ella. Tenían frases hechas, que las empleaban a cada paso: el ascua de
|
|
la inteligencia, la flecha de la sabiduría, el collar de perlas de las
|
|
observaciones juiciosas, el jardín del buen decir...
|
|
|
|
Don Blas le invitó a Hurtado a ir a su casa y le mostró su biblioteca
|
|
con varios armarios llenos de libros españoles y latinos. Don Blas la
|
|
puso a disposición del nuevo médico.
|
|
|
|
--Si alguno de estos libros le interesa a usted, puede usted
|
|
llevárselo--le dijo Carreño.
|
|
|
|
--Ya aprovecharé su ofrecimiento.
|
|
|
|
Don Blas era para Andrés un caso digno de estudio. A pesar de su
|
|
inteligencia no notaba lo que pasaba a su alrededor; la crueldad de la
|
|
vida en Alcolea, la explotación inicua de los miserables por los ricos,
|
|
la falta de instinto social, nada de esto para él existía, y si existía
|
|
tenía un carácter de cosa libresca, servía para decir:
|
|
|
|
--Dice Scaligero... o: Afirma Huarte en su _Examen de ingenios_...
|
|
|
|
Don Blas era un hombre extraordinario, sin nervios; para él no había
|
|
calor, ni frío, placer, ni dolor. Una vez, dos socios del casino le
|
|
gastaron una broma transcendental: le llevaron a cenar a una venta
|
|
y le dieron a propósito unas migas detestables, que parecían de
|
|
arena, diciéndole que eran las verdaderas migas del país, y don Blas
|
|
las encontró tan excelentes y las elogió de tal modo y con tales
|
|
hipérboles, que llegó a convencer a sus amigos de su bondad. El manjar
|
|
más insulso, si se lo daban diciendo que estaba hecho con una receta
|
|
antigua y que figuraba en _La Lozana Andaluza_, le parecía maravilloso.
|
|
|
|
En su casa gozaba ofreciendo a sus amigos sus golosinas.
|
|
|
|
--Tome usted esos melindres, que me han traído expresamente de
|
|
Yepes...; esta agua no la beberá usted en todas partes, es de la fuente
|
|
del Maillo.
|
|
|
|
Don Blas vivía en plena arbitrariedad; para él había gente que no
|
|
tenía derecho a nada; en cambio, otros lo merecían todo. ¿Por qué?
|
|
Probablemente porque sí.
|
|
|
|
Decía don Blas que odiaban a las mujeres, que le habían engañado
|
|
siempre; pero no era verdad; en el fondo, esta actitud suya servía para
|
|
citar trozos de Marcial, de Juvenal, de Quevedo...
|
|
|
|
A sus criados y labriegos, don Blas les llamaba galopines, bellacos,
|
|
follones, casi siempre sin motivo, sólo por el gusto de emplear estas
|
|
palabras quijotescas.
|
|
|
|
Otra cosa que le encantaba a don Blas era citar los pueblos con sus
|
|
nombres antiguos: Estábamos una vez en Alcázar de San Juan, la antigua
|
|
Alce... En Baeza, la Biatra de Ptolomeo, nos encontramos un día...
|
|
|
|
Andrés y don Blas se asombraban mutuamente. Andrés se decía:
|
|
|
|
--¡Pensar que este hombre y otros muchos como él viven en esta mentira,
|
|
envenenados con los restos de una literatura, y de una palabrería
|
|
amanerada es verdaderamente extraordinario!
|
|
|
|
En cambio, don Blas miraba a Andrés sonriendo, y pensaba: ¡Qué hombre
|
|
más raro!
|
|
|
|
Varias veces discutieron acerca de religión, de política, de la
|
|
doctrina evolucionista. Estas cosas del darwinisno, como decía él, le
|
|
parecían a don Blas cosas inventadas para divertirse. Para él los datos
|
|
comprobados no significaban nada. Creía en el fondo que se escribía
|
|
para demostrar ingenio, no para exponer ideas con claridad, y que la
|
|
investigación de un sabio se echaba abajo con una frase graciosa.
|
|
|
|
A pesar de su divergencia, don Blas no le era antipático a Hurtado.
|
|
|
|
El que sí le era antipático e insoportable era un jovencito, hijo
|
|
de un usurero, que en Alcolea pasaba por un prodigio, y que iba con
|
|
frecuencia al casino. Este joven, abogado, había leído algunas revistas
|
|
francesas reaccionarias, y se creía en el centro del mundo.
|
|
|
|
Decía que él contemplaba todo con una sonrisa irónica y piadosa. Creía
|
|
también que se podía hablar de filosofía empleando los lugares comunes
|
|
del casticismo español, y que Balmes era un gran filósofo.
|
|
|
|
Varias veces el joven, que contemplaba todo con una sonrisa irónica y
|
|
piadosa, invitó a Hurtado a discutir; pero Andrés rehuyó la discusión
|
|
con aquel hombre que, a pesar de su barniz de cultura, le parecía de
|
|
una imbecilidad fundamental.
|
|
|
|
Esta sentencia de Demócrito, que había leído en la Historia del
|
|
Materialismo de Lange, le parecía a Andrés muy exacta: El que ama la
|
|
contradicción y la verbosidad, es incapaz de aprender nada que sea
|
|
serio.
|
|
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|
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|
|
|
|
VII
|
|
|
|
SEXUALIDAD Y PORNOGRAFÍA
|
|
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|
|
En el pueblo, la tienda de objetos de escritorio era al mismo tiempo
|
|
librería y centro de suscripciones. Andrés iba a ella a comprar papel y
|
|
algunos periódicos. Un día le chocó ver que el librero tenía quince o
|
|
veinte tomos con una cubierta en donde aparecía una mujer desnuda. Eran
|
|
de estas novelas a estilo francés; novelas pornográficas, torpes, con
|
|
cierto barniz psicológico hechas para uso de militares, estudiantes y
|
|
gente de poca mentalidad.
|
|
|
|
--¿Es que eso se vende?--le preguntó Andrés al librero.
|
|
|
|
--Sí; es lo único que se vende.
|
|
|
|
El fenómeno parecía paradójico y, sin embargo, era natural. Andrés
|
|
había oído a su tío Iturrioz que en Inglaterra, en donde las costumbres
|
|
eran interiormente de una libertad extraordinaria, libros, aun los
|
|
menos sospechosos de libertinaje, estaban prohibidos, y las novelas que
|
|
las señoritas francesas o españolas leían delante de sus madres, allí
|
|
se consideraban nefandas.
|
|
|
|
En Alcolea sucedía lo contrario; la vida era de una moralidad terrible;
|
|
llevarse a una mujer sin casarse con ella, era más difícil que raptar
|
|
a la Giralda de Sevilla a las doce del día; pero, en cambio, se leían
|
|
libros pornográficos de una pornografía grotesca por lo transcendental.
|
|
|
|
Todo esto era lógico. En Londres, al agrandarse la vida sexual por la
|
|
libertad de costumbres, se achicaba la pornografía; en Alcolea, al
|
|
achicarse la vida sexual, se agrandaba la pornografía.
|
|
|
|
--Qué paradoja esta de la sexualidad--pensaba Andrés al ir a su casa--.
|
|
En los países donde la vida es intensamente sexual no existen motivos
|
|
de lubricidad; en cambio en aquellos pueblos como Alcolea, en donde la
|
|
vida sexual era tan mezquina y tan pobre, las alusiones eróticas a la
|
|
vida del sexo estaban en todo.
|
|
|
|
Y era natural, era en el fondo un fenómeno de compensación.
|
|
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|
|
|
|
|
|
|
VIII
|
|
|
|
EL DILEMA
|
|
|
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|
|
POCO a poco, y sin saber cómo, se formó alrededor de Andrés una
|
|
mala reputación; se le consideraba hombre violento, orgulloso, mal
|
|
intencionado, que se atraía la antipatía de todos.
|
|
|
|
Era un demagogo, malo, dañino, que odiaba a los ricos y no quería a los
|
|
pobres.
|
|
|
|
Andrés fué notando la hostilidad de la gente del casino y dejó de
|
|
frecuentarlo.
|
|
|
|
Al principio se aburría.
|
|
|
|
Los días iban sucediéndose a los días y cada uno traía la misma
|
|
desesperanza, la seguridad de no saber qué hacer, la seguridad de
|
|
sentir y de inspirar antipatía, en el fondo sin motivo, por una mala
|
|
inteligencia.
|
|
|
|
Se había decidido a cumplir sus deberes de médico al pie de la letra.
|
|
|
|
Llegar a la abstención pura, completa, en la pequeña vida social de
|
|
Alcolea, le parecía la perfección.
|
|
|
|
Andrés no era de estos hombres que consideran el leer como un sucedáneo
|
|
de vivir; él leía porque no podía vivir. Para alternar con esta gente
|
|
del casino, estúpida y mal intencionada, prefería pasar el tiempo en su
|
|
cuarto, en aquel mausoleo blanqueado y silencioso.
|
|
|
|
¡Pero que con qué gusto hubiera cerrado los libros si hubiera habido
|
|
algo importante que hacer; algo como pegarle fuego al pueblo o
|
|
reconstruirlo!
|
|
|
|
La inacción le irritaba.
|
|
|
|
De haber caza mayor, le hubiera gustado marcharse al campo; pero para
|
|
matar conejos, prefería quedarse en casa.
|
|
|
|
Sin saber qué hacer, paseaba como un lobo por aquel cuarto. Muchas
|
|
veces intentó dejar de leer estos libros de filosofía. Pensó que quizá
|
|
le irritaban. Quiso cambiar de lecturas. Don Blas le prestó una porción
|
|
de libros de historia. Andrés se convenció de que la historia es una
|
|
cosa vacía. Creyó, como Schopenhauer, que el que lea con atención _Los
|
|
Nueve Libros de Herodoto_, tiene todas las combinaciones posibles de
|
|
crímenes, destronamientos, heroísmos e injusticias, bondades y maldades
|
|
que puede suministrar la historia.
|
|
|
|
Intentó también un estudio poco humano y trajo de Madrid y comenzó
|
|
a leer un libro de astronomía, la Guía del Cielo, de Klein, pero le
|
|
faltaba la base de las matemáticas y pensó que no tenía fuerza en el
|
|
cerebro para dominar esto. Lo único que aprendió fué el plano estelar.
|
|
Orientarse en ese infinito de puntos luminosos, en donde brillan como
|
|
dioses Arturus y Vega, Altair y Aldebarán era para él una voluptuosidad
|
|
algo triste; recorrer con el pensamiento esos cráteres de la Luna y el
|
|
mar de la Serenidad; leer esas hipótesis acerca de la Vía Láctea y de
|
|
su movimiento alrededor de ese supuesto sol central que se llama Alción
|
|
y que está en el grupo de las Pléyades, le daba el vértigo.
|
|
|
|
Se le ocurrió también escribir; pero no sabía por dónde empezar, ni
|
|
manejaba suficientemente el mecanismo del lenguaje para expresarse con
|
|
claridad.
|
|
|
|
Todos los sistemas que discurría para encauzar su vida dejaban
|
|
precipitados insolubles, que demostraban el error inicial de sus
|
|
sistemas.
|
|
|
|
Comenzaba a sentir una irritación profunda contra todo.
|
|
|
|
A los ocho o nueve meses de vivir así excitado y aplanado al mismo
|
|
tiempo, empezó a padecer dolores articulares; además el pelo se le caía
|
|
muy abundantemente.
|
|
|
|
--Es la castidad--se dijo.
|
|
|
|
Era lógico; era un neuro-artrítico. De chico, su artritismo se
|
|
había manifestado por jaquecas y por tendencia hipocondríaca. Su
|
|
estado artrítico se exarcerbaba. Se iban acumulando en el organismo
|
|
las substancias de desecho y esto tenía que engendrar productos de
|
|
oxidación incompleta, el ácido úrico sobre todo.
|
|
|
|
El diagnóstico lo consideró como exacto; el tratamiento era lo difícil.
|
|
|
|
Este dilema se presentaba ante él. Si quería vivir con una mujer tenía
|
|
que casarse, someterse. Es decir, dar por una cosa de la vida toda su
|
|
independencia espiritual, resignarse a cumplir obligaciones y deberes
|
|
sociales, a guardar consideraciones a un suegro, a una suegra, a un
|
|
cuñado; cosa que le horrorizaba.
|
|
|
|
Seguramente entre aquellas muchachas de Alcolea, que no salían más que
|
|
los domingos a la iglesia, vestidas como papagayos, con un mal gusto
|
|
exorbitante, había algunas, quizá muchas, agradables, simpáticas. ¿Pero
|
|
quién las conocía? Era casi imposible hablar con ellas. Solamente el
|
|
marido podría llegar a saber su manera de ser y de sentir.
|
|
|
|
Andrés se hubiera casado con cualquiera, con una muchacha sencilla;
|
|
pero no sabía dónde encontrarla. Las dos señoritas que trataba un poco
|
|
eran la hija del médico Sánchez y la del secretario.
|
|
|
|
La hija de Sánchez quería ir monja; la del secretario era de una
|
|
cursilería verdaderamente venenosa; tocaba el piano muy mal, calcaba
|
|
las laminitas del _Blanco y Negro_ y luego las iluminaba, y tenía unas
|
|
ideas ridículas y falsas de todo.
|
|
|
|
De no casarse, Andrés podía transigir e ir con los perdidos del
|
|
pueblo a casa de la Fulana o de la Zutana, a estas dos calles en
|
|
donde las mujeres de vida airada vivían como en los antiguos burdeles
|
|
medioevales; pero esta promiscuidad era ofensiva para su orgullo. ¿Qué
|
|
más triunfo para la burguesía local y más derrota para su personalidad
|
|
si se hubiesen contado sus devaneos? No; prefería estar enfermo.
|
|
|
|
Andrés decidió limitar la alimentación, tomar sólo vegetales y no
|
|
probar la carne, ni el vino, ni el café. Varias horas después de comer
|
|
y de cenar bebía grandes cantidades de agua. El odio contra el espíritu
|
|
del pueblo le sostenía en su lucha secreta; era uno de esos odios
|
|
profundos, que llegan a dar serenidad al que lo siente, un desprecio
|
|
épico y altivo. Para él no había burlas, todas resbalaban por su coraza
|
|
de impasibilidad.
|
|
|
|
Algunas veces pensaba que esta actitud no era lógica. ¡Un hombre que
|
|
quería ser de ciencia y se incomodaba porque las cosas no eran como
|
|
él hubiese deseado! Era absurdo. La tierra allí era seca; no había
|
|
árboles, el clima era duro, la gente tenía que ser dura también.
|
|
|
|
La mujer del secretario del Ayuntamiento y presidenta de la Sociedad
|
|
del Perpetuo Socorro, le dijo un día:
|
|
|
|
--Usted, Hurtado, quiere demostrar que se puede no tener religión y ser
|
|
más bueno que los religiosos.
|
|
|
|
--¿Más bueno, señora?--replicó Andrés--. Realmente, eso no es difícil.
|
|
|
|
Al cabo de un mes de nuevo régimen, Hurtado estaba mejor; la comida
|
|
escasa y sólo vegetal, el baño, el ejercicio al aire libre le iban
|
|
haciendo un hombre sin nervios. Ahora se sentía como divinizado por
|
|
su ascetismo, libre; comenzaba a vislumbrar ese estado de _ataraxia_,
|
|
cantado por los epicúreos y los pirronianos.
|
|
|
|
Ya no experimentaba cólera por las cosas ni por las personas.
|
|
|
|
Le hubiera gustado comunicar a alguien sus impresiones y pensó en
|
|
escribir a Iturrioz; pero luego creyó que su situación espiritual era
|
|
más fuerte siendo él solo el único testigo de su victoria.
|
|
|
|
Ya comenzaba a no tener espíritu agresivo. Se levantaba muy temprano,
|
|
con la aurora, y paseaba por aquellos campos llanos, por los viñedos,
|
|
hasta un olivar que él llamaba el trágico por su aspecto. Aquellos
|
|
olivos viejos, centenarios, retorcidos, parecían enfermos atacados
|
|
por el tétanos; entre ellos se levantaba una casa aislada y baja con
|
|
bardales de cambroneras, y en el vértice de la colina había un molino
|
|
de viento tan extraordinario, tan absurdo, con su cuerpo rechoncho y
|
|
sus brazos chirriantes, que a Andrés le dejaba siempre sobrecogido.
|
|
|
|
Muchas veces salía de casa cuando aún era de noche y veía la estrella
|
|
del crepúsculo palpitar y disolverse como una perla en el horno de la
|
|
aurora llena de resplandores.
|
|
|
|
Por las noches, Andrés se refugiaba en la cocina, cerca del fogón bajo.
|
|
Dorotea, la vieja y la niña hacían sus labores al amor de la lumbre y
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Hurtado charlaba o miraba arder los sarmientos.
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IX
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LA MUJER DEL TÍO GARROTA
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UNA noche de invierno, un chico fué a llamar a Andrés; una mujer había
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caído a la calle y estaba muriéndose.
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Hurtado se embozó en la capa, y de prisa, acompañado del chico, llegó
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a una calle extraviada, cerca de una posada de arrieros que se llamaba
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el Parador de la Cruz. Se encontró con una mujer privada de sentido, y
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asistida por unos cuantos vecinos que formaban un grupo alrededor de
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ella.
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Era la mujer de un prendero llamado el tío Garrota; tenía la cabeza
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bañada en sangre y había perdido el conocimiento.
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Andrés hizo que llevaran a la mujer a la tienda y que trajeran una luz;
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tenía la vieja una conmoción cerebral.
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Hurtado le hizo una sangría en el brazo. Al principio la sangre
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negra, coagulada, no salía de la vena abierta; luego comenzó a brotar
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despacio; después más regularmente, y la mujer respiró con relativa
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facilidad.
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En este momento llegó el juez con el actuario y dos guardias, y fué
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interrogando, primero a los vecinos y después a Hurtado.
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--¿Cómo se encuentra esta mujer?--le dijo.
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--Muy mal.
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--¿Se podrá interrogarla?
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--Por ahora, no; veremos si recobra el conocimiento.
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--Si lo recobra avíseme usted en seguida. Voy a ver el sitio por donde
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se ha tirado y a interrogar al marido.
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La tienda era una prendería repleta de trastos viejos que había por
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todos los rincones y colgaban del techo; las paredes estaban atestadas
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de fusiles y escopetas antiguas, sables y machetes.
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Andrés estuvo atendiendo a la mujer hasta que ésta abrió los ojos y
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pareció darse cuenta de lo que le pasaba.
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--Llamadle al juez--dijo Andrés a los vecinos.
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El juez vino en seguida.
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--Esto se complica--murmuró--; luego preguntó a Andrés. ¿Qué? ¿Entiende
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algo?
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--Sí, parece que sí.
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Efectivamente, la expresión de la mujer era de inteligencia.
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--¿Se ha tirado usted, o la han tirado a usted desde la
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ventana?--preguntó el juez.
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--¡Eh!--dijo ella.
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--¿Quién la ha tirado?
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--¡Eh!
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--¿Quién la ha tirado?
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--Garro... Garro...--murmuró la vieja haciendo un esfuerzo.
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El juez y el actuario y los guardias quedaron sorprendidos.
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--Quiere decir Garrota--dijo uno.
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--Sí, es una acusación contra él--dijo el juez--. ¿No le parece a
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usted, doctor?
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--Parece que sí.
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--¿Por qué la ha tirado a usted?
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--Garro... Garro...--volvió a decir la vieja.
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--No quiere decir más sino que es su marido--afirmó un guardia.
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--No, no es eso--repuso Andrés--. La lesión la tiene en el lado
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izquierdo.
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--¿Y eso qué importa?--preguntó el guardia.
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--Cállese usted--dijo el juez--. ¿Qué supone usted, doctor?
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--Supongo que esta mujer se encuentra en un estado de afasia. La lesión
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la tiene en el lado izquierdo del cerebro; probablemente la tercera
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circunvolución frontal, que se considera como centro del lenguaje,
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estará lesionada. Esta mujer parece que entiende, pero no puede
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articular más que esa palabra. A ver, pregúntele usted otra cosa.
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--¿Está usted mejor?--dijo el juez.
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--¡Eh!
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--¿Si está usted ya mejor?
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--Garro... Garro...--contestó ella.
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--Sí; dice a todo lo mismo--afirmó el juez.
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--Es un caso de afasia o de sordera verbal--añadió Andrés.
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--Sin embargo..., hay muchas sospechas contra el marido--replicó el
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actuario.
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Habían llamado al cura para sacramentar a la moribunda.
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Le dejaron solo y Andrés subió con el juez. La prendería del tío
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Garrota tenía una escalera de caracol para el primer piso.
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Este constaba de un vestíbulo, la cocina, dos alcobas y el cuarto
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desde donde se había tirado la vieja. En medio de este cuarto había un
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brasero, una badila sucia y una serie de manchas de sangre que seguían
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hasta la ventana.
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--La cosa tiene el aspecto de un crimen--dijo el juez.
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--¿Cree usted?--preguntó Andrés.
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--No, no creo nada; hay que confesar que los indicios se presentan como
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en una novela policíaca para despistar a la opinión. Esta mujer que se
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le pregunta quién la ha tirado, y dice el nombre de su marido; esta
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badila llena de sangre; las manchas que llegan hasta la ventana, todo
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hace sospechar lo que ya han comenzado a decir los vecinos.
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--¿Qué dicen?
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--Le acusan al tío Garrota, al marido de esta mujer. Suponen que el
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tío Garrota y su mujer riñeron; que él le dió con la badila en la
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cabeza; que ella huyó a la ventana a pedir socorro, y que entonces él,
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agarrándola de la cintura, la arrojó a la calle.
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--Puede ser.
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--Y puede no ser.
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Abonaba esta versión la mala fama del tío Garrota y su complicidad
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manifiesta en las muertes de dos jugadores, el Cañamero y el Pollo,
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ocurridas hacía unos diez años cerca de Daimiel.
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--Voy a guardar esta badila--dijo el juez.
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--Por si acaso no debían tocarla--repuso Andrés--; las huellas pueden
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servirnos de mucho.
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El juez metió la badila en un armario, lo cerró y llamó al actuario
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para que lo lacrase. Se cerró también el cuarto y se guardó la llave.
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Al bajar a la prendería Hurtado y el juez, la mujer del tío Garrota
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había muerto.
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El juez mandó que trajeran a su presencia al marido. Los guardias le
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habían atado las manos.
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El tío Garrota era un hombre ya viejo, corpulento, de mal aspecto,
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tuerto, de cara torva, llena de manchas negras, producidas por una
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perdigonada que le habían soltado hacía años en la cara.
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En el interrogatorio se puso en claro que el tío Garrota era borracho,
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y hablaba de matar a uno o de matar a otro con frecuencia.
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El tío Garrota no negó que daba malos tratos a su mujer; pero sí que la
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hubiese matado. Siempre concluía diciendo:
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--Señor juez, yo no he matado a mi mujer. He dicho, es verdad, muchas
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veces que la iba a matar; pero no la he matado.
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El juez, después del interrogatorio, envió al tío Garrota incomunicado
|
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a la cárcel.
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--¿Qué le parece a usted?--le preguntó el juez a Hurtado.
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--Para mí es una cosa clara; este hombre es inocente.
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El juez, por la tarde, fué a ver al tío Garrota a la cárcel, y dijo
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que empezaba a creer que el prendero no había matado a su mujer. La
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opinión popular quería suponer que Garrota era un criminal. Por la
|
|
noche el doctor Sánchez aseguró en el casino que era indudable que el
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|
tío Garrota había tirado por la ventana a su mujer, y que el juez y
|
|
Hurtado tendían a salvarle, Dios sabe por qué; pero que en la autopsia
|
|
aparecería la verdad.
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Al saberlo Andrés fué a ver al juez y le pidió nombrara a don Tomás
|
|
Solana, el otro médico, como árbitro para presenciar la autopsia, por
|
|
si acaso había divergencia entre el dictamen de Sánchez y el suyo.
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La autopsia se verificó al día siguiente por la tarde; se hizo una
|
|
fotografía de las heridas de la cabeza producidas por la badila y se
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señalaron unos cardenales que tenía la mujer en el cuello.
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|
Luego se procedió a abrir las tres cavidades y se encontró la fractura
|
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craneana, que cogía parte del frontal y del parietal y que había
|
|
ocasionado la muerte. En los pulmones y en el cerebro aparecieron
|
|
manchas de sangre, pequeñas y redondas.
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|
En la exposición de los datos de la autopsia estaban conformes los tres
|
|
médicos; en su opinión, acerca de las causas de la muerte, divergían.
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|
Sánchez daba la versión popular. Según él, la interfecta, al
|
|
sentirse herida en la cabeza por los golpes de la badila, corrió a
|
|
la ventana a pedir socorro; allí una mano poderosa la sujetó por el
|
|
cuello, produciéndole una contusión y un principio de asfixia que se
|
|
evidenciaba en las manchas petequiales de los pulmones y del cerebro,
|
|
y después, lanzada a la calle, había sufrido la conmoción cerebral y
|
|
la fractura del cráneo, que le produjo la muerte. La misma mujer, en
|
|
la agonía, había repetido el nombre del marido indicando quién era su
|
|
matador.
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|
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|
Hurtado decía primeramente que las heridas de la cabeza eran tan
|
|
superficiales que no estaban hechas por un brazo fuerte, sino por
|
|
una mano débil y convulsa; que los cardenales del cuello procedían
|
|
de contusiones anteriores al día de la muerte, y que, respecto a las
|
|
manchas de sangre en los pulmones y en el cerebro, no eran producidas
|
|
por un principio de asfixia, sino el alcoholismo inveterado de la
|
|
interfecta. Con estos datos, Hurtado aseguraba que la mujer, en un
|
|
estado alcohólico, evidenciado por el aguardiente encontrado en su
|
|
estómago, y presa de manía suicida, había comenzado a herirse ella
|
|
misma con la badila en la cabeza, lo que explicaba la superficialidad
|
|
de las heridas, que apenas interesaban el cuero cabelludo, y después,
|
|
en vista del resultado negativo para producirse la muerte, había
|
|
abierto la ventana y se había tirado de cabeza a la calle. Respecto a
|
|
las palabras pronunciadas por ella, estaba claramente demostrado que al
|
|
decirlas se encontraba en un estado afásico.
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|
Don Tomás, el médico aristócrata, en su informe hacía equilibrios, y en
|
|
conjunto no decía nada.
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|
Sánchez estaba en la actitud popular; todo el mundo creía culpable al
|
|
tío Garrota, y algunos llegaban a decir que, aunque no lo fuera, había
|
|
que castigarlo, porque era un desalmado capaz de cualquier fechoría.
|
|
|
|
El asunto apasionó al pueblo; se hicieron una porción de pruebas; se
|
|
estudiaron las huellas frescas de sangre de la badila, y se vió no
|
|
coincidían con los dedos del prendero; se hizo que un empleado de la
|
|
cárcel, amigo suyo, le emborrachara y le sonsacara. El tío Garrota
|
|
confesó su participación en las muertes del Pollo y del Cañamero; pero
|
|
afirmó repetidas veces, entre furiosos juramentos, que no y que no. No
|
|
tenía nada que ver en la muerte de su mujer, y aunque le condenaran por
|
|
decir que no y le salvaran por decir que sí, diría que no, porque esa
|
|
era la verdad.
|
|
|
|
El juez, después de repetidos interrogatorios, comprendió la inocencia
|
|
del prendero y lo dejó en libertad.
|
|
|
|
El pueblo se consideró defraudado. Por indicios, por instinto, la gente
|
|
adquirió la convicción de que el tío Garrota, aunque capaz de matar
|
|
a su mujer, no la había matado; pero no quiso reconocer la probidad
|
|
de Andrés y del juez. El periódico de la capital que defendía a los
|
|
Mochuelos, escribió un artículo con el título «¿Crimen o suicidio?»,
|
|
en el que suponía que la mujer del tío Garrota se había suicidado; en
|
|
cambio, otro periódico de la capital, defensor de los Ratones, aseguró
|
|
que se trataba de un crimen y que las influencias políticas habían
|
|
salvado al prendero.
|
|
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|
--Habrá que ver lo que habrán cobrado el médico y el juez--decía la
|
|
gente.
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|
|
|
A Sánchez, en cambio, le elogiaban todos.
|
|
|
|
--Ese hombre iba con lealtad.
|
|
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|
--Pero no era cierto lo que decía--replicaba alguno.
|
|
|
|
--Sí; pero él iba con honradez.
|
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|
|
Y no había manera de convencer a la mayoría de otra cosa.
|
|
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|
|
|
X
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|
DESPEDIDA
|
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|
ANDRÉS, que hasta entonces había tenido simpatía entre la gente pobre,
|
|
vió que la simpatía se trocaba en hostilidad. En la primavera decidió
|
|
marcharse y presentar la dimisión de su cargo.
|
|
|
|
Un día de mayo fué el fijado para la marcha; se despidió de don Blas
|
|
Carreño y del juez y tuvo un violento altercado con Sánchez, quien,
|
|
a pesar de ver que el enemigo se le iba, fué bastante torpe para
|
|
recriminarle con acritud. Andrés le contestó rudamente y dijo a su
|
|
compañero unas cuantas verdades un poco explosivas.
|
|
|
|
Por la tarde, Andrés preparó su equipaje y luego salió a pasear. Hacía
|
|
un día tempestuoso con vagos relámpagos, que brillaban entre dos nubes.
|
|
Al anochecer comenzó a llover y Andrés volvió a su casa.
|
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|
Aquella tarde, Pepinito, su hija y la abuela, habían ido al Maillo, un
|
|
pequeño balneario próximo a Alcolea.
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Andrés acabó de preparar su equipaje. A la hora de cenar entró la
|
|
patrona en su cuarto.
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|
--¿Se va usted de verdad mañana, don Andrés?
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|
|
--Sí.
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|
--Estamos solos; cuando usted quiera cenaremos.
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|
--Voy a terminar en un momento.
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--Me da pena verle a usted marchar. Ya le teníamos a usted como de la
|
|
familia.
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|
--¡Qué se le va a hacer! Ya no me quieren en el pueblo.
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|
--No lo dirá usted por nosotros.
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|
--No, no lo digo por ustedes. Es decir, no lo digo por usted. Si siento
|
|
dejar el pueblo es, más que nada, por usted.
|
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|
--¡Bah! Don Andrés.
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|
--Créalo usted o no lo crea, tengo una gran opinión de usted. Me parece
|
|
usted una mujer muy buena, muy inteligente...
|
|
|
|
--¡Por Dios, don Andrés, que me va usted a confundir!--dijo ella riendo.
|
|
|
|
--Confúndase usted todo lo que quiera, Dorotea. Eso no quita para que
|
|
sea verdad. Lo malo que tiene usted...
|
|
|
|
--Vamos a ver lo malo...--replicó ella con seriedad fingida.
|
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|
--Lo malo que tiene usted--siguió diciendo Andrés--es que está usted
|
|
casada con un hombre que es un idiota, un imbécil petulante, que
|
|
le hace sufrir a usted, y a quien yo como usted le engañaría con
|
|
cualquiera.
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--¡Jesús! ¡Dios mío! ¡Qué cosas me está usted diciendo!
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|
--Son las verdades de la despedida... Realmente yo he sido un imbécil
|
|
en no haberle hecho a usted el amor.
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|
--¿Ahora se acuerda usted de eso, don Andrés?
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|
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|
--Sí, ahora me acuerdo. No crea usted que no lo he pensado otras veces;
|
|
pero me ha faltado decisión. Hoy estamos solos en toda la casa. ¿No?
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--Sí, estamos solos. Adiós, don Andrés; me voy.
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|
--No se vaya usted, tengo que hablarle.
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|
Dorotea, sorprendida del tono de mando de Andrés, se quedó.
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--¿Qué me quiere usted?--dijo.
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|
--Quédese usted aquí conmigo.
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|
--Pero yo soy una mujer honrada, don Andrés--replicó Dorotea con voz
|
|
ahogada.
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|
--Ya lo sé, una mujer honrada y buena, casada con un idiota. Estamos
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|
solos, nadie habría de saber que usted había sido mía. Esta noche para
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|
usted y para mí sería una noche excepcional, extraña...
|
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|
|
--Sí ¿y el remordimiento?
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|
|
|
--¿Remordimiento?
|
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|
|
Andrés, con lucidez, comprendió que no debía discutir este punto.
|
|
|
|
--Hace un momento no creía que le iba a usted a decir esto. ¿Por qué se
|
|
lo digo? No sé. Mi corazón palpita ahora como un martillo de fragua.
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|
Andrés se tuvo que apoyar en el hierro de la cama, pálido y tembloroso.
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|
--¿Se pone usted malo?--murmuró Dorotea con voz ronca.
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|
|
--No; no es nada.
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|
Ella estaba también turbada, palpitante. Andrés apagó la luz y se
|
|
acercó a ella.
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|
|
|
Dorotea no resistió. Andrés estaba en aquel momento en plena
|
|
inconsciencia...
|
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|
|
Al amanecer comenzó a brillar la luz del día por entre las rendijas de
|
|
las maderas. Dorotea se incorporó. Andrés quiso retenerla entre sus
|
|
brazos.
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|
|
|
--No, no--murmuró ella con espanto, y, levantándose rápidamente, huyó
|
|
del cuarto.
|
|
|
|
Andrés se sentó en la cama atónito, asombrado de sí mismo.
|
|
|
|
Se encontraba en un estado de irresolución completa; sentía en la
|
|
espalda como si tuviera una plancha que le sujetara los nervios y tenía
|
|
temor de tocar con los pies el suelo.
|
|
|
|
Sentado, abatido, estuvo con la frente apoyada en las manos, hasta que
|
|
oyó el ruido del coche que venía a buscarle. Se levantó, se vistió y
|
|
abrió la puerta antes que llamaran por miedo al pensar en el ruido de
|
|
la aldaba; un mozo entró en el cuarto y cargó con el baúl y la maleta
|
|
y los llevó al coche. Andrés se puso el gabán y subió a la diligencia,
|
|
que comenzó a marchar por la carretera polvorienta.
|
|
|
|
--¡Qué absurdo! ¡Qué absurdo es todo esto!--exclamó luego--. Y
|
|
se refería a su vida y a esta última noche tan inesperada, tan
|
|
aniquiladora.
|
|
|
|
En el tren su estado nervioso empeoró. Se sentía desfallecido, mareado.
|
|
Al llegar a Aranjuez se decidió a bajar del tren. Los tres días que
|
|
pasó aquí tranquilizaron y calmaron sus nervios.
|
|
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|
|
SEXTA PARTE
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|
La experiencia en Madrid
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|
I
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|
COMENTARIO A LO PASADO
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|
A los pocos días de llegar a Madrid, Andrés se encontró con la sorpresa
|
|
desagradable de que se iba a declarar la guerra a los Estados Unidos.
|
|
Había alborotos, manifestaciones en las calles, música patriótica a
|
|
todo pasto.
|
|
|
|
Andrés no había seguido en los periódicos aquella cuestión de las
|
|
guerras coloniales; no sabía a punto fijo de qué se trataba. Su único
|
|
criterio era el de la criada vieja de la Dorotea que solía cantar a voz
|
|
en grito mientras lavaba, esta canción:
|
|
|
|
Parece mentira que por unos mulatos
|
|
estemos pasando tan malitos ratos;
|
|
a Cuba se llevan la flor de la España
|
|
y aquí no se queda más que la morralla.
|
|
|
|
Todas las opiniones de Andrés acerca de la guerra estaban condensadas
|
|
en este cantar de la vieja criada.
|
|
|
|
Al ver el cariz que tomaba el asunto y la intervención de los Estados
|
|
Unidos, Andrés quedó asombrado.
|
|
|
|
En todas partes no se hablaba más que de la posibilidad del éxito o
|
|
del fracaso. El padre de Hurtado creía en la victoria española; pero
|
|
en una victoria sin esfuerzo; los yanquis, que eran todos vendedores
|
|
de tocino, al ver a los primeros soldados españoles, dejarían las
|
|
armas y echarían a correr. El hermano de Andrés, Pedro, hacía vida
|
|
de _sportman_ y no le preocupaba la guerra; a Alejandro le pasaba lo
|
|
mismo; Margarita seguía en Valencia.
|
|
|
|
Andrés encontró un empleo en una consulta de enfermedades del estómago,
|
|
sustituyendo a un médico que había ido al extranjero por tres meses.
|
|
|
|
Por la tarde Andrés iba a la consulta, estaba allí hasta el anochecer,
|
|
luego marchaba a cenar a casa y por la noche salía en busca de noticias.
|
|
|
|
Los periódicos no decían más que necedades y bravuconadas; los yanquis
|
|
no estaban preparados para la guerra; no tenían ni uniformes para sus
|
|
soldados. En el país de las máquinas de coser el hacer unos cuantos
|
|
uniformes era un conflicto enorme, según se decía en Madrid.
|
|
|
|
Para colmo de ridiculez, hubo un mensaje de Castelar a los yanquis.
|
|
Cierto que no tenía las proporciones bufo-grandilocuentes del
|
|
manifiesto de Víctor Hugo a los alemanes para que respetaran París;
|
|
pero era bastante para que los españoles de buen sentido pudieran
|
|
sentir toda la vacuidad de sus grandes hombres.
|
|
|
|
Andrés siguió los preparativos de la guerra con una emoción intensa.
|
|
|
|
Los periódicos traían cálculos completamente falsos. Andrés llegó a
|
|
creer que había alguna razón para los optimismos.
|
|
|
|
Días antes de la derrota encontró a Iturrioz en la calle.
|
|
|
|
--¿Qué le parece a usted esto?--le preguntó.
|
|
|
|
--Estamos perdidos.
|
|
|
|
--¿Pero si dicen que estamos preparados?
|
|
|
|
--Sí, preparados para la derrota. Sólo a ese chino, que los españoles
|
|
consideramos como el colmo de la candidez, se le pueden decir las cosas
|
|
que nos están diciendo los periódicos.
|
|
|
|
--Hombre, yo no veo eso.
|
|
|
|
--Pues no hay más que tener ojos en la cara y comparar la fuerza de las
|
|
escuadras. Tú, fíjate; nosotros tenemos en Santiago de Cuba seis barcos
|
|
viejos, malos y de poca velocidad; ellos tienen veintiuno, casi todos
|
|
nuevos, bien acorazados y de mayor velocidad. Los seis nuestros en
|
|
conjunto desplazan aproximadamente veintiocho mil toneladas; los seis
|
|
primeros suyos sesenta mil. Con dos de sus barcos pueden echar a pique
|
|
toda nuestra escuadra; con veintiuno no van a tener sitio dónde apuntar.
|
|
|
|
--¿De manera, que usted cree que vamos a la derrota?
|
|
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--No a la derrota, a una cacería. Si alguno de nuestros barcos puede
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salvarse, será una gran cosa.
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Andrés pensó que Iturrioz podía engañarse, pero pronto los
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acontecimientos le dieron la razón. El desastre había sido como decía
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él: una cacería, una cosa ridícula.
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A Andrés le indignó la indiferencia de la gente al saber la noticia.
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Al menos él había creído que el español, inepto para la ciencia y para
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la civilización, era un patriota exaltado y se encontraba que no;
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después del desastre de las dos pequeñas escuadras españolas en Cuba y
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en Filipinas, todo el mundo iba al teatro y a los toros tan tranquilo;
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aquellas manifestaciones y gritos habían sido espuma, humo de paja,
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nada.
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Cuando la impresión del desastre se le pasó, Andrés fué a casa de
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Iturrioz; hubo discusión entre ellos.
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--Dejemos todo eso, ya que afortunadamente hemos perdido las
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colonias--dijo su tío--y hablemos de otra cosa. ¿Qué tal te ha ido en
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el pueblo?
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--Bastante mal.
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--¿Qué te pasó? ¿Hiciste alguna barbaridad?
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--No; tuve suerte. Como médico he quedado bien. Ahora, personalmente,
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he tenido poco éxito.
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--Cuenta, veamos tu odisea en esa tierra de Don Quijote.
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Andrés contó sus impresiones en Alcolea; Iturrioz le escuchó
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atentamente.
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--¿De manera que allí no has perdido tu virulencia ni te has asimilado
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el medio?
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--Ninguna de las dos cosas. Yo era allí una bacteridia colocada en un
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caldo saturado de ácido fénico.
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--Y esos manchegos ¿son buena gente?
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--Sí, muy buena gente; pero con una moral imposible.
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--Pero esa moral ¿no será la defensa de la raza que vive en una tierra
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pobre y de pocos recursos?
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--Es muy posible; pero si es así, ellos no se dan cuenta de este motivo.
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--¡Ah, claro! ¿En dónde un pueblo del campo será un conjunto de gente
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con conciencia? ¿En Inglaterra, en Francia, en Alemania? En todas
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partes, el hombre, en su estado natural, es un canalla, idiota y
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egoísta. Si ahí en Alcolea es una buena persona, hay que decir que los
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alcoleanos son gente superior.
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--No digo que no. Los pueblos como Alcolea están perdidos, porque el
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egoísmo y el dinero no está repartido equitativamente; no lo tienen más
|
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que unos cuantos ricos; en cambio, entre los pobres no hay sentido
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individual. El día que cada alcoleano se sienta a sí mismo y diga: no
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transijo, ese día el pueblo marchará hacia adelante.
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--Claro; pero para ser egoísta hay que saber; para protestar hay que
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discurrir. Yo creo que la civilización le debe más al egoísmo que a
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todas las religiones y utopías filantrópicas. El egoísmo ha hecho el
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sendero, el camino, la calle, el ferrocarril, el barco, todo.
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--Estamos conformes. Por eso indigna ver a esa gente, que no tiene nada
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que ganar con la maquinaria social que, a cambio de cogerle al hijo y
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llevarlo a la guerra, no les da más que miseria y hambre para la vejez,
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y que aún así la defienden.
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--Eso tiene una gran importancia individual, pero no social. Todavía
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no ha habido una sociedad que haya intentado un sistema de justicia
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distributiva, y, a pesar de eso, el mundo, no digamos que marcha, pero
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|
al menos se arrastra y las mujeres siguen dispuestas a tener hijos.
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--Es imbécil.
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--Amigo, es que la naturaleza es muy sabia. No se contenta sólo con
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dividir a los hombres en felices y en desdichados, en ricos y pobres,
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sino que da al rico el espíritu de la riqueza, y al pobre el espíritu
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de la miseria. Tú sabes cómo se hacen las abejas obreras; se encierra a
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la larva en un alvéolo pequeño y se le da una alimentación deficiente.
|
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La larva ésta se desarrolla de una manera incompleta; es una obrera,
|
|
una proletaria, que tiene el espíritu del trabajo y de la sumisión. Así
|
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sucede entre los hombres, entre el obrero y el militar, entre el rico y
|
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el pobre.
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--Me indigna todo esto--exclamó Andrés.
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--Hace unos años--siguió diciendo Iturrioz--me encontraba yo en la isla
|
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de Cuba en un ingenio donde estaban haciendo la zafra. Varios chinos y
|
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negros llevaban la caña en manojos a una máquina con grandes cilindros
|
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que la trituraba. Contemplábamos el funcionamiento del aparato, cuando
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de pronto vemos a uno de los chinos que lucha arrastrado. El capataz
|
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blanco grita que paren la máquina. El maquinista no atiende a la orden
|
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y el chino desaparece e inmediatamente sale convertido en una sábana de
|
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sangre y de huesos machacados. Los blancos que presenciábamos la escena
|
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nos quedamos consternados; en cambio los chinos y los negros se reían.
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|
Tenían espíritu de esclavos.
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|
--Es desagradable.
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--Sí, como quieras; pero son los hechos y hay que aceptarlos y
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acomodarse a ellos. Otra cosa es una simpleza. Intentar andar entre
|
|
los hombres, en ser superior, como tú has querido hacer en Alcolea, es
|
|
absurdo.
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--Yo no he intentado presentarme como ser superior--replicó Andrés con
|
|
viveza--. Yo he ido en hombre independiente. A tanto trabajo, tanto
|
|
sueldo. Hago lo que me encargan, me pagan, y ya está.
|
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|
--Eso no es posible; cada hombre no es una estrella con su órbita
|
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independiente.
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--Yo creo que el que quiere serlo lo es.
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--Tendrá que sufrir las consecuencias.
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--¡Ah, claro! Yo estoy dispuesto a sufrirlas. El que no tiene dinero
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paga su libertad con su cuerpo; es una onza de carne que hay que dar,
|
|
que lo mismo le pueden sacar a uno del brazo que del corazón. El hombre
|
|
de verdad busca antes que nada su independencia; se necesita ser un
|
|
pobre diablo o tener alma de perro para encontrar mala la libertad.
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|
¿Que no es posible? ¿Que el hombre no puede ser independiente como una
|
|
estrella de otra? A esto no se puede decir más sino que es verdad,
|
|
desgraciadamente.
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--Veo que vienes lírico del pueblo.
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--Será la influencia de las migas.
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--O del vino manchego.
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--No; no lo he probado.
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--¿Y querías que tuvieran simpatía por ti y despreciabas el producto
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mejor del pueblo? Bueno, ¿qué piensas hacer?
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--Ver si encuentro algún sitio donde trabajar.
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--¿En Madrid?
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--Sí, en Madrid.
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--¿Otra experiencia?
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--Eso es, otra experiencia.
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--Bueno, vamos ahora a la azotea.
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|
II
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|
LOS AMIGOS
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A principio de otoño, Andrés quedó sin nada que hacer. Don Pedro se
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|
había encargado de hablar a sus amigos influyentes, a ver si encontraba
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algún destino para su hijo.
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Hurtado pasaba las mañanas en la Biblioteca Nacional, y por las tardes
|
|
y noches paseaba. Una noche, al cruzar por delante del teatro de Apolo,
|
|
se encontró con Montaner.
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--Chico, ¡cuánto tiempo!--exclamó el antiguo condiscípulo,
|
|
acercándosele.
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--Sí, ya hace algunos años que no nos hemos visto.
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|
Subieron juntos la cuesta de la calle de Alcalá, y al llegar a la
|
|
esquina de la de Peligros, Montaner insistió para que entraran en el
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café de Fornos.
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|
--Bueno, vamos--dijo Andrés.
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|
Era sábado y había gran entrada; las mesas estaban llenas; los
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|
trasnochadores, de vuelta de los teatros, se preparaban a cenar, y
|
|
algunas busconas paseaban la mirada de sus ojos pintados por todo el
|
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ámbito de la sala.
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Montaner tomó ávidamente el chocolate que le trajeron, y después le
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|
preguntó a Andrés:
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--¿Y tú, qué haces?
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--Ahora nada. He estado en un pueblo. ¿Y tú? ¿Concluíste la carrera?
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--Sí, hace un año. No podía acabarla por aquella chica que era mi
|
|
novia. Me pasaba el día entero hablando con ella; pero los padres de la
|
|
chica se la llevaron a Santander y la casaron allí. Yo entonces fuí a
|
|
Salamanca, y he estado hasta concluir la carrera.
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|
--¿De manera que te ha convenido que casaran a la novia?
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--En parte, sí. ¡Aunque para lo que me sirve el ser médico!.
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--¿No encuentras trabajo?
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|
--Nada. He estado con Julio Aracil.
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--¿Con Julio?
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--Sí.
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--¿De qué?
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--De ayudante.
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--¿Ya necesita ayudantes Julio?
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--Sí; ahora ha puesto una clínica. El año pasado me prometió
|
|
protegerme. Tenía una plaza en el ferrocarril, y me dijo que cuando no
|
|
la necesitara me la cedería a mí.
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--¿Y no te la ha cedido?
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--No; la verdad es que todo es poco para sostener su casa.
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--¿Pues qué hace? ¿Gasta mucho?
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--Sí.
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--Antes era muy roñoso.
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--Y sigue siéndolo.
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--¿No avanza?
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--Como médico poco, pero tiene recursos: el ferrocarril, unos conventos
|
|
que visita; es también accionista de «La Esperanza», una sociedad
|
|
de esas de médico, botica y entierro, y tiene participación en una
|
|
funeraria.
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--¿De manera que se dedica a la explotación de la caridad?
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|
--Sí; ahora, además, como te decía, tiene una clínica que ha puesto
|
|
con dinero del suegro. Yo he estado ayudándole; la verdad es que me
|
|
ha cogido de primo; durante más de un mes he hecho de albañil, de
|
|
carpintero, de mozo de cuerda y hasta de niñera; luego me he pasado en
|
|
la consulta asistiendo a pobres, y ahora que la cosa empieza a marchar,
|
|
me dice Julio que tiene que asociarse con un muchacho valenciano que
|
|
se llama Nebot, que le ha ofrecido dinero, y que cuando me necesite me
|
|
llamará.
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--En resumen, que te ha echado.
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--Lo que tú dices.
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--¿Y qué vas a hacer?
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--Voy a buscar un empleo cualquiera.
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|
--¿De médico?
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|
--De médico o de no médico. Me es igual.
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|
|
|
--¿No quieres ir a un pueblo?
|
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|
|
--No, no; eso nunca. Yo no salgo de Madrid.
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|
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--Y los demás, ¿qué han hecho?--preguntó Andrés--. ¿Dónde está aquel
|
|
Lamela?
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--En Galicia. Creo que no ejerce, pero vive bien. De Cañizo no sé si te
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acordarás...
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--No.
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--Uno que perdió curso en Anatomía.
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|
--No, no me acuerdo.
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|
--Si lo vieras, te acordarías en seguida--repuso Montaner--. Pues este
|
|
Cañizo es un hombre feliz; tiene un periódico de carnicería. Creo que
|
|
es muy glotón, y el otro día me decía: Chico, estoy muy contento; los
|
|
carniceros me regalan lomo, me regalan filetes... Mi mujer me trata
|
|
bien; me da langosta algunos domingos.
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|
--¡Que animal!
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--De Ortega si te acordarás.
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|
--¿Uno bajito, rubio?
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|
|
--Sí.
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|
--Me acuerdo.
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|
--Ese estuvo de médico militar en Cuba, y se acostumbró a beber de una
|
|
manera terrible. Alguna vez le he visto y me ha dicho: Mi ideal es
|
|
llegar a la cirrosis alcohólica y al generalato.
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|
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|
--De manera que nadie ha marchado bien de nuestros condiscípulos.
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|
|
|
--Nadie o casi nadie, quitando a Cañizo con su periódico de carnicería
|
|
y con su mujer que los domingos le da langosta.
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|
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--Es triste todo eso. Siempre en este Madrid la misma interinidad, la
|
|
misma angustia hecha crónica, la misma vida sin vida, todo igual.
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--Sí; esto es un pantano--murmuró Montaner.
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--Más que un pantano es un campo de ceniza. Y Julio Aracil, ¿vive bien?
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--Hombre, según lo que se entienda por vivir bien.
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|
--Su mujer, ¿cómo es?
|
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--Es una muchacha vistosa, pero él la está prostituyendo.
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|
--¿Por qué?
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--Porque la va dando un aire de _cocotte_. El hace que se ponga trajes
|
|
exagerados, la lleva a todas partes; yo creo que él mismo la ha
|
|
aconsejado que se pinte. Y ahora prepara el golpe final. Va a llevar a
|
|
ese Nebot, que es un muchacho rico, a vivir a su casa y va a ampliar la
|
|
clínica. Yo creo que lo que anda buscando es que Nebot se entienda con
|
|
su mujer.
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|
|
--¿De veras?
|
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|
|
--Sí. Ha mandado poner el cuarto de Nebot en el mejor sitio de la
|
|
casa, cerca de la alcoba de su mujer.
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|
--Demonio. ¿Es que no la quiere?
|
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|
--Julio no quiere a nadie; se casó con ella por su dinero. El tiene una
|
|
querida que es una señora rica, ya vieja.
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|
--¿De manera que en el fondo, marcha?
|
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--¡Qué sé yo! Lo mismo puede hundirse que hacerse rico.
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|
Era ya muy tarde y Montaner y Andrés salieron del café y cada cual se
|
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fué a su casa.
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A los pocos días Andrés encontró a Julio Aracil que entraba en un coche.
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--¿Quieres dar una vuelta conmigo?--le dijo Julio--. Voy al final del
|
|
barrio de Salamanca, a hacer una visita.
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|
|
--Bueno.
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|
Entraron los dos en el coche.
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--El otro día vi a Montaner--le dijo Andrés.
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--¿Te hablaría mal de mí? Claro. Entre amigos es indispensable.
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|
--Sí; parece que no está muy contento de ti.
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|
--No me choca. La gente tiene una idea estúpida de las cosas--dijo
|
|
Aracil con voz colérica--. No quisiera más que tratar con egoístas
|
|
absolutos, completos, no con gente sentimental que le dice a uno con
|
|
las lágrimas en los ojos: Toma este pedazo de pan duro, al que no le
|
|
puedo hincar el diente, y a cambio convídame a cenar todos los días en
|
|
el mejor hotel.
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Andrés se echó a reir.
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|
--La familia de mi mujer es también de las que tienen una idea imbécil
|
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de la vida--siguió diciendo Aracil--. Constantemente me están poniendo
|
|
obstáculos.
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|
--¿Por qué?
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--Nada. Ahora se les ocurre decir que el socio que tengo en la clínica,
|
|
le hace el amor a mi mujer y que no le debo tener en casa. Es ridículo.
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|
¿Es que voy a ser un Otelo? No; yo le dejo en libertad a mi mujer.
|
|
Concha no me ha de engañar. Yo tengo confianza en ella.
|
|
|
|
--Haces bien.
|
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|
--No sé qué idea tiene de las cosas--siguió diciendo Julio--estas
|
|
gentes chapadas a la antigua, como dicen ellos. Porque yo comprendo
|
|
un hombre como tú que es un puritano. ¡Pero ellos! Que me presentara
|
|
yo mañana y dijera: Estas visitas, que he hecho a Don Fulano o a Doña
|
|
Zutana, no las he querido cobrar porque, la verdad, no he estado
|
|
acertado... ¡toda la familia me pondría de imbécil hasta las narices!
|
|
|
|
--¡Ah! No tiene duda.
|
|
|
|
--Y si es así, ¿a qué se vienen con esas moralidades ridículas?
|
|
|
|
--¿Y qué te pasa para necesitar socio? ¿Gastas mucho?
|
|
|
|
--Mucho; pero todo el gasto que llevo es indispensable. Es la vida de
|
|
hoy que lo exige. La mujer tiene que estar bien, ir a la moda, tener
|
|
trajes, joyas... Se necesita dinero, mucho dinero para la casa, para la
|
|
comida, para la modista, para el sastre, para el teatro, para el coche;
|
|
yo busco como puedo ese dinero.
|
|
|
|
--¿Y no te convendría limitarte un poco?--le preguntó Andrés.
|
|
|
|
--¿Para qué? ¿Para vivir cuando sea viejo? No, no; ahora mejor que
|
|
nunca. Ahora que es uno joven.
|
|
|
|
--Es una filosofía; no me parece mal, pero vas a inmoralizar tu casa.
|
|
|
|
--A mí la moralidad no me preocupa--replicó Julio--. Aquí, en
|
|
confianza, te diré que una mujer honrada me parece uno de los productos
|
|
más estúpidos y más amargos de la vida.
|
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|
|
--Tiene gracia.
|
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|
--Sí, una mujer que no sea algo coqueta no me gusta. Me parece bien
|
|
que gaste, que se adorne, que se luzca. Un marqués, cliente mío, suele
|
|
decir: Una mujer elegante debía tener más de un marido. Al oirle todo
|
|
el mundo se ríe.
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|
|
|
--¿Y por qué?
|
|
|
|
--Porque su mujer, como marido no tiene más que uno; pero, en cambio,
|
|
amantes tiene tres.
|
|
|
|
--¿A la vez?
|
|
|
|
--Sí, a la vez; es una señora muy liberal.
|
|
|
|
--Muy liberal y muy conservadora, si los amantes le ayudan a vivir.
|
|
|
|
--Tienes razón, se le puede llamar liberal-conservadora.
|
|
|
|
Llegaron a la casa del cliente.
|
|
|
|
--¿Adónde quieres ir tú?--le preguntó Julio.
|
|
|
|
--A cualquier lado. No tengo nada que hacer.
|
|
|
|
--¿Quieres que te dejen en la Cibeles?
|
|
|
|
--Bueno.
|
|
|
|
--Vaya usted a la Cibeles y vuelva--le dijo Julio al cochero.
|
|
|
|
Se despidieron los dos antiguos condiscípulos y Andrés pensó que por
|
|
mucho que subiera su compañero no era cosa de envidiarle.
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|
|
|
|
III
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|
|
|
FERMÍN IBARRA
|
|
|
|
|
|
UNOS días después, Hurtado se encontró en la calle con Fermín Ibarra.
|
|
Fermín estaba desconocido; alto, fuerte, ya no necesitaba bastón para
|
|
andar.
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|
|
|
--Un día de estos me voy--le dijo Fermín.
|
|
|
|
--¿Adónde?
|
|
|
|
--Por ahora, a Bélgica; luego, ya veré. No pienso estar aquí;
|
|
probablemente no volveré.
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|
|
--¿No?
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|
|
|
--No. Aquí no se puede hacer nada; tengo dos o tres patentes de cosas
|
|
pensadas por mi, que creo que están bien; en Bélgica me las iban a
|
|
comprar; pero yo he querido hacer primero una prueba en España, y me
|
|
voy desalentado, descorazonado; aquí no se puede hacer nada.
|
|
|
|
--Eso no me choca--dijo Andrés--; aquí no hay ambiente para lo que tú
|
|
haces.
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|
|
|
--¡Ah, claro!--repuso Ibarra--. Una invención supone la recapitulación,
|
|
la síntesis de las fases de un descubrimiento; una invención, es muchas
|
|
veces una consecuencia tan fácil de los hechos anteriores, que casi
|
|
se puede decir que se desprende ella sola sin esfuerzo. ¿Dónde se va a
|
|
estudiar en España el proceso evolutivo de un descubrimiento? ¿Con qué
|
|
medios? ¿En qué talleres? ¿En qué laboratorios?
|
|
|
|
--En ninguna parte.
|
|
|
|
--Pero, en fin, a mí esto no me indigna--añadió Fermín--, lo que me
|
|
indigna es la suspicacia, la mala intención, la petulancia de esta
|
|
gente... Aquí no hay más que chulos y señoritos juerguistas. El chulo
|
|
domina desde los Pirineos hasta Cádiz...; políticos, militares,
|
|
profesores, curas, todos son chulos con un yo hipertrofiado.
|
|
|
|
--Sí, es verdad.
|
|
|
|
--Cuando estoy fuera de España--siguió diciendo Ibarra--quiero
|
|
convencerme de que nuestro país no está muerto para la civilización;
|
|
que aquí se discurre y se piensa, pero cojo un periódico español y me
|
|
da asco; no habla más que de políticos y de toreros. Es una vergüenza.
|
|
|
|
Fermín Ibarra contó sus gestiones en Madrid, en Barcelona, en Bilbao.
|
|
Había millonario que le había dicho que él no podía exponer dinero
|
|
sin base, que después de hechas las pruebas con éxito, no tendría
|
|
inconveniente en dar dinero al cincuenta por ciento.
|
|
|
|
--El capital español está en manos de la canalla más abyecta--concluyó
|
|
diciendo Fermín.
|
|
|
|
Unos meses después, Ibarra le escribía desde Bélgica, diciendo que le
|
|
habían hecho jefe de un taller y que sus empresas iban adelante.
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
IV
|
|
|
|
ENCUENTRO CON LULÚ
|
|
|
|
|
|
UN amigo del padre de Hurtado, alto empleado en Gobernación, había
|
|
prometido encontrar un destino para Andrés. Este señor vivía en la
|
|
calle de San Bernardo. Varias veces estuvo Andrés en su casa, y siempre
|
|
le decía que no había nada; un día le dijo:
|
|
|
|
--Lo único que podemos darle a usted, es una plaza de médico de higiene
|
|
que va a haber vacante. Diga usted si le conviene, y, si le conviene,
|
|
le tendremos en cuenta.
|
|
|
|
--Me conviene.
|
|
|
|
--Pues ya le avisaré a tiempo.
|
|
|
|
Este día, al salir de casa del empleado, en la calle Ancha, esquina a
|
|
la del Pez, Andrés Hurtado se encontró a Lulú. Estaba igual que antes;
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no había variado nada.
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Lulú se turbó un poco al ver a Hurtado, cosa rara en ella. Andrés la
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contempló con gusto. Estaba con su mantillita, tan fina, tan esbelta,
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tan graciosa. Ella le miraba, sonriendo un poco ruborizada.
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--Tenemos mucho que hablar--le dijo Lulú--; yo me estaría charlando con
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gusto con usted, pero tengo que entregar un encargo. Mi madre y yo,
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solemos ir los sábados al café de la Luna. ¿Quiere usted ir por allá?
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--Sí, iré.
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--Vaya usted mañana, que es sábado. De nueve y media a diez. No falte
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usted, ¿eh?
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--No, no faltaré.
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Se despidieron, y Andrés, al día siguiente por la noche, se presentó
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en el café de la Luna. Estaban doña Leonarda y Lulú en compañía de un
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señor de anteojos, joven. Andrés saludó a la madre, que le recibió
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secamente, y se sentó en una silla lejos de Lulú.
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--Siéntese usted aquí--dijo ella, haciéndole sitio en el diván.
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Se sentó Andrés cerca de la muchacha.
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--Me alegro mucho que haya usted venido--dijo Lulú--; tenía miedo de
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que no quisiera usted venir.
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--¿Por qué no había de venir?
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--¡Como es usted tan así!
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--Lo que no comprendo es por qué han elegido ustedes este café. ¿O es
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que ya no viven allí en la calle del Fúcar?
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--¡Ca, hombre! Ahora vivimos aquí en la calle del Pez. ¿Sabe usted
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quién nos resolvió la vida de plano?
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--¿Quién?
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--Julio.
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--¿De veras?
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--Sí.
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--Ya ve usted, cómo no es tan mala persona, como usted decía.
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--Oh, igual; lo mismo que yo creía o peor. Ya se lo contaré a usted. Y
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usted ¿qué ha hecho? ¿Cómo ha vivido?
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Andrés contó rápidamente su vida y sus luchas en Alcolea.
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--¡Oh! ¡Qué hombre más imposible es usted!--exclamó Lulú--. ¡Qué lobo!
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El señor de los anteojos, que estaba de conversación con doña Leonarda,
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al ver que Lulú no dejaba un momento de hablar con Andrés se levantó y
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se fué.
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--Lo que es si a usted le importa algo por Lulú, puede usted estar
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satisfecho--dijo doña Leonarda con tono desdeñoso y agrio.
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--¿Por qué lo dice usted?--preguntó Andrés.
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--Porque ésta le tiene a usted un cariño verdaderamente raro. Y la
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verdad, no sé por qué.
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--Yo tampoco sé que a las personas se les tenga cariño por
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algo--replicó Lulú vivamente--; se las quiere o no se las quiere; nada
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más.
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Doña Leonarda, con un mohín despectivo, cogió el periódico de la noche
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y se puso a leerlo. Lulú siguió hablando con Andrés.
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--Pues verá usted cómo nos resolvió la vida Julio--dijo ella en voz
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baja--. Yo ya le decía a usted que era un canalla que no se casaría
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con Niní. Efectivamente; cuando concluyó la carrera comenzó a huir
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el bulto y a no aparecer por casa. Yo me enteré, y supe que estaba
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haciendo el amor a una señorita de buena posición. Llamé a Julio y
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hablamos; me dijo claramente que no pensaba casarse con Niní.
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--¿Así, sin ambages?
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--Sí; que no le convenía; que sería para él un engorro casarse con una
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mujer pobre. Yo me quedé tranquila y le dije: Mira, yo quisiera que tú
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mismo fueras a ver a don Prudencio y le advirtieras eso. ¿Qué quieres
|
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que le advierta?--me preguntó él--. Pues nada; que no te casas con Niní
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porque no tienes medios; en fin, por las razones que me has dado.
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--Se quedaría atónito--exclamó Andrés--, porque él pensaba que el día
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que lo dijera iba a haber un cataclismo en la familia.
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--Se quedó helado, en el mayor asombro--. Bueno, bueno--dijo--, iré a
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verle y se lo diré. Yo le comuniqué la noticia a mi madre, que pensó
|
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hacer algunas tonterías, pero que no las hizo; luego se lo dije a
|
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Niní, que lloró y quiso tomar venganza. Cuando se tranquilizaron las
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dos, le dije a Niní que vendría don Prudencio y que yo sabía que a don
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Prudencio le gustaba ella y que la salvación estaba en don Prudencio.
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Efectivamente; unos días después vino don Prudencio en actitud
|
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diplomática; habló de que si Julio no encontraba destino, de que si no
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le convenía ir a un pueblo... Niní estuvo admirable. Desde entonces, yo
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|
ya no creo en las mujeres.
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--Esa declaración tiene gracia--dijo Andrés.
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--Es verdad--replicó Lulú--, porque mire usted que los hombres son
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mentirosos, pues las mujeres todavía son más. A los pocos días, don
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|
Prudencio se presenta en casa; habla a Niní y a mamá, y boda. Y allí
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|
le hubiera usted visto a Julio unos días después en casa, que fué a
|
|
devolver las cartas a Niní, con la risa del conejo, cuando mamá le
|
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decía con la boca llena que don Prudencio tenía tantos miles de duros y
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|
una finca aquí y otra allí...
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|
--Le estoy viendo a Julio con esa tristeza que le da pensar que los
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|
demás tienen dinero.
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--Sí, estaba frenético. Después del viaje de boda, don Prudencio me
|
|
preguntó--: Tú ¿qué quieres? ¿Vivir con tu hermana y conmigo o con
|
|
tu madre? Yo le dije: Casarme no me he de casar; estar sin trabajar
|
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tampoco me gusta; lo que preferiría es tener una tiendecita de
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confecciones de ropa blanca y seguir trabajando--. Pues nada, lo que
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necesites dímelo. Y puse la tienda.
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--¿Y la tiene usted?
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--Sí; aquí en la calle del Pez. Al principio mi madre se opuso, por
|
|
esas tonterías de que si mi padre había sido esto o lo otro. Cada uno
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|
vive como puede. ¿No es verdad?
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|
|
--Claro. ¡Qué cosa más digna que vivir del trabajo!
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Siguieron hablando Andrés y Lulú largo rato. Ella había localizado su
|
|
vida en la casa de la calle del Fúcar, de tal manera, que sólo lo que
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|
se relacionaba con aquel ambiente le interesaba. Pasaron revista a
|
|
todos los vecinos y vecinas de la casa.
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--¿Se acuerda usted de aquel don Cleto, el viejecito?--le preguntó Lulú.
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--Sí; ¿qué hizo?
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|
--Murió el pobre...; me dió una pena.
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|
--¿Y de qué murió?
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|
--De hambre. Una noche entramos la Venancia y yo en su cuarto, y estaba
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|
acabando, y él decía con aquella vocecita que tenía:--No, si no tengo
|
|
nada; no se molesten ustedes; un poco de debilidad nada más--, y se
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estaba muriendo.
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A la una y media de la noche, doña Leonarda y Lulú se levantaron, y
|
|
Andrés las acompañó hasta la calle del Pez.
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--¿Vendrá usted por aquí?--le dijo Lulú.
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--Sí; ¡ya lo creo!
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|
--Algunas veces suele venir Julio también.
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|
--¿No le tiene usted odio?
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--¿Odio? Más que odio siento por él desprecio, pero me divierte, me
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parece entretenido, como si viera un bicho malo metido debajo de una
|
|
copa de cristal.
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|
V
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|
MÉDICO DE HIGIENE
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A los pocos días de recibir el nombramiento de médico de higiene y de
|
|
comenzar a desempeñar el cargo, Andrés comprendió que no era para él.
|
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|
Su instinto antisocial se iba aumentando, se iba convirtiendo en odio
|
|
contra el rico, sin tener simpatía por el pobre.
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|
--¡Yo que siento este desprecio por la sociedad--se decía a sí mismo--,
|
|
teniendo que reconocer y dar patentes a las prostitutas! ¡Yo que me
|
|
alegraría que cada una de ellas llevara una toxina que envenenara a
|
|
doscientos hijos de familia!
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|
Andrés se quedó en el destino, en parte por curiosidad, en parte
|
|
también para que el que se lo había dado no le considerara como un
|
|
fatuo.
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|
El tener que vivir en este ambiente le hacía daño.
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|
Ya no había en su vida nada sonriente, nada amable; se encontraba como
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|
un hombre desnudo que tuviera que andar atravesando zarzas. Los dos
|
|
polos de su alma eran un estado de amargura, de sequedad, de acritud, y
|
|
un sentimiento de depresión y de tristeza.
|
|
|
|
La irritación le hacía ser en sus palabras violento y brutal.
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|
|
Muchas veces a alguna mujer que iba al Registro la decía:
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|
--¿Estás enferma?
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|
|
--Sí.
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|
--Tú qué quieres, ¿ir al hospital o quedarte libre?
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|
--Yo prefiero quedarme libre.
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|
--Bueno. Haz lo que quieras; por mí puedes envenenar medio mundo; me
|
|
tiene sin cuidado.
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|
En ocasiones, al ver estas busconas que venían escoltadas por algún
|
|
guardia, riendo, las increpaba.
|
|
|
|
--No tenéis odio siquiera. Tened odio; al menos viviréis más tranquilas.
|
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|
|
Las mujeres le miraban con asombro. Odio, ¿por qué?, se preguntaría
|
|
alguna de ellas. Como decía Iturrioz: la naturaleza era muy sabia;
|
|
hacía el esclavo, y le daba el espíritu de la esclavitud; hacía la
|
|
prostituta, y le daba el espíritu de la prostitución.
|
|
|
|
Este triste proletariado de la vida sexual tenía su honor de cuerpo.
|
|
Quizá lo tienen también en la obscuridad de lo inconsciente las abejas
|
|
obreras y los pulgones, que sirven de vacas a las hormigas.
|
|
|
|
De la conversación con aquellas mujeres sacaba Andrés cosas extrañas.
|
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|
|
Entre los dueños de las casas de lenocinio había personas decentes: un
|
|
cura tenía dos y las explotaba con una ciencia evangélica completa.
|
|
¡Qué labor más católica, más conservadora podía haber, que dirigir una
|
|
casa de prostitución!
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|
Solamente teniendo al mismo tiempo una plaza de toros y una casa de
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|
préstamos podía concebirse algo más perfecto.
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|
De aquellas mujeres, las libres iban al Registro, otras se sometían al
|
|
reconocimiento en sus casas.
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|
Andrés tuvo que ir varias veces a hacer estas visitas domiciliarias.
|
|
|
|
En alguna de aquellas casas de prostitución distinguidas encontraba
|
|
señoritos de la alta sociedad, y era un contraste interesante ver estas
|
|
mujeres de cara cansada, llena de polvos de arroz, pintadas, dando
|
|
muestras de una alegría ficticia, al lado de gomosos fuertes, de vida
|
|
higiénica, rojos, membrudos por el _sport_.
|
|
|
|
Espectador de la iniquidad social, Andrés reflexionaba acerca de los
|
|
mecanismos que van produciendo esas lacras: el presidio, la miseria, la
|
|
prostitución.
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|
|
|
--La verdad es que si el pueblo lo comprendiese--pensaba Hurtado--, se
|
|
mataría por intentar una revolución social, aunque ésta no sea más que
|
|
una utopía, un sueño.
|
|
|
|
Andrés creía ver en Madrid la evolución progresiva de la gente rica que
|
|
iba hermoseándose, fortificándose, convirtiéndose en casta; mientras el
|
|
pueblo evolucionaba a la inversa, debilitándose, degenerando cada vez
|
|
más.
|
|
|
|
Estas dos evoluciones paralelas eran sin duda biológicas: el pueblo no
|
|
llevaba camino de cortar los jarretes de la burguesía, e incapaz de
|
|
luchar, iba cayendo en el surco.
|
|
|
|
Los síntomas de la derrota se revelaban en todo. En Madrid, la talla
|
|
de los jóvenes pobres y mal alimentados que vivían en tabucos, era
|
|
ostensiblemente más pequeña que la de los muchachos ricos, de familias
|
|
acomodadas que habitaban en pisos exteriores.
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|
|
La inteligencia, la fuerza física, eran también menores entre la
|
|
gente del pueblo que en la clase adinerada. La casta burguesa se iba
|
|
preparando para someter a la casta pobre y hacerla su esclava.
|
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|
|
VI
|
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|
LA TIENDA DE CONFECCIONES
|
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CERCA de un mes tardó Hurtado en ir a ver a Lulú, y cuando fué se
|
|
encontró un poco sorprendido al entrar en la tienda. Era una tienda
|
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bastante grande, con el escaparate ancho y adornado con ropas de niño,
|
|
gorritos rizados y camisas llenas de lazos.
|
|
|
|
--Al fin ha venido usted--le dijo Lulú.
|
|
|
|
--No he podido venir antes. Pero ¿toda esta tienda es de
|
|
usted?--preguntó Andrés.
|
|
|
|
--Sí.
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|
|
|
--Entonces es usted capitalista; es usted una burguesa infame.
|
|
|
|
Lulú se rió satisfecha; luego enseñó a Andrés la tienda, la trastienda
|
|
y la casa. Estaba todo muy bien arreglado y en orden. Lulú tenía una
|
|
muchacha que despachaba y un chico para los recados. Andrés estuvo
|
|
sentado un momento. Entraba bastante gente en la tienda.
|
|
|
|
--El otro día vino Julio--dijo Lulú--y hablamos mal de usted.
|
|
|
|
--¿De veras?
|
|
|
|
--Sí; y me dijo una cosa, que usted había dicho de mí, que me incomodó.
|
|
|
|
--¿Qué le dijo a usted?
|
|
|
|
--Me dijo que usted había dicho una vez, cuando era estudiante, que
|
|
casarse conmigo era lo mismo que casarse con un orangután. ¿Es verdad
|
|
que ha dicho usted de mí eso? ¿Conteste usted?
|
|
|
|
--No lo recuerdo; pero es muy posible.
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|
|
|
--¿Que lo haya dicho usted?
|
|
|
|
--Sí.
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|
--¿Y qué debía hacer yo con un hombre que paga así la estimación que yo
|
|
le tengo?
|
|
|
|
--No sé.
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|
|
--¡Si al menos, en vez de orangután, me hubiera usted llamado mona!
|
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|
|
--Otra vez será. No tenga usted cuidado.
|
|
|
|
Dos días después, Hurtado volvió a la tienda, y los sábados se reunía
|
|
con Lulú y su madre en el café de la Luna. Pronto pudo comprobar que el
|
|
señor de los anteojos pretendía a Lulú. Era aquel señor un farmacéutico
|
|
que tenía la botica en la calle del Pez, hombre muy simpático e
|
|
instruído. Andrés y él hablaron de Lulú.
|
|
|
|
--¿Qué le parece a usted esta muchacha?--le preguntó el farmacéutico.
|
|
|
|
--¿Quién? ¿Lulú?
|
|
|
|
--Sí.
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|
|
--Pues es una muchacha por la que yo tengo una gran estimación--dijo
|
|
Andrés.
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|
|
|
--Yo también.
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|
|
|
--Ahora, que me parece que no es una mujer para casarse con ella.
|
|
|
|
--¿Por qué?
|
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|
|
--Es mi opinión; a mí me parece una mujer cerebral, sin fuerza orgánica
|
|
y sin sensualidad, para quien todas las impresiones son puramente
|
|
intelectuales.
|
|
|
|
--¡Qué sé yo! No estoy conforme.
|
|
|
|
Aquella misma noche Andrés pudo ver que Lulú trataba demasiado
|
|
desdeñosamente al farmacéutico.
|
|
|
|
Cuando se quedaron solos, Andrés le dijo a Lulú:
|
|
|
|
--Trata usted muy mal al farmacéutico. Eso no me parece digno de una
|
|
mujer como usted, que tiene un fondo de justicia.
|
|
|
|
--¿Por qué?
|
|
|
|
--Porque no. Porque un hombre se enamore de usted, ¿hay motivo para que
|
|
usted le desprecie? Eso es una bestialidad.
|
|
|
|
--Me da la gana de hacer bestialidades.
|
|
|
|
--Habría que desear que a usted le pasara lo mismo, para que supiera lo
|
|
que es estar desdeñada sin motivo.
|
|
|
|
--¿Y usted sabe si a mí me pasa lo mismo?
|
|
|
|
--No; pero me figuro que no. Tengo demasiada mala idea de las mujeres
|
|
para creerlo.
|
|
|
|
--¿De las mujeres en general y de mí en particular?
|
|
|
|
--De todas.
|
|
|
|
--¡Qué mal humor se le va poniendo a usted, don Andrés! Cuando sea
|
|
usted viejo no va a haber quien le aguante.
|
|
|
|
--Ya soy viejo. Es que me indignan esas necedades de las mujeres. ¿Qué
|
|
le encuentra usted a ese hombre para desdeñarle así? Es un hombre
|
|
culto, amable, simpático, gana para vivir...
|
|
|
|
--Bueno, bueno; pero a mí me fastidia. Basta ya de esa canción.
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
VII
|
|
|
|
DE LOS FOCOS DE LA PESTE
|
|
|
|
|
|
ANDRÉS solía sentarse cerca del mostrador. Lulú le veía sombrío y
|
|
meditabundo.
|
|
|
|
--Vamos, hombre, ¿qué le pasa a usted?--le dijo Lulú un día que le vió
|
|
más hosco que de ordinario.
|
|
|
|
--Verdaderamente--murmuró Andrés--el mundo es una cosa divertida:
|
|
hospitales, salas de operaciones, cárceles, casas de prostitución;
|
|
todo lo peligroso tiene su antídoto; al lado del amor la casa de
|
|
prostitución; al lado de la libertad la cárcel. Cada instinto
|
|
subversivo, y lo natural es siempre subversivo, lleva al lado su
|
|
gendarme. No hay fuente limpia sin que los hombres metan allí las patas
|
|
y la ensucien. Está en su naturaleza.
|
|
|
|
--¿Qué quiere usted decir con eso? ¿Qué le ha pasado a usted?--preguntó
|
|
Lulú.
|
|
|
|
--Nada; este empleo sucio que me han dado, me perturba. Hoy me han
|
|
escrito una carta las pupilas de una casa de la calle de la Paz, que me
|
|
preocupa. Firman _Unas desgraciadas_.
|
|
|
|
--¿Qué dicen?
|
|
|
|
--Nada; que en esos burdeles hacen bestialidades. Estas _desgraciadas_
|
|
que me envían la carta me dicen horrores. La casa donde viven se
|
|
comunica con otra. Cuando hay una visita del médico o de la autoridad,
|
|
a todas las mujeres no matriculadas las esconden en el piso tercero de
|
|
la otra casa.
|
|
|
|
--¿Para qué?
|
|
|
|
--Para evitar que las reconozcan, para tenerlas fuera del alcance de la
|
|
autoridad que, aunque injusta y arbitraria, puede dar un disgusto a las
|
|
amas.
|
|
|
|
--¿Y esas mujeres vivirán mal?
|
|
|
|
--Muy mal; duermen en cualquier rincón amontonadas, no comen apenas;
|
|
les dan unas palizas brutales; y cuando envejecen y ven que ya no
|
|
tienen éxito, las cogen y las llevan a otro pueblo sigilosamente.
|
|
|
|
--¡Qué vida! ¡Qué horror!--murmuró Lulú.
|
|
|
|
--Luego todas estas amas de prostíbulo--siguió diciendo Andrés--,
|
|
tienen la tendencia de martirizar a las pupilas. Hay algunas que
|
|
llevan un vergajo, como un cabo de vara, para imponer el orden. Hoy he
|
|
visitado una casa de la calle de Barcelona, en donde el matón es un
|
|
hombre afeminado a quien llaman el Cotorrita, que ayuda a la celestina
|
|
al secuestro de las mujeres. Este invertido se viste de mujer, se pone
|
|
pendientes, porque tiene agujeros en las orejas, y va a la caza de
|
|
muchachas.
|
|
|
|
--Qué tipo.
|
|
|
|
--Es una especie de halcón. Este eunuco, por lo que me han contado las
|
|
mujeres de la casa, es de una crueldad terrible con ellas, y las tiene
|
|
aterrorizadas--. Aquí, me ha dicho el Cotorrita, no se da de baja a
|
|
ninguna mujer.--¿Por qué?--le he preguntado yo.--Porque no--; y me ha
|
|
enseñado un billete de cinco duros. Yo he seguido interrogando a las
|
|
pupilas y he mandado al hospital a cuatro. Las cuatro estaban enfermas.
|
|
|
|
--¿Pero esas mujeres no tienen alguna defensa?
|
|
|
|
--Ninguna; ni nombre, ni estado civil, ni nada. Las llaman como
|
|
quieren; todas responden a nombres falsos; Blanca, Marina, Estrella,
|
|
África... En cambio, las celestinas y los matones están protegidos por
|
|
la policía, formada por chulos y por criados de políticos.
|
|
|
|
--¿Vivirán poco todas ellas?--dijo Lulú.
|
|
|
|
--Muy poco. Todas estas mujeres tienen una mortalidad terrible; cada
|
|
ama de esas casas de prostitución ha visto sucederse y sucederse
|
|
generaciones de mujeres; las enfermedades, la cárcel, el hospital, el
|
|
alcohol, va mermando esos ejércitos. Mientras la celestina se conserva
|
|
agarrada a la vida, todas esas carnes blancas, todos esos cerebros
|
|
débiles y sin tensión van cayendo al pudridero.
|
|
|
|
--¿Y cómo no se escapan al menos?
|
|
|
|
--Porque están cogidas por las deudas. El burdel es un pulpo que sujeta
|
|
con sus tentáculos a estas mujeres bestias y desdichadas. Si se escapan
|
|
las denuncian como ladronas, y toda la canalla de curiales las condena.
|
|
Luego estas celestinas tienen recursos. Según me han dicho en esa
|
|
casa de la calle de Barcelona, había hace días una muchacha reclamada
|
|
por sus padres desde Sevilla en el Juzgado, y mandaron a otra, algo
|
|
parecida físicamente a ella, que dijo al juez que ella vivía con un
|
|
hombre muy bien, y que no quería volver a su casa.
|
|
|
|
--¡Qué gente!
|
|
|
|
--Todo eso es lo que queda de moro y de judío en el español; el
|
|
considerar a la mujer como una presa, la tendencia al engaño, a la
|
|
mentira... Es la consecuencia de la impostura semítica; tenemos la
|
|
religión semítica, tenemos sangre semita. De ese fermento malsano,
|
|
complicado con nuestra pobreza, nuestra ignorancia y nuestra vanidad,
|
|
vienen todos los males.
|
|
|
|
--¿Y esas mujeres son engañadas de verdad por sus novios?--preguntó
|
|
Lulú, a quien preocupaba más el aspecto individual que el social.
|
|
|
|
--No; en general no. Son mujeres que no quieren trabajar; mejor
|
|
dicho, que no pueden trabajar. Todo se desarrolla en una perfecta
|
|
inconsciencia. Claro que nada de esto tiene el aire sentimental y
|
|
trágico que se le supone. Es una cosa brutal, imbécil, puramente
|
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económica, sin ningún aspecto novelesco. Lo único grande, fuerte,
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terrible, es que a todas estas mujeres les queda una idea de la honra
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como algo formidable suspendido sobre sus cabezas. Una mujer ligera
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de otro país, al pensar en su juventud seguramente, dirá: Entonces yo
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era joven, bonita, sana. Aquí dicen: Entonces no estaba deshonrada.
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Somos una raza de fanáticos, y el fanatismo de la honra es de los más
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fuertes. Hemos fabricado ídolos que ahora nos mortifican.
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--¿Y eso no se podía suprimir?--dijo Lulú.
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--¿El qué?
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--El que haya esas casas.
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--¡Cómo se va a impedir! Pregúntele usted al señor obispo de Trebisonda
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o al director de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, o a la
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presidenta de la trata de blancas, y le dirán: Ah, es un mal necesario.
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Hija mía, hay que tener humildad. No debemos tener el orgullo de creer
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que sabemos más que los antiguos... Mi tío Iturrioz, en el fondo, está
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en lo cierto cuando dice riendo que el que las arañas se coman a las
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moscas no indica más que la perfección de la naturaleza.
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Lulú miraba con pena a Andrés cuando hablaba con tanta amargura.
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--Debía usted dejar ese destino--le decía.
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--Sí; al fin lo tendré que dejar.
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VIII
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LA MUERTE DE VILLASÚS
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CON pretexto de estar enfermo, Andrés abandonó el empleo, y por
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influencia de Julio Aracil le hicieron médico de La Esperanza, Sociedad
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para la asistencia facultativa de gente pobre.
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No tenía en este nuevo cargo tantos motivos para sus indignaciones
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éticas, pero, en cambio, la fatiga era terrible; había que hacer
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treinta y cuarenta visitas al día en los barrios más lejanos; subir
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escaleras y escaleras, entrar en tugurios infames...
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En verano sobre todo, Andrés quedaba reventado. Aquella gente de las
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casas de vecindad, miserable, sucia, exasperada por el calor, se
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hallaba siempre dispuesta a la cólera. El padre o la madre que veía
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que el niño se le moría, necesitaba descargar en alguien su dolor, y
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lo descargaba en el médico. Andrés algunas veces oía con calma las
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reconvenciones, pero otras veces se encolerizaba y les decía la verdad:
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que eran unos miserables y unos cerdos; que no se levantarían nunca de
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su postración por su incuria y su abandono.
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Iturrioz tenía razón: la naturaleza, no sólo hacía el esclavo, sino que
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le daba el espíritu de la esclavitud.
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Andrés había podido comprobar en Alcolea como en Madrid que, a medida
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que el individuo sube, los medios que tiene de burlar las leyes comunes
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se hacen mayores. Andrés pudo evidenciar que la fuerza de la ley
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disminuye proporcionalmente al aumento de medios del triunfador. La
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ley es siempre más dura con el débil. Automáticamente pesa sobre el
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miserable. Es lógico que el miserable por instinto odie la ley.
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Aquellos desdichados no comprendían todavía que la solidaridad del
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pobre podía acabar con el rico, y no sabían más que lamentarse
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estérilmente de su estado.
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La cólera y la irritación se habían hecho crónicas en Andrés; el calor,
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el andar al sol le producían una sed constante que le obligaba a beber
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cerveza y cosas frías que le estragaban el estómago.
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Ideas absurdas de destrucción le pasaban por la cabeza. Los domingos,
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sobre todo cuando cruzaba entre la gente a la vuelta de los toros,
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pensaba en el placer que sería para él poner en cada bocacalle una
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media docena de ametralladoras, y no dejar uno de los que volvían de la
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estúpida y sangrienta fiesta.
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Toda aquella sucia morralla de chulos eran los que vociferaban en los
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cafés antes de la guerra, los que soltaron baladronadas y bravatas para
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luego quedarse en sus casas tan tranquilos. La moral del espectador
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de corrida de toros se había revelado en ellos; la moral del cobarde
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que exige valor en otro, en el soldado en el campo de batalla, en
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el histrión, o en el torero en el circo. A aquella turba de bestias
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crueles y sanguinarias, estúpidas y petulantes, le hubiera impuesto
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Hurtado el respeto al dolor ajeno por la fuerza.
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El oasis de Andrés era la tienda de Lulú. Allí, en la obscuridad y a la
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fresca, se sentaba y hablaba.
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Lulú mientras tanto, cosía, y, si llegaba alguna compradora, despachaba.
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Algunas noches Andrés acompañó a Lulú y a su madre al paseo de Rosales.
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Lulú y Andrés se sentaban juntos, y hablaban contemplando la hondonada
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negra que se extendía ante ellos.
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Lulú miraba aquella líneas de luces interrumpidas de las carreteras
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y de los arrabales, y fantaseaba suponiendo que había un mar con sus
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islas, y que se podía andar en lancha por encima de estas sombras
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confusas.
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Después de charlar largo rato volvían en el tranvía, y en la glorieta
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de San Bernardo se despedían estrechándose la mano.
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Quitando estas horas de paz y de tranquilidad, todas las demás eran
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para Andrés de disgusto y de molestia...
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Un día, al visitar una guardilla de barrios bajos, al pasar por el
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corredor de una casa de vecindad, una mujer vieja, con un niño en
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brazos, se le acercó y le dijo si quería pasar a ver un enfermo.
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Andrés no se negaba nunca a esto, y entró en el otro tabuco. Un hombre
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demacrado, famélico, sentado en un camastro, cantaba y recitaba versos.
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De cuando en cuando se levantaba en camisa, e iba de un lado a otro
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tropezando con dos o tres cajones que había en el suelo.
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--¿Qué tiene este hombre?--preguntó Andrés a la mujer.
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--Está ciego y ahora parece que se ha vuelto loco.
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--¿No tiene familia?
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--Una hermana mía y yo; somos hijas suyas.
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--Pues por este hombre no se puede hacer nada--dijo Andrés--. Lo único
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sería llevarlo al hospital o a un manicomio. Ya mandaré una nota al
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director del hospital. ¿Cómo se llama el enfermo?
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--Villasús, Rafael Villasús.
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--¿Este es un señor que hacía dramas?
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--Sí.
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Andrés lo recordó en aquel momento. Había envejecido en diez o doce
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años de una manera asombrosa; pero aún la hija había envejecido más.
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Tenía un aire de insensibilidad y de estupor, que sólo un aluvión de
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miserias puede dar a una criatura humana.
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Andrés se fué de la casa pensativo.
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--¡Pobre, hombre!--se dijo--. ¡Qué desdichado! ¡Este pobre diablo,
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empeñado en desafiar a la riqueza, es extraordinario! ¡Qué caso de
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heroísmo más cómico! Y quizá si pudiera discurrir pensaría que ha hecho
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bien; que la situación lamentable en que se encuentra es un timbre de
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gloria de su bohemia. ¡Pobre imbécil!
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Siete u ocho días después, al volver a visitar al niño enfermo, que
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había recaído, le dijeron que el vecino de la guardilla, Villasús,
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había muerto.
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Los inquilinos de los cuartuchos le contaron que el poeta loco,
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como le llamaban en la casa, había pasado tres días con tres noches
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vociferando, desafiando a sus enemigos literarios, riendo a carcajadas.
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Andrés entró a ver al muerto. Estaba tendido en el suelo, envuelto en
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una sábana. La hija, indiferente, se mantenía acurrucada en un rincón.
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Unos cuantos desharrapados, entre ellos uno melenudo, rodeaban el
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cadáver.
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--¿Es usted el médico?--le preguntó uno de ellos a Andrés, con
|
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impertinencia.
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--Sí; soy médico.
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--Pues reconozca usted el cuerpo, porque creemos que Villasús no está
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muerto. Esto es un caso de catalepsia.
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--No digan ustedes necedades--dijo Andrés.
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Todos aquellos desharrapados que debían ser bohemios, amigos de
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Villasús, habían hecho horrores con el cadáver: le habían quemado los
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dedos con fósforos para ver si tenía sensibilidad. Ni aun después de
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muerto, al pobre diablo lo dejaban en paz.
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Andrés, a pesar de que tenía el convencimiento de que no había tal
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catalepsia, sacó el estetoscopio y auscultó al cadáver en la zona del
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corazón.
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--Está muerto--dijo.
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En esto entró un viejo de melena blanca y barba también blanca,
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cojeando, apoyado en un bastón. Venía borracho completamente. Se acercó
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al cadáver de Villasús, y con una voz melodramática gritó:
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--¡Adiós, Rafael! ¡Tú eras un poeta! ¡Tú eras un genio! ¡Así moriré yo
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también! ¡En la miseria!, porque soy un bohemio y no venderé nunca mi
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conciencia. No.
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Los desharrapados se miraban unos a otros como satisfechos del giro que
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tomaba la escena.
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Seguía desvariando el viejo de las melenas, cuando se presentó el mozo
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del coche fúnebre, con el sombrero de copa echado a un lado, el látigo
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en la mano derecha y la colilla en los labios.
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--Bueno--dijo hablando en chulo, enseñando los dientes negros--. ¿Se va
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a bajar el cadáver o no? Porque yo no puedo esperar aquí; que hay que
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llevar otros muertos al Este.
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Uno de los desharrapados, que tenía un cuello postizo, bastante sucio,
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que le salía de la chaqueta, y unos lentes, acercándose a Hurtado le
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dijo con una afectación ridícula:
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--Viendo estas cosas, dan ganas de ponerse una bomba de dinamita en el
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velo del paladar.
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La desesperación de este bohemio le pareció a Hurtado demasiado
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alambicada para ser sincera, y dejando a toda esta turba de
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desharrapados en la guardilla, salió de la casa.
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|
IX
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|
AMOR, TEORÍA Y PRÁCTICA
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ANDRÉS divagaba, lo que era su gran placer, en la tienda de Lulú. Ella
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le oía sonriente, haciendo de cuando en cuando alguna objeción. Le
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llamaba siempre en burla don Andrés.
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--Tengo una pequeña teoría acerca del amor--le dijo un día él.
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--Acerca del amor debía usted tener una teoría grande--repuso
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burlonamente Lulú.
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--Pues no la tengo. He encontrado que en el amor, como en la medicina
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de hace ochenta años, hay dos procedimientos: la alopatía y la
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homeopatía.
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--Explíquese usted claro, don Andrés--replicó ella con severidad.
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--Me explicaré. La alopatía amorosa está basada en la neutralización.
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Los contrarios se curan con los contrarios. Por este principio, el
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hombre pequeño busca mujer grande, el rubio, mujer morena, y el moreno,
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rubia. Este procedimiento es el procedimiento de los tímidos, que
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desconfían de sí mismos... El otro procedimiento...
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--Vamos a ver el otro procedimiento.
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--El otro procedimiento es el homeopático. Los semejantes se curan con
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los semejantes. Este es el sistema de los satisfechos de su físico.
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El moreno con la morena, el rubio con la rubia. De manera que, si mi
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teoría es cierta, servirá para conocer a la gente.
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--¿Sí?
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--Sí; se ve un hombre gordo, moreno y chato, al lado de una mujer
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gorda, morena y chata, pues es un hombre petulante y seguro de sí
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mismo; pero el hombre gordo, moreno y chato tiene una mujer flaca,
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rubia y nariguda, es que no tiene confianza en su tipo ni en la forma
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de su nariz.
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--De manera que yo, que soy morena y algo chata...
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--No; usted no es chata.
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--¿Algo tampoco?
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--No.
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--Muchas gracias, don Andrés. Pues bien; yo que soy morena, y creo que
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algo chata, aunque usted diga que no, si fuera petulante, me gustaría
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ese mozo de la peluquería de la esquina, y si fuera completamente
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humilde, me gustaría el farmacéutico, que tiene unas buenas napias.
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--Usted no es un caso normal.
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--¿No?
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--No.
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--¿Pues qué soy?
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--Un caso de estudio.
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--Yo seré un caso de estudio; pero nadie me quiere estudiar.
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--¿Quiere usted que la estudie yo, Lulú?
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Ella contempló durante un momento a Andrés, con una mirada enigmática,
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|
y luego se echó a reir.
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--Y usted, don Andrés, que es un sabio, que ha encontrado esas teorías
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sobre el amor, ¿qué es eso del amor?
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--¿El amor?
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--Sí.
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--Pues el amor, y le voy a parecer a usted un pedante, es la
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confluencia del instinto fetichista y del instinto sexual.
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--No comprendo.
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--Ahora viene la explicación. El instinto sexual empuja el hombre a la
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mujer y la mujer al hombre, indistintamente; pero el hombre que tiene
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un poder de fantasear, dice: esa mujer, y la mujer dice: ese hombre.
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Aquí empieza el instinto fetichista; sobre el cuerpo de la persona
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elegida porque sí, se forja otro más hermoso y se le adorna y se le
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embellece, y se convence uno de que el ídolo forjado por la imaginación
|
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es la misma verdad. Un hombre que ama a una mujer la ve en su interior
|
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deformada, y la mujer que quiere al hombre le pasa lo mismo, lo
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deforma. A través de una nube brillante y falsa, se ven los amantes el
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uno al otro, y en la obscuridad ríe el antiguo diablo, que no es más
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que la especie.
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--¡La especie! ¿Y qué tiene que ver ahí la especie?
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--El instinto de la especie es la voluntad de tener hijos, de tener
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descendencia. La principal idea de la mujer es el hijo. La mujer
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instintivamente quiere primero el hijo; pero la naturaleza necesita
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vestir este deseo con otra forma más poética, más sugestiva, y crea
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esas mentiras, esos velos que constituyen el amor.
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--¿De manera que el amor en el fondo es un engaño?
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--Sí; es un engaño como la misma vida; por eso alguno ha dicho, con
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razón: una mujer es tan buena como otra y a veces más; lo mismo se
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puede decir del hombre: un hombre es tan bueno como otro y a veces más.
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--Eso será para la persona que no quiere.
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|
--Claro, para el que no está ilusionado, engañado... Por eso sucede que
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|
los matrimonios de amor producen más dolores y desilusiones que los de
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conveniencia.
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--¿De verdad cree usted eso?
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|
--Sí.
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--¿Y a usted qué le parece que vale más, engañarse y sufrir o no
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|
engañarse nunca?
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--No sé. Es difícil saberlo. Creo que no puede haber una regla general.
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|
Estas conversaciones les entretenían.
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|
Una mañana, Andrés se encontró en la tienda con un militar joven
|
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hablando con Lulú. Durante varios días lo siguió viendo. No quiso
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preguntar quién era, y sólo cuando lo dejó de ver se enteró de que era
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primo de Lulú.
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En este tiempo Andrés empezó a creer que Lulú estaba displicente con
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|
él. Quizá pensaba en el militar.
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Andrés quiso perder la costumbre de ir a la tienda de confecciones,
|
|
pero no pudo. Era el único sitio agradable donde se encontraba bien...
|
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Un día de otoño, por la mañana, fué a pasear por la Moncloa. Sentía esa
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|
melancolía, un poco ridícula, del solterón. Un vago sentimentalismo
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anegaba su espíritu al contemplar el campo, el cielo puro y sin nubes,
|
|
el Guadarrama azul como una turquesa.
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|
Pensó en Lulú, y decidió ir a verla. Era su única amiga. Volvió hacia
|
|
Madrid, hasta la calle del Pez, y entró en la tiendecita.
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|
Estaba Lulú sola, limpiando con el plumero los armarios. Andrés se
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|
sentó en su sitio.
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|
--Está usted muy bien hoy, muy guapa--dijo de pronto Andrés.
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|
|
|
--¿Qué hierba ha pisado usted, don Andrés, para estar tan amable?
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|
--Verdad. Está usted muy bien. Desde que está usted aquí se va usted
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|
humanizando. Antes tenía usted una expresión muy satírica, muy burlona,
|
|
pero ahora no; se le va poniendo a usted una cara más dulce. Yo creo
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|
que de tratar así con las madres que vienen a comprar gorritos para sus
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|
hijos se le va poniendo a usted una cara maternal.
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|
|
--Y, ya ve usted, es triste hacer siempre gorritos para los hijos de
|
|
los demás.
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|
--Qué ¿querría usted más que fueran para sus hijos?
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|
|
--Si pudiera ser, ¿por qué no? Pero yo no tendré hijos nunca. ¿Quién me
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|
va a querer a mí?
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|
--El farmacéutico del café, el teniente... puede usted echárselas de
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|
modesta, y anda usted haciendo conquistas...
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--¿Yo?
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--Usted, sí.
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|
Lulú siguió limpiando los estantes con el plumero.
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|
--¿Me tiene usted odio, Lulú?--dijo Hurtado.
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|
--Sí; porque me dice tonterías.
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--Deme usted la mano.
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|
--¿La mano?
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|
|
--Sí.
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|
--Ahora siéntese usted a mi lado.
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|
--¿A su lado de usted?
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|
|
--Sí.
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|
--Ahora míreme usted a los ojos. Lealmente.
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|
|
--Ya le miro a los ojos. ¿Hay más que hacer?
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|
|
--¿Usted cree que no la quiero a usted, Lulú?
|
|
|
|
--Sí..., un poco..., ve usted que no soy una mala muchacha..., pero
|
|
nada más.
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|
|
--¿Y si hubiera algo más? Si yo la quisiera a usted con cariño, con
|
|
amor, ¿qué me contestaría usted?
|
|
|
|
--No; no es verdad. Usted no me quiere. No me diga usted eso.
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|
|
|
--Sí, sí; es verdad--y acercando la cabeza de Lulú a él, la besó en la
|
|
boca.
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Lulú enrojeció violentamente, luego palideció y se tapó la cara con las
|
|
manos.
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--Lulú, Lulú--dijo Andrés--. ¿Es que la he ofendido a usted?
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|
|
|
Lulú se levantó y paseó un momento por la tienda, sonriendo.
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|
--Ve usted, Andrés; esa locura, ese engaño que dice usted que es el
|
|
amor, lo he sentido yo por usted desde que le vi.
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|
--¿De verdad?
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|
--Sí, de verdad.
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--¿Y yo ciego?
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|
--Sí; ciego, completamente ciego.
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|
|
Andrés tomó la mano de Lulú entre las suyas y las llevó a sus labios.
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|
Hablaron los dos largo rato, hasta que se oyó la voz de doña Leonarda.
|
|
|
|
--Me voy--dijo Andrés, levantándose.
|
|
|
|
--Adiós--exclamó ella, estrechándose contra él--. Y ya no me dejes más,
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|
Andrés. Donde tú vayas, llévame.
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|
|
SÉPTIMA PARTE
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|
|
|
La experiencia del hijo.
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|
|
|
|
I
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|
EL DERECHO A LA PROLE
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|
UNOS días más tarde Andrés se presentaba en casa de su tío.
|
|
Gradualmente llevó la conversación a tratar de cuestiones
|
|
matrimoniales, y después dijo:
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|
|
--Tengo un caso de conciencia.
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|
|
--¡Hombre!
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|
|
--Sí. Figúrese usted que un señor a quien visito, todavía joven, pero
|
|
hombre artrítico, nervioso, tiene una novia, antigua amiga suya, débil
|
|
y algo histérica. Y este señor me pregunta: ¿Usted cree que me puedo
|
|
casar? Y yo no sé qué contestarle.
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|
|
--Yo le diría que no--contestó Iturrioz--. Ahora, que él hiciera
|
|
después lo que quisiera.
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|
|
--Pero hay que darle una razón.
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|
|
--¡Qué más razón! Él es casi un enfermo, ella también, él vacila...
|
|
basta; que no se case.
|
|
|
|
--No, eso no basta.
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|
|
--Para mí sí; yo pienso en el hijo; yo no creo, como Calderón, que
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|
el delito mayor del hombre sea el haber nacido. Esto me parece una
|
|
tontería poética. El delito mayor del hombre es hacer nacer.
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|
--¿Siempre? ¿Sin excepción?
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|
|
--No. Para mí el criterio es éste: Se tienen hijos sanos a quienes se
|
|
les da un hogar, protección, educación, cuidados... podemos otorgar
|
|
la absolución a los padres; se tienen hijos enfermos, tuberculosos,
|
|
sifilíticos, neurasténicos, consideremos criminales a los padres.
|
|
|
|
--¿Pero eso se puede saber con anterioridad?
|
|
|
|
--Sí, yo creo que sí.
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|
--No lo veo tan fácil.
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|
|
--Fácil no es; pero sólo el peligro, sólo la posibilidad de engendrar
|
|
una prole enfermiza, debía bastar al hombre para no tenerla. El
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|
perpetuar el dolor en el mundo me parece un crimen.
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|
|
--¿Pero puede saber nadie cómo será su descendencia? Ahí tengo yo un
|
|
amigo enfermo, estropeado, que ha tenido hace poco una niña sana,
|
|
fortísima.
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--Eso es muy posible. Es frecuente que un hombre robusto tenga hijos
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raquíticos, y al contrario; pero no importa. La única garantía de la
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prole es la robustez de los padres.
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--Me choca en un anti-intelectualista como usted esa actitud tan de
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intelectual--dijo Andrés.
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--A mí también me choca en un intelectual como tú esa actitud de hombre
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de mundo. Yo te confieso, para mí nada tan repugnante como esa bestia
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prolífica, que entre vapores de alcohol va engendrando hijos que hay
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que llevar al cementerio o que si no, van a engrosar los ejércitos
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del presidio y de la prostitución. Yo tengo verdadero odio a esa
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gente sin conciencia, que llena de carne enferma y podrida la tierra.
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Recuerdo una criada de mi casa; se casó con un idiota borracho, que no
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podía sostenerse a sí mismo porque no sabía trabajar. Ella y él eran
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cómplices de chiquillos enfermizos y tristes, que vivían entre harapos,
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y aquel idiota venía a pedirme dinero creyendo que era un mérito ser
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padre de su abundante y repulsiva prole. La mujer, sin dientes, con el
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vientre constantemente abultado, tenía una indiferencia de animal para
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los embarazos, los partos y las muertes de los niños. ¿Se ha muerto
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uno? Pues se hace otro--decía cínicamente. No, no debe ser lícito
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engendrar seres que vivan en el dolor.
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--Yo creo lo mismo.
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--La fecundidad no puede ser un ideal social. No se necesita cantidad
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sino calidad. Que los patriotas y los revolucionarios canten al bruto
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prolífico, para mí siempre será un animal odioso.
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--Todo eso está bien--murmuró Andrés--; pero no resuelve mi problema.
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¿Qué le digo yo a ese hombre?
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--Yo le diría: Cásese usted si quiere; pero no tenga usted hijos.
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Esterilice usted su matrimonio.
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--Es decir, que nuestra moral acaba por ser inmoral. Si Tolstoi le
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oyera, le diría: Es usted un canalla de la facultad.
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--¡Bah! Tolstoi es un apóstol y los apóstoles dicen las verdades suyas,
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que, generalmente, son tonterías para los demás. Yo a ese amigo tuyo
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le hablaría claramente; le diría: ¿Es usted un hombre egoísta, un poco
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cruel, fuerte, sano, resistente para el dolor propio e incomprensivo
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para los padecimientos ajenos? ¿Sí? Pues cásese usted, tenga usted
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hijos: será usted un buen padre de familia... Pero si es usted un
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hombre impresionable, nervioso, que siente demasiado el dolor, entonces
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no se case usted, y, si se casa, no tenga hijos.
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Andrés salió de la azotea aturdido. Por la tarde escribió a Iturrioz
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una carta diciéndole que el artrítico que se casaba era él.
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|
II
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LA VIDA NUEVA
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A Hurtado no le preocupaban gran cosa las cuestiones de forma, y no
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tuvo ningún inconveniente en casarse en la iglesia, como quería doña
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Leonarda. Antes de casarse llevó a Lulú a ver a su tío Iturrioz y
|
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simpatizaron.
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Ella le dijo a Iturrioz:
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--A ver si encuentra usted para Andrés algún trabajo en que tenga que
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salir poco de casa, porque haciendo visitas está siempre de un humor
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malísimo.
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Iturrioz encontró el trabajo, que consistía en traducir artículos y
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libros para una revista médica que publicaba al mismo tiempo obras
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nuevas de especialidades.
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--Ahora te darán dos o tres libros en francés para traducir--le dijo
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Iturrioz--; pero vete aprendiendo el inglés, porque dentro de unos
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meses te encargarán alguna traducción en este idioma y entonces, si
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necesitas, te ayudaré yo.
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--Muy bien. Se lo agradezco a usted mucho.
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|
Andrés dejó su cargo en la Sociedad La Esperanza. Estaba deseándolo;
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tomó una casa en el barrio de Pozas, no muy lejos de la tienda de Lulú.
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Andrés pidió al casero que de los tres cuartos que daban a la calle le
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|
hiciera uno, y que no le empapelara el local que quedase después, sino
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que lo pintara de un color cualquiera.
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|
Este cuarto sería la alcoba, el despacho, el comedor para el
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matrimonio. La vida en común la harían constantemente allí.
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--La gente hubiera puesto aquí la sala y el gabinete y después se
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hubieran ido a dormir al sitio peor de la casa--decía Andrés.
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Lulú miraba estas disposiciones higiénicas como fantasías, chifladuras;
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tenía una palabra especial para designar las extravagancias de su
|
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marido.
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--¡Qué hombre más ideático!--decía.
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Andrés pidió prestado a Iturrioz algún dinero para comprar muebles.
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--¿Cuánto necesitas?--le dijo el tío.
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--Poco; quiero muebles que indiquen pobreza; no pienso recibir a nadie.
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Al principio doña Leonarda quiso ir a vivir con Lulú y con Andrés; pero
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éste se opuso.
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--No, no--dijo Andrés--; que vaya con tu hermana y con don Prudencio.
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|
Estará mejor.
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--¡Qué hipócrita! Lo que sucede es que no la quieres a mamá.
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--Ah, claro. Nuestra casa ha de tener una temperatura distinta a la
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|
de la calle. La suegra sería una corriente de aire frío. Que no entre
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nadie, ni de tu familia ni de la mía.
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--¡Pobre mamá! ¡Qué idea tienes de ella!--decía riendo Lulú.
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--No; es que no tenemos el mismo concepto de las cosas; ella cree que
|
|
se debe vivir para fuera y yo no.
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|
Lulú, después de vacilar un poco, se entendió con su antigua amiga y
|
|
vecina la Venancia y la llevó a su casa. Era una vieja muy fiel, que
|
|
tenía cariño a Andrés y a Lulú.
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--Si le preguntan por mí--le decía Andrés--diga usted siempre que no
|
|
estoy.
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--Bueno, señorito.
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|
Andrés estaba dispuesto a cumplir bien en su nueva ocupación de
|
|
traductor.
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Aquel cuarto aireado, claro, donde entraba el sol, en donde tenía sus
|
|
libros, sus papeles, le daba ganas de trabajar.
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|
Ya no sentía la impresión de animal acosado, que había sido en él
|
|
habitual. Por la mañana tomaba un baño y luego se ponía a traducir.
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Lulú volvía de la tienda y la Venancia les servía la comida.
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--Coma usted con nosotros--le decía Andrés.
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--No, no.
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Hubiera sido imposible convencer a la vieja de que se podía sentar a la
|
|
mesa con sus amos.
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|
Después de comer, Andrés acompañaba a Lulú a la tienda y luego volvía
|
|
a trabajar en su cuarto.
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Varias veces le dijo a Lulú que ya tenían bastante para vivir con lo
|
|
que ganaba él, que podían dejar la tienda; pero ella no quería.
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--¿Quién sabe lo que puede ocurrir?--decía Lulú--; hay que ahorrar, hay
|
|
que estar prevenidos por si acaso.
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|
De noche aún quería Lulú trabajar algo en la máquina; pero Andrés no se
|
|
lo permitía.
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|
Andrés estaba cada vez más encantado de su mujer, de su vida y de
|
|
su casa. Ahora le asombraba cómo no había notado antes aquellas
|
|
condiciones de arreglo, de orden y de economía de Lulú.
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|
|
|
Cada vez trabajaba con más gusto. Aquel cuarto grande le daba la
|
|
impresión de no estar en una casa con vecinos y gente fastidiosa, sino
|
|
en el campo, en algún sitio lejano.
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|
|
Andrés hacía sus trabajos con gran cuidado y calma. En la redacción de
|
|
la revista le habían prestado varios diccionarios científicos modernos
|
|
e Iturrioz le dejó dos o tres de idiomas, que le servían mucho.
|
|
|
|
Al cabo de algún tiempo, no sólo tenía que hacer traducciones, sino
|
|
estudios originales, casi siempre sobre datos y experiencias obtenidos
|
|
por investigadores extranjeros.
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|
|
Muchas veces se acordaba de lo que decía Fermín Ibarra; de los
|
|
descubrimientos fáciles que se desprenden de los hechos anteriores
|
|
sin esfuerzo. ¿Por qué no había experimentadores en España, cuando la
|
|
experimentación para dar fruto no exigía más que dedicarse a ella?
|
|
|
|
Sin duda faltaban laboratorios, talleres para seguir el proceso
|
|
evolutivo de una rama de la ciencia; sobraba también un poco de sol,
|
|
un poco de ignorancia y bastante de la protección del Santo Padre que,
|
|
generalmente, es muy útil para el alma, pero muy perjudicial para la
|
|
ciencia y para la industria.
|
|
|
|
Estas ideas, que hacía tiempo le hubieran producido indignación y
|
|
cólera, ya no le exasperaban.
|
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|
|
Andrés se encontraba tan bien, que sentía temores. ¿Podía durar esta
|
|
vida tranquila? ¿Habría llegado a fuerza de ensayos a una existencia,
|
|
no sólo soportable, sino agradable y sensata?
|
|
|
|
Su pesimismo le hacía pensar que la calma no iba a ser duradera.
|
|
|
|
--Algo va a venir el mejor día--pensaba--que va a descomponer este
|
|
bello equilibrio.
|
|
|
|
Muchas veces se le figuraba que en su vida había una ventana abierta a
|
|
un abismo. Asomándose a ella, el vértigo y el horror se apoderaban de
|
|
su alma.
|
|
|
|
Por cualquier cosa, con cualquier motivo, temía que este abismo se
|
|
abriera de nuevo a sus pies.
|
|
|
|
Para Andrés todos los allegados eran enemigos; realmente la suegra,
|
|
Niní, su marido, los vecinos, la portera, miraban el estado feliz del
|
|
matrimonio, como algo ofensivo para ellos.
|
|
|
|
--No hagas caso de lo que te digan--recomendaba Andrés a su mujer--.
|
|
Un estado de tranquilidad como el nuestro es una injuria para toda
|
|
esa gente que vive en una perpetua tragedia de celos, de envidias, de
|
|
tonterías. Ten en cuenta que han de querer envenenarnos.
|
|
|
|
--Lo tendré en cuenta--replicaba Lulú, que se burlaba de la grave
|
|
recomendación de su marido.
|
|
|
|
Niní, algunos domingos, por la tarde, invitaba a su hermana a ir al
|
|
teatro.
|
|
|
|
--¿Andrés, no quiere venir?--preguntaba Niní.
|
|
|
|
--No. Está trabajando.
|
|
|
|
--Tu marido es un erizo.
|
|
|
|
--Bueno; dejadle.
|
|
|
|
Al volver Lulú por la noche contaba a su marido lo que había visto.
|
|
Andrés hacía alguna reflexión filosófica que a Lulú le parecía muy
|
|
cómica, cenaban y después de cenar paseaban los dos un momento.
|
|
|
|
El verano, salían casi todos los días al anochecer. Al concluir
|
|
su trabajo, Andrés iba a buscar a Lulú a la tienda, dejaban en el
|
|
mostrador a la muchacha y se marchaban a corretear por el Canalillo o
|
|
la Dehesa de Amaniel.
|
|
|
|
Otras noches entraban en los cinematógrafos de Chamberí, y Andrés oía
|
|
entretenido los comentarios de Lulú, que tenían esa gracia madrileña
|
|
ingenua y despierta que no se parece en nada a las groserías estúpidas
|
|
y amaneradas de los especialistas en madrileñismo.
|
|
|
|
Lulú le producía a Andrés grandes sorpresas; jamás hubiera supuesto que
|
|
aquella muchacha, tan atrevida al parecer, fuera íntimamente de una
|
|
timidez tan completa.
|
|
|
|
Lulú tenía una idea absurda de su marido, lo consideraba como un
|
|
portento.
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|
|
|
Una noche que se les hizo tarde, al volver del Canalillo, se
|
|
encontraron en un callejón sombrío, que hay cerca del abandonado
|
|
cementerio de la Patriarcal, con dos hombres de mal aspecto. Estaba
|
|
ya obscuro; un farol medio caído, sujeto en la tapia del camposanto,
|
|
iluminaba el camino, negro por el polvo del carbón y abierto entre dos
|
|
tapias. Uno de los hombres se les acercó a pedirles limosna de una
|
|
manera un tanto sospechosa. Andrés contestó que no tenía un cuarto y
|
|
sacó la llave de casa del bolsillo, que brilló como si fuera el cañón
|
|
de un revólver.
|
|
|
|
Los dos hombres no se atrevieron a atacarles, y Lulú y Andrés pudieron
|
|
llegar a la calle de San Bernardo sin el menor tropiezo.
|
|
|
|
--¿Has tenido miedo, Lulú?--le preguntó Andrés.
|
|
|
|
--Sí; pero no mucho. Como iba contigo...
|
|
|
|
--Qué espejismo--pensó él--, mi mujer cree que soy un Hércules.
|
|
|
|
Todos los conocidos de Lulú y de Andrés se maravillaban de la armonía
|
|
del matrimonio.
|
|
|
|
--Hemos llegado a querernos de verdad--decía Andrés--, porque no
|
|
teníamos interés en mentir.
|
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|
|
|
|
III
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|
|
|
EN PAZ
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|
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|
|
PASARON muchos meses y la paz del matrimonio no se turbó.
|
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|
|
Andrés estaba desconocido. El método de vida, el no tener que sufrir
|
|
el sol, ni subir escaleras, ni ver miserias, le daba una impresión de
|
|
tranquilidad, de paz.
|
|
|
|
Explicándose como un filósofo, hubiera dicho que la sensación de
|
|
conjunto de su cuerpo, la _cenesthesia_ era en aquel momento pasiva,
|
|
tranquila, dulce. Su bienestar físico le preparaba para ese estado
|
|
de perfección y de equilibrio intelectual, que los epicúreos y los
|
|
estoicos griegos llamaron _ataraxia_, el paraíso del que no cree.
|
|
|
|
Aquel estado de serenidad le daba una gran lucidez y mucho método en
|
|
sus trabajos. Los estudios de síntesis que hizo para la revista médica
|
|
tuvieron gran éxito. El director le alentó para que siguiera por
|
|
aquel camino. No quería ya que tradujera, sino que hiciera trabajos
|
|
originales para todos los números.
|
|
|
|
Andrés y Lulú no tenían nunca la menor riña; se entendían muy bien.
|
|
Sólo en cuestiones de higiene y alimentación, ella no le hacía mucho
|
|
caso a su marido.
|
|
|
|
--Mira, no comas tanta ensalada--le decía él.
|
|
|
|
--¿Por qué? Si me gusta.
|
|
|
|
--Sí; pero no te conviene ese ácido. Eres artrítica como yo.
|
|
|
|
--¡Ah, tonterías!
|
|
|
|
--No son tonterías.
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|
|
Andrés daba todo el dinero que ganaba a su mujer.
|
|
|
|
--A mí no me compres nada--le decía.
|
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|
--Pero necesitas...
|
|
|
|
--Yo no. Si quieres comprar, compra algo para la casa o para ti.
|
|
|
|
Lulú seguía con la tiendecita; iba y venía del obrador a su casa, unas
|
|
veces de mantilla, otras con un sombrero pequeño.
|
|
|
|
Desde que se había casado estaba de mejor aspecto; como andaba más
|
|
al aire libre tenía un color sano. Además, su aire satírico se había
|
|
suavizado, y su expresión era más dulce.
|
|
|
|
Varias veces desde el balcón vió Hurtado que algún pollo o algún viejo
|
|
habían venido hasta casa, siguiendo a su mujer.
|
|
|
|
--Mira, Lulú le decía--, ten cuidado; te siguen.
|
|
|
|
--¿Sí?
|
|
|
|
--Sí; la verdad es que te estás poniendo muy guapa. Vas a hacerme
|
|
celoso.
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|
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|
--Sí, mucho. Tú ya sabes demasiado cómo yo te quiero--replicaba ella--.
|
|
Cuando estoy en la tienda, siempre estoy pensando: ¿Qué hará aquél?
|
|
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|
--Deja la tienda.
|
|
|
|
--No, no. ¿Y si tuviéramos un hijo? Hay que ahorrar.
|
|
|
|
¡El hijo! Andrés no quería hablar, ni hacer la menor alusión a este
|
|
punto verdaderamente delicado; le producía una gran inquietud.
|
|
|
|
La religión y la moral vieja gravitan todavía sobre uno--se decía--; no
|
|
puede uno echar fuera completamente el hombre supersticioso que lleva
|
|
en la sangre la idea del pecado.
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|
Muchas veces, al pensar en el porvenir, le entraba un gran terror;
|
|
sentía que aquella ventana sobre el abismo podía entreabrirse.
|
|
|
|
Con frecuencia, marido y mujer iban a visitar a Iturrioz, y éste
|
|
también a menudo pasaba un rato en el despacho de Andrés.
|
|
|
|
Un año, próximamente, después de casados, Lulú se puso algo enferma;
|
|
estaba distraída, melancólica, preocupada.
|
|
|
|
--¿Qué le pasa? ¿Qué tiene?--se preguntaba Andrés con inquietud.
|
|
|
|
Pasó aquella racha de tristeza, pero al poco tiempo volvió de nuevo con
|
|
más fuerza; los ojos de Lulú estaban velados, en su rostro se notaban
|
|
señales de haber llorado.
|
|
|
|
Andrés, preocupado, hacía esfuerzos para parecer distraído; pero llegó
|
|
un momento en que le fué imposible fingir que no se daba cuenta del
|
|
estado de su mujer.
|
|
|
|
Una noche le preguntó lo que le ocurría, y ella, abrazándose a su
|
|
cuello, le hizo tímidamente la confesión de lo que le pasaba.
|
|
|
|
Era lo que temía Andrés. La tristeza de no tener el hijo, la sospecha
|
|
de que su marido no quería tenerlo, hacía llorar a Lulú a lágrima viva,
|
|
con el corazón hinchado por la pena.
|
|
|
|
¿Qué actitud tomar ante un dolor semejante? ¿Cómo decir a aquella
|
|
mujer, que él se consideraba como un producto envenenado y podrido, que
|
|
no debía tener descendencia?
|
|
|
|
Andrés intentó consolarla, explicarse... Era imposible. Lulú lloraba,
|
|
le abrazaba, le besaba con la cara llena de lágrimas.
|
|
|
|
--¡Sea lo que sea!--murmuró Andrés.
|
|
|
|
Al levantarse Andrés al día siguiente, ya no tenía la serenidad de
|
|
costumbre.
|
|
|
|
Dos meses más tarde, Lulú, con la mirada brillante, le confesó a Andrés
|
|
que debía estar embarazada.
|
|
|
|
El hecho no tenía duda. Ya Andrés vivía en una angustia continua. La
|
|
ventana que en su vida se abría a aquel abismo que le producía el
|
|
vértigo, estaba de nuevo de par en par.
|
|
|
|
El embarazo produjo en Lulú un cambio completo; de burlona y alegre, la
|
|
hizo triste y sentimental.
|
|
|
|
Andrés notaba que ya le quería de otra manera; tenía por él un cariño
|
|
celoso e irritado; ya no era aquella simpatía afectuosa y burlona tan
|
|
dulce; ahora era un amor animal. La naturaleza recobraba sus derechos.
|
|
Andrés, de ser un hombre lleno de talento y un poco _ideático_, había
|
|
pasado a ser su hombre. Ya en esto, Andrés veía el principio de la
|
|
tragedia. Ella quería que le acompañara, le diera el brazo, se sentía
|
|
celosa, suponía que miraba a las demás mujeres.
|
|
|
|
Cuando adelantó el embarazo, Andrés comprobó que el histerismo de su
|
|
mujer se acentuaba.
|
|
|
|
Ella sabía que estos desórdenes nerviosos tenían las mujeres
|
|
embarazadas, y no les daba importancia; pero él temblaba.
|
|
|
|
La madre de Lulú comenzó a frecuentar la casa, y como tenía mala
|
|
voluntad para Andrés, envenenaba todas las cuestiones.
|
|
|
|
Uno de los médicos que colaboraba en la revista, un hombre joven, fué
|
|
varias veces a ver a Lulú.
|
|
|
|
Según decía, se encontraba bien; sus manifestaciones histéricas no
|
|
tenían importancia, eran frecuentes en las embarazadas. El que se
|
|
encontraba cada vez peor era Andrés.
|
|
|
|
Su cerebro estaba en una tensión demasiado grande, y las emociones que
|
|
cualquiera podía sentir en la vida normal, a él le desequilibraban.
|
|
|
|
--Ande usted, salga usted--le decía el médico.
|
|
|
|
Pero fuera de casa ya no sabía qué hacer.
|
|
|
|
No podía dormir, y después de ensayar varios hipnóticos, se decidió a
|
|
tomar morfina. La angustia le mataba.
|
|
|
|
Los únicos momentos agradables de su vida eran cuando se ponía a
|
|
trabajar. Estaba haciendo un estudio sintético de las aminas, y
|
|
trabajaba con toda su fuerza para olvidarse de sus preocupaciones y
|
|
llegar a dar claridad a sus ideas.
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
IV
|
|
|
|
TENÍA ALGO DE PRECURSOR
|
|
|
|
|
|
CUANDO llegó el embarazo a su término, Lulú quedó con el vientre
|
|
excesivamente aumentado.
|
|
|
|
--A ver si tengo dos--decía ella riendo.
|
|
|
|
--No digas esas cosas--murmuraba Andrés exasperado y entristecido.
|
|
|
|
Cuando Lulú creyó que el momento se acercaba, Hurtado fué a llamar a un
|
|
médico joven, amigo suyo y de Iturrioz, que se dedicaba a partos.
|
|
|
|
Lulú estaba muy animada y muy valiente. El médico le había aconsejado
|
|
que anduviese, y a pesar de que los dolores le hacían encogerse y
|
|
apoyarse en los muebles, no cesaba de andar por la habitación.
|
|
|
|
Todo el día lo pasó así. El médico dijo que los primeros partos eran
|
|
siempre difíciles; pero Andrés comenzaba a sospechar que aquello no
|
|
tenía el aspecto de un parto normal.
|
|
|
|
Por la noche, las fuerzas de Lulú comenzaron a ceder. Andrés la
|
|
contemplaba con lágrimas en los ojos.
|
|
|
|
--Mi pobre Lulú, lo que estás sufriendo--la decía.
|
|
|
|
--No me importa el dolor--contestaba ella. ¡Si el niño viviera!
|
|
|
|
--Ya vivirá, ¡no tenga usted cuidado!--decía el médico.
|
|
|
|
--No, no; me da el corazón que no.
|
|
|
|
La noche fué terrible. Lulú estaba extenuada. Andrés, sentado en una
|
|
silla, la contemplaba estúpidamente. Ella, a veces, se acercaba a él.
|
|
|
|
--Tú también estás sufriendo. ¡Pobre!--Y le acariciaba la frente y le
|
|
pasaba la mano por la cara.
|
|
|
|
Andrés, presa de una impaciencia mortal, consultaba al médico a cada
|
|
momento; no podía ser aquello un parto normal; debía de existir alguna
|
|
dificultad; la estrechez de la pelvis, algo.
|
|
|
|
--Si para la madrugada esto no marcha--dijo el médico--veremos qué se
|
|
hace.
|
|
|
|
De pronto, el médico llamó a Hurtado.
|
|
|
|
--¿Qué pasa?--preguntó éste.
|
|
|
|
--Prepare usted los fórceps inmediatamente:
|
|
|
|
--¿Qué ha ocurrido?
|
|
|
|
--La procidencia del cordón umbilical. El cordón está comprimido.
|
|
|
|
Por muy rápidamente que el médico introdujo las dos láminas del fórceps
|
|
e hizo la extracción, el niño salió muerto.
|
|
|
|
Acababa de morir en aquel instante.
|
|
|
|
--¿Vive?--preguntó Lulú con ansiedad.
|
|
|
|
Al ver que no le respondían, comprendió que estaba muerto, y cayó
|
|
desmayada. Recobró pronto el sentido. No se había verificado aún el
|
|
alumbramiento. La situación de Lulú era grave; la matriz había quedado
|
|
sin tonicidad y no arrojaba la placenta.
|
|
|
|
El médico dejó a Lulú que descansara. La madre quiso ver el niño
|
|
muerto. Andrés, al tomar el cuerpecito sobre una sábana doblada, sintió
|
|
una impresión de dolor agudísimo, y se le llenaron los ojos de lágrimas.
|
|
|
|
Lulú comenzó a llorar amargamente.
|
|
|
|
--Bueno, bueno--dijo el médico--, basta; ahora hay que tener energía.
|
|
|
|
Intentó provocar la expulsión de la placenta, por la comprensión, pero
|
|
no lo pudo conseguir. Sin duda estaba adherida. Tuvo que extraerla con
|
|
la mano. Inmediatamente después, dió a la parturiente una inyección de
|
|
ergotina, pero no pudo evitar que Lulú tuviera una hemorragia abundante.
|
|
|
|
Lulú quedó en un estado de debilidad grande; su organismo no
|
|
reaccionaba con la necesaria fuerza.
|
|
|
|
Durante dos días estuvo en este estado de depresión. Tenía la seguridad
|
|
de que se iba a morir.
|
|
|
|
--Si siento morirme--le decía a Andrés--es por ti. ¿Qué vas a hacer tú,
|
|
pobrecito, sin mí?--y le acariciaba la cara.
|
|
|
|
Otras veces era el niño lo que la preocupaba y decía:
|
|
|
|
--Mi pobre hijo. Tan fuerte como era. ¿Por qué se habrá muerto, Dios
|
|
mío?
|
|
|
|
Andrés la miraba con los ojos secos.
|
|
|
|
En la mañana del tercer día, Lulú murió. Andrés salió de la alcoba
|
|
extenuado. Estaban en la casa doña Leonarda y Niní con su marido. Ella
|
|
parecía ya una jamona; él un chulo viejo lleno de alhajas. Andrés entró
|
|
en el cuartucho donde dormía, se puso una inyección de morfina, y quedó
|
|
sumido en un sueño profundo.
|
|
|
|
Se despertó a media noche y saltó de la cama. Se acercó al cadáver de
|
|
Lulú, estuvo contemplando a la muerta largo rato y la besó en la frente
|
|
varias veces.
|
|
|
|
Había quedado blanca, como si fuera de mármol, con un aspecto de
|
|
serenidad y de indiferencia, que a Andrés le sorprendió.
|
|
|
|
Estaba absorto en su contemplación cuando oyó que en el gabinete
|
|
hablaban. Reconoció la voz de Iturrioz, y la del médico; había otra
|
|
voz, pero para él era desconocida.
|
|
|
|
Hablaban los tres confidencialmente.
|
|
|
|
--Para mí--decía la voz desconocida--esos reconocimientos continuos
|
|
que se hacen en los partos, son perjudiciales. Yo no conozco este
|
|
caso, pero ¿quién sabe? quizá esta mujer, en el campo, sin asistencia
|
|
ninguna, se hubiera salvado. La naturaleza tiene recursos que nosotros
|
|
no conocemos.
|
|
|
|
--Yo no digo que no--contestó el médico que había asistido a Lulú--; es
|
|
muy posible.
|
|
|
|
--¡Es lástima!--exclamó Iturrioz--¡Este muchacho ahora, marchaba tan
|
|
bien!
|
|
|
|
Andrés, al oir lo que decían, sintió que se le traspasaba el alma.
|
|
Rápidamente, volvió a su cuarto y se encerró en él.
|
|
|
|
* * * * *
|
|
|
|
Por la mañana, a la hora del entierro, los que estaban en la casa,
|
|
comenzaron a preguntarse qué hacía Andrés.
|
|
|
|
--No me choca nada que no se levante--dijo el médico--porque toma
|
|
morfina.
|
|
|
|
--¿De veras?--preguntó Iturrioz.
|
|
|
|
--Sí.
|
|
|
|
--Vamos a despertarle entonces--dijo Iturrioz.
|
|
|
|
Entraron en el cuarto. Tendido en la cama, muy pálido, con los labios
|
|
blancos, estaba Andrés.
|
|
|
|
--¡Está muerto!--exclamó Iturrioz.
|
|
|
|
Sobre la mesilla de noche se veía una copa y un frasco de aconitina
|
|
cristalizada de Duquesnel.
|
|
|
|
Andrés se había envenenado. Sin duda, la rapidez de la intoxicación no
|
|
le produjo convulsiones ni vómitos.
|
|
|
|
La muerte había sobrevenido por parálisis inmediata del corazón.
|
|
|
|
--¡Ha muerto sin dolor--murmuró Iturrioz--. Este muchacho no tenía
|
|
fuerza para vivir. Era un epicúreo, un aristócrata, aunque él no lo
|
|
creía.
|
|
|
|
--Pero había en él algo de precursor--murmuró el otro médico.
|
|
|
|
|
|
FIN
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
ÍNDICE
|
|
|
|
|
|
PRIMERA PARTE
|
|
|
|
LA VIDA DE UN ESTUDIANTE EN MADRID
|
|
|
|
Págs.
|
|
|
|
I.--Andrés Hurtado comienza la carrera 9
|
|
|
|
II.--Los estudiantes 16
|
|
|
|
III.--Andrés Hurtado y su familia 21
|
|
|
|
IV.--El aislamiento 25
|
|
|
|
V.--El rincón de Andrés 29
|
|
|
|
VI.--La sala de disección 35
|
|
|
|
VII.--Aracil y Montaner 46
|
|
|
|
VIII.--Una fórmula de la vida 54
|
|
|
|
IX.--Un rezagado 61
|
|
|
|
X.--Paso por San Juan de Dios 69
|
|
|
|
XI.--De alumno interno 75
|
|
|
|
|
|
SEGUNDA PARTE
|
|
|
|
LAS CARNARIAS
|
|
|
|
I.--Las Minglanillas 85
|
|
|
|
II.--Una cachupinada 90
|
|
|
|
III.--Las moscas 97
|
|
|
|
IV.--Lulú 104
|
|
|
|
V.--Más de Lulú 109
|
|
|
|
VI.--Manolo el Chafandín 113
|
|
|
|
VII.--Historia de la Venancia 119
|
|
|
|
VIII.--Otros tipos de la casa 124
|
|
|
|
IX.--La crueldad universal 132
|
|
|
|
|
|
TERCERA PARTE
|
|
|
|
TRISTEZAS Y DOLORES
|
|
|
|
I.--Día de Navidad 141
|
|
|
|
II.--Vida infantil 149
|
|
|
|
III.--La casa antigua 156
|
|
|
|
IV.--Aburrimiento 162
|
|
|
|
V.--Desde lejos 166
|
|
|
|
|
|
CUARTA PARTE
|
|
|
|
INQUISICIONES
|
|
|
|
I.--Plan filosófico 171
|
|
|
|
II.--Realidad de las cosas 178
|
|
|
|
III.--El árbol de la ciencia y el árbol de la vida 183
|
|
|
|
IV.--Disociación 195
|
|
|
|
V.--La compañía del hombre 199
|
|
|
|
|
|
QUINTA PARTE
|
|
|
|
LA EXPERIENCIA EN EL PUEBLO
|
|
|
|
I.--De viaje 203
|
|
|
|
II.--Llegada al pueblo 208
|
|
|
|
III.--Primeras dificultades 215
|
|
|
|
IV.--La hostilidad médica 222
|
|
|
|
V.--Alcolea del Campo 231
|
|
|
|
VI.--Tipos de casino 242
|
|
|
|
VII.--Sexualidad y pornografía 248
|
|
|
|
VIII.--El dilema 250
|
|
|
|
IX.--La mujer del tío Garrota 257
|
|
|
|
X.--Despedida 266
|
|
|
|
|
|
SEXTA PARTE
|
|
|
|
LA EXPERIENCIA EN MADRID
|
|
|
|
I.--Comentario a lo pasado 271
|
|
|
|
II.--Los amigos 279
|
|
|
|
III.--Fermín Ibarra 288
|
|
|
|
IV.--Encuentro con Lulú 291
|
|
|
|
V.--Médico de higiene 297
|
|
|
|
VI.--La tienda de confecciones 301
|
|
|
|
VII.--De los focos de la peste 305
|
|
|
|
VIII.--La muerte de Villasús 311
|
|
|
|
IX.--Amor, teoría y práctica 318
|
|
|
|
|
|
SÉPTIMA PARTE
|
|
|
|
LA EXPERIENCIA DEL HIJO
|
|
|
|
I.--El derecho a la prole 325
|
|
|
|
II.--La vida nueva 329
|
|
|
|
III.--La paz 337
|
|
|
|
IV.--Tenía algo de precursor 343
|
|
|
|
|
|
|
|
* * * * *
|
|
|
|
|
|
Notas del Transcriptor:
|
|
|
|
|
|
Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original.
|
|
|
|
Se han corregido los errores obvios de imprenta.
|
|
|
|
Se han eliminado las páginas en blanco.
|
|
|
|
Las letras itálicas se denotan con el caracter de _subrayado_.
|
|
|
|
Las versalitas (letras mayúsculas de tamaño igual a las minúsculas) han
|
|
sido sustituidas por letras mayúsculas de tamaño normal.
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
End of the Project Gutenberg EBook of El arbol de la ciencia, by Pío Baroja
|
|
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|
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OTHER WARRANTIES OF ANY KIND, EXPRESS OR IMPLIED, INCLUDING BUT NOT
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LIMITED TO WARRANTIES OF MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR ANY PURPOSE.
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1.F.5. Some states do not allow disclaimers of certain implied
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warranties or the exclusion or limitation of certain types of
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damages. If any disclaimer or limitation set forth in this agreement
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violates the law of the state applicable to this agreement, the
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agreement shall be interpreted to make the maximum disclaimer or
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limitation permitted by the applicable state law. The invalidity or
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unenforceability of any provision of this agreement shall not void the
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remaining provisions.
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1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the
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trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone
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providing copies of Project Gutenberg-tm electronic works in
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accordance with this agreement, and any volunteers associated with the
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production, promotion and distribution of Project Gutenberg-tm
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electronic works, harmless from all liability, costs and expenses,
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including legal fees, that arise directly or indirectly from any of
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the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this
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or any Project Gutenberg-tm work, (b) alteration, modification, or
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additions or deletions to any Project Gutenberg-tm work, and (c) any
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Defect you cause.
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Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm
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Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of
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electronic works in formats readable by the widest variety of
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computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It
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exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations
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from people in all walks of life.
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Volunteers and financial support to provide volunteers with the
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assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg-tm's
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goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will
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remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
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Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
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and permanent future for Project Gutenberg-tm and future
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generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary
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Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see
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Sections 3 and 4 and the Foundation information page at
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www.gutenberg.org
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Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
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The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit
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501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
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state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
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Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification
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number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary
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Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by
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U.S. federal laws and your state's laws.
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The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the
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mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its
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volunteers and employees are scattered throughout numerous
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locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt
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Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to
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date contact information can be found at the Foundation's web site and
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official page at www.gutenberg.org/contact
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For additional contact information:
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Dr. Gregory B. Newby
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Chief Executive and Director
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gbnewby@pglaf.org
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Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg
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Literary Archive Foundation
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Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide
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spread public support and donations to carry out its mission of
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increasing the number of public domain and licensed works that can be
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freely distributed in machine readable form accessible by the widest
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array of equipment including outdated equipment. Many small donations
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($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
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status with the IRS.
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The Foundation is committed to complying with the laws regulating
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charities and charitable donations in all 50 states of the United
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States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
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considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
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with these requirements. We do not solicit donations in locations
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where we have not received written confirmation of compliance. To SEND
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DONATIONS or determine the status of compliance for any particular
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state visit www.gutenberg.org/donate
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While we cannot and do not solicit contributions from states where we
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have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
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against accepting unsolicited donations from donors in such states who
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approach us with offers to donate.
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International donations are gratefully accepted, but we cannot make
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any statements concerning tax treatment of donations received from
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outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.
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Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation
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methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
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ways including checks, online payments and credit card donations. To
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donate, please visit: www.gutenberg.org/donate
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Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic works.
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Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
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Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be
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freely shared with anyone. For forty years, he produced and
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distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of
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volunteer support.
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Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed
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editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in
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the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not
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necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper
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edition.
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Most people start at our Web site which has the main PG search
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facility: www.gutenberg.org
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This Web site includes information about Project Gutenberg-tm,
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including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
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Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
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subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.
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